«Soledumbre», «Hay amores», «Polvo y sal», «Humito de vara verde», poemas de Eva Lucía Armas – Argentina

Soledumbre

Entonces,
una descubre que está sola,
absoluta y completamente sola,
con su teléfono vacío de amistades lejanas al horario de los dramas
y a las que no llamar, inoportuna-mente.

Una está sola. Sola, sola, sola.
Y llora sola
y llora y llora y llora
mientras la ira le come las ideas
y no consigue a nadie en quien confiar.

Irremisiblemente, una está sola,
más sola que la una,
sola, sola,
como ha enfrentado al mundo tantas veces
y como está cansada de matar.

Se muere al matar lo que se quiere.

Pero una, como la una, está absolutamente sola.
Y mata y muere sola

sola

sola

Y se levanta sola al día siguiente de matar y morir.

Luego me vienen con llanto los llorones,
los que se tienen lástima en las vísceras
y los que se acumulan en su ombligo juzgando a los demás.

Los pobrecitos del ombligo grande y del ego más grande que el ombligo.

La soledad es árida y tremenda.

Y una llora si mata y una llora si muere
en esa soledad en que está sola
sin nadie en quién confiar ni nadie en quién creer,
sin nadie en que apoyar la soledad
y con la ira multiplicando tantos dientes hembras.

La soledad es eso.
Un campo de batalla donde me quedan pocos contendientes
con los que me encarnizo más y más
porque me hieren más y más y más me hieren.

Yo soy la soledad.
Y estoy tan sola.


Hay amores

Mi amor se había puesto esclerótico
y era un jubilado que planeaba poemas
en la franela de lustrar los muebles.

Los escribía con el polvo de los días inútiles.

Después
los guardaba en el armario con la escoba de barrer cenizas
y con la radio vieja que había olvidado la onda corta.

Era un amor lejano a la comunicación en gigabaits,
un amor de esos que llegan en las cartas no llamadas e-mail
y que, a falta de buzones que no fueran
hot, gi, yahoo
no encontraba donde depositar su único sobre.

Era un amor en sobre,
ensobrado después de perfurmarse,
recoleto y modernista como el cisne de Ruben Darío,
a su vez, antiguo como pocos,
y caído en desgracia sanitaria.

Un amor en medio de un alzheimer
que sacaba al amor de su galera y corría con él
por los pasillos de los hospitales
que el mar fue devorando pez tras pez.

No se rindió a desalinearse con el mundo
por propia vocación de desaliño.

Era un amor esdrújulo con una lengua renga
que sabía besar.

Hablaba con el fondo de los ojos.


Polvo y sal

El sol ha suspendido su desnudo,
se ha quitado su cáscara de seda sobre la voz del día
y en pantuflas de niebla
camina por la calle como un pequeño preso
que no recibe cartas.

El frío llega a pie sobre su sombra.

Es un filo de cristal que punza
la claridad más fértil
y la deja caer, lluviosa y desangrada,
lo mismo que un disfraz apolillado.

Todo parece diferente ahora.
Yo no sé si más claro.

Diferente.

Será la procesión de las ausencias
como una larga colecta interminable
de robar las pequeñas alegrías.
Ese rebrote a muerto que no termina nunca de morir
y nace en todas partes
enfrentándose al sol y al viento sur.

Yo no sé escribir cuentos cuando escribo poemas.
Soy bastante primaria en ese aspecto.
Escribo lo que late entre mis manos,
lo que mi mundo siente
y todas esas cosas pequeñitas que no reclaman nada.

Ya sufrí mucho.
Ya fui una fruta rota y una canción mordida
y un eclipse y un muerto.

Ya estuve muerta alguna vez también.

Ahora estoy viva
tan de regreso como una clarinada

a pesar del otoño en que anochece.


Humito de vara verde

Viejas palomas sin aire
se despeñan de silencio
sobre la luz de un mañana
que tiene en cueros al tiempo
mientras mis ojos se calman
en el fondo de lo negro,
porque no ceja la sombra
de proponerme sus duelos.

Mi brazo está desarmado,
delicuescente y pequeño
y mi mano culinaria
se apaga como un mal fuego
con humo de vara verde
que no rebrotó en anhelo.

No voy a pedir la vida
al genio de los deseos
porque con las cuentas claras
nada me deben ni debo.

No pienso llevarme lastre
arrastrando al cementerio.

Mientras tanto, a veces bailo
escribo a veces,

y sueño.

«Gestación de vacío», «Bocados de realidad», «Los peripatéticos», poemas de Jordana Amorós – España

Imagen by Stefan Keller

El hueco

No fue en cuarto menguante…

Ni el inquietante aullido de los perros,
que huelen los siniestros,
alborotó las tapias.

La noche del estrago
llegó sin avisar.

El corazón
notó que congelado quedaba su latido
al sentir el mordisco pavoroso
del desamor.

Después,
quién sabe cómo,
el hueco
fue ocupando lugar, ganando espacio
a expensas de lo vivo y su dolor.

Enorme vientre inverso,
en el alma gestante apenas hubo
señales de aquel mal, que, soterrado,
carcomía su entraña.

Ya ni siquiera soy un manantial
de bilis corrosivas.

De mí hoy sólo queda
este vacío ingente, este imposible
afán por vomitarse.

Esta atroz,
visceral,
abrumadora
y omnipresente náusea.


Bocados de realidad

Pudiera parecerlo, pero esto
no es un desvarío
ni principio
de demencial senil.

Sucede todo
de forma natural.

Es algo que nos pasa
sobre todo a nosotras,
las que fuimos
tan minuciosamente programadas
para pasar la vida desviviéndonos
cuidando de los otros.

De repente,
una tarde de lluvia,
delante de una taza de poleo,
te da por echar cuentas
y encuentras cien desfalcos en tu haber
y demasiadas cosas que te debes.

Y te apuntas a clase de pilates
o a un curso de bachata,
o te pones a dar la vuelta al mundo
montada en parapente.

O te unes al club
de Los Poetas Cuerdos…

Nunca es negociable
renunciar a uno mismo
toda una eternidad.

Sientes cómo demanda,
vital la sangre, que busques y devores
el mínimo bocado de la realidad
que la ocasión te brinde.

Siempre fue ahora o nunca.

Pero hoy es urgente exprimir la experiencia
de vivir
mientras dure.

Toca gastar tus últimos alientos
persiguiendo las sombras
de sueños ya olvidados.

Y echar en el olvido lo único que sientes
como una certidumbre.

Cómo crujen tus huesos
y cómo a tus espaldas
los rumores del frío muy poco a poco crecen.


Los peripatéticos

Lo mismo sí,
lo mismo en otro tiempo
sí que fue necesario rebelarse
contra el cielo, que nunca dejaba de mandarnos
sus lúgubres augurios.

Gritar, como se debe,
cuando a tu alrededor todo es desierto
y tú no eres un cactus
ni una rosa de sal.

Gritar,
hacer del grito
el venablo de rabia
que alcance las alturas y logre penetrar
su coraza de impía indiferencia

O al menos gritar
hasta hacer que los cuervos
se espanten y no sueñen
en darse a nuestra costa su gran festín de vísceras.

Gritar hasta vaciar
los últimos vestigios
de hiel de las entrañas y que con ello deje
de asfixiarnos la náusea .

Lo mismo sí,
lo mismo en otro tiempo sí que hubo
que dejarse jirones
del alma y de la voz en el intento
de tratar de enmendarle los designios
torcidos al futuro.

Ahora lo que toca
es callar y seguir hacia adelante,
con la sobria elegancia de los peripatéticos
que pasean sus dudas por los ásperos
senderos de la vida,
vestidos de estoicismo
y de serenidad,
como todos aquellos que ya están
libres de cualquier miedo,
pues con sus propias manos se encargaron
de arrancar de raíz sus esperanzas.

Poco puede pasar…
acaso que se abran las puertas del infierno,
y diluvie la ira de los dioses
sobre nuestras cabezas

Que esta vez, si hay suerte,
se muestren compasivos con tanta indefensión.

Y que dejen caer sobre nosotros,
feroz,
definitivo,
un aluvión de piedras.

Los presentes ausentes: José Luis J. Villena – poemas

Huya el tiempo

A veces el pasado es el destino
del humo de la vida, de la farsa
del amor que, sin serlo, nunca fragua,
como nunca es el agua un espejismo.

Dejaré en la tristeza un verso escrito,
desamor, esperanza huera o vana
e igual que su sentencia el reo acata
yo quiero que después cunda el olvido.

Huya el tiempo también y su premura
por caminos o vientos muy lejanos,
que yo quiero de nuevo la dulzura

de tener el amor entre mis labios
como el sediento que abre dulces frutas
y se come la pulpa muy despacio.


El espejo

Tras el frío bruñido del espejo
de alinde en que te miro,
en el eco del silencio estás llorando
y lloras lágrimas de cristal molido
y lloras penas que son de hielo seco
y lloras como un desterrado
en el espejismo de tu dolor secreto.

Vives en una ciudad de vidrio y viento
que tintinea en mi cabeza,
casi rompiéndose cada día,
pero yo no sé quién eres tú
y tú no sabes por qué lloras.

Y yo que venía desarrimado
a averiguarte la esencia del alma,
héroe efímero de los escaparates…
y yo que deseaba beber el aliento
de cristal envenenado de tus labios,
amor cercano e intocable…

y yo que quería preguntarte mi nombre…


La mujer del secreto

La mujer que me lleva a la otra orilla
es un puente de sombras deshiladas,
un atajo a la gloria o al infierno
de un querer que me quiere a vida o muerte.

La mujer que me mata y me desea
es la maga que embruja mis sentidos,
la razón que se pierde con ungüentos
aplicados de noche y a escondidas.

La mujer que me guarda y que me aleja
trae un río de ayeres altaneros,
desaguando en las dudas del ahora
lo cierto y lo seguido de su estirpe,
y es un brote de piedra en el futuro.

La mujer del secreto que ella sabe,
lo desvela en las noches del instinto
y fía ciegamente a mi vigilia
su vida, que hace tiempo que es la mía.

Hay dos firmas de amor al pie de un trato
avalando la sangre y su bullicio
en los frágiles días que nos sueñan.


Nocturno

La noche se abre en una flor de brea
que naciera del tallo de lo oscuro
y derrama su efluvio misterioso
bajo una lluvia de marfil eléctrico,
de una luz que quizás sea de luna.

Camino en la quietud de las aceras
buscando una guarida que me ampare
y un bar es un lugar donde esconderse
para encontrar sosiego en una copa
y suponer tu cara entre las caras
que me miran mirando lo que miro.

No sabe nadie que te busco a tientas,
que me parece verte en algún rostro
o en el cristal narcótico de un beso
que me devuelve a ti,
a la derrota absurda de quererte
en unos labios de carmín postizo.

No estás y a la intemperie,
cuando las putas vuelven del infierno,
en esa hora turbia en que el delirio
tiene un aroma de flor del trasmundo,
sin aliento ni ruido vuela un ángel
que desangra en palabras su agonía
y un poeta se bebe los silencios
del amargo licor de los crepúsculos.

Nunca hubo un amor tan imposible.


In the road

Dejé que el coche fuera despacio y sin destino
hacia la noche albada del neón y el desvelo,
igual que un ángel roto volando al ras del suelo
la gloria me pillaba muy lejos del camino.

Por las calles oscuras, por las sombras opacas,
la gente de la noche peleaba su esquina
con la sed insaciable del vicio y la ruina
que, al hervir de la niebla, bullía en las cloacas.

Yo, que buscaba el rastro y el perdón del olvido,
devoraba kilómetros huyendo de lo inmundo
y drogado de pánico, conduciendo errabundo,
maldecía la suerte que tiene el forajido.

Repartía el semáforo en tres luces el mundo
y en la duda del ámbar me quedé detenido.


«La libido textual», «Vanguardia», «La lengua diminuta», «Vis a vis», poemas de Morgana de Palacios

La libido textual

No toca techo la libido textual
y sólo toca fondo
si se abre de piernas a la muerte,
deriva
salta
gira
se deprime
se le quitan las ganas y recupera el ansia
violando silencios
pese a las alambradas de la mente.

Mata la realidad que no le excita
y la recrea, tan en exclusiva,
que entra en erección al roce de las letras
suspira
llora
gime
y se refleja
en la húmeda piel de los orgasmos.

Una sigue escribiendo, embarazada,
vulnerabilidades
y dando a luz los monstruos de la tinta
como si un padre oscuro los amara.


Vanguardia

Yo no voy con las modas,
no me adapto
a su veneno tópico y efímero.

La vanguardia soy yo, desde intramuros,
auriga de mi tempo
y nadie va a decirme qué registros
he de emplear, qué fibras
he de tocar,
qué pedante origami
he de poner en vuelo para darle
placer a algún estúpido aburrido,
ni cómo seducir una mirada.

Yo salgo con mi jaula vacía
a las calles de todos
a los campos de nadie
en busca de los pájaros del sueño
que alguna vez insomnian en mi lengua
antes de suicidarse
en algún viento alisio atormentado.

No me derramo en lágrimas
por prescripción de algún facultativo
ni río, escandalosa,
después de haber vaciado
la botella del ansia.

No me sujeto a voces moralistas
ni me escudo
en la crudeza estética del trampantojo porno,
y no ando, famélica,
a la caza de reconocimiento,
como pueda pensar la muchedumbre
de poetas esclavos de la gloria.

El rostro de la fama, inexpresivo,
no me atrajo jamás.

Soy la caligrafía del silencio
que íntimo me grita,
cuando quiere vivir de muerte súbita,
orgasmo en la garganta.

Un graffiti pulsante en algún muro
que el tiempo borrará
sin una duda.


La lengua diminuta

Por despertarte a ti que traes el pensamiento
ardido en una pira de voces taciturnas,
te voy a discutir el agua si sediento
me vienes a beber y el día si avariento,
intentaras negarme tus palabras nocturnas.

El pan si estás hambriento, la paz si desolado
-como si sólo fuera la flor de la discordia-
el aire que respiras por no sentirte ahogado
y el mar cuando lo quieras atravesar a nado,
a puñalada limpia y sin misericordia.

Te voy a discutir por el placer perverso
de verte derribando muros de catedrales,
el crucifijo cátaro de tu acerado verso
y porque formes parte de mi oscuro universo,
la luz donde radican tus principios morales.

Si no puedes vivir sin que yo te discuta
porque lo necesitas para sentirte fuerte
no me exijas silencio. Yo soy la que disfruta
azuzando tu verbo, la lengua diminuta
que te va a discutir hasta la misma muerte.


Vis a vis

Estamos tú y yo frente al poema
como un verdugo que latiga el alma,
la espuela en los ijares de la mente
que galopa al gemido de la máscara.

Aunque le pongas música a la noche
y a la imagen de libre dentellada,
inequívocamente nos miramos
como dos enemigos sin palabras
que copulan mentiras violentas
y verdades hirientes como dagas.

Ni descansas en mí ni yo recuesto
la sed en tu pupila de aire y agua,
pero un júbilo extraño te recorre
cuando mi lengua arisca se desata
sobre tu adusta boca de soldado,
impúdica de sangre si me habla.

Escándalo tu verbo proxeneta
para mi puta voz desarraigada.

«Exégesis», «De esperas», «A pura muerte», poemas de Ana Bella López Biedma

Imagen by Mollu Rose Lee

Exégesis

Agitas la distancia
como un pañuelo blanco contra el cielo.

Nada te toca afuera de tu llanto o tu risa.
Hombre de peces quietos sin escamas
que reniega del tacto de oleaje
y del mar hecho añicos.

Hombre de piel de herida, nunca dueles,
cara de mimo, toda escarcha y tajo
y siempre sangre adentro.

Te observo en el alféizar de mis noches
-de sábanas inermes-
bámbola apenas luz hecha de llanto,
mientras te boicoteas las esquinas
con papeles que crujen
como grillos pisados, o que cortan
la yema de los dedos con su látigo.

A veces me pregunto
cuándo tiembla tu arena
al contorno de espuma, o se derraman
flores incandescentes en tu boca.

Cuando la oscuridad
sueña renglones rotos en tu abrazo.


De esperas

Donde pongo mi voz, pongo la espera
y pongo mi silencio si es preciso.
Guardo en mi boca el sol más insumiso
y en la caricia soy blanca bandera.

Donde pongo el amor me ofrezco entera,
sin medida, sin precio y sin permiso.
Abraza al hierro mudo en compromiso
mi vocación tenaz de enredadera.

Donde muere la sal beso la herida,
donde brota la sangre más oscura
cierro con mis dos manos y en sutura

derramo mi agua clara, canto y vida.
De espera el corazón, sin parapeto,
hibernará a tu verso, tibio y quieto.


A pura muerte

Acomodo tu verso a mi costado,
una estatua de luz, un dios obsceno,
tan fieramente dulce que un pecado
me graba a sal tu lengua como un trueno.

Me tiembla el agua en tu reflejo armado
de níspero procaz, hirsuto y pleno,
que empujo a la pared en verbo osado
bebiéndome de un trago su veneno.

A plexo descubierto y piel devota
la lluvia escribe en piedra los vaivenes
que anegan mi garganta gota a gota

y desanuda el sol de mi cordura.
Guardo el último canto en que te avienes
y abrazo a pura muerte tu ternura.

«Se vende, se permuta», «Una ola de olvido», «La forja», por Ángeles Hernández Cruz

Muchacha by Thuan Vo

Se vende, se permuta

Se vende

Se venden días tristes.
Los entrego encerrados en un baúl de espanto
atestado de cajas con etiquetas blancas
escritas con mi mano temblorosa.

Unas contienen miedos de los que se te anudan
en la garganta fría, que ya sientes tapiada
por viejas soledades.

Las de remordimientos
están acompañadas de desesperación
junto con la amargura
de no tener el brío de parar
el transcurso tirano de los días.

También hay cofrecillos y envoltorios
tan raídos y viejos que no me atrevo a abrir
ya que solo contienen ilusiones caducas.

A mí ya no me sirven
porque los versos piden a mis brazos
que deje de arrastrar este equipaje
que se sigue rompiendo,abriendo las heridas
y que una y otra vez remolco en mis escritos.

Se permuta

He cambiado de idea: ya no quiero vender.
Prefiero permutar el contenido
del pesado baúl
por la bolsa ligera de los grandes poetas
que cantan al amor con arrebato,
con palabras ardientes que enrojecen
los rescoldos helados de mi fuego.


Una ola de olvido

Anoche desperté sin mis recuerdos.
Rebusqué entre las sábanas, a tientas,
y solo encontré frío.
Sobre los almohadones, mi pelo se cubría
de un laberinto húmedo de algas.

Una ola de olvido gigantesca
que venía de lejos elevándose
arrastró mi pasado al mar profundo.

Al verme en el espejo,
pegadas a mi piel desconcertada
se asomaban millones de blancas caracolas,
nácar tornasolado.
Me vi hermosa y valiente vestida con mi escudo.

Solo tengo el ahora, este instante,
para verter sonrisas
y llenar mi equipaje de historias relucientes.


La forja

Quise ablandar el hierro de los barrotes que aprisionaban mis auroras. Lentamente, encendí una hoguera. Con ladrillos de rabia construí una fragua mientras las llamas me proponían a gritos su consuelo.

Emboqué las barras hasta que el calor reblandeció su intransigencia y, entonces, las moldeé en el yunque con mis manos. A pesar del tormento, logré formar una hoja con espiga que templé en un barril rebosante de lluvias que nunca se detuvieron en mi cara.

Adelgacé el filo contra la piel dura de la memoria y le hice un mango suave que acariciara las llagas de mis dedos.

Fabriqué un cuchillo con mi jaula. Con él corté los hilos que me ataban a la nostalgia y podé las ramas que me impedían crecer hacia el futuro.

«A Carlín», «Pacto un pulso», dos poemas de Orlando Estrella

Imagen by Janet Domínguez

A Carlín

Cuando la sombra se desplaza rauda
a través del pasillo
evocando memorias de la sangre vertida
aparecen las lágrimas todavía inocentes
de ese muchacho pleno de vigor
buscando sus sandalias.

Tanto que mencionaba al R. Douglas
famoso francotirador, el gringo,
el mismo que cayó al llegar a Vietnam.

«Le tira hasta a los gatos y a los perros» -¡es un bárbaro!-
decía el joven que vivia un sueño
con su mauser al hombro.

Dieciséis años y al oír disparos
se sonreía como si viviera una comedia.

—¿Por qué no hablas ? -siempre me decía-
—No sabría decirte, es que soy medio alzao -le contestaba-.

Una tarde de lluvias, un disparo, y Carlín
se fue con su sonrisa en busca de otros sueños.

Un dieciséis de junio.


Pacto un pulso

Pacto un pulso de fuerza para ver quién derrota
a mi silencio activo o al vozarrón sin alma.
En mi esquina callada solo se oye el crujir
de mis huesos sin fans, aunque firmes y alertas,
sin embargo al contrario le sobra algarabía.

El ruido enajenado no me llega a los huevos,
tengo filtros antiguos que me hacen sordo al trompo.
A esa bulla apagada, callo con mi mudez
y será con los truenos que ensordecen la carne
que callarán mi voz, esa que no se escucha
cuando resuena recia en oídos malandros.

El barullo barato se desgrana en los aires,
solo inquieta la paz y molesta el sosiego
pero el sigilo pleno, pensado y concienzudo
es letal y procura dominar la algazara.

«Nubes», «Elefante gris». «El calor de lo inerte», tres poemas de Sergio Oncina

Nubes

Me hablabas de un jinete
sobre un corcel gris humo,
de un delfín sobre el mar
y de casas de gnomos.

Y yo solo veía
las nubes en el cielo
y mi cielo en tus ojos.


Elefante gris

¿Mamá,
por qué cuando estoy triste
un elefante gris
me oprime el corazón?

¿Será para que duela
y mi pena se cure

al llorar?


El calor de lo inerte

Cuando ella lo abraza
siento su calidez
y una ternura inmóvil
impropia de lo inerte.

Sus ojos saltarines
de plástico y cristal
reflejan a la niña.
Refulgen y se alegran.

¿Qué vive en su interior?

«El sueño de un beso», «Efecto hotel», «Vendrás», tres poemas de Juan Carlos González Caballero

Hands by Jackson David

Tres poemas

El sueño de un beso

Me he encontrado en el cielo de la boca
un beso antiguo, tuyo, y el tropiezo
por el que mueren los amantes ávidos
de robarse los líquidos del cuerpo,
de entorpecerse la venida rápida
mutuamente, mordiendo el mismo anzuelo.

Te encontraba en el velo de la boca,
te encontrabas conmigo allí en el techo
hecho de ambos, sin luna y sin estrellas,
éramos luz bermeja de un recuerdo,
era el lenguaje de mi lengua trémula
apurando las mieles de tu verbo
que por dulces pensé que no eran malas,
que por buenas me hieren estos sueños.


Efecto hotel

Amarte fue como habitar hoteles,
con todo atornillado a paredes y suelos,
como estar de turista en una estancia estandarizada
de placeres con costes elevados
para mi pobre paz hambrienta de tu sexo.

Pero te amé.

La bipolaridad de tu mirada,
después de los vaivenes en un único olor de tactos húmedos,
me desahuciaba de tu mundo helado,
tu reino quieto de emociones quietas
y tus senos tapados de forma calculada.

Y yo, desnudo, viendo el vuelo de quien quiere
olvidarse muy lejos.
Y yo tan cerca, mientras mi lenguaje
me ahogaba la garganta.
Y tú te habías ido, ya no estabas
antes de darme cuenta.

Nunca fui el cliché que se conoce
por despertar deseos en mujeres.

Tú fuiste quien abrió la puerta de los vértigos,
iluminada con la luz azul
y alguna serenata
de las que matan suavemente al cómplice
con el paso del tiempo.

Me encontré dentro, me encontré feliz,
por un instante,
en el lugar más frío
que haya podido conocer un joven
sin experiencia.

Eras un corazón de piedra pómez
y de intemperie,
con poco espacio para el buen amor.


Vendrás

¿Vendrás desde el pasado con tu aroma de lirios,
como el perfume dulce de la flores que mueren
dejando sus estelas en la niebla noctámbula
al servicio y señuelo de tu copa caliente?

¿Vendrás así, ligera, como un aire de pompa
o el peso de burbujas que intrépidas me ascienden
al mostrarme tus piernas y su rubor abierto
para que yo me lance, desde mi sed que crece,
a la espuma de un tiempo que jamás volverá
y me rompa la calma tu cruz, siendo mi suerte?

Tendría que purgarme de hechizos, cada vez
que me embriagues los diques, te infiltres y me anegues.

«Pájaro lastimado», «Breves», «No está en la línea de mis manos», por Silvana Pressacco

Prosas

Pájaro lastimado

Cuando comprobé que no existen aves guías inmortales creí haber elegido ser un pájaro huérfano que con las alas plegadas se dejaba caer.

El tiempo me enseñó que no existen pájaros sin lastimaduras y que los que realizan los mejores vuelos son los que aprenden a llevar consigo el dolor sin darle combate.

Me enseñó que en los puentes de salvación siempre existen tablas sueltas y que el único soldado que las puede reconocer es uno mismo.

No necesito hacer pie en la fragilidad de otro y salvarlo para comprobar mi propia capacidad de resistencia ante la adversidad porque mostrarme débil ya no me importa.

Solté mi afán absurdo de ser una semirrecta impaciente con vocación de empuje y resistencia porque comprendí que soy un punto en la grandeza de la vida, un punto que puede detenerse y que detenerse no es necesariamente morir.


Breves

Inventé un mundo tan lejos de mí que ahora no encuentro un pájaro que me quiera regresar.

Por proyectar tantos vuelos he olvidado cómo agitar las alas.

Suspendida en el aire, con las alas entumecidas por imposibles, vigilo el cambio de guardia. Tal vez hoy se vaya el silencio o la araña del tiempo.

En muchas oportunidades me propuse modificar la rapidez con la que transito por la vida porque, siempre confabulada con mi responsabilidad, impidió que disfrutara de muchos paisajes que dejé atrás. No puedo victimizarme porque mientras mantenía la mirada fija en el cartel de llegada sabía que no había caminos de retorno.

Mis talones nunca encuentran una fuerza externa que resista el empuje de las obligaciones. Sigo el trayecto vencida por la inercia.Cuando me busco cierro los párpados. Cuando necesito sentir o pensar apago la luz del afuera. ¿Será que la verdad se pega al reverso de los ojos? ¿Qué es lo que ellos ven que enceguece el entendimiento? ¿Por qué si en el silencio oscuro de mi habitación la verdad es tan clara, por la mañana ando a tientas?



Un poema

No está en la línea de mis manos

Si quieres conocerme
no alcanza con leer las líneas de mis manos
porque no guardan rastros de escapes y locuras.

Solo pueden contarte
que a veces ser entrega me lastima
porque soy incapaz
de levantar columnas desde la periferia;

escapar de reclamos
para garantizar la protección
de mis células sanas,

silenciar el idioma de mis ojos
que exponen claramente lo que guarda mi lengua.
También pueden decirte
que a veces soy un pájaro,
un pájaro que elige vivir en una jaula
que mantiene la puerta siempre abierta;

o una fiel maleza, empecinada
en hacerse frondosa
en un terreno húmedo y oscuro
mientras sus ramas tímidas
acarician el árbol
coronado de sol.

Te dirán que soy mapa, también ruta y refugio;
un paisaje pintado con montañas de euforia
y llanuras de pausas.

Pero hay algo intangible, sin registro en las palmas,
algo que transfigura
si las garras del tiempo descansan y desprenden,
algo que me transporta a la vereda opuesta
donde impera la magia,
en donde lo perfecto es toda imperfección.

Te confieso que ahí

soy aire por segundos.

Otra casa, poema de Gerardo Campani

Otra casa

Cada pared de esta casa es una escena vacía;
cada sillón que no te abraza, un trasto que desprecio;
cada café tomado a solas, un rito cruel que trato de evitar.

Es que nunca estuviste aquí, y ¿por qué esta tarde
mis músicas y mis desapegos y mis dulces soledades
me han abandonado para dejarme solamente solo?

¿Cuándo tu piel adivinada en sueños
empezó a ser pesadilla de mis horas desnudas?

Inicio cada noche en cada ensueño
la trama perfecta que dibuja tu figura en nuestra escena,
una y otra vez.

La noche y mi tristeza me aseguran
que mi única realidad imprescindible
es ese sueño incesante que te repite adormeciéndome.

(Ignoro de qué materia tan sutil
he tomado esas imágenes que se velan bajo el sol
y no me bastan para poblar esta tarde.)

Ahora los rumores de la calle me ensordecen,
y una inquietante sospecha de no recordar lo primordial
me atenaza contra este sillón absurdo.

«El futuro del sin», «¿Maldito?», dos poemas de Sergio Oncina

El futuro del sin

A veces se me apagan las luces de la mente
y las sombras me invaden y campan a sus anchas
bajo el gobierno tibio de una mirada oscura
que no ve más allá de las viejas tristezas.
Y soy hombre de ojos apagados y muertos,
un engendro del odio por faltarle un amor
en el que abandonarse cuando sufre derrotas,
las ausencias que el tiempo va sembrando en su vida.
Esta falsa sonrisa, este maldito rictus
asesina mi rostro, la esperanza y la fe.

No se tuercen los gestos por batallas perdidas
mas sí por no aceptarlas como parte de uno.
Tampoco es la cuestión olvidar sufrimientos
con la monotonía que nos regala el sol.
Esta suma de albas y alegrías falaces
no recosen heridas ni borran cicatrices,
son un parche pirata para un tuerto sin luz
que, agotado, no quiere ni siquiera mirar,
pero aún en tinieblas, ve lo que tiene enfrente
y se queda a sufrir peleando el ocaso.

El futuro del sin es el futuro único.
No regresará el aire puro que respiré
en tiempos de embelesos, inocencias e ímpetu
cuando el sol despertaba y no me daba cuenta,
cuando, como un milagro, mi voz anochecía
y dormía profundo recostada a mi lado,
soñando con mentiras sin la verdad nostálgica
que cada noche añoro y cada día pierdo.
Y habrá más, más ausencias. Y serán las peores
y las lloraré solo por no doler a nadie.



¿Maldito?

Una tarde tras otra agonizan los días,
impertérrito al sol dilapido las horas
y los sueños se escapan sin llegar a la noche
por las grietas de un cuerpo que simula dureza,
mas se quiebra al sentir tu maldito recuerdo.

Y me río. ¿Maldito? Ni yo mismo lo sé,
ojalá no importase la razón y pudiese
como un necio seguir contemplando el vacío,
esconderme en mentiras que recubran los huecos
que horadaste en mi alma. Solo quiero vivir.

Necesito volver a un estado de calma
sin pensar en preguntas que no tienen respuestas;
en por qué nunca más se detuvo el ocaso.

Necesito creer que también existía
cuando tú todavía no habitabas en mí.

Dolencias de un bastardo, poema de Silvio Rodríguez Carrillo

Imagen By Stefan Keller

Dolencias de un bastardo

Buscando tu voz en la luz intranquila -que tiembla
de noche invernal sin un vino dispuesto en su vaso-
me arritmo a la calle de extraños fantasmas sin nombre,
con algo de cobre en mi ruin billetera amorosa,
por ver si te pillo llenando de verbos la nada.

Camino lo oscuro, el perfume lejano y sencillo
que dejan tus alas quemadas torciendo la suerte
de tanto pendejo sin gusto, de tanto doctor
que cree que el arte consiste en hartar de basura
el pulso inocente del hombre que olvida ser uno.

Si fijas el foco, la lente, verás que al seguirte
–los pasos, los sueños, la historia indecible y audaz
de todas tus fallas y aciertos– consigo alegrías
que sólo capturan los tigres, las osas, los solos;
aquellas que gozas sabiendo de un otro en tu sangre…

No, perdona.

Perdona si paso de ritmo, si acaso insinúo
el porte del alfa que sella sin prisa en sus labios
la ausencia de paz si le falta su chica de bucles;

si inquieto tu siesta buscando le impongas tu estilo
de cálida sierra a los huecos que horadan mi mente
por ser de tus manos el hijo insondable, el bastardo.

«Menos tu nombre», «Cuando yo me haya ido», «Como una voz ausente», tres poemas de Alejandro Salvador Sahoud

Imagen by Matthias Böckel

Menos tu nombre

cuando soy triste
yo me voy al viento
porque la sombra se vuelve inhabitable
inhallable el camino
y cuadrada la esfera

todo está de revés menos tu nombre
que hace señas de niño en un andén sin trenes
pero con tanto papel despedazado
y tanto polvo largo
que a veces
es sólo un buen fantasma
diletante

tu nombre sin zapatos
que pisa minucioso el agua turbia
me exime en la navaja
y en las cruces
del no miedo a sufrir
mas sí a que sufras
como la rozadura larga de una herida
que me sangra en la frente

triste que soy a veces desleído
acuarela de nieblas y lloviznas
y babas
que devoran eso pétreo de mí
como un unto pulsátil
largo musgo y ausencia
inhóspita guarida de éste
mi
último
aliento
con que a veces escribo
o
me mojo en verde oliva
rozo el viento en tu nombre
con el cansancio trágico en el ala
y la certeza
de que el sol existe
sobre lo más oscuro de su vientre

¿quién llagará tu espalda
una vez que mi látigo se hiele?
¿quién llagará mi sed
si se muere despacio en tu diluvio?

los dioses no se ocupan de esta tarde
en que el viento
y el polvo
comulgan imprudentes
en una niebla espesa de pañuelos

si no te importa
me llevaré tu nombre en algún lado



Cuando yo me haya ido

Cuando yo me haya ido, quizás de madrugada
sabrás que se habrá muerto lo mejor de ti misma
porque los sueños caben, porque viene la albada
y habrás de descubrirte desnuda y encendida.
Cuando yo me haya muerto porque tu me has matado
habrá un silencio oculto, en tu mirar de ausencia
habrá de desarmarse el río de tu mundo,
musitarás mi nombre…como en la adolescencia
porque el amor abarca también lo inabarcable
porque el sueño fulgura el revés de las rosas
porque todo es presente, desigual e involable
porque tu amor es mio…porque estoy en tus cosas
porque me tienes siempre y no te tengo nunca
como nunca he tenido aquello que he amado
pero saberte apenas, un sitio, una penumbra
me habita todo aquello que está deshabitado.



Como una voz ausente

Matar el alma a veces es como matar pájaros
que habitan en las islas donde nace lo verde
de las resurrecciones y de las madrugadas
donde no llega nunca el dolor que nos muerde.

El alma muere sola de propia cuchillada
sequita, otoñecida, de tanto perder tiempo
detenida mirando larguísimos ponientes
como un recuerdo de esos que van a contratiempo

Luego el amor se filtra como una escaramuza
de guerrillero torpe. Como una voz ausente
se camufla de escarcha, de tomillo y espliego
haciéndose pequeño en un cajón que miente
el sueño de Pandora.

La esperanza de otoño, tus ojos en los míos
son luz de una candela oculta, intermitente.

«Los veo», «Soldadito de cuerdas», dos poemas de Orlando Estrella

Imagen by Peggy Choucair

Los veo

Donde quiera que esté los veo a ellos
una presencia muda, pero viva.

No tengo muy seguro quién es el que procura
esas extrañas peñas
matizadas con humos de cigarros
que solo yo disfruto, acompañado a veces
de unos pequeños tragos que solo yo degusto.

Hago los ademanes que acostumbran los protocolos
de invitar a brindar por sus pasados,
pues el presente en solitario nunca,
tendrá un futuro digno de contarse.

A veces creo que los anfitriones
son ellos y me invitan, apenados porque
notan la soledad acostada en mi casa.

En sus miradas veo siempre dudas.
Seguro porque observan a los hombres
como una copia modelada en mierda
de aquellos de su tiempo
en que el honor y dignidad valían.

Me preguntan sin voces:
¿Valió la pena tanto sacrificio?

En más de una ocasión, gotas de perro
ruedan por mis pupilas. Esos canes
son más puros y honestos que los prójimos.

Quizás esos espectros sean mi cura hoy.
Y es que alguien que no cree ni en avernos ni en ídolos,
en algo tiene que confiar, y más,
si conoció lo puro de esos amigos muertos.

Soldadito de cuerdas

Si miro tu fantasma por las noches,
y no hiede a podredumbre de cadáver
es que sigues tan viva como en aquellos tiempos.
Tan dinámica como esos corceles
libres en la pradera detrás de un horizonte
no importando cuan lejos estaba de tu lar.

Tarareabas siempre «soldadito de cuerdas»
y parlabas que había que clavarme una estaca
en el centro del pecho -como a cualquier vampiro-
para hacer que brotara el fuego por mis ojos,
y pudiera salir de un letargo quimérico
mientras tú cimbreabas tus sueños a mil pies,
allá en lo alto.

La cuerda se gastó y tuve que crear
energías internas como esos chips robóticos
que nunca se degradan y seguirán aún
después de muertos.

Sí, después de enterrado,
lo poco que habré escrito, me mantendrá con vida,
pues no estarás para romperme el tórax.