Yo tengo algo de Satán, y de algoritmo, de matemático ente endemoniado, de poros que destilan un azufre inocuo y, a la vez, algo perverso.
Tengo algo de ángel caído, de Ícaro desnudo, de corazón que late bajo hojas de yagruma, pero en el fondo, muy a mi pesar, sólo soy hojarasca voluble. Irrisorio neonato, blanda carne, romántico héroe.
Tengo algo del músculo de la tierra, de la arcilla cocida del alfarero: pájaro sediento en su nido, pájaro de barro (bestia taciturna, poética bestia perdida en los pliegues de la noche incandescente). Ave pétrea en la rama de un árbol bicéfalo y triste. Así me veo, como en un evangelio apócrifo, donde los milagros se concretan a golpe de pluma, a golpe de tinta, a penitencia del verbo, a silicio de la metáfora.
Tengo de la carne de la isla, que es madre y atalaya donde otear el horizonte de aquel otro mundo arcaico que ahora quiere retoñar de entre las cenizas y desde las naves quemadas.
Tengo del ciclón que silba y saca sus pezuñas arañando el agua, y luego llora sus lágrimas de verde cocodrilo. De esa carne, tengo. Acaso he de sobrevolar esa galaxia imberbe que saca sus colores de mundo nuevo, de estrella recién creada; acaso he de vestir sobre mis hombros otra piel de león de Nemea, ahora, justo ahora, que Oshun ha llenado de miel las jícaras y Obatalá pinta de blanco con cal viva cada rincón, cada estancia, cada arteria… Y el hacedor de los caminos, el inquieto Eleguá, limpia de marabú y de guao el sendero que ha de conducirme al último grito, al último suspiro.
Acaso no soy yo mi propio demonio. Acaso cada hombre no es un mundo.
Todos tenemos nuestro infierno cotidiano, el paraíso no estaba a la vuelta de la esquina. Se equivocaba Vargas Llosa, el paraíso estaba en mi única neurona, y hace tiempo, mucho, pero mucho tiempo, que celebré sus exequias.
Me estoy yendo de a gotas, como migas que caen de un pan seco, me voy, pellizcando la nada para hacerla cenestesia de mis células enfermas.
Me voy de este mundo que amo y desprecio.
Lo amo en el candor de los niños, en sus dientes de leche o cuando los pájaros en vuelo trazan sombras en el agua, lo amo en la tibieza de la mano amiga en mis manos. Lo desprecio en la avidez por los cetros, en la hipocresía de las guerras santas, en el gatopardismo, la indiferencia, el abandono.
Me voy, en puntas de pie para no despertar sospechas ni sepan que aún estoy y ser leal a la mujer invisible que siempre fui.
Ya me ha visto la muerte en alguna de sus rondas hambrientas, la muerte, portadora de sahumerios de incienso para cubrir su fetidez. Ella, la simbólicamente oscura, es la otra cara de la vida, su inseparable hermana gemela.
Me voy, encorvada bajo el peso de dioses y demonios, míos y ajenos, con la bolsa roja de Papá Noel al hombro, vacía de amores: esa suma de misterios, pliegues y dobleces de la carne y el alma un entrar y salir por puertas giratorias así como entramos y salimos del mundo, desnudos y solos.
Ya sé que el mundo tiende su cuerpo malherido sobre un diván de acero y que el diablo le apremia vestido de psiquiatra con el firme propósito de anestesiar su mente para estrenar más sangre.
Y así la historia se repite igual que una condena.
También nacen demonios noche y día —miserables e innobles— y se alojan en cada pensamiento que se acerque a sus códigos,
—nos invaden—
pero saco correas del fondo de mi piel y los sujeto con camisas de fuerza improvisadas.
Después puedo sentir que les venzo en la guerra donde todo sucede a puro corazón,
aunque me dejen llagas sus intentos de fuga indefinidamente.
El mundo era un desierto y yo desnuda. Eso fue ayer… Ayer e incluso antes.
Y ya no es más.
Como una herida azul, de orillas anchas, una grieta cansada y sin esquinas no deja sin embargo de mirar hacia el sol entre las sombras de las catedrales y las esquirlas de fuego.
Yo no soy nada apenas, un reducto de carne diminuto que no pide perdón por estar viva.
Pero creo en la piel y en el asombro, en el hombre mejor porque se sabe.
El mundo tiene manos de poeta y sigue siendo un pájaro sin miedo.
Mundo, demonio y carne, enemigos del alma
en el lejano tiempo colegial
donde todo lo bueno era pecado.
Cuánto nos engañaron,
porque es el mundo lo que nos rodea,
y sin mundo no hay nada,
y lo bueno o malo, tu elección.
¿Y al demonio?
¿Quién le dio ese papel de malo en la película?
Pues debió ser el bueno entre comillas,
ese por el que matan los fieles al infiel;
para mí que intentó salirse del guión,
y eso no lo permiten ni en el cielo.
Y de carne, carnívoro, por suerte,
por mucho que lascivos con sotana
negasen la mayor, y el sano disfrutar
llevase a la condena, al fuego eterno.
Como dice el refrán:
“Nadie podrá quitarme lo bailao
y que toque la orquesta otra bachata”.
Conclusión:
Mundo, demonio y carne, tres amigos
para correrse farras cada noche,
mi alma paga las rondas
y mi cuerpo disfruta de lo lindo.
No encuentro en ningún verso la catarsis,
tal como veo el mundo, mi reducido mundo,
desde un viejo sillón gastado, roto
que ve correr el tiempo como corre
el agua y su erosión
entre los muchos desaciertos
la poca certidumbre,
que aún sonríe triste
por tanta caridad, urgida de tutores
y tanta oscuridad y estupidez
con decenas de miles en sus filas.
No puedo hallar en mi arsenal un verso
—con una ojiva que nos riegue la esperanza—
para arrojarlo al mundo.
Y no puedo encontrarlo
porque en el vértice del tiempo-espacio
apenas soy un gramo de dolor,
una voz que se miente para ocultar el rostro,
una mano que escribe su placebo,
una gota de sangre
que se evapora en este cuerpo mío,
en esta carne que devoran los demonios
con la ilusión de ver
de creer en la mejora
de mi pequeño hogar
de mi maltrecho prado,
habitado por quienes se nombran a sí mismos
seres humanos.
Embrutecido al mango por tanta erudición nutrida por los libros que me leyó mi viejo y por relatos duros contados por mi abuela —los de tanto patriota y soldado guerrero— el mundo, mis queridos, era un asco sencillo donde sólo hermanaban los pobres con sus miedos.
Ya con muertos encima, la depresión hambrienta mordiéndome las manos si acaso no exigía a mi sangre su límite de herencia inmaculada, y mi cara de póker luciéndome de arcilla, entendí que el demonio, prisionero del mundo, no es más que un crío triste que en los muchos habita.
Cansado, si pudiera —si acaso yo pudiera—, de arrastrar mi cansancio de la gente y sus cosas, de escuchar el lamento que se nutre de sí y por eso detesta la luz y ama las sombras, sentí desde mis yemas y desde mis rodillas la majestad del polvo, las infinitas horas.
Un escritor que se precie debe tener su estilo propio, o sea, un sello distintivo que no resulte una copia del estilo de otro autor. Es lógico que en los comienzos se produzca cierto mimetismo con los autores de referencia y, por esta razón, los trabajos presenten ese aire a “esto ya lo leí”, pero eso forma parte del proceso de aprendizaje donde paulatinamente, al afianzar conocimientos, se irá logrando una voz con mayor identidad. Esto suele ocurrir hasta tal punto que incluso si el escrito no apareciera firmado podríamos reconocer a su autor por los rasgos inherentes a su forma de expresión.
Pero no caigamos en la trampa de pensar que logrado este estilo único e inconfundible los trabajos tienen necesariamente que ser buenos; aquí el talento tiene mucho que decir pues también se puede reconocer a un autor por la mala calidad de su obra. En este punto muchas veces el cine ha contribuido a elevar el nivel de una pésima obra literaria que, trascurridos años y años, sigue ocupando un buen puesto en las estanterías de cualquier librería.
En cuanto a la poesía, surge una corriente que avanza cada vez con más fuerza por las redes sociales, y que, cargada de snobismo, apunta en la dirección del “todo vale”, anclada en la creencia de que innovar consiste en componer obras llenas de palabras malsonantes, en cortar los versos aleatoriamente, o en apelar a construcciones sintácticas que pecan mucho más de desconocimiento que de novedad. Estos autores, normalmente, carentes de autocrítica, ignoran que para romper las reglas hay que conocerlas y que es necesario labrarse un criterio sobre lo que es gato y lo que es liebre porque en caso contrario quedarán anclados en ese estilo de tercera.
En Ultraversal pretendemos que cada autor logre expresarse con voz propia, o al menos que alcance su techo para desenvolverse de una manera digna, tanto a nivel teórico como práctico. Unas veces el proceso de consolidación es rápido y otras más lento, pero siempre edificante. Pensando en ellos, en los que empiezan, resultan muy útiles las lecciones de preceptiva que vamos incluyendo número tras número.
En esta ocasión, igual que en las ediciones precedentes, ofrecemos una amplia diversidad de voces.
El día que me sangre la boca por tu nombre llegará el fin del mundo llegará como llegan las cosas presentidas con una carta, un rito, un último hundimiento.
Se hará, quizás, de sangre mi saliva y sangre correrá despacio hecha sudor o lágrima o esperma quizás también insulto por todo lo sangrado anteriormente.
Pero no importa el borde de las cosas. Solamente ese fondo a corazón abierto es capaz de cavar la tumba con sus uñas y liberar un pájaro que no quiere vivir en este mundo absoluto y ridículo.
Que me lleguen las venas a la boca el día que me corte los labios con tu nombre y la lengua y el alma y los testículos. Y me castre por fin las ganas de estar vivo donde no sirvo a nadie.
Si me muero en tu sangre algún crepúsculo … odio los crisantemos.
Gavrí Akhenazi
Y ahora ¿qué me queda? Vagar entre tus cosas como un fantasma blando que arrastra su sollozo entre tus versos tus libros, tus canciones, tus nostalgias y la mía, de vos, eternamente.
Qué me queda del día de las risas más que este gesto amargo pintado con cenizas y con niebla de pájaros que huyen hacia nadie.
Otra vez amputada luciendo este muñón de carne viva que espera en un alarde de estoicismo por otra cicatriz que no se forma.
Al final, soy toda cicatrices. ¿No te das cuenta que es terriblemente idiota morirse sin cumplir cincuenta años? Pa…maldita tu ocurrencia.
Eva Lucía Armas
Quién hará del desierto un vergel de vocablos ahora que negándote a tí mismo me adelantas un mar de soledades. Quién, que no seas tú, mi Señor de los Tristes, me gritará en los ojos, mientras calla la eternidad entera.
Me vas a seguir dando aunque sea un suspiro, una arcada, un ahogo, la apertura del ojo a la mañana herida, un pensamiento lúcido, un instante de rebeldía endógena que entronque con la médula del aire que te une a nosotros en la ausencia final.
Ya lo ves, porque sé que lo ves, me guardo las promesas, las lealtades todas, tu boca de cristal que lleva tantos días jugando al escondite con la muerte con tal de seducirla, como a mí, como a tantas, que cruzaron tu vida hipnotizadas por esa voz caliente de tragedia.
(Pobre muerte, ma vie, no sabe con quién juega).
Yo sigo en Vendavalia y no tuerzas el gesto que no pienso ejercer de plañidera
(siempre te dieron asco las lloronas que no ponen remedio a sus desdichas).
Hoy no ha salido el sol y se me agrisa el alma pero oyendo tus pájaros, te siento, así que ya lo sabes, queridísimo loco —esta vez no te sales con la tuya— para mí no te has muerto.
Morgana de Palacios
Eterno Requiem.
Ahora mismo quisiera recitarte poemas como entonces. Ver caer sobre el mar aquella lluvia que calaba tan hondo en nuestros cuerpos. Poder tomar tu nombre entre mis manos y grabarlo sin prisas en mi piel cuando duele el poniente de febrero.
Ahora mismo que pronuncio tu nombre como un salmo la creación entera se pone de rodillas para abrirte el hueco que merece tu universo.
Mis manos balbucean y siento que el amigo es un requiem eterno que me llora por dentro. Y me quedo callada mientras sigo buscando los porqués a esta nueva manera de perderme contigo en el recuerdo.
Pero sigo buscando el rayito de sol —como decías— con palabras que nacen de lo hondo y edifican por dentro el corazón.
Vivirás siempre en mí por llevarme la mano en el camino. Jamás estarás muerto.
Firmado y rubricado por tuamigadelalma de los ojos azules
Isabel Reyes
Horacio, Salvador, dos veces Alejandro, y Aragón, y Sahoud, y Ángel de la Niebla, y Zugzwang, cuántos nombres, cuántas formas distintas de nombrar al amigo, de llamar al poeta.
La tinta gris del chat, la tinta azul del foro, el avatar heráldico que le regaló ella; el escueto discurso de las charlas nocturnas y la prodigación en sus mejores letras.
Registros, los registros en tus discos a salvo, registros en la Red -al pulsar de una tecla- de la alta poesía, de la prosa sangrada, de la flagrante crítica que derriba y enseña.
Me llevo otro registro (y yo soy el soporte), el registro más hondo y el que más me consuela: la huella memoriosa que al pasar por la vida algunos pocos hombres en el alma nos dejan.
Gerardo Campani
Muerdo túnicas en el silencio al extirpar una palabra de todas tus sombras, bajo pliegos de auras sobre lunas y soledades. Enlazo en las estrellas su letargo a tu ausencia, para colgar al hombro esa luz sin tus ojos, esas semillas de alientos y esas raíces de tus dedos. Ahora con lágrimas de ríos, abro los caminos del alma entre el lodo y las huellas, quizás pintando un embrión de tus versos en un poema, quizás para llegar a mis labios y dejarme mudo de asombros.
Leo Fabián Zambrano
Comienza aquí tu luz. Aquí comienza el eco de tu voz en los paisajes como un grito sin fin en el recuerdo.
Comienza aquí la historia no contada, el final nunca escrito en los andenes donde alzaron sus vuelos los pañuelos.
Tuvo que ser así, con tanta magia demoledoramente redimida labrando sin cesar en las llanuras los últimos ocasos de febrero.
Tuvo que ser así, como fue siempre que inventaste en un verso las estampas que se quiebran al bies de los cristales, mientras pasan los trenes del invierno.
Enrico Espino
Es duro ser escéptico cantas tu dolor en un violín que sangra de las cuerdas
que lo engrandecen.
Héctor Michivalka
A golpes de badajo que al luto nos congrega va la tarde morada y las palabras secas y los ojos mojados mas el alma serena y el corazón alegre porque te siente cerca, que no nos has dejado que eres polvo de estrellas que se posa en nosotros y en nosotros se queda. Yo no quiero llorarte, hacer de plañidera; trascendiendo la vida vuelves tu vida eterna y poco a poco, amigo —será corta tu espera—, a golpes de campana con las puertas abiertas nos irás recibiendo cuando llegue la fecha que habrá de reunirnos para escribir poemas o todas esa prosas que nuestras vidas cuentan. ¿Qué más puedo decir para burlar mi pena, para que no se note que todo esto es tristeza?
Idella Estevez
A retazos. Sólo con la palabra. Con un nombre quizá envolviendo la música. Con un cuchillo hondo, plenamente clavado más allá de la sangre. Con los ojos del hijo que le arañan donde crece la vida, camina en el perfil de las horas. No hay tiempo cuando Alejandro viene y va y aún vuelve y gira entre verbos y espacios consagrados y entre amaneceres totalmente dispersos como su voz ahora, como su mano ahora; al igual que sus labios, que ya son nuestro enigma y son nuestro silencio y nuestro son y el canto que nos mostró en la sombra. Y con él nuestros pies, dibujando su arena, y nuestro lloro, un río, donde se lava entero de esa muerte maldita que le muerde; y así, con nuestras flores, se dibuja parterres en la carne y le brotan olivas de los ojos y un madrigal de pájaros le anida entre las cejas.
A retazos, partiéndose, donándose de nuevo como hizo en la vida, y siendo nuestro amigo hasta el fin de los mapas y las leyes.
Dolors Alberola
Contemplo las espigas del alba: el viento las mece sin ti, ágil canto ido en la prisa de las horas; haces que germinen lirios en mis ojos, me vistes de madreselvas y corales, me alistas de armaduras y de guerra.
De espaldas al cielo que me ignora siembro flores en tu lecho, mis brazos buscan tu soledad inagotable. Te faltaban por contar tantas estrellas…
Pesadas piedras de mi mente: molino que rueda en un ayer de memorias circulares. Busco, en su doliente girasol, el dulce timbre de tu voz de bronce, la liviana herramienta de tu abrazo.
Bello ingenio —antifaz del tiempo—, mueres, y aún así vence tu ausencia.
Humedad terrosa y fértil, guardiana de sueños duraderos, muéstrame hacia dónde se marchó en silencio.
Ando tras la huella de sus pasos mortales.
Antonio Rojas
Dónde estarás ahora? Cómo encontrarte si la luz que iluminó esa ruta siempre fue tu mano extendida? Nos ha embargado tu frío al reunir tus recuerdos. Dónde estará tu voz? El silencio, que reclama tu nombre, al acercarse a nosotros se nos ha ahojado en la mirada. Es irreal la noche, pero parece buscarte. Hacia atrás hemos mirado. Es que tal vez, tan sólo, te has detenido un momento viendo sonriente cómo nosotros verificábamos si nuestros pasos, alguna vez, serían tan grandes como tus huellas. Ven, amigo, ha de quedarte algún poco de tiempo sobre los hombros. Continuemos juntos el viaje.
Edwin Solano Reyes
Escribo poquito a poco cuando la risa se espera cuando se aleja la pena cuando del alma las voces hacen nacer el poema.
Escribo desde la sombra de un álamo en la pradera de una nostalgia en la hierba de alguna una luz temblorosa si las lágrimas se espesan.
Si muere la primavera si el amor ya no está cerca si mirando hacia mi izquierda el tuntún de unas esquinas vienen y me traen fuerza.
Más quisiera morirme escribiendo un poema como escriben los buenos, los valientes, los poetas.
Como Alejandro y Villena yo quisiera morirme… como muere un poeta.
Gloria Forasté Giravent
Ojalá (Silvio Rodríguez)
Ojalá que las hojas resbalen por tu cuerpo cuando caigan para que así las puedas convertir en cristal. Ojalá que la lluvia regrese a ser milagro que baja por tu cuerpo. Ojalá que la luna vaya pronto a por ti. Ojalá que la tierra te devuelva los pasos.
Ojalá que retorne tu mirada constante, tu palabra precisa, tu sonrisa perfecta. Ojalá pase algo que te traiga de pronto: una luz cegadora, un disparo de nieve.
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte, para no verte tanto, para no verte siempre en todos los segundos, en todas las visiones: ojalá si pudieran tocarte mis canciones
Ojalá que la aurora no dé gritos que caigan en mi espalda. Ojalá que tu nombre no la olvide mi voz Ojalá las paredes retengan tu sonido de camino cansado. Ojalá mi deseo se vaya tras de ti, a tu nuevo gobierno de difuntos y flores.
Teresa Vento
No sé por qué te cuento si tú lo sabes todo sobre estas cosas, pero de vez en vez, de tarde en tarde, me dan ganas de venir pausadamente —como una insidia— para dejarte un fárrago que ya conoces. Quizás, te contaría, que aquí vuelven las voces extranjeras para llenar mis playas de bellas sombrillas de colores, de pieles blancas en los bares, de expuestas damas entre las dunas o te diría, aunque lo sabes, que alguna vez [subrepticiamente] regreso a tus lugares y sin pensarlo te escribo en los cristales algunos fárragos por si fuera que fuese que no estés haciendo nada y te distraes.
J. Azimut
Torrenteras sin cauce bañan hoy los cristales más profundos, los espejos que aún traduce el alma porque la pena rueda más allá del hueco de tu ausencia, cuando paseo por tus versos y, sin alzar la vista, me muerde la impotencia del tiempo adormilado, punzante sentimiento que buscando las huellas del silencio te nombra y al hacerlo me dice:
no esperes más palabras, están todas aquí.
Leo, leo y te leo…
Y al levantar la vista, presiento la gran fiesta que han de tener ahí,
al otro lado.
Alcya Miguele
Ahora me pasa que no hallo palabras que no estén significadas en algún extremo loco de geografía literaria que contenga tus pasos y los de esta música.
Va dejando una estela en tu perfume —adviertes— como encargándote de que no exista el nunca en que te olvide.
¿Acaso puede un corazón desoír ese pálpito de folcklore, sonata o jazz que le ha respirado más allá del infinito nombre en que te quedas amigo, hermano, padre, poeta amado? porque para mí no habrá suficiente música con que interpretarme en un ¡Gracias! y ser tu farfallina sul fiore di sangue.
Solange Schiaffino
Llora el bandoneón y llega un rumor de tango dulce y lastimero como un poema de amor inmortal, hermoso y frágil como un recipiente de alargado cuello celeste… Infinitas cosas lo evocan y él evoca infinitas cosas. Y llora el bandoneón por el guerrero que duerme. Y era de barro y era de viento y la palabra sangraba belleza en su pluma eterna. Sacó oro del estiércol, amor del odio y nobleza de la inquina. Era sobre todo, un levantador de almas. Se han quedado solos todos los pájaros. Se han quedado más solos Los Solos.
Título: Tinta China Autor: Héctor Reyes Publicado: 6 de enero de 2014 Género: Poesía Edición: Primera Editor: Héctor Reyes Editorial: Lulu Páginas: 77 Encuadernado: Libro en rústica con encuadernación americana Tinta interior: Blanco y negro Peso: 0.36 lb Dimensiones en pulgadas: 6 de ancho x 9 de alto ISBN: 9781304867414
Poemas breves, de vida, filosofía, esperanza, etc.
Sarcásticos, irónicos, profundos y humorísticos;
aforismos, frases cortas, reflexiones que se leen
de un suspiro y causan suspiros en cadena.
Un bosque de bonsáis.
A fuerza de Tinta China
No me gustan las sorpresas, pero existen. Y una de ellas es el descubrimiento de un nuevo escritor, poeta sin duda, Héctor Reyes, quien me tatuó con su Tinta China, y eso que tampoco me gustan los tatuajes.
Su libro Tinta China, divisado desde mi perspectiva, lo sepa él o no, sin duda que se desprende de los breves y fulminantes Haikú, esa «bonsaica» (si se me permite inventar palabras) poesía japonesa. El lector se prende ante la Tinta China de Hector Reyes, y después no importa si es tinta verde, azul, blanca o roja, sino lo certero de sus dardos, ya sea cuando aborda la desilusión, por ejemplo:
No creo En la mala suerte Ella insiste En creer en mí
O en el amor, a veces confundiéndose con sutil humor:
Amor… En tu piel aprendí el Braille.
Y lo que es una constante, la reflexión, la búsqueda en sí mismo que a la vez somos todos, toda esa especie humana, la que utiliza el cerebro aunque no lo vea, en el constante desafío no de preguntarse sino el difícil reto de encontrar a veces respuestas y asumirlas sin flagelarse por andar buscando lo que no debía. Tampoco escapa esa clase ya estigmatizada, sobre todo en nuestros países tercermundistas, la política, que no hacen política sino que ˜polisaquean» a nuestros pueblos y así los presenta Reyes: No le hables con señas a un político Porque creerá que ya lo descubrieron.
Y aunque no creo, ni me gustan las monarquías, no me queda sino quitarme el sombrero ante este libro Tinta China de este que no salió singular sino plural, Reyes, Héctor Reyes.
No creí
que volvería a estar enfrente de ti
dibujando historias en mi mente,
colgado de un planteo imaginario,
dudoso, pero tan real en mi sangre,
mientras tú abrazada a tu guitarra,
vibrando las cuerdas en antiguas melodías,
me devuelves a un pasado
del que nunca salí del todo ileso.
Es así
que miro a través de mis temores,
de mis heridas secretas que no adivinas
ni en tus sueños más lúcidos,
de mis ansias por alcanzar
un pedazo de lo que a ti te roza
en esta desavenencias de destinos
que marcan el ritmo de nuestros pasos,
en donde ya no sé si eres tú la que se aleja
o soy yo el que se marcha.
No bastan
No bastan las cosas que crees suficientes,
cuando lo que haces no roza
el precipicio de lo imposible.
No bastan los momentos vividos,
cuando lo que el corazón reclama
es morder el polvo con violencia,
a fuerza de insistir y agotar las posibilidades.
No alcanza con decir un nombre que te incluya,
cuando estás imposibilitado
de encontrar el tuyo propio
en la maraña de ecos que te perturban,
ni bastan los adjetivos,
los pronombres, los verbos,
si el predicado pierde conexión
con el sujeto de tu llama eterna.
Tampoco bastan las heridas de una emoción pasajera,
desde que eres incapaz de sangrar por dentro,
y aun así, recomenzar otra vez,
ni romperte en mil pedazos,
si no puedes reconstruirte en el día a día
de tu constante caminar.
No basta el hastío de las lamentaciones,
si no te decides a marcharte para permanecer,
ni ganar soledad para generar compañía.
No basta la torpeza de perder para caer,
cuando desconoces que la derrota
la podrías convertir en victoria.
No bastan.
Distancia
Al fijar en un punto mi mirada
puedo ver la distancia que divide
el dolor masticado en soledad,
de lo que se desprende de esas cosas
tan nuestras, que aunque extrañas
entre sí, se parecen.
Siento lo inalcanzable
y el anhelo interior de seguir,
aun al precio cruel de abandonar
uno por uno todos mis arraigos
en el altar de cada huella sobre la arena.
Y a mitad de camino
entre lo que fue y lo que no será,
sabiendo que transito un viaje interminable,
percibo el brutal ritmo, el que ha sido forjado
por nuestros prisioneros, que amos de nuestras penas
necesitan mostrarnos lo que aún no alcanzamos,
que con lejano grito impulsan a cruzar
el desierto y la noche más oscura,
el frío y el calor,
el cansancio y la sed,
para dejar de ser tan sólo sensaciones
y erigirse inmutables en partes de la puerta
por la que pasaremos desnudos ya de heridas.
Esas marcas
Esas marcas que llevas en las manos
y que muy pocos sabrían leer,
no fueron consecuencias de andar por ahí
cazando vientos en tardes de lluvia.
Más que nada, más que todo,
ellos se plegaron a ti porque eres
más que un simple recuerdo que se autoalimenta.
De ser, polvareda que se levanta,
espinas que se clavan y tiempo
como eterno devenir.
Nadie lo ve, todos lo sienten,
el azul de un crepúsculo cuyo sol
ha perdido su pigmento,
para cedértelo a ti,
a tu espejo de plata incorruptible
que refleja el oro de tus mil pétalos solitarios.
Me rompe,
me despierta de este sueño imposible,
de esta soledad que bebe de una lejanía de frío
que desmaya su alma de tumba y silencio.
Muero hasta que me ves y me tiendes
esas manos, esas marcas, ese tiempo,
esa forma definida por contornos
de geometría antiquísima,
y entonces no sé lo que en mí nace.