EDITORIAL

¿Et tu, Brute?

por Gavrí Akhenazi

¿Qué es el altruismo?¿En qué consiste realmente el altruismo?¿Existe tal cosa?

Los debates surgen sin que uno proponga la posición antagónica. Habla del altruismo y, repentinamente, alguien le salta al cuello y expone la posición contraria. Y la posición contraria, muchas veces, implica ridiculizar al que opina diferente, así que la primera opinión de mis colegas sobre el altruismo fue: «Es que tú eres un utópico por no decir que eres un idiota. Deberías guardarte para ti todo eso que sabes.»

Probablemente me quepa lo de utópico. Lo de idiota, puedo ponerlo en duda, aunque viendo los resultados que obtengo, debería considerarlo.

La conversación entre colegas versaba sobre si es «práctico» donar conocimiento; en este caso, conocimiento literario. Si el discípulo será fiel al maestro o le dará la espalda en cuanto le crezcan cuatro plumas (o haya ganado un premio). Si, cuando esté exhibiéndose en el lomo del ego, recordará cómo llegó a subirse ahí o borrará del mapa a su maestro, como si lo que ha conseguido hubiera llegado a él por ciencia infusa. «Te sobran ejemplos», dijeron mis colegas, «aunque tú sigas nombrando a Amos y a Benedetti cada vez que puedes».

Una cosa es enseñar y otra muy diferente es donar conocimiento.

Enseñar es simple. Uno se ajusta a unos lineamientos y los aplica sin salirse de sus límites ni ahondar en cuestiones mucho más profundas y más indescriptibles desde los manuales del arte. Lo demás, toda la magia oculta en lo que no se enseña, el receptor debe encontrarlo solo.

Pero el que dona, dona descubrimientos, secretos, la fortuna con las joyas de la abuela que ha adquirido por derecho propio a fuerza de buceos, estudio, convicciones, conclusiones, prueba y error, idas y vueltas. Dona su propio aprendizaje.

Cuando uno dona conocimiento, lo que está donando es su parte noble, la que cree en el hombre y no espera nada. Reconocer eso depende exclusivamente del receptor.

Dona, porque está en su naturaleza ayudar, allanar el paso que abre la experiencia en el conocimiento de los territorios complejos. Ya ha hecho el camino y antes de que otro se enrede en el zarzal le dice: «no vayas por ahí, porque el camino es este».

Se dona sin pedir. Solo se dona porque se tiene la capacidad de entender que hay que ayudar al que viene detrás en este camino literario cada vez más complejo, difícil, atrapado en la niebla de su propia polución y antes de que la literatura termine por colapsar definitivamente.

Cuando nadie nos ha ayudado es cuando comprendemos el hondo significado de la ayuda que podemos brindar. Y cuando alguien nos ha ayudado, más aún deberíamos valorar lo que nos colocó en el lugar en el que ahora estamos.

Pero, como en todo arte, la literatura no está excluida del imperio del ego y, entonces, el sujeto de interés cambia y ya no importa el que viene detrás. El ego lo convierte en un adversario, en alguien que quitará espacio, al que hay que retacearle conocimiento porque si se entera «de los secretos», automáticamente será un competidor (siempre hablando de gente con talento, cosa que considero una premisa sine qua non para desarrollarse como un escritor de voz propia). El ego del discípulo, también, transforma en adversario hasta a su propio maestro, ese tipo que le enseñó a volar como ahora vuela.

Uno dona porque puede donar y porque no teme a donar. No se guarda el milagro y lo disfruta a solas. Lo reparte entre los que son capaces de entender el milagro.

Y como dije, dona y no espera nada.

Entre las cosas que jamás espera –aunque últimamente me lo planteo como la realidad más verosímil– es la traición. El cambio de bando. La alianza con el que nos traicionó antes.

Es bastante nutrida esa vereda, tengo que decir y cada vez somos menos los de ésta.

Pero el ego tiene esa peculiaridad. Una vez que se alcanza el objetivo, ya lo demás no importa y traiciona a la mano que le corrió el zarzal para que pudiera avanzar hacia sus metas.

También, por supuesto, está aquel que estará a nuestro lado hasta el final, codo a codo, hombro a hombro y aprendiendo a donar lo que ha recibido.

Aunque uno nos salga bueno entre cien traidores, donar conocimiento es una convicción, errada quizás, utópica o idiota.

Creo que voy a morir así.

APROXIMACIONES A UNA LECTURA METALITERARIA DE LOS TEXTOS RUBENDARIANOS

por Antonio Alcoholado

Primera entrega

I: EXISTENCIALISMO Y COMPROMISO CREADOR

Son varios los textos de Rubén Darío que, bajo una fuerte impresión inmediata que suele dificultar otras interpretaciones, ofrecen lecturas más cercanas a la íntima inquietud del autor: su propia misión literaria, el compromiso que guio su trabajo poético.

Estableciendo un juego de códigos interpretativos con sus lectores, Darío se vale de motivos y símbolos recurrentes que, a lo largo de su obra, los familiarizan con un mundo poético en el que, a través de otros temas, el autor expresa las preocupaciones que estimularon su labor versificadora.

En esta primera aproximación, vamos a centrarnos en uno de sus trabajos más celebrados, «Lo fatal», que ilustra la habilidad del autor para dotar a sus textos de diferentes niveles de interpretación. En este caso, una sólida apariencia de poema existencial tras la que se esconden las tribulaciones por las que atraviesa un creador literario. La diferencia entre ambas lecturas reside en claves ofrecidas por Darío en otros textos del mismo libro y, definitivamente, en un soneto de otro libro anterior.

Rubén Darío cierra su poemario Cantos de vida y esperanza con un soneto roto, formalmente inconcluso, que se ha aclamado como uno de los mejores exponentes de angustia existencial en verso:

LO FATAL

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo

y más la piedra dura porque esa ya no siente,

pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,

ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada y ser sin rumbo cierto,

y el temor de haber sido y un futuro terror…

Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,

y la carne que tienta con sus frescos racimos,

y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos

ni de dónde venimos…!

Curioso oxímoron entre el título del libro y su último poema, que en un versificador de su destreza y visión no parece tratarse de un capricho.

En el caso del poema reproducido más arriba, no es casual que ya hubiera presentado en textos anteriores de Cantos de vida y esperanza al árbol como emisor en el acto de comunicación poética: “lo que el árbol desea decir y dice al viento” («Ay, triste del que un día»), y “Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa” («De otoño»).

Sin embargo, es en Prosas profanas, de publicación anterior, donde hallamos un soneto en alejandrinos (completo, en este caso), en el que la voz poética se dirige a un principiante, advirtiéndole de los pormenores que afrontará en su viaje iniciático:

LA FUENTE

Joven, te ofrezco el don de esta copa de plata

 para que un día puedas colmar la sed ardiente,

 la sed que con su fuego más que la muerte mata.

 Mas debes abrevarte tan sólo en una fuente,

otra agua que la suya tendrá que serte ingrata,

 busca su oculto origen en la gruta viviente

 donde la interna música de su cristal desata,

 junto al árbol que llora y la roca que siente.

Guíete el misterioso eco de su murmullo,

 asciende por los riscos ásperos del orgullo,

 baja por la constancia y desciende al abismo

cuya entrada sombría guardan siete panteras:

 son los Siete Pecados las siete bestias fieras.

 Llena la copa y bebe: la fuente está en ti mismo.

La interpretación general entre la crítica asocia este texto al alcoholismo padecido por Rubén Darío, pero las referencias a la búsqueda de satisfacción de una necesidad vital a través de dificultades y sacrificio personal parecen especificar el compromiso con un objetivo exigente, como lo fue el del autor desde que empezó a desarrollar su obra, según sabemos por sus propios prólogos y notas biográficas.

Teniendo en cuenta, pues, este antecedente, y regresando a «Lo fatal»: bajo la fuerte apariencia de canto desesperado ante la existencia que caracteriza a este poema, la diferencia entre el yo poético y el árbol o la piedra va más allá de la diferencia entre el ser humano y otros elementos de la naturaleza carentes de raciocinio: parece que el poeta distinga entre quienes sufren el compromiso con la creación literaria y quienes no.

Préstese atención, a este respecto, que se omite una de las tres grandes preguntas existenciales al final: la voz poética no sabe adónde vamos ni de dónde venimos, pero sí quiénes somos. Y el poema no ha terminado, el soneto sigue inconcluso.

A partir de ahí, la lectura adopta un cariz bien distinto, y el significado de “inevitabilidad” de su título adquiere otra connotación. Además, el texto se alinea de nuevo con el título unitario, referente a cantos, vida y esperanza, de la obra.

En los dos textos reproducidos en esta primera aproximación, damos con más motivos recurrentes en la poesía rubeniana (también en la prosa, como señalaremos en las aproximaciones siguientes), tales como la carne y la tumba, los riscos, los pecados capitales y su número, la música, o el étimo de “fatal”, que ayudan a reconocer el tema de la creación literaria como lectura latente en otros trabajos en los que Rubén Darío exhibe su afán de presentar diferentes niveles de entendimiento.

Los veremos en distintos escenarios textuales.

ARTE LITERARIA Y OTROS FRACASOS

por Gavrí Akhenazi

Si vamos a hablar de la  diferencia entre lo que podríamos considerar arte y su émulo mediocre analizaríamos, en primera instancia, cuál se considera el objetivo del arte y hacia dónde se dirigen los valores de un texto.

La literatura constituye, sin lugar a dudas, una forma de pensamiento que, a su vez, crea pensamiento. Es a través de ella, en muchas ocasiones, que tomamos conciencia de lo desconocido.

La buena literatura dona siempre algo al lector. Le permite un nutrimento, la adquisición de un nuevo bagaje y, en cierto modo, le ofrece un nuevo grado de completud.

Sucede que el arte y en especial el arte literario, al ser una experiencia cognoscitiva que necesita de la participación activa del lector más allá de un mero impacto estético, es capaz de penetrar en la oscuridad y en la niebla de los hechos humanos. Describe y echa luz sobre la complejidad en la que el alma humana despliega sus riquezas y sus miserias.

Al menos, creo yo, ese debería ser el fin último del ejercicio literario: la comprensión de un mundo complejo a partir de la complejidad que la literatura devela de nuestra propia idiosincrasia.

Sé que las tendencias actuales no marchan por ese carril sino, mayoritariamente, por el contrario.

Crear una literatura vacua y pasatista, llena de clichés repetitivos, alejada lo más posible de buceos complejos y limitada, apenas, a ofrecer cuestiones idiotas, tratadas también de manera idiota por lo manida, va sumiendo al lector en un terraplanismo insospechado para autores de otras épocas, en que la complejidad de emocionalidad y trama constituían la realidad del juego entre interior y exterior de los protagonistas recreados.

Para un autor, el nutrimento de su riqueza se basa en las experiencias vitales ya que es a partir de ellas que se desarrolla la potencialidad profunda de la obra. Por ende, resulta casi imprescindible un crecimiento personal nacido del conocimiento de nosotros mismos y su posterior proyección en la observación meticulosa del entorno.

La buena literatura se abstrae de ser considerada como una experiencia fugaz, simplista, relativizada a una anécdota en la que no se perciban ni luces ni sombras a diferencia de tantísima hojarasca que anda dando vueltas y que solamente es posible catalogar como un momento literario (si es que le cabe el término) al que tarde o temprano olvidaremos, ya que nos atraviesa (si es que lo consigue) sin pena ni gloria.

Aunque cada época precise de su propio pensamiento, no es óbice para admitir la superpoblación de un criterio plano, emborronado, que asume el papel de un placebo momentáneo e insustancial con que llenar espacios carentes de pensamiento y destinados a una olvidable inmediatez.

Como elemento movilizador, la literatura de peso nos sumerge en la indagación de los porqués; nos habilita el movimiento de ideas ya sea desde el consenso o desde el disenso; revela las curiosidades de nuestras zonas sombrías como seres y como humanidad y, por lo tanto, requiere de un trabajo comprometido y esmerado hacia el lector, ya que «hacer literatura»  debe redundar en su beneficio.

Lamentablemente, el jibarismo que ofrece la formulación literaria actual, sólo crea lectores minúsculos destinados a la fabricación de escritores cada vez más empequeñecidos creativamente, como si de un deplorable y calamitoso feedback negativo se tratase.

Habiendo, sin embargo, honrosas excepciones con las que poco y nada se colabora, resulta prácticamente imposible, al día de hoy, separar el trigo de la paja, ya que la segunda, por superabundancia, impide germinar lo alimenticio.

CONTRATAPA

Ser escritor

Convertirse en escritor conlleva años. ¿Significa eso que tiene que pasar una década, o dos para que puedas llamarte, definirte como escritor? NO. Uno es escritor desde el minuto uno que emprende su carrera, porque es una manera de vivir. Uno ve algo que le impresiona, algo que le gusta —o algo doloroso que le ocurre a alguien que quiere– y lo convierte en verso, lo transforma en historia. Uno se lo saca del pecho, se lo arranca del estómago y lo deja sobre el papel. Y eso ya te da la posibilidad de mirar ese conflicto, ese hecho traumático, ese paisaje o emoción desde una perspectiva diferente.

Y eso es ser escritor o ser poeta, vivir el mundo, sentirlo a través de esa habilidad.

No, yo no soy consejero, yo soy poeta. Huyo como si huyera de la peste de esos escritores que en su día lo intentaron y jamás lograron despertar nada en el receptor, ese lector que está al otro lado, porque mayoritariamente, es en eso en lo que se convierten los poetas que no quieren profundizar, que no quieren currar.

¿Qué es lo que hay que hacer para convertirse en un buen poeta?

Reconocer que no sabes una mierda es el primer paso para entrar en la ruta de los cambios. Sin eso no hay nada.

Lo difícil no es llegar, sino mantenerse y según decía mi abuelo, hombre sabio, naturista y ecologista, «la cerveza fría se la toma cualquiera».

Para enseñar no basta con decir, también hay que saber hacer cómo Dios manda.

Nadie te puede enseñar a escribir versos con un manual, porque la poesía es diferente en y para cada individuo. Trabajamos con nuestras vivencias, con nuestras emociones, con nuestras entrañas.

Piensa en ello cuando decidas elegir maestros.

John Madison

ANÁLISIS

Sobre un poema de Eugenia Díaz Mares, por Solange Schiaffino

Terminé de apagarme

Aquel día yo terminé indigesta
por tanta pesadumbre que despoja
la poca luz que queda en mi camino,
terminé de perderme entre esas cosas
con espinas y púas en mi maleta,
que le he pedido al mar que me recoja
porque he perdido todo y estoy muda,
me mutilo la piel entre las sombras
para sentirme viva en la negrura.

Es un fraude mi vida y soy la autora
sin un trébol colgando de mis labios
no me sirven de nada letras rotas,
sin poder reciclar ningún recuerdo
hacerlos luz y risas de las sobras.

Ya no tengo mi outfit de entusiasmo
el desánimo y cansancio me ahoga,
por luchar tanta guerra sin sentido
se me cayó la vida gota a gota.

Este trabajo me ha motivado muchísimo por la fuerte emoción que transmite, por ello deseo leerlo en tres niveles: 1) creación, 2) técnica y 3) mensaje

Creo que es un texto que tiene muchas puertas desde las cuales crecer en muchos sentidos. Así que ahí va mi intento.

1) Lectura –> visión creativa

«por tanta pesadumbre que despoja
la poca luz que queda en mi camino,
terminé de perderme entre esas cosas
»

Una imagen visual muy directa y potente de oscuridad y que a la vez, transmite una sensación táctil en ese estar despojada. El entorno de ese yo poético entra con la fuerza que pondrá el marco emocional introduciendo muy bien el poema.

«me mutilo la piel entre las sombras
para sentirme viva en la negrura.»

Esta imagen es poderosa y viene a ser una especie de resolución o consecuencia muy conectada a la imagen que comento antes. Visión y tacto presentes para unirse en una emoción desoladora, porque finalmente el dolor físico de ese mutilar, está queriendo conectar con el dolor emocional como si de ese modo se pudiese tener más control de él. De ahí que me resulte muy potente esta imagen, además de original.

«Es un fraude mi vida y soy la autora
sin un trébol colgando de mis labios
»

Hermosamente escrita esta desesperanza, que pone la responsabilidad en sí misma y esa incapacidad de desearse una buena suerte, un poco de optimismo. Ese trébol en los labios es una construcción muy especial en este punto del poema. Porque en el fondo sí transmite un subconsciente de querer, de anhelar, de saber que se puede ser capaz de ponerse a día con la esperanza.

«no me sirven de nada letras rotas,
sin poder reciclar ningún recuerdo
hacerlos luz y risas de las sobras.
»

Letras rotas, reciclar, hacer luz de las sobras, son todas imágenes muy creativas para hablar de esa cuota de imposibilidad cuando la perspectiva está teñida de tanta desolación. Es muy coherente y forman un sustento creativo que no cae en un simple cliché.

«Ya no tengo mi outfit de entusiasmo»

Pues qué pinta que tiene este verso, claro que es un acierto en esta búsqueda de sentirse bien. Aquí con una imagen que nos refleja ese símil con la apariencia, y es que claro que el desánimo seguirá desvaneciendo a ese yo si solo busca una tenida externa para sentir el entusiasmo de vivir. Es un hallazgo en el poema llegar a esta estrofa e ir descifrando con sus imágenes la desolación y verla escrita en poesía.

2) Lectura técnica

Aquí seré muy humilde, porque en términos de poesía rimada soy una simple aprendiz.

(Aquel día yo terminé indigesta) –> prescindiría de este verso para centrar la mayor fuerza del sentir en el 4º
P(p)or tanta pesadumbre que despoja (O -A)
la poca luz que queda en mi camino, (I – O)
terminé de perderme entre esas cosas (O – A)
con espinas y púas en mi maleta, –>(E – A) 12 sílabas ¿qué tal «con espinas y púas como abrigo»? rimas en (I -O) para mantener el par
que le he pedido al mar que me recoja (O – A)
porque he perdido todo y estoy muda, (U – A)
me mutilo la piel entre las sombras (O – A)
para sentirme viva en la negrura. (U – A)

Es un fraude mi vida y soy la autora: (O – A)
sin un trébol colgando de mis labios (A – O)
no me sirven de nada letras rotas, (O – A)
sin poder reciclar ningún recuerdo (E – O)
hacerlos luz y risas de las sobras. (O – A)

Ya no tengo mi outfit de entusiasmo (A – O)
el desánimo y cansancio me ahoga; (O – A) –> el acento que recae en la 7ª rompe el ritmo ¿qué tal «cansancio y desánimo me ahogan»?
por luchar tanta guerra sin sentido (I – O)
se me cayó la vida gota a gota. (O – A) –> aquí propongo un cambio en ese cayó que explicaré más abajo.

Es un trabajo que conjuga bastante bien, su ritmo y sus métricas con la profundidad del contenido, salvando algunos detalles.

3) Lectura del Mensaje

Un poco la he ido introduciendo al destacar esos versos tan bellos, que no por eso dejan de tener mucha poesía y ser profundamente desoladores.
Veo desde ese título, «Terminé de apagarme», como si una crónica de muerte anunciada hubiese decretado ese inevitable desenlace de verse «deshecha gota a gota». Aquí creo que se debería cambiar ese «cayó», porque es un verbo, que además de quedar algo impreciso, semánticamente con ese «se me cayó», parece como si la vida se cayó encima de la voz poética y por tanto, del todo no se cayó si todavía estás ahí explicándolo. Creo que el mensaje sería un «fue cayendo mi vida gota a gota» o «se evaporó mi vida gota a gota».

El poema completo va entregando los motivos de ese sentimiento de desolación y los intentos y deseos del hablante por hacerle frente, pero sentirse incapaz. Es claro que su mirada está tan afuera de sí mismo en ese contexto tan hostil, porque su mirada está en medio de esa poca luz que le queda.

Digresión final:

Sin duda, ha llegado al final de un camino y no hay luz, hay un muro imposible de atravesar, pero eso no es el problema. El tema es la frustración de no alcanzar a traspasar ese muro o arribar a ese lugar por ese camino, lo que se vuelve una guerra inútil… por cierto que ahí no habrá dicha, pero ¿qué tal si mirase adentro y viera la luz que ondea firme en su subconsciente? En sus certezas de querer sentirse bien, de saber que la risa es lo que le agrada, que las letras son una herramienta, que la necesidad de su bienestar es algo deseado, quizás podría ver el verdadero camino y no estar perdida.

Eso puede significar regresar a la propia luz, la interna y dejar de ser ese fraude, porque donde uno es una misma es ahí con una en su propio yo y ahí se es extraordinariamente única y bella y todo lo que necesita es tomarse a sí misma de la mano y llevarse a un lugar seguro.

Pues aquí me fui del mensaje, y lo meramente poético.

Quería decir que lo más importante para la resiliencia, ya está en el mismo poema porque constituye un tremendo medio para el autoconocimiento, y me atrevo a decir que alberga un maravilloso regalo que da la vida para que se pueda avanzar con el amor más grande que podemos recibir: el amor propio.

Independiente de cuanto dolor o injusticia experimentemos, la oscuridad más dura es aquella que nos impide valorar todo lo que somos.

Pues que en definitiva, me ha gustado. Me he podido ver ahí, me ha transmitido y he admirado la valentía con que se ha mostrado ese punto en el que la desolación nos sobrepasa y es justo es momento vital en que el mayor regalo es morir a ese dolor, renaciendo en ese retorno a nuestro origen.

Es que lo he vivido intensamente.

Independiente si el tema gusta o no gusta. La buena poesía no sabe de temas exclusivos.

OPINIÓN

Mierdapoesía, por Sergio Oncina

Cursé el bachillerato de ciencias, por supuesto. Casi escribo «Estudié ciencias» y también hubiera sido verdad, aunque no porque estudiase mucho en la adolescencia. Me encantan las matemáticas y la física, y en mis ratos libres busco por entretenimiento respuestas científicas a las preguntas existenciales.

Soy un gato muerto.
Me extraña que a Schrödinger nadie le preguntase si el gato de la caja era curioso, aseguro que dada la curiosidad innata de los felinos podemos demostrar que el susodicho estaba muerto.
Dentro de una caja, u oficina en mi caso, yo estoy muerto.

Me gustaban más las letras que las ciencias, pero se me daban peor. Mis capacidades para el cálculo y la resolución de problemas eran altas y mi generación estudiaba con el fin de conseguir una salida laboral. Elegí guiado por la razón, como avanzaba siempre, hasta que la razón me hundió en el pozo del aburrimiento.

El sistema educativo debería ahondar en el placer del aprendizaje. Grabar a fuego que comprender el mundo en el que vivimos no es solo necesario, es un juego divertido. En el intento vano de hallar todas las respuestas nos convertimos en adultos intelectuales y esquivamos la etiqueta de adultos funcionales, memorizadores de respuestas.

Los adultos funcionales son frustrados crónicos que se amparan en el anonimato de las redes sociales o en el poder de la masa para calmar su rabia. Son miedicas y ruidosos, tienen pánico a escuchar y escucharse, por eso se ocultan tras el griterío, el peloteo y la autocomplacencia.

Cuando hablo de mierdapoesía incluyo también esta ruidopoesía, presente alrededor del excremento para protegerlo de intrusos, para que ningún niño despierto e inocente señale con el dedo al poema emperador y explique a la concurrencia «eso es caca» y «está desnudo».
Yo fui ese niño inocente y los concurrentes intentaron vociferar con más energía para que no se me oyera. Tendrán que cortarme las cuerdas vocales para que me calle.

Fue la curiosidad la que me llevó a la poesía, a una lucha constante por aprender desde cero. Profundizar en los versos es una batalla continua contra las falsedades y dogmas de la mierdapoesía.

En un mundo en el que el arte se devalúa y los humanos nos igualamos a la altura de la mediocridad, la creencia popular es que la poesía está al alcance de todos y que con saber escribir es suficiente, o más extremista: hablando desde el corazón creas poesía. Como si los corazones hablasen o escribiesen, como si una de las metáforas más tontas y repetidas en la historia fuera irrebatible.

Es comprensible que cualquiera piense que la literatura está a su alcance. El mensaje que recibimos en el siglo XXI es constante desde críos: nosotros lo valemos, con esfuerzo todo se logra, tú lo mereces.

Porque lo merecemos hemos de tenerlo, con dos cojones. Si nos esforzamos mucho seremos licenciados en astrofísica.

No somos conscientes de nuestras posibilidades reales, luego llega la frustración y los escondrijos donde guarecerse de la cruda realidad.
Internet es uno de esos escondrijos, el más amplio, cabe la humanidad entera aunque crezca exponencialmente.

Hace menos de diez años aún buscaba alguna emisión interesante entre los canales de televisión. Daba la espalda a Internet, sólo accedía a la red de redes para distraerme con juegos online. La caja tonta es más o menos tonta dependiendo del espectador ya que tiene el botón de apagado a un palmo de distancia.

Cuando consumo televisión zapeo mucho para calmar la ansiedad. Soy un perezoso al que le cuesta permanecer quieto y mantener las manos desocupadas. El más pequeño de los problemas crece y crece en mi pensamiento hasta alcanzar magnitudes tragicómicas y, si considero irresoluble alguno de los inconvenientes, se origina un puntual ataque de ansiedad, de los que suben el estómago a la garganta y aceleran los latidos. Mi físico supera estos episodios con solvencia, pero mi cerebro no. Esntonces la depresión me invade y la falta de motivaciones me postra en la cama. En un instante paso de la movilidad catártica a la quietud absoluta.

Con tanto zapping me topé con Sánchez Dragó y un programa televisivo sobre literatura. En quince minutos aprendí que existe el ritmo versal por medio de la tonicidad de las sílabas y la diferencia entre verdad y verosimilitud.

En los últimos años han fallecido Almudena Grandes, Javier Marías y Sánchez Dragó. Los traigo de ejemplo porque han sido víctimas de la intolerancia rancia que en este país se ofrece a los que no comparten la misma cuerda política. Gigantes de la literatura o eruditos por un lado, rojos de mierda o fachas asquerosos por el otro. En lo que ambos bandos políticos están de acuerdo es en castigar la pedantería y la arrogancia de los intelectuales, mientras aplauden, promueven y premian la estulticia.

La estulticia tiene cura. La curiosidad la sana y el conocimiento está disponible para todos, incluso en la televisión, incluso en Youtube, incluso en Twitch. La curiosidad mató al gato, pero antes lo salvó de la ignorancia.

Aprendí a escribir poesía vadeando la mala información y sintetizando la sobreinformación.

Después de apagar la tele busqué en Google «¿cómo escribir endecasílabos perfectos?». Un nuevo mundo de posibilidades literarias surgía ante mí.

Así contacté por primera vez con la mierdapoesía. Me rozó. Me quiso engullir. Le planté cara. Me robó tiempo. Sobreviví.

ANÁLISIS

Explicación de lo obvio, por Morgana de Palacios

No me importa si llegas o te alejas,
no interesa tu afecto ni tu olvido,
lo que duele es que me hayas ofrecido
tantas mieles de amor y ahora me dejas.

Y me dejas soñando tus consejas,
esos cuentos de Venus y Cupido
son leyendas que hubiera yo aprendido
aunque fueran historias todas viejas.


De tu boca de miel me sorprendía
la imagen que tus voces me creaban
exaltando feliz mi fantasía.

Seres de extraordinaria zoología,
unicornios, pegasos que volaban
y yo diosa de tu mitología.

Este soneto necesita una revisión en profundidad, más trabajo, más detenimiento. Hay acentos mal colocados, verbos que no están en el tiempo lógico que correspondería a la frase.

Veo preocupación por dominar la métrica, cosa que me parece bien pero absoluta despreocupación del mensaje a transmitir. No todo es cuestión de hacer un soneto por cada pensamiento que le pase a un autor por la cabeza: tristeza, alegría, sordera o mitología.

Una cosa es la sencillez, la naturalidad al expresarse y otra muy distinta el conformarse con frases facilonas y sin altura. La compulsión de escribir no debe dejar a ninguna voz poética en la más absoluta mediocridad. Toda obra debeser trabajada, meditada.

No es cuestión de no tener errores, todos los tenemos y entre todos, intentamos corregirlos. Pero un autor debe molestarse en presentar un trabajo en condiciones.

Para elaborar un tema hecho prácticamente a vuela pluma y que no sea un ripio, hay que tener una experiencia, darle vueltas y vueltas, matizarlo, corregirlo, pensar otras palabras que podrían mejorarlo. Darle altura, en definitiva.

Yo no digo que todos los poemas improvisados sean ripios, digo que es fácil hacer ripios cuando uno va a toda velocidad, sin detenerse en los detalles de un tema.

Yo he ripiado mucho, sé lo que me digo.

Hay varios tipos de comentarios:

El que te dice «que bonito», pongas lo que pongas, porque tampoco les interesa el criterio para los suyos propios, así que no lo ejercen. Estos son los de coméntame que yo te he comentado, sin más y jamás van a aportarle nada al autor.

El irónico prepotente, que te analiza verso a verso sacándote las pegas para demostrar que sabe lo que dice mientras te tira por tierra el poema completo.

-El que directamente te ignora para no descender del Parnaso a comentar mediocridades, y el que, de alguna forma, potencia lo bueno e intenta que el autor vea lo mejorable.

La poesía es un pálpito interior y eso, no se puede aprender ni todo es cuestión de ejercitar, sin más. Hay que analizar los textos de otros autores, el por qué esta frase que uno pondría así y ese autor la pone de esta otra forma.

Hay que detenerse en el propio sentimiento y escribir intentando decir las cosas de forma original, con la propia voz. Decirlas como no las ha dicho nadie.

Si no haces obras de arte, al menos serás fiel a tu entendimiento.

BÚSQUEDAS EXPERIMENTALES

Escribamos nuestro libro de amor

(Pseudo quenina de orden nueve)

Adrián González

I)

Te traigo ochenta y cuatro flores frescas,
perladas del rocío de la noche.
La misma cantidad te traigo en versos,
bordados con los flecos de la luna.
Quisiera pronunciar tu dulce nombre,
leyendo bajo un árbol este libro…
Quizás, en el murmullo de sus hojas,
se unieran tu recuerdo con mi sombra,
dormido en la fragancia de tu pelo.

II)

En el mágico aroma de la noche,
con el diáfano brillo de la luna;
a través de las páginas de un libro,
los destellos de luz entre la sombra
dando brillo a la espuma de tu pelo
¡llenaré de poemas miles de hojas!
dedicadas al gozo de tu nombre;
leerás con ternura aquellos versos,
mientras suena mi quena en notas frescas.

III)

Se ausentará la soledad, la sombra,
cuando respondas mi versar con versos.
Regresarás cuando en mi sueño nombre
la nueva página de nuestro libro.
Lo escribirá con tu pasión la noche,
mientras el viento ondeará tu pelo.
Y al despuntar las madrugadas frescas
encontraremos, al pasar las hojas,
que fue testigo en nuestro amor la luna.

IV)

¡Me encanta comprobar que hay tantas hojas
selladas con la firma de tu nombre!
que escritas en la piel de cada noche
serán más abundantes que tu pelo.
Así se escribirán aquellos versos,
de eclipses amorosos tras la luna.
Un juego incandescente, luz y sombra,
caricias con sabor de frutas frescas:
¡el viaje de un amor impreso en libro!

V)

¿Para qué es la negrura de la noche?
¿Para qué es el reflejo de la luna?
¿Para qué mil hojas blancas y un libro?
Y¿Por qué me brinda el bosque su sombra?
En mis dedos, cual cascada, tu pelo,
que otra vez va decorando las hojas…
ya se escucha la respuesta en tu nombre:
¡en la métrica de clásicos versos,
y en la brisa y sus corrientes tan frescas!

VI)

Cuando se acaben de caer las hojas,
me acordaré de pronunciar tu nombre.
Al comenzar y al terminar la noche,
acariciando con amor tu pelo.
¡Porque merece ser escrito en versos,
nuestro romance de arrebol y luna!
y aunque las nubes enchirán de sombra,
las madrugadas y las tardes frescas,
¡se entibiarán al recitar el libro!

VII)

Ven pronto y disfrutemos a la sombra,
¡y ayúdame a acabar con estos versos!
pensemos ¿cuál sería un bello nombre?
y así titularemos nuestro libro.
Si puedes, seguiremos esta noche:
¡tú escribes mientras yo te peino el pelo!
Te espero con aroma a flores frescas,
tintero, plumas y un millar de hojas
y un rayo de luz tenue, de la luna.

VIII)

Nuevamente la magia de la noche,
nos atrapa en sus lágrimas de luna,
ilustrando las páginas del libro,
¡un encanto que brilla entre la sombra!
Tiene música el vuelo de tu pelo,
es un suave rozar, como las hojas.
Un sonido melódico sin nombre,
que tan sólo se puede oír en versos,
en las horas del otoño más frescas.

IX)

Extrañaremos esas tardes frescas,
cuando se incendie de calor la noche…
introducido en mil quinientos versos,
¡un pasaporte al centro de la luna!
Entre gemidos gritaré tu nombre
¡y se abrirá mágicamente el libro!
pues nuestro amor hoy sellará las hojas,
que solamente podrá abrir tu sombra,
cuando te bese suavemente el pelo.

X)

¡Rosas frescas! ¡mil versos a tu nombre!
Tantas hojas, que al pelo le hacen sombra…
Nuestro libro, la luna… ¡y otra noche!

Nota del autor:

Nota:

El siguiente es el orden de permutación que he usado, basado en la Pseudo Quenina de orden 10, de Georges Perec, presentada en su novela: «La vida, instrucciones de uso»

Le agregué el cambio de ritmo por estrofa para salvarlo de la monotonía.

(Pseudo Quenina de orden nueve)

I)
1 2 3 4 5 6 7 8 9 (heroico)

II)
2 4 6 8 9 7 5 3 1(melódico)

III)
4 8 7 3 1 5 9 6 2 (sáfico)

IV)
8 3 5 6 2 9 1 7 4 (heroico)

V)
3 6 9 7 4 1 2 5 8 (melódico)

VI)
6 7 1 5 8 2 4 9 3 (sáfico)

VII
7 5 2 9 3 4 8 1 6 (heroico)

VIII)
5 9 4 1 6 8 3 2 7 (melódico)

IX)
9 1 8 2 7 3 6 4 5 (sáfico)

X)
135/798/642


Opinión 1:

No conocía la quenina, sí la sextina (me atreví con una hace unos años, pero me pasa con ella un poco como a ti con tu soneto aquel). Lo que encuentro con una búsqueda rápida es que la inventó en el siglo XX Raymond Queneau, derivándola de la sextina tradicional.

En la sextina, se emplean seis estrofas de seis versos, con las mismas palabras a final de verso, en un orden cambiante según un esquema que no recuerdo de memoria. En los tratados de métrica, se recomienda para asuntos obsesivos, dada la repetición de palabras en una progresión de ideas que giran en torno a los mismos conceptos clave.

Este tipo de composiciones son ambiciosas, Adrián, y aplaudo doblemente la ambición a la hora de versificar.

La imagen de la lectura bajo el árbol, en la primera estrofa, se puede entender como un guiño a la ilustración del foro, que me parece muy simpático. La mención de la quena en la segunda estrofa me resulta una identificación muy hábil de la composición formal (quenina) con la música y el ritmo.

Es muy buena idea la de alternar ritmos en las distintas estrofas, lo que además intensifica la autoexigencia. He notado, sin embargo, en la mayoría de los versos de la quinta estrofa y en el último de la octava, que se te deslizan los acentos a la séptima sílaba (3-7-10, en lugar de 3-6-10). Creo que valdría la pena revisar esos versos, dada la naturaleza ambiciosa del poema.

En definitiva, una apuesta valiente y una labor ardua que refleja un compromiso profundo con el arte.


Respuesta:

En este tipo de estructuras veo la literatura y las matemáticas dándose un saludo, ya que estas son las que presentan el «teorema», digamos para la permutación de las «palabras rima».

Al igual que tú, conocí primero la sextina, la sextina provenzal y luego también hice un soneto sextina. Como me gustó, empecé a buscar más material y ahí conocí a las queninas. De esta manera me encontré con esta pseudo quenina y le hinqué el diente.

Como me suele pasar cuando me entusiasmo con un trabajo, me suelo saltar algún detalle que otro. Pero ahora que me señalas la 5ta estrofa y la 8va, ya me dieron ganas de repasar toda la obra.

Al usarse palabras completas como rima, se complica bastante para lograr mantener los ritmos uniformes. Por eso, aunque mi primer impulso fue hacerlo con versos puros en todas sus modalidades, me di cuenta de que iba a ser mucho más difícil.

Ahora cuando los acentos se «deslizan» a la 7ma, ya es cosa seria.

Ya tengo en el banco de suplentes una quenina de orden once, calentando y esperando revisión para entrar en la próximos días.


Opinión 2:

Además de los problemas acentuales, como está trabajando sin rima, las rimas que aparecen se notan mucho en los pies de verso. Entiendo que al ser un trabajo tan largo, cueste mucho evitarlas en todo el trayecto, pero lo señalo por las dudas.

En el V, la sinalefa para quees cae en el acento de 3ª, por lo tanto se desaconseja y por lo tanto, esos dos primeros versos se transforman en dodecas, además de lo que ya se señala del corrimiento acentual.

Hay una trialefa: ayúdameaacabar que transforma esa eaa en una construcción que suena: ayúdame a cavar. El peso de las homófonas ahí es muy fuerte y por tanto, se comen entre ellas y la e no alcanza para ejercer un contrapeso.

Son deslices pequeños porque el trabajo es esmerado y es destacable la suma de diferentes tipos de endecasílabos en las diferentes partes, así que más complejo resulta y por tanto, emprenderlo, más meritorio.

Intervienen: Adrián González (Uruguay) – Antonio Alcoholado (Indonesia) – Eva Lucía Armas (Argentina)

EDITORIAL

La escritura como experiencia

En muchos de nosotros surge la pregunta de por qué seguimos escribiendo entre tanta maraña de estímulos que la época ofrece y, también, de esta nueva proliferación de escritores que incluso, por sus propias declaraciones, parecen vender muchos más libros de los que hemos llegado a vender alguna vez y se jactan de ello en las redes, supongo que como una forma de marketing.

 Si nos remitimos a aquello que se está leyendo hoy en día, tomando como referencia estas mismas redes sociales, encontraremos que quizás, lo que se ha perdido realmente, es el lector. Lectores hay, como siempre (todos parecen beta, bookstagrammers y colaboracionistas), pero ese lector con mayúsculas, el que busca alguna cosa más que lecturas en tándem, al parecer va desapareciendo poco a poco, inexorablemente, a la par que van desapareciendo con él, bajo la maraña, obras excelentes.

Me pregunto qué tipo de experiencia es la literatura para toda esta camada virtual y cómo definirían el hecho de que una obra perdure en el tiempo, cuando ellos padecen una compulsión extraordinaria por escribir casi pareciera que no importa qué.

Una de las características de aquellos libros que perduran y que no quedan atrapados en el montón es el  ir mucho más allá de una buena narrativa, ya que mucha buena narrativa no es solamente manejar con soltura las herramientas, comenzando por aplicar correctamente la gramática.

Se trata de un plus que existe como un resorte interior y que el trabajar la obra se consigue develar a través de, por ejemplo, elegir las palabras correctas para ubicarlas en el sitio exacto en que logren el efecto deseado.

No todas las palabras caben arbitrariamente en cualquier fraseo. Esta elección, por sonido, coloratura, precisión de significado, movimiento sintáctico, es lo que termina por diferenciar «el estilo» o «la voz» de un escritor.

Pero sólo con el estilo o con la corrección gramatical no siempre el resultado será el esperable, ya que hay un elemento intangible, algo que se lleva y, debido a su aparición durante el ejercicio literario, el escritor sufre una suerte de transmutación con la que ejercer el don creativo, que no todos poseen o que no todos consiguen despertar dentro de sí, ya sea por pudor, porque prefieren trabajar dentro de una zona de confort o, porque, simplemente, por mucho que se esmeren y produzcan libros, no lo tienen.

La experiencia de la escritura es compleja y atraviesa por muchas etapas mientras se aquilata, porque cada época de nuestro descubrimiento íntimo como escritores necesita ser pensada y sopesada.

Ser escritor no es sencillamente estar alfabetizado y redactar con cierto decoro, sino que, para ejercer la profesión realmente con plenitud, se necesita de una intensa indagación en nuestras zonas oscuras y en las de nuestro entorno, ya que allí subyacen los componentes de lo humano que luego se plasmarán.

Quizás, porque existe un vasto territorio oscuro en el acontecer humano, la literatura puede penetrar en él y recrearlo desde nuevas perspectivas y visiones,  no para echar luz sobre esas zonas y exponerlas sino para describir su complejidad y por qué no, su vastedad.

Creo que esa es la experiencia más enriquecedora que puede devengar ser escritor.

ANTIACADÉMICAS

Influenza del freddo (nell’anima)

por Gerardo Campani (z’l)

Del verbo influir parten los sustantivos influjo e influencia. Ambos sustantivos son sinónimos, y la razón de esta duplicación podría estribar en ciertas leves connotaciones en el uso, en la apenas ganancia de contar con dos términos de distinto género, o sabrá Dios en qué. La cuestión es que el verbo procede del latín influere (influir), y los sustantivos, de influxus (influjo) y de influens–entis (influencia). Hasta aquí la lógica.

El verbo influencia no existía hasta no hace tanto; luego se lo registró como galicismo, y por último se lo incorporó en el DRAE sin más noticia que la siguiente:

influenciar. tr. influir.

Es decir, se incorpora una palabra al diccionario que es sinónimo de otra existente, con la única noticia de diferenciación que se trata este de un verbo transitivo, en tanto el original (influir) es intransitivo. Esto (el hecho de que se trate de un verbo transitivo) significa que no se puede decir que tal cosa influencie, sino es preciso especificar a qué. ¿Se entendió? Digo que es correcto decir tanto “el amor influye” como “el amor influye en la salud”, mientras que no es posible decir “el amor influencia”, sino que es preciso especificar: “el amor influencia en la salud”. Aparte de sonar horrible a los oídos y a la vista cultivados en la lectura, no se observa ninguna ventaja semántica ni expresiva con este sinónimo.

Pero los cráneos académicos, expertos en lingüística, filología, gramática, semiótica y cuanta disciplina tenga que ver con las Letras, no se quedaron en el sustantivo: validaron asimismo el adjetivo del caso: influenciable. Veamos qué dice el DRAE:

influenciable. adj. Que se deja influir fácilmente.

Nótese que dice «que se deja influir» y no «que se deja influenciar». ¿En qué quedamos? ¿Se trata acaso de un acto fallido en el que se menciona al más correcto de los verbos en lugar de referirse al verbo admitido del cual proviene el adjetivo?

La verdad es que (viva la Pepa) podrían haber acuñado el adjetivo influible, con más razonabilidad* etimológica, pero prefirieron convalidar influenciable, de la misma manera que hicieron con influenciar.

Ahora el despropósito es un hecho consumado: la Academia es (¡ole!) influenciable por la presión de las masas populares, y la palabreja es oficial, y a todo el mundo (también a mí) le suena pipa. El tiempo todo lo cura, of course, hasta los barbarismos.

La pregunta es: ¿para qué cárax queremos entonces a la Academia?

* Esta palabra no existe, aunque debería. Demandaría una mínima línea y ningún esfuerzo intelectual. A saber:
razonabilidad. f. Calidad de razonable.
Los expertos doctores prefirieron ocupar esa línea con la siguiente antigualla:
razonal. adj. ant. racional.

ARTÍCULO

El arte según Madison, por John Madison

¿Qué se necesita para hacer arte? Yo diría que valentía, y mucha personalidad por encima de todo, porque desde ya afirmo que no es suficiente con la formación técnica. Si todos los artistas del planeta se hubieran conformado con lo que ya estaba hecho sin traspasar la línea que cuenta para la academia como no permitido, aún estaríamos pintando en las cavernas.

¿La técnica es necesaria para crear cosas que nunca se han hecho? Por supuesto, ¿cómo valorar lo hecho para posteriormente abrir una nueva brecha? ¿El autor puede hacer lo que le de la gana con su obra, aunque no entre dentro del canon? Por supuesto.

Tu Arte: ¡Tu responsabilidad!

En muchos casos, los procesos de experimentación han dado lugar a movimientos culturales nuevos y a la modificación de los manuales.

Los valores del individuo: historia personal, infancia, geografía, dogma, religión o filosofía, condición socioeconómica, familia y tabúes condicionan la forma de hacerlo. De ahí que no se pueda medir la manera en la que cada cual se exprese. La literatura es una instantánea de esa realidad que el creador vive y exorciza. De modo que, también, es una credencial que habla de ese autor como parte de un conjunto «x» con un comportamiento sociocultural «x». Lo llamamos «estilo». Cada cual el suyo.

A menudo uno tropieza con gente que pretende cambiarle el estilo: «No entiendo lo que escribes, porque tus palabras o tus versos no son iguales a los míos», «Yo no diría jamás eso con las palabras que tú lo has dicho»… válido para actividades como pintar, cocinar, actuar, fotografiar… En fin, Arte.

Para TODO.

Enfrentar un texto, en prosa o en verso, con esa libertad de la que hablo requiere valentía si se pretende retratar y sobrevivir a toda una jauría de inquisidores más interesados en la quema de brujas que en el respeto por el marco que rodea la expresión escrita.

Me es imposible marcharme sin recordarme a mí mismo el concepto real de Arte: Arte, del latín ars, artis. Actividad o producto realizado con una finalidad estética y comunicativa.

En fin, comunicar va de «hacer Arte».

LA «PARTICIÓN» DEL VERSO EN VERSO LIBRE

por Morgana de Palacios

¿Se puede responder a la pregunta de cuál es la forma correcta de separar un verso en una composición en verso libre?

No creo que si se utiliza una sintaxis normal, un autor no sepa cuando una frase se corta de manera inadecuada forzando un encabalgamiento poco atractivo y, desde luego, únicamente el poeta sabe cuando debe iniciar un nuevo verso en función de su propia expresión y del ritmo que le esté imprimiendo.

Cualquier tipo de verso tiene unas normas determinadas, así que hablar en poética de libertad absoluta, es imposible.

Lo que llaman verso libre es una variante compleja de conceptos que ya existen en el verso tradicional, como el ritmo y la cadencia, y de ningún modo se puede llamar verso libre a tantos casos lamentables como se ven, si carecen de ese ritmo.

Aunque el verso libre rechaza la normativa poética tradicional, sin organización rítmica, el poema no puede existir.

Yo aconsejaría, precisamente para afinar el oído y que no existan dudas a la hora de dar por finalizado un verso, que se estudie la técnica rítmica.

Ser poeta no es algo cómodo ni fácil. Ningún arte lo es, así que nadie que desconozca la base de la poética o desprecie el arte que ser poeta requiere, puede llamarse a sí mismo poeta. Picasso no empezó directamente como maestro cubista ¿verdad?; conocía la tradición y la técnica y a partir de ahí, pudo actuar. Los grandes músicos de jazz conocen a la perfección la música clásica y es en ese conocimiento como componen sus obras más brillantes.

Creo que era Robert Fros el que daba un ejemplo magnífico sobre la utilidad básica de la métrica para alcanzar la libertad a través de sus límites, porque ninguno de los dos conceptos existe sin el otro (libertad-límites).

Decía, que nadie podría jugar al tenis sin disponer de un campo de determinadas características y medidas, de una red con una altura precisa y de otra serie de límites, que bueno, estaríamos jugando a cualquier otra cosa pero no al tenis. Lo mismo ocurre con el verso llamado libre.Dos jugadores que tengan una raqueta y una pelota rglamentaria, que no quieran delimitar su campo de juegos, pueden acabar haciendo carreras inacabables o a puñetazos si son intransigentes.

Elliot decía: «Ningún verso libre es libre, para aquel que aspira a un buen trabajo».

Sobre una gráfica imaginaria, el trabajo del poeta puede provenir de dos líneas. Una de ellas es su conciencia y trabajo contínuo, la otra línea es simplemente su curso normal de desarrollo, su acumulación y asimilación de experiencia (no buscada sino solo aceptada en función de lo que se quiere hacer).

Por experiencia entendemos las consecuencias de la lectura y reflexión sobre intereses de todo tipo, contactos, conocimientos, así como pasión y aventura. En cualquier momento, ambas lineas pueden converger en el punto más alto, de modo que obtenemos una obra maestra.

Es decir, de la acumulación de experiencias que se cristalizó para obtener el material artístico y de años de trabajo en la técnica que preparó el medio adecuado, se deriva algo donde medio y material, forma y contenido, son indistinguibles.

Ahí está la perfección del verso…incluso la del verso libre.

Para considerar libre a un verso con respecto a las convenciones métricas y rítmicas que rigen en cada lengua, hay que dejarlo reposar sobre la «violación» de la tradición y para violar algo es necesario conocerlo. El verso libre, necesita contener un germen estructural que se repita, ser el reflejo de otros versos.

Por tanto, la base para la separación de los versos es el ritmo. La base para conocer el ritmo es la técnica métrica y acentual. Cuando un autor conozca mínimamente las normas básicas de la poética, podrá optar con brillantez por saltárselas sin perder lo fundamental y sin que se conviertan en simple prosa recortada, o directamente en caos literario.

Lectura y estudio, ni más ni menos.

UNIDAD EN LA DIVERSIDAD

Particularidades de pronunciación en el verso hispano

Por Antonio Alcoholado

Se distinguen tres tipos de variantes del habla, a grandes rasgos: diatópica (geográfica, esos “acentos” de lugares que podemos diferenciar), diafásica (relacionada con el contexto social en el que se habla) y diacrónica (diferencias por época). Todos notamos rápidamente las diferencias de pronunciación y entonación de otros hablantes, con respecto a las nuestras, por su acento de una región concreta; también notamos diferencias entre hablantes de un mismo acento pero con distinto aprendizaje de la lengua, o distinto uso según las convenciones sociales de los ambientes en que se desenvuelve como hablante. El lingüista Juan Manuel Lope Blanch estudió que hay mayor distancia entre hablantes de distintas variantes diafásicas, dentro de una misma ciudad, que entre hablantes de distintos países pero con un grado alto de instrucción lingüística.

Es natural que, al leer versos, cada uno los oiga con su pronunciación propia, según la variante diatópica, y la diafásica que se le suponga a la voz poética.

Esto lleva a inevitables “choques” de pronunciación cuando, especialmente en las rimas, reconocemos rasgos de pronunciación de otras variedades, como comúnmente sucede a los apenas cuarenta millones de hispanohablantes que en nuestra habla cotidiana distinguimos dos sonidos diferenciados para las letras ese /s/, por un lado, y ce y zeta /θ/ por otro, que no encontramos rima consonante entre palabras como fresa y cereza, que sí riman en consonancia para la inmensa mayoría de los hispanohablantes.

La riqueza de variantes (no solo geográficas, sino también sociales e históricas) de la lengua que compartimos se refleja en la enorme producción poética a la que tenemos acceso.

Sin embargo, existe en nuestros días una batalla en torno a las particularidades de pronunciación, por parte de dos perspectivas diferentes: el panhispanismo, y frente a este, la idea de un español internacional o neutro que todos los hispanohablantes deberíamos adoptar para comunicarnos entre usuarios de variantes distintas.

La postura panhispánica, adoptada por la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE, compuesta por Real Academia Española y las veintidós establecidas en los distintos estados hispanohablantes), en este siglo XXI, es integradora: en la variedad está la fuerza. No es una postura nueva en el caso de España, pese a la visión purista y anquilosada que popularmente se atribuye a la Academia: a lo largo de su historia se esforzó por tener académicos americanos, y de hecho trató, en el siglo XIX, de adoptar la reforma ortográfica de Bello que funcionó durante algún tiempo en Chile; no pudieron porque desde las instituciones del Estado se interpretó como una traición (las independencias americanas estaban recientes y dolían), y cabe imaginar que el pueblo se les hubiera lanzado a la yugular (recuerdo las innumerables peroratas de conocidos y allegados que no dan una en el clavo en lo que a tildes respecta, en redes sociales allá en 2010 y 2011, renegando con incontables faltas de la decisión de quitar la tilde del adverbio solo, de guion, y de los pronombres demostrativos, cuando solamente se trataba de una simplificación ortográfica en su propio beneficio).

Por otro lado, y aprovechando la simpatía de los muchos hablantes que conciben a las Academias como instituciones retrógradas, hay manipulaciones ideológicas como la del español internacional que habría de imponerse sobre las variantes, a cuyo defensor académico, Raúl Ávila, he tenido la oportunidad de escuchar en dos congresos y debatir con él directamente en el segundo de ellos.

Según este profesor e investigador adscrito al Colegio de México, hay una variante que denomina «español alfa» y es esa entonación y pronunciación que se utiliza en los doblajes mexicanos de películas extranjeras y en los medios de comunicación mexicanos.

Los locutores y actores de doblaje no hablan así en realidad; se trata de unas normas de estilo que deben aplicar al discurso público.

Reconoce una variante “alfa 2”, correspondiente con el habla de los medios de comunicación colombianos; sin embargo, alega que, dado que México con al menos 120 millones de hablantes de español es el estado mayoritario en número de hispanohablantes nativos, el “español alfa” de los medios de comunicación mexicanos es el más representativo de los dos.

Después admite tres españoles denominados «beta 1, 2 y 3», uno de las cuales agruparía a Venezuela y el Caribe (pese a las diferencias notables), otro al Río de la Plata y el resto de Argentina hacia el sur (pese a lo mismo), y el último a Chile. Por último, habría un español «gamma» que es el europeo (como si no tuviéramos dialectos, y tan diferenciados, en España) y que desdeña por su escaso número de hablantes, en comparación con los de los españoles alfa y beta. Por criterio numérico, el “alfa” de los medios de comunicación mexicanos habría de ser reglamentario para todos los hispanohablantes en nuestra comunicación internacional.

Esto ha dado lugar al doblaje de series de televisión chilenas al supuesto español neutro o “alfa” para su emisión en otros países: doblar de un español real, hablado cotidianamente en una región concreta por sus hablantes, a un formato de estilo oral televisivo de otro país, en el que los televidentes hablan el mismo idioma, solo que con un acento diferente al original de la serie (y diferente también, en la realidad diaria, de ese formato de estilo que emplean en sus canales de televisión).

Creo sinceramente que se trata de un aparatoso acto de exclusión que empobrece nuestro entendimiento de la lengua y el respeto a su diversidad.

Dejando aparte el disparate de asumir que como se habla en los medios de comunicación anula la realidad de las incontables variantes regionales y sociales, la verdad es que Raúl Ávila está acertado en lo referente a porcentajes. No porque 120 millones de mexicanos hablen igual, que es imposible según de qué parte de México procedan y qué instrucción hayan recibido y cómo hayan decidido o no asimilarla, pero sí porque el número de hispanohablantes que diferenciamos /s/ y /θ/ es ridículo. Pero no desdeñable, dado que forma parte de nuestra habla, y por tanto de nuestro espíritu vivo.

El rehilamiento yeísta asociado a las letras ye y al dígrafo ‘ll’, pronunciando el sonido [ʃ], se da en un área extensa, y tampoco de manera uniforme (se da una variante [ʒ]), por un número de hablantes determinado. No es desdeñable en absoluto, por las mismas razones.

La diferencia entre ye /ʝ/ y el dígrafo ‘ll’ como /ʎ/ está restringida a un número ínfimo de hablantes con respecto del total, pero no es para nada desdeñable, por las mismas exactas razones.

Centrándome ahora de nuevo en la lectura de versos, y desde una posición panhispánica, si leo a poetas rimar «paso» con «trazo», tengo que hacer el esfuerzo consciente de que para la grandísima mayoría de hispanohablantes se trata de una rima consonante. Yo ahí soy la minoría, y tengo que aceptarlo, del mismo modo que tengo que aceptar que Garcilaso pronunciaba una consonante en sustitución de ‘f’ inicial latina que lleva a escandir como octosílabos «… que hablar a todos diste, / que un milagro que heciste…», aunque otros poetas en su tiempo ya no lo hicieran.

Lo que no puedo hacer es como algunos colegas en la enseñanza de español, que alegando que en su región de procedencia no se usa el pretérito perfecto, se niegan a enseñarlo. O difundir prejuicios sobre qué español es bueno o no, cuando el estudio de la lengua presenta tanta riqueza y variedad dentro de cada país. En materia de lengua, creo que nuestra diversidad nos hace fuertes.

EL OTRO Y LA PERSONA

por Edilio Peña – Venezuela

¿Cuándo una persona se transforma en un personaje? Antes de indagar y hallar la respuesta que parece imposible, habría que preguntarnos, quizás, lo más inquietante: ¿cuándo una persona deja de ser lo que parece, con una supuesta identidad propia, para, en un instante, transformase en aquel desconocido sin nombre que creía haber olvidado o extraviado en la selva de la niebla impenetrable, desde el inagotable misterio del ser?

Ese otro que se presenta sin anunciarse ante el reflejo de las aguas oscuras y profundas, en esos laberintos azarosos de la vida, o como un doble que lo persigue como la culpa, el crimen o el castigo en la acuciante vigilia o el insomnio. Un ser extraño que también lo asalta en el sueño tenso de la pesadilla donde, a veces, un resquicio de su memoria tapiada se rompe y le revela que es una bestia, un bicho raro, o un niño perdido y desamparado  entre la ceguera y la orfandad.

Acontece que mientras duerme, inesperadamente, la persona emite un grito sostenido al descubrir, desde el fondo de la inconsciencia, que se halla confinada en una prisión, más oscura que la misma noche desgarrada, con el cuerpo paralizado y, por más esfuerzo que haga por despertarse, lo traiciona la falsa idea de que se ha despertado, estando inmerso aún en la pesadilla y en la angustia más demoledora, al percatarse que no puede mover ninguno de sus miembros.

El drama se acrecienta cuando la persona no tiene a nadie cerca que lo despierte de su impotente y sordo socorro y la agonía puede prolongarse hasta la muerte, en el intenso sopor que empapa las sábanas blancas en un púrpura espeso de sangre. Al ser condescendiente con lo sublime, en la pesadilla, la persona también ha podido descubrir que seguramente había sido un ángel al que le quemaron las alas antes de convertirse en persona o personaje. Pero, ya es demasiado tarde para repararlas y volar más allá de sí mismo; porque las nuevas que pueda obsequiarle Dios, nunca podrán pertenecerle ni volar a donde quiere ir. Así sea, hacia el sin sentido.

Acorraladas, algunas personas fabulan el deseo infantil del carnaval y se disfrazan a escondidas de los curiosos y espías, para alejarse de ese ser que lo habita y del que ha comenzado a dudar porque lo encarna como el personaje de una novela, película o pieza teatral que necesita conjurar. El tormento acrecienta ante la mirada de los espejos porque no lo deja realizarse más allá de la cultura, la religión o la sociedad fundada en rígidas normas que le  ha pautado su conducta.

A veces el doble, o los desplazamientos mentales, se instalan como una provocadora necesidad para cruzar los puentes prohibidos, pero es una tarea clandestina riesgosa de la cual nadie más puede enterarse, porque se precipita la catástrofe y se puede entrar en la locura. Es como aproximarse a los abismos o a un complejo problema matemático. Los infieles, los traidores, los desleales, saben de eso. Aunque el amor o el odio los justifique en su arriesgada aventura. Mucho más, si logran su objetivo. Real o virtual. Porque ninguna persona se sostiene en una sola expresión, en un solo sentimiento, en una sola máscara. Así lo jure o lo prometa en la convivencia con los otros. Todo ser humano, es como ese personaje de la novela de Italo Calvino: El Vizconde demediado.

LAS REFLEXIONES DE GILDO

Tantos libros

Nunca había tenido tantos libros nuevos. Aunque sería justo decir que cuando llegaron los últimos ya había leído el primero: Berta Isla. Que no era el primero que había pensado leer, sino Tomás Nevinson, también de Marías. Pero al mirar la contraportada y leer que Nevinson era el marido de Isla, y siendo que Javier Marías es uno de mis escritores favoritos –aunque tenía algunos años sin leerlo (tres quizá)–, sabía que Berta Isla era el nombre de ese otro libro suyo. Así que para poder leer a Tomás y disfrutarlo sin peros, debía antes leer a Berta, y claro, ir por el libro primero, que no llegó solo, sino con uno de Saramago (el segundo de mis escritores favoritos junto con Marías) para poder recibir un descuento de cien pesos por la compra previa del de Nevinson y los que lo acompañaron.

Ese primer libro, Tomás Nevinson, vino junto con otros cuatro como el regalo navideño de mi madre, que no pensaba regalarme libros, sino unos tenis, que le dije no necesitar. Claro que tampoco necesito libros en sentido estricto, pero es un lujo que en ese momento me podía patrocinar mi madre.

Como ya mencioné, llegó luego ese par de dos de mis favoritos (el otro es Gavrí Akhenazi), y todo el asunto de adquirir material de lectura parecía cerrado. Pero por mi cumpleaños Gil me regaló dos libros de Mario Vargas Llosa, entre ellos Conversación en La Catedral, libro que anhelaba leer pero que no había encontrado, y que pude leer ya.  

También por mi cumpleaños mi hermana me obsequió una tarjeta de regalo de esa misma librería. Y podía escoger otra cosa que no fueran libros pero libros fueron. Mi madre me dio dinero y dijo como para que no me queje de que no me conoce, como cuando olvida luego de más de cuarenta años que no me gusta la cebolla cruda, entre otras cosas; «para que te compres un libro». 

No es que sea demasiado obediente, pero tenía pendiente una visita a la librería para hacer válida mi tarjeta de regalo, así que fui tan pronto como pude. Hay hábitos consumistas que todavía me dominan. Aunque del dinero de mi madre sólo pensaba gastar la mitad en libros, y así había sido, hasta que estaba por pagarlos. Voltee a ver paquetes de libros por mera curiosidad y me encontré con un envuelto de seis libros de Xavier Velasco. Y por la misma lastimosa curiosidad, tomé el paquete y miré el precio, que debí mirar dos veces tras no creerlo la primera vez, y soltar una obscena exclamación de felicidad: $410.

No había leído cuatro de los seis libros de Xavier pero ya no llevaba dinero suficiente. Y mi paranoia me hizo pensar que si no regresaba al día siguiente alguien más se llevaría la grandiosa oferta, dejándome con un palmo de narices y tantos «si hubiera» en la cabeza, como tantas veces. Era tanta mi emoción paranóica que no había notado que podía obtener otro certificado de $100 de descuento por esta compra al volver al día siguiente. Lo noté a tiempo.

Sólo había que buscar algo barato para completar los $500 pesos de compra que piden como mínimo para descontarte los $100 de la compra anterior, y en la mesa de rebajas encontré dos ediciones baratas de Stevenson y Dostoyevski para completar mi compra. Me dispongo a pagar y el cajero me dice que no puedo hacer válido el descuento, pienso que al estar tan rebajados los libros de Velasco es imposible que me descuenten más, en mi cabeza lo acepto, no importa, me los llevo. En principio no comprendo cuando el chico de la caja dice que me hace falta llevar más libros porque para hacer válido el cupón debo comprar $500. 

Sigo sin entender, hasta que dice que el paquete de libros sólo cuesta $249. Supongo que mi cara mostraba una felicidad inmensa e incomprensible, y le digo que espere, que voy a buscar algo más para completar la compra, todavía con esa sensación de alegría extrema que a veces ante estos chispazos llega y nos sorprende. Salí con diez libros por poco más de $400 (unos 20 dolares). Demasiado feliz.

Supongo que tengo para unos tres años de lectura, no leo tan aprisa y la tercera parte del año el futbol americano secuestra mi atención tres noches a la semana. Y como casi todos los que disfrutamos leer también tengo algunos libros sin abrir que deben estar algo celosos.