Selección de poemas de Morgana de Palacios

El tiempo pasa

El tiempo pasa, vida,
se asoma precavido a mi intemperie
por intuirte páramo a lo lejos
y se nos va nublando
a medida que avanza sin mucha convicción.

El tiempo-incertidumbre-holocausto-pandemia
como un virus
dubitativo y frágil
se persigna al rozarnos, murmura vade retro
como si nos temiera

porque dejamos de reivindicarlo
porque dejamos de pensar en él

y hasta de esperanzarnos en sus ojos de lluvia.

Ya sólo creo en ti y en tu no-tiempo
adicta al sinfuturo de tus labios
que todos mis silencios justifican.

El tiempo pasa, vida, y no me importa.
Con esta terca voluntad de amarte,
me olvido de que existe
día a día.



Un mundo de metáforas

A veces, junto a ti, me ataca el desconcierto
por esa diferencia de tu tacto y mi tacto
e invento la caricia y el golpe y el exacto
instante de atraerte a puro cielo abierto.

Por esa diferencia de tu boca y mi boca
es que gestas las guerras que enamoran al labio
y el verso que seduce, enardecido y sabio,
de tu lengua a mi lengua se agita y descoloca.

Porque somos distintos de palabra y de gesto,
de ojos y mirada, el instinto me apuesto
para desentrañarte sin un roce de piel.

Un mundo de metáforas con el rostro velado
no oculta la certeza de saberte a mi lado
el más hombre del mundo con carne de papel.


Armada

Tal vez desilusión, no aburrimiento.

Jamás me aburro yo conmigo misma,
me inauguro portátil, voy y vengo
y me sobra talento armamentista
para partir de cero en cualquier guerra,
al no soñar con tierras prometidas.

Mi territorio se abre en el presente
sobre el páramo azul de la inventiva.

No soy de las que lloran el pasado
negando la pasión de cada día,
porque lo que me gusta es el camino,
la huella de los pasos, la genista
en la cuneta donde duermen tantos
sobre sus cuerpos yertos invasiva.

A ninguno le debo un mal capricho,
ninguno me ha dejado malherida,
lo que me dieron di, siempre sobrada,
y al irse pasé página deprisa.

Mi lealtad se ajusta a lealtades
que no terminan más que con la vida,
el resto ni me mueve ni me importa
ni consigue borrarme la sonrisa.

¿Aburrimiento? No, ni estando muerta.
¿Desengaño? Quizás, por estar viva.

Pero es lo que estoy, viva y armada
hasta los dientes con la poesía.

Selección de poemas de Isabel Reyes Elena

El primer árbol que se quebró en mi pecho

Te adentraste en mis bosques,
trajiste el paraíso y el autobús del día,
las lanchas de tus labios y el corazón unánime.
Andas por mis pestañas sin exigirme nada.
Callo y anida el tiempo en mis ojos azules.

Tal vez no pueda nunca regresar al calor,
a la ribera suave de los pájaros
a la fruta de barro que taponó la aurora,
a esas iniciales grabadas en mis ojos.

Pero tú me escanciaste como un vaso de sol
y fuiste el primer árbol que se quebró en mi pecho.
Embalé mi destierro. Me lloraban las calles,
el camión con mis muebles traspasó la vendimia,
pero tú me conduces. A tus fuentes me llevas.

No me diste la luz.
Si la hubiese atrapado con mis manos entonces
yo sé que en mis retinas vería mariposas
y un ancla bajo el agua de mi cuerpo.

¿Y por qué no encontrarnos de nuevo en las murallas
de la noche los dos, rescatarnos el día,
ver si podemos juntos adelantar tormentas?

Por mi esperanza cruza tu recuerdo de música
al desvestirme selvas esenciales, y tengo
el dolor de la nieve, la madurez salobre
de quien atrapa barcos con sus manos de piedra.
Cuando pasen andenes te seguiré mirando.

Mi meridiano eres. Tanta melancolía
se albergaba en mi acento castellano.
Fuimos desmenuzando palabras interiores.
Por entre el diccionario con mi paraguas rojo
impediré que caiga la nieve en tus pupilas.

Yo ciega voy de amor, sé tú mi lazarillo.


Instante decisivo

Miradme aquí, en piedra convertida,
exhausta de silencios y ciclones,
coronada de inútiles razones
a causa de una nueva arremetida.

Observadme en el tiempo detenida
enlazando palabras a jirones,
sombras de soledad, crudas lesiones
que acunan el sabor a despedida.

Mas no lloréis la ausencia de mi viento
ni toquéis el poema que os escribo
bajo el soplo desnudo de mi acento.

Que en la nada de un verso sigue vivo
-con la sangre y la sal del desaliento-
el reloj del instante decisivo.


El arpa de mis ritmos

Os dejo la palabra en mi verso truncado
y este fulgor que intento mantener encendido
para que los senderos no se llenen de sombras
cuando la sombra venga a cebarse conmigo.

Os dejo un arcoíris de voces traspasadas
por el ardiente dardo del poema maldito
que se encona en el alma, madurando en la mente
y rompe las entrañas cuando quieres parirlo.

Os dejo cuanto tengo: mi alforja de palabras
y este viento que, a veces, me aúpa al infinito
con el ímpetu firme de sus alas amigas
para hurtar los azules que me fueron prohibidos.

Me marcho como vine, desnuda y sin apegos
pues no escalé montañas, pero sé de los riscos
que cercaron mis huellas con ortigas malignas
cuando aventé canciones por todos los caminos.

Recordadme si os place, y si no, silenciadme.
Sé todo cuanto os debo y cuánto he recibido
de este afán que me tiene atada y bien atada
al querencioso potro del verbo y su destino.

Si me queréis gritadlo frente al mar de mi tierra.
Os dono para siempre el arpa de mis ritmos
y el amor que me crece en los espejos mudos
del poema sangrante y mi triste delirio.

«Elegía», Isabel Reyes

en memoria de Gerardo Campani

Al pensar en tu estado presentí
que el tiempo de tu vida es un cobarde
que se esconde en la hora del adiós
y es incapaz mi pena de ablandarle.

Que perdido en la noche de la ciencia
lo hermoso que te aloja no le vale.
Ignora cómo dar tiempo a tu tiempo,
vida, salud y sístole a tu sangre.

El hígado prestado que portabas
no responde al deseo de arrancarte
de las oscuras garras de la muerte.
¡Qué cobarde es el tiempo que nos barre!

La cera que tu cara desdibuja,
el dolor de tu ser, inabarcable,
me dice que eres tú el elegido
y nada más me queda que llorarte.

Mirada de hombre bueno que confiaba
superar nuevamente adversidades
en idas y venidas; tu destino
me indica que te queda largo el traje.

Escrita tu conciencia ultraversal
se nos va el literato y el amante
cuando un gélido viento ya acaricia
tu bondad, tu retina y tus afanes.

Compañero del alma, compañero,
hermano del misterio del que naces,
cuando siento tu vida que se agota,
tu dolor, como leña, a mí me arde.

«En carne viva», Idella Esteve

Imagen by Enyin Akyurt

Te podría decir que nada escondo
que se pueda pudrir en mis adentros
y me doy al poema en carne viva,
despojado de piel todo mi cuerpo.

Te podría contar lo que en mí mora
que enturbia mi razón, mi sentimiento,
y sale desbocado por mi pluma
volando al infinito con mis versos
en pos de la anhelada fantasía
cuando mi vida es todo desconcierto.

Te podría nombrar miles de cosas
de cruda realidad, de dulces sueños
que me anublan las luces de mi mente
y me ponen en sombra el pensamiento.

Te podría explicar que ando desnuda
para dejar los males que acarreo
prendidos a un saliente en una esquina
y abandonarlos solos a sus fueros,
sin que vuelvan a mí de ningún modo,
que no habré de acogerlos ¡no los quiero!

Escribo en carne viva, ya lo sabes,
mostrando lo que está dentro del pecho.


Muerte por aburrimiento

Lo mío ya no tiene compostura
y va pasando el tiempo sin remedio.
No sé si brilla el sol o todo es sombra,
con el desgarro se me estanca el verso
en una poza llena de cuchillos
y el poema me sangra hasta los huesos.

Porque nunca nadé las superficies
en lo profundo por asfixia muero
sin querer. En lo más hondo de mí,
de todo lo que escribo nunca encuentro
esa vena interior que me reviva
-estoy viva quizás, aún no he muerto-
y me saque del fondo de estas aguas
y me implante unas alas para el vuelo.

Quedo en mí con mi verso, anquilosados
los dos vamos muriendo en este encierro
uno al lado del otro, sumergidos
en este fuego frío, en este infierno
donde vuelan al aire las cenizas
de un ardido furor. Mi aburrimiento,
a falta de ilusiones que lo animen,
cabalga por la vida por sus fueros
y al cabo viene a ser como una muerte,
partículas de mí siempre al acecho.

«Cancelación de lo desierto», Gavrí Akhenazi – Morgana de Palacios

Imagen by Enrique López Garre

Improvisación en tiempo real – Contrapunto

Yo sé que a veces hinco la rodilla en la tierra
y que entierro en el pecho la cabeza afiebrada
por imaginar cosas que podría decirte
a solas y en la umbra, como alguien sin mañana.

Pero soy un silencio que se remuerde solo
con vocación inhóspita. Una bestia esteparia
que busca entre las cuevas secretas de tu especie
la especie que ha perdido su espíritu de llama.

Aúllo y te reclamo con mordiscos de lumbre,
tu acerico de ausencia se me clava en las plantas
y soy el caminante que ha extraviado un desierto
y rebusca en su sed el agua de la lágrima.

Al fin y al cabo, a solas, sin tantos artilugios
asesino entre verbos mis mundos de metralla
y, como ves, inclino mi arrogancia señera
a la rienda de seda de tus manos extrañas.

No me acaricies, hembra, que la melancolía
de no haberte tenido, me llena de nostalgia.

Gavrí Akhenazi


A veces soy su fe si, de repente,
le arranco la espoleta a una granada
y detona al chocar contra mi boca
y me llena de esquirlas la garganta.

Otras veces no soy más que el colapso
de la buena intención y su mirada
se pervierte en la sádica tortura
que quisiera infligirme en la distancia.

Se ha vuelto vulnerable con el tiempo,
quizás por sus insólitas jugadas.

Aún prefiere andar bajo mi lluvia
sin pedir el cobijo de un paraguas,
porque le gusta amanecer mojado
cuando son secas otras circunstancias.

Yo soy el putching ball que absorbe el golpe
cuando su corazón se desbarranca,
pero crece en el verso si me nombra
y se excita, varón, si me
descalza.

Morgana de Palacios


A veces soy así y a veces lento,
gravito en tu pasión como la escarcha
que te nieva entre enero los azules
y desde tus azules desbarranca
su ligereza inútil y su nimbo
de insospechada claridad humana.

Estás de pie en el mundo como el tiempo
recorre el universo y lo equipara
y nos volvemos hitos planetarios
que van ajusticiando las palabras
porque tu boca clara marca el rumbo
del que se aleja hostil, mi boca amarga.

Que he cambiado, lo sé. Sé que he cambiado.
Que ya no soy aquel que sí mataba
al enemigo y luego, victorioso
alzaba la cabeza cercenada
y la echaba a los pies de tus trofeos
en la vieja cuneta de las ansias.

Cambié. Me puse bueno y metafísico,
contemporizador y mano blanda,
pero si alguien te toca, te aseguro
que la bestia me habita aquí en la rabia
y me vuelvo aquel malo ingobernable
que doblegó tu mano, sana y salva.

Gavrí Akhenazi


En tu mapa vital las cicatrices
marcan los aspavientos de la suerte,
los dolores y los retorcimientos
que tocan las mujeres
con dedos temerosos y labios indecisos
cuando aún no penetran en tu mente.

Son tantas las grabadas en el tiempo
de las escaramuzas en los frentes,
que casi no recuerdas ni tú mismo
si son un tatuaje en las paredes
de la piel maltratada por la vida
o es la propia vida quien dibuja vaivenes
sobre tu cuerpo enjuto acostumbrado
a engañar a la muerte.

Yo que guardo las mías donde nadie las ve,
sé que las invisibles en ti son las más fuertes,
las que nadie sospecha que puedan existir
y las que más te duelen.

No has cambiado tanto, sigues siendo el soldado
que camina en la sombra con el alma en los dientes.
Sentirte solo es parte de la ferocidad
que te nace en el vientre
cuando la indiferencia ajena por el mundo
se te vuelve un parásito evidente.

Al final no eres ese ni el otro, eres tú,
exactamente
tú, profundo y breve.

Morgana de Palacios


En el rito vital la coincidencia
nos devolvió a rutinas despiadadas
y en un desequilibro, desvariadas,
nos atrapó su suave incandescencia

Podemos resumir nuestra indecencia
en las imaginarias desaladas
de dos extravagancias extraviadas
al mundo peculiar de su inconciencia.

A veces vos sos fénix, yo soy cobra.
Para llevar la identidad del sino:
míticos bichos presos en la obra.

Existen, más allá de ese destino
con que enfrentan el pecho a la zozobra,
tu corazón de miel y mi asesino.

Gavrí Akhenazi


Mala para tus ojos, porque te gusto mala,
mala de malitud, de naturalescencia,
mala por revolverte, por disparar la bala
que te acierta en el centro de la circunferencia.

Mala por alumbrarte, malérrima bengala
con fuegos de artificio los días de abstinencia,
por no rendirme nunca al Coronel de gala
y excitarte los ojos con mi concupiscencia.

Mala por estar viva y provocar tu celo,
por servirte en bandeja la erótica del velo
que enigmático cubre mi voz que se regala.

Por aguzar tu ingenio para los desvaríos
y hacer que de tu boca promiscua fluyan ríos
de poesía libre, me has bautizado Mala.

Morgana de Palacios


Después, para tu boca, el vendaval del hambre
que te estalle en los senos de prédica madura
y que tu vientre curve la fuerza de la sangre
sobre el vértice inerme de mi fiera premura.

Cabalgar en el tiempo de la boca sonora
como en una marea de ansiedad matutina
sobre el sabor antiguo de la primera hora
en que la piel se vuelva desnortada y canina.

Que el hambre me revuelve la lengua del deseo
y me imagino intensa la curva en la que encallo
mi percepción del día verdeciendo en tus ojos

de mar alucinado, de fiera y el desmayo
de tu labios lamiendo la sed de mis despojos.
Así es como en mis sueños tu corazón poseo.

Gavrí Akhenazi


Despedirme de ti no entra en mis cabales.
Lo que me das no hay oro que lo pueda pagar.
Contigo soy la monja que mira el lupanar
con ojos de pecado y lengua de abrojales.

Ríes el tour de forçe en los ceremoniales
con que me incitas lúdico para poder llegar
a la carta más alta que se pueda jugar
en el juego asesino de las reglas morales.

Te empecina saber que no me entrego
como tantas, sin lucha. Tu estratego
inventa escaramuzas cada día.

Pero yo no claudico ante tu trato
pues sé que sale caro lo barato.
Lo nuestro es una hermosa guerra fría.

Morgana de Palacios


Y es una guerra al fin y en toda guerra
como aquellas que
-alzadas en tu nombre de maga impenitente
que colecciona a sus amantes muertos en cunetas sin agua-
han emprendido viejos caballeros de armaduras inermes
(y de lenguas rabiosamente trepadoras),
nos debatimos el judío amargo que sobrevivió a Masada
porque le resultó una afrenta suicidarse
y la hija del vértigo profundo sobre el peñón de Avalon.

Te bulle el África caliente en la saliva
y en la sangre hay derbakes milenarios que te agitan el tiempo
y la indocilidad
y esa hembra chita que camina sola y devora a sus presas
con una lengua suave y seductora y unos dientes de presumir sonrisas.

No sé si me elegiste porque no había otro bicho más extraño a la mano
-ya que este reino
siempre tuvo su colección de fáciles rarezas intentado subirse por tus muslos-

pero yo sigo, perduro, persevero

porque,
en realidad,

tengo un espíritu de Cancerbero insobornable,
capaz de enfrentar hasta a sus propios muertos si se acercan curiosos
a presenciar la historia que vivimos.

Dos, porque somos dos y siempre dos
en un único, guerrero y épico país desconocido
que ha perdido su nombre de batalla
y conserva la esencia de su paz
tantísimas veces malograda

igual que un talismán
que llevo al cuello como si fuera mi primer medalla.

Gavrí Akhenazi


Te agradezco la noche sin pausa, la escritura,
la luna rielando en los mares de arenas
cuando sembramos juntos alegrías y penas
en el amplio desierto de la literatura.

Te agradezco la luz que alumbró mi ventana,
la amenaza de sol de tu lengua de sombras,
el sentirte reír cada vez que me nombras
y el empecinamiento en besar el mañana.

Nadie podrá decir que haya sido fácil
llegar donde tú estás, airoso y grácil,
tras avanzar a muerte abriendo brecha.

El objetivo es hoy tu cita con la vida.
Vivir en esa tierra prometida
todo lo no vivido hasta la fecha
.

Morgana de Palacios

«Animales tácticos», «Mi Tierra Media hasta que llegaste, Juan Carlos Gonzáles Caballero

Animales tácticos

Más que por depredar, te da por colgar trampas
en las que yo me tumbo y te dejo que vengas
por un entrelazado de sugerencias cautas,
sigilosas y arácnidas que finjo me silencian.

Hago de lo que muestras mi fiel anhelo hilado
y en su interior calculo su extensión y su peso
para con ese temple fisurarlo de un tajo
con el filo que esconden estos hierros de reo.

La cazadora, presa de mi punzante lengua,
ahora me suplica que la aguijone a versos
pero sin dejar marcas, sin que queden mis huellas.
No sabe que callado, mato negando besos.


Mi Tierra Media hasta que llegaste

Me llevaba el placer de la carne espasmódica
en mis tiempos de búsqueda fiera de sexo,
en un tiempo de odio al querer y a mí mismo,
al pequeño que fui, a escribir y a los cuentos,
al hurtar con mi trampa de cara de infante
los amores sinceros de jóvenes cuerpos.

Y al final apareces y aprendo a quererme
como siendo el espejo que enseña lo bueno
de cuidar lo importante, el gesto y el hábito
al igual que el amor que profeso a los textos.
En silencio me das la paz de mis ansias
que persiguen renglones por suelos y cielos.

Y regreso hacia ti con la vista cansada
y en mi pecho una flor de inmediato recuerdo.
Si me atrevo a dudar me despiertas la boca
con tu voz que ilumina mi oscuro alfabeto
que descubre y recorre tus ojos azules
para sólo sentir y besarte un te quiero.

«El tiempo es el ganador», «La mar se lleva a los niños», María José Quesada

Imagen by Sabine Zierer

El tiempo es el ganador

El tiempo posiciona la flor sobre el almendro,
el agua sobre el cauce, la vida sobre el dueño,
el ancla sobre el fondo, el polvo sobre el cierzo
y todo queda en orden. Incluso el sentimiento.

El tiempo va imprimiendo su inexorable huella,
el paso se hace corto y la ilusión pequeña,
el cáliz de los sueños comulga con la ausencia
y sobran las palabras cuando ya el alma tiembla.

El tiempo va marcando, lo marca todo él solo,
el cuerpo, los cabellos, las manos y los ojos
mas, deja estelas vivas, como este amor tan hondo
que doy por bien hallado si me quisiste un poco.


La mar se lleva a los niños

Dijeron que la mar se llevó a los niños,
que las golondrinas no saben luchar,
que ella es centinela, cela su camino
doblando la guardia con espuma y sal.

Dicen que las olas llegaron con fuerza
a cobrar un precio por la libertad
llevándose al débil, culmen de inocencia,
para en los abismos poderlo arrullar.

No es del agua el crimen ni hay culpa en los brazos
que fueron más suaves que un golpe mortal.
No fueron las olas que se los llevaron
¡es la guerra que echa niños a la mar!

«Lengua alopécica», Idella Esteve – Gavrí Akhenazi

Imagen by Rutpratheep Nilpechr

Contrapunto

Es tanta la alopecia de mi lengua
que ya no sé qué hacer para enmendarla,
le pone trabas a cualquier dictado
y expeditas le salen las palabras;
se ha vuelto descarada y lenguaraz
y no se calla ni «debajo el agua».

Tal vez debiera hallar una peluca
que pudiera servirle de pantalla,
de filtro en que colar las opiniones
y no decir lo que le viene en gana.

Enseñarle a contar será preciso
hasta diez, o hasta más, antes del habla,
implantarle quizás algunos pelos
que enmarañen el fluir de su alfaguara,
que corren como un río sus ideas
y vuelan al salir desaforadas
con alas que han crecido con los años,
libres de vestimentas y corazas.

Qué incordio de esta lengua tan desnuda
acostumbrada a no pararse en nada.

Aun cuando un punto yo me dé en la boca
en cuanto me despisto se me escapa
sacando entre los huecos de los labios
aquello que le está quemando el alma
.

Idella Esteve


Parece, compañera, que tenemos
un problema común con nuestras lenguas,
un gen será quizás, que predispone
a decir siempre aquello que se piensa
y a veces me pregunto si tal cosa
no debería ser lo que rigiera
las conductas del hombre en todo tiempo
y debatir de frente las propuestas.

Y sin embargo, no. La gente calla,
oculta, modifica, omite, niega
aquello que querría volver grito.
Prefiere ser política y correcta,
disfrazar pensamientos y verdades,
acomodar la aguja y la respuesta,
y luego el dije Diego aunque hubo digo,
«me has entendido mal», «no es lo que piensas».

Tengo la boca floja, aunque de viejo
uno aprende a leer en las tormentas
y expone la verdad con raciocinio
y le quita pasión a sus ideas
para volverse claro, siempre firme
en que su convicción es su bandera.

Mi lengua sigue igual, mis rebeliones
la mantienen activa y alopécica.

Gavrí Akhenazi

«Los fondos de tus bragas», «Por», Silvio Rodríguez Carrillo

Imagen by Engin Akyurt

Los fondos de tus bragas

Mira los crucifijos, todas las negaciones
pulcras y desvirgadas, mira los desperdicios
faltos de carestías, aptos y preparados
para las sensaciones simples y sin estilo.

Si me observas en medio de la mierda
que me envuelve sin lástima el hastío,
y te ríes sin ganas o con asco
del dolor que mi vientre endurecido
convirtió sin apuro en el altar
en que sangran las putas de mi niño…

es posible que entiendas la fatiga, la escena
que relato mordiendo con mis pies el camino
señalado a distancia por la sed de apareo
que te nubla la boca con saliva de grito.

Yo me pauso, tranquilo, indetenible,
sosteniendo las bridas de mi sino
que humedece los fondos de tus bragas,
esquilando almanaques enemigos,
apurando mi vaso sin errores
despeñando mis nombres en tu ombligo.


Por

Me conozco las sendas, las trampas y atajos
que conducen al duelo terrible del hombre
escapando del sino que busca su cuello,
por captar con mis ojos y manos la noche
renegando del día que exhibe su estrella
y entender en la guerra el amor de los dioses.

Por sacarme los callos en clave de fa
le adivino al poeta sus gestos mayores
y al prosista sus tics de manual; lo de siempre,
caminar a la sombra, en la luz, sin razones
ni verdades, me tiñe el mirar de distancia
que me acercan al solo y a todos sus golpes.

Por querer sin querer, tropezar y erigirme,
saboreo el abismo que viven los pobres
que pretenden cercar mis modales, mis formas,
reclamando les mire el ombligo -las dotes-
que suponen precioso, bellísimo… ¡mierda!

Yo me miro los modos, reviso mis bordes
y mastico, ignorante y brutal, los vacíos
que no pude llenar descollando en amores
que regalo a las putas sedientas de huellas.

Por saberme, me sé solitario en mis torres.

«Quién pudiera», «La niña pescadora», poemas de María José Quesada

Imagen by Tung Lam

Quién pudiera


Quién pudiera ser viento que acaricia tu rostro.
Quién la hoja caída que te logra tocar.
Quién pudiera besarte como yo te besara
-como chispa que salta, como llama en el lar-

Quién pudiera ser río que tu cara refleja
y en sus aguas te mece con sutil suavidad.
O la luna plateada que te envuelve en la noche,
o este cielo de estrellas que te cubre al pasar.

Y quién fuera tu sombra aunque no puedas verme
y quedarme a tu lado sin dejarte marchar.
Quién la ola que llega a romper en la roca
y te besa los labios con espuma de mar.



La niña pescadora


Una niña pescadora
con su red se fue a pescar
donde descansan las olas,
en la orillita del mar.

En la cabeza un pañuelo,
en el talle un delantal
y en la cara lleva rosas
con destellos de coral.

Echa la niña las redes
sobre las aguas de sal
y la corriente las mece
como en un juego naval.

Cuatro peces ha encontrado
cuando las viene a sacar
y una blanca caracola
que entre ellos fue a parar.

Acercándola a su oído
un rumor cree escuchar,
piensa que dentro hay sirenas
que no dejan de cantar.

Lleva la niña a su casa
ese regalo sin par
y su madre le reclama:
llévala, niña, a su mar,

que las sirenas son almas
y solo pueden estar
bajo las aguas azules;
no las podemos guardar.

Y la niñita, apenada,
la vuelve al agua a lanzar
donde lanzaba sus redes,
en la orillita del mar.

Veinte años han pasado
en su rostro y en su hogar
y la joven, aún pescando,
con papá se ha ido a embarcar.

La calma vira a tormenta,
el viento leva la mar.
La muchacha cae al agua.
De poco sirve nadar.

Hasta el lecho submarino
su cuerpo ha ido a parar
pero acudiendo a su encuentro
de ella empiezan a tirar

cinco sirenas preciosas
que no dejan de cantar.
Y nadando la devuelven
en la orillita del mar.

«De vuelta», «Maldito silencio», «Súbdito», poemas de Sergio Oncina

Imagen by Elmer Geissler

De vuelta


Creen que me olvidé de escribir poesía,
del juego deslumbrante y del placer
de la piel en el verbo
y de la muesca exacta en el renglón maldito.

Los fetiches caducan con la monotonía
y el velo de las vírgenes
ni frena la calima de la tinta en el sexo
ni cubre tempestades.

Me entretuve, sin más,
sin ninguna razón que justifique
el borrón de la pena
y el tiempo evaporado en las caricias.

Me erguí para otear lo que se palpa
abracé los paisajes con el temblor extraño
de quien se sabe solo
en los muslos calientes del origen.

Hube de regresar al frío de mi roca,
decepcionado, falto de la verdad escrita,
el fármaco que palia los dolores agudos
del bienestar fingido.



Maldito silencio


Un agosto pasado correteaban niños.
Un abrupto septiembre se repartían besos
al final del pasillo:
un adiós, hasta luego,
hasta un junio tardío.

Las paredes de adobe en el invierno
nos resguardan del frío.
No es lugar para nietos
el hogar encendido.

Volverán a su mundo, su flamante colegio,
poblarán sus retratos los estantes vacíos
y quedarán recuerdos
de las risas y gritos
planeando en el aire e impregnando los sueños
del calor en el patio, del olor a membrillo.

Se nos escapa el tiempo.

Ya no creo bendito
el maldito silencio.



Súbdito


La ilusión del portazo se cuela entre mis sueños:
un impotente adiós sin vuelta atrás
tan sonoro y brutal como rotundo,
un golpe seco que lo cambie todo
aunque sea a peor.

Me anticipo a la fuga
y al regreso del hombre arrepentido
preguntándome cómo:
¿Cómo me sentiré apostatándome?
¿Cómo podré dormir
convertido en la antítesis de lo que quise ser?

En la guerra del tedio
elimino cualquier huida posible
y busco en el manojo de las llaves
la que cierra la puerta de salida
y mata al desertor.

Siempre seré soldado sin ejército
y súbdito de mí.

«Si amaneces sin mí», «Digamos que…», «Del beso al diente», poemas de Morgana de Palacios

Imagen by Nika Akin

Si amaneces sin mí.



si decides mañana amanecer sin mí
déjame aquí el grial de tu santa palabra
y haré que nuestra historia
sacrílega se eleve
por encima de todos los benditos
contra los que hemos ido por sensuales

si amaneces sin mí y aun sombrío
te pones a buscar algún espectro
que luminoso apague mi memoria
no olvides que mis uñas
te han rasgado la espalda
y todos reconocerán mi nombre
cuando eyacules preso tu abundancia
sobre cualquier viciosa sin palabras

yo te obligué a existir frente a ti mismo
tú a indagarme viva entre muertos sin rostro
y fue a través de ti, de tu desgarro
que me volví cruel para los ojos
dañina
como la música de Bartok

no malvendas mis huellas digitales
y te recordaré
por todos los que te olviden

mantendré abierto tu vacío
de par en par
con palabras que cubrirán tu nombre
si al final de la página
épico me seduces
como si no tuvieras la victoria
al borde de unos labios
hartos de copular con mi añoranza

si miras por mí el mundo
con tus ojos antiguos
olvidándote de lo mirado
yo pagaré por ti lo que me pidan
y es posible que hasta pueda

perdonar a dios
por tenerte tan cerca
sin tocarte




Digamos que…



Digamos que hace falta mucha insatisfacción
y un conato de ira taladrando las sienes
para escribir un verso que merezca la pena
y yo me estoy volviendo oscura decepción,
displicente y ecléctica transeúnte de andenes
cementerio de trenes con flores de gangrena.

No hay dinero que compre mi dolor de mujer
pero ya no lo muestro con dos copas de más
ni enseño cicatrices de antiguos abordajes.
Asumo consecuente que cada anochecer
tiene su oculto éxtasis y disfruto quizás
de la autenticidad de un tiempo sin blindajes.

No persigo la luna y come de mi mano,
no manipulo mentes de amantes doloridos
ni levito en crepúsculos de furibundas místicas.
Digamos que me observo lejana, en otro plano,
espectadora escéptica de versos descreídos
que dislocan rutinas, sin ansias crematísticas.



Del beso al diente



No sé salir de ti, pero me fugo
por las hendijas de mi claustrofobia.

Beberte a palo seco me perfora la lengua
como un piercing de hielo
y esnifarte necrosa mi frágil estructura.

Debe existir un modo de pasar
del beso al diente
sin un asesinato de por medio,
de aclimatar la duda a la certeza,
la abstinencia a las ganas.

Quizás exista un él sin condiciones
con las mayúsculas que escribo el ansia
que no le ponga trabas a la muerte
si decide cortarse las venas en mis pechos.

Debe de haber un modo de observar
-voyeuresse ajena a protocolos-
cómo grita la corte milagrosa,
sin ser el cul de sac de todas las miserias
y llegar siempre tarde
al chill out de la hombría desgastada,
para la última copa.

No sé salir de ti
pero estoy aprendiendo
a morder los barrotes del poema,
porque ya no me basta que la jaula
se disfrace de pájaro.

«Dos poemas» de María José Quesada

Imagen by Brendy Pradana

Y te miro

Yo, la que mira de frente
lo que encuentra en su camino,
te he de mirar diferente,
que no se note el cariño.
Tú eres clavel de otra aurora,
la religión de otro templo
mientras que yo soy la autora
de lo que siento por dentro.
Y sí, te miro, distinto,
te miro disimulando,
sin que te des cuenta, niño,
de cómo te estoy mirando.


La tormenta que me aviva

Estás lejos, me lo está diciendo el aire,
no respiro tus partículas de hombría
no resalta entre sus ondas tu lenguaje
ni cabalga tu ansiedad sobre mi herida.

Porque no relampaguean las miradas
que encendieron los rincones que me habitan,
y no truenan poderosas las palabras,
se desploma la tormenta que me aviva.

Quiero el rayo de tu impronta, tu amenaza,
el estruendo de tu gen provocativo,
la catarsis de tu nervio con mi calma
como unión entre mi luz y tu sonido.

Dame el viento, remolino de mis aguas,
y fundiremos esta muralla de hielo
por caer después en libre catarata
empapándote de amor hasta los huesos.

Tres poemas, por Silvio Rodríguez Carrillo

Imagen by Benjamin G. E. Thomas

Sé contigo y déjame


No me sigas ni me esperes
que me estoy abriendo paso
luchando contra lo que dijeron que soy,
destruyendo la fe más errada
y que me obligaste a beber,
desestimando bloques enteros de mi realidad
que creí no cambiarían.

No te duelas en mi desapego
ni le recrimines a lo histórico
el estruendo de los ángeles al romperse,
todo se hizo necesario esa mañana
en la que llegué tan temprano
que no había amor para repartir
y te inventé el que pude
sin saber que no iba a durar.

Detén el llanto antes que nazca
o escúpelo en torrente irrefrenable,
pero no te detengas en un dolor
que sólo es mancha sobre los nombres
y acaso ancla en los pies del que lo porta,
no sea que en soledad en lugar de brillar
termines amalgamándote con sombras hirientes
que beben de sí, de sólo silencio.

Como antes
en el inicio del puente bajo la luna,
festeja que siendo como los demás
no soy como los otros,
como yo celebré en su momento
en tu simpleza lo único y definitivo.

Sé contigo y déjame
ser con lo que me ronda
lo que no pude hallar en tu presencia,
el fondo preciso de lo ilimitado
y el rostro de Dios
sonriendo sobre mis errores.


Rompebolas


Escuchame, pedazo de boluda,
si a vos no te produce regocijo
nada que no refiera de tu hijo
como si fueses ciega sorda y viuda,

es un problema tuyo, solo tuyo,
pues hay quienes se placen en más cielos
de los que conocieron tus abuelos
-que no pensaban mucho, me lo intuyo-.

Así que ya cortala, despertate
buscate algún librito que te valga
para hacer algo más que un sucio mate,

renová tu pensar, mové la nalga
o ponete al costado de mis olas
que te pasás rompiéndome las bolas.


Elegiste seguir lo vivido


En el centro movible de la arena
clavé una estaca enorme, pura altura
y en ella la bandera más preciosa:
el viento incontenible con voz cruda
repitiendo el cantar de tus cabellos
disolviendo mis más íntimas dudas.

Desde el futuro vine a tu pasado
a llenarlo de aromas improbables,
a tornar toda cruz en mil espadas
y lograr que te rías y me abraces
como en tu dimensión se puede y debe,
sin mirar a los lados, aunque enfade
al que pide le den lo que no fue
y llenar con lo ajeno su equipaje.

Te di mi risa bruta, mi decir
y con sólo mi espalda fui tejiendo
la lluvia por adentro del afuera
y la tórrida luz que brinda un beso
si ocurre en la mañana y sin aviso
tapando toda falta y todo hueco.

Pero nunca sirvió lo de quererte,
encaraste los daños como meta
y con lágrimas fuiste destrozando
todo lo que busqué no sea prueba;
extraviando controles y colores
juzgaste que mejor era ser mueca,
dejándome intentar golpes de sombras
por traerte del lado que no enreda.

Elegiste seguir lo vivido
por quienes no vivieron mis acciones,
repetir lo seguro de lo necio
y evitar arriesgar ser quien impone
esa no imposición que clava y duele
en el alma del burdo en sus barrotes.

«Regalo de espliego», «Encuentros», «Grietas reconfortantes», poemas de Ángeles Hernández Cruz

Imagen by Phuc Nguyen

Regalo de espliego



Tu mirada en penumbras, envuelta en el hastío,
me pedía en silencio descoser las amarras
para llevarse lejos la carga de los años
que tú ya no podías llevar a tus espaldas.

Yo quería hechizar a la bestia sombría.
A modo de sirena mi voz desafinaba
en un arrullo astuto que la guiara lejos
y nos dejara, madre, a salvo de sus zarpas.

Comencé por un tango, tus ojos se agrandaron
escuchando a Gardel perderse en mi garganta.
¡Qué idea tan absurda! En vez de una sonrisa
asomó la tristeza en tu frente argentada.

Seguí con los boleros, con angelitos negros,
con gardenias a pares al son de las maracas
y tus dedos marcaron el compás de mis notas
reviviendo el calor de unas tierras lejanas.

Bailé junto a Adelita rancheras de Jalisco
comiéndonos las tunas hasta Guadalajara
y allí es donde encontré lo que andaba buscando:
tu risa, mi regalo, con lazos de lavanda.



Encuentros



A veces se me olvida, solamente unas horas,
que a la felicidad le gusta disfrazarse.
Se maquilla de rojo en las vendas sangrantes
y en las baladas tristes se camufla de nota.

Aprendí la lección una lúcida tarde:
lo supe al revisar el perfil de una roca
que al herirme explotó y se hizo redonda
sin aristas ni agujas; como la arena, suave.

Puedo ver la alegría como espuma de olas
en los charcos en calma de enfurecidos mares;
refugiada en mis ojos para ver los paisajes
cuando el cielo sonríe tras las ventanas rotas.

Aunque busque escondrijo, sé que está en todas partes.
Encontrarla es mi lucha y una ilusión asoma
después de cada golpe, lastimada la sombra,
cuando afianzo mis pasos para seguir el viaje.



Grietas reconfortantes



«Hay una grieta en todo.
Así es como entra la luz…»

Himno, Leonard Cohen


Hay una grieta en todo por la que asoma la luz que gana
a las sombras rotundas, como en su himno cantó el poeta
desgarrando la noche triste del hombre con su saeta
que atrajo al resplandor con la candencia de una campana.

También por las rendijas de cicatrices que todavía
duelen al roce leve de una caricia con sinfonía
de reproches antiguos, entran las llamas luminiscentes
para rellenar huecos con dulces hilos de luz dorados.

Ya siento el entusiasmo de bellos surcos desagraviados
como por el kintsugi, pero son firmes por resilientes.