Ya que existe una marcada confusión en el uso de la denominación «escritor», cabe decir que «redactar» y «escribir» no solamente son verbos diferentes sino que, además, no son sinónimos.
Por lo tanto, no deben confundirse ya que el aprendizaje de la redacción es relativamente sencillo para todos y se consigue durante la alfabetización primaria. Sus herramientas son la gramática y la ortografía.
El aprendizaje de las normas de ambas dará a cualquiera una redacción decorosa.
Escribir es mucho más difícil y sin temor a pecar de elitista, ese verbo, tan diferente a redactar, solo es posible para una minoría que a las herramientas naturales del «redactar decorosamente», agrega necesariamente la creación y este segundo componente requiere de originalidad, elocuencia y, por qué no, de un grado aceptable de singularidad.
La redacción basa su constructo en prosa expositiva, sin ningún plus agregado que aporte aspectos connotativos a la lectura. La redacción es la base del periodismo: «opiniones libres, hechos sagrados». Igualmente, la redacción engloba la didáctica de cualquier disciplina, ya sea científica o gastronómica. El rango para emplearla es un campo muy vasto.
Para redactar, además de las herramientas mencionadas, se requiere racionalidad, coherencia, especificidad en lo expuesto, concreción y claridad.
Por eso, la redacción es un campo de la inteligencia racional y la escritura es un campo de la inteligencia emocional.
Las obras de arte o las que se consideran por tales, siempre van más allá de los aspectos lógicos y provocan en los receptores un grado de emoción inexplicable.
Ese aspecto movilizador que pone en juego una sinergia propia, particular y difícil de definir, es el «acto creativo» que trasciende la mera ejecución que otorgan las herramientas de cualquier disciplina, para fabricar un ámbito en que juegan factores externos a la intelectualización racional de lo percibido.
La sensibilidad, expresada a través del acto creativo, es establecida desde una frecuencia indefinible, porque es un enfrentamiento de sensibilidades diversas que, emocionalmente, consiguen una convergencia irracional, si se me permite el término.
Esto, es común a todas las artes, en mayor o menor medida.
La escritura, que pertenece más al plano cognoscitivo que al del impacto visual, sonoro o estético propiamente dicho, requiere, por este mismo motivo, un mayor grado de entrega emocional al momento de transformar el «constructo redactado» en un elemento que despierte la simbólica emocional en el receptor.
El verbo escribir, más allá de lo definido en los diccionarios, refiere, en la intimidad del escritor, a todo ese otro mundo que transforma la óptica propia en una construcción de estilo propio.
Lo connotativo de una visión del mundo va más allá del encasillamiento que normalmente se hace de ello en el marco de lo poético.
El escritor que pone en juego sus procesos interiores de creatividad, ofrece en su reunión de símbolos y en su forma de trabajar la obra, una apreciación diferente de lo conocido, un enfoque secundario de una misma realidad primaria. Como el artista plástico, el escritor dibuja a su modo y con sus elementos naturales, la percepción propia de lo que observa y esa percepción incluye un bagaje interno que, quizás, el mismo escritor descubre a medida que lo plasma.
Este peculiar fenómeno que se da frente a la obra como una metáfora del ser interior, podría definirse como el momento en que un escritor descubre que lo es, porque deja de redactar y comienza a crear.
La trama y las subtramas (la historia tomada en su conjunto):
Trabajo paralelo se denomina al equilibrio entre las subtramas que corren, casualmente, en paralelo. Se da en algunas novelas y en algunos relatos de cierta extensión. Por ejemplo, la historia del protagonista y su antagonista ¿se mantienen equilibradas en cuanto al contenido que va a terminar por incidir en la historia general? Suele suceder que a veces, intentando explicar una trama de base, apelamos a los recursos de la subtrama, de modo que existe un segundo relato que corre al mismo tiempo que el que estamos contando y eso aporta una riqueza especial al argumento, si se trabaja bien y no queda como un momento que resuelve en vacío. Es muy común la introducción de datos que despiertan interés pero que terminan por no decir nada dentro de la historia, porque el autor no consigue resolver la incidencia del paralelo y se quedan ahí, a media agua y entonces uno se pregunta ¿y… con tal cosa qué pasó?
El trabajo de confronte es cuando se plantea el antagonismo entre las situaciones y cómo se maneja la incidencia entre una y otra posición accional. Un protagonista fuerte contra un antagonista con una historia todavía más fuerte que la de base y que termina por llevarse puesto el nudo original, moviéndolo hacia un nudo que no pertenece al planteo, pero que resulta mucho más atractivo por su carga que el de la historia. Eso desbalancea toda la narración, porque crea una seducción y una, llamémosle «simpatía» del lector hacia otra parte que en realidad no pertenece al espacio original de la obra. Para que sea efectivo y nutricio a la trama, debe mantener un equilibrio preciso de secuencias que alimenten el interés por igual y se imbriquen con la historia base de manera aditiva y no sustractiva. Una obra rica en matices trabaja sobre elementos de confronte y desarrolla elementos de paralelismo.
Ambas cosas le quitan planitud y linealidad y definen la potencia narrativa detrás de la idea. Hacen al interés en el desarrollo de los marcos particulares y dan calidad narrativa. Si esas puertas que se abren hacia cofres de tesoros, dejan al lector colgado de un pincel y no llegan a puerto o no se entiende para qué fueron puestas ahí, el desmedro de la calidad es considerable, porque el lector no resuelve satisfactoriamente los porqués.
El riesgo narrativo como variable:
La limitación en los riesgos narrativos se produce cuando el autor ofrece poquito al lector. No toma riesgos, no se implica y busca hacer una trama jugosa. Todo queda ahí, plano, acotado, y el lector se queda con sensación de poco, de que leyó algo mezquino, pobre, primario.
Un escritor debe tomar riesgo narrativo, necesariamente, si quiere obtener un buen producto. Para eso, apela a los items anteriores: enriquece la trama.
La no toma de riesgo narrativo y por ende, la chatura narrativa, es eso: un «hasta ahí», o un «esto lo leí cincuenta veces» o «que aburrido». O sea, la limitación en el riesgo narrativo es directamente proporcional a la pobreza narrativa, porque uno puede estar contando cómo regó el malvón (o sea, la más simple de las anécdotas), pero si la viste con fuerza narrativa, busca resortes que le den suculencia y enjundia, hará un gran relato del riego del malvón. Es una de las características que define el talento: la capacidad de crear riesgo narrativo.
Los personajes comunes (trabajo en trama):
Esquemas de relación y carácter prototípicos: ejemplo: el culebrón. El malo es malérrimo, el bueno, casi llega a la santidad y de tan santo, resulta idiota. El mezquino es hipermezquino y así, lo que define generalmente los estereotipos de personalidad que andan dando vueltas.
Si el autor no es capaz de mover los paradigmas y que el héroe no sea una mezcla de Súperman y Gandhi y el malo no sea la viva reencarnación de Satanás hibrido con Hitler, malo. Los seres humanos no son así. Son luz y sombra y, en general, de acuerdo a cómo sople el viento, más sombra que luz. Entonces, si las relaciones se establecen como en las historias antiguas, los personajes quedan rígidos, como dije: estereotipados. O se pasan de mambo, intentando morigerar la fuerza que el prototipo del folklore literario tiene per sé.
Los prototipos existen en todos los relatos y el juego está en el enroque de esos roles. Un autor que consigue enrocar los prototipos preexistentes y traducirles otros lados que coexisten también, obtendrá personajes creibles y ricos. Y en ese trabajo influye la voz de la que se dota a los personajes y cómo logra el autor que esos personajes se vuelvan reales y cotidianos y no sujetos de historia. Un prototipo no habla como un prototipo porque los seres humanos no hablan como prototipos o como se supone que hablarían. El trabajo de la voz del personaje es fundamental para el movimiento natural del rol. Y además, el desarrollo de las relaciones entre diferentes prototipos, tampoco debe ser una relación estereotipada, sino que apunte al desarrollo de la naturaleza humana como esa naturaleza es, aunque el personaje sea el héroe (figura prototípica por excelencia), demostrar que existen grados en que confluye con el villano (otra figura prototípica por excelencia).
En general, los autores prefieren no trabajar en sus personajes favoritos las zonas oscuras, que por otro lado son las que resultan más ricas emocionalmente. O sea, encuadran y encapsulan a los personajes y los «hacen hablar o actuar» como ellos suponen que ese prototipo actuaría. Cuando se visualiza eso en el trabajo textual, malo, porque se aleja de lo real, donde el blanco y el negro son solamente una posibilidad entre tantas que habilita la gama de los grises. Nadie habla filosofando 24 horas al día, por dar un ejemplo. Y las personas no hablan como si hubieran desayunado escobas y anduvieran tiesas por la vida dando sermones y sin rajarse unas cuantas puteadas.
Entonces, hay que ver cómo se desarrolla el trabajo sobre el prototipo. La literatura no es otra cosa que mímesis. Refleja lo real, incluso si estamos trabajando una distopía, una utopía o un relato convencional. Cómo construye la personalidad cada autor sobre el prototipo de sus personajes, habla mucho de cómo interpreta la realidad del mundo que lo rodea.
Fundamentalmente, prototípicos o atípicos, los personajes deben estar dotados de credibilidad.
Esquema y jerarquía de roles (enfoque de personaje):
Con respecto a la jerarquía de roles, a veces los personajes se van solos (la mayoría de las veces hay que soltarlos para que ellos marquen el rumbo), entonces, el autor empieza planteando un personaje principal y otro secundario cuando comienza a escribir el relato y cuando termina de escribirlo, el personaje principal ha mutado el rol y se ha transformado en el secundario, porque el secundario fue tan poderoso en su construcción que terminó por comerse al principal.
Eso se nota mucho, porque la historia termina desequilibrada y pierde la congruencia de la idea fundante para derivar en una idea aportada por la subtrama, que acaba por reemplazar a la trama principal. La anécdota del secundario es con mucho muy superior a la anécdota del primario, entonces la historia termina por ser una historia que aparece repentinamente y que no estaba en «el original» con el que se comienza la lectura o sea, la propuesta ya no es lo propuesto.
No quiere decir que un antagonista no sea tan rico como un protagonista, sino que los dos, o inclusive contando en el plano secundario a todos los colaterales a los dos principales, marchen en equilibrio y sean concordantes en peso narrativo. Una obra se divide en varias categorías de personajes, pero todos deben funcionar acorde a la idea y conservar sus «espacios de poder» para que la cosa resulte coherente. Si las variaciones de rol no son adecuadamente llevadas, a veces las transformaciones resultan ridículas, porque el trabajo sobre el personaje en ningún momento habilitó a que ese mismo personaje diera un salto cuántico.
Y ni qué decir de la previsibilidad. Eso tampoco resulta bien. Los personajes previsibles son aburridos y terminan por estupidizar la trama. El lector advierte a las cuatro hojas qué puede esperar de ese personaje y hasta se da el lujo de adivinar el final sin haberlo leído. La previsibilidad es todavía más negativa para un personaje y para una obra, que atribuirle repentinamente un salto cuántico. Achata la obra, literalmente. Y es, en el trabajo de los roles, el error más común. Y en el de la trama, el cotidiano.
Un personaje al que no se dota de perspectivas dentro del relato, es eso: chato y previsible. Son personajes no construídos. La perspectiva de un personaje es su entorno y su historia. Todos los personajes tienen una historia previa, no salen de un repollo. Y son sus circunstancias las que deben ser introducidas como elementos arquitectónicos de la personalidad y es la historia la que define en cierto modo la emocionalidad de la que dotamos al personaje. Un relato es como un edificio. No pueden quedar ladrillos sueltos, mal colocados o que haya que devanarse los sesos pensando por qué ese ladrillo está ahí, si no tiene una explicación plausible.
El ensamble:
La obra, como sus personajes, debe estar anudada. No debe necesitar una explicación posterior de tal o cual secuencia, sino que todo debe ensamblar, ya sea porque se matiza, se explica o se perfila, pero la solidez narrativa no se construye sobre el azar. Luego, pueden caber interpretaciones diversas, pero el material a interpretar debe ser ofrecido dentro de la trama, en lo que compete a cada personaje y cómo encajan los diferentes materiales entre sí para que esos personajes a su vez puedan interactuar e interrelacionarse desde la diversidad de sus universos.
Luego, en la resolución de los conflictos, hay que ver cómo se las ingenia el autor para no resultar en un tópico de órdago. Los conflictos en general son universales, pero en la obra atañen particularmente a los diferentes personajes. Entonces ¿qué hace el escritor con ese conflicto universal (la muerte de su perro) aplicado a ese personaje en especial, con esas características de las que lo proveyó y qué riqueza puede obtener de la relación «conflicto universal/psiquis del personaje». En esa relación causa y efecto, se ve la pericia para crear un segundo universo personal para el personaje enfrentado al conflicto. Qué hace el autor con lo que pasa, sería el resumen.
Para todo esto las herramientas con que cuenta el escritor son múltiples y variadas. Entre ellas, el estilo o la voz narrativa. Una buena anécdota y un buen desarrollo comienzan siempre en una buena voz narrativa. Una buena voz narrativa sirve para resolver tanto un conflicto simple (enterró al perro pero lo contó de tal manera que los lectores terminaron llorando) como un conflicto complejo (pagó un viaje a la plataforma interestelar y donó el cadáver del perro al universo). Y las dos cosas, con una buena voz narrativa, resultan igualmente eficaces porque la voz narrativa las vuelve creíbles, ya que ensambló de tal manera las partes que hace posible que el perro sea donado al universo o que el perro sea enterrado en el jardín (hablando de típico y atípico frente al conflicto universal: muerte del perro). Generalmente, eso no sucede. La cosa resulta una lámina de plomo sobre el interés o de tan inverosímil, un cuento de risa.
Pero si la voz narrativa no trabaja sobre la anécdota de manera eficaz, termina por decir al comienzo del relato que la puerta del baño estaba a la derecha y al final del relato la coloca a la izquierda.
Lo más increíble, bien resuelto, se vuelve creíble. Lo más común es que las herramientas sean tan pobres narrativamente y tan llenas de tópicos y estereotipos, que hasta los personajes más creíbles se vuelven increíbles por lo mal desarrollados que están.
Algunos que he visto o leído por ahí, en la vastedad de este mundo online, están convencidos de que escribir es apenas el relato de una sucesión de hechos, la mayoría de ellos ficticios, ilusorios, prefabricados por la mente del autor en turno. Sin embargo, la distancia, la divergencia entre la comodidad de una narración y la realidad es absoluta.
El mundo real, ese de todos los días que está allí afuera de la mente y del autor y del que solamente vemos o percibimos una parte, es abrumadoramente cruel.
Algunos avanzamos sobre esa crueldad, esa brutalidad disparada desde lo más hondo del hombre y que se manifiesta en todo lo que se ve, si acaso el escritor se detiene a mirar realmente lo nutricio que resulta a su obra, ese alrededor. Porque es en ese alrededor hecho a la inclemencia, donde la humanidad y su condición se manifiestan de manera natural, tal y como le es propio.
Un escritor no es lo que inventa sino lo que observa y luego plasma.
La obra está hecha de materiales reales sobre un escenario oscilante que puede ser ficcional o fidedigno, pero lo que sucede sobre ese escenario siempre radica en la esencia de la observación, en los monstruos que uno ha juntado dentro de sí a fuerza de ejercer su óptica sobre el mundo del que forma parte, ya sea como actor de reparto o como testigo de una ópera comunitaria.
La obra y su escritor pertenecen a un universo que abarca infinitas dimensiones y que a su vez se plasma de manera fragmentaria, de acuerdo a las posibilidades reales de acceder a un orden escrito a partir de lo visualizado y procesado, ya que esto es siempre base para obtener un producto propio.
Como hijo de mi tiempo o hijo del siglo, he visto desarrollarse diferentes corrientes o propuestas, ya sean éstas irrisorias y fútiles como analíticas y perdurables, así como también me ha parecido muchas veces un decidido delirio egotista aquello de pretender «nuevas narrativas o nueva poesía» , exhibidas desde la pomposidad más recalcitrante y por ende, desde la ignorancia más soberbia, como un descubrimiento especialmente único de realidades o especulaciones que se dejan por el camino la historia del hombre ya hartamente escrita y reescrita.
A pesar de mí, estoy absolutamente persuadido de que existe, en la mayoría de los casos online que por aquí me ocupan, un divorcio manifiesto entre la narración de algo y la realidad propuesta al escritor desde el mundo que lo rodea con su verdad incomprensible.
Luego, llega el arte del cómo, ya que el realismo del que se nutre el escritor quizás no deba ser solo un discurso sobre los hechos que le da por relatar, sino que el verdadero sustento de la obra está en el cómo esos hechos consiguen transformarse en arte sin perder su vigencia, su esencia y su verosimilitud.
La realidad como sustrato ficcional se presenta con un sesgo caótico que debe ser reinterpretado a partir de la percepción y de la agudeza con que el escritor consiga relacionarse interiormente con su parte en esa realidad para transformar sin deformar el mensaje recibido.
Quizás es por eso que siempre he defendido el estilo con que la anécdota está escrita por encima de la anécdota en sí.
Es en el estilo de lo escrito donde se percibe la real impronta del escritor y su visión sobre esa realidad que lo rodea más allá de la ficción o no ficción.
Es su visión creativa o recreativa de lo real y percibido, lo que resuelve la ecuación de la dicotomía entre lo tangible y lo ficcionado.
Porque la realidad per sé es una cosa bárbara incluso dentro de una anécdota hermosa y es justo ese sustrato profundo de la condición humana, lo que nunca es dado perder al momento de que la obra se transforme en «nuestro punto de vista», un poco más allá de un discurso narrativo que se limita a la enumeración de verbos como único sustrato.
Canto a tu voz mujer porque me trae el viento de la mar y me azulea el íntimo paisaje de mi isla. Somos dos soledades en la brecha del camino hacia el sol desde lo oscuro que envuelve nuestra voz, y donde empieza el periplo interior, nidos de umbría que el corazón a veces nos destrenza.
Solitarias las dos con muchas viñas, dos ríos estrellándose en las venas, dos ocasos volviendo con la lluvia volcando nuestra sed en los poemas que se van con el viento de la tarde, con palabras sembradas que aletean en el quieto paisaje de mis ojos y en mis manos de lianas y de selva, contigo estoy obviando a donde iba al aguacero intenso que no cesa y vuelvo con la lluvia a la nostalgia de antiguas y doradas primaveras.
Ambas en el silencio de la tarde introversas las dos con mucha esencia, Idella, amiga mía, mi tocaya estás aquí, con siglos de certezas abriéndole las puertas al silencio de esta mujer que pone en pie su idea de lavar en la lluvia a la nostalgia porque tiras de mi con mucha fuerza.
Isabel Reyes Elena
Sin palabras me quedo porque el agua de mis ojos ahoga mi voz seca que de tanto clamar se ha enronquecido y es tan solo el susurro de una vieja que ya se sabe estéril, solitaria, y no da con la fuerza del poema
Solamente en recuerdos se ha forjado que puede arrebatarse con vehemencia cuando llega otra voz que la acompaña y le dice en sus versos «compañera», cuando llega el calor de tantos años que van iluminando sus ojeras y se quedans las dos introvertidas pues siempre han sido almas introversas.
Isamaris las dos, como dos rosas que van juntas en una enredadera unidas por el son de las palabras que aunque cerradas siempre están abiertas, que a veces el silencio se nos abre y nos deja expeditas las cancelas para poder sacar todas las cargas que dejaron pasadas primaveras y se han vuelto livianas en otoño porque la edad nos hace estar alerta.
Con las lluvias de abril me va viniendo la nostalgia de versos en cadena que otras veces sutiles engarzamos como joyeros en una diadema que guardamos avaras en un arca para sacarla en tiempos de tristeza y desgranar sus cuentas, poco a poco, y alegrarnos al fin con su cadencia.
Idella Esteve
Andas buscando y buscándote en esa playa del alma como un haz de sol trenzado insaciable de palabras que den la luz al paisaje de oscuridad en que ambas nos removemos nerviosas desaguando nuestras ánforas que nos pesan como un fardo siempre sobre nuestra espalda.
Hay que saltar las orillas no echando atrás la mirada de recuerdos dolorosos de ausencias y de nostalgia como mujeres valientes pues no puede la añoranza entrañarse en dos poetas que a la vida le dan cara.
Esos versos en cadena para alegrar las mañanas me han servido en ocasiones para dejar la nostalgia escondida en los cajones donde guardo la amalgama de los recuerdos vividos que vívidos se derraman. Mis puertas están abiertas a todas horas hermana.
En los días que vivimos de esta manera tan trágica es cuando más precisamos que las dos demos la talla. Puedes entrar cuando quieras pues te regalo la entrada y en alejandrino el próximo pues cambiaré el pentagrama.
Isabel Reyes Elena
Alejandrinos si quieres, o endecas con filigrana de esas que labran en Córdoba con hilos de fina plata, cuando ambas romanceamos se viene a la letra el alma y no nos importa el metro si es el ritmo el que nos canta para que se salga al aire esa escondida esperanza que trina como los pájaros al filo de la alborada dejándose entre las sombras la penas y las nostalgias, amaneciendo con soles que no han de quemar las alas.
Volemos alto, querida al horizonte encaradas sobre el tomillo y romero que tapizan la montaña, sobre la dorada arena de los bordes de la playa sobre el azul de la tarde como dos gaviotas blancas
Porque me busco te encuentro en los versos que engalanas con ese decir tan tuyo tan diáfano como el agua esa que sale de dentro fluyendo de tu alfaguara, esa que limpia los ojos y hace ver las cosas claras esa con la que me calmo en mis horas más aciagas, esa que das en poemas, esa, mi querida hermana.
Ofréceme alejandrinos que suenen como romanzas nuestras voces son capaces de despertar la mañana.
Idella Esteve
Quiero apagar la antorcha de mi melancolía y alumbrar tus poemas de música inundada, quiero dejarte un mundo impune de tristeza con jirones de aurora y días de bonanza y que encienda la luz en tus días oscuros atravesando el halo de una luna incendiada.
Deseo mucho más, querida compañera de mis justas poéticas que tan bien engalanas y me animan y empujan a soñar horizontes sin hilos agridulces, con retales de albada.
Me enseñaste lo oculto del halo del poema y entre sombras y luces me diste la esperanza, levantaste mi ánimo cuando estaba sufriente y sé que en mi destino estabas reservada con las manos alígeras del aire de la vida y en muchas ocasiones me diste la palabra, encontrando los nudos que estaban señalados a que dos almas puras su introversión volcaran.
Tu voz, susurro cálido, destello de ternura, navegó por mi sangre con la única jarcia de los altos vocablos que traslucen tus versos.
He de extender tus versos en mi íntima playa.
Isabel Reyes Elena
En un tiempo, querida, fuiste luz de mis noches cuando con el silencio a leerte llegaba. Y yo hablaba contigo antes de irte a la cuna y tú, con la dulzura en ti identificada, escuchabas mis dudas, mis palabras, mis cuitas que por un largo tiempo estaban silenciadas.
Te sentí compañera desde el mismo principio y enseguida aprecié lo insondable del alma cuando con voz profunda escribías de adentro recuerdos escondidos que libres escapaban.
Temor reverencial surgía al contestarte por no saber decir. Mas tenía esperanzas puestas en tu consciencia de que yo era aprendiza y que estaba dispuesta a que tú me ayudaras.
Hubo una connivencia en lo que nos contábamos y aprendí a imaginarme las cosas que callabas por todas esas otras que tuve en confidencias unas veces dichosas y otras veces amargas.
Y siempre he demostrado lo mucho que te admiro, Eres el exponente de quien sufre y quien ama eres la gran poeta de precisos vocablos esos que te son fáciles y en poemas derramas.
Tus versos son suspiros que vuelan en el aire, que salen de la noche convirtiéndose en alba.
Con tu gesto tan lleno de impaciencia el cristal de los ojos se me rompe, agregándole arruga, sobre arruga a este corazón que late ya forzado.
Tú le gritas al viento que me quieres pero tu indiferencia me lastima. Sintiéndome un estorbo y enfadosa decido irme alejando de tu vida.
Te dejo en libre vuelo y me pregunto porqué me he convertido en una extraña; en qué me he equivocado, en qué fallé ya no soy prioridad en tu camino.
Soñé llegar a vieja entre tus brazos sintiendo la ternura que te di, sin mendigar el fruto que he sembrado desde que he concebido tu latido.
Sin consuelo
Yo quise unir mi llanto con el tuyo en busca de consuelo a nuestra pena, abrazarnos callando nuestro espanto de verla que quedaba bajo tierra, perdida para siempre entre las flores al quedar sin aliento y sin estrella.
Rechazaste mi mano y te encerraste en el infierno solo con tristeza, me has dejado vivir sola mi lucha, cegada me abrí paso entre la niebla para encontrarte hundido en tu silencio, con candado en la voz y en esa celda donde pagas las culpas que no debes, sin encontrar reposo con tu entrega.
Quisiera descansar y que descanses llorando junto al mar aunque nos duela.
Ella, la que viven en el espejo
Esta ahí, vive dentro del espejo y ve còmo sofoco sentimientos, aullando entre silencios mis lamentos en noches de un presente que ya es viejo.
Ríe de mi paraguas gris añejo que no cubre dolor ni pensamientos, olor a medicina y tratamientos, se burla de la lluvia en mi pellejo.
Me señala el atajo, la salida, mas decido quedarme en el lugar donde soy paliativo y buen soporte.
Deseo ser su lámpara encendida, esperanza, alegría y bienestar, aunque en este proceso me recorte.
El viento de esta tarde agita los árboles sin miramiento. Lo hace con el robusto pino que aguanta con firmeza y con el tierno naranjo que se doblega a su merced. Las palmeras de tronco largo y espigado parecen bailar, quizá es la manera que tienen, con sus ramas, de echar a volar. Entre todo, existe calma. Es uno de esos días grises que no invitan al movimiento. El parque está vacío, en las terrazas de los bares no hay gente, los novietes quinceañeros, posiblemente, se habrán recogido en el portal de algún edificio al calorcito de sus palabras. Es domingo, además, por lo que la mayoría nos podemos permitir el simple hecho de no hacer nada. No hacer nada… Y te pones a ver las noticias y te enteras que han destruido un gran legado de la historia antigua, y no haces nada…qué puedes hacer por más indignación que te entre. Y ves el anuncio de un niño que pasa hambre y le miden el bracito…y no haces nada, y te pones a pensar cosas de tu vida que han ido quedándose atrás y nunca más volverán…y no haces nada. Es entonces que quisieras salir de ti, por una vez ser tú el viento que empuja, y te pones a pensar qué ha pasado para llegar a convertirte en árbol. Tal vez lo sabes, pero como ya es tarde, te dejas llevar… y no haces nada.
El verde abrazo
Son las siete y cuarto de la mañana, el sol ya ha baldeado el suelo del cielo dejándolo limpio de oscuridad, brillante. Ahora se sienta a pensar, tanto, que poco a poco empezará a calentarse; después de tantísimos años mirando las cosas que hacemos los de por aquí abajo es de entender que tiene motivos. Dado que esta escena que a continuación relato ocurre en el monte, entenderá el lector que los protagonistas son las aves, los árboles y las hierbas, las florecillas, los insectos y hasta las mismas piedras, bastante proclives al beso mineral. Creo oportuno aclarar lo del beso mineral. Cuando el agua penetra en la tierra es besada, tanto en su recibimiento como en su despedida que será a través de los muchos manantiales. Es el beso más antiguo de la historia. Pues bien, toda esta presencia es la que otorga magnificencia al rico enclave. Por lo demás, mi presencia es intrusiva, pero el monte, recogiéndose un poquito, me deja un espacio, me recepta. Es un excelente anfitrión y antes de marcharme debo agradecérselo. Acorde con la luz del día tengo tiempo para pensar de qué manera lo hago.
No existe la prisa en este lugar; aquí, el tiempo no es oro, es más. Aquí fluye con su natural recorrido por el camino del día. Los pajaritos tienen su quehacer y por cierto lo hacen muy ordenadamente. Uno de ellos está construyendo un nido, lo he visto ir y venir de la rama al suelo y del suelo a la rama con ilusión… ¿ilusión?… Tal vez eso de la ilusión solo es cosa nuestra. Sí, estoy convencida de que en el reino animal eso no existe, por eso tampoco existe la decepción. Aquí todo es instintivo, memoria genética, todo es sencillo y al mismo tiempo magnífico. Que me digan que construya mi propia casa con mis manos y proporcionándome a mí misma todo lo necesario; o que me pidan la paciencia de las flores que han de esperar el momento adecuado para florecer, por no decir de la inteligencia del árbol de hoja caduca que es capaz de sacrificar su follaje para sobrevivir cuando el alimento escasea. La naturaleza es inteligente, no busca motivo, busca fin. La naturaleza se da.
Dentro de esta paz que percibo hay un movimiento y un trabajo excepcional, de categoría. Todo tiene un orden perfecto, sin voces, exceptuando el sonido de histéricas maracas que producen las cigarras, pero bueno, están en su casa. Cada cuál sabe su función y la asume sin necesidad de orden ni premio.
He pensado y decidido que la mejor manera de agradecer mi acogida en este lugar es que el monte nunca se dé cuenta de que he estado aquí.
Bancos y problemas
Los problemas del parque no son los bancos, que los hay, ni los columpios; tampoco los árboles, avecillas, papeleras y hormigas. Los problemas del parque no se ven pero se hablan: Es el hijo que se ha divorciado, es el nieto que no come, lo mal que está la vida con tanto sinvergüenza suelto; el viento que hace hoy y el calor que ayer hizo. Lo buenas que están las croquetas que prepara el abuelo, tan buenas, que cuando va a echar mano de ellas, con suerte, le dejan una.
El solitario hombre que abre una lata de atún sobre la hoja de periódico que hace de mantelito y duerme en un coche abandonado.
Pero para que esos problemas, no ya se resuelvan sino que se desfoguen, que a veces suele aliviar, es necesario ese escenario que, para quien va con prisas, pasa inadvertido.
Y convoca la reunión, a las cuatro de la tarde, un rayo de sol que llama a sentarse en el banco que da al oeste, el magnífico color granate del pruno; el alto y espigado pino que intenta tocar el cielo año por año. Las despeinadas palmeras. El jaleo de los gorriones y ese céfiro empapado en salitre que sube desde la playa y se expande como un suspiro de la bajamar.
El tumulto de los niños chicos que sacan a botar la pelota y da miedo verlos; los jovenzuelos en pandilla que llegan, al salir del instituto, con los dedos pegados a los teléfonos móviles. Y los labios que se pegan a otros labios.
Ya no quiero seguir. El manso río caliente de mi sangre esta cansado de correr por correr, desorientado, en la mitad de un páramo sombrío.
Bajo el cantar risueño y sosegado que entona su corriente, anida el frío de los limos del fondo y el hastío del que huye y no llega a ningún lado.
Siento la tentación de detenerme, para el desfallecido es placentera la agrisada visión de lo que duerme.
Pero algo me empuja a que prosiga, y es que, a veces, ¡qué bella es la ribera tecnicolor que mayo nos prodiga!
Aproximadamente
Echo en falta un color, un matiz de la luz, una textura…
Alguna interjección -de aquellas malsonantes- un adjetivo prístino, o un verbo palpitando con las ganas de decir la verdad.
Pero todo es inútil…
Un dolor sordo y sólido , enquistado en el pliegue más íntimo de la dermis del alma, no hay quien lo dibuje o lo defina, ni aproximadamente,
Y así no hay manera de encontrar la palabra con suficiente filo para sajar y aliviar los humores de su ántrax o la oración, a modo de conjuro, capaz de exorcizarlo.
En consecuencia, sigue ahí, ineluctable, urente, tenaz en su inhumana disciplina de arruinarme mis días, huérfanos de horizontes, y mis noches pulsátiles para enaltecimiento y gloria de su llaga.
Toca, pues, ignorarlo, tratar de sepultarlo en las regiones profundas del olvido.
Y esperar.
Solo el tiempo puede sanar, si nunca le devuelve el aliento a los cadáveres, hecha ceniza, al menos aligera su carne putrefacta.
Echo en falta un reloj, quiero contar -aproximadamente- cuantas eternidades torturadas aguanto a malvivir sin derrumbarme.
Sospechando la cruda realidad:
Apenas la presencia indefinible de mi dolor -ahora es MI dolor- pujante, omnipresente me abandone, mi corazón, absurdo y rutinario, habrá de comenzar a echarlo en falta.
Enel transcurrir de tres días recibí dos mensajes: uno por el chat, otro por teléfono, ambos me causaron una extraña sensación de interrogantes.
Uno de esos mensajes, el del chat, decía: «Orlando, no me abandones» El otro, el del teléfono:
«Estoy viva, acuérdate de mí, ni mi hijo me llama y para mis hermanos no existo»
No niego que pensé; -no tengo el espíritu o la condición de ser paño de lágrimas-. Pero luego, más repuesto del impacto, medité saliendo de mi entorno individualista y me dije que esos llamados son un signo de soledades no educadas. Creo que pocas personas resisten la soledad sin sufrimientos, sin esas sensaciones de abandono y de olvido.
Ambos mensajes provenían de amigas con las que nunca tuve una relación de intimidad más allá de la simple amistad o ciertos lazos lejanos de familiaridad o de relaciones artísticas.
No creo ser el más cercano a estas dos amigas, pues no soy tan sociable como debería ser. Eso me indica que el abandono e indiferencia de los familiares e íntimos, (no sólo de estas dos damas) es más grave de lo que se supone.
Conozco el temor que infunde en otros la soledad de algunas personas. Hace ya unos años, y enamorado de una amiga, la invité a mi casa para que viera algunas obras pictóricas (esa fue la excusa) y luego de dar un recorrido me preguntó: «¿Y tú vives solo en este casón?» Como es natural le expresé que sí. Recuerdo que su rostro reflejó temor y dijo:
«¿Cómo es posible?» Le respondí explicando que son situaciones coyunturales, cosas del momento. Luego me puso a pensar cuando agregó:
«Es que uno se acostumbra. La soledad no es buena amiga».
Se retiró con cierta premura y en ese momento se perdieron las esperanzas de una conquista. Es un caso diferente al de mis dos amigas, pero ambos tienen en común el fantasma de la soledad.
El recluso al que mataron su soledad
Don Tomás era un recluso fornido, cercano a los 60 años que reflejaba en su rostro moreno cierta amargura, quizás producto de los errores que lo colocaron en aquella situación. El rasgo que lo distinguía de los otros era su soledad. Rara vez salía al patio o caminaba fuera de su pabellón. Pasaba su tiempo recostado en su cama o sentado leyendo un libro y en ocasiones me daba la impresión de que leía el mismo texto pues no veía en su pequeña mesa mas que ese, aparte de otro más pequeño que luego supe era un diccionario de inglés.
La cama de Don Tomás estaba situada a tres camas de la mía y me causaba cierta inquietud su situación, tanto que su aislamiento llegó a dolerme hasta el punto de que pensara en la forma de establecer contacto con él aunque fuera un tipo difícil de abordar (al menos eso era lo que yo percibía). Un día se me ocurrió acercarme a él con un cigarrillo y le comenté:
—Loco por fumarme este cigarrillo pero me pica la garganta.
Don Tomás se sonrió y me dijo:
—Úntale un poco de mentol.
—Sí, voy a probar —le respondí.
Luego de proceder con el experimento me acerqué de nuevo y le señalé que tenía razón. Aproveché el momento y comencé a conversar con él de temas triviales como el clima, la sequía, la comida de la cárcel.
Me alegré pues se había roto el hielo y en los siguientes días pude hablar ya de otros temas, como por ejemplo la ausencia de visitas en su caso. Me decía que lo visitaban con frecuencia pero que al observar el trato que recibían sus familiares decidió pedirles que no volvieran más al penal y pidió que le enviaran por otra vía cualquier cosa que quisieran.
Ese dato me puso a pensar y decidí también pedirle a los míos lo mismo. Luego lo comenté con él y le agradecí el detalle a pesar de que esas visitas eran de las pocas cosas que un recluso esperaba con ansias. Trataba de animarlo a salir al patio y me decía que estaba cansado de todo, eran 9 años y medio de reclusión y había perdido la fe y se sentía sin fuerzas.
Señalaba que «por lo menos tú te entretienes con tus lápices y tus dibujos y veo que estudias. Yo era comerciante de víveres y nunca me interesé por más nada. Nada mas que por mi familia»
Un día, coincidente con una de las fechas en que se concedían indultos, vinieron unos carceleros a buscarlo y le pidieron que recogiera sus cosas pues le había llegado su libertad. Él se sorprendió de tal manera que el nerviosismo se hiso dueño de su persona y no atinaba que hacer, algunos reclusos se acercaron a felicitarlo y ayudarlo a empaquetar las pocas pertenencias que tenía. Luego se dirigió a la salida del pabellón dando pasos torpes y los policías sorprendidos lo tomaron de los brazos al momento en que se desmayaba. Más adelante hubo que llamar a los camilleros para sacarlo del penal.
Lo último que supe fue que lo trasladaron a un hospital en dónde falleció de un derrame cerebral.
El libro que constantemente leía aparte del diccionario de ingles era Juan Salvador Gaviota.
En busca de tristezas
Será que salgo a las calles con la mirada de escritor en busca de la tristeza. No la busco expresamente pero la encuentro y entonces la sigo descifrando ya con los ojos puestos en ella.
Y se repite a cada paso que transito, no importa que las máscaras la oculten parcialmente.
Hago la diferencia del antes y el después. Antes era obvio que la tristeza se mostraba; este es un pueblo triste a pesar de disimularlo en cherchas y botellas, algarabías que son un desahogo pero que no se perciben así ni siquiera por los protagonistas y mucho menos por los espectadores.
Ahora luce una tristeza más real y auténtica pero no por el monstruo en miniatura que transita por el mundo ni por el miedo que se inculca a través de los medios. No, el monstruo ha definido la frontera de lo aparente y lo real, ha logrado que se comprenda en realidad el porque de la existencia paupérrima y vulnerable de este pueblo.
La misma violencia muestra su cara triste: decenas de asesinatos de mujeres y suicidios de sus asesinos han roto los records de años en pocas semanas. Pero no es a esa tristeza a la que me quiero referir, es a las miradas que van tropezando con la tuya, reflejos de una existencia disconforme consigo misma.
Desde mi balcón también la noto en los pasos de gente que transita. Son pasos apagados, familias cuyos colores en sus vestimentas te hablan de tristezas; en la palidez de los bultos y cosas que llevan a cuesta no se percibe otra cosa. Creo que hasta los no videntes dirían «ahí van gentes tristes» y no por el sonido de sus pasos sino porque podrían agregar «y sus vestimentas pueden ser grises».
No hablo de personas pobres o menos pobres o incluso sin pobreza. Hablo de una población que padece una carga de ignominia y de insensatez y aún no sabe cómo despojarla de sus hombros y qué pasos dar para recuperar la felicidad, aunque sea a medias.
Debería poder eternizar la voz de donde nacen tus diluvios desembocando en mí, deletreando los torrentes de versos que desaguan en los amplios bancales de mis senos.
Discurre entre tus manos la ternura del mundo y por las mías la procesión nocturna de estériles palabras.
No te alejes pues mis versos-semilla se han perdido con las cosechas de los tiempos áridos y no tengo más nada que ofrecerte para saciar el hambre de tu espera. Sólo puedo llevarte hasta mis bosques, al árbol donde irrumpen los misterios de mi espíritu fiel en pie de llamas.
Hoy me acerco hasta ti para que siembres mis sueños de azaleas porque tengo mucha niñez mezclada con la greda, mucho frío en las manos y no sé dónde puedo llegar con el tumulto que produce tu boca en mi energía
Toma mi mano y guíame al silo donde guardas tus cosechas.
Introversiones
Vivo con avidez este presente que sólo en mí se fragua, beso apenas las huellas del pasado que en mis venas transitan con su lengua irreverente.
Borro las cicatrices de mi frente para no recordar y a duras penas intento transcender en las arenas del río del que soy eterno afluente.
Y me invento horizontes de esperanza vistiéndome de roca en mi paisaje de subterráneos pozos artesianos.
Y me bebo la vida por si alcanza la intemperie que llevo de equipaje a retener el tiempo entre mis manos.
Nuevo ciclo
La luz por mi paisaje de humo viene inundando mi otoño. A su llegada toma conciencia de ser luz y luego anida en mis ojos abiertos. La claridad desnorta el canto funeral y los oasis del éxodo y los días de mis sombras y árboles me envía, telegramas de música apacible. En la memoria, para acunar el sol suena una estrofa, no importa de qué música, que el túnel de mis miedos desescombra.
Comienza un nuevo ciclo luminoso. Fueron ríos, senderos, muchas horas de nostalgia y de espera. Por los grandes agujeros del llanto y por las lomas va penetrando el ánimo a raudales y me cierra caminos hacia el Gólgota.
Late la vida en mí, miro al invierno volviendo a ver la vida que revive y comienza otra vez, luz adelante lo mismo que una tromba de sol en mis palabras, de alegría que vuela las cenizas de mi historia.
Debo aprender a vivir con ello. Oh, si pudieses ver lo que yo veo hasta el punto fatal de poder decir “oh” sin que suene estúpido, todo sería diferente. Pero, es como el día antes de las operaciones, como la víspera de todo, como lo dije, porque estuve ahí, hay que vivirlo, no para contarlo precisamente, sólo para saberlo.
Estuve en 101 y en 217. A mi modo metré la prosa, y me llené de presiones por todos los costados, haciendo del exceso mi bandera y, de la incomprensión, mi ladera. Y qué magnifico cómo llegué a agarrar curvas! Cómo me puse al límite, entre dudas y desconciertos, y siendo extranjero.
Ahora es tiempo de no releer, de no repasar, de no ponerme en tela de juicio. Como dice la letra «debo confiar en el sonido, es lo único que tengo». Si te fijás en cómo tiembla la mano de Kelly y en cómo tiembla la mano de Christina, y no es fijándose, sino que los ojos se te van al detalle, como se van los ojos de las mujeres en miles de detalles que no sirven para nada que no sea para catalogar lo que no estará en un catalogo jamás.
Un tiempo de duelo? De sólo cerrar sin abrir signos de interrogación? De mezclar el inglés con el español? De preguntarse si es “español” o “castellano”? O de decirse “me chupa un huevo”. Es tiempo de que salgamos con otras personas? Juas!
Sin culpables es mejor. Dejarlo pasar, dejarlo ir, permitirse el escape. Porque, en verdad, pienso que ya ha sido demasiado.
Día dos
Exagerar lo estrictamente real hasta caer, y caer hasta comprender el verdadero significado de las fases. Uno puede pasarse años al borde del paso, del salto, dando vueltas y más vueltas, postergándolo todo, pero, finalmente, toca siempre la hora del sacrificio cuando hay talento para ello. Es apetecible hacerlo? No, porque el resultado no es inmediato y entonces se produce lo que se llama la noche oscura, o, bien mirado, todo parece oscurecerse aún más, porque se apagan las lucecitas que venían alumbrando los caminitos circundantes al camino.
Ser solitario no es estar solo, y estar solo no significa ser solitario. La soledad es un concepto apenas asible más allá del propio sentimiento cuando entran en juego el montón de sentidos disparados y apuntados en una dispersión sostenida por uno mismo, porque la verdadera soledad genera angustia y ansiedad en un primer momento y, sólo después auténtica calma. Cerrar los ojos y tender la mano en disposición a recibir la fuerza, de eso se trata, una lucha, en donde la variable que quiere hacerse carne es la culpa, siempre la culpa.
Cuotas de placer versus equilibrio, y un equilibrio de balanzas cuyo fiel es una espada ciega y cuya base es el esfuerzo. Cómo entonces la risa? La risa era mentirles y mentirse de cuando en vez la sensación de vacío en la certeza. Esquivar el paso en falso y no dar ninguno, hacerse tajos pero sin llegar a amputarse nada; apartarse pero sin alejarse, no llegar a cortar el cordón umbilical y mantenerse ligado a un resto que no es el de Amós, sino ese resto personal que uno ha elegido a lo largo de los años por A o B.
Tengo la boca seca y puedo pasar cualquier prueba de alcotest. Pero ando por el suelo, buscando las migajas del alimento que cayó del cielo mientras miraba a otra parte. Es cuestión de dejar de ahogarse en los estanques buscando rescatar la luna para entregársela a nadie, abandonar la cobardía de no pertenecerse más que en estallidos de euforia y arranques de inteligencia y ser al fin uno en la locura de los cuerdos. Asumiendo los pestañeos eléctricos, las señales, los sueños, como piezas dispuestas a ser ordenadas por quien se anime a intentarlo, sabiendo que al final posiblemente lo único que podría llegar a ordenar es a sí mismo. «Buscas el orden, Araña Verde, pero sólo encontrarás la verdad».
Cinco – Para Silvio
Deberías poder entregarte de pleno al placer del dolor extremo, y sentir con sencillez el inmenso y absurdo vacío que genera la ausencia de ese alguien que con su cuerpo y su mente te hizo integrar de tal modo la realidad que llegaste a comprender la intensidad del azul por sobre los demás colores del día y de la noche.
Deberías ser capaz de susurrar su nombre a una misma hora de la noche, por el resto de lo que te quede de fuerzas y esperanzas, y así traerle de vuelta un poco a tu lado sin que nadie nunca ni lo imagine, ni lo sospeche, generando un ritual íntimo y preciso, donde símbolo y significado se fundan con claridad en el fondo de tu voz callada.
Deberías diseñar laberintos nuevos, recomenzar y continuar, uniendo lo nuevo a lo antiguo, haciendo de la búsqueda algo más que una alternativa, religión plena que en un extremo tiene tus palpitaciones y en el otro una idea que aún confusa sea capaz de sostenerte en las horas del presente, este presente de hierros oxidados y trincheras arrasadas de olvido reciente, impuesto, como la imposición del desierto sobre la ciudad.
Deberías beberte a Auden y a Storni en un solo cóctel demencial que presione tu corazón hasta la desesperación más silenciosa y te vuelva los ojos angustiosamente sinceros, para desde ahí recordar y volver a proyectar cada minuto de gloria que lograste merced a su compañía, erigiendo la dimensión verdadera del muro que desde hoy y hasta un nuevo verano imposible te separe de todo, y de todos.
Deberás volver a tu cifra, recorrer cada curva del cinco, vivir y revivir la distancia de todo cambio de trayectoria, de todo ir y venir para estar siempre de ida, y entonces, como hace tantos, tantos atrás, volver a respirar con la tranquilidad de los solos llenos, y no con la efervescencia de los acompañados de engaño; volver al espacio de una hoja de papel impresa y desestimar el abismo de un corazón bordado.
Podría porque es fácil meter sexta y huir de lo que me repele cuando miro por el ojo violeta de mi última amatista, y entrar en la tertulia de lo etéreo.
Podría unirme al coro de malditas con mis obras completas y la desilusión como estandarte.
El cómo es lo de menos -siempre hay formas- pero el porqué no es nunca suficiente, salvo que el egoísmo de ser tú -en exclusiva tú- rompiera cualquier lazo con la tierra, que allá se las apañe con sus contradicciones y sus poetas únicos y con su paradoja de dolor sublimado y con sus ideales opiáceos.
Podría cualquier tarde
en la que Plath o Sexton o Pizarnik o Teasdale o Storni
-mientras hago un sprint bajo la ducha- me hablan del vacío existencial con un frufrú de seda en la palabra y la mirada vacua y el sarcófago flotando inercialmente sobre el tiempo, y casi me convencen de que el mayor error es seguir viva matándote por otros.
Ninguna derrotó al Arcángel del Tedio ni sedujo a sus dioses de papel ni mató sus demonios interiores. Yo tampoco.
Estar cuerda no siempre resulta ventajoso porque duele el espíritu y acaba resentido, pero soy algo más que el aura negra de mi farsa poética.
Yo soy mi rebeldía.
Detener el tiempo
Vas a heredar mi boca cualquier día, esa naranja amarga de adulterio, mi lengua de tormenta que incisiva hace crujir las gavias de tu aliento.
Heredarás mi voz de jarcha y sable, mi cetro de cristal, mi amor sin dedos, mi astucia de tarántula perdida en la vasta inquietud de los espejos.
Mi látigo de seda, la distancia que va del corazón hasta los huesos, la hondura roja y gualda de mi idioma bajo el azul y blanco de tu verbo.
El pulso de la luz con que destella el nombre que le puse a tu misterio, los confines del Norte que limitan con mi fatalidad de oscuro enebro.
Vas a heredar las cartas del ayuno, las horas de vigilia en el trapecio donde colgué tu sol dilapidado en el calor de mis poemas muertos.
Cuando te lleguen a los ojos, cava una fosa en la tierra de tu pecho y olvídate de mí en el instante en que me entierres cerca de tus miedos.
Cuando sientas que el aire huele a rosas será que han florecido los silencios.
Lengua de sol
Qué cerca estás de mí, vida, qué cerca, qué hondo me penetra tu palabra, con qué fuerza tu fuerza me esclaviza y con qué levedad me pone alas.
Nadie espera de mí, vida, que amarte sea como saltar las alambradas de la calamidad, nadie supone que tu hombría asesine su algarada.
En qué cenote oscuro me verán nadar contra corriente turbias aguas, que no imaginan, vida, que estoy viva sobre la curvatura de tu espalda.
Duele la claridad aparatosa de tu lengua de sol en mi ventana.
En esa serenidad rústica nos volvíamos antiguos como amuletos. Algo nos había transformado en domésticos, adaptables y plásticos ante las inclemencias, lejanos a los truenos y a las rutas de hormigas sobre el banco de piedra de un jardín en las afueras de una ciudad vacía.
No esperábamos nada. Estábamos ahí, sencillamente, como perros tostados que se ocupan de bostezar al sol convencidos de que ciertas cosas nunca llegan.
Solos.
En esa precariedad descomunal, a veces, nos ocurría la presencia de un niño.
Llegaba hasta nosotros como un soplo y nos observaba como a seres de zoológico. Luego se iba. Regresaba un buen rato después con otro niño y se detenían ambos a mirarnos. Nosotros seguíamos allí, en la jaula de nosotros mismos, dejando discurrir la soledad sobre aquella intemperie desorientada y trágica en la que trabajábamos con vocación de ruinas.
Al fin, aprendimos a jugar con los niños. Nos devolvieron un trozo de la curiosidad y un pedazo mordido de alegría que nos alimentó durante meses.
Los hombres eran duros como nosotros, pero como nosotros, en el fondo, parecían, ellos también, niños.
Punto de mira
Piensa, mientras regresan trayendo los muertos a hombros por la piedra, que la devastación le ocupa sus lugares rotos.
La devastación es el anfitrión de sus eclipses. Se acomoda en sus sombras con su gesto de sombra ungida con todos los poderes del silencio. Sabe que él no le hace falta. Sabe que es su costumbre para no dormir sola en esos inviernos interminables, mientras, como una gota de frío, se acurruca en su propia redondez humedeciendo de tacto las aristas de los hombres.
Él ya no es dramático si alguna vez lo fue. Los dramas le enseñaron a ser parco de asco y a ser parco de amor; nadar en una yuxtapuesta indiferencia a contraluz de la fama y de la gloria, hacia la oscuridad de su consigo; dejarse a la deriva de las músicas que escucha solamente él, porque las músicas son recuerdos sonoros de tantas cosas que han enmudecido y se enmohecen en su estado de ser.
Piensa en esa falta de catástrofes como en su gran catástrofe. Ya no le asusta ni siquiera que no lo asuste nada y ha perdido hasta la codicia de sorpresa. No le causa sorpresa que no lo asuste nada de toda esa devastación incalculable.
La soledad metódica es un vicio de todos por allí.
Alza los ojos al espacio grávido e inconmensurable de aquellas montañas pero no siente el cielo.
Como ellos regresaban con los muertos, desde el valle, los niños regresaban con las cabras.
Vieja carta sin destino aparente
«Recuérdame, amor mío, que te escriba una carta hecha con aves rubias. Una carta con aves y conejos de color caoba que disipan el sol y alzan espacios de polvo fabuloso.
Recuérdame que escriba sobre las contingencias de tus pies diminutos en la nieve, cavando los caminos de regreso con aquellos zapatos mínimos que parecían botellitas de sangre. Eran rojos tus zapatos como mis vendas rojas y como las frutas pequeñas y redondas que recogías entre las zarzas áridas. Come, decías, son dulces como pequeñas gotas de alegría.
Tu alegría era roja igual que una manzana. Tu alegría era una mancha roja que mordía mi pecho herido y pálido, y se deslizaba como un río rojo pintándome singladuras de pájaros en un paisaje donde no había nada.
Recuérdame, amor mío, como eran las tardes milenarias junto al fuego en la estufa y tu perfil de claridad contra la curva hostil de la floresta. Dame esa mansedumbre de tus ojos de hembra de gamo que se oculta del oso y la sonrisa por detrás del ala de tu cabello suelto.
Ya no recuerdo más que el olvido. He perdido el nombre de las flores que juntaban tus manos y no sé nombrar el zureo de las palomas que llegaban al pan, de tarde en tarde.
Recuérdame tu boca. Recuérdame tu lengua. Recuérdame las aletas de tu nariz al borde del enojo y la fecundidad de tus pestañas frente al llanto.
Recuérdame tu aliento y tu silencio y el suave derrotero de tus caderas presas en mis manos y ese fondo lacustre de tu aroma ungiéndome la boca.
Recuérdame que me recuerde siguiéndote el cabello como un perro y la aventura de los viejos caminos en las cumbres donde las piedras cantan hondas voces de agua.
Recuérdame, amor mío, si acaso soy aún esta soledad que no ha cambiado».
Terminé de escribir la carta que me había pedido para su esposa y mientras se la leía, mi compañero sin manos murió sonriendo. Yo lloré.
Mi viejo color rosa ha madurado hacia el fondo de mí y este que uso ahora se me parece más porque tiene esa impronta a cocimiento que lucen las cazuelas esmaltadas.
Soy ya de arcilla bien modelada y firme, un cuenco para sopa en el invierno, un ánfora de agua, un plato con un guiso suculento
y así degusto a solas mis manjares.
Ya no convido a cuanto peregrino da golpes a la puerta de mi mundo ni a tanto trashumante trasnochado buscador del pastizal de altura.
No creo en los mendigos que sollozan males de amor ni en otros mendicantes que ruegan por apósitos.
Tuve mi etapa de credulidad porque quise creer.
Pero las tonterías tienen las patas cortas igual que las mentiras.
Ambas nos hacendaño.
Eva Lucía Armas
Tu color
Me gusta tu color Dios bien lo sabe, tu color de princesa sin corona sin trajes ni aspavientos. Tú me gustas porque tu voz convierte mis angustias en divino placer.
Tú mi amapola, tú el bolero mejor de mi vitrola.
Me gusta tu color: mi Dios lo sabe.
John Madison
El hombre en el balcón
El hombre en el balcón arroja incienso a la calle poblada de guirnaldas y festeja en la sombra a las estrellas que le ocupan la voz y la garganta.
El hombre en el balcón canta en silencio con voz de sol tallada de guitarra y acróbata en el aire teje espumas desagregando olas en fogatas.
El hombre aquel en el balcón me gusta porque su voz es indisciplinada pero alza vuelo sobre malos vientos o se duerme en las noches de las playas cuando se terminaron las gaviotas sobre el clamor del agua.
El hombre del balcón tiene en la lengua todas mis amapolas desangradas.
Eva Lucía Armas
ORÍ
De vez en cuando el hombre de los versos perdía la ilusión por la palabra y marchaba a su reino, con sus muertos, a llorar en silencio sus rondallas.
De vez en cuando el hombre de los versos dejaba de ser hombre, no era nada.
Y como ocurre (siempre) en las historias escritas en el libro irrevocable de la vida, llegaba a la discordia del hombre azul de boca insoslayable su mujer en espíritu, su novia su mustang cobra mágico, su trance.
La dueña de su *Orí, su pan de gloria, su deuda no resuelta irrecordable.
Llegaba esa mujer y recogía sus lágrimas de Juan Martinez Frágil y a golpe de romance construía un nuevo corazón, un nuevo mástil una nueva galera, un Juan vigía para ahuyentar las voces de las banshees.
Llegaba su mujer: Eva Lucia, con su amor de vestal insobornable.