El tiempo pasa, vida, se asoma precavido a mi intemperie por intuirte páramo a lo lejos y se nos va nublando a medida que avanza sin mucha convicción.
El tiempo-incertidumbre-holocausto-pandemia como un virus dubitativo y frágil se persigna al rozarnos, murmura vade retro como si nos temiera
porque dejamos de reivindicarlo porque dejamos de pensar en él
y hasta de esperanzarnos en sus ojos de lluvia.
Ya sólo creo en ti y en tu no-tiempo adicta al sinfuturo de tus labios que todos mis silencios justifican.
El tiempo pasa, vida, y no me importa. Con esta terca voluntad de amarte, me olvido de que existe día a día.
Un mundo de metáforas
A veces, junto a ti, me ataca el desconcierto por esa diferencia de tu tacto y mi tacto e invento la caricia y el golpe y el exacto instante de atraerte a puro cielo abierto.
Por esa diferencia de tu boca y mi boca es que gestas las guerras que enamoran al labio y el verso que seduce, enardecido y sabio, de tu lengua a mi lengua se agita y descoloca.
Porque somos distintos de palabra y de gesto, de ojos y mirada, el instinto me apuesto para desentrañarte sin un roce de piel.
Un mundo de metáforas con el rostro velado no oculta la certeza de saberte a mi lado el más hombre del mundo con carne de papel.
Armada
Tal vez desilusión, no aburrimiento.
Jamás me aburro yo conmigo misma, me inauguro portátil, voy y vengo y me sobra talento armamentista para partir de cero en cualquier guerra, al no soñar con tierras prometidas.
Mi territorio se abre en el presente sobre el páramo azul de la inventiva.
No soy de las que lloran el pasado negando la pasión de cada día, porque lo que me gusta es el camino, la huella de los pasos, la genista en la cuneta donde duermen tantos sobre sus cuerpos yertos invasiva.
A ninguno le debo un mal capricho, ninguno me ha dejado malherida, lo que me dieron di, siempre sobrada, y al irse pasé página deprisa.
Mi lealtad se ajusta a lealtades que no terminan más que con la vida, el resto ni me mueve ni me importa ni consigue borrarme la sonrisa.
¿Aburrimiento? No, ni estando muerta. ¿Desengaño? Quizás, por estar viva.
Pero es lo que estoy, viva y armada hasta los dientes con la poesía.
Te adentraste en mis bosques, trajiste el paraíso y el autobús del día, las lanchas de tus labios y el corazón unánime. Andas por mis pestañas sin exigirme nada. Callo y anida el tiempo en mis ojos azules.
Tal vez no pueda nunca regresar al calor, a la ribera suave de los pájaros a la fruta de barro que taponó la aurora, a esas iniciales grabadas en mis ojos.
Pero tú me escanciaste como un vaso de sol y fuiste el primer árbol que se quebró en mi pecho. Embalé mi destierro. Me lloraban las calles, el camión con mis muebles traspasó la vendimia, pero tú me conduces. A tus fuentes me llevas.
No me diste la luz. Si la hubiese atrapado con mis manos entonces yo sé que en mis retinas vería mariposas y un ancla bajo el agua de mi cuerpo.
¿Y por qué no encontrarnos de nuevo en las murallas de la noche los dos, rescatarnos el día, ver si podemos juntos adelantar tormentas?
Por mi esperanza cruza tu recuerdo de música al desvestirme selvas esenciales, y tengo el dolor de la nieve, la madurez salobre de quien atrapa barcos con sus manos de piedra. Cuando pasen andenes te seguiré mirando.
Mi meridiano eres. Tanta melancolía se albergaba en mi acento castellano. Fuimos desmenuzando palabras interiores. Por entre el diccionario con mi paraguas rojo impediré que caiga la nieve en tus pupilas.
Yo ciega voy de amor, sé tú mi lazarillo.
Instante decisivo
Miradme aquí, en piedra convertida, exhausta de silencios y ciclones, coronada de inútiles razones a causa de una nueva arremetida.
Observadme en el tiempo detenida enlazando palabras a jirones, sombras de soledad, crudas lesiones que acunan el sabor a despedida.
Mas no lloréis la ausencia de mi viento ni toquéis el poema que os escribo bajo el soplo desnudo de mi acento.
Que en la nada de un verso sigue vivo -con la sangre y la sal del desaliento- el reloj del instante decisivo.
El arpa de mis ritmos
Os dejo la palabra en mi verso truncado y este fulgor que intento mantener encendido para que los senderos no se llenen de sombras cuando la sombra venga a cebarse conmigo.
Os dejo un arcoíris de voces traspasadas por el ardiente dardo del poema maldito que se encona en el alma, madurando en la mente y rompe las entrañas cuando quieres parirlo.
Os dejo cuanto tengo: mi alforja de palabras y este viento que, a veces, me aúpa al infinito con el ímpetu firme de sus alas amigas para hurtar los azules que me fueron prohibidos.
Me marcho como vine, desnuda y sin apegos pues no escalé montañas, pero sé de los riscos que cercaron mis huellas con ortigas malignas cuando aventé canciones por todos los caminos.
Recordadme si os place, y si no, silenciadme. Sé todo cuanto os debo y cuánto he recibido de este afán que me tiene atada y bien atada al querencioso potro del verbo y su destino.
Si me queréis gritadlo frente al mar de mi tierra. Os dono para siempre el arpa de mis ritmos y el amor que me crece en los espejos mudos del poema sangrante y mi triste delirio.
Te podría decir que nada escondo que se pueda pudrir en mis adentros y me doy al poema en carne viva, despojado de piel todo mi cuerpo.
Te podría contar lo que en mí mora que enturbia mi razón, mi sentimiento, y sale desbocado por mi pluma volando al infinito con mis versos en pos de la anhelada fantasía cuando mi vida es todo desconcierto.
Te podría nombrar miles de cosas de cruda realidad, de dulces sueños que me anublan las luces de mi mente y me ponen en sombra el pensamiento.
Te podría explicar que ando desnuda para dejar los males que acarreo prendidos a un saliente en una esquina y abandonarlos solos a sus fueros, sin que vuelvan a mí de ningún modo, que no habré de acogerlos ¡no los quiero!
Escribo en carne viva, ya lo sabes, mostrando lo que está dentro del pecho.
Muerte por aburrimiento
Lo mío ya no tiene compostura y va pasando el tiempo sin remedio. No sé si brilla el sol o todo es sombra, con el desgarro se me estanca el verso en una poza llena de cuchillos y el poema me sangra hasta los huesos.
Porque nunca nadé las superficies en lo profundo por asfixia muero sin querer. En lo más hondo de mí, de todo lo que escribo nunca encuentro esa vena interior que me reviva -estoy viva quizás, aún no he muerto- y me saque del fondo de estas aguas y me implante unas alas para el vuelo.
Quedo en mí con mi verso, anquilosados los dos vamos muriendo en este encierro uno al lado del otro, sumergidos en este fuego frío, en este infierno donde vuelan al aire las cenizas de un ardido furor. Mi aburrimiento, a falta de ilusiones que lo animen, cabalga por la vida por sus fueros y al cabo viene a ser como una muerte, partículas de mí siempre al acecho.
Yo sé que a veces hinco la rodilla en la tierra y que entierro en el pecho la cabeza afiebrada por imaginar cosas que podría decirte a solas y en la umbra, como alguien sin mañana.
Pero soy un silencio que se remuerde solo con vocación inhóspita. Una bestia esteparia que busca entre las cuevas secretas de tu especie la especie que ha perdido su espíritu de llama.
Aúllo y te reclamo con mordiscos de lumbre, tu acerico de ausencia se me clava en las plantas y soy el caminante que ha extraviado un desierto y rebusca en su sed el agua de la lágrima.
Al fin y al cabo, a solas, sin tantos artilugios asesino entre verbos mis mundos de metralla y, como ves, inclino mi arrogancia señera a la rienda de seda de tus manos extrañas.
No me acaricies, hembra, que la melancolía de no haberte tenido, me llena de nostalgia.
Gavrí Akhenazi
A veces soy sufe si, de repente, le arranco la espoleta a una granada y detona al chocar contra mi boca y me llena de esquirlas la garganta.
Otras veces no soy más que el colapso de la buena intención y su mirada se pervierte en la sádica tortura que quisiera infligirme en la distancia.
Se ha vuelto vulnerable con el tiempo, quizás por sus insólitas jugadas.
Aún prefiere andar bajo mi lluvia sin pedir el cobijo de un paraguas, porque le gusta amanecer mojado cuando son secas otras circunstancias.
Yo soy el putching ball que absorbe el golpe cuando su corazón se desbarranca, pero crece en el verso si me nombra y se excita, varón, si medescalza.
Morgana de Palacios
A veces soy así y a veces lento, gravito en tu pasión como la escarcha que te nieva entre enero los azules y desde tus azules desbarranca su ligereza inútil y su nimbo de insospechada claridad humana.
Estás de pie en el mundo como el tiempo recorre el universo y lo equipara y nos volvemos hitos planetarios que van ajusticiando las palabras porque tu boca clara marca el rumbo del que se aleja hostil, mi boca amarga.
Que he cambiado, lo sé. Sé que he cambiado. Que ya no soy aquel que sí mataba al enemigo y luego, victorioso alzaba la cabeza cercenada y la echaba a los pies de tus trofeos en la vieja cuneta de las ansias.
Cambié. Me puse bueno y metafísico, contemporizador y mano blanda, pero si alguien te toca, te aseguro que la bestia me habita aquí en la rabia y me vuelvo aquel malo ingobernable que doblegó tu mano, sana y salva.
Gavrí Akhenazi
En tu mapa vital las cicatrices marcan los aspavientos de la suerte, los dolores y los retorcimientos que tocan las mujeres con dedos temerosos y labios indecisos cuando aún no penetran en tu mente.
Son tantas las grabadas en el tiempo de las escaramuzas en los frentes, que casi no recuerdas ni tú mismo si son un tatuaje en las paredes de la piel maltratada por la vida o es la propia vida quien dibuja vaivenes sobre tu cuerpo enjuto acostumbrado a engañar a la muerte.
Yo que guardo las mías donde nadie las ve, sé que las invisibles en ti son las más fuertes, las que nadie sospecha que puedan existir y las que más te duelen.
No has cambiado tanto, sigues siendo el soldado que camina en la sombra con el alma en los dientes. Sentirte solo es parte de la ferocidad que te nace en el vientre cuando la indiferencia ajena por el mundo se te vuelve un parásito evidente.
Al final no eres ese ni el otro, eres tú, exactamente tú, profundo y breve.
Morgana de Palacios
En el rito vital la coincidencia nos devolvió a rutinas despiadadas y en un desequilibro, desvariadas, nos atrapó su suave incandescencia
Podemos resumir nuestra indecencia en las imaginarias desaladas de dos extravagancias extraviadas al mundo peculiar de su inconciencia.
A veces vos sos fénix, yo soy cobra. Para llevar la identidad del sino: míticos bichos presos en la obra.
Existen, más allá de ese destino con que enfrentan el pecho a la zozobra, tu corazón de miel y mi asesino.
Gavrí Akhenazi
Mala para tus ojos, porque te gusto mala, mala de malitud, de naturalescencia, mala por revolverte, por disparar la bala que te acierta en el centro de la circunferencia.
Mala por alumbrarte, malérrima bengala con fuegos de artificio los días de abstinencia, por no rendirme nunca al Coronel de gala y excitarte los ojos con mi concupiscencia.
Mala por estar viva y provocar tu celo, por servirte en bandeja la erótica del velo que enigmático cubre mi voz que se regala.
Por aguzar tu ingenio para los desvaríos y hacer que de tu boca promiscua fluyan ríos de poesía libre, me has bautizado Mala.
Morgana de Palacios
Después, para tu boca, el vendaval del hambre que te estalle en los senos de prédica madura y que tu vientre curve la fuerza de la sangre sobre el vértice inerme de mi fiera premura.
Cabalgar en el tiempo de la boca sonora como en una marea de ansiedad matutina sobre el sabor antiguo de la primera hora en que la piel se vuelva desnortada y canina.
Que el hambre me revuelve la lengua del deseo y me imagino intensa la curva en la que encallo mi percepción del día verdeciendo en tus ojos
de mar alucinado, de fiera y el desmayo de tu labios lamiendo la sed de mis despojos. Así es como en mis sueños tu corazón poseo.
Gavrí Akhenazi
Despedirme de ti no entra en mis cabales. Lo que me das no hay oro que lo pueda pagar. Contigo soy la monja que mira el lupanar con ojos de pecado y lengua de abrojales.
Ríes el tour de forçe en los ceremoniales con que me incitas lúdico para poder llegar a la carta más alta que se pueda jugar en el juego asesino de las reglas morales.
Te empecina saber que no me entrego como tantas, sin lucha. Tu estratego inventa escaramuzas cada día.
Pero yo no claudico ante tu trato pues sé que sale caro lo barato. Lo nuestro es una hermosa guerra fría.
Morgana de Palacios
Y es una guerra al fin y en toda guerra como aquellas que -alzadas en tu nombre de maga impenitente que colecciona a sus amantes muertos en cunetas sin agua- han emprendido viejos caballeros de armaduras inermes (y de lenguas rabiosamente trepadoras), nos debatimos el judío amargo que sobrevivió a Masada porque le resultó una afrenta suicidarse y la hija del vértigo profundo sobre el peñón de Avalon.
Te bulle el África caliente en la saliva y en la sangre hay derbakes milenarios que te agitan el tiempo y la indocilidad y esa hembra chita que camina sola y devora a sus presas con una lengua suave y seductora y unos dientes de presumir sonrisas.
No sé si me elegiste porque no había otro bicho más extraño a la mano -ya que este reino siempre tuvo su colección de fáciles rarezas intentado subirse por tus muslos-
pero yo sigo, perduro, persevero
porque, en realidad,
tengo un espíritu de Cancerbero insobornable, capaz de enfrentar hasta a sus propios muertos si se acercan curiosos a presenciar la historia que vivimos.
Dos, porque somos dos y siempre dos en un único, guerrero y épico país desconocido que ha perdido su nombre de batalla y conserva la esencia de su paz tantísimas veces malograda
igual que un talismán que llevo al cuello como si fuera mi primer medalla.
Gavrí Akhenazi
Te agradezco la noche sin pausa, la escritura, la luna rielando en los mares de arenas cuando sembramos juntos alegrías y penas en el amplio desierto de la literatura.
Te agradezco la luz que alumbró mi ventana, la amenaza de sol de tu lengua de sombras, el sentirte reír cada vez que me nombras y el empecinamiento en besar el mañana.
Nadie podrá decir que haya sido fácil llegar donde tú estás, airoso y grácil, tras avanzar a muerte abriendo brecha.
El objetivo es hoy tu cita con la vida. Vivir en esa tierra prometida todo lo no vivido hasta la fecha.
Más que por depredar, te da por colgar trampas en las que yo me tumbo y te dejo que vengas por un entrelazado de sugerencias cautas, sigilosas y arácnidas que finjo me silencian.
Hago de lo que muestras mi fiel anhelo hilado y en su interior calculo su extensión y su peso para con ese temple fisurarlo de un tajo con el filo que esconden estos hierros de reo.
La cazadora, presa de mi punzante lengua, ahora me suplica que la aguijone a versos pero sin dejar marcas, sin que queden mis huellas. No sabe que callado, mato negando besos.
Mi Tierra Media hasta que llegaste
Me llevaba el placer de la carne espasmódica en mis tiempos de búsqueda fiera de sexo, en un tiempo de odio al querer y a mí mismo, al pequeño que fui, a escribir y a los cuentos, al hurtar con mi trampa de cara de infante los amores sinceros de jóvenes cuerpos.
Y al final apareces y aprendo a quererme como siendo el espejo que enseña lo bueno de cuidar lo importante, el gesto y el hábito al igual que el amor que profeso a los textos. En silencio me das la paz de mis ansias que persiguen renglones por suelos y cielos.
Y regreso hacia ti con la vista cansada y en mi pecho una flor de inmediato recuerdo. Si me atrevo a dudar me despiertas la boca con tu voz que ilumina mi oscuro alfabeto que descubre y recorre tus ojos azules para sólo sentir y besarte un te quiero.
El tiempo posiciona la flor sobre el almendro, el agua sobre el cauce, la vida sobre el dueño, el ancla sobre el fondo, el polvo sobre el cierzo y todo queda en orden. Incluso el sentimiento.
El tiempo va imprimiendo su inexorable huella, el paso se hace corto y la ilusión pequeña, el cáliz de los sueños comulga con la ausencia y sobran las palabras cuando ya el alma tiembla.
El tiempo va marcando, lo marca todo él solo, el cuerpo, los cabellos, las manos y los ojos mas, deja estelas vivas, como este amor tan hondo que doy por bien hallado si me quisiste un poco.
La mar se lleva a los niños
Dijeron que la mar se llevó a los niños, que las golondrinas no saben luchar, que ella es centinela, cela su camino doblando la guardia con espuma y sal.
Dicen que las olas llegaron con fuerza a cobrar un precio por la libertad llevándose al débil, culmen de inocencia, para en los abismos poderlo arrullar.
No es del agua el crimen ni hay culpa en los brazos que fueron más suaves que un golpe mortal. No fueron las olas que se los llevaron ¡es la guerra que echa niños a la mar!
Es tanta la alopecia de mi lengua que ya no sé qué hacer para enmendarla, le pone trabas a cualquier dictado y expeditas le salen las palabras; se ha vuelto descarada y lenguaraz y no se calla ni «debajo el agua».
Tal vez debiera hallar una peluca que pudiera servirle de pantalla, de filtro en que colar las opiniones y no decir lo que le viene en gana.
Enseñarle a contar será preciso hasta diez, o hasta más, antes del habla, implantarle quizás algunos pelos que enmarañen el fluir de su alfaguara, que corren como un río sus ideas y vuelan al salir desaforadas con alas que han crecido con los años, libres de vestimentas y corazas.
Qué incordio de esta lengua tan desnuda acostumbrada a no pararse en nada.
Aun cuando un punto yo me dé en la boca en cuanto me despisto se me escapa sacando entre los huecos de los labios aquello que le está quemando el alma.
Idella Esteve
Parece, compañera, que tenemos un problema común con nuestras lenguas, un gen será quizás, que predispone a decir siempre aquello que se piensa y a veces me pregunto si tal cosa no debería ser lo que rigiera las conductas del hombre en todo tiempo y debatir de frente las propuestas.
Y sin embargo, no. La gente calla, oculta, modifica, omite, niega aquello que querría volver grito. Prefiere ser política y correcta, disfrazar pensamientos y verdades, acomodar la aguja y la respuesta, y luego el dije Diego aunque hubo digo, «me has entendido mal», «no es lo que piensas».
Tengo la boca floja, aunque de viejo uno aprende a leer en las tormentas y expone la verdad con raciocinio y le quita pasión a sus ideas para volverse claro, siempre firme en que su convicción es su bandera.
Mi lengua sigue igual, mis rebeliones la mantienen activa y alopécica.
Mira los crucifijos, todas las negaciones pulcras y desvirgadas, mira los desperdicios faltos de carestías, aptos y preparados para las sensaciones simples y sin estilo.
Si me observas en medio de la mierda que me envuelve sin lástima el hastío, y te ríes sin ganas o con asco del dolor que mi vientre endurecido convirtió sin apuro en el altar en que sangran las putas de mi niño…
es posible que entiendas la fatiga, la escena que relato mordiendo con mis pies el camino señalado a distancia por la sed de apareo que te nubla la boca con saliva de grito.
Yo me pauso, tranquilo, indetenible, sosteniendo las bridas de mi sino que humedece los fondos de tus bragas, esquilando almanaques enemigos, apurando mi vaso sin errores despeñando mis nombres en tu ombligo.
Por
Me conozco las sendas, las trampas y atajos que conducen al duelo terrible del hombre escapando del sino que busca su cuello, por captar con mis ojos y manos la noche renegando del día que exhibe su estrella y entender en la guerra el amor de los dioses.
Por sacarme los callos en clave de fa le adivino al poeta sus gestos mayores y al prosista sus tics de manual; lo de siempre, caminar a la sombra, en la luz, sin razones ni verdades, me tiñe el mirar de distancia que me acercan al solo y a todos sus golpes.
Por querer sin querer, tropezar y erigirme, saboreo el abismo que viven los pobres que pretenden cercar mis modales, mis formas, reclamando les mire el ombligo -las dotes- que suponen precioso, bellísimo… ¡mierda!
Yo me miro los modos, reviso mis bordes y mastico, ignorante y brutal, los vacíos que no pude llenar descollando en amores que regalo a las putas sedientas de huellas.
Quién pudiera ser viento que acaricia tu rostro. Quién la hoja caída que te logra tocar. Quién pudiera besarte como yo te besara -como chispa que salta, como llama en el lar-
Quién pudiera ser río que tu cara refleja y en sus aguas te mece con sutil suavidad. O la luna plateada que te envuelve en la noche, o este cielo de estrellas que te cubre al pasar.
Y quién fuera tu sombra aunque no puedas verme y quedarme a tu lado sin dejarte marchar. Quién la ola que llega a romper en la roca y te besa los labios con espuma de mar.
La niña pescadora
Una niña pescadora con su red se fue a pescar donde descansan las olas, en la orillita del mar.
En la cabeza un pañuelo, en el talle un delantal y en la cara lleva rosas con destellos de coral.
Echa la niña las redes sobre las aguas de sal y la corriente las mece como en un juego naval.
Cuatro peces ha encontrado cuando las viene a sacar y una blanca caracola que entre ellos fue a parar.
Acercándola a su oído un rumor cree escuchar, piensa que dentro hay sirenas que no dejan de cantar.
Lleva la niña a su casa ese regalo sin par y su madre le reclama: llévala, niña, a su mar,
que las sirenas son almas y solo pueden estar bajo las aguas azules; no las podemos guardar.
Y la niñita, apenada, la vuelve al agua a lanzar donde lanzaba sus redes, en la orillita del mar.
Veinte años han pasado en su rostro y en su hogar y la joven, aún pescando, con papá se ha ido a embarcar.
La calma vira a tormenta, el viento leva la mar. La muchacha cae al agua. De poco sirve nadar.
Hasta el lecho submarino su cuerpo ha ido a parar pero acudiendo a su encuentro de ella empiezan a tirar
cinco sirenas preciosas que no dejan de cantar. Y nadando la devuelven en la orillita del mar.
Creen que me olvidé de escribir poesía, del juego deslumbrante y del placer de la piel en el verbo y de la muesca exacta en el renglón maldito.
Los fetiches caducan con la monotonía y el velo de las vírgenes ni frena la calima de la tinta en el sexo ni cubre tempestades.
Me entretuve, sin más, sin ninguna razón que justifique el borrón de la pena y el tiempo evaporado en las caricias.
Me erguí para otear lo que se palpa abracé los paisajes con el temblor extraño de quien se sabe solo en los muslos calientes del origen.
Hube de regresar al frío de mi roca, decepcionado, falto de la verdad escrita, el fármaco que palia los dolores agudos del bienestar fingido.
Maldito silencio
Un agosto pasado correteaban niños. Un abrupto septiembre se repartían besos al final del pasillo: un adiós, hasta luego, hasta un junio tardío.
Las paredes de adobe en el invierno nos resguardan del frío. No es lugar para nietos el hogar encendido.
Volverán a su mundo, su flamante colegio, poblarán sus retratos los estantes vacíos y quedarán recuerdos de las risas y gritos planeando en el aire e impregnando los sueños del calor en el patio, del olor a membrillo.
Se nos escapa el tiempo.
Ya no creo bendito el maldito silencio.
Súbdito
La ilusión del portazo se cuela entre mis sueños: un impotente adiós sin vuelta atrás tan sonoro y brutal como rotundo, un golpe seco que lo cambie todo aunque sea a peor.
Me anticipo a la fuga y al regreso del hombre arrepentido preguntándome cómo: ¿Cómo me sentiré apostatándome? ¿Cómo podré dormir convertido en la antítesis de lo que quise ser?
En la guerra del tedio elimino cualquier huida posible y busco en el manojo de las llaves la que cierra la puerta de salida y mata al desertor.
Siempre seré soldado sin ejército y súbdito de mí.
si decides mañana amanecer sin mí déjame aquí el grial de tu santa palabra y haré que nuestra historia sacrílega se eleve por encima de todos los benditos contra los que hemos ido por sensuales
si amaneces sin mí y aun sombrío te pones a buscar algún espectro que luminoso apague mi memoria no olvides que mis uñas te han rasgado la espalda y todos reconocerán mi nombre cuando eyacules preso tu abundancia sobre cualquier viciosa sin palabras
yo te obligué a existir frente a ti mismo tú a indagarme viva entre muertos sin rostro y fue a través de ti, de tu desgarro que me volví cruel para los ojos dañina como la música de Bartok
no malvendas mis huellas digitales y te recordaré por todos los que te olviden
mantendré abierto tu vacío de par en par con palabras que cubrirán tu nombre si al final de la página épico me seduces como si no tuvieras la victoria al borde de unos labios hartos de copular con mi añoranza
si miras por mí el mundo con tus ojos antiguos olvidándote de lo mirado yo pagaré por ti lo que me pidan y es posible que hasta pueda
perdonar a dios por tenerte tan cerca sin tocarte
Digamos que…
Digamos que hace falta mucha insatisfacción y un conato de ira taladrando las sienes para escribir un verso que merezca la pena y yo me estoy volviendo oscura decepción, displicente y ecléctica transeúnte de andenes cementerio de trenes con flores de gangrena.
No hay dinero que compre mi dolor de mujer pero ya no lo muestro con dos copas de más ni enseño cicatrices de antiguos abordajes. Asumo consecuente que cada anochecer tiene su oculto éxtasis y disfruto quizás de la autenticidad de un tiempo sin blindajes.
No persigo la luna y come de mi mano, no manipulo mentes de amantes doloridos ni levito en crepúsculos de furibundas místicas. Digamos que me observo lejana, en otro plano, espectadora escéptica de versos descreídos que dislocan rutinas, sin ansias crematísticas.
Del beso al diente
No sé salir de ti, pero me fugo por las hendijas de mi claustrofobia.
Beberte a palo seco me perfora la lengua como un piercing de hielo y esnifarte necrosa mi frágil estructura.
Debe existir un modo de pasar del beso al diente sin un asesinato de por medio, de aclimatar la duda a la certeza, la abstinencia a las ganas.
Quizás exista un él sin condiciones con las mayúsculas que escribo el ansia que no le ponga trabas a la muerte si decide cortarse las venas en mis pechos.
Debe de haber un modo de observar -voyeuresse ajena a protocolos- cómo grita la corte milagrosa, sin ser el cul de sac de todas las miserias y llegar siempre tarde al chill out de la hombría desgastada, para la última copa.
No sé salir de ti pero estoy aprendiendo a morder los barrotes del poema, porque ya no me basta que la jaula se disfrace de pájaro.
Yo, la que mira de frente lo que encuentra en su camino, te he de mirar diferente, que no se note el cariño. Tú eres clavel de otra aurora, la religión de otro templo mientras que yo soy la autora de lo que siento por dentro. Y sí, te miro, distinto, te miro disimulando, sin que te des cuenta, niño, de cómo te estoy mirando.
La tormenta que me aviva
Estás lejos, me lo está diciendo el aire, no respiro tus partículas de hombría no resalta entre sus ondas tu lenguaje ni cabalga tu ansiedad sobre mi herida.
Porque no relampaguean las miradas que encendieron los rincones que me habitan, y no truenan poderosas las palabras, se desploma la tormenta que me aviva.
Quiero el rayo de tu impronta, tu amenaza, el estruendo de tu gen provocativo, la catarsis de tu nervio con mi calma como unión entre mi luz y tu sonido.
Dame el viento, remolino de mis aguas, y fundiremos esta muralla de hielo por caer después en libre catarata empapándote de amor hasta los huesos.
No me sigas ni me esperes que me estoy abriendo paso luchando contra lo que dijeron que soy, destruyendo la fe más errada y que me obligaste a beber, desestimando bloques enteros de mi realidad que creí no cambiarían.
No te duelas en mi desapego ni le recrimines a lo histórico el estruendo de los ángeles al romperse, todo se hizo necesario esa mañana en la que llegué tan temprano que no había amor para repartir y te inventé el que pude sin saber que no iba a durar.
Detén el llanto antes que nazca o escúpelo en torrente irrefrenable, pero no te detengas en un dolor que sólo es mancha sobre los nombres y acaso ancla en los pies del que lo porta, no sea que en soledad en lugar de brillar termines amalgamándote con sombras hirientes que beben de sí, de sólo silencio.
Como antes en el inicio del puente bajo la luna, festeja que siendo como los demás no soy como los otros, como yo celebré en su momento en tu simpleza lo único y definitivo.
Sé contigo y déjame ser con lo que me ronda lo que no pude hallar en tu presencia, el fondo preciso de lo ilimitado y el rostro de Dios sonriendo sobre mis errores.
Rompebolas
Escuchame, pedazo de boluda, si a vos no te produce regocijo nada que no refiera de tu hijo como si fueses ciega sorda y viuda,
es un problema tuyo, solo tuyo, pues hay quienes se placen en más cielos de los que conocieron tus abuelos -que no pensaban mucho, me lo intuyo-.
Así que ya cortala, despertate buscate algún librito que te valga para hacer algo más que un sucio mate,
renová tu pensar, mové la nalga o ponete al costado de mis olas que te pasás rompiéndome las bolas.
Elegiste seguir lo vivido
En el centro movible de la arena clavé una estaca enorme, pura altura y en ella la bandera más preciosa: el viento incontenible con voz cruda repitiendo el cantar de tus cabellos disolviendo mis más íntimas dudas.
Desde el futuro vine a tu pasado a llenarlo de aromas improbables, a tornar toda cruz en mil espadas y lograr que te rías y me abraces como en tu dimensión se puede y debe, sin mirar a los lados, aunque enfade al que pide le den lo que no fue y llenar con lo ajeno su equipaje.
Te di mi risa bruta, mi decir y con sólo mi espalda fui tejiendo la lluvia por adentro del afuera y la tórrida luz que brinda un beso si ocurre en la mañana y sin aviso tapando toda falta y todo hueco.
Pero nunca sirvió lo de quererte, encaraste los daños como meta y con lágrimas fuiste destrozando todo lo que busqué no sea prueba; extraviando controles y colores juzgaste que mejor era ser mueca, dejándome intentar golpes de sombras por traerte del lado que no enreda.
Elegiste seguir lo vivido por quienes no vivieron mis acciones, repetir lo seguro de lo necio y evitar arriesgar ser quien impone esa no imposición que clava y duele en el alma del burdo en sus barrotes.
Por el amor del dios de los dolores, por la conformidad del hombre acomodado, por el gorgojo gordo de tanta sangre dulce, por la queja infantil del roce de un zapato, por el traje burgués de medias pintas, por el oro perdido en unas pulcras manos, por la savia indolente de un bosque de hormigón, por la omisión que engrosa filas de falsos santos.
Por eso es menester que el mundo vea el horror con la tinta del luto, piel, desnuda palabra, que manche con sudor oscuro mentes planas. Y por eso se os siente, lejos, en las antípodas de cualquier egoísmo o cosa parecida.
En el ring
Viniendo de esos ojos no supo conocer la trampa sensorial unida al pestañeo que fortalece la mirada helada –aquilatada al paso de los años en el club de la lucha–
En la boca del loco enamorado, directos asestados por un par de alas negras como abanicos que descubren poco de la fiereza oculta del deseo; una cadencia justa para hacer de los sueños las caídas, y de su día, el mejor amigo que le espera en la esquina de la lona y le trae a la vida sacándolo del KO.
Se hace más fuerte una víctima que no quiere serlo, que aprende pronto y se torna en verdugo alguna vez.
Se profesionaliza hasta que le derriban con un ascendente al mentón, cruzado, su vocación de sparring al que se le enseñan los diez números que anuncian el final de los jabs destinados a mantener distancias entre los aspirantes al título de rompecorazones.