Aprendí a dar las gracias a lo que me ha quebrado, a tantas cicatrices que me hicieron crecer de adentro para afuera, a las cosas calladas que hicieron explosión.
Recogí los pedazos doliéndome los brazos y me abrace tan fuerte hasta escuchar la risa de la pequeña niña hoy ya mujer madura y le dije ¡te admiro! no más explicaciones, no permitas que apaguen el pequeño fulgor que te guía a las sombras de todas tus etapas.
Ahora que regresas y has crecido, no te apenen los restos que yacen a tus pies son del frágil capullo que siempre te sostuvo en tus penas y crisis hasta emprender el vuelo.
Quédate cree en ti y en la potencia de tu voz.
El breve roce de tus labios
Permanece prendido en mi memoria el roce de tus labios, y dentro de ella surge tu voz invitándome a perder la cordura volando con el alma.
Vas saciando la sed que hay en mi piel estéril, como un beso de luna pegadito en mi pecho, bajas con su reflejo entre mis piernas y en silencio, con hondas espesuras derribas la frialdad
Me regresas lo azul con un suave preludio que hace mecer mi cuerpo entre aroma a jazmines, humedeciendo todo con el diluvio intenso que en mi mente provocas cuando te haces presente.
De vuelta a la rutina, vuelvo a hacer un ovillo los recuerdos,tu sombra y el embrujo, teniendo amaneceres con la melancolía adherida a mi espalda.
No hay tiempo de pensar, pese a que el tiempo se estira como un anélido en la tierra y no se acaba nunca.No hay tiempo de reír ni de llorar ni de dejar que la angustia nos supere.
Se ha colado este tiempo de indecisos y de engañifas gubernamentales, por los barrotes férreos de la jaula en que todos nos hemos convertido. Cada uno la suya y Dios en la de nadie, porque la Iglesia como tal, ha desaparecido del paisaje.
No se cuentan las horas que pasan aleladas, sino los infectados que van marcando el día con su borrón de luto.Todo el tiempo es espera y un inclemente gotear de muertos.
Respirar es el gran objetivo a conseguir, porque en eso consiste la vida. Respirar sin ahogos, sin toses, sin febrículas. Respirar y seguir poniendo buena cara al tiempo de tragedia. Respirar y resistir.
Resistir los embates del miedo que envenena, como torpes soldados maniatados, como héroes anónimos que controlan su rabia.Resistir la tortura de enclaustrar a los padres, a los hijos, a los nietos.
Resistir y amarnos de jaula a jaula, mientras cantan los pájaros del pensamiento invicto, todavía.
una palabra, a veces, puede quebrar el día hacerlo añicos tristes de grisura o levantar las faldas de la aurora y elevarlo a la gloria de sus muslos blanquísimos
puede negar tu nombre inducirte al suicidio en el anonimato de alguna alcoba turbia o despertar tu cuerpo con la respiración de la alegría sobre las comisuras de los labios
una palabra puede destrenzarte el amor para que por tu espalda se abandone o crecer como el odio en el jardín de todas las desgracias
impone su exigencia remite a viejos códigos caducos o reinventa el aire que respiras por la boca de un hombre de dulce dentellada y es siempre un ritual tumultuoso que arrastra los cadáveres que alguna vez amamos
una palabra hostil me está creciendo balbuceante entre la poesía y la desgana
Como un grito sin frenos
Si tus sueños me rompen en dos y surge el duelo cuando me acerco a ti, a tu herida inocente, da lo mismo ir cubierta hasta el cuello de negro que vas a descubrirme desnuda y transparente como el cliché gastado de una fotografía que hayas mirado mucho, de cerca, atentamente.
Tengo pocos secretos y menos ideales, ya pasó sobre mí aquel tiempo inclemente, en que la lucha era feroz conmigo misma, porque la rebeldía imperaba en mi mente.
Soy una piedra rara, astuta, casi cínica, de las que no te sirven para muro ni puente, y desapercibida quiero pasar los años ajena a los halagos y a los pies de la gente.
Me he vuelto insobornable, Andrea, como un muerto que ya no necesita de nadie y, solamente, lagrimeo en aquellas contadas ocasiones en que un verso me signe de gracia, bruscamente.
No te duelas por mí que no vale la pena dolerse por un canto rodado del torrente.
Lo mío
Lo mío es el silencio a bocajarro y es el sí pero no de los dementes, si juego al mordisqueo con los dientes en la vorágine del despilfarro.
Por algo soy la reina de un cotarro que es un milagro de maledicentes misántropos de lenguas impacientes que teorizan sobre mi desgarro.
Lo mío son las pieles con blindaje que huyen de la quema, el sabotaje del odio que de traumas se enguirnalda.
Los soldados del alma rompen filas en la fatalidad de mis pupilas y ¡sálvese quien mate por la espalda!
El hombre se destrama mientras siente el porqué de callar sus vendavales y volverse llovizna o no volverse nada más que espuma de un aire sin orquestas.
El hombre alza el pañuelo de los besos y lo libera al aire
mientras lo ve rodar como una piedra líquida piensa en todas sus lágrimas en todos sus bostezos en sus insomnios húmedos en sus últimas risas.
El pañuelo se transforma en pájaro que ríe entre las nubes la búsqueda del sol.
El hombre, abajo, quisiera ser pañuelo mientras dibuja pájaros sin alas que va guardando en jaulas de papel.
Así apaga la luz, cierra la puerta mientras oye volar entre sus páginas.
Animal que conversa
Ciertas cosas no están hechas para el don, decías y abreviabas la vida de la desesperanza; yo aprendí a combatir esa constante y me dejé llevar por la inconstancia de la improvisación. Agregabas aquella expresión a tus victorias como una conquista sobre la voluntad de pertenencia que llamabas tu sino y te reías de él.
Siempre me pareció la tuya una irreverencia trágica y por eso te contestaba eso de que yo me consideraba un tanto mística aunque intentara también sacarme el don de encima.
Mi rebelión te hace reír, aún.
Te hace reír con tu inclinación hacia la metafísica inclemente donde los muertos se manifiestan en una procesión que no termina sino en tu corazón
desangelable.
El terror de las sombras
«de pasionales sombras con voces de ventrílocuo Oliverio Girondo»
Hablábamos de vos, del mineral oscuro de tu sombra. Éramos varias voces en un claro esponjoso donde cabía el verde igual que una parroquia abandonada está llena de ecos que recuerda aunque Dios haya muerto.
Hablábamos de vos, de tu salitre cáustico, de las capas profundas que ignoran la curtiembre, del descarne, del pulso metafísico, del reloj que olvidaste junto al brocal del pozo.
Hablábamos de vos y de la voz del agua entre tu nombre de viejo paredón, de orín del hierro, de arcilla sin esmalte
pero él no lograba descubrirte y el resto hacía silencio.
Yo le hablaba de vos y él me hablaba de vos. Los dos hablábamos como si no estuvieras entre todas las voces
Sigo viendo la sombra de tu infancia en todas las aristas de mi entorno y no recuerdo cuándo la soltaste, cuándo fue que el espejo se quedó con tus pecas, tus trenzas desarmadas y esos labios de leche y chocolate, cuándo dejó de oler a mandarina verde la lapicera rosa que conocía el nombre de todos los papás de tus muñecas.
Cuándo fue que esa niña abandonó las ramas de los árboles para trepar sus sueños, cómo fue que aprendió a controlar la risa de sus ojos a ocultar la locura de sus verbos y las mil travesuras ilustradas en sus flacas rodillas.
Desde cuándo soy yo la que no siente miedo si camino a su lado.
Sal y deseo
Fueron tuyos los versos que nacían mientras tu sombra desataba los nudos de prejuicios que enfriaban mi cuerpo.
Fueron tuyos los versos que nacían cuando mi lengua por tu lengua supo que existían oasis afuera de mi tierra para empapar mis venas de deseo.
Fueron tuyos los versos que nacían mientras te desprendías del latido como también fue tuyo el último poema que dejó mi mirada llena de sal y viento.
Tregua
Regreso al universo que ofrece solo puertos y caminos sin carteles de alerta.
Tal vez se trate de una simple pausa, de un regreso a las luces conocidas que tienen sus recreos fríos pero seguros, sin molinos de viento.
Regreso allí en donde el dos más dos sigue sumando cuatro*, y las letras se unen con los números en música sin rimas.
Vuelvo a ese universo por la inercia que empuja mis principios y que pide silencio para salvar mis dedos de la espuma que nace de los labios, de las voces que escupen desde mi lado oscuro.
Un vilano atraviesa las ventanas y se graba un vitral en tu cabeza, rapada, con su cruz venosa adentro estalla en haz de fulgores villancicos como arterias que brotan navidades en el desierto de tu carne.
Memorias y pensamientos se elevan, huyes del mundo al vapor de una lágrima, del sol mecánico que te respira y oscurece en tus párpados el pianito de tu hijo:
– no tengo miedo – hablaste como tres gotas de suero cayendo hasta abrazar nuestra vigilia de diciembre, porque la muerte no se posterga ni aparta al dolor de su precipicio.
Las luces digitales nos confunden, ¡cuánta fe innecesaria es todo esto! No estaba el celeste en la pared ni importaban los belenes, mientras aquella maquinaria …….. inútil apagaba las últimas letras que escribió tu corazón.
Quiero
Quiero una manta de lana suave como tu boca para entibiar esta pena, que a pesar del invierno, no combina con el frío ni con el quiero un chocolate, abriéndose lentamente al sabor del tacto que tanto añoro.
Quiero abrir los ojos sin que el sol me duela y extender mis brazos hasta reconocer idiomas de las no palabras, no ternuras y no risas, de cómo, a pesar de todo, arropa aquella frente sobre la almohada, de cómo quiero mirar más lejos o traspasar la neblina en las promesas que se agrietan como una duda derramándose a punto de hacernos aguacero.
Que sea posible unos ojos mirándome mientras desato mi cabello y que se sacuda en la caricia libremente como el oído cuando cobija la lágrima o este abrazo que nos late y me fecunda porque quiero.
Como quien juega
«Nel mezzo del cammin di nostra vita mi ritrovai per una selva oscura ché la diritta via era smarrita.» (Dante Alighieri, Divina Commedia, Inferno, Canto I)
Se hace tarde. Los treinta y cinco se tropiezan con tantas puertas abriendo laberintos. «Reniñez»* la llamaste, Gonzalo. Hoy lo saben estos ojos.
Desde las pupilas – dicen – parten las formas de una huida, un viaje o un sueño.
A veces, como si descendiera con las calles, con ésas que tienen su fin allá adelante frente al mar o las nubes escucho «que me parezco a todos los caídos», mientras regreso de soñar, latigada de sol, justo abajo, para dar la espalda a las alturas.
Y no sé decir cómo hubo paraíso sobre este derrumbe, sobre la tierra que las horas dejan.
Entonces, mujer o reniña, «era tu momento» – eco tuyo – profundo, de barro, más abajo, más cielo soy no más, como quien juega libremente a ser lo que quiera.
* Reniñez: Palabro de Gonzalo Rojas, con la que describía su periodo de vuelta a la infancia en plena vejentud. Un genio poético a quien dedico este poema con el que en el 2001 respondí por primera vez a su eco.
Un pájaro de sal se posa a veces en el tibio brocal de la mañana y me revuelve el pelo y la tristeza con sus alas de luz y de metralla.
Lleva la muerte escrita entre las plumas y entre las plumas lleva una guadaña, y sin embargo con su picofuego hace añicos las sombras cuando canta. Sortea los balcones y las ruinas, doblega con su trino las murallas, retuerce el mismo aire, y luego deja una piedra de ausencia a sus espaldas.
Es un pájaro oscuro como el hambre, con hambre de verdad y de palabra, que clava uñas y dientes en los cuerpos de los que domestican su garganta. Puede volverse aliento diminuto y abandonarse apenas en las palmas de mis manos. Después, apenas siempre desvuelará de nuevo la esperanza.
¿Cómo no ser feliz cuando en su vuelo dibuja verde y viento con sus alas y llueve inexorable los tejados derramando su trueno-voz de aljaba?
El pájaro no viene hace unos días y las paredes crujen en mi casa. Quizás esté dormido, quizás sueña con otro cielo de banderas blancas. Y duelen los jardines con esquirlas, los árboles no quieren tener ramas, tiritan los aleros con el frío del roto que ha dejado en la mañana.
Qué solos van los días por la cuesta, qué sola se ha quedado mi ventana.
Amor de bruma
En viaje circular a mi memoria tu boca de paisaje costalar horada el agua triste y los silencios, y nos vuelve vaivén. De arena y sal, no nos tocamos nunca, y sin embargo somos caricia en esta realidad, desnuda y tibia como flor de otoño que sahuma su ocaso a leña y pan.
Y rozo suavemente con mis manos la bruma que te aleja en su cristal. Aquellos que no somos sino en sueños se acercan por los labios. La verdad es solo ese momento, una cometa que tiembla con sus ganas de volar, una niña sin sombras en los ojos vestida de sonrisa y tafetán.
Me acojo a la ternura de tu nombre que me muerde por dentro, ese fugaz destello de locura que tu aliento siembra al reverso de mi piel. Frutal, tu sol restalla entre mis noches rotas luminoso y feliz. Quietud lunar, me duermo entre tus brazos de quimera como si el mundo no existiera más.
Despedida a las 12
Toco tu boca, rozo con mi dedo ese perfil amargo que derramas con tu saliva tibia, mientras cedo a la fragilidad con que me llamas
de astillas y de sal, prendido el miedo de tu perfil escuálido y sin llamas hecho madera húmeda. Trasgredo mi propio yo, y aunque jamás reclamas
acuno tu silencio entre mis brazos y te anudo a mi pecho, ronco grito de tuétano y temblor. Te haces pedazos,
te disgregas de azul, te recompones desde el adentro de tus emociones de lágrimas y sol en sangre escrito.
Sé que existe un silencio tan sedoso que te devuelve al útero materno, el cálido nidal maravilloso, donde te envuelve el halo de lo eterno.
Otros son el aliento de un invierno que te roe los huesos sin reposo, como aquel que adivino en el infierno, viva mudez de un dios poco piadoso.
Y luego está este tuyo, tan candente y tan frío a la vez que me condena a atisbar febrilmente en el vacío.
Por si surge el rumor, por si clemente tu corazón se duele de mi pena y su latir escucho junto al mío.
La cadencia perfecta
Lo siento, hoy no me inspira la musicología preciosista, aspirante a lo imperecedero, de esa que se obtiene tallando con esmero la palabra vacía.
¿De qué me serviría gastar treinta segundos buscando en el tintero los melismas que aúpen mi nombre al candelero cuando ya no me queda ni media avemaría?
Ahora lo que urge es disfrutar absorta la cadencia que surge desde la sangre adentro y te endulza el latido.
La que te va evocando los rostros familiares de los que has ido amando, cuyas sonrisas dieron a tu vida un sentido.
Argucia
No podemos cambiar lo ya vivido. Grabada va quedando en la memoria, con lujo de detalles , nuestra historia como un álbum de fotos colorido.
Que duela recordar lo ya sufrido tanto como evocar la antigua gloria desvanecida, vuelve obligatoria la argucia compasiva del olvido.
Gota a gota , hace el tiempo lo que debe, va horadando a conciencia y con constancia, hasta que nos devuelve a nuestra esencia
Seres saboreando la inocencia ignorante y gozosa de la infancia antes de que la muerte se nos lleve.
No te hablaré de la tristeza, no hace falta. Pero verás mis lágrimas y sentirás, como si fuera tuyo, mi corazón latir despacio mientras que las palabras se emitirán a golpes, balbucientes.
No necesitarás un cielo gris de nubes, ni aguaceros que te calen el alma, ni mis negras tormentas para saber de toda esa empatía que antaño fui buscando.
Te negaste mil veces a entender mis razones. Por qué vienes ahora tratando de mostrarte complaciente.
Se te ha pasado el tiempo. Ni te quiero conmigo ni me valen enmiendas, deja mis aflicciones, que sé cómo curarme. Tengo claro que nunca me moriré de amores:
No se muere la piedra aunque se abra y fracture, y yo soy pura roca que soporta el embate.
Duermevela
En el techo de mis noches se fundieron las estrellas como si fueran bombillas. Está la bóveda negra y escondida está la luna entre el tibio duermevela en que he entrado últimamente para escribir mis poemas, nunca llegando a dormir jamás estando despierta, querer decir tantas cosas y tan huidizas mis letras.
Dónde fueron a volar, por qué se muestran ajenas a todo mi sentimiento sea de alegría o pena que ilumina las pupilas, que obscurece las ojeras. En dónde habrá de encontrarlas mi aspiración quijotesca de escribir un arco iris con toda luz en ausencia y arañándome los ojos con mis esfuerzos por verla.
Las letras se me fugaron mas quedan palabras sueltas, aunque pocas, importantes, que hablan de amor y de guerra, de odios y de perdones, de dulzores y de agrezas, del ego y de grandes logros, también de cosas pequeñas.
Buscaré un electricista que se suba a la escalera y de la noche en el techo de estrellas y de cometas arregle todas las luces para que las letras vuelvan y pueda escribir mi arco, aunque sea en línea recta, fulgente con sus colores que ilumine las dehesas, y los mares y los ríos, las plazas y las callejas.
Y si no puede arreglarlas que me encienda mil candelas y brillen los candelabros que acaben con mi ceguera.
Los árboles mueren de pie
Sigo en pie, aguacerado árbol vertiendo las cristálicas gotas por mis ramas.
Sigo en pie, ya sin hojas. Soy un seco madero a pesar de la lluvia que ha inundado septiembre de nostalgia y recuerdos, amenaza de otoño, cuando emigran los pájaros.
No ha de haber una lápida que recuerde mi nombre, ni flores a mis plantas. No ha de haber epitafio que recuerde mi lucha si no hay cuerpo yacente.
Sigo en pie. Porque es así como mueren los árboles.
¿Quién te dijo, niña hermosa, que no vales para nada? Nadie ha sabido mirarte, no todo el mundo ve el alma, como no vemos el aire ni a los duendes ni a las hadas ni a la Virgen amorosa que a ti te cantaba nanas.
Marianela, quien te supo dentro de su sensación perlada, te construyó fea y chica, huerfanita y desgraciada, para demostrarle al mundo que la belleza es un ancla -el cuerpo sólo es la nave- y en la tempestad te amarra para que el mar no te arrastre. Esa eres tú y tus palabras.
Entre dos conchas, la perla, entre las piedras, el oro, entre la flores, la tierra, y en Pablo luz de sus ojos.
Mas no supieron mirarte, sólo un hombre lo vio todo, Benito Pérez Galdós bella te sacó del lodo;
aunque de harapos vistieras, aunque soñaras descalza, aunque un mendrugo de pan en tus manitas llevaras.
Los besos que no te he dado
Se están muriendo en mi boca los besos que no te he dado y mira si son valientes, si son como toros bravos, que para alcanzar la muerte lo quieren hacer luchando.
El clavel que hay en la tuya se los pondré al enterrarlos porque a la mía, mi niño, siempre se lo estás negando y no quiero que se vayan tristes y desconsolados.
A dónde irán sin tu boca. Eso me estoy preguntando.
Si van al cielo ¡qué gloria! pues si arriba estás mirando como ya no habrá frontera bajarán hasta tus labios
Hadas
Qué dulces son las hadas, las de la infancia. ¿Recuerdas cuando niñas nos abrazaban? Nos llevaban corriendo sobre sus alas alejándonos de ogros y de las zarzas. Y ya, ¿por qué no vienen? ¿no quedan hadas? No llaman a la puerta de nuestra casa. ¿Qué habremos hecho, dime, para asustarlas?
Tan sólo, hemos crecido. Siente el amor, y encontrarás la Magia.
¿Cuál era el artilugio que te agotaba el gesto de mujer y te volvía esa muñeca víbora?
A veces me pregunto si –como la mía– tu vida no era otra cosa que un reproche agresivo al que había sellado el desamparo.
El desamor te vuelve impenitente ya sea porque vas de eterno huérfano haciendo de mendigo o porque como yo te ponés ácido como una cosa a la que ganó el moho e intoxica a cualquiera que la acerca su lengua con el raro placer de lo querible.
Heredé esa toxicidad de tus efluvios y esa toxicidad de tus ausencias y esa toxicidad de lo irredento que mastica su mundo de enemigos. Esa faceta de lo imperdonable y esa dureza de lo despreciado.
La casta del veneno que obliga a no querer a nadie que nos quiera.
De historias para no dormir
Finjamos un crepúsculo. Un aquelarre horrendo donde el coro se eleve con un salmo de espanto y les cuelguen los sayos a las voces antiguas Hermanas Promesantes del Perpetuo Sollozo.
Abramos a dos manos el monasterio pulcro que erradique la vida de los malos rincones y atienda al panegírico del dios de los pequeños urbanitas sociables, serenos en su inopia.
Que canten sus romanzas de pájaros y estrellas las suaves voces húmedas de las tranquilas madres que no ven como en ciernes, la niebla se hace muerte y la costumbre acalla lo que nadie murmura.
Maníaco blasfemo, sepultador de cisnes, hirsuto animal viejo de lengua con espinas no me dejas soñar con príncipes ni elfos licántropo del alma, vampiro de la fe.
Canta el coro y eleva sus tan conspicuas voces y sus buenas costumbres y su moral prestada de espaldas al desagüe donde todas las vidas se van a la cloaca religiosa y oscura.
Pecados pecadores de la verdad del clima que no llueven tomates ni café ni promesas. Con los monstruos de mundo, el coro del sollozo tiene para cantar hasta el fin de los tiempos.
Pero con la verdad que raja la postura nadie se desayuna con mascarpone y fresas. Masca Escherichias coli o uranio empobrecido, indignidad, masacres, hambruna,violaciones.
El mundo desarrolla su farsa circunspecta. Este demonio calla. Haya paz en los hombres de buena voluntad.
Vocación de silencio
Yo me caigo en el arte de caerme como un fractal oscuro siempre huérfano o como una ecuación que no responde al alto resultado del silencio. Yo me arrodillo a veces, no me caigo, con la boca en la piel del desencuero para que uses tu látigo de seda en la sangre copiosa de mi cuerpo.
Yo a veces me arrodillo y nunca en vano, porque me da la gana; nunca es miedo de que un día me escupas en la tumba o te escapes del piélago violento en una barca inútil de promesas con quién no sepa jota de sus remos.
Yo agacho la cabeza si tu mano escribe en mi cabello un manifiesto donde el sol se haga frágil como un niño que cree en las promesas y en lo eterno, porque apuesta a saber que hay en tu idioma un río metalúrgico y sediento del agua de mi espada y la victoria de nuestro amor es cosa del destiempo.
Y vos, entre la duda y la promesa, vas de la fruta al jugo o al pelecho si mi boca reclama, intempestiva, que por fin fructifiquen los anhelos.
Vos sos esa raíz avariciosa que sostiene en la tierra todo el huerto y yo soy ese viento que deslinda la gran docilidad de los desiertos
y un mar…un mar hecho con diques con arrecifes, pulpos y alfabetos en que el coral -en púrpura- madura y escribe que me encallo en los «te quiero» con esta vocación por lo inaudible,
como un profundo voto de silencio.
Apúrate mujer, ponte bonita, no te tiñas el pelo y trae vino tinto y dos cebollas… Yo cacé dos conejos.
Sin que lo espere llegas, invadiendo el solitario espacio de mi nube, llenándome de sed con el perfume parido por tu piel, que huele a cielo.
Sonríes suave, fuera de tu tiempo venciendo mi tensión, mis hondas cumbres, con la seguridad de quien sus cruces supo sobrellevar perdiendo miedos.
Yo me dejo, entregado tomo fuerzas y subo hasta tus ojos a mirarme, a extraviar las ausencias anteriores.
Tú dejas que te asalte a tu manera exigiendo destroce tus pesares con mis modos de diablo vuelto hombre.
Mañana, nuevamente, nuestros nombres sabrán que, diferentes, son iguales.
Como un alivio que se escapa
con las distancias insertas en el debajo de mis párpados solos erigiendo como un mástil y su bandera la aridez de los caminos que transité necesitando de todos y sin pedirle nada a nadie encallo sin furia y sin timidez el borde de mi mirada al límite de sus ojos que me observan y me juzgan más allá de las leyes que los normales se permiten
irreverente y de algún modo temeroso reverencio la estatura de su voz que calla sentencias palabras que cualquiera diría memorias repetidas de manual los gestos verbales con que impúdicamente la gente sin rostro me insulta si acaso naciendo antes que yo carece de heridas o curas qué ofrecerme
a diferencia de mí por su costado ella sangra dos hijos criminales parientes sin semilla lo abyecto de varias religiones y una sonrisa sana como última bandera
me besa boca abajo su manera de beber mi whisky de entregarse y pedirme seamos uno de hacerme pontífice más allá de los sonidos que no tienen más público que yo que sí que escribo para mí carajo
sonrío como un alivio que se escapa del agobio que lo define y de un golpe la desnudo sobre mi historia en una desesperación tranquila de acantilado que sabe una sola vez golpeará la roca una sola vez eterna una eterna sola vez
cumplido el oleaje los fractales en un rincón sus ojos dormidos me miro las notas que no pulsé la vez que no apoyé la frente contra el muro
Sobre el límite
En el último segundo, el que separa la primera de las noches futuras de todos los anteriores recuerdos, indefectiblemente uno se mira en las manos la huella que en los dedos dejaron las cuerdas cuando la mayoría de edad era una ilusión y los años vividos ya eran demasiados.
Por un instante hay que ser el adulto que necesitamos en esa infancia edificada a cintarazos justicieros logradores de la excelencia en la puta libreta ¡y qué honor lo del puto pabellón patrio ahí en el desfile! Entre desconocidos cuyos rostros todavía persigue mi saliva.
“Jamás con el más chico”, decía el salvaje y yo le buscaba los ojos a su rabia cuando alguna tarde me azotaba nervioso, como derrotado de sí mismo. Le paseé roturas, después, obediente, mi puño siempre fue de abajo arriba. Sediento, insaciable, coseché el llanto ajeno ganándome el oro de la distancia.
En la precisión de lo efímero, en lo fugaz no existe la visión periférica, uno cree ver por el rabillo del ojo, sí, pero lo que sucede es un oleaje en el corazón; es uno que intuye lo inmutable que ha ido construyendo por eones y que siente, a fuerza de dolor y placer inicia su brutal y suave trabajo de parto.
Ah…, sí lo que dije de ella, también lo que dije de nosotros, igual; en un concurso justo ganaría algún trofeo, lo sé. Mas, lo que callé su nombre las fechas constituyen las dagas en las gargantas precisas lo que soy, que existe, y nadie alcanza.