Ovidio Moré – Cuba

De mis errores

Me gustan mis errores, no quiero renunciar a la libertad deliciosa de equivocarme.
Charles Chaplin

Me equivoco a conciencia muchas veces,
no me importa mostrarme equivocado,
no nací siendo un ente iluminado:
fui borrego en rebaño de mil reses.

Me arrepiento de algunas idioteces,
porque vi que quedé bien retratado
como el tonto del bote y esquilmado
por meter la nariz en otras mieses.

El consejo de Chaplin yo lo asumo,
a mí también me gustan mis errores
porque aprendo de ellos y me crezco.

Me la suda el pastiche con su grumo,
me han tirado otras cosas aun peores
y aquí sigo, tan pancho y más que fresco.



Quinteto sin nombre

v

Avatares del destino
se enredan en nuestros pasos
y todos son como ocasos
de soles en el camino.
El hombre es un inquilino
en esta tierra marcada
por la desidia y la espada
de la inconsciencia de otrora.
Si queremos nueva aurora
hay que empezar de la nada.

vv

Es cierto, la estrella está,
aunque el cielo nuble todo,
pero siempre encuentra el modo
de eclipsarse más allá.
Ya nunca me alumbrará
con los ojos del amor,
porque sembrado el temor
Ha  quedado en mi mirada.
Siento que no valgo nada,
que sólo fui un soñador.

vvv

En  este cielo trascribo
con letra de nube clara
que si en la lluvia bajara
la montaña yo derribo.
Con el pie sobre el estribo
galopo en veloz caballo;
gritando voy y no callo
porque callar me hace vil.
Atrás quedó lo servil,
ya nunca seré un vasallo.

vvvv

Espero la eternidad
como espero una palabra,
que surja al verso y se abra
tras cualquier adversidad.
Las espero en la oscuridad
De los rincones vacíos
Y la espero en los navíos
Del corazón si zozobra.
La espero aunque sé que cobra
por todos los extravíos.

vvvvv

Hablé del horror un día
y tanto hablé que sentí
el horror dentro de mí
dejando el alma vacía.
Lo recuerdo todavía
bajando como un dolor,
y a cada paso un temblor
sacudía mis entrañas,
como si miles de arañas
Crecieran en mi interior.

Rosario Alonso – España

Escribo

Escribo desde el alba de la vida
con tantos claroscuros en los ojos
que soy de luz y sombra.

Me anclo en la blancura y me convierto
en su extremo más claro
y allí, hipersensible, escapo a otros contornos
donde nada me duela.

Escribo con la llaga de los días,
con el blando almohadón de la ternura,
con las manos abiertas,
con la boca torcida,
con mi poco universo donde a veces no quepo.

—Un péndulo incansable que no para—.

Escribo cuando lloro y cuando río,
cuando cierro los puños,
cuando pretendo abrirme las ventanas,
cuando sueño,
cuando salto al vacío de tus ojos
como un suicidio blanco.

Escribo porque sé que si no escribo
los ojos se me cierran como a un muerto.

Silencio

Todo es silencio
aunque hable la noche con su lengua de agua
riñendo con la acera,
o escuche en mi ventana andares solitarios
embriagados de alcohol o desconsuelo.

Todo es silencio a pesar de los ruidos
a pesar de los muebles que rasgan su madera
y de los radiadores.

Todo…
porque ocupan mi mente
tus últimas palabras,

y hoy la noche no existe.

No siempre

No siempre, pero a veces
me enfrento con el fondo más triste de la noche
desde el luto que cierra mi garganta.

Todo se vuelve grito que callo entre las sombras
arrullando en mis ojos los recuerdos
de las noches en vela.

Y es que no me acostumbro
al vacío que mece en su butaca
la orfandad que me envuelve
como un viento que llora.

Regresa la costumbre, la de siempre,
y me trago los gestos
y un complejo de claves, un idioma,
que adapté a sus olvidos,

Aún quedan palabras en mi lengua
carentes de remite.

Si lloran

Si lloran por llorar, como costumbre,
sin que haya motivo para el duelo
fingiendo con la piel del desconsuelo
que no existe una luz que los alumbre.

Si llevan en la boca la quejumbre
que escupen sobre ti y en su pañuelo
a la espera de verte por el suelo
muriéndote de pena y pesadumbre.

No dudes en marchar con paso raudo
y alejarte hasta estar a buen recaudo
de su música gris y lastimera

pues no cejan jamás, ni lo pretenden.
Si ignoras su llantina hasta se ofenden
al no saber vivir de otra manera.

Pabellón 5, por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Lunes y martes. Vamos exponiendo nuestras desgracias, disciplinadamente. Cada cual, a su turno, va explicando por qué es el ser más infeliz del planeta y de la historia. Indiferencia, ingratitud, e incomprensión rellenan todos y cada uno de los discursos. La competencia es dura, dolor tras dolor edificamos una espiral de horror en la que sólo el más carenciado de todos podrá coronar lo ilimitado con un último destello, mediante un cartelito puesto al final que indica, a un mismo tiempo, tres mensajes: “hombres trabajando”, “curva peligrosa”, “camino en construcción”. Al final de cada jornada, comentamos lo agotador que resulta ser desgraciado.

Miércoles y jueves. Ser elegido el más desgraciado del grupo, supone la frustración de todos los demás participantes, por lo que se genera un resentimiento colectivo que no tiene desperdicio. A manera de venganza, respuesta, o contraindicación, comenzamos entonces a buscar la peor desgracia ajena. Como lo que nos pasa no ganó la prueba anterior, exponemos simplemente desgracias ajenas. Aquí, aunque la línea es la misma, el color va definiendo a los campeones. Hambre, pestes, guerras, violencia, telenovelas, van siendo elaboradas con una marcada renovación, lo que nos permite sentirnos orgullosos, íntimamente, unos de otros. Finalmente, siempre declaramos este premio desierto.

Viernes y sábados, Ya todos estamos listos para el mejor de los juegos, el de los opuestos absurdos. Aquí nos juzgamos impúdicamente, y gana la partida quien destruye al oponente. Cada cual expone un discurso, que es contestado, y se participa en parejas. Hay discursos de una frase, que resulta en una contestación de una hora, y viceversa. La otra vez, por ejemplo, cuando Coplard expuso su teoría del suicidio de Storni, Yisel sólo contestó “yo tampoco”, y se ganaron la jornada. En otra oportunidad, Lili no dijo nada, y Wilfred, comenzando con un “¡Exacto!” contestó cincuenta minutos de respuesta. Ganaron.

Domingos. Aquí se vuelven a revisar los procesos anteriores, pero resumidamente. Volvemos a repasar las desgracias de cada uno de nosotros, las ajenas, y los absurdos. Se revisan los resultados, se analizan las propuestas, y si cabe, se regulariza la situación. Luego de estas revisiones, los ganadores a veces son cambiados. Es la jornada más intensa, pues reescuchar, sobre todo aquello que no se quiere volver a escuchar jamás, sí que implica una capacidad de dación que sólo en este pabellón puede ocurrir. Es por esto que cuando terminan las revisiones, nos ponemos esa cara de docto que nos hace despreciables.

“Fondo y forma” dicen nuestros uniformes, y las palabras “límite y distancia” están bordadas en la funda de nuestras almohadas. En un momento, que nadie sabe bien cuándo se da, nos quedamos en silencio, decimos “seis” (y, al hacerlo, decimos, adelante, atrás, izquierda, derecha, arriba, abajo) con los ojos cerrados, y correteamos en un espacio en el que ni vemos ni podemos ser vistos, pero en el que siempre podemos intuir y ser intuidos.

Es ahí que lanzamos la cuerda y el gancho, una y otra vez, cada día de la semana, sabiendo, como sólo nosotros, que escapar difiere de buscar.

Acerca de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

¿Fashion victim o Fashion executioner?, por Mabel Lemos

Hablando en cristiano,  ¿victima de la moda o verdugo de la moda?… ¡he ahí la cuestión!

Reflexionando sobre el mundo de la moda y la proliferación de blogueras, más que setas en el campo y al igual que éstas, difícil de discernir las venenosas de las inocuas. Cavilaba en las nuevas circunstancias que imperan, el poder del blog y sus designios, cuyo nivel de popularidad  y referencias se basa en el mayor número de acólitos, fervientes seguidores de cada coma, punto y coma, especial hincapié en los dos puntos y punto, del nuevo gurú. Provistas todas ellas de dispositivo móvil, ordenador y espejo (sin este último, imposible hacerse hueco en los top ten), posando sublime ante él con el conjunto divino de la muerte que proponen. Si hubiera pillado estos tiempos la madrasta de Blanca Nieves, sin lugar a dudas, sería bloguera. Y no me estoy refiriendo, a aquellas que gestionan un comercio de moda y crean un blog con el fin de dar salida a sus colecciones. Estas merecen todo mi respeto, no engañan a nadie, ni tan siquiera a sí mismas. Defienden sus intereses, sus gustos y su medio de vida.

Lo triste, injusto o tal vez engañoso, es que gran parte de la gente que se dedica a ese mundillo no tiene ni conocimientos, ni experiencia, ni tan siquiera criterio propio… Si, digo bien, porque el criterio que marca sus tendencias, sus fotos, escritos y alabanzas son los intereses comerciales de la industria de la moda: los regalos, promociones, invitaciones… Esas prebendas son las que hacen que inclinen su balanza a este o aquel producto.

En fin, una lástima que las últimas tendencias, las ventas, los dictados de la moda, ya no dependan del buen hacer de profesionales, ni de la experiencia, ni de los expertos en crítica, ahora tan solo dependen del blog y el poder de convocatoria, oratoria y retórica de una maruja sin oficio pero está visto, que con mucho beneficio. Estamos en la era del MARUJAPOWER.

Acerca de Mabel Lemos

Yo elijo —siempre— / De: Inventario / De: Dí-antes, por Rosario Vecino

Yo elijo —siempre—

I

¿en qué momento les vendí mi plexo
o dejé entrever que quería sus lisonjas?

no necesito que nadie se meta en  mi basura

yo puedo ver en los ojos de los  otros

los puedo olfatear

soy como el buitre
nadie puede esconderme su carroña

me agotan sus abrazos de caros perfumes
me dan gracia esos pelos arreglados
quietitos
a la moda

no me torturen más ,yo no soy de su élite
mis paredes se caen a cada rato

no me molestan las cortinas rotas
porque no las veo

creo que nadie me ha entendido aún
 no es cuento lo mío
soy alguien que muchos ni querrían ver

no me «creen» a su semejanza
no tengo referencias  para mostrar

II

si acaso aguantaras uno o dos round
sin axiomas que te quiten el riesgo a equivocarte
podrías sentir mi olor a nunca

quizás hasta rozaras
esta  lujuria anestesiada por el tiempo

si acaso tuvieras adentro la pureza
de escupir con rabia esa  hipocresía

podrías descubrir que en los subsuelos
también nace una flor en un «pecado»

pero eso no es posible y te juro que lo entiendo

eso solo es para gente rara
insanos, harapientos

vivos

no es para  muertos tan sensatos como vos

De: Inventario

en el país de mi esqueleto

hoy

no se le da asilo a la idiotez
de ayeres y mañanas inasibles

en mi nación sin líneas paralelas

hoy

caben todas las sensaciones
todas las caricias que estaban empacadas

en el país de mi autoestima

hoy

rompí mi pasaporte
junto a un par de pasajes al apego

hice implosión

y en cuestión de dos o tres suspiros

murieron de polvo todas mis fronteras

De: Dí-antes

¿Por qué estás cabizbaja? Fue mucho lo que hiciste,
porque te diste toda y tu dolor de parto
ya cumplió veinticinco, dejala que se busque,
mirá que todavía no estás muerta, metele.

Hermana, la pifiamos; nos bajamos del mundo
y hoy somos dos extrañas que no saben ni cómo
encontrar el camino de aquellas mariposas.
Ay, mujer, ¿dónde estamos? Se nos borró el sendero.

La ignorancia ha logrado que siempre los prejuicios
nos taparan con humo el derecho a ser hembras
y no solo cordones dando vida a otra vida.

Sé que te asusta mucho que te hable así, de bruta.
Es que te veo, amiga, inventando emociones
que hace rato perdimos. Pero dale, ¿quién sabe?

Acerca de Rosario Vecino

Aire: libro de poemas de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo, por Ruffo Jara

Consíguelo en: www.lulu.com

Ficha del libro

Título: Aire
Autor: Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Publicado: 17 de Junio de 2014
Género: Poesía
Edición: Primera
Editor: Dualidad 101 217
Páginas: 226
Encuadernado: Libro en rústica con encuadernación americana
Tinta interior: Blanco y negro
Peso: 0,39 kg
Dimensiones en cm: 14,81 de ancho x 20,98 de alto
ISBN: 9781291890815

Prólogo del libro

La poesía paraguaya, a pesar de su todavía relativamente escasa proyección a nivel internacional es, sin embargo, rica en escritores que supieron plasmar los sentimientos y emociones tanto buenos como malos, alegres o tristes, y las virtudes y hazañas que forjaron a su pueblo y su historia, con la particularidad de que esa poesía ha sido y es expresada tanto en castellano como en nuestro idioma vernáculo, el guaraní, algo que le otorga una dimensión diferente, permitiendo elevar de esa manera su poder de expresividad.

Silvio Manuel Rodríguez Carrillo pertenece a la nueva generación de escritores paraguayos y es, sin lugar a dudas, el más prolífico de cuantos han nacido en esta tierra sudamericana, a pesar de su juventud, que en este caso no es equivalente a inexperiencia.

Conozco a Silvio desde hace mucho tiempo y aún recuerdo cuando ya de muy jovencito garabateaba escritos en hojas de papel, en alguna agenda, o en cualquier espacio en blanco que llegara a encontrar. Ese impulso de decir, esa sed que sólo se apaga con bolígrafo y papel en mano, ya los tenía incorporados desde siempre, digamos, como una suerte de estigma, como una urgencia apremiante que lo lleva inevitablemente a un constante retorno a sí mismo, a sumergirse dentro de sí una y otra vez para reencontrarse y encontrar en su alrededor nuevas facetas que amplíen y afinen su mira de la realidad multidimensional.

“Aire” es parte de una serie que el mismo au-

tor denomina “Los elementales”, de los cuales tres ya salieron a la luz y el cuarto está en preparación. Pero este libro en particular es una versión nueva y retocada del original y nace doce años después de éste. Digo versión nueva porque los poemas están estructurados en base a métricas bien definidas que dan lugar a diferentes formas poéticas a lo largo de los cien poemas que componen el libro. El autor se propuso hacer esta revisión pero conservando en lo posible el fondo que subyace dentro de cada escrito y vistiéndole con un ropaje nuevo. Una apuesta para nada fácil y una tarea que puede llegar a resultar agobiante, si se tiene en cuenta lo complicado que debe ser volver a sintonizarse con ideas, pensamientos y experiencias que se vivieron tanto tiempo atrás.

De todas maneras el trabajo resultó óptimo. Desde mi punto de vista, “Aire” resulta un libro que roza lo genial. La vastedad temática, la densidad del contenido, la perfección del continente, el tremendo despliegue emocional y la fuerza trascendente que arrojan las ideas, hacen que el lector quede atrapado en esa complejidad que se nutre de las espléndidas y misteriosas profundidades de lo más íntimo del ser. Pero así, atrapado, es como uno debe estar para, a medida que se vayan encontrando las claves a los complejos mensajes que abundan en el poemario, poder ser capaz de comenzar también un crecimiento a la par de lo que Silvio propone, pues en materia de conciencia, lo difícil expande, mas lo ligero entorpece.

Silvio busca, recorre, bucea, serpentea, vuela y grita sus certezas. Todo para él puede convertirse en aprendizaje y desde ese aprendizaje generar una espiral ascendente en donde el límite se pierde de vista en las alturas. Él tiene mucho de arcano, de hermético, de profeta y de filósofo, pero sabe que lo espiritual no puede separarse demasiado de lo material y así, elabora una poesía que oscila entre lo alto y lo bajo, entre el ruido del mercado y el silencio de una ermita, entre el ritual de las ceremonias antiguas y el griterío de un gol en las gradas; en fin, entre lo que él mismo gusta llamar “almacén y monasterio”, desmintiendo la creencia de que en lo burdo no se encuentra también la divinidad.

A veces es difícil encontrar una exacta división entre lo concreto y lo metafísico, dado que lo que se ve obstaculiza de muchas formas la captación de lo suprasensible. Sin embargo, siempre queda esa sensación de sorpresa al toparse con alguna idea o frase que remueve desde dentro una verdad que definitivamente nos completa. La intuición dormida se despierta en esos momentos y es como si cayéramos en cuenta de algo que ya sabíamos o al menos lo sospechábamos. Así me ha venido ocurriendo desde que comencé a leer a este extraordinario escritor, un constante hallazgo de perlas raras, colores inusuales, imágenes de un “nosotros mismos” en otros planos.

Y es eso lo que genera la lectura de “Aire”, un completarse cada vez más, momento a momento, de manera recurrente y a intervalos cortos, porque lo que se dice aquí es mucho, quizá demasiado, y los endecas, alejandrinos, sonetos, décimas, romances, etc., brillan con una luz tan intensa que son capaces de cegar a quien no lleve algún tipo de “filtro” para tamaña luminosidad.

Poeta trascendental, así podría llamar a este sutil y profundísimo escritor, que en cada palabra, en cada verso va dejando una parte de él, un pedazo de su propia vida, para que nosotros tengamos el beneficio inmenso que se obtiene de los que buscan, encuentran y en lugar de guardar ese hallazgo sólo para ellos, lo comparten.

Ruffo Jara

Cuestión de equilibrio / La libido textual / Vanguardia / Ábrete vida, por Morgana de Palacios

The Morrigan, por Jessica Galbreth

Cuestión de equilibrio

A mí me tocan los malos
como a las dulces los buenos,
los asesinos me tocan
los torcidos, los rastreros,
los amargados profundos,
los pozos de desespero.
A mí me tocan los hombres
más oscuros y siniestros,
los de la ira en la boca
y el maltrato entre los versos,
angustiados dominantes
con la lengua de escalpelo
y una serpiente pitón
durmiéndoles sobre el pecho.

A mí me tocan halcones,
cuervos, buitres carroñeros,
como a otras con más suerte
tortolitos abrileños
con las tragaderas amplias,
limpitos y bien dispuestos
que no levantan la voz
ni te alborotan los sueños.

Me tocan los afilados,
los que cargan los acentos
en la cara de la vida
que se oculta al pensamiento.

Los torvos que deambulan
por el bajo astral del cuento
y ajustan todas sus cuentas
sin pedir cuentas al viento.

Los locos y los suicidas,
los kamikazes de acero,
los que esconden en el alma
un arsenal de misterio,
los malditos no poetas,
los gurús de mal agüero,
los arúspices que en prosa
te desentrañan el cuerpo
y se vengan del amor
con los gritos del silencio.

Y así podría seguir
hasta el fín del sentimiento
hablando de hombres capaces
de provocar aguaceros
que te anegan los instintos
mientras se arrancan el cuero
y te lo ofrendan sangrante
alguna vez que son tiernos.

Y no me asusto ni espanto
ni se me eriza el cabello
ni trastabillo furiosa
ni me acobardo ni rezo
ni temo a dioses menores
aunque tengan ojos negros,
porque es cuestión de equilibrio
y hasta es justo que en el tiempo
a una muerta como yo
sólo la quieran los muertos.

La libido textual

No toca techo la libido textual
y sólo toca fondo
si se abre de piernas a la muerte,
deriva
salta
gira
se deprime
se le quitan las ganas y recupera el ansia
violando silencios
pese a las alambradas de la mente.

Mata la realidad que no le excita
y la recrea, tan en exclusiva,
que entra en erección al roce de las letras
suspira
llora
gime
 y se refleja
en la húmeda piel de los orgasmos.

Una sigue escribiendo, embarazada,
vulnerabilidades
y dando a luz los monstruos de la tinta
como si un padre oscuro los amara.

Ábrete vida

Ábrete, vida,
y admite que la muerte va contigo,
unida a la virtud como el pecado.

No tengas miedo, vida,
y ábrete,
que no te desbarate el maltrato del tiempo
imponiendo cerrojos a tus puertas.

Humedécete, vida,
ábrete
de ojos y de piernas,
de misterios,
que tengo que explorarte todavía
con la inocencia rota
y los dedos de agua.

Hasta el olvido, vida,
á————–bre————–te
y cumple tu función de prostituta
que voy a penetrarte con todos los sentidos
como si fuera un hombre enamorado.

Ábrete, vida,
ahora
que tocan a rebato las campanas
de todos mis silencios.

Vanguardia

Yo no voy con las modas,
no me adapto
a su veneno tópico y efímero.

La vanguardia soy yo, desde intramuros,
auriga de mi tempo
y nadie va a decirme qué registros
he de emplear, qué fibras
he de tocar,
qué pedante origami
he de poner en vuelo para darle
placer a algún estúpido aburrido,
ni cómo seducir una mirada.

Yo salgo con mi jaula vacía
a las calles de todos
a los campos de nadie
en busca de los pájaros del sueño
que alguna vez insomnian en mi lengua
antes de suicidarse
en algún viento alisio atormentado.

No me derramo en lágrimas
por prescripción de algún facultativo
ni río, escandalosa,
después de haber vaciado
la botella del ansia.

No me sujeto a voces moralistas
ni me escudo
en la crudeza estética del trampantojo porno,
y no ando, famélica,
a la caza de reconocimiento,
como pueda pensar la muchedumbre
de poetas esclavos de la gloria.

El rostro de la fama, inexpresivo,
no me atrajo jamás.

Soy la caligrafía del silencio
que íntimo me grita,
cuando quiere vivir de muerte súbita,
orgasmo en la garganta.

Un graffiti pulsante en algún muro
que el tiempo borrará
sin una duda.

Acerca de Morgana de Palacios

Rebelión / Honestidad / Insensibilidad / Resurrección, por Mariví González

Rebelión

Hoy no voy a fingir, no voy a ser
un pilar de cordura que soporta
toneladas de escombros.

Mi boca es un cajón lleno de bastas.

No tengo ganas de volverme lluvia
ni de inventarme dócil,
ni quiero ser el apellido manso
del nombre de un ciclón.

Me duelen demasiado las rodillas
de arrastrarme en el barro del aguante
sin pegar cuatro tiros al silencio.

No contaré hasta diez una vez más,
se sublevó el hartazgo de mis hombros
de tanta sumisión que se callaba
todos los desacatos.

Hoy
no tengo ganas de morir de espera
ni de atrapar distancias,
ni de abrirme las venas de la angustia.

Ni quiero otra tristeza para la colección.

Así que me proclamo como un grito,
una enajenación que no concluye,
un huracán de olores a tormenta.

Un espécimen raro que se atreve
a romper el estúpido sosiego
de la resignación.

Honestidad

Se ha vuelto a quedar sola, despojada,
en otro déjà vu descalabrado,
con los dedos vacíos de otros dedos
y los ojos resecos de costumbre.

Sólo dice verdades sin rincones,
sin escudos ni sombra agazapada,
pero vierte su voz en solitario
e insiste en despeñarse en precipicios
donde aguardan melosas las mentiras.

No logra acostumbrarse a tanta trampa
enterrada en esperas, ni comprende
tanto mayo matando mariposas,
tanta esquina vestida de llanura.

Quizás es porque siempre fue descalza
y no sabe jugar a los disfraces
ni a promesas con sílabas de olvido.

Quizás sea su eterna desnudez.

Pero a estas alturas de la nada
conoce cada palmo de la ausencia
y se muerde los labios de la fe
tragándose su sangre entristecida.

Y encuentra su refugio
en la indulgencia de su nombre limpio.

Insensibilidad

Empieza a hacerse tarde en lo sensible,
se endurecen las cosas y los mundos
de tanto no abrazarlos, de tanta dejadez
acumulada en las esquinas frígidas
por las que el tiempo huye.

Ya no hay templos que recen al futuro,
ya no hay que llamar a gritos al olvido.

Va pasando el silencio y a su paso
deja un rastro de frío inconmovible
que impide transparencias.

Se erosiona la magia,
palidece el asombro,
se congelan los ojos de la sangre.

Empieza a hacerse tarde en los recuerdos
y hay una piedra más sobre la nada.

Resurrección

Cuando todo parece inevitable
y nacen madrugadas de mis dedos,
cuando toco la sombra de los miedos
justo entonces me vuelvo inagotable.

Cuando quieren hacerme despreciable
y se anudan con fuerza los enredos,
cuando el negro me cubre hasta los credos
resurjo como un ave, inexorable.

Y aunque puedan mis alas de cristal
parecer cicatrices que naufragan
la ternura del viento me hace fuerte.

Porque no existe nada más real
que estas ganas de vida que me embriagan
después de cada herida y cada muerte.

Acerca de Mariví González

Revista Ultraversal edición número 2

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Editorial » El asunto del rol en la narrativa convencional » Por Gavrí Akhenazi

Sumario

In memoriam » Vicente Mayoralas » Por Isabel Reyes Elena
Prosa » Textos Exclusivos » Por Rosario Alonso
Reseña » Hojarasca al este de New York: un libro de Alex Augusto Cabrera » Por Arantza Gonzalo Mondragón
Poesía » Patio de luces / Gusanitos de luz / En blanco y negro » Por Juli Mediavilla
Artículo » Recursos literarios (segunda entrega) » Por Enrique Ramos
Poesía » Recuerdos  » Por Leo Zambrano
Prosa » Mundo biblios / Metamorfosis » Por Eva Lucía Armas
Poesía » La vida en blues / Ceguera del agnóstico / Ha pasado un ángel » Por Jordana Amorós
Los juegos del hambre » No es lo mismo predicar que dar trigo » Por Gavrí Akhenazi & Morgana de Palacios
Poesía » No volveré a ser poeta / Haikúes / A pluma rota / Solus coniuncti, possumus » Por Manuel Martínez Barcia
Artículo » Relecturas » Por Gerardo Campani
Poesía » Como por Ella entonces / Sumando en armonía / Donde habita el olvido / Tan fértil » Por Mercedes Carrión Masip
Entrevista » Rosario Vecino » Por Rosario Alonso
Reseña » La mínima rebelión de la crisálida: un libro de Mariví González » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Poesía » De mañana / Viento del norte / Recuerdos del Edén » Por Javier Garrido Ramos
Prosa » El “Escalado” » Por Luis García Centoira
Poesía » Duelo por piratas / La fuerza oscura de la luz 1 & 2 / De finales sin principios / Sigo » Por Jorge Ángel Aussel
Artículo » Comenzar a escribir » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Staff

EDICIÓN NRO. 2 – SEPTIEMBRE 2015
Dirección general
Subdirección
Redacción
Diseño & diagramación
Ilustración de tapa
Aspid con ibis y escarabajo

Autores que aparecen en esta edición
Enrique Ramos
Leo Zambrano
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Editorial de la edición número 2 de la Revista Ultraversal, por Gavrí Akhenazi

El asunto del rol en la narrativa convencional

Cuando un escritor enfrenta el desarrollo de la idea narrativa y debe comenzar a plasmar todos los detalles que compondrán el texto, descubre que el trabajo de explayar una idea tiene resortes mucho más complejos que no se contemplan dentro de la idea original, que es lo mismo que una semilla.

Un escritor tiene una idea o sea una semilla.

Sabe por ejemplo que es una semilla de cerezo  y tiene más o menos una idea “normal” de cómo es un árbol de cerezo. Ese será su marco. Pero luego, cuando comienza a germinar la semilla, resulta casi imprevisible la cantidad de brotes que surgen a medida que se enlazan las acciones entre los planos y sus habitantes.

La narración es algo prácticamente imprevisible, incontrolable inclusive hasta para el autor que de lo único que es dueño, por volver al ejemplo anterior,  es de “una semilla de cerezo” que “teóricamente” por ser una semilla de cerezo dará un árbol de cerezas, aunque a veces, ni ese postulado se cumple y aparecen otras frutas colgando de las ramas.

Por ser la narración un trabajo de relativa longitud, es una especie de monstruo autofecundante, que se gema a sí mismo en cada oportunidad que tiene de concebir un orgasmo, así que el escritor enfrenta ese imperioso afán copulador que tiene el ente con el que trabaja. Por ejemplo, los roles protagónicos.

El autor normalmente parte de la trilogía: protagonista, agonista, antagonista y seres anexos que pueden ser diferentes o comunes a las tres posiciones de rol protagónico.

De repente y a mitad de trama, advierte asombrado que el planteado como “antagonista” es tan rico en matices, tan complejo psicológicamente y tan especial en sus acciones, que comienza a opacar al protagonista o por lo menos, a resplandecer a su par de tal manera que el autor  —mientras termina de darle forma a esa novela— ya se ve exigido por esa otra personalidad naciente a escribir una nueva, en la que ese original antagonista se transforme en protagonista.

También sucede con algunos personajes secundarios que no pertenecen a la trilogía, pero que, en un punto dado, es tal el clima creado a su alrededor o tan oportuna y fascinante su intervención, que el autor comienza a buscar las causas de ese “desborde” y termina asombrado por las virtudes de un personaje con el que capítulos antes no contaba.

Y también sucede el hecho inverso.

El protagonista resulta ser un anodino intrascendente del que es prácticamente imposible remontar la personalidad y queda allí, tristón y sin rasgos, abúlico y desteñido.

No se trata de imprimir personalidades ponderosas a los protagonistas y obligarles a mantener el tipo, porque con el transcurrir de los capítulos, ellos mismos demuestran sus facetas desconocidas y humanas y van transformándose, mal que nos pese, en lo que realmente son.

El autor bosqueja a sus personajes. No los conoce, realmente.

Abre una caja con varios muñequitos, los bautiza, los pone en un retablo y ellos, extraordinariamente, cobran vida a medida que oyen el tiqui-tiqui-tiqui de las teclas y empiezan a escribirse, prácticamente, solos.

El autor que no permite que sus seres imaginarios (aunque sean reales, dentro de la cabeza del autor son seres imaginarios) se desarrollen y trata de luchar e imponerles personalidades a sus ficciones humanas, rara vez resulta convincente.

Esa es la magia del trabajo literario narrativo: la espontaneidad de lo que el autor no conoce de sí mismo y que se plasma como un acto místico en el papel.
Un autor que pueda conseguir que la novela “se escriba sola”, será ampliamente versátil y podrá explorar y explorarse, en todos los tipos de género y con todo tipo de argumentos.

Los personajes jamás mienten.

Son los autores los que, como quien domestica a un tigre, los obligan a mentir a fuerza de rigor, siguiendo un argumento.

El argumento es solamente la tierra del camino. Todo lo demás es la magia que nace del don y que es inexplicable para quien no la haya experimentado.

Todos los hombres estamos llenos de seres que desconocemos.

El escritor les permite hablar de sus historias. Es el ghost writter de su propia pluralidad.

Acerca de Gravrí Akhenazi

Textos Exclusivos, por Rosario Alonso

Me gusta el olor que desprenden los libros polvorientos. Estar rodeada de ellos me proporciona una inexplicable sensación de calma. A la luz de los fluorescentes que iluminan este sótano, convertido en almacén de libros, ojeo un ejemplar único, del que he tenido noticias hoy mismo.

Juan me telefoneó esta mañana para anunciarme su último y más extraordinario descubrimiento: el ejemplar de un libro del siglo XVIII, escrito en castellano antiguo pero de autor desconocido y contenido aún por descubrir. “Textos Exclusivos”, se titula.

Tardé poco en vestirme y, de forma precipitada, me dirigí a la librería de mi amigo. Tuve que llamar a la puerta, porque el local estaba cerrado. Vi a Juan en el interior, visiblemente nervioso pero con una alegría que se desbordaba por momentos.

—¡Es lo mejor que he encontrado en mi vida de librero! –me dijo nada más penetrar en el local– De hecho, no lo he puesto a la venta porque me lo pienso quedar. Lo siento —su lamentación fue un mal presagio. Yo pensaba ofrecerle un buen precio si el ejemplar mere-cía la pena.

A continuación descendimos por unas estrechas escaleras al polvoriento almacén que Juan, a lo largo de muchos años, había convertido en una biblioteca improvisada, aunque reservando un pequeño hueco para situar una mesa y una lamparita y convertir aquel rincón en un despacho.

Las paredes estaban cubiertas de estanterías y en sus baldas se acumulaban enciclopedias completas, volúmenes sueltos, manuales de todas las ciencias y artes, novelas rosa, negras… de todos los colores. En algunos lugares, a falta de estantes, los libros, acumulados unos encima de otros en altos rimeros, se convertían en columnas de papel que quisieran sostener el bajo techo.

A la luz de la lamparita sobre la mesa de roble del almacén, Juan me mostró el lujoso ejemplar causa de nuestro precipitado encuentro.

—Sólo he tenido tiempo de leer la primera página y, curiosamente —me dice—, el libro empieza con una cita entre un librero y una clienta para hablar de un manuscrito que el primero ha encontrado. Es una sorprendente casualidad —añade tras descubrir en mi rostro una muestra de asombro.

Comienzo a leer y he de darle la razón. Paso la página y las palabras escritas, hace siglos, reviven para infundir cierta aprehensión de la que no sé el origen. Juan, como siempre se retira con cualquier excusa y sube. Sabe que me gusta ojear estos libros a solas, porque hay placeres que sólo se pueden saborear en la soledad.

Así, bajo la luz amarillenta, no puedo contener mi impaciencia. Obvio la encuadernación de cuero negro, sus letras doradas, desgastadas por el tiempo y el olvido. Y leo. Y en la lectura me sumerjo en un pasado que se hace presente, como si el autor o autora de este libro estuviese a mi lado, observando cada movimiento, cada gesto, cada silencio.

De pronto, algo salta junto a mí. Me echo a un lado, atemorizada, e imagino que alguna rata está allí delante, dispuesta a clavarme sus colmillos. Solo encuentro un gato canela que maúlla cansinamente. Tan asustado como yo, vuelve sobre sus patas y sale por el único ventanuco del almacén. Riéndome de mí misma cierro la ventana y vuelvo a la lectura inacabada. Para mi sorpresa, en sus lí-neas encuentro a la mujer y al gato, contados con tal minuciosidad de detalles que pareciera que el autor estuvo presente apenas unos minutos antes, en esta misma habitación.

Una inquietud creciente me invade. Quizá debería dejar la lectura, subir con Juan y olvidarme de todo. Hay momentos en los que la mente ha de limpiarse de los aires mefíticos que la enturbian, sobre todo si se ha respirado el polvo de muchos años.

Pero no, sigo. Al continuar desbrozando el camino literario las alarmas se encienden. ¿Casualidades o causalidades?  En el libro, una novela cae de un estante y provoca un gran ruido al golpear contra el suelo. Escucho. Sólo tengo tiempo de atisbar, entre las penumbras que rodean el halo de luz. Hay un libro sobre el suelo. Siento mi sobresalto. El libro, este libro extraño que Juan ha dejado en mis manos, es más de lo que parece, concluyo y mi corazón se acelera.

Avanzo en la lectura, cada vez más ofuscada por descubrir entre aquellas páginas la clave de tantas casualidades, y cada vez más nerviosa al releer la historia de todo lo que me ha acontecido y sigue acaeciendo en cada minuto de esta mañana llena de enigmas.

Mi lógica de las cosas me hace dar un paso más. Me digo que por qué esperar tanto tiempo si puedo saber cuál es el final. Así que paso todas las páginas de golpe y llego hasta la última. No me atrevo a leer.

Asustada estoy, pero la curiosidad me obliga a una mirada sobre el último párrafo de la página: “Y entonces ella escuchó el sonido de las pisadas que descendían por las estrechas escaleras. Eran pasos lentos, furtivos, como si el que los provocase arrastrara los pies al darlos.  Ella, entonces, levantó la mirada del libro que leía y giró la cabeza…»

Acababa la página cuando escuché, con una nitidez aterradora, esos pasos lentos, pausados, cautelosos que, procedentes de la escalera, se acercaban a mí.

Acerca de Rosario Alonso

Hojarasca al este de New York: un libro de Alex Augusto Cabrera, por Arantza Gonzalo Mondragón

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Ficha del libro

Título: Hojarasca al este de New York
Autor: Alex Augusto Cabrera
Año: 2012
Género: Poesía
Editorial: Imagine Cloud Editions, La Florida, EEUU
Páginas: 158
ISBN-10: 1496061217
ISBN-13: 978-1496061218

Alex Augusto Cabrera (Lima, 1967) es un poeta que escribe a golpe de pulsiones, descargando con la palabra todos los fantasmas del hombre.

Originario de Perú y residente en Nueva York desde hace catorce años, emigró en busca del sueño americano y el sueño americano se hace esperar.

Hojarasca al este de New York consta de ochenta y ocho poemas escritos entre febrero y diciembre de 2012.

Es un poemario sobre la espera,  la añoranza de la patria, la ausencia del hijo, la historia de amor que no se termina de materializar y el paso del tiempo, implacable, contando cada lustro, año, mes, día e incluso minuto. La numerología temporal está presente en muchos poemas, como si la mente del autor formase sectores horarios para recordar el instante en que la emoción sucede.

yo sé que un año es tan sólo un tiempo
pero diez años más es otra vida
no soy de allá de aquí de ningún sitio
pero camino igual día mes año

La esperanza va y viene a lo largo del poemario. A veces parece rota pero siempre consigue volver a aparecer en el horizonte.

La esperanza es esa triste idiota
que siempre está detrás de las cadenas
vade retro varón
sal de su jaula

Uno de los puntos más fuertes es el poema para el hijo que no ve desde hace catorce años. Es de una belleza demoledora. El padre se confiesa abiertamente, logrando una empatía con el lector que no deja indiferente a nadie.

Poema urgente para Augusto André
(fragmento)

soy tu padre
por ser hombre primero

aquí
allá

yo
y toda esta espera
en estas manos no hay razones
sólo asuntos pendientes

no queda opción
André
sangre de mi sangre

Tan lejos del preciosismo y del adorno superfluo, Hojarasca al este de New York es un libro de buena poesía con incontables versos que golpean por su contundencia y emocionalidad. No es un libro sólo para leer, es un libro escrito para sentir.

Patio de luces / Gusanitos de luz / En blanco y negro, por Juliana Mediavilla

Patio de luces

Mi vecina de enfrente
se ha dejado las canas
y el gris se abre camino tamizando su luz.
Su pelo leonado y pelirrojo
ya no enciende en los hombres
miradas clandestinas,
ni repican tenaces en el suelo
sus tacones de aguja.

Tiende sin entusiasmo la colada
los lunes, en un orden impecable
teñido de costumbre.

Tiene el marido en paro. Deambula
como un fantasma triste
de ventana en ventana y no sabe qué hacer
con la extensión del día.

Mi vecina de enfrente
—cascabel de otros tiempos—
se ha dejado las canas
y es mucho más pequeña a medida que crece
en gris y en dignidad.

Gusanitos de luz

Hago un alto a la sombra del camino
cada vez más estrecho,
me pesan las alforjas que ha cargado
sin compasión el tiempo.

Bien puedo en esta pausa
hacer breve recuento,
decir que ya he cumplido
y añadir, por ejemplo,
que planté más de un árbol
y que tuve dos hijos y he escrito algunos versos.

La vida cunde poco
—eso lo sabes luego—

En esa galería
esquiva del recuerdo
hay esquinas de luz
y tiempos muertos.

Caminos de la infancia:
luciérnagas al borde del sendero,
cuando solo teníamos
la libre libertad del campo abierto,
y el país arrastraba sus cadenas
y los padres rumiaban su silencio…

¡Qué derroche de estrellas en agosto!
En la noche preñada de misterio,
me perdí en el intento de contarlas
recostada en la grama, cara al cielo:
el Caminito blanco de Santiago
cruzaba el firmamento,
con su estela de gasa
prendida de luceros.

Tan huérfana de mar, me hundía en ese cielo.

Estrellas de la infancia,
gusanitos de luz en el recuerdo.

En blanco y negro

Hay una contención de amaneceres
tras las miradas niñas
que pugnan por salir del blanco y negro
austero de la foto.

Detrás está la vida y el instante:
sobrevuela la sombra de la guerra
que no vivimos
impresa en el ambiente,
en la calle, en la escuela y en las casas.
Un río de silencio entre los padres,
una herida de ausencias sin retorno,
una desmesurada cicatriz.

No nos vistieron de domingo,
y en el parco escenario
el pobre crucifijo que presidió la infancia
y una maceta humilde
que puso doña Ludi,
amante de las plantas y las flores.
El fotógrafo daba el dos por uno
en un censo abundante en familias numerosas.

Ya hace tiempo que enmarqué el retrato,
lo tengo bien visible,
es como una ventana del ayer
que me habla de la vida y sus caminos.

La fuerza en la mirada de las niñas
parece quebrantar el horizonte.

Acerca de Juliana Mediavilla

Recuerdos, por Leo Zambrano

I

Mi llanto en la piel.
Como corriente intrusa,
tu voz en los barrancos.

II

Su voz aún con fuerza
manó de la luz
en las orillas,
como un instante eterno.

III

El rescate es otra eufonía
y entre ella y yo…
…las piedras suenan.

IV

Deseo encontrar la luz
que la llevó al silencio.

V

Y el silencio es tuyo.
Entre las paredes,
donde duermes descalza.

VI

Las memorias
deshilan el pecho
para encontrar
las grietas del alma.

VII

Hay golpes desmedidos
entre el tiempo y las letras

VIII

La atrapo en mis manos
por un momento,
y la libro del sueño
de las murallas,
para ser mía, sólo mía.

IX

El papel húmedo
no tolera
lo que mis dedos pintan.

X

Esta humedad
que mis ojos derrama
tiene tu nombre.

XI

He caído de rodillas
para buscar las huellas
en su umbral.

XII

Hay ruinas en las soledades,
entre ellas los huertos
de esperanzas.

XIII

No soy soberbio.
Apenas soy humilde
en esta heredad sin paz.

XIV

Cederé mis silencios
de rodillas.

XV

Desvestir los silencios
con las gotas del sol
es gritar al olvido
que no existe el tiempo.

XVI

Tengo sed de tu alma
y de tus ojos ecuménicos.

XVII

Dame luz y sombra
en esta calzada
para caminar despierto,
entre tantas espinas.

XVIII

Dame solo tus labios,
para ser un beso.

XIX

Voy a llorar
el alma sin ella
y caer profundo
en la soledad
del silencio.

Leo Zambrano

Mundo biblios & Metamorfosis, por Eva Lucía Armas

Mundo biblios

Mi mundo siempre tuvo mucho de papel más allá de su fragilidad.

Había muchos libros en mi mundo.

Grandes bibliotecas había en mi mundo que tapizaban las paredes y la forma de ser.

Alguien que tiene tantos, tantos libros, no es como los otros.

Luego, estaban las bibliotecas públicas. Y mi padre con ellas. Era un hombre/ángel diseñado para habitar entre los libros.

En Córdoba, también, toda una habitación era una biblioteca.

En las dos casas, los estantes no daban abasto para sostener tanta afición por el conocimiento y los libros que no encontraban mundo quedaban apilados en la mesa, en el escritorio, en las sillas o en el suelo.

La geografía montañosa de mi vida estuvo hecha de sierras y de libros.

Metamorfosis

Por entonces sobraba en todas partes, inclusive al humor de Tomás que tuvo que prestarme un par de pantalones y una camisa ancha en la que entraba mi cuerpo varias veces.

Arremangaba los pantalones y los metía adentro de las medias porque Tomás me llevaba más de una cabeza. La camisa la dejaba suelta y me disfrazaba de fantasma. Total, tampoco nadie me veía en esa casa.

Nos alojaron en la pieza de atrás que daba sobre el huerto.

La abuela dejó dos juegos de sábanas que  olían a mucho sol, pero que estaban duras, como almidonadas por el agua de pozo y el jabón.

Eran sábanas blancas, poderosamente blancas, de una tela dura, rígida, como la abuela.

Yo hice mi cama. Mi mamá se acostó sobre el colchón y se subió el acolchado hasta los ojos.

Supongo que lloraba debajo. Era lo único que hacía últimamente.

En la habitación, había además una cómoda con un espejo en medialuna, enorme, y un ropero de madera tan oscura que parecía negro. También tenía un espejo en la puerta central.

Yo nos miré ahí, retratadas en ese espejo alto.

Mi mamá era un bulto, una apariencia, cubierta totalmente y aún así, no invisible. Yo, no sé lo que era.

Las trenzas mal atadas dejaban escapar pelos de todos las medidas. Se notaba mucho que mi camisa era la parte de arriba de un pijama que no pegaba con el pantalón. Estaba fea, como un pájaro que no acabó el emplume, todavía con el polvo que entraba por las desvencijadas ventanillas del tren, adherido a mis formas.

No podía imaginar un lugar más polvoriento que aquel en el que estábamos.

Otras veces habíamos llegado igual, como una imposición. Pero era la primera que no llevábamos valija ni bolso ni una muda de algo. Pensé si la gente se habría dado cuenta en el tren que yo viajaba vestida con pijama.

La abuela lo notó.

—Usted… vaya a bañarse —me dijo, desde lejos, apareciendo como una sombra estricta en la suave penumbra del corredor que llevaba a nuestra habitación.

Esperó que pasara junto a ella, sin otro gesto que su dedo señalando el baño. Después se acercó a la puerta para hablar con mi madre que seguía debajo del cubrecama.

—Podrías haber traído ropa —dijo, solamente.

Yo me encerré en el baño.

Pensé en las otras veces de mi tan larga historia de paquete.

Siempre terminaba vestida con la ropa de otro, contribuyendo a mi estilo de adefesio.

La abuela abrió la puerta y me miró todavía sin desvestir, de pie junto al lavabo.

—Báñese rápido, que no se desperdicie nada de agua. Acá tiene.

Dejó sobre el banquito de junto al bidet la ropa de Tomás.

Me tuve que desnudar delante de ella, para que se llevara la mía y la lavaran.

—Su madre tendrá que coserle alguna cosa. No va a andar siempre vestida de varoncito, pidiendo ropa ajena —comentó y volvió a cerrar la puerta mientras yo me metía bajo el agua.

Pero mi madre no salió durante mucho tiempo de debajo del cubrecama. Y yo tuve que andar vestida de Tomás, que tampoco tenía más ropa sobrante que la que me había dado y que le hacía a él tanta falta como a mí.

La abuela le dijo varias veces a mi madre: Ocupate de tu hija, que para eso sos la madre.

Después, le encargó a Tomás que me cuidara.

Cuidar para Tomás era enseñarme a hacer lo que él hacía. Ser mandadero, peón de patio, andar entreverado con los otros peones, un poco acá un poco allá, aprendiendo el oficio de los hombres. También la libertad de andar tan suelto.

Lo fastidiaba hacerme de niñero pero no se animaba a traspasar el límite y transformarme en su propio peón.

Yo, más que su peón, era su perro. Andaba todo el día atrás de él, tratando de no molestar al único que me dirigía muy de vez en cuando la palabra o me compartía una galleta, un pedazo de pan, un mate en el galpón, alguna broma, además de la única ropa que te-nía yo para vestirme.

Cuando le preguntaban los jornaleros quién era yo, él se encogía de hombros. No lo tenía claro. Solamente obedecía el encargo de la patrona. “Una parienta”, murmuraba entre dientes sin conseguir asegurarme un rango de parentesco con los patrones. Y los peones farfullaban: “¿pero es hembra?”

Así fue que le pedí el cuchillo que llevaba cruzado sobre los riñones, una tarde.

Me lo alcanzó sin otro ademán que el de alcanzármelo ni otra recomendación que la de su gesto.

Yo me corté el cabello a cuchilladas delante de un pedazo de espejo que él usaba para afeitarse sus principios de bigote.

—Ya no soy más mujer —le dije a su mirada.

Él, como siempre, se encogió de hombros.

Acerca de Eva Lucía Armas