De mañana / Viento del norte / Recuerdos del Edén, por Javier Garrido Ramos

De mañana

Una, tan sólo una, nada más,
me dijo la persona del espejo.
Y salí de mañana absorto,
lleno de mundos que cantaban
con voz de pergamino:
¡Vive, Javier, tú vive!

Tras el velo del uno estaba el cero.
¿Es mi conciencia concurrente con mi cuerpo…?
Y la voz del espejo, y la voz del camino
disentían: quizás no eres Javier.

Es difícil vivir así,
la incertidumbre impide, paraliza.
Tan solo una, sin sentido,
me dice la razón en la calleja oscura
ante la encrucijada del rumor de la sangre,
de los ojos que buscan la ternura del mundo
y aquellos otros que se cierran
cuando escudriñan mi interior.

Naces, creces,
te reproduces
y oh, Dios, acaba todo.
Nada recordarás, me augura el viento,
salvo un regusto de tus células
disperso por el mundo,
así como el león de diente rojo guarda
un secreto sabor de mariposa.

Una, tan solo una, nada más.
Caen las hojas en el parque
camino del trabajo.

Viento del norte

Tu yo más mentiroso
se levantaba de tu sombra:
quería un trozo de mi carne,
un tercio de mi alma.

Cambiaste de color.
Hubo un momento
en que no te reconocí,
abandonaste tu lenguaje,
el infantil sonido del amor.

Ya no eras permeable,
no te expandías con olor de rosas
moviéndote entre cuerpos
con un pensamiento sencillo.

Surgieron remolinos a tu espalda,
te llenaste de yos
sobre tus rizos.

Para entonces
mi pupila no se posaba como pájaro,
quieta, cantando en rama.

Me encogí en tu ribera,
me pensaste como derecho,
como posesión,
como materia.

Y un frío viento se llevó
todo el calor.

Recuerdos del Edén

Y así pasan los días, reptan,
se enroscan como hiedra a mis latidos
o boca abajo, raudos, hacia atrás,
me arrastran hacia el fondo
donde, asustado, me interpreto.

Recuerdo que hubo tiempos de amanecer colmado,
con sonidos de plata fina entre mis palmas,
pero no los retuve.

¿Cómo no recordar lo jóvenes que éramos?
Allá entre los barquitos
amanecía de otra forma.

Me cuesta respirar

porque percibo el mundo.

Acerca de Javier Garrido Ramos

El “Escalado”, por Luis García Centoira

Ilustración del autor

“Estimado señor Director:

Sigo con atención los tres boletines que diariamente emite su cadena y no puedo menos que manifestarle mi indignación al ver cómo tratan en sus informaciones a los que ustedes, al igual que la policía, llaman “jugueros”, esto es participantes en el Juego de las Seis Escalas.

Desde que el Gobierno prohibió las realidades duplicadas, hace de esto ya seis años, su emisora nos presenta a los jugadores como si fuéramos toxicómanos o, peor aún, como meros delincuentes juveniles. Puede ser cierto que el “Escalado” sea comparable con una droga, en la medida en que permite evadirse de una realidad hostil, o quizá porque todo es comparable con todo, pero de ahí a la delincuencia media un largo camino que jamás recorremos: por causa del juego ni robamos, ni asesinamos. No sé por qué se nos estigmatiza cuando, en todo caso, si a alguien hacemos daño es a nosotros mismos.
¿Tal vez sea porque, gracias al juego, poseemos cierta identidad, cierta conciencia de grupo?

No es ninguna casualidad que apenas haya jugadores en los barrios ricos de Rutaio, en la bahía almantina. Allí la gente nace en clínicas privadas, se cría en casas con piscinas, acude a universidades de pago donde les enseñan a ser ingenieros, o médicos, o biólogos. ¿Para qué pueden necesitar ellos a Dominio?

La realidad virtual que a nosotros nos ofrece el juego, para ellos no es otra cosa que su vida cotidiana. Quizá para ellos así seamos alguna rara especie de delincuentes, pero es fácil entendernos si se sabe lo que supone, como en mi caso, nacer en el cinturón sur de una ciudad como la nuestra.

Cuando tienes cuatro años de edad te empiezas a dar cuenta de cómo está ordenado el mundo y, dentro de esa jerarquía, el nivel exacto en el que estás condenado a existir: tu padre vive de la renta del desempleo la mitad de año y la otra mitad sobrevive ocupando un puesto en una cadena de montaje donde el mercurio, el amianto o la ferralla le carcomen el cerebro, los pulmones o el estómago, de modo que acaba por dejar el empleo y regresar a las rentas del paro; tu madre bebe demasiado y no soporta a sus hijos, y un día se muere con la tripa llena de vino y el hígado destrozado, y a tu padre sólo se le ocurre decir “maldita borracha, ni siquiera había fregado los platos del mediodía”; tienes tres hermanos, y uno va a la universidad pública y se licencia en derecho, y tú lo ves como el tío más listo del mundo pero, al acabar la carrera, los ojos asombrados de tus diez años de edad lo ven tomar posesión de su gran empleo: portero de una casa de vecinos en la parte alta de nuestra bienodiada Ullma: ¡todos esos años estudiando para acabar saludando cada mañana al señor Willson, para acabar portando hasta el contenedor cada noche la basura de la señora Almansa! Tu única distracción, en las faltas al colegio, consiste en pasar los novillos sentado en cualquier muro asardinado, esperando a que ocurra algo en el barrio que atraiga la atención de la policía y, créame, siempre hay algún marido que pega a su mujer, algún comerciante que persigue a un ratero, una riña de verduleras, tráfico de drogas, un ajuste de cuentas, un asesinato. De pronto, un día descubres que has desembarcado en la adolescencia y ya vas dos cursos retrasado en la escuela elemental, y alguien te presta un programa de realidad duplicada, algún sencillo juego que puedes probar en tu propio ordenador: una batalla de naves espaciales, un criadero de conejos, un viaje submarino…

Si a los veinte años todavía sigues vivo, te enteras de que existe una increíble aventura llamada Dominio y que para disfrutarla únicamente necesitas una clave de seguridad, una copia de ti mismo –lo que llamamos un “avatar”, una recreación electrónica de la propia identidad– y una línea abierta de la que colgar tu ordenador.

El día que pagas por tu avatar –es relativamente fácil encontrar en el extrarradio a “cerebritos” capaces de esquivar a cambio de unos pocos billetes las restricciones que las agencias de protección de la identidad legal cuelan en las redes– y, tras cargar en tu ordenador la versión no purgada del programa, das la orden de “juego”, el mundo (todo el Mundo, el de los ricos y el de los pobres, el de los trabajos de mierda, las madres alcohólicas y los hermanos fracasados) se transforma: estás en Dominio, el planeta del Escalado, dentro del cual puedes elegir el escenario donde deseas permanecer, el lugar donde eliges vivir; porque debo aclararle, señor Director, que tú eres tu avatar; efectivamente, no es que “veas” lo que tu clon virtual hace, no, tú eres quien estás haciendo lo que él escenifica en la pantalla.

Mi avatar se llama Arrebato y, como todos los clones digitales, pasó su primer año de existencia virtual en el paraíso denominado Terraza. Le diré que más de la mitad de los jugadores rara vez salen de Terraza. En ese edén no hay, como en el sur de Ullma, prostitutas enganchadas al cristal azul o niños atiborrados de pegamento; es un pequeño paraíso costero: hay una playa de arena fina, el sol luce sin llegar a quemar, los martinis son de balde, y tú te pasas las horas sentado en la terraza (de ahí el nombre), charlando de cualquier tema banal con los avatares de todos los demás jugadores. Te puedes dar un chapuzón si lo deseas, jugar a la pelota, broncearte o pasear por la orilla del mar, aunque lo verdaderamente atractivo de Terraza es, precisamente, poder estar ahí, sin nada que hacer, sentado frente a tu copa, y charlar con gente que siempre tiene algo interesante que decir.

Como puede ver, señor Director, Terraza es un plácido lugar como esos donde usted, seguramente, veraneará cada año. Sólo que nosotros no tenemos dinero para pagarnos un viajecito hasta la costa del Océano Almanto –el desempleo no da para muchos jubileos– y la única forma de obtener siquiera un sucedáneo es la Primera Escala.

Muchos jugadores, además, acuden al Bramadero: el segundo nivel del Escalado. Imagíneselo: un local gigantesco donde la música suena, machacona, a todo volumen, luces de colores que giran y giran, tú estás dopado y no puedes dejar de bailar. Eres el rey del estrépito, ligas lo que quieres y con chicas que, créame, tienen que ver más con una fábula erótica que con la física realidad de aquellas a quienes esos clones femeninos representan. En Bramadero todo es como tú deseas verlo; el mundo es una colosal burbuja de cava, la gente, maravillosa, y tú estás feliz por poder participar de esa inmensa comunidad danzante. Si has deseado que en Bramadero surgiese un plan, entonces te trasladas a la tercera escala, Panal.

Yo soy un tipo enclenque, todo lo contrario de mi apolíneo Arrebato. Por lo general, de Bramadero a Panal voy con Espora, un avatar femenino cuya belleza, me apuesto la vida, nada tiene que ver con la desconocida mujer de carne y hueso a la que representa; y eso lo sé porque las mujeres como Espora, sencillamente, no existen ¿O ha visto usted alguna vez una mujer de pechos perfectamente idénticos? Pues sepa que Espora los tiene, de igual peso, altura y firmeza el diestro y el siniestro. Panal es otro paraíso virtual: la cama es redonda y está cubierta de cojines de colores, la luz provoca sutiles claroscuros, el aire huele a rosas.

Ya ve, mientras en Dominio hubo solamente esos tres paraísos, el Gobierno toleró el juego. Así es, al principio únicamente podía escoger entre mandar a tu clon a holgazanear en Terraza, a bailar o drogarse en Bramadero, o a aparearse en Panal.

Al parecer, no había nada de malo en que todos esos jovencitos de-socupados creyeran que la vida era una tertulia junto al mar, que cada noche se congregasen para bailar frenéticamente antes de copular electrónicamente sin riesgo de embarazos indeseados. No sólo lo toleró, de esto usted tendrá noticia, recordará que la primera versión del Escalado –que entonces se comercializaba con un cursi “Repertorio Virtual de Clímax” como línea explicativa del producto— lo repartió el Servicio de Asistencia Social de Ullma gratuitamente entre los enfermos terminales de las clínicas estatales a fin de hacerles más llevadera su agonía.

Claro que un programa así no puede durar mucho tiempo sin que alguien acceda a su código fuente y lo transforme en un verdadero juego de ordenador, en una auténtica ruta donde escoger entre el bien y el mal, el Edén o el Infierno. Entonces aparecieron, en versiones piratas, las tres nuevas escalas (Utopía, Red y Desafío), y el Ministerio de Orden Público decidió prohibirlo porque aquel aséptico engañabobos se había transformado en un mundo iniciático en el cual podía llegarse a perder la vida o, incluso, la razón. Definitivamente, se les fue de las manos cuando la gente, al pretender acceder al sexto nivel, sufría ataques al corazón o se volvían oligofrénicos. Pero, ¿cómo pararlo, si Dominio se había vuelto la vida misma? A cambio, ¿qué ofrecer? ¿otra vez las calles atestadas de desgraciados? ¿otra forma de morir, la toxicidad de una planta incineradora?

En otro tiempo la gente acudía al Escalado para huir de la realidad; ahora vamos al él para superarla. No todos lo conseguimos, ese es el problema, aunque desenvolverse en Utopía es bastante sencillo: eres el tirano de un país atestado de miserias; tú eres el Rey y vives en la abundancia; mientras tanto, tus súbditos sobreviven en insalubres chozas de arrabales pestilentes. Tres veces al día te traen a un súbdito al cual tú torturas y devoras, hundiendo la cabeza en sus vísceras, degustando su carne cruda, bebiendo su sangre, caliente todavía. Lo bueno –la grandeza de este nivel; su peligro, obviamente– es que eres tú quien eliges a aquellos que deseas devorar: puede tratarse del Director de un canal de noticias en Internet, cualquier Ministro, un policía, o…a tu familia, a tus hermanos, a ti mismo. Comes aquello que odias, y no es nada extraño que uno se odie a sí mismo más que a cualquier otra persona.

De esta forma, hay jugadores que acuden al cuarto nivel exclusivamente para devorarse cada día a sí mismos, y así, destrucción y autodestrucción se convierten en una constante vital que, más allá de la virtualidad del clon, alcanza al hombre de carne y hueso que posee, al fin, el poder de los poderes: comerse, morir y, al concluir la partida, resucitar. Ustedes, los periodistas, tan dados como son a las estadísticas, ¿cuántos jugadores creen que acuden, diariamente, a esta Escala? Si piensa que son miles en Ullma, imagine un número infinitamente abrumador en todo el país, en el planeta entero. Devorar, devorarse. Matar, suicidarse. Y, no obstante, hay otro reino, el del auténtico dolor, que se llama Red ¿Cuántos cree que encaminan allí sus pasos cada vez que se conectan a Internet?

Qué quiere que le diga, yo mismo reconozco que Red y Panal son mis dos niveles preferidos; si en ello hay alguna desviación mental, o no, no lo sé. Voy a concederle el privilegio de que sea usted, señor Director, quien lo decida.

¿Qué es Red? Es una trampa obsesiva, como esos sueños donde uno parece estar a punto de morir –porque cae sin cesar, porque sus perseguidores están a un paso de distancia– pero nunca acaba de morirse del todo –no hay suelo donde quedar aplastado, “ellos” no logran darte caza–. Esos sueños, como Red, se resumen en la agonía, que es su esencia, su explicación, su corolario.

En la quinta Escala estás sujeto a una gran telaraña, rodeado por clones de subespecies humanas –hay quien los prefiere a los colmos de la belleza, como Espora, como yo mismo– que acuden a comer tus entrañas, a defecar en tus vísceras, a revolcarse en tus babas… Es muy de-sagradable, y sé que no dice nada en mi favor afirmar que acudo al menos tres veces por semana a Red, pero lo hago. Y ahora, ¿qué? ¿eso me ha convertido en un delincuente?

Supongo que es el juego mismo de la vida como ustedes la han hecho, señor Director, y aquí no hay nada de delincuencia. Entre ser Rey devorador y víctima devorada algo hace que me quede con el rol de víctima (por eso no tengo esperanzas de abandonar jamás el mísero suburbio en el que me he criado). Pero las verdaderas víctimas, los auténticos jugadores, son aquellos que acuden a Desafío, el sexto nivel. Magnífico: un viaje a tu propia mente, un recorrido por tu corazón tal como es, un tour por tu propio cerebro ¿Le parece poca cosa? No conozco a nadie que, si ha logrado regresar de Desafío, conserve intacto su sano juicio.

De todas formas, lo que yo quería hacerle entender era que Dominio no es una escuela de delincuentes, como ustedes sostienen, sino todo lo contrario, un psicólogo barato para los habitantes de este infierno suburbano, caótico y miserable en el que los jugadores crecemos.

Creo que esta carta va a quedar coja, de todos modos, si no le hablo un poco más acerca de Desafío ¿no? El caso es que el único modo de averiguar algo más acerca del sexto nivel es entrar en él, y yo nunca lo hice.

Espero que todo esto sirva para convencerle de que deje de estigmatizarnos en sus noticiarios: bastante tenemos con vivir en el sur de Ullma ¿no le parece?”

Otro “juguero” muerto. Tenía unos diecinueve años, piel negra, pelo rizado y una barbilla como demasiado huída hacia delante. Lo halló su padre aquella misma noche y decidió enviar, de todos modos, la extraña carta que su hijo había dejado pendiente de envío en el buzón de salida de su correo electrónico.

Sobre su cabeza, animadas en el monitor, se apagaban y se encendían intermitentemente las palabras que conformaban el fin de la partida. Simplemente: GAME OVER.

Acerca de Luis García Centoira

Jorge Ángel Aussel – Argentina

Duelo por piratas

Izaste a media asta las banderas
al dar lo nuestro por finiquitado,
y entre la densa bruma y lo abrumado
no vi las tibias ni las calaveras.

Me costaba creer que concluyeras
el cuento sin haberlo comenzado,
con un final coprotagonizado
por un actor que nunca describieras.

Y sin embargo, al filo traicionero
del garfio en tu muñeca, lo he sentido
justo en mi médula espinal hundido.

En ocasiones no es el bucanero
sino el pirateado quien va cojo
con un parche de tela… en cada ojo.

La fuerza oscura de la Luz

1

Te falta el pinche tirano
que ponga en jaque tu vida,
quien te acuchille en la herida
para cortar por lo insano.
Sin cruz no habría cristiano
y sin un Judas, tampoco,
ni habría mucho sin poco
ni poco sin mucho y nada
ni sería la balada,
sin un cuerdo, para un loco.

2

Te falta la indócil fuerza
del golpe in-justo en la entraña,
la que te estampe su saña,
la que te forje o te tuerza.
Será preciso que ejerza
sobre ti, tu lado opuesto,
la presión de lo funesto,
y si eres de cesio o cromo,

con ese lastre en el lomo
se pondrá de manifiesto

De finales sin principios

La oscuridad se devoró mi mundo
tras el This is the end —y no es ninguna
desmedida metáfora oportuna
que desenvaino para ser rotundo—.

Esa noche con ojos de inframundo
que amamantaba en brazos la infortuna,
no quiso dar la cara ni la luna
en un cielo de humus infecundo.

Me cortaron la luz —lo que faltaba
para encajarle la cereza al plato
de la desolación— y el desconsuelo

se apoderó de un hombre que lloraba
a la luz de las velas de lo ingrato
en el espejo donde hacía el duelo.

Sigo

¿Estos últimos tiempos? Agonía,
muerte, velorio, sepultura, llanto,
resurrección, vivir el desencanto
y morir nuevamente cada día.

Aspereza, esperanza, fantasía,
realidad, desilusión, quebranto
y querer no poder quererte tanto
sabiendo que te quiero todavía.

Cinglar de día por ciar de noche
hasta rayar la aurora del reproche

que como Tom a Jerry me persigue…

Y para resumir, ¿cómo te digo?
No estuve en Disneylandia, pero sigo
porque la vida mata al que no sigue.

Acerca de Jorge Ángel Aussel

Revista Ultraversal edición número 1

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Editorial » Del escritor hasta el lector » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Sumario

In memoriam » J. L. Jiménez Villena » Por Isabel Reyes Elena
Prosa » Silvestre / Palabras para Ione » Textos y fotografías de Ayla Michelle
Reseña » Diario: un libro de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo » Por Gavrí Akhenazi
Poesía » Mujeres en mi carne: Nadjejda / Trópico de Cáncer / Cabirio’s nights » Por Enrique Gutiérrez Isoba
Prosa » La herencia intacta / Anécdotas de una docente: Marcelo » Por Silvana Pressacco
Poesía » Ciudades / Recuerdos del hombre partido / Individuo 12 » Por Joan Casafont Gaspar
Reseña » Barca varada: un libro de Arantza Gonzalo Mondragón » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Prosa » Bacanal » Por Gerardo Campani
Poesía » Milagros I & II / Vos / Siete lunas » Por Daniel P. Ilardi
Artículo » Acentuaciones posibles de la métrica española » Por Alejandro Sahoud
Humanidades » Eufemismos » Por Gildardo López Reyes
Poesía » Ejercicio de noche / Acto multidisciplinario / Fellare / Vocación de silencio » Por Gavrí Akhenazi
Entrevista » Silvana Pressacco » Por Rosario Alonso
Prosa » Sueño invernal / Recuerdos » Por Arantza Gonzalo Mondragón
Reseña » Alegoritmos: un libro de Gavrí Akhenazi » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Poesía » Tinta china / Tinta verde » Por Héctor Michivalka
Artículo » Recursos literarios » Por Enrique Ramos
Poesía » Mariana / Preso de tu ausencia / Me recuerdas a Sabina » Por Gonzalo Reyes
Artículo » El principio era el fin » Por Miguel Palacios
Prosa » El comerciante » Texto de Ovidio Moré con fotografía de Arantza Gonzalo Mondragón
Poesía » Náufrago en tierra / Romance de Noviembre / Dolor de luna rota / Vorágine » Por Isabel Reyes Elena

Staff

EDICIÓN NRO. 1 – JULIO 2015
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Subdirección
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El ave del destino (para Gavrí Akhenazi)
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Editorial de la edición número 1 de la Revista Ultraversal, por Silvio Rodríguez Carrillo

Del escritor hasta el lector

Más allá del talento natural y del oficio que pueda tener, todo escritor recurre a tres variables: la experiencia, el conocimiento teórico y la imaginación. Hasta aquí, viene a ser la justa combinación de estos tres elementos lo que hace posible redactar no un informe, sino un relato, o bien, un poema.

Ahora, prescindiendo de la imaginación, podemos sopesar la realidad desde una visión dicotómica en donde hay aspectos tanto positivos como negativos, y donde, por ejemplo, lo positivo sería donar órganos y, lo negativo, traficar con ellos en el mercado negro para lucrar sin escrúpulos. Es, entonces, al escritor a quien le toca dar a conocer esta realidad junto con su impresión respecto de ella.

Es así que un poema o una prosa se constituye en un testimonio, en la manifestación de lo que el escritor ve y siente sobre lo que le ocurre, sea esto una bala que pasa zumbando al lado de la oreja, el diagnóstico terrible que dicta el médico de cabecera, o la imperturbable fortaleza de la vida que diariamente se escribe con el rocío y el sereno.

Y entonces apareces tú, lector, supremo juez, para considerar cada uno de los testimonios de este número de la Revista Ultraversal, en el que encontrarás un caleidoscopio de manifestaciones con las que habrás de converger o discrepar, pero que no te dejarán indiferente y que, quizás, te impulsen a escribir —o a continuar escribiendo— la manera en la que captas eso que llaman existencia.

Acerca de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

J. L. Jiménez Villena, in memoriam, por Isabel Reyes Elena

Leer la poesía de J. L. Jiménez Villena es viajar de las luces del norte a la claridad del sur, su lugar de nacimiento.

Poeta y maestro. Una armonía sutilmente clásica, bañada cada día en el presente al que Villena fue fiel y además le divertía: sonrió sin rupturas ante la mujer, el amor y el deseo.

Sus poemas llevan implícitos tintes filosóficos y  sutiles con un léxico extremadamente refinado,  que se muestra  en todo tipo de composiciones poéticas. Un profundo desasosiego metafísico enmarca su obra y todo ello definido por un acendrado sentimiento humanístico de su tiempo.

Tuvo una idea clara acerca del rumbo de su andadura literaria. Fue el Albert Camus de su primera etapa de felicidad terrena, el invencible dichoso. Pero también mostró una claridad humana fuera de lo común cuando vio acercarse el final de su vida. Sus atardeceres no  fueron finales; es más, su poesía transcurrió en un constante amanecer tomando  la mayor cantidad de alegría y hermandad que este mundo agrio le permitió.

Huya el tiempo

A veces el pasado es el destino
del humo de la vida, de la farsa
del amor que, sin serlo, nunca fragua,
como nunca es el agua un espejismo.

Dejaré en la tristeza un verso escrito,
desamor, esperanza huera o vana
e igual que su sentencia el reo acata
yo quiero que después cunda el olvido.

Huya el tiempo también y su premura
por caminos o vientos muy lejanos,
que yo quiero de nuevo la dulzura

de tener el amor entre mis labios
como el sediento que abre dulces frutas
y se come la pulpa muy despacio.

El espejo

Tras el frío bruñido del espejo
de alinde en que te miro,
en el eco del silencio estás llorando
y lloras lágrimas de cristal molido
y lloras penas que son de hielo seco
y lloras como un desterrado
en el espejismo de tu dolor secreto.

Vives en una ciudad de vidrio y viento
que tintinea en mi cabeza,
casi rompiéndose cada día,
pero yo no sé quién eres tú
y tú no sabes por qué lloras.

Y yo que venía desarrimado
a averiguarte la esencia del alma,
héroe efímero de los escaparates…
y yo que deseaba beber el aliento
de cristal envenenado de tus labios,
amor cercano e intocable…

y yo que quería preguntarte mi nombre…

La mujer del secreto

La mujer que me lleva a la otra orilla
es un puente de sombras deshiladas,
un atajo a la gloria o al infierno
de un querer que me quiere a vida o muerte.
La mujer que me mata y me desea
es la maga que embruja mis sentidos,
la razón que se pierde con ungüentos
aplicados de noche y a escondidas.
La mujer que me guarda y que me aleja
trae un río de ayeres altaneros,
desaguando en las dudas del ahora
lo cierto y lo seguido de su estirpe,
y es un brote de piedra en el futuro.
La mujer del secreto que ella sabe,
lo desvela en las noches del instinto
y fía ciegamente a mi vigilia
su vida, que hace tiempo que es la mía.
Hay dos firmas de amor al pie de un trato
avalando la sangre y su bullicio
en los frágiles días que nos sueñan.

Nocturno

La noche se abre en una flor de brea
que naciera del tallo de lo oscuro
y derrama su efluvio misterioso
bajo una lluvia de marfil eléctrico,
de una luz que quizás sea de luna.
Camino en la quietud de las aceras
buscando una guarida que me ampare
y un bar es un lugar donde esconderse
para encontrar sosiego en una copa
y suponer tu cara entre las caras
que me miran mirando lo que miro.
No sabe nadie que te busco a tientas,
que me parece verte en algún rostro
o en el cristal narcótico de un beso
que me devuelve a ti,
a la derrota absurda de quererte
en unos labios de carmín postizo.
No estás y a la intemperie,
cuando las putas vuelven del infierno,
en esa hora turbia en que el delirio
tiene un aroma de flor del trasmundo,
sin aliento ni ruido vuela un ángel
que desangra en palabras su agonía
y un poeta se bebe los silencios
del amargo licor de los crepúsculos.
Nunca hubo un amor tan imposible.

In the road

Dejé que el coche fuera despacio y sin destino
hacia la noche albada del neón y el desvelo,
igual que un ángel roto volando al ras del suelo
la gloria me pillaba muy lejos del camino.

Por las calles oscuras, por las sombras opacas,
la gente de la noche peleaba su esquina
con la sed insaciable del vicio y la ruina
que, al hervir de la niebla, bullía en las cloacas.

Yo, que buscaba el rastro y el perdón del olvido,
devoraba kilómetros huyendo de lo inmundo
y drogado de pánico, conduciendo errabundo,
maldecía la suerte que tiene el forajido.

Repartía el semáforo en tres luces el mundo
y en la duda del ámbar me quedé detenido.

21 gramos

El alma huele al humo y la ceniza
de los hombres, que inmolan su conciencia
para hacer de la pura inconsistencia
algo eterno sin linde fronteriza.

Un alma es como un arma arrojadiza
contra el miedo, pirueta de la urgencia,
un mecanismo astral de nuestra esencia
para fijar la vida, tan huidiza.

Espíritu de seda incorruptible,
parece lo divino en cautiverio,
la materia en la luz de lo invisible.

Veintiuno son los gramos del misterio
fluyendo de un ahora imprevisible
que anhela de lo eterno magisterio,

un mágico criterio
que hiciera del soñar algo preciso
para trocar la nada en paraíso.

Noviembre

La tarde, una más, se diluye en lo ausente,
y esa vieja friolera está bordando un tul
parecido a la noche. Un rescoldo de luz,
de lumbre rubia, huye como huye el oeste.

Y parece que el aire, furioso, mal esconda
la mórbida soberbia de un relámpago oculto,
por las venas de luz de azafrán, el crepúsculo,
sutil, se desvanece en un pozo de sombra.

Agua turbia de viento, la humedad de las nubes
desemboca en la lenta serenidad del valle,
llueve sobre los casi desnudos abedules,

y lloverá esta noche de aguacero y derrame,
y caerá la lluvia con peso transparente,
cuando, cerca del fuego, yo mire cómo llueve.

Adiós

Vengo a decirte adiós
con un idioma de epitafio y mármol
con el mal del silencio
alambrando de miedo mis palabras
y de ácido la boca y la saliva.

La ley inexorable de los nómadas
sin compasión me rige y me sentencia
a la innoble condena del traidor,
a los fieros destierros del apátrida
que conducen al sur de ningún sitio.

Me voy con lo mejor de tus secretos,
desparejo me voy, fugaz y múltiple,
por la mansa costumbre de la ausencia,
y te diré adiós
mientras la culpa arde en los carbones
y se deshila en humo.

Contigo lloraré los funerales
junto al tierno cadáver de nosotros
expuesto a la oración y a la piedad
de los desconocidos.

Ni el dolor ni el consuelo son de aquí,
aquí no queda nada,
aquí no queda nadie que nos sepa,
sólo yo que he robado lo que había
y he enterrado el botín tras la derrota.

Las esperas de Bukowski

los tratos que hemos cerrado
los hemos
mantenido…
Charles Bukowski

eres un mamón, Chinaski,
te guardaste
las palabras de amor
para hacerte viejo,
para morir apostado
en todas las carreras
y con el sabor de lo bueno
en los labios.

alguien me dijo de ti
que escondías el orden
de la soledad
debajo de la cama,
al lado
de las zapatillas
y
las revistas guarras:
te felicito, tío,
no es mal
sitio
para estuchar el botín
de lo inesperado.

y más
si eres escritor y
poeta de puros huevos
hasta el trago aquel
de romperse
el páncreas:
eso
es
talento.
lo tuyo es
talento.

talento, man:
has ganado.

has podido esperar,
a la muerte
sin que nadie,
nadie,
te reviente los cojones.

eso querías:
esperarla vivo
mientras te follabas
a bebedoras de vino barato
tan desesperadamente vivas
como
tú,
tan ávidamente lúcidas
del resplandor
como
tú.

sí, amigo,
te las tiraste a todas,
y fuiste un cabrón con ellas,
cuando el infierno era
un apartamento
para dos.

en la radio
suena Mahler a tu manera y
he bebido por ti
mientras leía
“victoria”,
un poema de gente
con
palabra.

a tu salud, socio,
aquí ando:
cumpliendo con lo mío.
aunque sé
que nada de esta mierda
te interesa.

a mí también me da igual,
pero
bebo por ti, Hank,
por lo bello,
por lo suciamente bello,
por lo ciertamente bello
que
ha sido leerte:

a cara de perro, tío,
a cara de perro.

Acerca de Isabel Reyes Elena

Silvestre & Palabras para Ione: Textos & fotografías de Ayla Michelle

Silvestre

Como una doliente flor de secano heredé la semilla y la forma de contemplar lo ausente, de separar el grano de la paja y echarme a dormir sin nada más sobre el heno. Estoy hecha al colchón de la piedra helada que forman las palabras que no se me dijeron y que ya no me piden sábana.

Sólo preciso el riego del no te quiero con cerveza, la negación con whisky de palabra, de obra o por omisión, o el silencio del que calla y otorga pero con mucho vino tinto. Porque si son a palo seco me las esfumo al aire dibujando aros con el dióxido de carbono que me sobra por el día y que me sale por la noche con la boca muy redonda, y siempre consigo dormir caliente, como duerme una lengua en la cuna de su propio efecto invernadero.

No soy la rosa y menos aún la espina de ningún poema perdido ni el geranio que cuelga de tus ventanas y te adorna los balcones para que otros lo miren. Sólo cardo mariano y silvestre con las hojas abiertas al rocío y al pulgón o mala hierba que no se ilusiona ni cree, porque sólo se deja llover si llueve o secarse al viento que da igual en qué sentido sople, siempre que sea en mi contra porque es así como mi raíz se crece.

Palabras para Ione

Me desperté muy temprano y me invadió la sensación de que la vida me regalaba dos horas de intimidad para pensar en mis errores recientes. La tarde anterior había sido muy desconsiderada con mi abogado. Al principio pensé en llamarle para disculparme, pero era demasiado temprano y además, sábado. Mientras desayunaba me acordé de una mañana lejana de mi pasado, diez años atrás, en la que conversaba con mi padre. Aquel día fui a buscarle a la clínica porque le habían dado el alta hospitalaria, y quise acompañarle a casa porque él así me lo pidió. Fuimos caminando y al llegar al primer banco del paseo se encontró cansado y con ganas de repasar su vida.

─Siéntate conmigo, Ione ─tuvo que insistir dos veces porque yo presentía el dolor y quería resistirme, aunque finalmente accedí.

─¿Estás cansado, papá? ¡Debí venir en coche! ─le dije cogiéndole la mano como queriendo abrazarle todo el cuerpo a través de los dedos de mi alma impotente.

─Escucha, Ione. No se trata de cansancio. ¿Recuerdas cuando era niño y estuve enfermo de tifus?

─¡Claro que sí! Lo recuerdo muy bien, pero cuéntamelo otra vez.

Lo pedí como si fuese una súplica que me sirviera para recordar el dolor superado de antes y desviar así el de ahora.

Lo cierto es que no quería pararme allí, a dos metros de casa, porque hay cosas demasiado difíciles para que una hija las tenga que escuchar y después recordar toda la vida.

─Entonces tenías ocho años, papá ─le dije con una leve sonrisa─ y como todos pensaban que ibas a morir, llamaron al cura para que te dieran la extremaunción. No veías nada ni podías hablar pero podías oír las voces que sentenciaban que te morirías al día siguiente  ¿verdad?

─Claro ─contestó─, porque el sentido del oído es el último que se pierde. Y si estás atento y escuchas, te das cuenta de que la muerte también nos habla. Y entonces no, pero ahora sí que la estoy oyendo.

─Eso no puede ser, no sigas por ahí que me voy ─le dije con tristeza porque no quería aceptar la realidad.

─El tiempo que me queda voy a sufrir mucho ─continuó─. No hay nada más difícil en este mundo que el amor. Se puede elegir con quien te casas, o a quien abandonas, pero no se elige a la persona a la que amas. Por eso, cuando llega sólo puedes decidir qué harás con tu vida al respecto. Podrás alejarte, pero no por eso va a desaparecer de tu corazón, ni el dolor se borrará con el tiempo.  Nadie lo sabe mejor que tú, que te fuiste un día ─dijo mirándome con los ojos aguados.

Mi boca permanecía sellada. No podía añadir ni una sola palabra. En el pasado, creí que mi padre no se daba cuenta de mi dolor, y en ese momento sólo podía mirarle con los ojos llenos de ternura, mientras él seguía hablando porque sabía que sus palabras serían mi alivio en el futuro.

─Por eso elegí estar con tu madre ¿comprendes? ─siguió hablando de ella─. Tal vez si hubiese elegido a mi novia de San Sebastián hubiera tenido una relación menos tormentosa. Era muy dulce aquella mujer, pero no estaba enamorado, y además en ese caso no hubieras nacido tú.

─¡Gracias, papá! ─le dije en voz baja pero con ganas, porque no hay nada más hermoso que agradecer la propia vida.

─Tal vez hubiera sido más sensato tener sólo un par de hijos en lugar de cinco ─me dijo poniendo la misma cara de pillo con la que me miraba cuando jugábamos al mus─, pero entonces tampoco hubieras nacido tú. Siento mucho todo el tiempo que estuviste olvidada incluso de la mano de Dios, pero cuando ya no esté tu padre, tienes que atreverte a seguir siendo tú. Conmigo siempre lo hiciste. Te atreviste y defendiste tu camino incluso frente a la depresión, a las bombas y a la soledad. Acuérdate cuando yo no esté. Sé tú misma y entonces el amor y la vida tendrán sentido. Nunca le des la espalda a tu corazón.

Fragmento de Por si te encuentro.

Acerca de Ayla Michelle

Mujeres en mi carne: Nadjejda / Trópico de cáncer / Cabirio’s nights, por Enrique Gutiérrez Isoba

Nadjejda

Ay, niña de mi alma, a veces lloro
cuando te veo ya mujer creciente;
no sabes mi dolor inconsecuente
cuando al mirarte gozo y no deploro

ninguna atrocidad de las que moro,
porque morar es hoy mi renüente,
y escapo sin querer a esa vertiente
en que queremos vernos con decoro.

No sé si sé querer, a veces, dudo,
gimo entre risas, canto enajenado
en el que tantas veces yo me anudo.

No sé si arreglaré el desaguisado
que cierne en torno a mi ciclón ceñudo
pero por emociones habitado.

Trópico de Cáncer

Se me quedó la voz
entre un montón de astillas estalladas
e intento resurgir
desde un difícil vuelo entre chamizos
queriendo alzar los ojos
apoyado en la voz, la mano amiga
y un impulso feroz
por alcanzar un zenit y esa altura
del sol aquel de Junio que entre azules,
‘ejércitos de azules persiguiéndose’,
marcaba los estíos
bañados por la luz plena y gloriosa
del Trópico de Cáncer.
Bajada a Capricornio
es esta ciega huida entre huracanes
que nos acercan, alma,
y acortan las distancias transgredidas.
El raudo resplandor
e intenso que del junio en el postigo
va y me mantiene en alto
tratando de ir haciendo las distancias
más llevaderas recto a sepultura.
Quizás después del sueño
esté más descansado, hora fluctúo
entre sonidos próximos y tonos
que por acomodarse se asimilan.
De letra quiero hacer
camino que me traga y cuadricula,
de asaduras haciendo voy destino
y hoy se me queda el surco
tras estas líneas tantas y jirones.

Cabirio’s nights

Si de mi estado lira
que no tuvo de calma ni un momento
ornase yo la ira
con algún instrumento
como un Nobel del Simio en aspaviento.

Cual una prosa intento
pasando por Mykonos y sin guía
aeda de un adviento
de versos se diría
surtidos de un burdel de sodomía.

Ver para ver los ojos
cuajados en instantes fiduciarios
de hatajos de despojos
de vientres fornicarios
las noches de un Cabirio sin armarios.

Cuajando en la bajura
un cuento porque alcance más infame
la gloria más oscura
en ese toma y dame
de algún  Bocaccio efebénico al derrame.

Acerca de Enrique Gutiérrez Isoba

Ciudades / Recuerdos del hombre partido / Individuo 12, por Joan Casafont Gaspar

Ciudades

La ciudad mira al cielo,
clama el cielo y se queja
y en su queja se nubla
y nublada se duerme.

La ventana está fría
desde el frío me llama
y repuebla con labios mis silencios más crudos.
Y me hablan con signos
los neones, las sombras, las montañas distantes
y esa aguja de luz que imagino curiosa
que presiento a lo lejos
cómo entra en mi casa e ilumina mi ausencia.

La ciudad
infeliz, taciturna, extranjera en el mundo
oscurece en el llanto de los hijos del plomo
y se acuesta conmigo,
viajero incansable por las horas más torpes.
Enredada en mis piernas esta ciudad oscura
me conquista la piel y me asalta el espíritu.

Hambrienta y desvestida
la ciudad amanece,
se despierta cercada, trinchera y cicatriz,
con la lengua extenuada
codiciando un mendrugo de otro sol y otro cielo

y tú llegas con nombres
y colocas las calles
y embadurnas con soles el reguero de sombras
que rodea mi casa
y esperas.

Recuerdos del hombre partido

Tras una vida oculta y malherida,
tras ser sólo la sombra, la sombra de un demente,
clamé a los alquimistas de rostro indiferente
y a esas luces rojas y a la luna suicida

y a esa libertad mal entendida
que fue de mi ignorancia la esposa complaciente
y a la lluvia adictiva, continua, impertinente
embargo de un pasado que hipotecó mi vida,

a esos reclamé la fuerza de mis manos
y ese tiempo perdido
de un norte pervertido que enmarañó mis planos.

Hoy ya no pido nada y escapo decidido
de esos días insanos,
recuerdos aún cercanos de aquel hombre partido.

Individuo 12

No sé si yo maté al individuo
o a ese pensamiento que invadía
mi mente con ideas delirantes
y mis ojos con otros sin retina.

Sólo sé que conservo manchas rojas
en la piel y en las letras intranquilas
y en la voz que compone telarañas
y se pierde en sus trampas y mentiras.

Después de este trastorno interminable
soy esclavo de vivir en la rutina,
de sentir que el porqué de mi existencia
se apaga entre las nieblas y las brisas
y cuanto más intento conocerme
me siento más lejano de mi vida.

No sé si el individuo es un estado
de esta mente confusa y victimista
o es tan solo una imagen proyectada
de aquellas emociones que suplican
librarse para siempre de los nudos
que las lían, censuran y limitan.

Por no saber ni sé si esta locura
es real y tangible o es ficticia
y en mi ignorancia sigo caminando,
dudando si soy yo el que camina.

Acerca de Joan Casafont Gaspar

Milagros I & II / Vos / Siete lunas: Poemas & óleo de Daniel P. Ilardi

Milagros

Yo tengo esta razón para mis ojos
y para mi balance, esta ganancia:
la grata novedad, la relevancia
urdida en el jardín de tus sonrojos.

I

Al cabo de este andar que se aligera,
de un ángel entre encajes suspendido,
me ha sido este verdor irrepetido
porque te quiera así, porque te quiera.

Porque contigo todo se acelera,
velocidad de instante y de latido,
a tu sonrisa voy como hacia el nido
aún a medio hacer en primavera.

Y aún a medio hacer la flor y el gajo,
la sangre por las venas se reprisa
motivo de frutal predicamento.

Que arriba todo es como es abajo:
a Dios en vecindad de tu sonrisa,
por un momento vi… por un momento.

II

Del Verbo es el deseo de que explores
desde lo inaprendido a lo supuesto,
y nuevas son las cosas —pormenores—
al desafiar tu boca aquello y esto.

Qué cónclave de lirios seductores
en los jardines niños de tu gesto,
la viva perspicacia de las flores
en nítida ascendencia sobre el resto.

Qué inevitable asunto de la hierba
dirime entre tus dimes y diretes
el aire emparentando epifanías.

Cuanto tú dices —niña— se exacerba
la dulce inequidad a que sometes
el alma, los relojes… y los días.

Vos

Vos:
del sueño
dueña del párpado,
reloj de sol de la vigilia.
Cuadrante en que relata el morbo
estancias de un espacioso despertar,
donde los gestos te embleman
fotón en caída vertical
de un quásar lejano.
Orden del prisma
cayéndome
en la cara,
Vos.
Vos:
del vos
con brillo,
lúcido sextante
midiendo en coordenadas
ansias del ángulo imposible
de un efímero vivir en luz,
propicio a los encuentros
cómplice al suspiro.
Lo posible y vos,
fugaz y eterna,
silencio…
Vos.

Siete lunas

¿Ves aquélla mujer mecer la cuna?
Parece tan posible, tan cercano
tocar el horizonte con la mano,
uncirle un cielo nuevo a la fortuna.

Ha debido comerse siete lunas,
ese vientre crecido del rellano;
las tibias levaduras del arcano
leudar en sus dos pechos como dunas.

¿Adviertes la patada inoportuna
la nausea repentina y el desgano?
¿La larva del antojo a contramano,
de ese cuerpo por dos que se le apuna?

La punta del pezón como aceituna
que espera el amasar de su artesano
ya sueña con la vida mano a mano
¿Has visto esa mujer mecer la cuna?

Acerca de Daniel P. Ilardi

Acentuaciones posibles de la métrica española

Por Alejandro Sahoud

La estructura del verso español se inserta dentro del ámbito mayor de la métrica románica (en especial provenzal y francesa), aunque con rasgos distintivos. Los elementos más importantes son el acento de intensidad, la pausa métrica (final de verso o de hemistiquio), la cesura y, en última instancia, el número de sílabas. Existen procedimientos variables, aunque no imprescindibles, como la rima, las figuras de repetición fónica o sintáctica o la disposición en estrofas.
El ritmo del verso reside en la sucesión de sílabas acentuadas y no acentuadas. Según el filólogo español Tomás Navarro Tomás, “la línea que separa el campo del verso del de la prosa se funda en la mayor o menor regularidad de los apoyos acentuales”. Los acentos rítmicos pueden caer en el acento propio de la palabra aislada, pero también en sílabas cuyo acento original es débil. Cada grupo de dos, tres o cuatro sílabas, una de ellas tónica, recibe el nombre de pie de verso o cláusula rítmica. El primer nombre proviene de la analogía que suele hacerse con la métrica clásica y sus pies fundamentales:
  • Troqueo: formado por sílaba larga y sílaba breve (—È) o sílaba tónica y sílaba átona (óo).
  • Dáctilo: larga y dos breves (—È È) o tónica y dos átonas (óoo).
  • Yambo: breve y larga (È—) o átona y tónica (oó).
  • Anfíbraco: breve, larga y breve (È — È) o átona, tónica y átona (oóo).
Estos pies están basados en una sucesión de sílabas largas y breves (sistema cuantitativo) que la métrica española ha asimilado a tónicas y átonas; en el esquema, u es una sílaba breve, una sílaba larga, o una sílaba átona, y ó una sílaba tónica.
Pese a haberse intentado la asimilación de las versificaciones griega y latina a la española, al ser lenguas de distinta flexibilidad, no compatibilizan en la base de los pies (sílaba larga / sílaba corta) para ser nombradas. Por ende, la clasificación de Bello, mejorada por Coll y Vehí, asentada sobre sílabas métricas y acentos, es la más recomendada y de hecho, la que mejor se adecua al tipo de lengua.
Las sílabas que quedan sueltas al principio del verso, hasta el primer acento, constituyen lo que se denomina anacrusis. Las cláusulas rítmicas reunidas forman el periodo rítmico, que se extiende hasta la última sílaba átona anterior al último acento del verso, el forzoso de la penúltima sílaba. Este último, junto con las átonas que lo siguen y la pausa de final de verso, forma el periodo de enlace con el verso siguiente.
Sabemos, pues, que los versos toman su nombre de la cantidad de sílabas. La medida o metro del verso depende del número de sílabas métricas que tiene. Para contar las sílabas métricas hay que aplicar principios especiales, tales como el acento final y las licencias poéticas.
Una sílaba, en español, consiste de una vocal (a, e, i, o, u, y) o de un diptongo o triptongo y las consonantes que se agrupan alrededor de ella.
El diptongo es una combinación en una sílaba de una vocal débil (i, u) con otra vocal fuerte (a, e, o) o débil.
El triptongo es una combinación en una sílaba de tres vocales.
Si la vocal débil está acentuada cuando está precedida o seguida por otra vocal, no se forma un diptongo, y cada vocal pertenece a una sílaba diferente:
} frío: frí-o
} día: dí-a
} veía: ve-í-a

Lo mismo ocurre cuando la sílaba termina con una vocal y comienza con una consonante:

} casa: ca-sa
} florido: flo-ri-do

Generalmente, cuando se juntan dos consonantes, son divididas; la primera pertenece a la sílaba anterior y la segunda a la siguiente:

} ascua: as-cua
}  voluntad: vo-lun-tad

    Excepción: Las siguientes combinaciones de sílabas forman grupos que no pueden dividirse:

    • Una combinación de f, p, b, t, d, g, c (k, qu) con r:
    • } cuatro: cua-tro
      } febrero: fe-bre-ro
      } grabado: gra-ba-do
    • Una combinación de f, p, b, g, c (k, qu) con l:
    • } hablar: ha-blar

    A partir del último acento del verso, una sílaba y solo una debe contarse.
    Si la palabra final es aguda (que recibe el acento en la última sílaba, como “domar” o “albornoz” o “sofá”), al contar las sílabas se añade una.
    Cuando la palabra es esdrújula (que recibe el acento en la antepenúltima sílaba, como “libélula” o “círculo”), se descuenta una sílaba.

    Licencias poéticas

    • Sinalefa: unión de las vocales finales e iniciales de dos o más palabras consecutivas en una sola sílaba métrica. (No se trata de una licencia o ruptura de las reglas normales de la pronunciación española; es la norma prosódica de la lengua).
    • Sinéresis: unión de vocales en el interior de una palabra, vocales que de ordinario no formarían diptongo, como “caos” (que en vez de dividirse en dos sílabas forma sólo una en virtud de la sinéresis). Otro ejemplo: a/é/re/o podría dividirse aé/re/o según las necesidades del poeta.
    • Hiato: el opuesto de la sinalefa, mucho menos frecuente. Consiste en la separación de las vocales finales e iniciales de dos palabras consecutivas. Casi siempre ocurre en la última sílaba acentuada del verso.
    • Diéresis: ocurre cuando se rompe un diptongo; el procedimiento se marca claramente por medio de un signo especial de puntuación, llamado diéresis o crema (¨), que se coloca sobre la vocal débil o sobre la segunda vocal cuando ambas son débiles.
    Teniendo todo esto en cuenta, inferimos que una sílaba métrica no es lo mismo que una sílaba gramatical.

    Acentuaciones rítmicas posibles para cada metro:

    Los acentos se denominan:

    • Obligatorio al de penúltima sílaba
    • Interiores a los rítmicos.
    • Tetrasílabo: No necesitan acentos interiores. Se dan éstos sencillamente por las palabras que se utilizan. Pero atendiendo a la norma expresada anteriormente, se considera de acentuación obligatoria en 3ra.
    • Pentasílabo: Es muy poco usado y como el tetrasílabo, no necesita de acento interior, pero generalmente, además del obligatorio en 4ta, para que tenga un ritmo correcto, el acento interior debe recaer en la 1ra.
    • Hexasílabo: Se consideran con buen ritmo los que acentúan en:
    • } 3ra y 5ta
      } 2da y 5ta
      } 1ra y 5ta

      Sobreacentuado:

      } 1ra, 3ra y 5ta

      Con semirritmo:

      } sólo 5ta
    • Heptasílabo: Se consideran con buen ritmo los acentuados en:
    • } 3ra y 6ta
      } 4ta y 6ta
      } 1ra, 3ra y 6ta
    • Octosílabo: De todos los metros, es el que más fácilmente puede seguirse con el oído, dada su musicalidad. Se consideran con buen ritmo, los que acentúan en:
    • } 2da, 5ta y 7ma
      } 3ra, 5ta y 7ma
      } 3ra y 7ma
      } 2da y 7ma
      } 4ta y 7ma

      Aunque éstos tres últimos podrían entrar en la clasificación de semirrítmicos.

    • Eneasílabo: Si bien este es un verso de compleja acentuación, se consideran con buen ritmo los acentuados en:
    • } 1ra, 4ta y 8va
      } 2da. 4ta y 8va
      } 3ra, 6ta y 8va
      } 4ta y 8va
      } 3ra y 8va

      Se consideran de semirritmo:

      } 5ta y 8va
      } 2da y 8va

      Se consideran sobreacentuados:

      } 2da, 4ta, 6ta y 8va
      } 1ra, 3ra, 5ta y 8va

      No son recomendables los que acentúan en:

      } 2da y 5ta y 8va
      } 6ta y 8va
    • Decasílabo: Se considera de acentuación clásica el que lleva los acentos en:
    • } 3ra, 6ta y 9na

      Con buen ritmo los que acentúan en:

      } 4ta, 6ta y 9na
      } 4ta, 7ma y 9na

      Semirrítmico:

      } 4ta y 9na
      Sobreacentuado:
      } 1ra, 4ta, 7ma, 9na
      } 2da, 4ta, 7ma, 9na
      } 2da, 4ta, 6ta, 9na
    • Endecasílabo: Presenta este metro una diversa cantidad de acentuaciones, cada una de las cuales recibe un nombre específico, que se identifica con la nomenclatura de los versos griegos.
    • Clásico o melódico:

      } 3ra, 6ta y 10a

      Dactílico o de gaita gallega:

      } 1ra, 4ta, 7ma, 10a

      Trocaico o heroico:

      } 2da, 6ta, 10a

      Dáctilo, trocaico o enfático:

      } 1ra, 6ta y 10a

      Sáfico:

      } 4ta, 6ta y 10a

      Otra forma de sáfico:

      } 4ta, 8va y 10a

      A la francesa: Con acento en 4ta sobre palabra aguda u otro acento en 6ta u 8va, además del obligatorio de 10a.
      Semirrítmico:

      } 6ta y 10a

      Sobreacentuado:

      } 3ra, 6ta, 8va y 10a
    • Dodecasílabo: Se encuentra formado por dos mitades o hemistiquios y tal como sucede en el alejandrino, según algunos autores, no se produce sinalefa entre las dos mitades del verso, para las cuales rigen las reglas de silabeo correspondientes a los tipos de terminación de verso.
    • Se consideran con buen ritmo los acentuados en:

      } 2da, 5ta, 8va, 11a
      } 3ra, 5ta, 8va, 11a
      } 3ra, 5ta, 7ma, 11a
      } 3ra, 6ta, 9na, 11a
      } 3ra, 6ta, 8va, 11a
      } 3ra, 5ta, 9na, 11a
      } 2da, 5ta, 7ma, 11a
      } 1ra, 5ta, 7ma, 11a
      } 2da, 5ta, 9na, 11a
    • Alejandrino: Considerando las mismas reglas para los hemistiquios, la acentuación de los alejandrinos es la siguiente:
    • Clásico:

      } 2da, 6ta, 9na, 13a

      Con buen ritmo:

      } 3ra, 6ta, 9na, 13a
      } 3ra, 6ta, 10a, 13a
      } 4ta, 6ta, 9na, 13a
      } 4ta, 6ta, 11a, 13a
      } 2da, 6ta, 10a, 13a
      } 3ra, 6ta, 11a, 13a

      Semirrítmico:

      } 3ra, 6ta, 13a

      No recomendable:

      } 2da, 6ta, 8va, 13a
      } 1ra, 6ta, 9na, 13a

    Gavrí Akhenazi – Israel

    Ejercicio de noche

    Mientras Adi moría
    me fui cortando el alma en finas lonjas
    y las puse a secar de frente al viento
    que aniquila las alas.

    Mientras Adi moría
    el sol era un estético estallido
    en un cuadro amarillo.
    Goteaba sol sobre las carnes rotas
    y encima de la sangre y sus pedazos.

    Yo sólo estaba ahí.

    Mientras Adi moría
    la luz era un silencio de honrar las efemérides
    igual que un acto público.
    Recuerdo que veía en el reflejo del charco de su sangre
    una bandera rota.
    Flameaba como un ala que se aleja.

    Mientras Adi moría
    encontré entre las piedras a su pájaro.
    El pájaro aterrado y pequeñito
    que buscaban sus manos por dentro del estruendo.

    Ruth le tomó una foto al niño con su pájaro
    cuando ambos eran un niño con un pájaro.

    Luego, todos morimos.
    O nos fuimos

    (Del poemario: Nostalgia del Edén-poemas boca abajo)




    Acto multidisciplinario

    Vienen con sus morales de reloj
    y sus cuadros de santos.
    Vienen a hablarme de la bondad
    como si yo todavía fuera un huérfano no prostituido,
    un huérfano recién orfanado,
    un cachorro de perro en un madero
    después de la zozobra de sus músculos.

    Vienen con sus morales de mural religioso
    y de osamenta de almanaque
    a hablarme de dolor desde su esfera de lidocaína
    osados
    anestésicos
    anacrónicos
    óptimamente acomodados al enamoramiento
    y a la silla ergonómica.

    Vienen con sus recitaciones de salón con beatos
    a hablarme de las políticas correctas
    para el género humano
    con sus bocas untadas de pan
    y sus dedos satisfechos de arroz con mejillones.

    Vienen a decirme lo que está bien
    con una Biblia costumbrista bajo el brazo blindado
    porque todavía hablar es gratis

    en algunos lugares.

    (Del poemario: La temblorosa opacidad)




    Fellare

    Ella baja
    despacio
    hasta lo más hirsuto
    y su lengua
    envolvente
    como una sierpe cálida

    reclina la inquietud
    lame lo más salado y lo más áspero
    lo bebible
    en los últimos sorbos y el temblor.

    Ella baja con un filo sin saña
    hasta mis propios filos
    y desliza
    la suave mojadura de sus ojos
    por los espacios libres donde mis ojos tiemblan.

    Carnosa mansedumbre
    traza sobre mi tronco un ronco mapa que no tiene islas
    y me cura en pasión
    sin egoísmo
    como una dulce sensación carnívora
    que bebe mis silencios
    mis gemidos sin orden
    mis antebrazos rotos sin abrazos.

    Ella baja y me lame las victorias
    mastica el cuero con sus dientes breves
    y arranca la derrota de mi cuerpo
    arde en mi Territorio
    y es una antorcha que no me pronuncia
    más que en la oscuridad.

    Ella tiene apretado entre sus labios
    mientras traga
    el llanto de mis letras.



    Vocación de silencio

    Yo me caigo en el arte de caerme
    como un fractal oscuro siempre huérfano
    o como una ecuación que no responde
    al alto resultado del silencio.
    Yo me arrodillo a veces, no me caigo,
    con la boca en la piel del desencuero
    para que uses tu látigo de seda
    en la sangre copiosa de mi cuerpo.

    Yo a veces me arrodillo y nunca en vano,
    porque me da la gana; nunca es miedo
    de que un día me escupas en la tumba
    o te escapes del piélago violento
    en una barca inútil de promesas
    con quién no sepa jota de sus remos.

    Yo agacho la cabeza si tu mano
    escribe en mi cabello un manifiesto
    donde el sol se haga frágil como un niño
    que cree en las promesas y en lo eterno,
    porque apuesta a saber que hay en tu idioma
    un río metalúrgico y sediento
    del agua de mi espada y la victoria
    de nuestro amor es cosa del destiempo.

    Y vos, entre la duda y la promesa,
    vas de la fruta al jugo o al pelecho
    si mi boca reclama, intempestiva,
    que por fin fructifiquen los anhelos.

    Vos sos esa raíz avariciosa
    que sostiene en la tierra todo el huerto
    y yo soy ese viento que deslinda
    la gran docilidad de los desiertos

    y un mar…un mar hecho con diques
    con arrecifes, pulpos y alfabetos
    en que el coral —en púrpura— madura
    y escribe que me encallo en los «te quiero»
    con esta vocación por lo inaudible,

    como un profundo voto de silencio.

    (Apúrate mujer, ponte bonita,
    no te tiñas el pelo
    y trae vino tinto y dos cebollas…
    Yo cacé dos conejos.)

    Acerca de Gravrí Akhenazi

    Sueño invernal & Recuerdos: Textos & fotografía de Arantza Gonzalo Mondragón

    Sueño invernal

    Escucho esta canción y veo a la Pávlova bailando en la Plaza Roja, en una noche invernal.

    El cielo es un lamento ruso lleno de estrellas.

    Anna estira su mano para acariciar el canto de los pájaros nocturnos y sus ojos alcanzan el fondo de Dios. No hay público pero es la dueña del mundo porque allí están todas las almas. Cuánta belleza hay en la extrema fragilidad, en el movimiento lento de un cuerpo borracho de música y de nostalgia. El viento silba en re mayor.

    Recuerdos

    Hace unos años trabajé en un quiosco de revistas y periódicos, muy bien situado y que tenía mucha clientela. Lo conocía porque desde niña compraba golosinas antes de subir al autobús que me llevaba al colegio.

    Lo regentaba un matrimonio desde hacía más de veinte años. Acababan de separarse de forma traumática y la mujer se había quedado con lo puesto, con cinco hijos muy problemáticos y el quiosco, que era de alquiler.

    Ella, totalmente desbordada por los acontecimientos, era incapaz de atenderlo por lo que me ofrecí a llevarle la contabilidad y ocuparme de la venta al público.

    El hijo mayor se llamaba Miguel y era esquizofrénico. Vivía con otros enfermos en un piso tutelado por Asistencia Social donde les cubrían las necesidades básicas y les medicaban.

    Disponían de mucho tiempo libre porque allí sólo estaban a la hora de las comidas y para dormir. El resto de la jornada eran carne de calle, al no tener dinero para comprar el ocio que les gustaba.

    De unos cuarenta años, por aquel entonces, Miguel era alto y fuerte y, a mí, me daba miedo. No me atrevía a mirarle a los ojos porque estaban perdidos en una negritud que me asustaba. Él tampoco me miraba y cuando me quería decir algo hablaba muy deprisa, con sus ojos clavados en cualquier sitio, en mi mano, en mi blusa o en el mostrador.

    En las horas que yo atendía, podía aparecer hasta en seis ocasiones. A veces se sentaba en el quiosco conmigo y ojeaba alguna revista. Le apasionaban las de misterio o ciencias ocultas.

    Nunca estaba mucho tiempo, quizás porque percibía mi inquietud en su presencia.

    En su visita de todos los mediodías me pedía dinero para un café y yo se lo daba sin rechistar. Se iba a la cafetería de enfrente y lo echaba a las máquinas tragaperras. Yo le vigilaba a través de las cristaleras del bar. Nunca estaba allí más de cinco minutos y salía, desapareciendo por la acera, sin despedirse.

    Cuando se lo dije a su madre me dijo que no le diera un duro, que ya le daba ella para café y más cosas y que lo mismo que me pedía a mí les pedía a sus hermanos.

    «Dame doscientas pesetas», era su soniquete.

    Daba igual que yo me negara porque se quedaba allí delante, dos, tres, diez minutos hasta que conseguía las monedas.

    Llegó un momento en que tenía el dinero preparado para quitármelo de encima cuanto antes.

    Un viernes le di trescientas pesetas. Cruzó presuroso la carretera y entró en el bar. Estuvo trasteando con la máquina y luego se sentó a tomar un café.

    «Menos mal», me dije, «hoy al menos toma algo y estará un ratito entretenido».

    Pero cuando salió vino directo hacia mí. Se me plantó delante del mostrador y empezó a sacar monedas de los bolsillos.

    —Toma, me han tocado diez mil en la máquina. Cuéntalas y guárdalas para mi madre.

    Fue la única vez que vi algo parecido a una sonrisa en su mirada de fría amargura.

    En la mía, lágrimas. No faltaba ni una sola moneda.

    Acerca de Arantza Gonzalo Mondragón

    Héctor Michivalka – Honduras

    Tinta China

    “Y desde la llegada, el hombre es un ser en despedida.”
    Alejandro Salvador Sahoud

    Como letra en cursiva
    y en sentido chino
    va mi vida
    decantada

    deprisa

    Cuesta

    a
    b
    a
    j
    o

    Escribo

    a la orilla del mar

    sobre la arena

    la densa marea
    acecha

    un caracol
    partió primero
    dejando
    su concha abandonada

    es invierno

    los peces
    están hambrientos

    el tiempo

    un cardumen de pirañas
    que me devora

    quien dice
    que es único

    niega

    a su otro
    yo

    a veces

    el camino más áspero

    es hacia adentro

    el tiempo
    no existe

    solo la muerte
    y sus partidarios

    volveré a ser bacteria
    mi vida es tan enana
    que cabe en una célula

    y mi ego tan gigante
    que no cabe en el mundo

    capricho de molécula

    …noches sin más luna
    que la del miedo

    noches que decides
    si sigues o no viviendo

    ser el buitre
    o ser el muerto

    he tenido
    el orgullo de ser primero

    el arrepentimiento
    del soberbio

    el golpe mortal
    del ateísmo

    viaje
    del ego
    a la verdad

    de la verdad
    al polvo

    siempre al polvo

    el enano cree
    que al caminar
    una milla

    camina
    tres

    Tinta verde

    me voy
    dijiste
    no te creí

    ahora el dolor
    alcanza

    orgasmo
    tras orgasmo

    las dos velas

    que incendian tus ojos
    me señalan
    el regreso a casa

    esta noche
    la luna

    no es más que un adorno
    en el ático
    de mis nostalgias

    la luna llena

    fue
    voyeur

    de mis aullidos

    cuando entré
    al corazón de esa mujer

    aún olía
    a pintura fresca

    y cuando ella entró al mío

    se abría paso
    quitando telarañas

    en un cuarto de hotel

    te acuerdas amor mío

    casi te hago mía

    una cordillera
    de botones nerviosos
    me impidieron el paso

    en ese cuarto
    amor mío
    este poema
    conoció el fracaso

    ingresas en mi vida
    con pasos de asaltante

    qué le puedes robar
    a un corazón en quiebra

    amor

    así desnuda
    no necesito un mapa

    para socavar tu deseo
    que tiembla por intimidarme

    amor
    en tu piel aprendí el Braille

    gritos
    de sirenas
    en celo

    someten a mi pluma
    a practicar

    el onanismo

    al infame
    camisa de fuerza
    en la lengua

    al político
    cadenas
    en las manos

    a mí
    con el preservativo
    es suficiente

    Mariana / Preso de tu ausencia / Me recuerdas a Sabina, por Gonzalo Reyes

    Fotografía de Michel Comte

    Me recuerdas a Sabina

    Siempre supiste huir
    con la fugacidad de tus silencios
    y la tenacidad de tus antojos
    por no saber
    que en el amor apenas empieza a germinar
    —igual que una punción para dejarse el alma—
    muy pocos son los que le huyen:
    solo el cobarde
    o el mentiroso.

    Por eso
    hoy puedo descifrar tu pacto con Cupido
    en la necesidad de la oquedad
    que te llevó a cazarme
    cuando la claridad del corazón
    te lo decía con franqueza
    “no es amor lo que buscas”

    y el juego terminó
    cuando ganaste el desafío,
    cuando te decidiste a botar el disfraz
    porque tu meta siempre fue muy clara:
    satisfacer tu ego
    de niña competente
    y colocar tu nuevo trofeo en la vitrina.

    Mariana

    Ya no eres esa niña que dormía
    sobre mis piernas, de regreso a casa
    del viejo sabio. Ya no eres bahía
    donde encallar mi mano, torpe y rasa.

    Ya no gozo tu Luz de hechicería
    porque hace rato eres tú la brasa
    de tu aroma en tu nuevo hogar, el día,
    empeño del futuro, cal y asa.

    Hoy que te sé y te encuentro más mujer
    —mi hermana, mi flaquita recia y chula—,
    me enorgulleces corazón de tul.

    Soy  feliz de mirar como tu ser
    ha cruzado la línea que triangula
    la concreción de tu desvelo azul.

    Preso de tu ausencia

    Vivo preso de tus ojos
    de gata juntando lunas
    trepada por el tejado
    de mis tontas desventuras.

    Vivo preso de tu imagen
    atrapada en una blusa,
    en un sueño complaciente
    que se ha vuelto una locura.

    Vivo preso y condenado
    a tu cama, mi cicuta,
    a tus reflejos de añil
    que retozan y hasta curan.

    Vivo preso en tus recuerdos
    viejas flores de mi tumba;
    de tu alma que se esconde
    en la sombra de las dunas
    porque te tornaste prófuga
    de mis brazos y mis dudas.

    Desde entonces vivo preso
    debatiéndome en preguntas,
    escribiéndote estos versos
    porque te has vuelto una musa
    y en el alma lloro tinta
    por no asir tu piel desnuda.

    Aquí sigo y sigo preso
    siempre en la constante lucha
    que termina en las mañanas
    y acomete en cada luna
    cuando llega la nostalgia
    del contorno que transmuta.

    Acerca de Gonzalo Reyes