ARTÍCULO

El arte según Madison, por John Madison

¿Qué se necesita para hacer arte? Yo diría que valentía, y mucha personalidad por encima de todo, porque desde ya afirmo que no es suficiente con la formación técnica. Si todos los artistas del planeta se hubieran conformado con lo que ya estaba hecho sin traspasar la línea que cuenta para la academia como no permitido, aún estaríamos pintando en las cavernas.

¿La técnica es necesaria para crear cosas que nunca se han hecho? Por supuesto, ¿cómo valorar lo hecho para posteriormente abrir una nueva brecha? ¿El autor puede hacer lo que le de la gana con su obra, aunque no entre dentro del canon? Por supuesto.

Tu Arte: ¡Tu responsabilidad!

En muchos casos, los procesos de experimentación han dado lugar a movimientos culturales nuevos y a la modificación de los manuales.

Los valores del individuo: historia personal, infancia, geografía, dogma, religión o filosofía, condición socioeconómica, familia y tabúes condicionan la forma de hacerlo. De ahí que no se pueda medir la manera en la que cada cual se exprese. La literatura es una instantánea de esa realidad que el creador vive y exorciza. De modo que, también, es una credencial que habla de ese autor como parte de un conjunto «x» con un comportamiento sociocultural «x». Lo llamamos «estilo». Cada cual el suyo.

A menudo uno tropieza con gente que pretende cambiarle el estilo: «No entiendo lo que escribes, porque tus palabras o tus versos no son iguales a los míos», «Yo no diría jamás eso con las palabras que tú lo has dicho»… válido para actividades como pintar, cocinar, actuar, fotografiar… En fin, Arte.

Para TODO.

Enfrentar un texto, en prosa o en verso, con esa libertad de la que hablo requiere valentía si se pretende retratar y sobrevivir a toda una jauría de inquisidores más interesados en la quema de brujas que en el respeto por el marco que rodea la expresión escrita.

Me es imposible marcharme sin recordarme a mí mismo el concepto real de Arte: Arte, del latín ars, artis. Actividad o producto realizado con una finalidad estética y comunicativa.

En fin, comunicar va de «hacer Arte».

HISTORIAS

Héctor Michivalka – Honduras

Imagen by Markus Spiske

Algo sobre mi padre

Mi padre, por muchos años fue comodín en el edificio del único Sindicato de Trabajadores de las Bananeras integrado por más de diez mil personas, ya sea como mensajero, carpintero, o taxista cuando lo requería cualquier delegado para que lo llevara de tour por las cantinas del pueblo.

En la entrada principal de aquel edificio había un enorme almacén que ofrecía al cliente electrodomésticos, bicicletas, sillas, adornos y muebles para el hogar. Detrás de la tienda se localizaban las oficinas del gremio. En el patio funcionaba el taller de carpintería, una galera abierta al aire libre, con techo de láminas, en cuyo local mi viejo y un grupo de ebanistas fabricaban mercancía para el negocio. Eso le otorgaba el derecho tácito de cargar en la parrilla de su bicicleta las tablitas sobrantes que cruzaban su paso al finalizar la jornada diaria.

Con el pasar de los meses, papá se vio obligado a erigir un galpón, por partes, en el patio trasero de nuestra vivienda, y que continuaba según exigencia de la madera huérfana que se iba acumulando.

Su codicia tuvo la brillante idea de construir mesas y sillas justo en la acera de la casa, a la vista de los transeúntes como estrategia para promover sus habilidades de ebanista, cebar su ego y exponer los artículos en venta. Era de poco sonreír, salvo cuando un cliente potencial le preguntaba por el precio de un producto, y más si era una mujer la que le aceitaba los resortes de su galantería.

Por sus conocimientos polifacéticos y la fama que aumentaba según adquiría prestigio por su buen hacer, el barrio procuraba sus servicios de plomería, electricidad, carpintería -de albañil, no, porque él olvidaba con rapidez el trabajo forzado-, y hasta de usurero. Con frecuencia, por las mañanas lo visitaba una clientela temeraria compuesta por conductores de autobuses, todavía temblequeando por los sopores de la borrachera de la noche anterior, empeñando la licencia de conducir para mitigar la resaca. Nunca faltaba un raterito vendiendo la poca mercancía que había obtenido en los riesgos de la madrugada a precio de ofrenda.

Mi padre siempre repetía la misma respuesta justificativa ante los reproches de mi madre, al ver una silla de ruedas o un par de muletas en calidad de compra o de empeño: «Si no lo hago yo, alguien más lo va a hacer».

Los clavos viejos que rescataba de las reparaciones, los coleccionaba en una olla tamalera. Si había un pedido pendiente de ebanistería, mi padre sacaba un martillo y un trozo histórico de riel de tren del cuartito de herramientas -el cual siempre protegía bajo llave como si escondiera un alienígena- y ordenaba a mi hermano René, de once años, y a mí, tres años menor, que enderezáramos los clavos de la temible y fastidiosa olla para reutilizarlos en el proyecto.

Nos turnábamos con el acuerdo de relevarnos cada vez que recibiéramos el inexorable pinchazo en los dedos. Muchos clavos eran de imposible rehabilitación por su estoicismo y las contorsiones sufridas durante el desarme.

MANEJO DEL ARTE

BRAHMA Y EL ALFARERO

Brahma y el alfarero

Para volar contigo quise un día
ser verso en la franquicia de tus ánforas,
hechizo a contraviento que enamora
tu pelo, tu perfume de muchacha.

Para vivir contigo canto a canto,
mi voz de hombre fractal junto a tu almohada,
vendí mi vocación de aventurero
al Brahma creador una mañana.

El creador me impuso ciertas normas:

«Todo negocio implica abonar tasas.
Alfarero te nombro, busca un reino
dimensional en otra de mis casas.
«El alfarero Juan”, ni los cometas
opondrán resistencia a tu palabra.
Las dunas se alzarán con tu prestigio,
los puertos, las marismas y alfaguaras.
Irás con tu Nereida a sembrar montes
de amor gemelar puro y nobles dádivas.
Pues solo allí podrás vivir con ella
la rueda de pasión que te arrebata».

Y el arancel pagué a las siete lunas
de Brahma por mi don y por tu alma,
por esta condición de construirte
mundos en otros mundos, novia amada.


Miserere


Después de tanta lluvia torrencial debería sentir, mi Dios, que reverdezco, que brotan de mis ojos ramales que conectan con tu infinitud universal y en el pelo una selva de ramilletes vírgenes.

Debería agradecer a ese Diluvio ser este nuevo hombre escribidor de pócimas sanadoras, agradecerte Dios cómo me enseñas a sentir este ahora en plena conjunción con el paso de los años. Pero hijo tuyo soy e igual a ti me hiciste, así que, no te extrañe si te reclamo al menos una parte de tus dones, solo para gozar del privilegio de provocar catástrofes ciclónicas que anulen la historia de su amor.

Te confieso mi Dios que muchos días quiero abrir esa caja de Pandora que todo mortal guarda en su armería y que no quede ni una sola señal sobre la tierra de ese oscuro querer que fue su amor.

En ocasiones quiero borrar mi humanidad, toda clemencia. Borrar de un solo golpe su historia de mi historia, su rastro de la sangre de nuestros hijos, sus noches de mis noches. Barrer con mi tormenta de nuevo semidios reverdecido todos sus orgasmos…

Borrar, mi Dios, del éter de tus días nuestro tiempo.


Maia


Alguna vez ayer, fui de un poblado
su guerrero mayor, guardián del templo.
Alguna vez di muerte en un combate
a un hombre y otra vez resulté yerto,
y fue mi funeral crisol de cantos
de antorchas y de ofrendas a los cielos,
mientras mi cuerpo ardía en la litúrgica
promesa de entregarme al firmamento.

Alguna vez, según me cuenta Brahma,
ayer, alguna vez fui marinero.
Fui mercader, fui paria, bailarina
en un burdel francés vendí mi cuerpo.

Hechicero, chamán y enterrador…
Alguna vez, también, hombre de versos.
Su voz me llama a ratos en la noche,
su voz nocturna y clara rompe el velo
y ya no sé en qué mundo vivo y ando,
si Maia es este cuarto en el que duermo.

Alguna vez, según la voz de Brahma,
alguna vez fui Juan, el de los versos.


Canción del enemigo

Dios, ya no cuento las veces que te invoco. Te pido no te quejes si todas las noches practico el mismo rezo:

Salud para mis enemigos, riqueza en su diario, equidad en la sed de sus venganzas. Fiereza en el combate.

Dame un púgil en igual condición sobre el terreno.

El enemigo primero, Dios, porque él es parte de mi signo, fractal inquebrantable en mis batallas.

Mi enemigo es el termómetro que indica los grados de temperatura que alcanza mi resistencia, mi enemigo me muestra mis debilidades, todas mis fortalezas.

Mi enemigo me muestra mi pasión contenida usando el arma. Esta arma nocturna hecha de huesos rotos y de muertos; esta voz de abecedarios inéditos difícil de entender, de contentar.

Te agradezco todas tus bendiciones, Dios.

Cuando mis enemigos se desbordan como un río salvaje, tú me levantas y lanzas tu manto sobre mí, me recuerdas que eres más creativo y justo condenando.

Me dices: «No te apures, Juan, deja todo en mis manos, cada Goliat que el destino te impone es la oportunidad de demostrarte quién eres realmente».

Luego ya estoy en paz como guerrero, y toca rendir culto a mi linaje.

Dios: cuida bien de mi hijo, dale luz a su espíritu.

Cuida de mi mujer.

Este hijo te pide que no se la devuelvas al Samsara. Déjala allí, ausente, tejiendo quién sabe qué nueva fechoría de maldad entre las sombras, porque sé que la luz también sabe cómo vivir oculta en las tinieblas.

Solo es cuestión de tiempo que ella la encuentre.

Dejamos muchas deudas sin saldar. Algunas ecuaciones irresueltas. Pudo más mi orgullo. No supe ser el hombre que querías, Dios.

Lo lamento.

Di más valor a mis espadas. Más valor a la carne, más valor a mis vicios, más valor a mi trono. Más valor a esa estúpida guerra de los miedos.

Lo reconozco, Dios.

Pero aún así te pido, no nos hagas pasar, una vez más, por el calvario de volver a querernos completamente a oscuras. Si algún día ella y yo volvemos a estar juntos:

Prende antes tu llama.

CONTRATAPA

«Cuando escriban la vida los buenos/al final, vencedores…»

Silvio Rodríguez

Los diarios de la guerra

Traduttore traditore

(el 7 del 10)

Estoy en duda de cómo traducir esta palabra al español desde el hebreo. No sé si es «levemente» o «ligeramente» humano.

Para el caso, siempre se me presenta el mismo problema: la frondosidad del español.

Resulta que como soy escritor cuando no soy soldado tengo un español algo frondoso y por lo tanto se me suelen presentar estas disyuntivas y como estoy en un mal momento, digamos que no percibo realmente si como me acaba de catalogar frente a otro compañero el muchacho que ya terminó de vomitar es: levemente o ligeramente humano, refiriéndose a mí.

«El comandante parece ligeramente/levemente humano».

Por lo menos, puedo imaginar en español que empleó un adverbio (ya que en hebreo es un adjetivo) que aporta a mi conducta una breve cualidad y no me transforma, como han sabido hacer otros, en un «inhumano» a secas.

Es que a pesar de lo que pueda sentir interiormente, si me permito sentir algo, termino como el soldado: vomitando y llorando.

Uno aprende a avanzar por las películas de horror viéndolas como películas; abstrayéndose de pertenecer al fotograma y considerar al fotograma por el que camina, solo eso: un fotograma que sucede a otro fotograma y así, conforman uno detrás de otro, un movie de terror.

Perder la compostura no está en mí y siempre me han cuestionado, bien no sé por qué, esa especie de frigidez mientras a mi alrededor hay llantos, vómitos e imprecaciones y rezos de todos los tonos y colores.

Yo puedo mantenerme fuera de la película y que todo lo que veo sea una película por la que camino como algo superpuesto, pero sin tener nada que ver. Algo como cosas de otros que no me afectan o que no deben afectarme.

Sólo es estar ahí, dotado de la más absoluta impermeabilidad, protegido en una coraza de amianto, incombustible frente a lo horroroso del comportamiento humano.

Mi coraza no tiene poros. Nunca tuvo poros.

Sé qué tengo que hacer y cómo debo hacerlo y de ahí no me saca ni Dios, porque si acaso en un momento me saliera de ser una figura pegada sobre un escenario que no le pertenece, me rompería irremediablemente en no sé cuántos pedazos que ya no podría volver a reunir, como es imposible reunir los pedazos que todos estamos viendo o buscarle los ojos a los niños a los que se los arrancaron o identificar el brazo de esos mismos niños entre el resto de brazos que hay aquí.

Quizás, es como el trastero de la juguetería de un monstruo, en el que podemos encontrar trozos de pequeños muñecos mutilados, sin ojos, sin brazos, sin cabezas y aunque revolviéramos las estanterías de ese monstruoso trastero calcinado, el estado de todo es tal que pegaríamos ajenidades hasta que todos esos muñequitos se transformaran en pequeñas creaciones de un nuevo y a su vez monstruoso Dr. Frankenstein.

Mi unidad nunca toma prisioneros. Mi viejo comandante solía decir que «esta Unidad no junta basura en cajitas y se la lleva de recuerdo».

Cuando ocupé la comandancia, apliqué a rajatabla esa premisa. Sin embargo, con estos jóvenes que no pertenecen a mi Unidad y que conforman una improvisada tropa de soldados de los caminos, hemos capturado algunos infiltrados. Quizás, el propio desconcierto nos lleva a no matarlos para que, a través de ellos, podamos entender con claridad qué es lo que está pasando.

Tuve que ordenar «capturen enemigos» pese a mis propios deseos de exterminio sin indulgencia que, generalmente, es lo que practico. Sin indulgencia.
Por eso, escuchar la expresión de ese joven soldado que ha vuelto a su menester, me ha llamado la atención.

Cuando mengüe este ensordecedor ramalazo de muerte, recordaré preguntarle por qué dijo eso, mientras me miraba extrañamente fascinado.
Termino de enterrar el pajarito en un hueco que hallé entre todos los huecos. Lo cubro con restos de tierra y escombro, en un jardín destrozado por el ataque. Aún sobreviven algunas flores.

Me incorporo, recojo mi fusil y sigo caminando como si la película volviera a rodar luego de una mínima interrupción de la energía eléctrica.

De: Levemente humano (cartas y diarios de guerra)

גברי אכנזי

EDITORIAL

La prosa, esa otra música

por Gavrí Akhenazi

Es una opinión instalada esa de que la prosa no posee ritmo a diferencia del poema, del que también se acota que un poema es casi una composición musical.

¡Cuán errado está en realidad ese concepto acerca de la prosa! Es de verdaderos ignorantes aferrarse a tal premisa porque justamente lo que hace fluente y seductora una prosa es, además de su contenido, la forma plástica que se imprime a ese contenido o sea, el ritmo, la cadencia, la singularidad sonora de los componentes del fraseo.

La elasticidad o plasticidad de una prosa depende exclusivamente del dominio idiomático del escritor ya que para construir sustancia armoniosa que atrape con su discurrir ágil al lector, es necesario concebir un ensamble sonoro elocuente, ajustado a los tempos necesarios y curvos que posee el idioma, o sea, aplicar un ritmo interno, un ritmo propio, que modifique con curvaturas la rigidez propia del fraseo.

Frente a la poesía con sus reglas y su técnica que cualquiera puede aprender si se esmera  –aunque tenga que escandir con los dedos para dar con el cómputo silábico que cuadre con el metro elegido– en la prosa hace falta una percepción artística notablemente más inaprensible, más delicada.

Un escritor trabaja en prosa con variantes invisibles y las aplica para virar, en cualquier momento, de acuerdo a aquello que esté intentando reflejar.

La prosa no posee convenciones como sí podemos ver en un poema con métrica y con rima construido en base a ajustarse a ellas.

En la prosa, el sonido y su movimiento, el flujo de fraseo y su color se modifican en estilos variopìntos según  aquello que el narrador esté intentando transmitir a su lector.

De ahí que para un escritor que se precie de serlo es imprescindible conocer el peso exacto de las palabras que emplea en el armado de cada una de las ideas, ya que cada palabra es o representa un matiz, algo específico y único que, en realidad, no admite sinónimos si uno decide emplear el potencial de cada vocablo en el espacio justo en el que ese vocablo y no otro, cabe.

 Entonces, cuando se sabe mensurar el justo peso de cada palabra según cómo ésta se coloque en el puzzle de la armonía contextual, se consigue centrar todo el interés de la idea.

Basándonos en la elección y en la posición en la que ajustamos los términos,  podemos impactar en el lector tan solo con una palabra que, colocada estratégicamente y persiguiendo su único y exclusivo matiz, logre asombrar o conmover.

Aunque en la actualidad todos escriben y cualquiera se llama a sí mismo escritor porque consigue redactar decorosamente (y a veces ni eso) dentro de los cánones primarios de la escritura, la prosa narrativa (y por qué no las otras) requiere muchísima más elaboración que el poema para alcanzar calidad pero por sobre todo, requiere dominio, léxico, conciencia sonora, estilo estético, sutileza, minuciosidad y búsqueda.

Narrar no es soplar y hacer botellas como piensa la mayoría.

Narrar es proponerse construir una verdadera catedral solo con el idioma en que se narra.

NARRATIVA

John Madison – Cuba

Bolleré (fragment0)

Hace mucho que mi hijo dejó de visitarme en sueños. Pero aún sigo creando esas secuencias en su compañía, aunque ahora ya tengo la capacidad de llevarlo a cabo sin la obligatoria necesidad de alterar mi conciencia como recurso infalible para mantener sus recuerdos intactos.

Aún sigo siendo un fiel consumidor de cannabis. Pero ya no creo formas ni subrealidades, ahora la yerba opera como un vehículo conductor que transporta mi conciencia a una zona segura de completo relax. Mi entrada en la fase de sueño es inmediata y reparadora, aunque hoy, en especial, no lo ha sido.

Son las cinco de la mañana. Estoy tendido en la cama abrazado a mi perro, Drako. Él, partícipe de mi sobrecogimiento, se pega a mi cuerpo con denotada ansiedad. El pobre no alberga la más remota idea de ser el protagonista principal de mi nightmare, a título compartido con mi difunta esposa.

En ocasiones, los encuentros oníricos con ella son aterradores.

Necesito un café, además de una conversación con mi mujer.

«Buenos días, mi amor. Te extraño mucho», digo, ya en el jardín. Bajo el olivo que guarda sus cenizas.



Gavrí Akhenazi – Israel

Niño del laberinto

Miro a mi niño fiel. Miro su demacrada fidelidad de perro con hambruna de dueño y regreso a explicarle que el camino nunca se hace de a dos; que siempre en el camino hay una encrucijada que se toma de noche, distraídos quizás y entonces, la soledad ocupa el costado ocupable. De preferencia, que te ocupe el izquierdo, le digo, porque de ese lado está tu corazón y siempre es mejor estar solo que falsamente acompañado. La soledad jamás te traiciona. Avanza de tu mano, te lleva en brazos cuando el cansancio truena en tus rodillas y te ofrece un pecho firme cuando la reflexión es perentoria.

Mi niño fiel me mira en el espejo y veo cómo asimila sin demasiado esfuerzo mi mirada. Veo mutar sus ojos, mansamente, en un jeroglífico inconmensurable por el que solo él podrá caminar desde el cansancio.

Miro a mi niño fiel que ha diseñado a mano alzada su propio laberinto con setos metafísicos y lianas vigorosas que atrapan con sus flores sangrientas a los rayos de luz. Lo miro, satisfecho como un emperador espeluznante, protegido en su propia Ciudad Prohibida, solo y a merced de sí mismo y sus proezas.

Desordeno mi fidelidad. La corto en trozos que dejo sobre espasmos de sol, para que se agusanen mientras se secan con la estólida laxitud de lo muerto.

Basta que des la espalda
, le digo al niño fiel cuya mirada en el fondo final del laberinto, es un manto de espejos que deforman sus ojos y su fe, y aquello en que creías se corrompe. Pero eso no es lo malo. Lo malo es entenderlo; darse cuenta.

Mato a mi niño fiel. Solo lo mato.

No sirve para nada y espero que nunca más se obstine en renacer.

PLATÓN, APOLOGÍA DE SÓCRATES

por Silvio Rodríguez Carrillo

Este libro de Platón es una versión recreada del discurso que ofreció Sócrates como defensa frente al tribunal ateniense cuando fue acusado de corromper a la juventud y de impiedad. La acusación la hacen Meleto, que es poeta, Ánito, que es político, y Licón, que es orador, quedando entonces representados los tres grandes grupos contra los que Sócrates había venido arremetiendo en su vida pública. Por otra parte, Sócrates también se expresa respecto de los acusadores anónimos, es decir, respecto de todos los hombres que durante muchos años han rumoreado en su contra, independientemente de los que lo llevaron a juicio.

El protagonista recuerda que Querofonte al consultar al Oráculo de Delfos recibió como respuesta que no había nadie más sabio que Sócrates, y que desde entonces se empeñó en demostrar que el Oráculo estaba equivocado. Fue así, que comenzó a interrogar a poetas, políticos y oradores, descubriendo que estos, creyendo saber, en realidad no sabían, en tanto que él mismo, al reconocer que no sabía, era más sabio que ellos, que finalmente la sabiduría era territorio de los dioses y que frente a ella el conocimiento humano apenas valía algo. Esta actitud hizo que ciudadanos prestigiosos se volvieran adversarios y acusadores.

El tribunal lo encuentra culpable, y Sócrates, antes que protestar, propone un castigo un tanto inusual: participar en las comidas del Pritaneo. Esto era un privilegio del que gozaban los atletas y algunos contados ciudadanos destacados, es decir, Sócrates estaba convencido de ser un benefactor y no un criminal. Obviamente el tribunal rechaza su propuesta, entonces Sócrates propone pagar una multa de una mina, que era lo que podía pagar, monto que se rechaza, a la sazón, sus amigos aumentan esa cifra a 30 minas, pero la asamblea encuentra que es muy poco y condena a Sócrates a muerte vía envenenamiento.

Ante la condena a muerte, Sócrates tampoco pierde la calma, y se dirige a la asamblea expresando que el veredicto en su contra no se debió a la falta de argumentos en su defensa, o a algún error en la presentación de su razonamiento, sino, justamente, en que en ningún momento cedió a asumir una postura que no era la suya propia, sincera y verdadera. Esto es, el gran filósofo sabía que podría parecer soberbio ante los ojos de los demás, pecaría de ingenuo si no lo supiese, pero no tenía alternativa, actuar de otra manera sólo implicaría ser un hipócrita.

Es un libro que nos hace reflexionar acerca del egocentrismo y la vanidad característica de la mayoría de la gente de poder, como también de la gente corriente. Pensemos en cuán duro es que nos señalen que ignoramos muchas cosas de la materia en la que nos sentimos maestros, a menos que vivamos con la actitud de ser eternos aprendices. El libro cierra con estas palabras del maestro: «Pero ha llegado la hora de que nos separemos; yo, a morir; vosotros a vivir. Quién de nosotros se encamina hacia un destino mejor, es un enigma para todos, excepto para los dioses».

FICCIÓN O REALIDAD, LAS PREGUNTAS DE LA IMAGINACIÓN

por Gavrí Akhenazi

Le he dado muchas vueltas al pensamiento de que para escribir sobre algo es preciso estar en franco contacto con aquello sobre lo que se escribirá, lo específico, lo que resulta real y tangible.

Todo aquello que se ve y también  lo que se percibe es la base de la escritura, los cimientos que le dan forma a las preguntas que las realidades hacen brotar desde nuestra percepción más allá de nuestra objetividad de observador.

El proceso creador se fundamenta, muchas veces, en las interrogaciones inconscientes, esas que se disparan desde nuestro poder de observación y que construirán un caleidoscopio con aquello observado, dando de este modo paso real a la imaginación subsecuente para recrear lo ya conocido transformándolo en algo por conocer.

La realidad exterior puede ser limitante para muchos observadores, pero no  con los creativos, sino que, muy por el contrario, producirá todas esas preguntas necesarias para deconstruir lo tangible y reconstruirlo  ya que la escritura será el medio lógico para obtener ese resultado de reconversión.

La escritura y todos sus interrogantes, por caso, se transforman en una herramienta de autoconocimiento, donde se entretejen las diversas realidades que involucran al escritor ya sea desde la vivencia o desde la observación.

Es cuando todas esas realidades asimiladas e interrogadas se fusionan que dentro del individuo se ha abierto camino el hecho literario.

Una vez que hayamos conseguido dominar todas las ideas de nuestra imaginación reconversora de la realidad, la efectividad del proceso comenzará a signarse por las estructuras de las oraciones mediante las cuales plasmar la fusión. Básicamente, esto se logra con el ordenamiento de los elementos narrativos para que no se vea afectado el significado final de lo que estamos buscando transmitir.

Todo creador posee dos tipos de conocimiento: el de la realidad que lo rodea y el que tiene acerca de sí mismo.

La indagación profunda lleva consigo un constante experimentar con la creatividad de modo que la producción obtenida se transforma en un ejercicio de búsqueda que consiga relacionar lo conocido con lo percibido sin que en este último parámetro haya una verdadera certeza sino, más bien, un tamiz propio que dotará a la obra de la necesaria impronta que diferencia a unos de otros.

Es la imaginación recurrente sobre el reflejo que el exterior produce dentro de quien lo percibe, aquello que terminará por ser proyectado en la escritura.

Cómo un escritor indaga sobre lo que percibe es lo que definirá la fuerza o la intrascendencia de su narrativa, porque es lo que le otorgará, sin duda alguna, la voz que lo distinga.

MISCELANEAS

Silvana Pressacco – Argentina

Disparos en mis pausas

No hay remiendos, no hay parches
ni curvas hacia atrás
en la línea del tiempo.

*

De qué sirve conocer la mejor receta si nunca la experimentas con tus manos.

*

Escapar nunca fue una de mis soluciones posibles.

No es salida real aquella puerta que no deja pasar a todos los míos.

Pueden observarme cansada en el campo de batalla, incluso creer que no tengo armas suficientes pero nunca dejaré de ser una guerrera.

La tristeza regresa para recordarme que hay motivos que no me convencen como para resignar la lucha.

Hay tiempos de tregua para recuperar aire y elevar la espalda de nuevo.

La paciencia es mi arma más poderosa.

Cuando renazco mis ojos hablan mil idiomas y mi lengua es un arsenal.

Hay luchas que ya no enfrento porque desgastan y aprendí que el tiempo, como el soldado más leal, anota a mi favor .

Cuando lave los pensamientos oscuros que con frecuencia me visitan podré vislumbrar el propósito de mi vida.

Debo lograr un equilibrio interno para superar todos los frentes que atacan mi felicidad.

Es difícil lograr la felicidad plena si antes no aprendo a vivir en armonía con todo lo que vive, con el otro y con el mí mismo.

Si no tienes concordancia entre tu hacer, tus intenciones y metas tampoco tendrás suficiente equilibrio para avanzar por el filo de la vida.



Leonardo Zambrano – USA

Valores

¡Estamos llenos de ciegos y muchos sin valor!

El silencio no es artificial…

Hay que tener valor y piel de luna
si su luz es animal entre tus ojos rayando…

…Hay que valorar ser libre en el Mar Negro.

Hay que caminar sin sandalias
y saber evadir las otras piedras…

Hay que pintar los adioses que el labio oculta,
aún cuando el silencio ocupe las muertes escondidas…

¿Cómo poder documentar la voz?
Si el silencio asalta el verbo sentido…

Somos un espacio en la línea de otros…

Quisiera regresar a mi inocencia
y no depender de la ignorancia…



William Vanders – Venezuela

Pérdidas

Perdí mi nombre, no puedo recuperarlo. Mi alma es fémur solitario en playa escondida.

Perdí mi alma, sigue extraviada. Mi bahía es cardonal de emociones sin agua.

Perdí mis instintos… ya no hay arena sobre la que pueda dibujar la carne de mi espíritu, la boca del silencio, el abrazo de las manos, la soledad del consuelo, la tragedia de la pausa, la calma de la prisa, la palabra que mata.

Perdí todo, ahora soy tronco muerto hecho de origen.

LA «PARTICIÓN» DEL VERSO EN VERSO LIBRE

por Morgana de Palacios

¿Se puede responder a la pregunta de cuál es la forma correcta de separar un verso en una composición en verso libre?

No creo que si se utiliza una sintaxis normal, un autor no sepa cuando una frase se corta de manera inadecuada forzando un encabalgamiento poco atractivo y, desde luego, únicamente el poeta sabe cuando debe iniciar un nuevo verso en función de su propia expresión y del ritmo que le esté imprimiendo.

Cualquier tipo de verso tiene unas normas determinadas, así que hablar en poética de libertad absoluta, es imposible.

Lo que llaman verso libre es una variante compleja de conceptos que ya existen en el verso tradicional, como el ritmo y la cadencia, y de ningún modo se puede llamar verso libre a tantos casos lamentables como se ven, si carecen de ese ritmo.

Aunque el verso libre rechaza la normativa poética tradicional, sin organización rítmica, el poema no puede existir.

Yo aconsejaría, precisamente para afinar el oído y que no existan dudas a la hora de dar por finalizado un verso, que se estudie la técnica rítmica.

Ser poeta no es algo cómodo ni fácil. Ningún arte lo es, así que nadie que desconozca la base de la poética o desprecie el arte que ser poeta requiere, puede llamarse a sí mismo poeta. Picasso no empezó directamente como maestro cubista ¿verdad?; conocía la tradición y la técnica y a partir de ahí, pudo actuar. Los grandes músicos de jazz conocen a la perfección la música clásica y es en ese conocimiento como componen sus obras más brillantes.

Creo que era Robert Fros el que daba un ejemplo magnífico sobre la utilidad básica de la métrica para alcanzar la libertad a través de sus límites, porque ninguno de los dos conceptos existe sin el otro (libertad-límites).

Decía, que nadie podría jugar al tenis sin disponer de un campo de determinadas características y medidas, de una red con una altura precisa y de otra serie de límites, que bueno, estaríamos jugando a cualquier otra cosa pero no al tenis. Lo mismo ocurre con el verso llamado libre.Dos jugadores que tengan una raqueta y una pelota rglamentaria, que no quieran delimitar su campo de juegos, pueden acabar haciendo carreras inacabables o a puñetazos si son intransigentes.

Elliot decía: «Ningún verso libre es libre, para aquel que aspira a un buen trabajo».

Sobre una gráfica imaginaria, el trabajo del poeta puede provenir de dos líneas. Una de ellas es su conciencia y trabajo contínuo, la otra línea es simplemente su curso normal de desarrollo, su acumulación y asimilación de experiencia (no buscada sino solo aceptada en función de lo que se quiere hacer).

Por experiencia entendemos las consecuencias de la lectura y reflexión sobre intereses de todo tipo, contactos, conocimientos, así como pasión y aventura. En cualquier momento, ambas lineas pueden converger en el punto más alto, de modo que obtenemos una obra maestra.

Es decir, de la acumulación de experiencias que se cristalizó para obtener el material artístico y de años de trabajo en la técnica que preparó el medio adecuado, se deriva algo donde medio y material, forma y contenido, son indistinguibles.

Ahí está la perfección del verso…incluso la del verso libre.

Para considerar libre a un verso con respecto a las convenciones métricas y rítmicas que rigen en cada lengua, hay que dejarlo reposar sobre la «violación» de la tradición y para violar algo es necesario conocerlo. El verso libre, necesita contener un germen estructural que se repita, ser el reflejo de otros versos.

Por tanto, la base para la separación de los versos es el ritmo. La base para conocer el ritmo es la técnica métrica y acentual. Cuando un autor conozca mínimamente las normas básicas de la poética, podrá optar con brillantez por saltárselas sin perder lo fundamental y sin que se conviertan en simple prosa recortada, o directamente en caos literario.

Lectura y estudio, ni más ni menos.

LOS FAVORITOS DEL EDITOR

Réjean Ducharme

El valle de los avasallados (fragmentos)

1.-

Todo me devora. Cuando tengo los ojos cerrados, es por mi vientre por el que soy devorada, es en mi vientre donde me ahogo. Cuando tengo los ojos abiertos, es a través de lo que veo por lo que soy devorada, es en el vientre de lo que veo donde me asfixio. Soy devorada por el río demasiado grande, por el cielo demasiado alto, por las flores demasiado frágiles, por las mariposas demasiado tímidas, por el rostro demasiado bello de mi madre. El rostro de mi madre es bello sin más. Si fuese feo, sería feo sin más. Los rostros, bellos o feos, no sirven para nada más. Miramos un rostro, una mariposa, una flor, y eso nos transforma, después nos irrita. Si nos dejamos llevar, nos desespera. No debería haber ni rostros, ni mariposas, ni flores. Tenga los ojos abiertos o cerrados, estoy contenida en un todo: de repente, ya no hay suficiente aire, el corazón me aprieta, el miedo se adueña de mí.

En verano, los árboles están vestidos. En invierno, los árboles están desnudos como los gusanos. Dicen de los que están criando malvas que se comen los dientes de león por la raíz. El jardinero encontró dos toneles viejos en su desván. ¿Sabéis qué hizo con ellos? Los serró por la mitad para sacar cuatro barreños. Puso uno en la playa y tres en el campo. Cuando llueve, la lluvia queda recogida dentro. Cuando tienen sed, los pájaros detienen el vuelo y vienen a beber.
Estoy sola y tengo miedo. Cuando tengo hambre, como dientes de león por la raíz y se me pasa. Cuando tengo sed, sumerjo la cara en uno de los barreños y sorbo. Mis cabellos caen al agua. Sorbo y se me pasa: ya no tengo sed, es como si nunca hubiera tenido sed. Nos gustaría tener tanta sed como agua lleva el río. Pero bebemos un vaso de agua y ya no tenemos sed. En invierno, cuando tengo frío, vuelvo a casa y me pongo un grueso jersey azul. Vuelvo a salir, comienzo de nuevo a jugar en la nieve y se me quita el frío. En verano, cuando tengo calor, me quito el vestido. El vestido ya no se pega a mi piel, me encuentro a gusto y me pongo a correr. Corremos por la arena. Corremos y corremos. Después tenemos menos ganas de correr. Nos aburrimos de correr. Nos paramos, nos sentamos y enterramos nuestras piernas. Nos tendemos y nos enterramos de cuerpo entero. Después nos cansamos de jugar en la arena. Ya no sabemos qué hacer. Miramos, por todas partes, como si escudriñáramos. Miramos y miramos. No vemos nada de interés. Si prestamos atención cuando miramos de ese modo, nos daremos cuenta de que mirar así nos hace daño, de que estamos solos y de que tenemos miedo. Nada se puede hacer contra la soledad y el miedo. Nada nos puede ayudar. El hambre y la sed tienen sus dientes de león y su agua de lluvia. La soledad y el miedo no tienen nada. Cuanto más intentamos calmarlos, más se desviven, más gritan, más arden en deseos. El cielo se desploma, los continentes se hunden en un abismo: te quedas en el vacío, solo.
Estoy sola. Solo tengo que cerrar mis ojos para darme cuenta de ello. […]


3.-

El olmo, él es mi navío. Cuando ya no sé qué hacer, me embarco. He anudado un banderín amarillo en la copa. La vieja lata de conservas completamente oxidada que cuelga del extremo de un cordel, es mi ancla. Largad los continentes. Izad los horizontes. Ahora, partamos. He puesto rumbo hacia unas riberas más escarpadas y más volcánicas que las de este país. Voy a caballo sobre la rama más alta, por ver si unos arrecifes se desprenden de la bruma. De repente, mi pie resbala, pierdo el equilibrio. Me voy a pique. Al caer, mi cara golpea en una piedra y me desmayo, me deslizo hasta el fondo del océano sordo y oscuro. Me veo ahogada. El olmo navega a la deriva, la quilla por encima del puente. Me recupero en la cama de un hospital. Al recobrar el conocimiento, noto que algo me falta en la boca. Con razón. Me faltan los cuatro dientes de delante. No puedo parar de meterme la lengua en la herida. La Sra Einberg está en mi cabecera. Se apresura a calmarme. ¡Tus dientes van a volver a crecer! Cuando se es una niñita como tú, todo vuelve a crecer, todo se recupera, todo se cura. Tengo nueve años. Christian tiene once. Einberg y la Sra. Einberg son tan viejos como mi ancla. Van cuesta abajo, del otro lado de la colina. […]


19.-

Bajo un túmulo desmoronado del que se alza un poste de creta, en el que se retuerce una llama negra, los huesos de Iseo se pulverizan y se confunden con la tierra para hacer crecer las flores. En el salón de baile del palacio, las baronesas gordinflonas bailan con las baronesas en flor. De repente, una araña de cristal tan grande como un árbol se descuelga del artesonado, se estrella contra las baronesas que bailan con baronesas, y, deslizándose, desmembrándose y dispersándose a toda velocidad por el enlosado de azabache, hace repicar los frisos de acero con sus mil piedras saltarinas. Veo un navío cubrir una distancia de más de cien acres de océano. Estoy sentada encima, con las piernas colgando, casi en la punta de un promontorio. Es un abrupto malecón, un malecón de cristal compacto, un rompeolas monumental tallado en una canica transparente y multicolor. Lo que me arrastra en su loca deriva es un vitral tan macizo como un acantilado. Sentada entre el cielo y la tierra, sentada entre el día y la noche, instalada en una vagoneta de la noria de la cantera, sueño cosas imposibles. Soy el ombligo del mundo y, mientras que las tinieblas se concentran en derredor para crear una vez más la noche, sueño con cosas que nunca existirán. Hay un sauce llorón al otro lado del canal, justo frente al banco de piedra donde, cabizbaja, Chamomor está sentada. Miro como es debido al sauce llorón llorar, dejar arrastrar sus mustias ramas como cabellos por la corriente. Miro al sauce, desemboco en el sauce. Cuando un ombligo del mundo se vierte en un sauce, el sauce se convierte en ombligo del mundo. El sauce me mira, se vierte en mí, me traga y el ombligo del mundo se convierte en sauce. Un mar es un enorme vaso de agua. Una tempestad en el mar solo es una tempestad en un vaso de agua. Los primos permanecen escondidos entre la maleza con todas las antorchas apagadas, esperando a que oscurezca del todo.
Es el cumpleaños de Chamomor. […]


41.-

La luz ha tomado forma, está fuera del océano de aire que le daba el aspecto inmaterial de la sombra. El sol tiene rayos de hierro. La luna tiene rayos de madera, como una rueda de carreta. Estoy tranquila. Nunca más gritaré. Lo he entendido todo. Lo sé. Cuando sabes donde estás y quien eres, puedes, como el gato, abalanzarte sobre la canica que rueda por el suelo e imaginar que eres un dragón. Cuando te has comprendido, puedes correr por la inmensa esfera armilar e imaginarte que, al igual que la ardilla en su jaula, uno juega, se divierte. El único medio de pertenecerse es comprender. Las únicas manos capaces de agarrar la vida están en el interior de tu cabeza, en el cerebro.

No soy responsable de mí ni puedo llegar a serlo. Como todo lo que ha sido fabricado, como la silla y el radiador, no tengo que responder de nada. La bala que hiere al animal en el corazón no es delictiva. Fue lanzada y no podía escapar a su dirección. Un impulso me ha sido otorgado y no puedo escapar de él. Más avispada que una granizada de perdigones, puedo contrariar el impulso, aspirar a otros blancos, pero mi sangre y mis carnes están encaminados en una dirección y yo ya no puedo cambiarla al igual que una botella no puede cambiar de contenido. En otras palabras, he sido configurada como Bérénice tal como el radiador ha sido configurado como radiador. Puedo resistirme a Bérénice e intentar ser otra, pero, al igual que un radiador no puede convertirse en boa, yo no podría convertirme en Constance Chlore. Cuando has sido configurado como indiferente, mezquino y áspero, no puedes ser sensible, caritativo y dulce. ¡Cómo pueden haceros daño las cosas si no contáis para ellas! Puedes oponerte a tu mezquindad pero sigues siendo mezquino. Puede tender a lo suave pero la piedra permanece dura. A quien le gusta el vino no puede no gustarle el vino. Al que no le gusta el vino no puede gustarle el vino. Uno está configurado. Y punto. Se es radiador. No se puede cambiar nada. Los seres humanos son los únicos radiadores que pueden dar cornadas al aire contra su configuración. […]

Acerca del autor

Réjean Ducharme, hijo de Omer Ducharme, jornalero, y de Nina Lavallée, nació en Quebec en 1941 y murió en 2017. Tras la publicación de  de su primera novela L’Avalée des avalés en 1966 por Gallimard, Radio-Canadá habló con sus padres, Omer Ducharme y Nina Lavallée. Tras esta entrevista, Réjean Ducharme pedirá a sus allegados que «no contacten con los medios» . Réjean Ducharme siempre ha rechazado cualquier solicitud de entrevista y no ha aparecido en público. Apenas existen dos fotos de él, y solo unas pocas cartas raras a los diarios se publicaron al comienzo de su carrera. Vivía en Montreal . Como el escritor estadounidense Thomas Pynchon , vivió en el anonimato.

La repercusión en 1966 de su novela L’Avalée des avalés, lo estableció instantáneamente como uno de los grandes escritores quebequenses de su generación. En 1992 , Jean-Claude Lauzon dirigió Léolo , una película inspirada en el espíritu de la novela de Réjean Ducharme y en la que el personaje principal lee L’Avalée des avalés . En 2005 , la revista Time incluyó a Léolo en su lista de las «100 mejores películas de todos los tiempos» .

LAS PERSONAS GRAMATICALES EN NARRATIVA

por Gavrí Akhenazi

A grandes rasgos, la utilización de las personas gramaticales en la narrativa está directamente relacionada a cómo se plantea el discurso desde el ámbito de la «voz narradora».

Para el planteo de sus discursos, la «voz narradora» adopta, podría decirse, dos posiciones básicas, que pueden a su vez estar imbricadas o perfectamente distanciadas entre sí.

En la primera posición, se produce una invasión del que refiere el discurso sobre su discurso referido. En la segunda, el discurso de la voz primaria –discurso del que refiere– opta por separarse de la voz secundaria –la que lleva adelante el discurso referido–.

Esta posición ocurre en ausencia de un narrador introductor del discurso de personaje. El narrador deja que solo hable el personaje y no asume en ningún momento la palabra desde un plano de ajenidad a lo dicho o a lo sucedido.

Cuando se presentan dos registros diferentes y claramente diferenciables en el distanciamiento de la voz narrativa con respecto a la voz del personaje, se marcan claramente las fronteras entre ambos discursos.

Esta separación se enfatiza cuando se utiliza notablemente el sello atributivo y se insiste en dar protagonismo a los verba dicendi: dijo/comentó/contestó/repitió. Indica clara o implícitamente la separación de dos voces y cuál es el nivel en que se desarrolla el discurso de una y otra.

Existe una posición especial en la cual el narrador hace suyos los dichos, pensamientos y sentimientos del personaje y los expone, de modo que no hay coexistencia de dos instancias discursivas en un mismo nivel.

Esta variedad aparece cuando la figura del narrador presenta algún grado de contaminación o mimesis con el discurso del personaje.

Podríamos explicar esta variante como un narrador de acciones verbales ajenas o propias que adhiere estrechamente al texto de esa acción verbal sin cederle la palabra al sujeto que la ha ejecutado.

Manteniéndonos dentro del ámbito de la «voz narradora», la distancia o cercanía con lo narrado se manifiesta en el uso que se hace de las personas gramaticales.
Originalmente, se configuraba el uso de la 1ª persona para la narración «autobiográfica» y la 3ª se suponía para toda narración «no autobiográfica».

En realidad, lo que se le plantea al autor no se cimenta en este tipo de paradigmas, sino que sus narradores pueden estar fuera de la historia o presentes en la historia y para estas «presencias» puede incluso apelar a personajes secundarios y no necesariamente protagónicos.

Frente a esta perspectiva, observamos diferentes categorías:

a) El narrador se refiere a sus personajes con pronombres de 3ª persona o por sus nombres
Ejemplo:

«Marcos estaba junto a la ventana, pensativo. Ellos había arribado temprano a la estación […]

b) El narrador opta por el yo. Esto remite a que todo lo dicho es propio a ese narrador en su calidad de tal y solamente cede su posición discursiva frente a otro personaje en uso de la palabra mientras éste se refiere a sí mismo.

Ejemplo:

Me había detenido junto a la ventana y observaba las vías. (yo)
-Todavía es temprano -dijo Marcos- Iré por allí a ver qué está pasando. Debería haber traído abrigo -repitió mientras pensaba «Ya lo dije varias veces durante el camino hacia aquí. Es que el frío me aprieta el esqueleto». (él)


En este caso, Marcos habla de cosas que le competen y el narrador de primera se sitúa en la escena y sitúa al lector también en ella.

Asimismo, en este apartado, encontramos los narradores múltiples que corresponden por separado a diferentes visiones de un mismo hecho y que funcionan como narradores independientes en diferentes secuencias o capítulos, dentro de la misma estructura textual. En un capítulo habla Juan y en el que sigue habla María, pero ambos relatan a su modo la trama general de la historia, desde sus propios puntos de vista y con sus propias vivencias.

c) Una subcategoría de lo anterior es cuando el narrador habla de sí mismo o «se autoapela», utilizando la 2ª persona. Este caso se aplica a los llamados «discursos interiores» que corresponden a diálogos con el consigo o en «flujo de conciencia».

La diferencia con el narrador anterior radica en que el narrador de 1ª se habla a sí mismo como si fuera otra persona o le habla al lector. Un ejemplo práctico de esa apelación al tú es la escritura de una carta en la que el narrador de 1ª relata todas sus peripecias «contándoselas a alguien».

Ejemplos:

A su consigo: «Al final, imbécil, estamos aquí atrapados otra vez y es tu maldita culpa que yo me sienta como se siento ahora». Mientras hablaba, mis ojos en el espejo frente a mi imagen, iban deteriorando su expresión. «Te lo dije. Te lo dije», agregué y me señalé ahí, en esa imagen escuálida en la que me veía. Me repetí: «Te lo dije, idiota, pero nunca me haces caso» y me fui de espejo para dejar de verme.

Epistolar: «¿Sabes? Por aquí está empezando a hacer calor y el viento se ha suavizado. Me gustaría verte, si eso fuera posible».

Al lector: «Como bien habrás advertido, mi querido lector, el narrador de segunda se usa poco porque ya estás viendo que sus posibilidades son complejas y restringidas. Iremos contigo paso a paso y así comprenderás».

d) El narrador se refiere a sí mismo en 3ª persona para luego alternar esta distancia discursiva con la 1ª.

Ejemplo de esto, sería algo como la letra de este tango:

Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias.
Sabe que la lucha es cruel
y es mucha pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina…
Uno va arrastrándose entre espinas
Y en su afán de dar su amor,
[…]
Si yo tuviera el corazón…
(El corazón que di…)
Si yo pudiera como ayer querer sin presentir…

Las personas gramaticales ofrecen una amplia y rica gama de posibilidades narrativas que alejan a los discursos de los elementos convencionales que les supone la ortodoxia.

Ofrecen un interesante juego de movimiento textual y ayudan a cubrir una paleta de expresividades no convencionales que amenizan y recrean desde diferentes ángulos lo puramente narrativo.

Sin embargo, para que no se produzcan desbalances o quiebres interpretativos, el juego entre las personas gramaticales y los discursos que les competen dentro del entramado de voces generales, debe ser construido con delicadeza, coherencia y eficiencia, para que el resultado no acabe en un galimatías en que los roles discursivos se superponen y confunden con la consecuente dificultad para el lector.

EL AUTOR INVITADO

Marta Roussel Perla – Irlanda

Kalani

La civilización es lo último que se pierde. La esperanza puede morir en una sociedad desquiciada cuando el odio se convierte en costumbre, por eso nadie cruza estas montañas, no al menos en la dirección de la que venía Kalani.

Kalani no era su nombre, por supuesto, pero ni recordaba el que le habían dado ni recordaba apenas nada de quiénes podían haber sido. No es que cuando se detuviera ante esos pensamientos no le invadiera una tristeza llena de preguntas, pero había decidido utilizar su rabia para darse un nombre a sí misma. Kalani, un nombre extranjero en aquel pedazo de tierra vencida por el viento y el frío, un nombre que no se sentía de ningún lugar. Un nombre apropiado.

Era apenas una adolescente, demasiado delgada, obviamente desnutrida en su infancia, con cabellos de ceniza y unos ojos azules en los que nadie debería asomarse demasiado tiempo.

Aunque se divisaba un edificio de tierra de antes de la era de las guerras, la madera y la chatarra daban forma a las casas del pueblo.

El sol se colaba entre las nubes como ella se colaba entre la gente.

Se detuvo ante los carteles de se busca a la entrada de la ciudad.

—¿Has perdido a alguien o buscas a alguien? —le preguntó un anciano que jugaba al ajedrez con un perro en un tablero desvencijado y al que muy posiblemente le faltaban piezas.

—No, sólo me aseguro de no estar yo entre ellos.

—No pareces una caza recompensas, desde luego —se rió el anciano, que tal vez no la había entendido bien.

—No parezco muchas cosas —dijo Kalani—. Guardia a alfil cuatro, dijo ella.

—Esa pieza no existe, muchacha.

—Entonces prefiero jugar al ajedrez con su perro.

—No es mío.

Kalani se acercó al perro, un pastor catalán, dejó que le oliera la mano, y le acarició. Se sentó junto a él y estuvo un buen rato abrazándole, lo cual incomodó al anciano.

Alguien se acercó a Kalani. Una mujer de aspecto triste.

—Louis ha muerto —le susurró—. A sido Philippe, un accidente. Te está buscando. ¿Sirve como pago por salvarme la vida?

—Nunca quise nada a cambio, pero por supuesto que sí —dijo levantándose de un salto, animada.

Kalani, que andaba distraída y sonriente, recibió un puñetazo en la boca, uno muy fuerte de ésos que te arrancan un diente de cuajo.

En consecuencia escupió uno de sus incisivos inferiores y cayó al suelo.

—Tus amigos tienen miedo —le dijo ella a su atacante desde ahí abajo, sin ocultar su dolor, mientras comenzaba a comprender dónde estaba: un callejón con Philippe, todo un hombre pegando a una cría, y su séquito de cretinos, que habían arrojado un arma al suelo y que ya se estaban yendo de allí a toda prisa.

Lo cierto era que ella también tenía miedo, no mucho, porque en aquel asentamiento todo era un peligro de segunda en comparación con el desierto al otro lado de las montañas, pero un poco.

Aparte de sentir un moratón naciendo sobre su barbilla, comenzó a sangrar por la nariz. Esperaba no tener una migraña a causa de eso, era un gran inconveniente.

Sin embargo lo más importante era que Philippe, que no entendía por qué sus amigos habían huido, también comenzaba a tener miedo aunque no sabía del todo por qué.

Recientemente Kalani había tenido una revelación: si su propio movimiento mental adquiría una forma concreta –el temor, por ejemplo– era más fácil dibujar esa misma forma en las mentes de otros. Y eso es lo que estaba haciendo al infiltrarse en la muy poco estimulante mente de aquél imbécil.

Y aunque era algo más difícil manipular una mente alerta, era bastante fácil desestabilizar la del que no comprende.

En contraste con sus dimensiones corporales menudas, los ojos azules de Kalani resultaban ahora amenazantes, más de lo que una cría de su edad debería poder intimidar, que era absolutamente nada. Y sin embargo eran la extraña advertencia de un peligro sin nombre. El hombre retrocedió a pesar de que simplemente estaba encarando a una chica a la que sacaba más de dos cabezas.

—¿No te gustó el revólver, Philippe? —él dio unos pasos atrás, desconcertado—. No es fácil traficar con armas, ¿no crees? Esto es Europa no esa tierra de locos al otro lado del mar ni el desierto de ahí abajo. Y te expliqué muy bien que tenía el percutor un poco suelto. Te expliqué muy bien que no debías cargarlo con seis balas. Te expliqué muy bien que por eso mismo te lo vendía un poco más barato, ¿recuerdas? ¡Joder, te lo expliqué todo de putísima madre! Incluso te regalé unas cuantas balas a pesar de que no me caes nada bien, a eso se llama fidelización del cliente o algo así pero, ¿qué clase de gilipollas apunta a su novio con un arma? Es una pregunta retórica, eso significa que no hace falta que contestes —le aclaró ella, a Kalani le encantaba utilizar todas las palabras que había aprendido—. Dame mi puto revólver, pringao, el que me han quitado esos  —le indicó paciente—, el otro es tuyo y un trato es un trato —él le dio la pistola con una expresión dubitativa en el rostro, expresión de la que no se infería más inteligencia que la de un tiesto de gladiolos particularmente emprendedor.

—Me van a desterrar —se rindió él.

—Si tienes suerte —le recordó ella, súbitamente sus ojos se iluminaron con un destello decidido—. No diré nada de esto si me devuelves el otro revólver, ¿qué te parece? Y podría hacerlo porque en realidad ese revólver no es de contrabando, era mío, pero es que quería hacerme la interesante —le explicó—. Bueno, espera… supongo que todas las armas de fuego son de contrabando, así que…

Ante tan insensible discurso, Philippe comenzó a llorar y Kalani, sintiendo una riada repentina de empatía y tras hacer unos amagos de abrazarle, decidió darle unos toquecitos en la cabeza.

—He estado en tu lugar en varias ocasiones… Me refiero a perseguida por la justicia, no ha… —Kalani se detuvo, no había forma de que aquella frase pudiera desembocar en nada positivo—. En fin, si todavía no te han detenido, yo me marcharía por mi propio pie —se aventuró ella. Seguramente era uno de esos momentos de escuchar en lugar de buscar soluciones, pero tal y como lo veía, las autoridades no iban a ser tan comprensivas.

Y no lo fueron, al siguiente atardecer Philippe tenía una soga al cuello y toda la aldea parecía haberse congregado alrededor para disfrutar de la ejecución. Los familiares de su novio exigían con una furia comprensible la pena capital.

Kalani a pesar de no entender cómo ese hombre no había aprovechado para escapar, sabía ya que todas las muchedumbres ante el ahorcado eran la misma y sabía ya que a todas les parecía bien el asesinato, al menos mientras fuera a este lado de la tapia y de la ley. Una medida algo ineficaz, si se le preguntaba a ella, pero nadie le preguntaba.

Así que ella se lanzaba a hablar.

—¡¿Es así como tratáis a quienes necesitan comprender?! —inquirió tras abrirse paso hasta la primera fila. —¡¿La justicia no es reparación sino retribución?!

En consecuencia los presentes empezaron a insultarla e intentaron agarrarla, aunque ella consiguió escabullirse.

—¡No, no, pueblo de Ur! —exclamó un hombre de aspecto autoritario, poniendo orden—. Aquí incluso los extranjeros pueden hablar y Kalani salvó a Victorine. Merece que la escuchemos.

A juzgar por el griterío y los insultos el pueblo de Ur no parecía estar muy de acuerdo, sin embargo el hombre, posiblemente el juez de la aldea, se dirigió a Kalani:

—Cuando un hombre arrebata una vida, debe morir. Así se da ejemplo a los demás para que sigan por el buen camino —declaró él con esa seguridad condescendiente que concede la autoridad.

—Y es una política infalible, porque seguís teniendo crímenes —respondió Kalani.

—Es la mejor alternativa —sentenció el juez, intentando ocultar su desagrado—. Lo explicaré, porque también deseo que Ur lo recuerde: la justicia es orden. Si los familiares de la víctima simplemente le mataran sin un juicio, sin escuchar a testigos, sin la presencia de un juez imparcial. Entonces estaríamos hablando de otro asesinato, ojo por ojo, como se dice y tendríamos a más personas a las cuales juzgar. Sin embargo si le damos a este hombre justo castigo tras habernos asegurado de que efectivamente fue él quien cometió el asesinato, tras haber sopesado sus razones y haber considerado que tenía armas ilegales en este pueblo, lo cual podría haber puesto en peligro la vida de todos, entonces estamos hablando de consenso y de comunidad, de la restauración del orden.

—El problema de encontrar una buena respuesta es que intentamos que las preguntas encajen en ella y no al revés —dijo Kalani, como aquello le había quedado bastante bien, trató recordar algo que leyó en un libro—. No cambia el asesinato del emperador porque fueran muchas las manos que… llevaran los cuchillos, ni son menos asesinos según quien juzgue sus intenciones. Da igual que sea una aldea entera la que vaya matando por ahí.. ¿no? —terminó, sintiéndose entre torpe e incómoda.

—¿Y qué alternativa sugieres, niña?

Kalani sonrió satisfecha, con un diente de menos y un moratón.

—El exilio: podrá aprender a ser una mejor versión de sí mismo y vosotros defenderéis que el asesinato está mal dando ejemplo. —por supuesto el juez, que tenía mucha verdad a cuestas, no accedería a ello. Pero era todo cuanto Kalani necesitaba para que su espectáculo de titiritera mental fuese creíble por el tiempo suficiente.

Se preparó.

Sintió un latigazo de dolor, se llevó las manos a las sienes, sangraba por la nariz mientras tanto el verdugo como el juez se convertían en sus marionetas.

El juez asentía y el verdugo liberaba al prisionero.

Y Kalani le gritaba a Philippe en un susurro que corriera mientras ella se marchaba de allí, tratando de no apretar demasiado el paso.

Pronto habría un cartel pidiendo una recompensa con su nombre pobremente deletreado y tal vez la palabra bruja escrita entre un numero de exclamaciones a todas luces excesivo.

Rescatar a idiotas de su propia estupidez, pensaba, era muy poco gratificante. Eran demasiado ingeniosos a la hora de tenderse trampas a sí mismos y sólo sabían ir en una dirección.

Además, ante la horca la estupidez les hacía creerse jueces y no verdugos. Ahorcado incluido.

LAS REFLEXIONES DE GILDO

Tantos libros

Nunca había tenido tantos libros nuevos. Aunque sería justo decir que cuando llegaron los últimos ya había leído el primero: Berta Isla. Que no era el primero que había pensado leer, sino Tomás Nevinson, también de Marías. Pero al mirar la contraportada y leer que Nevinson era el marido de Isla, y siendo que Javier Marías es uno de mis escritores favoritos –aunque tenía algunos años sin leerlo (tres quizá)–, sabía que Berta Isla era el nombre de ese otro libro suyo. Así que para poder leer a Tomás y disfrutarlo sin peros, debía antes leer a Berta, y claro, ir por el libro primero, que no llegó solo, sino con uno de Saramago (el segundo de mis escritores favoritos junto con Marías) para poder recibir un descuento de cien pesos por la compra previa del de Nevinson y los que lo acompañaron.

Ese primer libro, Tomás Nevinson, vino junto con otros cuatro como el regalo navideño de mi madre, que no pensaba regalarme libros, sino unos tenis, que le dije no necesitar. Claro que tampoco necesito libros en sentido estricto, pero es un lujo que en ese momento me podía patrocinar mi madre.

Como ya mencioné, llegó luego ese par de dos de mis favoritos (el otro es Gavrí Akhenazi), y todo el asunto de adquirir material de lectura parecía cerrado. Pero por mi cumpleaños Gil me regaló dos libros de Mario Vargas Llosa, entre ellos Conversación en La Catedral, libro que anhelaba leer pero que no había encontrado, y que pude leer ya.  

También por mi cumpleaños mi hermana me obsequió una tarjeta de regalo de esa misma librería. Y podía escoger otra cosa que no fueran libros pero libros fueron. Mi madre me dio dinero y dijo como para que no me queje de que no me conoce, como cuando olvida luego de más de cuarenta años que no me gusta la cebolla cruda, entre otras cosas; «para que te compres un libro». 

No es que sea demasiado obediente, pero tenía pendiente una visita a la librería para hacer válida mi tarjeta de regalo, así que fui tan pronto como pude. Hay hábitos consumistas que todavía me dominan. Aunque del dinero de mi madre sólo pensaba gastar la mitad en libros, y así había sido, hasta que estaba por pagarlos. Voltee a ver paquetes de libros por mera curiosidad y me encontré con un envuelto de seis libros de Xavier Velasco. Y por la misma lastimosa curiosidad, tomé el paquete y miré el precio, que debí mirar dos veces tras no creerlo la primera vez, y soltar una obscena exclamación de felicidad: $410.

No había leído cuatro de los seis libros de Xavier pero ya no llevaba dinero suficiente. Y mi paranoia me hizo pensar que si no regresaba al día siguiente alguien más se llevaría la grandiosa oferta, dejándome con un palmo de narices y tantos «si hubiera» en la cabeza, como tantas veces. Era tanta mi emoción paranóica que no había notado que podía obtener otro certificado de $100 de descuento por esta compra al volver al día siguiente. Lo noté a tiempo.

Sólo había que buscar algo barato para completar los $500 pesos de compra que piden como mínimo para descontarte los $100 de la compra anterior, y en la mesa de rebajas encontré dos ediciones baratas de Stevenson y Dostoyevski para completar mi compra. Me dispongo a pagar y el cajero me dice que no puedo hacer válido el descuento, pienso que al estar tan rebajados los libros de Velasco es imposible que me descuenten más, en mi cabeza lo acepto, no importa, me los llevo. En principio no comprendo cuando el chico de la caja dice que me hace falta llevar más libros porque para hacer válido el cupón debo comprar $500. 

Sigo sin entender, hasta que dice que el paquete de libros sólo cuesta $249. Supongo que mi cara mostraba una felicidad inmensa e incomprensible, y le digo que espere, que voy a buscar algo más para completar la compra, todavía con esa sensación de alegría extrema que a veces ante estos chispazos llega y nos sorprende. Salí con diez libros por poco más de $400 (unos 20 dolares). Demasiado feliz.

Supongo que tengo para unos tres años de lectura, no leo tan aprisa y la tercera parte del año el futbol americano secuestra mi atención tres noches a la semana. Y como casi todos los que disfrutamos leer también tengo algunos libros sin abrir que deben estar algo celosos.

NARRATIVA

Gavrí Akhenazi – Israel

Floración de la nieve

Album de la tropa

Nevó largamente.

La llanura minada se convirtió en el exótico lomo de un armiño y durante los días sin sol, fue aquello lo único que uniformara el paisaje hasta que la mirada daba con los bosques de niebla: una sedosidad blanca, que fulgía.

Todo en los ojos era aquella quietud, leve y helada, que ocupaba los hombros y las barbas, los gorros y las manos, los rincones, desde el alba a la noche y desde la noche al alba.

Los niños del páramo jugaban a armar figuras a las que colocaban pipas de palo y manos de ramitas sin hojas. Bautizaban a todos sus muñecos con nombres milicianos y les cantaban himnos o inventaban para ellos marchas de desfilar.

Los hombres reían con los niños y sus ejércitos de muñecos de nieve y jugaban con ellos, como niños.

La vida iba pasando hecha de luces blancas y fuegos de artificio en los cielos lejanos que no estaban ahí. Podía verse en la noche el resplandor desde el páramo alto.

Era la guerra, que pervivía iluminando la noche como largos incendios que tronaban sobre otras distancias, casi en otros mundos con historias ajenas a la del Pueblo de los Siete Campanarios.

El sacerdote era un ministro hábil. Sabía hablar a la gente con una lengua rápida, seductora y sensible y golpes de timón efectistas y productivos.

Enseguida tuvo un templo para que todos oraran y un aula, para recuperar a tanto niño para Dios en base al catecismo.

Revolvió por sí mismo en el arcón del párroco anterior y se hizo con todo lo que pudo para que su función al frente de la grey tuviera calidad religiosa suficiente.

Puso a los hombres viejos de habilidad mediana a restaurar los íconos en las paredes deshechas por las bombas y con la ayuda de los dos pescadores que lo habían rescatado del mar, recuperó el campanario de los muelles que en el último ataque había perdido por los suelos su campana, cuando la artillería alcanzó el yugo. Echándola a vuelo, dio por bendito al pueblo renacido del último desastre.

Bendijo también el sobredimensionado camposanto detrás de la capilla-barraca miliciana y celebró por los difuntos, por los vivos y por los heridos todos los oficios que las mujeres le pidieron.

A Don Miros, como lo llamaba ya la gente, le gustaba pasear por los puestos de guardia de la boca del puente.

Llegaba con la siesta a saludar a los milicianos y se quedaba con ellos hasta un rato antes del atardecer, jugando cartas y contando anécdotas. Los hacía rezar antes de irse.

—Usted más que un sacerdote, parece un contador de fábulas —le había dicho Jael uno de aquellos días en que Don Miros entretenía a su tropa con pequeños relatos y transformaba a tanto hombre golpeado en tímidos muchachos que reían.

—La vida está hecha de fábulas, amigo mío —respondió el sacerdote, que tenía una sonrisa inhóspita a pesar de la afabilidad constante de su rostro–. Malo del hombre que así no lo comprenda ¿Cuántas veces tendrá que repetir su moraleja?

—Supongo que esa es la condición humana. El analfabetismo vital y vitalicio — replicó Jael y se alejó del grupo, porque entre Don Miros y él la empatía parecía imposible de concertar.

El sacerdote lo siguió con los ojos, distrayéndose momentáneamente de los demás milicianos que bromeaban.

Ya Irena le había comentado que el comandante Jael era un hombre difícil, de respuestas complejas y de actitud cínica, con el que era más que dificultoso simpatizar, porque él no lo permitía.

«No lo intente», había agregado Irena «Él levantará una barrera si lo hace. Debe esperar que él se acerque a usted».

A Don Miros la muchacha le pareció sabia e intuyó que hablaba por su propia experiencia.

—¡Tibor! ¡Binoculares!

Todos los hombres levantaron los ojos y el mocetón corrió con los prismáticos hasta su comandante, que observaba fijamente la línea entre el bosque y la planicie.

También él vio que algo se movía en un bloque disperso, como muchas partículas que fueran adentrándose en desorden hacia el manto de nieve.

Los demás milicianos tomaron sus armas y ocupa-ron sus puestos, tratando de enfocar en la distancia esa nueva incursión del enemigo.

—Parecen animales desde aquí —murmuró el sacerdote—. Ciervos tal vez.

Jael retiró los binoculares de sus ojos.

Una vaporosa máscara de aliento le envolvía los gestos que no hizo cuando apoyó su mirada sobre toda la tropa en posición.

Le extendió los prismáticos a Tibor y el muchacho enfocó nuevamente aquella mínima marea que avanzaba como un confuso éxodo de hormigas.

—¿Son personas? —se preguntó el joven— ¿Soldados?

—Marchan muy desordenados para ser una patrulla. Desertores quizás. De cualquier modo, aún están muy lejos. Hay que dejar que las minas hagan lo suyo. Nos encargaremos sólo si alguno sobrepasa la línea de minas.

—¿Y si no fueran soldados, comandante?—quiso saber Don Miros—¿Si fueran personas…civiles solamente?

—Mala suerte.

El sacerdote se evitó las muecas y solamente extendió la mano hacia Tibor, con un susurrado «¿me permites ver?», que el muchacho acató luego de un gesto afirmativo de su comandante.

—En cuanto estallen las primeras, entenderán que no se puede pasar –aclaró Jael, echándose aliento en las manos heladas que el frío le entumecía hasta hacerle perder la sensación de tenerlas.

Las sacudió varias veces, tratando de recuperar la movilidad que el agarrotamiento entorpecía y tomó su lugar frente a la nueva contingencia.

—Haga usted de vigía, iepiskop. Espero que no se impresione cuando vea volar tanto pedazo.

—No soy obispo, comandante —aclaró dulcemente el sacerdote, sin dejar de mirar lo que miraba.

—Igual están muy lejos. Se va a ahorrar el horror. No va a distinguir nada hasta que lleguen a las líneas antitanques —siguió diciéndole el comandante, sin mirar a Don Miros, con un tono metódico de pocas inflexiones—. Ya habrán volado varios para entonces… así que dejarán de avanzar.

En los ojos del sacerdote, las figuras sobre la nieve parecían ya zorros, ya conejos. Mínimas manchas oscuras, por momentos visibles o invisibles.

El sonido rotundo y explosivo se propagó vibrante por el aire, al tiempo que la nieve se elevaba de forma repentina, igual que un resoplido blanco desde lo más profundo de la tierra.

—Empezó el show —comentó el comandante y todos los hombres fijaron sus ojos en las miras y apuntaron al grupo, mientras desde los bosques se alzaban chillando los pájaros, en círculos.

Una segunda explosión se propagó como un temblor de tierra.

—Comandante… creo que tiene que ver esto —farfulló el sacerdote que observaba el decurso espantoso de los hechos, con un gesto alelado.

Jael extendió una mano y recibió los prismáticos, sonriendo mordaz con un mal pensamiento en la sonrisa sobre la curiosidad del sacerdote.

Las manchas corrían ahora, desbandadas.

Perdida en la manta nivosa, una estampida de pequeños muñequitos oscuros corría hacia adelante, como si el viento despetalara una flor seca.

Hubo más estallidos y más nieve, mientras los milicianos fijaban intensamente en sus miras al objetivo que corría hacia ellos, en una desquiciada e imposible empresa.

—Son civiles —aventuró alguien, entre el resto que observaba el desorden del avance.

—Son niños. Maldición… maldición… No puede ser. Son niños.

Hubo un enorme silencio entre la tropa. Un silencio invencible en los fusiles, en las nubes de aliento y en la escarcha, luego de los dichos de Jael.

El comandante bajó los prismáticos como sus hombres bajaron las armas.

Permanecieron todos mirando hacia adelante, donde seguían estallando minas que sembraban de sangre la nieve removida.

(Del libro: «La muerte sobre el páramo»)