Huyó por la pendiente del temor. Le molestaba mí ropaje pálido manchado de recuerdos conflictivos. No intuyó sobre la bondad oculta entre la opacidad que predomina.
No revisó mi alforja para encontrar las luces que acompañaban los manchones. Se demoró en lo oscuro; el tono que la hizo infeliz, árida.
Yo no esperaba flores, sólo un espacio para sembrar frutos que agregara color a un rincón desteñido.
Nunca aprendí a camuflar mis grises. No ha valido rascarme como culebra vieja y prescindir de la coraza antigua. Pero las cicatrices delatan las lesiones como tatuajes que definen mi sino.
No quiero morir
No quiero morir sin antes ver muertos a los asesinos y a los abusadores, sin manos ni piernas.
No me juzgues. No soy un psicópata.
Si te vas primero lo sufriría. Pero no quiero irme sin ver al pederasta empalado y escuchar sus gritos.
Los únicos lamentos que conozco son los de infantes que ya son adultos y odian las iglesias aún siendo creyentes porque no saben olvidar recuerdos. -Culpa de las sotanas pervertidas-
Quiero vivir pues sólo he visto familiares en ataúdes con la impotencia dibujada en sus rostros. También las últimas miradas de hermanos, miradas que se han quedado conmigo. Son ojos que me rondan y hoy son mis fantasmas.
No quiero morir sin ver al traidor sin lengua ahogado en su sangre.
¿Crees que es demasiado odio? Es posible.
Pero no todo en mí es oscuro, nunca herí ni con palabras al inocente o al indefenso.
Un poeta judío que no conozco me dijo un día: «Uno es lo que la vida ha hecho de uno»
Llegué en busca de apoyo como un gato que sabe que encontrará refugio y solidaridad. Llevaba en mis bolsillos las quimeras que siempre me acompañan. Las ofrecí pensando en el futuro, pues el presente nos mataba a plazos.
Creí que todo estaba a mi favor viendo a mis anfitriones, hermanos de idealismos acoger los manuales de insurrectos con fervor y esperanza.
Hombres con las miradas inconclusas, mujeres en espera de las noches para contar sus vástagos y la vergüenza de aguardar los buques detrás de algún marino ansioso.
No bastaba confianza, el amor al humano y poder transgredir los terrenos del monstruo sin hacer uso de la fuerza.
El lado oscuro de la vida es débil cuando quiere alumbrar sus predios y destinos si sólo cuenta con la fe y las salvas. No fue malogro, sólo una caída.
La cordura es un don que no abunda demasiado ni conviene ejercerlo, pues los locos no quieren que nadie les disuada de que es solo ruido ese abigarramiento polifónico que suena en su cabeza.
Sin saber qué decir que aporte algo de luz a toda la vorágine de tantas y tan cáusticas babeles, qué habrá de hacer mi voz, sino asumirse lágrima en un océano de sal y quedarse callada.
Hablar de la armonía en un mundo de sordos carece de sentido mejor no exasperarse malgastando palabras.
Porque jamás la música ni la verdad necesitaron nada que no fuese el susurro del viento en la enramada y un corazón atento y sensitivo para existir.
Quién quiera puede llegar a ellas, solo tiene que dejar al instinto que descubra los rumores que pueblan los silencios.
Y escuchar con el alma ensimismada.
Jordana Amorós
Verso blanco
Miguel Urbano
Tercetos encadenados
Canto a la esperanza: A Lorca
Te busco amigo mío por doquiera… mas no puedo arrancarte de mi mente pues hiciste en mi alma enredadera.
Y a pesar de tan largo tiempo ausente tu recuerdo me sirve de alimento, pues, en mí, siempre vives tú presente
ocupándome todo el pensamiento. Jinete cabalgando te he soñado, cometa que volabas sobre el viento.
Y, ¿cuánto con tristeza te he llorado? Que lágrimas de sangre aún me vierte el corazón, del tuyo enamorado.
Con su guadaña vino a ti la muerte quedando aquella noche ensangrentada; ¿Qué hados te trajeron mala suerte?
Y, ¿dónde estaba Dios la madrugada?… Pero los hombres son con sus rencores, el odio y tanta envidia despiadada.
Yo querría llevarte algunas flores, donde tu cuerpo pueda reposar con el trinar de pájaros cantores.
La luna se quería desposar tú de negro, ella rojo su vestido y en sus manos un ramo de azahar.
Y yo pregunto ¿Dónde te han metido?… Alimentando rosas y jazmines en un hondo barranco allí perdido.
Te buscaré del mundo sus confines hasta haber tus reliquias encontrado y haremos fiesta y fondo de violines.
Tu verso compañero va a mi lado y, como perro mis entrañas muerde dejándome el sentido traspasado
soñando…verde que te quiero verde… Maldita sea siempre toda guerra. El mismo vencedor también la pierde.
Si no aprendemos del error se yerra: y esparcimos el odio de semilla sembramos de cadáveres la tierra.
¡El poeta de alma tan sencilla sea concordia entre los hermanos, fanal de amor y paz su luz nos brilla, y nos haga vencer rencores vanos!
Una fiesta de luz y de colores
Cuando me llamas Juan, Juan de mi signo, cuando me llamas Juan entro en los cielos cuando me nombras, Juan, soy tu cautivo. Cuando me dices, Juan, Juan de los muertos.
Cuando me dices Juan, Juan de mi signo se desordena el magma de mis versos. Cuando pronuncias: Juan, no hay más caminos que elegir en tu nombre de altos vuelos la majestad de levantar destinos en órbitas lejanas. Si tu verbo, si tu cantar de pan, tu son de vino me invoca: «Juan, mi Juan el marinero» a mis montes regresan los olivos, los albatros quebrando mis silencios
Cuando me dices Juan, Juan el marino, cuando me llamas Juan, regreso al templo que fundé para ti donde los hilos del tiempo hacen posible los te quiero.
Cuando me llamas Juan, soy ese tipo que levanta por ti mareas, reinos. Cuando me llamas Juan, soy tu marido en esos tentadores multiversos.
Cuando me dices, Juan, vuelvo a estar vivo, Dios protege en sus aguas el secreto; nuestro secreto, amor, donde existimos en un castillo al borde del desierto, y solo Dios conoce nuestro exilio nuestro rito desnudos contra el miedo, solo Dios reconoce tus vestidos mis sombreros Fedora, mis misterios. Solo dios sabe, Octavia, que dedico al borde de tus labios mientras vierto mi seminal victoria en tu delirios.
Cuando me llamas Juan, mi Juan el marinero, mi capitán, mi Juan el de los himnos, soy tu escritor mercante extra terreno y en tu fiesta de pájaros y trinos quiero morir de amor, morir en verso.
John Madison
Rima alterna
Orlando Estrella
Verso blanco
Mi compañera se marchó
Mi compañera se marchó de incógnito. No me explicó porqué. No se fue de mi casa, nunca vivimos juntos, nuestro hogar era el mundo, los caminos, las calles, los comedores, los hoteles chinos, -ahí no hacen preguntas-, les importa un carajo quien eres o quién no. Y esos pormenores nos definían bien.
Nos gustaba estar solos, apartados de otros. Amigos de los márgenes, algo así como antítesis, un gran contraste, pues, éramos militantes de un partido de masas que procuraba gente para lograr sus fines. No fue nada chocante que juntos renunciásemos maldiciendo los putos dirigentes de mierda que resultaron ser rateros consumados.
Una mujer brillante, cuyo sueño mayor era ser contratada como investigadora como cualquier ratón de biblioteca. -Aunque esté recluida y que además me paguen- musitaba con brillo en su verde mirada.
Pero un día se fue, se apartó sin decir, sin dar explicación. Quizás sea frecuente en la mujer independiente, libre. O tal vez cometí un disparate y no lo supe.
Si no fuese habitual mi mundo solitario, me hubiese golpeado con una mayor fuerza ese trance de vida que recuerdo como el mejor poema que se adapta a mi estilo.
Mea culpa
Resultaría fácil culpar a los demás de que haya huecos en las opacas vetas de espejismo con las que construí mi gazapera.
Afuera luce el sol y por los agujeros se cuelan alfileres que inoculan el frío de la luz.
Aunque me convirtiera en diosa de ocho brazos los dedos no serían suficientes para tapar las brechas que persisten en su afán de mostrarme mi ceguera.
Culpo a mi cobardía y su tesón en hacerme mirar hacia otra parte, mientras tarde o temprano los problemas que un día no enterré revientan para abrir otro boquete.
Ángeles Hernández Cruz
Verso blanco
Eva Lucía Armas
Romance heroico
La playa de la Pena
Érase una vez un hombre antiguo que amaneció en la playa de La Pena. Con él había un esplendor de antaño, su vieja Excalibur, cuatro quimeras, un paquete con voces que cantaban mojadas bajo el sol pero despiertas, algunos abalorios hechiceros que olían a Patchouly y hierbabuena, conjuros varios, notas, mapas, pan y un fuego que alumbraba en cualquier niebla.
Iba a pie por el mundo con sus cosas: sus viejos dinosaurios de otras eras, sus aves fabulosas e imposibles, su voz de encantador de las tormentas, su flauta de Hamelín, sus distracciones y su red cazadora de cometas.
Un día, tuvo un barco y fue pirata, un corsario en busca de una reina y anduvo por «los mares procelosos» al timón de su propio Perla Negra que del norte hasta el sur viajó la aurora buscando una esperanza aventurera.
Érase un hombre antiguo, un hombre extraño, con manos de apartar todas las piedras el que llegó a la playa dando voces como conquistador de las sirenas y levantó castillos y almanaques puso en horario el reloj de arena y se sentó a esperar tejiendo pájaros a que se enamorara de él la ausencia.
La Pena lo miraba, alucinada. Toda la isla olía a madreselvas.
El arte, por su propia esencia y naturaleza, juega un papel muy diverso en el ser humano. Desde el inicio del hombre sobre la tierra, esta actividad demostró su influencia en la psiquis humana al grado de considerarse un misterio.
Hombres que aún no habían aprendido a caminar erguidos ya plasmaban con trazos y colores su entorno en todo objeto a su alcance.
En cada ser humano existe un espacio mental relacionado con la actividad artística, no importa la condición o nivel de intelecto que posea. Lo que se necesita es comprender ese nivel y adaptarlo a la condición particular de cada cual.
En las personas especiales se pueden apreciar estas consideraciones, no es de extrañar que en el mundo del autismo por ejemplo, se manifiesten destellos de genialidad fundamentalmente en esta actividad humana.
Un aspecto de primer orden que ejerce el arte sobre personas especiales es la cuestión de integración a la sociedad. El resultado de una obra de arte no es sólo para consumo propio, es para ser mostrada al exterior y esto conlleva una interacción y un sentido de importancia que el sujeto comprueba al ver espectadores alrededor de su obra. Para una persona con discapacidad esto juega un dato de sumo interés dadas las características y tabues de la sociedad en general.
En experiencias propias como profesor de personas con ciertos tipos de discapacidad he podido comprender de cerca la influencia del arte y la ayuda que les brinda.
Recuerdo el caso de un joven que era evaluado en un Centro de Rehabilitación (en el que yo dirigía un taller de Artes y Alfarería) a fin de determinar a cual actividad de los diferentes talleres existentes iba a ser enviado. Él no calificaba para ser ubicado en ningún taller y estaba a punto de ser rechazado y enviado a su casa.
Los evaluadores (por sugerencia de alguien) decidieron enviarlo a mi taller. La evaluación que hice al inicio fue frustratoria, pero se me ocurrió entregarle algunas piezas de cerámica y colores para que practicara. El joven comenzó a trabajar y lo noté con una alegría y dedicación que no había mostrado antes. Al poco tiempo ya había decorado las piezas con un nivel de calidad sorprendente. Él se convirtió, no sólo en el decorador oficial del taller sino que su arte era usado en otras actividades del centro educativo. Con él sucedió lo que decía antes, sólo hay que determinar su nivel de intelecto y adaptarlo a su condición particular.
Otro caso lo fue el de un alumno que en ocasiones era suspendido y retirado a su casa por diferentes razones. Un día me pidió un pedazo de barro y comenzó a diseñar figuras, me repitió el pedido varias veces y al final había realizado esculturas de cada tipo de dinosaurio con lujo de detalles. Él tenía todas estas figuras en su memoria, que veía en revistas que sus padres le facilitaban. Nunca antes se había notado este talento en el joven el cual tenía cierto grado de autismo. Todo consistía en darle el tiempo prudente para sacar todo el arte que poseía.
Estos ejemplos son más elocuentes que toda la teoría que se pueda manifestar en este mundo de la discapacidad. Uno de los obstáculos que impiden el desarrollo de personas especiales son los propios padres, estos (en su mayoría) no creen en las posibilidades de avance de sus hijos, y su preocupación hacia ellos es mínima y sus esperanzas casi nulas.
En una ocasión, un alumno con el síndrome de Down realizó un trabajo sobre arcilla, un rostro con rasgos africanos que sorprendió por su calidad tanto anatómica como colorista. Era su regalo de madre como él decía. El trabajo expuesto el día de esa celebración llamó la atención de todos los presentes incluyendo a la prensa. En un momento la madre del joven se me acercó para oír mi opinión sobre la obra diciéndome que: «la encuentro horrorosa». No encontré palabras para responderle.
Hacia algún lugar se va borrando el contorno esbelto de la noche y se marchan las estaciones que nos sueñan a mundos que se quedan sin luz como soles apagados de un zafiro. Tan lejos te fuiste con la oscuridad envuelta en tus pupilas a esas remotas aldeas del ayer donde yace el amplio corazón de los que amaron al lado del temblor desnudo que les arrebató el primer asombro.
Igual al solitario que arrea su embarcación destartalada por los mares atento a ese ribazo donde el azul se quiebra y susurran el más allá las caracolas, te busco con todo lo que soy y lo que espero, por si tal vez siga tu historia en esas arenas del olvido y se aferre aún el invierno a tu chamanto, al joyel y al anillo que en tu último Diciembre luciste detrás de las vidrieras para que más brillara la aurora en el negro adivino de tus ojos que sedujo jaguares en los míos,
Llueve y acaso escuche el nombre que tendrás mañana; ahora: es el peso aplastante de la ciudad sin ti, donde tú comienzas y lo demás termina, y dice Kafka que no somos más que fantasmas de tiempos pasados.
Isabel Reyes Elena
Naúfrago en tierra
¿Qué tiene dentro la paz de la palabra? Y muchas aguas diluviaron encima de mis manos sin dar con la respuesta. Estoy muy sola con unos cuantos nombres desnudando mis ojos. Han huido de mí dejándome en los dedos un perfume de armas y ceniza.
Yo soy una mujer imposible de atar que va dejando huellas por la arena, un perdido perfil en un retrato que no acierta la luz.
Y quemé mis pestañas y mis dientes en las hondas hogueras del ocaso con la misma pregunta. ¿Quizás puedo cambiar de rumbo al mundo?
Pero muchos maldicen mis palabras se juntan en las tardes, conjuran al crepúsculo, se miran buceando en los ojos y si oyen un momento mi voz levantan árboles y el mar ponen en pie. Ya no hay orillas para mí que soy náufrago de tierra.
Ahora al mediodía de mis años dejo que vengan otros a robarme lo que yo nunca tuve , que me exilien a una tierra jamás pertenecida y no sean las sombras quienes pongan mi grito en cuarentena.
Me he dado tanto cuanto me fue posible, mas ignoro si me queda en los huesos algún haz de luz por entregar. Mientras, persisto luchando por un mundo más humano con toda mi inocencia en carne viva.
Que nadie venga ahora a apedrearme la mirada pues me sobra el arrojo para quebrar sus cántaros de sombra.
Orlando Estrella
Cosas de compromiso
Nunca he sido el más rápido ni tampoco el más diestro, sólo he jugado con las cartas limpias en un campo minado de alimañas.
Me ha bastado cuidar mi espacio siempre como esos animales acosados y despreciados por el hombre y nadie ha traspasado esa personal línea al menos que lo haya permitido.
Sé que eso no es vivir de acuerdo con los tiempos donde hay que estar globalizado, público, donde nos puedan ver con su mira letal.
Así he sobrevivido no por ser más certero, quizás sí el más prudente. Y un dolor escondido, invisible, probable, de darle gusto a una pobre rata de cargarse y pisar a este tipo de hombre.
Si parezco arrogante, puede ser mi gran culpa, pero guardo recuerdos: permanecer callado y fuerte, mientras, me pedían a fuerzas las palabras.
¿Eso es orgullo? Sí. Y creo que cumplí con mi deber a proteger a mansos, también a cimarrones.
Esas fueron las cosas del compromiso.
Jordana Amorós
Feroz melancolía
Ni los ojos se inmutan, ni el corazón se duele.
Ahí fuera un insecto acaba de estrellarse contra el cristal, se agitan las hojas ya resecas al sentir el aliento de la brisa otoñal y un pájaro despide con un réquiem magnífico ese rayo de Sol, aún tibio de Octubre, que regala la tarde.
Aquí dentro, tristeza exhala cada pétalo de esa última flor que me brindó el rosal, que en un jarrón de vidrio, cortada, languidece.
¿De qué me quejo yo?
¿De tener una mente soñadora, amante de extraviarse en elucubraciones metafísicas, y una piel sensitiva hasta el espasmo?
Hoy han nacido estrellas y han llegado a su fin constelaciones.
La vida ha de seguir sin detenerse su ritual de costumbres.
El que el humus al humus deba volver, no es drama.
La tragedia es saberlo.
Y presentir que al aventar tu polvo no ha de haber quién se inmute, es lo más natural que no tiemble siquiera ni un átomo del aire
Dolor es la certeza que te infesta, feroz melancolía, igual que una carcoma mordiéndote la carne.
Ana Estepa
Laberíntica
Es comprensible que no me entiendas. Yo nunca me hallo cuando más me necesito. Estoy ausente entre mis pensamientos, perdida sobre mis huellas en un laberinto absurdo que tejí para nadie.
Tantas veces me he matado que ya no sé si soy una ilusión de mi memoria o un cuerpo vulgar y tangible.
Puedo jugar al juego de las ilusas y convertirme en una víctima de mis propios trucos, pero si el corazón se aferra a la locura debo de deslizarme entre las sombras, callada, antes de que enraicen los latidos.
Perdona mis silencios, o si mi voz te hizo daño. Si me marché de puntillas, de forma inesperada.
Solo busco la forma de huir de mí misma y de encontrar la manera de volver a estar sola.
Silvio Rodríguez Carrillo
La torre
Desde siempre la lluvia y su susurro que no perdona rabias ni asiste por lo bajo al que ajeno a lo bello se dedica al odio sin secuelas, al puño sin violencia que termina en bostezo, en una lástima.
Y por siempre los guiños atrevidos; la mirada furtiva que busca en el debajo de las faldas aquello que le empuja a encontrarse con el límite puro de su hombría, el vacío que llena con las putas y santas que escribiera el Humberto en su novela.
Los ríos
Si después de mi risa y mis lamentos, se llena tu pantalla de perfiles exactos, con errores sin faltas estudiadas, con aciertos fortuitos, regalos de Fortuna, disfrutalos a pleno, que son tuyos.
Yo sé bien acentuar que soy pasado si el futuro me muestra que me toca perder o ganar -con los años es lo mismo-, y me gusta cederte la palabra final por si acaso te preña de alegría.
Los huecos
Sin ayuda me elevo y crucifico –sobre el rojo tardío de todos los crepúsculos– el suspiro intranquilo de las niñas que en mi boca anidaron su verdad que pretende imponerse por Roma a quien no ama.
Con mi sombra y mi nombre a los costados, trepado a las rodillas que me quebré de joven, me desplazo y te aparto; nos excluyo del relato sencillo que dicen y murmuran los que lucen, sin gloria, sólo huecos.
Morgana de Palacios
Disforma
Un poeta se sienta ante el papel en blanco y dice, hoy voy a escribir un metro y medio de poesía amorfa que es lo que se lleva hoy en día pero además como soy un innovador de la disforma la voy a vender al peso.
¿Cuánto vale un kilo de poesía amorfa? ¿Y un kilo de talento, cuánto vale?
¿Cuánto pesa un metro de poesía de amor? ¿y de odio? ¿y de despecho? ¿y de libertad, oiga, cuánto pesa un metro de poesía libericída arengadora de hordas verbolálicas?
¿Y qué es lo que más pesa en la lírica por metros?
Ya lo sé la elegíaca sin duda, la mortífera, la letal, la poética del desahucio el resto, pecata minuta intrascendente.
Ya no existen las formas, así que olvídate del clásico «y pesan más dos tetas que dos carretas»
ahora, ya sabemos que del amor al porno hay 30 gramos y que el desamor pesa un poco más y un poco más el despecho y un poco más pero poco la soledad.
Yo quiero romper el oremus del ojo lector y escribir un metro de elegía sobre la muerte de lo que sea
muerte y muerte, mucha muerte pesadísima
-Ah la erótica de la muerte-
al fin y al cabo se trata de un negocio que no entra en forma alguna
¿Quién me compra un cuartito de lengua putrefacta?
Anímense que a mí me quedan tres centímetros para terminar de cagarme en la putamadredelapoesíadisforme.
Gavrí Akhenazi
Manual de uso
Esto que hago es una especie de desaprendizaje.
Un regreso a lo darc tan necesario a mi supervivencia.
Mantener en la boca las continuas deslunas del suspenso deshabitar la calma, acidular la miel de lo que nunca mutará en ceniza, cargar el repertorio con antiguos hedores y dejar que refluyan los crujidos a hueso descarnado.
Esa victoria pírrica sobre la antigüedad de tus cadáveres solo ha alojado ruina en los pasillos
y las malas arañas tejen sus leyendas de sal sobre los ojos de las perfectas fantasmagorías que insisten pegadas a los muros.
La gloria ha caducado en su oropel de miedo mientras todas las ratas que han saltado del barco de la fe están ahítas de su propia mierda en despensas vacías.
Solo hay que dejar morir lo que no sirve para prevalecer.
Y luego, renacer holgadamente oscuro y torrencial para ser destripado por tu idioma.
Enel transcurrir de tres días recibí dos mensajes: uno por el chat, otro por teléfono, ambos me causaron una extraña sensación de interrogantes.
Uno de esos mensajes, el del chat, decía: «Orlando, no me abandones» El otro, el del teléfono:
«Estoy viva, acuérdate de mí, ni mi hijo me llama y para mis hermanos no existo»
No niego que pensé; -no tengo el espíritu o la condición de ser paño de lágrimas-. Pero luego, más repuesto del impacto, medité saliendo de mi entorno individualista y me dije que esos llamados son un signo de soledades no educadas. Creo que pocas personas resisten la soledad sin sufrimientos, sin esas sensaciones de abandono y de olvido.
Ambos mensajes provenían de amigas con las que nunca tuve una relación de intimidad más allá de la simple amistad o ciertos lazos lejanos de familiaridad o de relaciones artísticas.
No creo ser el más cercano a estas dos amigas, pues no soy tan sociable como debería ser. Eso me indica que el abandono e indiferencia de los familiares e íntimos, (no sólo de estas dos damas) es más grave de lo que se supone.
Conozco el temor que infunde en otros la soledad de algunas personas. Hace ya unos años, y enamorado de una amiga, la invité a mi casa para que viera algunas obras pictóricas (esa fue la excusa) y luego de dar un recorrido me preguntó: «¿Y tú vives solo en este casón?» Como es natural le expresé que sí. Recuerdo que su rostro reflejó temor y dijo:
«¿Cómo es posible?» Le respondí explicando que son situaciones coyunturales, cosas del momento. Luego me puso a pensar cuando agregó:
«Es que uno se acostumbra. La soledad no es buena amiga».
Se retiró con cierta premura y en ese momento se perdieron las esperanzas de una conquista. Es un caso diferente al de mis dos amigas, pero ambos tienen en común el fantasma de la soledad.
El recluso al que mataron su soledad
Don Tomás era un recluso fornido, cercano a los 60 años que reflejaba en su rostro moreno cierta amargura, quizás producto de los errores que lo colocaron en aquella situación. El rasgo que lo distinguía de los otros era su soledad. Rara vez salía al patio o caminaba fuera de su pabellón. Pasaba su tiempo recostado en su cama o sentado leyendo un libro y en ocasiones me daba la impresión de que leía el mismo texto pues no veía en su pequeña mesa mas que ese, aparte de otro más pequeño que luego supe era un diccionario de inglés.
La cama de Don Tomás estaba situada a tres camas de la mía y me causaba cierta inquietud su situación, tanto que su aislamiento llegó a dolerme hasta el punto de que pensara en la forma de establecer contacto con él aunque fuera un tipo difícil de abordar (al menos eso era lo que yo percibía). Un día se me ocurrió acercarme a él con un cigarrillo y le comenté:
—Loco por fumarme este cigarrillo pero me pica la garganta.
Don Tomás se sonrió y me dijo:
—Úntale un poco de mentol.
—Sí, voy a probar —le respondí.
Luego de proceder con el experimento me acerqué de nuevo y le señalé que tenía razón. Aproveché el momento y comencé a conversar con él de temas triviales como el clima, la sequía, la comida de la cárcel.
Me alegré pues se había roto el hielo y en los siguientes días pude hablar ya de otros temas, como por ejemplo la ausencia de visitas en su caso. Me decía que lo visitaban con frecuencia pero que al observar el trato que recibían sus familiares decidió pedirles que no volvieran más al penal y pidió que le enviaran por otra vía cualquier cosa que quisieran.
Ese dato me puso a pensar y decidí también pedirle a los míos lo mismo. Luego lo comenté con él y le agradecí el detalle a pesar de que esas visitas eran de las pocas cosas que un recluso esperaba con ansias. Trataba de animarlo a salir al patio y me decía que estaba cansado de todo, eran 9 años y medio de reclusión y había perdido la fe y se sentía sin fuerzas.
Señalaba que «por lo menos tú te entretienes con tus lápices y tus dibujos y veo que estudias. Yo era comerciante de víveres y nunca me interesé por más nada. Nada mas que por mi familia»
Un día, coincidente con una de las fechas en que se concedían indultos, vinieron unos carceleros a buscarlo y le pidieron que recogiera sus cosas pues le había llegado su libertad. Él se sorprendió de tal manera que el nerviosismo se hiso dueño de su persona y no atinaba que hacer, algunos reclusos se acercaron a felicitarlo y ayudarlo a empaquetar las pocas pertenencias que tenía. Luego se dirigió a la salida del pabellón dando pasos torpes y los policías sorprendidos lo tomaron de los brazos al momento en que se desmayaba. Más adelante hubo que llamar a los camilleros para sacarlo del penal.
Lo último que supe fue que lo trasladaron a un hospital en dónde falleció de un derrame cerebral.
El libro que constantemente leía aparte del diccionario de ingles era Juan Salvador Gaviota.
En busca de tristezas
Será que salgo a las calles con la mirada de escritor en busca de la tristeza. No la busco expresamente pero la encuentro y entonces la sigo descifrando ya con los ojos puestos en ella.
Y se repite a cada paso que transito, no importa que las máscaras la oculten parcialmente.
Hago la diferencia del antes y el después. Antes era obvio que la tristeza se mostraba; este es un pueblo triste a pesar de disimularlo en cherchas y botellas, algarabías que son un desahogo pero que no se perciben así ni siquiera por los protagonistas y mucho menos por los espectadores.
Ahora luce una tristeza más real y auténtica pero no por el monstruo en miniatura que transita por el mundo ni por el miedo que se inculca a través de los medios. No, el monstruo ha definido la frontera de lo aparente y lo real, ha logrado que se comprenda en realidad el porque de la existencia paupérrima y vulnerable de este pueblo.
La misma violencia muestra su cara triste: decenas de asesinatos de mujeres y suicidios de sus asesinos han roto los records de años en pocas semanas. Pero no es a esa tristeza a la que me quiero referir, es a las miradas que van tropezando con la tuya, reflejos de una existencia disconforme consigo misma.
Desde mi balcón también la noto en los pasos de gente que transita. Son pasos apagados, familias cuyos colores en sus vestimentas te hablan de tristezas; en la palidez de los bultos y cosas que llevan a cuesta no se percibe otra cosa. Creo que hasta los no videntes dirían «ahí van gentes tristes» y no por el sonido de sus pasos sino porque podrían agregar «y sus vestimentas pueden ser grises».
No hablo de personas pobres o menos pobres o incluso sin pobreza. Hablo de una población que padece una carga de ignominia y de insensatez y aún no sabe cómo despojarla de sus hombros y qué pasos dar para recuperar la felicidad, aunque sea a medias.
Crecí escuchando sobre su poder, imaginaba lo majestuoso de su regencia y una luz de blancuras que temía manchar.
¿Quién no soñó rondar por los paisajes místicos que nos vendían en libritos blancos? ¿Quién no se impresionó al entrar a los templos? Eran ambientes para no olvidar.
Pero nunca faltó un temor escondido en escenas de fuego y un ser que no entendí porque se interponía entre tanta belleza. También logré ver ángeles guardianes armados con espadas y así pude indagar que eran los buenos frente a los malos y lo creí.
En verdad lo pensé, guardaba estampas. Me gustaba Gabriel, un ángel héroe y la imaginación siguió su curso.
Pero el orbe de grandes echó al suelo ese mundo de Dios que de niño soñé. Nadie me lo contó, las fantasías se esfumaron, ahora son historias.
Si me hubiesen pintado a ese Dios menos grande, más frágil, con defectos, más cerca de los hombres quizás lo hubiese visto como más verdadero.
El suceso de Cristo fue una revelación de un mundo más cercano.
Ríe, payaso
Me río del payaso que aparento -o quizás eso soy- tratando de atraer miradas con mis versos.
No ando detrás de las sonrisas blancas de los prójimos lentos que se pierden en rutas de soledad y muerte.
Fracaso en el motivo y no convenzo, me quedo solo y turbio, un idiota que ríe sobre su propio estiércol.
Les pinto el enemigo que los hiere, desnudo su bosquejo y en los versos finales, dibujo su currículo.
Pero no captan al poeta necio y su labia incendiaria que sólo busca leña para alumbrar sus predios.
Mi máscara no llega, luce tosca, antifaz obsoleto, un arlequín que gime a carcajadas mudas.
Así, Ruggero tiene su remedo con ausencia de público, un títere que llora y ríe su lamento.
El poeta jardinero
Recuperemos las musas del hueco donde quedó entrampado el poeta que cultivaba las rosas del huerto cuyo terreno lucía sin vida.
Nadie creyó que pudiese con versos dar vida al hoyo podrido, marchito. Surgieron brotes hermosos, serenos que dieron paz y alegría a la grieta.
Pero en la casa del pobre el anhelo es letra muerta en la boca del vate si sólo tiene palabras con metros y rimas muertas, por más efectivos y contundentes resulten sus vuelos. Serán tristezas con alas torradas y volverá la sequía, el lamento.
Hay que ir blindado, no sé con qué armas y rescatar al juglar jardinero y prevenir que la infamia lo entierre en el edén que forjó con ingenio.
Me esquiva la calma como un sano a un contagiado. Será que proyecto un mal de fondo, una enfermedad esquizofrénica que perdura pero que no se muestra.
Es la sangre que reverbera silenciosa esperando lo imposible, un volcán dormido que ni las leyes naturales reviven pero que lo angustia. ¿Qué pasó en mi transitar que me aisló de la paz y me arrinconó como a un perro que abandonaron por necio y por gruñón?
Será que maldigo lo que otros aman, lo que me mantiene atado a la soledad viendo a los malditos disfrutando del dolor y de la sangre ajena, muriéndose tranquilos en sus camas rodeado de sus familiares y secuaces.
Es grave expresar ciertos pensamientos pero más grave es no poder revertirlos. No puedo, ni el subconsciente me ayuda, no tengo lo que todos, un dios al que rezar y pedirle ángeles de guerra pues sólo eso puede regresar la maldición de vivir en un purgatorio dirigido por ratas con zapatos y camisas.
Quizás la ausencia de calma, la soledad, el exilio humano, el olvido y el horizonte en tinieblas es lo que me hace no ser uno de ellos.
Tres ángeles caídos
Busca en la espuma de la mar y observa, escudriña los tonos de la orilla para ver si han quedado rastros nítidos del ángel abatido por la maldad que impera.
Aun sepultado por las aguas, logra el aliento de sangre que resiste los tiempos de la muerte, acuérdate de Cristo, esa sangre persiste según hablan los profetas de antaño.
No esperes que las puertas del infierno se quiebren y se escape un ser ya redimido de sus viejos pecados en busca de venganza. Carga con tu conciencia y caza los malandros, haz la justicia de los hombres buenos esos que creen que el mal no puede ser impune.
Proclama luego al viento tu hazaña de cobrar crímenes que apagaron las alas de tres ángeles que creyeron que el hombre es signo de bondades.
Emely y su retoño y Liz María esperan por tu fuerza, no las desilusiones.
Hay crímenes que nunca pueden quedar indemnes, no importa que la sangre te manche la conciencia.
Si diferente a mí, gozas tus despertares y todo el esplendor que presenta la vida esperando el ocaso como un final feliz, entonces te veré como ese símbolo de lo que debe ser una existencia breve sin traumas ni dolores.
¿Qué se cruzó en mi senda enseñándome sólo el drama del vecino que lo convirtió en zombi y le marcó su vida? ¿Por qué me presentó un camino espinoso como si fuera el único que podía pisar?
Quiero que sigas viendo bellezas en el aire y brillos en las noches en que la luna falta. Cuéntame esas historias de las que yo no sé y algún día quizás, pueda captar tus mismas sensaciones
El silencio.
Tú rompes el silencio que nos une con esa indiferencia lastimante.
La falta de palabras nunca ha sido tragedia para nuestro informal pacto, que soportamos con sonrisas francas como si nos burláramos de todos los manuales de convivencia idílica.
El silencio es el arte forjado por los raros en este mundo donde las palabras valen más en papel que las sonoras por mejor timbre que cultiven.
De repente, miradas que eran el parlamento sobre el cual se erigía esta callada senda, se volvieron estruendos y pusieron en duda la firmeza del suelo construido.
¿Serán otros silencios u otros sonidos nuevos los que se han interpuesto en nuestro viaje?. De ser así, mejor volver al mundo de soledades en el cual vivimos porque la soledad es nuestra marca y estamos obsoletos para probar unión carnal, mujer.
Mira, que ya dejamos de ser niños y solo nos espera cuidar las cicatrices -abundantes por cierto- adquiridas en nuestro desandar.
Espero que la suerte acompañe el mañana.
El sueño
Camino entre los baches de calles en penumbra donde las sombras de cemento esconden los dones que -según las cábalas- me corresponden como inquilino del paisaje que ayer pinté.
Usé los colores grises a mi alcance, azules brumosos, ocres de tierra y gris de paine.
Busco un alma que rompa el silencio nocturno tarea imposible, pues mis calles son ricas en soledad y también en belleza que solo yo percibo.
¡Qué pintor del demonio! Ni dentro de mis cuadros consigo la armonía.
En la zona norte de la República Dominicana esta ubicado San Vito. Con sus pocas calles, es un poblado situado a pocos metros de la carretera principal que comunica varias provincias de la zona.
A ese lugar llegó una tarde una mujer ataviada con un vestido que no se correspondía con una persona joven y que le cubría las piernas hasta los tobillos. Llevaba una mochila al frente, además de su bulto de viajera.
Muy lentamente recorrió las pocas calles del sitio viendo los frentes de las casas como si buscara algo de su interés. Se detuvo ante una vivienda en la que un letrero rezaba «Pensión familiar económica, agua constante».
Al ver la puerta abierta entró y entabló una breve conversación con la propietaria para luego dirigirse hacia una de las habitaciones.
Allí se estableció la viajera y de inmediato salió a visitar todo lugar donde hubiera conglomerado de personas: parque, iglesias, eventos públicos y demás.
Una noche, durante una de las visitas que acostumbraba hacer al parque, observó a un hombre que gesticulaba con un vaso en la mano compartiendo con unos amigos. La mujer se acercó para observar de cerca mientras fingía hablar por su teléfono celular.
Luego de un buen rato, ese hombre que había llamado su atención se retiró con pasos tambaleantes y ella lo siguió a una distancia prudente. Cuando él se detuvo frente a una casa y se disponía abrir la puerta, la mujer se le acercó al tiempo que preguntó: «¿es aquí que vive una modista que creo se llama Eufemia?». Él se sorprendió por tan inusual visita y luego de observarla por breves instantes le manifiestó que no y que la única que conocía vivía a la entrada del pueblo -sugiriendo con eso que podía llevarla-. Ella le sonrió de manera provocadora al tiempo que le pedía excusas y agregó que hacía unos años la conoció y quería aprovechar su estadía en el pueblo para saludarla.
Luego mantuvieron una conversación de rutina en la que ella siempre introducía algún elemento para extender el diálogo. A medida que hablaban la mujer se le acercaba más y luego dijo que «si no fuera tan tarde me hubieran gustado unos tragos». el hombre se entusiasmó y la invitó pero la mujer le señaló que no estaría correcto que fuera a una barra a esas horas y que prefería algo más privado.
La conversación se tornó en un intercambio más íntimo y decidieron entrar a la casa. Ya sentados en la sala compartieron unos tragos mientras él se sentía el hombre más dichoso del mundo.
Al poco rato y despues de una conversación muy amena, él la invitó a su habitación y no habían transcurrido unos minutos cuando se escuchó un sonido apagado y la mujer salió guardando en su mochila un revólver calibre 32. Se marchó sigilosamente no sin antes llevarse el vaso donde hacía apenas un rato tomaba un trago.
En su retirada iba evocando aquel momento de hace seis años cuando, en una reunión festiva de delegados políticos de la zona, ella se encontraba algo embriagada y este hombre -que ahora yacía con la cabeza destrozada por una bala explosiva disparada desde su boca- le ofreció llevarla a su casa y en el camino la condujo a un lugar apartado dónde la violó siendo ella virgen.
Ella solo recordaba -en aquel trágico lugar, dentro de su embriagues y dolor-, las palabras que retumbaban en su cabeza cuando él decía con un aire de triunfador:
—Cooño que suerte, me tocó una señorita.
Algunos códigos gárgola
Una gárgola está posada sobre un pico de nieve. No está a gusto, pues los copos la hieren. Ella prefiere las lluvias que además de refrescarla le recuerdan su niñez. ¿Dónde se esconden los bebés gárgola? ¿En las cuevas, en las cornisas o en los recovecos barrocos de las azoteas? Solo a las adultas se les puede observar en su constante vigilia.
En documentos que han sido encontrados en azoteas abandonadas, hay constancia de la educación y de los entrenamientos que reciben en el lugar oculto al que son llevados los bebés gárgola.
También se han encontrado ejemplares de «Juan Salvador Gaviota» que parece ser uno de sus textos favoritos, además de historias sobre fakires y manuales sobre yoga y de control físico y mental.
En manuscritos de poetas gárgola se percibe entre otras cosas la gran cultura que poseen.
Aquellos que fungen como profesores, llevan consigo unas libretas donde están los manuales y lecciones que han de aplicar a los bebés.
Les dicen los profesores: «A pesar de compartir el mundo de los humanos, somos diferentes y tenemos otros códigos de vida». «Nos diferenciamos de un dios en que nunca hemos creado nada, cosa que no debe de importarnos, como tampoco tratar de corregir al humano, pues hay que dejarlos a su libre albedrío» . «No somos dioses aunque muchos lo piensan».
«De lo que podemos estar orgullosos es de vivir en las alturas, no en el suelo donde recibiriamos escupitajos, golpes y atropellos sin importar nuestra dura piel y nuestra horrenda figura, incluso nos ofrecerían limosnas y eso sería intolerable».
«Por esto y otras razones debemos mantenernos en nuestro hábitat, pues de no ser así nos convertiríamos en grandes guerreros y quizás en los peores asesinos. Entonces no habría diferencia entre un humano y una gárgola y nuestra historia y mística se irían a la mierda».
Por todo esto, se les esta prohibido bajar al suelo, so pena de muerte, y si en algún momento se enamoran de un humano, será este que deberá trepar las paredes o, en su defecto, aprender a volar.
Estos datos referentes a su educación se les dan por escrito a los niños gárgola, y dadas sus condiciones de poseer una inteligencia muy superior a la humana son asimilados en poco tiempo.
No es de extrañar lo poco que se conoce de las gárgolas y de su historia, debido a las estrictas normas de conducta en que se desenvuelven.
Breve recado a la parca
Cuando llegues a mí, certera como siempre, no encontrarás a un hombre ocioso, sino que verás a un ente con energía y no a un muerto-vivo como esos zombis que ya se han entregado a la nada y solo esperan el decreto que los declare oficialmente muertos.
Tendré en las manos un lápiz o pincel o una cortadora de metales o quizás, algún objeto que me permita honrar la soberanía .
Tendrás el orgullo de saber que encontrarás a un hombre de trabajo que no huirá de ti ni de su destino, como lo hace de aquellos vivos que no buscan su carne sino sus ideas, y esas, valen demasiado, para asesinos tan pobres.
Al Ángel que me escucha cuando hago mis monólogos, el que cruza de acera al vernos en la calle y me mira con dudas de ser yo el elegido, debo advertirle pronto que no soy de Sodoma.
Él, todo poderoso, solo anda por mi senda, no es por casualidad a pesar del recelo. Detrás de su mirada de terneza,sencilla, hay hongos destructivos que se traslucen claros.
Sabe y también conozco su objetivo final pero quiere ser justo. Algunos inocentes pagaron en antaño culpas viles, ajenas y quedaron dolores que el tiempo no ha curado.
¿Por qué a mí loco impuro, me busca como amigo será que ha visto letras salidas de mi puño? Parece que las mira como muestra de honor de alguien que no traiciona ni venderá a sus hijos por salvar el pellejo, eso habrá de entender.
Hablaremos de frente, y estaremos acorde. Y le diré:
—Cumple tu cometido, ya nuestro referente lo dijo alguna vez. -¡Qué se hunda la isla antes de la ignominia!-. Lanza todo tu fuego, nadie mirará atrás, esta vez no habrá estatua, porque yo haré la única en el fondo del mar. No somos un desierto, recuerda lo que somos.
Mañana, dos isleños, una pareja apátrida querrá recomenzar y le dará color de tres tonos a un lienzo que habrán de enarbolar quién sabe en qué lugar más lejano del globo. Inventarán los cantos que nunca se escucharon, unas baladas tristes colmadas de dolor y nadie sabrá quiénes moraban en la isla más bella del caribe.
II
Arcángel, ¿le propones a este mortal de barro una misión tan noble, de tanta envergadura? Un proyectil gastado, casi al implosionar aunque lleno de hongos y deseos frustrados. ¿Esos eran tus planes al perseguirme ansioso?
No sé que poder viste en este cadavérico que arrastra sus caídas como Cristo a su cruz, con victorias efímeras solo como consuelo del derrotado. Oye, he logrado entender que el amor por el prójimo son lágrimas de salva si no va de la mano de la fuerza brutal y del odio aprendido a través de los golpes.
¿Estaré apto y tendré el amor suficiente para la hora crucial? Mira que no lo sé. Nunca me he contemplado en mis sueños constantes acostado, en la espera del decreto oficial anunciando el deceso de un vivo desahuciado.
Eso está a tu favor y de aquellos que esperan que se haga la justicia que ellos por cobardía nunca han decidido. Pero si me acompañas cuidaré de tus alas «vaya suerte de ateo» porque en ellas me iré a la estrella más triste que no será más mustia que el país donde moro.
III
Hace ya cierto tiempo que me ocupan los ángeles, no es por remordimiento por mi poca creencia y no es por el rechazo cada vez más al prójimo que solo ve su sombra como si más allá no existieran más hombres que solo se reflejan levemente en vidrieras. Y si, tengo remuerdos.
Serán los serafines, los que habitan mi mente que tratan de guardarme, o son dardos mortales en busca de respuestas, de por qué un ilusorio se sumió en la catástrofe trepándose a las nubes queriendo sofocar las llamas en que el hombre y sus propias miserias se extinguían en vez de suscitar una canción de cuna a parte de su sangre, de ser mio aquel niño.
Podrán ser rescatistas detrás de perdedores que contienen las lágrimas esperando el momento para inundar los suelos y extinguir los demonios que pululan y dictan las normas a seguir.
Los veo blandir espadas sin inspirar temores, quizás son los espectros que otrora fueron víctimas y hoy, en su nuevo rol, llegan con nuevos bríos transformados en líderes proyectando las luces adquiridas en luchas con los demonios muertos.
Puede ser todo un símbolo que refleja el fracaso de aquel tipo de ayer muy cerca de victorias o un signo de esperanza en días venideros.
De todas formas guardo una espada embotada a un lado de la cama y en otro unos escritos por si me toca irme, casarme con la gloria, o si por el contrario solo me espera un mueble cercano a una máquina para corregir musas.
Sola y desnuda viajas libre por el espacio a velocidades irreales, en espera de contactos que suplan tu soledad.
Tu silvido trágico es la canción fúnebre de un vampiro en vuelo en busca de alimento para saciar codicias de otros a tu espalda.
Manipulada eres sin concesión alguna. Un ave indefensa sin voluntad, sin decisión.
Tu éxito depende del talento criminal del experto en blancos y negros augurios.
Te conozco puedo dar fe de tu beso ardiente
o, quizás fue un aviso para el acto final y no tendrás la culpa.
Las cargas
Salgo a la calle remolcando bloques que pesan como un mundo, pero siempre sonrío -más por vergüenza que por propio orgullo- pues si muestro flaquezas soy carne de pirañas. No es mi norma la imprudencia, miren, quizás por eso es que obtuve algunos años de vida más.
Mostrar el alma no es propicio allí, además, he encontrado un lugar franco en donde desnudarme por completo, sin prejuicios ni miedo a que se noten las muchas cicatrices que me adornan.
Si me miran escualos (esas bestias de letras y palabras) creo haber ubicado el oasis perdido. No tendré que morir con lágrimas podridas pues ya sé cómo evacuar fantasmas y dolores ocultos.
Cuando la sombra se desplaza rauda a través del pasillo evocando memorias de la sangre vertida aparecen las lágrimas todavía inocentes de ese muchacho pleno de vigor buscando sus sandalias.
Tanto que mencionaba al R. Douglas famoso francotirador, el gringo, el mismo que cayó al llegar a Vietnam.
«Le tira hasta a los gatos y a los perros» -¡es un bárbaro!- decía el joven que vivia un sueño con su mauser al hombro.
Dieciséis años y al oír disparos se sonreía como si viviera una comedia.
—¿Por qué no hablas ? -siempre me decía- —No sabría decirte, es que soy medio alzao -le contestaba-.
Una tarde de lluvias, un disparo, y Carlín se fue con su sonrisa en busca de otros sueños.
Un dieciséis de junio.
Pacto un pulso
Pacto un pulso de fuerza para ver quién derrota a mi silencio activo o al vozarrón sin alma. En mi esquina callada solo se oye el crujir de mis huesos sin fans, aunque firmes y alertas, sin embargo al contrario le sobra algarabía.
El ruido enajenado no me llega a los huevos, tengo filtros antiguos que me hacen sordo al trompo. A esa bulla apagada, callo con mi mudez y será con los truenos que ensordecen la carne que callarán mi voz, esa que no se escucha cuando resuena recia en oídos malandros.
El barullo barato se desgrana en los aires, solo inquieta la paz y molesta el sosiego pero el sigilo pleno, pensado y concienzudo es letal y procura dominar la algazara.
Donde quiera que esté los veo a ellos una presencia muda, pero viva.
No tengo muy seguro quién es el que procura esas extrañas peñas matizadas con humos de cigarros que solo yo disfruto, acompañado a veces de unos pequeños tragos que solo yo degusto.
Hago los ademanes que acostumbran los protocolos de invitar a brindar por sus pasados, pues el presente en solitario nunca, tendrá un futuro digno de contarse.
A veces creo que los anfitriones son ellos y me invitan, apenados porque notan la soledad acostada en mi casa.
En sus miradas veo siempre dudas. Seguro porque observan a los hombres como una copia modelada en mierda de aquellos de su tiempo en que el honor y dignidad valían.
Me preguntan sin voces: ¿Valió la pena tanto sacrificio?
En más de una ocasión, gotas de perro ruedan por mis pupilas. Esos canes son más puros y honestos que los prójimos.
Quizás esos espectros sean mi cura hoy. Y es que alguien que no cree ni en avernos ni en ídolos, en algo tiene que confiar, y más, si conoció lo puro de esos amigos muertos.
Soldadito de cuerdas
Si miro tu fantasma por las noches, y no hiede a podredumbre de cadáver es que sigues tan viva como en aquellos tiempos. Tan dinámica como esos corceles libres en la pradera detrás de un horizonte no importando cuan lejos estaba de tu lar.
Tarareabas siempre «soldadito de cuerdas» y parlabas que había que clavarme una estaca en el centro del pecho -como a cualquier vampiro- para hacer que brotara el fuego por mis ojos, y pudiera salir de un letargo quimérico mientras tú cimbreabas tus sueños a mil pies, allá en lo alto.
La cuerda se gastó y tuve que crear energías internas como esos chips robóticos que nunca se degradan y seguirán aún después de muertos.
Sí, después de enterrado, lo poco que habré escrito, me mantendrá con vida, pues no estarás para romperme el tórax.