Me hiere esta distancia que no se mide en metros sino en la cantidad de monosílabos que mengua cada noche en tus respuestas.
A pesar de tu empeño en secuestrar la risa, en postergar encuentros y en enjaular palabras, conoces el tesón que me sostiene y va apretando lazos uno a uno.
Las cuerda que te ató un día aquí en mi vientre se volverá camino, brisa y agua.
Senda cuando tus pasos se cansen de esquivar selvas y abismos; manantial de frescura en los desiertos de arenas que supuren soledades y aire que respirar cuando te ahoguen las esquirlas de sueños reventados.
Para tu libertad busco el abrigo de la leña que quemo con trozos de mi orgullo para que arda la escarcha, blasón de tu bandera.
Sin aliento
Las madrugadas sin aliento se inclinan ante el sol que ya esclarece las sábanas mojadas de vigilia, los ojos que enrojecen los cristales en los que mira ausente mi cansancio.
Las madrugadas sin aliento llenan de paz la incertidumbre al expulsar las pesadillas como el boqueo de peces rezagados al huir la marea.
Hay otras madrugadas sin aliento, aire que se ha quemado en nuestros labios en las noches al borde de tu boca, y que se troca en súplica extenuada para que no alboree.
Sea sombra -me dijeron- y fui reflejo colándose por los resquicios de las rejas.
Luego me gritaron: Sea callado. Y junté todas mis voces, las insospechadas, las ocultas, las no tan mías; y fui atronador dentro de la palabra incesante.
Me insistieron: camine derecho mirando al piso. Y fui recto por rumbo torcido viendo al cielo. Entonces los pájaros migraron a mi ojos y me sentí aumentado en cosas buenas.
Me buscaron, me golpearon y me encerraron. Me obligaron a borrarme. Me volví arena entre grilletes, y salí por pies a coleccionar caracolas en playas redimidas.
Agradecido
Mientras exista gente más vieja a tu alrededor siempre serás joven. Si sufres, calla, aguanta, sé fuerte hasta el final. Es de hombre tragar nudos y no soltar lágrimas. Vamos, hombre, la vida es dura, enfréntala con valentía.
Desde niño escuché este tipo de sentencias como si se tratara de una receta para el vivir bien. Hoy no gestionaré mi muerte en silencio. Me cansé de ocultar este dolor enemigo. Haré lo correcto: otorgarle al tiempo espacios para las despedidas, una ventana de vida en la agonía. Y como dice Silvio, en ansi dejaré una lista de voluntades:
a.- La docena de bisagras para ataúdes que me debe Raúl, que se las pague a Florencio con 3 arrobas de naranjas. Y que Florencio se dé por bien pagado.
b.- Los sillones de caoba agradezco los pongan en la buhardilla mirando a la ventana. Eso es por si confirmo que uno se vuelve fantasma. Me gustaría en el más allá sentarme un rato junto a mis abuelos-padres.
c.- A mis tres hijas, les heredo todas las pinturas, la hacienda y los poemas inconclusos por si quieren, algún día, continuarlos. Si tocan las bocas de cualquier lienzo apareceré para darles un abrazo y decirles cuánto las amo.
d.- A mi esposa, le debo cada cosa del todo . Convivimos en el triunfo, en la derrota y sobrevivimos sobre rescoldos de velones. A mi esposa, le dejo un te amo eterno sentado en el mueble del ático; ahí cabremos los dos como siempre. Dejo rollos de btc ocultos dentro de un código memorioso, para cuando lo material sea necesario. La maravilla de la añadidura seguirá forjándose, es un imán que nos ganamos a pesar de haber creído en la penuria inmortal.
e.- A mis padres, lamento irme anciano en sus tiempos de vejez milenaria. El tiempo es del tiempo y todos somos la misma semilla. En la arena seremos uno, pronto.
f.- A mi entrañable amigo de las letras y el teatro. A quien rescató de la hoguera mis libros y los acunó como suyos. La trova de esperanza juro sembrarla en el incendio como prueba de su inmortalidad.
g.- A quienes espantaron mi hambruna cuando el vientre se hizo espalda.
h.- Casi siempre se deja algo cuando el habitáculo es abandonado. Se debe a los ojos. Solo vemos átomos lentos. Pero existe la maravilla de lo intangible, eso esencial que pervive en el recuerdo y alimenta el alma. Dejo todo aquello inmaterial que honró mi humanidad estando vivo.
El dolor se amiga de mis huesos. Es cómplice del destino y no pacta con los tiempos extras. Agradecido del mar, agradecido de las orejas en mis suelas y del dios sin boca que me habló en el silencio.
No quiero recoger los frutos fáciles aunque su carne me estremezca y la lascivia inunde mis deseos.
No quiero de la alquimia el favor del milagro ni el oro en el anillo del cadáver ni el diamante sin taras que reposa en la tierra.
Quiero que me desnude cada sueño y se convierta en furia, que la sangre me hierva y surja la palabra: la exacta, la que arde y calienta los fríos de las vírgenes.
Calcinarme las lágrimas si solas no me ciegan.
Permitirme matar lo que aborrezco, amar a quien me ama sin motivo y recibir la paz de la victoria armada.
Que si existe justicia se dicte con mi ley.
Cansado de mí
Me he cansado de mí y por eso no escribo como antes, a todas horas, ávido de letras que formen lo que siento.
Creo que no estoy bien porque ya no me gustan mis palabras y las leo vencido y con voz pusilánime.
No sé lo que sucede, si me falta ilusión para seguir por el camino crudo del verso y de su ausencia o daña masticar porque como sin hambre.
La otra noche miré a través de un poema y no vi nada mío,
solo la furia muerta de otro hombre que alcanzó la victoria, la contó y no supo vivirla.
Están las fosas llenas de cadáveres, de miradas selladas y temblores inmóviles. Están las fosas llenas de silencios, de retorcidos gestos y brazos apuntando, un revuelo en el aire de mi Bihac herido. Están las fosas llenas de despojos y hay ribetes de luto en los dondiegos. El rictus de la boca se concreta en un susto pasmado, en un asombro que se quedó desnudo para siempre en la noche de Bosnia-Herzegovina. Están las fosas llenas, rebosantes de corazones rotos, de recuerdos que ya no tendrán pecho en que albergarse. Están llenas las fosas de ausentes recobrados a golpe de odio y bala. Sólo la tierra sabe su regreso.
Metáfora del lugar
Las ciudades en esta parcela del mundo parecen inventadas y tienden a la sublimación de la realidad. El hombre de por aquí lo que desea es encontrarle a la metáfora sus despropósitos, porque se dan con tanta frecuencia los espejismos, que se ve lo que no está; se elevan tanto en el aire las paneras y los hórreos que cualquiera los convierte en castillos. Por esta tierra anduvo Pelayo observando la meseta, mientras hurgaba entre sus secretos, hasta convertir la batalla en victoria.
Los paisajes de estos montes están a propósito para que se resbale el personal por la raya del horizonte y se caigan de bruces al encuentro consigo mismo. La gente va feliz a través de los renglones de su lengua vernácula, y con mucha capacidad de imaginar.
El paisaje asturiano tiene tendencia a darse la vuelta sobre sí mismo y por mor de tantos rodeos y circunloquios por las montañas y prados, posee el don de sobrepasar el aquí y ahora y fantasear más de la cuenta. Los hombres y mujeres de este lado de la tierra, piensan que en el puerto de Pajares se acaba el mundo y se deslíen los colores últimos. Las cosas al fin y al cabo, carecen de consistencia en sí mismas y el ser humano se define como ser abierto al infinito, incorregible fabulador habituado a metamorfosear porque sí la evocación del cortezón de la intemperie. A cada quien le sobra por tales “andarivienes” su ración de herejía. En tales enclaves el burgués falto de mollera, el cura, la sobrina del boticario, el vendedor de pan a domicilio, el lechero…todos están escuetamente centrados en la mitad misma del paisaje desatinado y quieto.
Por acá no hay movimiento. Las figuras que aparecen, si se movieran, ocasionarían un gran desnivel en el universo, pues están convencidos de que tienen en su mano el eje de la tierra.
No se sabe qué tiene este paisaje, estos verdes, sus montañas, las calles de este lugar, el orvallo, el «volanderío» de sus casas sobrepuestas en los pueblos marineros. Los habitantes de este doblez del mapa de la tierra, sobre todo si han sido tocados por el arte, fundan cada mañana el lugar, o lo reinventan, o fingen que lo hacen. No es tan fácil, apenas sí se deja. Está, de algún modo, aguardando y se acicala como una mujer detrás de los espejos. Venid almas sensibles de ahora o nunca, venid, reclinad vuestros sentidos en este paisaje donde el laúd suena en cada paso, en cada acera, en cada mano vibrátil que anuncia un nuevo mundo.
En definitiva este lugar es el resultado de una invención, o el escalofrío de una metáfora sin posibilidad de resolver. Las golondrinas rasantes que antaño cruzaban la cordillera volverán, o han vuelto, como en la rima de Bécquer.
Oscuro, el fondo me recibe y me acompaña cayendo inútil a mi lado en el absurdo que el tiempo dicta o nos propone sin hablarlo. Sabemos tanto de la guerra que ofrecemos que apenas somos un etcétera granate.
La perra, menos displicente, se acomoda sonriente y guapa al imposible que se teje difícil, duro pedernal despreciador de nubes negras, de riachuelos despojados de niños breves conquistando un oleaje.
A solas, siempre sin testigos, ocurrimos arriba, abajo, por los bordes de lo simple. Igual que un mar que se ignoraba y que aparece de rojo o negro, palpitando sus crueldades sin nombres propios, escondiéndose sus víctimas.
«Yo amé mucho a un niño, y vivimos encerrados cien años en un cuchillo».
Un africano, en el corazón del continente, discutiendo poderes con el sol se entrega al trance a través de un tambor. Desprovisto de hambre, de sed, de una piel que le permita, acaso, acceder a dolores profanos, alcanza el ritmo.
Golpea, profundo. Cada golpe es un gesto en una red de infinitas aristas ondulantes que reciben y transmiten, del impacto, su consecuencia vibratoria; la tensión sostenida por dos manos que se hacen una misma secuencia con el tambor.
El sol recorre la breve y bruna geografía del africano, sin prisa, casi como si lo mirase detenidamente desde varios ángulos. Primero su cintura; de apoco, después, la forma de punta de lanza clavada en la tierra que es la anchura de su espalda, brillosa, imponente, solitaria; su cabeza llena de rizos diminutos, negros, y, luego de algunas horas, el pozo profundo de sus ojos, donde parece habitar el rastro de algo anterior a todas las fieras.
El africano golpea tranquilo un rato más, inmutable al sudor, a las moscas, a la derrota del sol, que de nuevo volverá mañana a examinarle el ritmo.
Del otro lado, donde terminan las redes que el tambor palpita, un niño de plata, de piel blanca, ojos negros y pelo criollo, azabache, murmura preces en el muelle de una bahía en donde las barcazas sueñan, ciegas, atrevidas, con navegar en mar abierto.
La casa se hace polvo. Presiento un cataclismo. Deambulo por los cuartos observando las cosas: zapatos empolvados, las cajas ordenadas que siguen en espera del destino final.
Y yo sigo de pie con la corteza dura resistiendo el embate constante de los días.
Comenzaré a embalar el sentimiento frágil, la palabra no dicha irá en pequeños frascos, en la caja de roble mi sonrisa más triste.
Y reservado especial un cofre de cristal para aquellos que quise y a mí me despreciaron, que observen fijamente lo fuerte que me hicieron llenándome de ausencias.
Se acerca ya el momento de hacer sentir mi falta y despegar el vuelo.
Como todas las noches degustando un café de tu mirada caen una y mil decepciones, viendo hacia el infinito recorres esos campos que labraron tus manos para plantar simientes anhelando sus frutos.
Te observas apagado los callos de tus manos, te dueles de la espalda y de tus piernas, que dejaron sus fuerzas de tanto laburar y proteger semillas infecundas, -es lo que siempre dices-.
Te veo como un árbol que agoniza dejando revestir por los líquenes, viendo pasar la vida encadenado siempre a la pregunta del porqué este castigo.
¿Cómo puedo ayudarte? Toma mi mano y vamos, sigamos caminando hacia la luz del faro. Ya tañen las campanas a lo lejos dejemos el cansancio, la pena y decepciones.
Anda rígido el aire y han crecido murallas de otra especie impalpables como un símbolo extraño de impotencia que aísla los sonidos de la luz.
Soy una carta abierta golpeando cerraduras destinada al fracaso, un susurro en la noche soñando alegorías del silencio porque el mundo, al final, es un lenguaje absurdo, un engendro entre MySQL y php que no será jamás el mío.
Una araña reclusa con tres pares de ojos vigilantes me amanece en el tórax y pasea indecisa por mis pechos desde hace demasiados días.
Ni me inmuto.
*******
En mí no cabe una palabra más.
Todas las paradojas se dan cita en mi almario pugnando por salir en un momento, y al siguiente dormidas superpuestas en sus grises literas submarinas.
No eres tú la causa.
Soy yo con mis cerrojos.
Soy yo en las trincheras del absurdo, cubriéndome la espalda de silencios, porque perdí la fe en el mañana y he de engrasar, sin pausa, aquel fusil de asalto que tenía guardado para tiempos de cólera.
Pienso si alguna vez estuve en paz conmigo o es que me la inventé por seducirte a ti que de la guerra hiciste el pan caliente que me diste a comer día tras día.
No eres tú, por más que tus ventanas se abran a sacrílegos paisajes y el miedo se acomode a la rutina de huir hacia adelante, mientras el corazón no convulsione.
Soy yo con la crudeza de esta boca que calla mucho más de lo que expresa y alguna vez, también, quisiera ser de luz,
dolor escintilante de la luz pariéndose a sí misma sólo para tus ojos.
La vida nos plantea sus recursos de barro. ¿Qué lejos nos conmina a largamente frágiles, y pálidos y solos?
Si me doliera menos tu amistad en mis manos y el corazón tuviera ese cándido eclipse con que se aparta el día de los ojos del hombre podríamos bebernos tu agraz filosofía, tu vino de cosecha selecta y arrumbada y discutir, nocturnos, la lengua de los dioses y el pánico del viento sobre los versos planos.
Se quedará la tarde tan tontamente sola como la vieja noche de cervezas y umbrales conque arreglamos mundos, mancamos utopías y quedamos mojados de soles sobre el río.
No me dejes tan sola porque ya estoy cansada de sostener las drizas en mi nave violenta.
Y si te vas un día, «cuando muera la tarde» las palomas ocultas romperán las fronteras.
Amigo, amigo mío de los vinos del alba, siempre serás el tango que nunca compusiste para que yo bailara tu terco pragmatismo.
Cuando nos encontremos después de nuestros días hablaremos de todo en lo que no creíste, pensador de alas quietas y todo será nuevo en tu boca prosaica.
No me vengan con necesidades
Ya no estoy para amores de película ni para suspirar como Gautier por un Armando más de otros armandos.
La felicidad es coja y se construye una pata de palo o anda renga igual que un pajarito al que una rata hambreada mutiló pero no deja de volar por eso.
El amor tiene mucho de hambre porque el corazón es un desconsolado que no sabe qué hacer consigo mismo y entonces busca afuera igual que una vecina -de aquellas de visillo- que ocupaban su nada en espiar qué hacíamos los jóvenes turgentes con nuestra propia magia.
Ya no estoy para amores. Ni siquiera recuerdo los pasados. Espanto a los futuros con el Raidmatamoscas -y mosquitos-, porque chupan la sangre de la ilusión que queda en algún rinconcito donde nadie ha pasado la Ultracomb.
La ilusión es un muerto a cuyo velatorio nunca iré porque los muertos siempre nos existen en el fondo del alma.
Ya no estoy para amores de película ni para hombres que ilusionen gatos, ni para hombres a los que ilusionen brebajes de gastada hechicería.
Casi soy una ostra, hablando mal y pronto. Pragmática, serena,inteligente, a veces peleadora,
a veces, mansa como una diplomática que pretende un acuerdo pero siempre soy yo, sola y distinta.
Estoy como «De nos»…*
Ya lo hice todo. Ahora, solo quiero a mi perro.
Punto.
Aparte.**
NdA: *Cuarteto de Nos (grupo musical uruguayo)
**Expresión del campo argentino que se usa cuando se separan las vacas que por edad o por problemas, ya no pueden integrar el rodeo
Escribe en el reverso de tus manos “valentía” en mayúsculas, y al bajar tu mirada en los momentos en que sientas pisadas de amargor, recordarás quién eres.
Aunque la vida no siempre nos enseña su perfil que viste de hermosura, me permitió escuchar nobleza en pentagramas que hilaban tus adentros.
Tus dedos no conocen la arrogancia; sus durezas sí saben que esculpieron tiempos y laberintos, y tus manos guiaron a las mías a desbrozar malezas para hallarnos.
Diciembre
Me sorprendió diciembre como una primavera anticipada.
Con tus manos hiciste rebrotar torrentes en mi cuerpo, arenal epicentro de una estepa queriendo ser laguna.
Y me inundaste con un perfume a sueños, a soledad difusa adivinada en la piel de tus labios.
Lucharé por atar a la memoria, entre mi boca y tu extrañeza, las huellas de este invierno que llegó con llovizna hecha de risas que juegan a encontrarse.
Me esquiva la calma como un sano a un contagiado. Será que proyecto un mal de fondo, una enfermedad esquizofrénica que perdura pero que no se muestra.
Es la sangre que reverbera silenciosa esperando lo imposible, un volcán dormido que ni las leyes naturales reviven pero que lo angustia. ¿Qué pasó en mi transitar que me aisló de la paz y me arrinconó como a un perro que abandonaron por necio y por gruñón?
Será que maldigo lo que otros aman, lo que me mantiene atado a la soledad viendo a los malditos disfrutando del dolor y de la sangre ajena, muriéndose tranquilos en sus camas rodeado de sus familiares y secuaces.
Es grave expresar ciertos pensamientos pero más grave es no poder revertirlos. No puedo, ni el subconsciente me ayuda, no tengo lo que todos, un dios al que rezar y pedirle ángeles de guerra pues sólo eso puede regresar la maldición de vivir en un purgatorio dirigido por ratas con zapatos y camisas.
Quizás la ausencia de calma, la soledad, el exilio humano, el olvido y el horizonte en tinieblas es lo que me hace no ser uno de ellos.
Tres ángeles caídos
Busca en la espuma de la mar y observa, escudriña los tonos de la orilla para ver si han quedado rastros nítidos del ángel abatido por la maldad que impera.
Aun sepultado por las aguas, logra el aliento de sangre que resiste los tiempos de la muerte, acuérdate de Cristo, esa sangre persiste según hablan los profetas de antaño.
No esperes que las puertas del infierno se quiebren y se escape un ser ya redimido de sus viejos pecados en busca de venganza. Carga con tu conciencia y caza los malandros, haz la justicia de los hombres buenos esos que creen que el mal no puede ser impune.
Proclama luego al viento tu hazaña de cobrar crímenes que apagaron las alas de tres ángeles que creyeron que el hombre es signo de bondades.
Emely y su retoño y Liz María esperan por tu fuerza, no las desilusiones.
Hay crímenes que nunca pueden quedar indemnes, no importa que la sangre te manche la conciencia.
Cómo trepida el nombre del amor en la quietud brumosa de la noche, aunque mi indiferencia ante su sombra sea más estruendosa que su escándalo y me pronuncie al margen de sus reclamaciones y a salvo de su dádiva.
No le presto atención a la sonrisa promiscua del amor, si busca abrazo, porque hace mucho tiempo que desacralicé su ritual de cinismo y hay demasiadas grietas en su rostro por las que mi silencio no penetra.
Cómo percute el tiempo del amor en la piel rasurada de los sueños, aunque ya no me excite la realidad impávida, ni me provoque resquebrajamientos en la voz de la sed.
Puedo decir te amo y no amar más que el aire de un vacío, y callarme por siglos lo invisible del asma de un amor cuando me ahoga.
El mío es un amor que no precisa de vértigos extraños ni de focos que impacten sobre su lejanía para cegar las públicas retinas asombradas de la pasión ajena.
Es fiel a mi desnudo y hasta sabe que no lo necesito para ser lo que soy: el claroscuro de una descreída que salmodia penumbras con boca de espejismo inverosímil.
La flor de agua
Me he dejado empapar por tu voz de tormenta en la distancia, por tu imagen viril otoñecida, y he puesto rumbo a ti, a tu aguacero, sin irme a pique pese a su potencia.
Hoy soy tu flor de agua, tu marítima actinia, y puedo ser de carne, de escarcha, o de pólvora cuando a ti te apetezca, porque tú que naciste original y único no te has vuelto, la triste fotocopia de tantos que no extraño.
No me exilio de mí cuando estás cerca, me mueve a la alegría tu arrogancia, tu voluntad a la oración lumínica, y estoy casi segura de que vas a morirte tan sólo cuando a ti te dé la gana, porque muera el poder que tengo sobre ti.
Nunca vas a estar solo, -terco animal de láudano- nunca, mientras la tinta nos corra por las venas y el músculo responda a los rituales íntimos.
Yo te daré un poema sin ningún adjetivo, un tiempo para amar disturbios en mi boca, una duda que arrase con todas tus certezas y te daré un motivo para salir de ti.
Como si no tuviera otra cosa que darte te daré la ocasión de violentar mis ojos y liberar tus muertos seduciendo los míos por compartir aquellos que están pidiendo paso.
Te voy a dar un sueño para que lo maltrates cuando te incite Sade, la carne para el diente y un pedazo de instinto para tu diversión.
Y por si fuera poco, te voy a dar el alma para el último trago del desierto que cruzas. Deséchala una vez que no te sirva.
Creen que me olvidé de escribir poesía, del juego deslumbrante y del placer de la piel en el verbo y de la muesca exacta en el renglón maldito.
Los fetiches caducan con la monotonía y el velo de las vírgenes ni frena la calima de la tinta en el sexo ni cubre tempestades.
Me entretuve, sin más, sin ninguna razón que justifique el borrón de la pena y el tiempo evaporado en las caricias.
Me erguí para otear lo que se palpa y abracé los paisajes con el temblor extraño de quien se sabe solo en los muslos calientes del origen.
Hube de regresar al frío de mi roca, decepcionado, falto de la verdad escrita, el fármaco que palia los dolores agudos del bienestar fingido.
Lágrimas frías
¿Cuántas veces, a punto de llorar, contuviste el dolor? No sirvió. Nunca sirve. Las lágrimas vedadas congelan lo profundo y su hielo carcome.
Los cuerpos piden sexo, manjares, agua y aire, y exigen desprenderse del veneno si quema las entrañas.
La alegría se muere cada noche en las cárceles faltas de verdades y en la carne vacía de deseos.
El invierno interior araña y nos descubre en la firmeza frágiles y en las dudas humanos pues la sinceridad busca salidas y la tristeza escuece si se oculta.
No se libera el miedo con el llanto pero mata la rabia, los impulsos suicidas y la vana indolencia.
Hoy, aquí, siempre al borde de lo que espero y de lo que quieren de eso que consigo y de aquello que tensa la mirada que proyecto –limpiándome de furias– sobre el lomo de las aves que prescinden, por perfectas de imaginar cosas raras de vivir extremos de pensar iniciar el día sin saludarme
me pregunto cuánto puede durar una estrofa cómo se mide el ritmo de un imbécil cuánto vale el silencio de un amigo de qué manera se calcula el peso emocional que tiene la mirada con el rabillo del ojo para cada cual.
Nunca he sabido esconderme, aun habiéndome doctorado en jamás darle importancia a lo inservible,
con la espalda llena, pletórica, de olvidos de gente que siente,
de chicas que no rasguñan el detrás de sus ojos buscando el por qué de sus puentes,
de chicos que meten las manos en sus bolsillos asumiendo que el miedo es buen consejero.
Me miro y admiro en el amor que irreverente cuando lo recibes irreverente lo impones es así.
Tan breve y sin embargo
Siempre era debajo de los puentes desde donde miraba los eclipses, aunque si tocaba lluvia, y los gatos se le arrimaban a los tobillos cerraba los ojos y con el pulgar y el índice de la mano derecha se tocaba los párpados pensando en Saint-Exupéry cuando pensó, con-en su amada soledad por qué tenía que morir.
Si ocurría el día, y era el torneo o la kermés se guardaba lo mejor para el final, cuidando de que el sudor le marque la camiseta el hambre la mirada y todas las hormonas el aliento de chita nómada, sintiendo en las caderas el reclamo de Gaia exigiéndole aparearse.
En un mismo cubo mágico nos miramos, sin sabernos del todo, en altos riesgos pasados y futuros coincidimos en un calendario espiral de ojos verdes y pelos largos y rubios, en un frenesí vital que por amar la vida y temer a la muerte necesita componer catedrales inauditas en donde someterse pisando con los pies desnudos antes que brasas de carbones cristianos o paganos, trizas de vidrios sobre un asfalto nocturno, de callejón.
Se dijo que habité en el borde de su boca cuando el hijo de María conoció a su primo, que me acarició las espaldas, cargadas de sombras, cuando Ceres se abstuvo de ser puta; hubieron niños que cantaron, solemnes, un réquiem cuando una misma tarde nuestras rodillas se rompieron.
A veces llora con la frente apoyada en un muro de 200 kilómetros de altura; sabiéndole, en silencio le arrimo palabras a las manos, como si le sirviera por si le fuera útil sentir que existo, de algún modo.
En otros momentos soy el que ríe, el que cruza las nubes más gordas, como un titán entrenando sus piernas en un lodazal infinito; entonces me alienta me escribe libros en idiomas que no conozco, me arroja piedras a la cara y un espejo para que vea que sangro todavía.
Todo esto es muy breve y edad es lo que nos sobra.
Me arrimo a tu caldero y sólo hierve el agua, aunque a veces me nutres con lo justo y no preciso más.
Antepongo tu íntegra pobreza al recetario de palabras dulces que camufla el sabor del verso crudo y la naturaleza de dentellada amarga.
Al menos no colocas en el fuego ralladuras de cuernos de unicornios ni el pez de los milagros y los panes, ni el licor que destilan los poemas malditos o cualquier otro condimento exótico.
Siempre fuiste capaz de salir del mercado con las manos vacías, con la dignidad alta y por montera, delgada e ignorando el exceso.
Perdonen la sonrisa
No es que levite, ni flote ingrávido a lo Peter Pan. Es que no sé que hacer con esta mueca, hoy, que me brota espontánea de la cara, que me hace de mimo en el espejo y se ríe de mí porque sonrío.
Si así se escapa, yo la absuelvo de la infelicidad por los días que la mantuve presa.
Si alguien la acusa porque existan motivos de sobra para el llanto, porque hoy no la venda, porque hoy me la quede para mí, me permita le mande a ver el mundo donde suele morir un poco cada día.
Eres cabalgata inagotable de segundos que a veces galopa y otras ralentiza el paso para cincelarnos el alma, a golpe de recuerdos.
Hoy te tengo, tiempo, atrapado en una lata de galletas donde mi madre encerró un caótico muestrario de tu rostro en distintos contornos y colores desgastados por viajes de ida y vuelta entre ojos y manos.
De vez en cuando juego a arrancarte al azar un trozo que coloco como un naipe, boca abajo sobre la mesa.
¿Será de risa o llanto la bala que dispares al voltear la foto?
Coloreando
Hace tiempo descubrí la realidad de mis adentros mortecinos con olor a pétalos y polen que se pudren en búcaros de melancolía que ahora redecoro.
Pinto en esta casa las paredes con la esmerada tarea de cubrir el miedo y el hastío, o el pasado que aparece insidioso entre las grietas.
Las pinto de verde: verde árbol, verde alga. Las pinto de rojo: rojo sangre, rojo vida . Las pinto de azul: azul sueño, azul mañana. Las pinto de confianza y de sonrisas porque el pincel es mío.
Juguete del miedo
Como siempre te arrastras en silencio, serpiente trepadora de mis piernas que entorpece el andar.
Encorsetas mi pecho y lo aprisionas, envuelves mi cabeza en un turbante pegajoso y caliente que me quema los ojos y la lengua. El aire se enrarece y ya no quiero bocanadas de brisa que me presten solo un fugaz alivio en la tortura.
Y es que me sé objeto de tus juegos: me ahogas y me sueltas, me sueltas y me ahogo en alegría, me alegro y apareces de repente para impregnarme, miedo, de tu esencia.