El mundo, el demonio y la carne, por Ovidio Moré

Yo tengo
algo de Satán, y de algoritmo,
de matemático ente endemoniado,
de poros que destilan un azufre
inocuo y, a la vez, algo perverso.

Tengo
algo de ángel caído, de Ícaro desnudo,
de corazón que late bajo hojas de yagruma,
pero en el fondo, muy a mi pesar,
sólo soy hojarasca voluble.
Irrisorio neonato, blanda carne,
romántico héroe.

Tengo
algo del músculo de la tierra,
de la arcilla cocida del alfarero:
pájaro sediento en su nido,
pájaro de barro (bestia taciturna,
poética bestia
perdida en los pliegues
de la noche incandescente).
Ave pétrea en la rama
de un árbol bicéfalo y triste.
Así me veo,
como en un evangelio apócrifo,
donde los milagros se concretan a golpe de pluma,
a golpe de tinta, a penitencia del verbo,
a silicio de la metáfora.

Tengo
de la carne de la isla, que es madre
y atalaya donde otear el horizonte
de aquel otro mundo arcaico
que ahora quiere retoñar
de entre las cenizas y desde las naves quemadas.

Tengo
del ciclón que silba y saca sus pezuñas
arañando el agua, y luego llora sus lágrimas
de verde cocodrilo.
De esa carne, tengo.
Acaso he de sobrevolar esa galaxia imberbe
que saca sus colores de mundo nuevo,
de estrella recién creada;
acaso he de vestir sobre mis hombros
otra piel de león de Nemea,
ahora, justo ahora, que Oshun
ha llenado de miel las jícaras
y Obatalá pinta de blanco
con cal viva cada rincón,
cada estancia, cada arteria…
Y el hacedor de los caminos,
el inquieto Eleguá,
limpia de marabú y de guao
el sendero que ha de conducirme
al último grito, al último suspiro.

Acaso no soy yo mi propio demonio.
Acaso cada hombre no es un mundo.

Todos tenemos nuestro infierno cotidiano,
el paraíso no estaba a la vuelta de la esquina.
Se equivocaba Vargas Llosa,
el paraíso estaba en mi única neurona,
y hace tiempo,
mucho, pero mucho tiempo,
que celebré sus exequias.

Acerca de Ovidio Moré

El mundo, el demonio y la carne, por Héctor Michivalka

He sido una ilusión inoportuna
siempre que quise nunca estuve listo
cuando lo estuve nunca pude hacerlo
cara o cruz dando vueltas en el aire

Subyugan los aprietos en la vida
y te aflojan la cuerda los fracasos
a intervalos los sueños se despiertan
y a veces por insomnio ya no duermen

siempre vivo sumido en la lujuria
y pago los favores al pecado

Soy el payaso alegre en el entierro
el cura desnortado en una morgue
la nostalgia moral de una ramera
los recuerdos salaces de una monja

me aguarda la esperanza en un andén
comiéndose las uñas de los pies

El mundo, el demonio y la carne, por Mirella Santoro

Me estoy yendo de a gotas,
como migas que caen de un pan seco,
me voy,
pellizcando la nada
para hacerla cenestesia de mis células enfermas.

Me voy de este mundo que amo y desprecio.

Lo amo en el candor de los niños, en sus dientes de leche
o cuando los pájaros en vuelo trazan sombras en el agua,
lo amo en la tibieza de la mano amiga en mis manos.
Lo desprecio en la avidez por los cetros,
en la hipocresía de las guerras santas,
en el gatopardismo, la indiferencia, el abandono.

Me voy,
en puntas de pie para no despertar sospechas
ni sepan que aún estoy
y ser leal a la mujer invisible que siempre fui.

Ya me ha visto la muerte
en alguna de sus rondas hambrientas,
la muerte, portadora de sahumerios de incienso
para cubrir su fetidez.
Ella, la simbólicamente oscura,
es la otra cara de la vida, su inseparable hermana gemela.

Me voy,
encorvada bajo el peso de dioses y demonios, míos y ajenos,
con la bolsa roja de Papá Noel al hombro, vacía de amores:
esa suma de misterios,
pliegues y dobleces de la carne y el alma
un entrar y salir por puertas giratorias
así como entramos y salimos del mundo,
desnudos y solos.

Acerca de Mirella Santoro

El mundo, el demonio y la carne, por Rosario Alonso

Ya sé que el mundo tiende su cuerpo malherido
sobre un diván de acero
y que el diablo le apremia vestido de psiquiatra
con el firme propósito de anestesiar su mente
para estrenar más sangre.

Y así
la historia se repite igual que una condena.

También nacen demonios noche y día
—miserables e innobles—
y se alojan en cada pensamiento
que se acerque a sus códigos,

—nos invaden—

pero saco correas del fondo de mi piel
y los sujeto
con camisas de fuerza improvisadas.

Después puedo sentir que les venzo en la guerra
donde todo sucede a puro corazón,

aunque me dejen llagas sus intentos de fuga
indefinidamente.

Acerca de Rosario Alonso

El mundo, el demonio y la carne, por Ana Bella López Biedma

Dices que hable del mundo.

El mundo era un desierto y yo desnuda.
Eso fue ayer… Ayer e incluso antes.

Y ya no es más.

Como una herida azul, de orillas anchas,
una grieta cansada y sin esquinas
no deja sin embargo
de mirar hacia el sol
entre las sombras de las catedrales
y las esquirlas de fuego.

Yo no soy nada apenas,
un reducto de carne diminuto
que no pide perdón por estar viva.

Pero creo en la piel y en el asombro,
en el hombre mejor porque se sabe.

El mundo tiene manos de poeta
y sigue siendo un pájaro sin miedo.

El mundo, el demonio y la carne, por Ricardo Fernández Esteban

Mundo, demonio y carne, enemigos del alma
en el lejano tiempo colegial
donde todo lo bueno era pecado.

Cuánto nos engañaron,
porque es el mundo lo que nos rodea,
y sin mundo no hay nada,
y lo bueno o malo, tu elección.

¿Y al demonio?
¿Quién le dio ese papel de malo en la película?
Pues debió ser el bueno entre comillas,
ese por el que matan los fieles al infiel;
para mí que intentó salirse del guión,
y eso no lo permiten ni en el cielo.

Y de carne, carnívoro, por suerte,
por mucho que lascivos con sotana
negasen la mayor, y el sano disfrutar
llevase a la condena, al fuego eterno.
Como dice el refrán:
“Nadie podrá quitarme lo bailao
y que toque la orquesta otra bachata”.

Conclusión:
Mundo, demonio y carne, tres amigos
para correrse farras cada noche,
mi alma paga las rondas
y mi cuerpo disfruta de lo lindo.

Acerca de Ricardo Fernández Esteban

El mundo, el demonio y la carne, por Gonzalo Reyes

No encuentro en ningún verso la catarsis,
tal como veo el mundo, mi reducido mundo,
desde un viejo sillón gastado, roto
que ve correr el tiempo como corre
el agua y su erosión
entre los muchos desaciertos
la poca certidumbre,
que aún sonríe triste
por tanta caridad, urgida de tutores
y tanta oscuridad y estupidez
con decenas de miles en sus filas.

No puedo hallar en mi arsenal un verso
—con una ojiva que nos riegue la esperanza—
para arrojarlo al mundo.

Y no puedo encontrarlo
porque en el vértice del tiempo-espacio
apenas soy un gramo de dolor,
una voz que se miente para ocultar el rostro,
una mano que escribe su placebo,
una gota de sangre
que se evapora en este cuerpo mío,
en esta carne que devoran los demonios
con la ilusión de ver
de creer en la mejora
de mi pequeño hogar
de mi maltrecho prado,

habitado por quienes se nombran a sí mismos
seres humanos.

Acerca de Gonzalo Reyes

El mundo, el demonio y la carne, por Leo Zambrano

I

Este mundo quiebra toda semilla
un baladí sin alma con sus abismos
y su farsa que escuda con otras caras
sacrificando más gritos y más lamentos.

II

Qué hay de los niños que fuimos
donde los dioses fueron tolerantes,
hoy los llantos no son parejos
porque nos arrancaron la raza.

III

La sangre ya está turbia y cambia
un buitre al acecho de la víctima
que yace junto a sus vísceras
para amasar sus partes y angustias.

IV

Son las piedras sobre piedras
la sombra de la pólvora
un figurativo de deshechos
bajo una lluvia radiactiva.

Acerca de Leo Zambrano

El mundo, el demonio y la carne, por Silvio Rodríguez Carrillo

Embrutecido al mango por tanta erudición
nutrida por los libros que me leyó mi viejo
y por relatos duros contados por mi abuela
—los de tanto patriota y soldado guerrero—
el mundo, mis queridos, era un asco sencillo
donde sólo hermanaban los pobres con sus miedos.

Ya con muertos encima, la depresión hambrienta
mordiéndome las manos si acaso no exigía
a mi sangre su límite de herencia inmaculada,
y mi cara de póker luciéndome de arcilla,
entendí que el demonio, prisionero del mundo,
no es más que un crío triste que en los muchos habita.

Cansado, si pudiera —si acaso yo pudiera—,
de arrastrar mi cansancio de la gente y sus cosas,
de escuchar el lamento que se nutre de sí
y por eso detesta la luz y ama las sombras,
sentí desde mis yemas y desde mis rodillas
la majestad del polvo, las infinitas horas.

Hoy, que voy captando el drama del presente
no me lastima la comedia del enviado,
ni me levantan ni me aquietan las virtudes
de tanto cura y tanto rey de los satánicos.
Hoy sólo sé que alguna vez dije su nombre
que fui de carne al conocerla entre mis labios.

Acerca de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Revista Ultraversal edición número 4

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Editorial » Sobre el estilo propio» Por Rosario Alonso

Sumario

In memoriam » Homenaje a Alejandro Sahoud » Por autores ultraversales
Reseña » Tinta China » Por Roberto Quesada
Poesía » Volver a sentir / No bastan / Distancia / Esas marcas » Por Ruffo Jara
Prosa » La abuela » Por Juliana Mediavilla
Poesía » De: A partes iguales / De: El último deseo / Tú sabes que te debo… / De: El último deseo » Por Vicente Vives
Entrevista » Mirella Santoro » Por Rosario Alonso
Poesía » Un año más o menos / A Rogelio Oficialdegui, in memoriam / Viajar con lentitud / Lunático que fui » Por Ricardo Esteban Fernández
Prosa » Fiebre / Cavilaciones » Por Mirella Santoro
Poesía » Si llorar eso y esto / Hay para qué / Sigo siendo / Vivir de cerca » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Reseña » Color Sepia » Por Arantza Gonzalo Mondragón
Prosa » Esos lugares que quedan lejos del corazón / De historias para no dormir y otras vellocidades II » Por Gavrí Akhenazi
Poesía » Por un buen recuerdo / Prioridades / Contigo es más fácil / Me da lo mismo » Por Silvana Pressacco
Humanidades » Hipótesis provisional del pie quebrado » Por Gerardo Campani
Artículo » El qué y el cómo en los textos literarios » Por Juliana Mediavilla
Poesía » Qué queda de ti I, II, III & IV » Por Ricardo López Castro
Artículo » La metáfora » Por Enrique Ramos
Poesía » Haikúes » Por Miguel Ángel Palacios

Staff

EDICIÓN NRO. 4 – ENERO 2016

Dirección general
Gavrí Akhenazi

Subdirección
Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Redacción
Arantza Gonzalo Mondragón
Eva Lucía Armas
Isabel Reyes Elena
Morgana de Palacios
Rosario Alonso

Diseño & diagramación
Jorge Ángel Aussel

Ilustración de tapa
Ovidio Moré

Psicodelia

Autores que aparecen en esta edición
Arantza Gonzalo Mondragón
Enrique Ramos
Gavrí Akhenazi
Gerardo Campani
Juliana Mediavilla
Mariví González
Miguel Ángel Palacios
Mirella Santoro
Ricardo Esteban Fernández
Ricardo López Castro
Roberto Quesada
Rosario Alonso
Ruffo Jara
Silvana Pressacco
Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Vicente Vives

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Editorial de la edición número 4 de la Revista Ultraversal, por Rosario Alonso

Sobre el estilo propio

Un escritor que se precie  debe tener su estilo propio, o sea, un sello distintivo que no resulte una copia del estilo de otro autor. Es lógico que en los comienzos se produzca cierto mimetismo con los autores de referencia y, por esta razón, los trabajos presenten ese aire a “esto ya lo leí”, pero eso forma parte del proceso de aprendizaje donde paulatinamente, al afianzar conocimientos, se irá logrando una voz con mayor identidad. Esto suele ocurrir hasta tal punto que incluso si el escrito no apareciera firmado podríamos reconocer a su autor por los rasgos inherentes a su forma de expresión.

Pero no caigamos en la trampa de pensar que logrado este estilo único e inconfundible los trabajos tienen necesariamente que ser buenos; aquí el talento tiene mucho que decir pues también se puede reconocer a un autor por la mala calidad de su obra. En este punto muchas veces el cine ha contribuido a elevar el nivel de una pésima obra literaria que, trascurridos años y años, sigue ocupando un buen puesto en las estanterías de cualquier librería.

En cuanto a la poesía, surge  una corriente que avanza cada vez con más fuerza por las redes sociales, y que, cargada de snobismo, apunta en la dirección del “todo vale”, anclada en la creencia de que innovar consiste en componer obras llenas de palabras malsonantes, en cortar los versos aleatoriamente, o en apelar a construcciones sintácticas que pecan mucho más de desconocimiento que de novedad. Estos autores, normalmente, carentes de autocrítica, ignoran que para romper las reglas hay que conocerlas y que es necesario labrarse un criterio sobre lo que es gato y lo que es liebre porque en caso contrario quedarán anclados en ese estilo de tercera.

En Ultraversal pretendemos que cada autor logre expresarse con voz propia, o al menos que alcance su techo para desenvolverse de una manera digna, tanto a nivel teórico como práctico. Unas veces el proceso de consolidación es rápido y otras más lento, pero siempre edificante. Pensando en ellos, en los que empiezan, resultan muy útiles las lecciones de preceptiva que vamos incluyendo número tras número.

En esta ocasión, igual que en las ediciones precedentes, ofrecemos una amplia diversidad de voces.

Espero que sean del agrado del lector.

Acerca de Rosario Alonso

Homenaje a Alejandro Sahoud

El día que me sangre la boca por tu nombre
llegará el fin del mundo
llegará como llegan las cosas presentidas
con una carta, un rito, un último hundimiento.

Se hará, quizás, de sangre mi saliva
y sangre correrá despacio hecha sudor
o lágrima
o esperma
quizás también insulto
por todo lo sangrado anteriormente.

Pero no importa el borde de las cosas.
Solamente ese fondo a corazón abierto
es capaz de cavar la tumba con sus uñas
y liberar un pájaro
que no quiere vivir en este mundo
absoluto y ridículo.

Que me lleguen las venas a la boca
el día que me corte los labios con tu nombre
y la lengua
y el alma
y los testículos.
Y me castre
por fin
las ganas de estar vivo donde no sirvo a nadie.

Si me muero en tu sangre algún crepúsculo

odio los crisantemos.

Gavrí Akhenazi


Y ahora ¿qué me queda?
Vagar entre tus cosas como un fantasma blando
que arrastra su sollozo entre tus versos
tus libros, tus canciones, tus nostalgias
y la mía, de vos, eternamente.

Qué me queda del día de las risas
más que este gesto amargo
pintado con cenizas y con niebla
de pájaros que huyen hacia nadie.

Otra vez amputada
luciendo este muñón de carne viva
que espera en un alarde de estoicismo
por otra cicatriz que no se forma.

Al final, soy toda cicatrices.
¿No te das cuenta que es terriblemente idiota
morirse sin cumplir cincuenta años?
Pa…maldita tu ocurrencia.

Eva Lucía Armas


Quién hará del desierto un vergel de vocablos
ahora que negándote a tí mismo
me adelantas un mar de soledades.
Quién, que no seas tú, mi Señor de los Tristes,
me gritará en los ojos, mientras calla
la eternidad entera.

Me vas a seguir dando
aunque sea un suspiro, una arcada, un ahogo,
la apertura del ojo a la mañana herida,
un pensamiento lúcido, un instante
de rebeldía endógena
que entronque con la médula del aire
que te une a nosotros en la ausencia final.

Ya lo ves,
porque sé que lo ves,
me guardo las promesas, las lealtades todas,
tu boca de cristal que lleva tantos días
jugando al escondite con la muerte
con tal de seducirla, como a mí,
como a tantas, que cruzaron tu vida
hipnotizadas
por esa voz caliente de tragedia.

(Pobre muerte, ma vie,
no sabe con quién juega).

Yo sigo en Vendavalia
y no tuerzas el gesto
que no pienso ejercer de plañidera

(siempre te dieron asco las lloronas
que no ponen remedio a sus desdichas).

Hoy no ha salido el sol y se me agrisa el alma
pero oyendo tus pájaros, te siento,
así que ya lo sabes,
queridísimo loco
—esta vez no te sales con la tuya—
para mí no te has muerto.

Morgana de Palacios


Eterno Requiem.

Ahora mismo quisiera recitarte
poemas como entonces.
Ver caer sobre el mar aquella lluvia
que calaba tan hondo en nuestros cuerpos.
Poder tomar tu nombre entre mis manos
y grabarlo sin prisas en mi piel
cuando duele el poniente de febrero.

Ahora mismo
que pronuncio tu nombre como un salmo
la creación entera
se pone de rodillas para abrirte
el hueco que merece tu universo.

Mis manos balbucean y siento que el amigo
es un requiem eterno que me llora por dentro.
Y me quedo callada
mientras sigo buscando los porqués
a esta nueva manera de perderme
contigo en el recuerdo.

Pero sigo buscando
el rayito de sol —como decías—
con palabras que nacen de lo hondo
y edifican por dentro el corazón.

Vivirás siempre en mí
por llevarme la mano en el camino.
Jamás estarás muerto.

Firmado y rubricado
por tuamigadelalma de los ojos azules

Isabel Reyes


Horacio, Salvador, dos veces Alejandro,
y Aragón, y Sahoud, y Ángel de la Niebla,
y Zugzwang, cuántos nombres, cuántas formas distintas
de nombrar al amigo, de llamar al poeta.

La tinta gris del chat, la tinta azul del foro,
el avatar heráldico que le regaló ella;
el escueto discurso de las charlas nocturnas
y la prodigación en sus mejores letras.

Registros, los registros en tus discos a salvo,
registros en la Red -al pulsar de una tecla-
de la alta poesía, de la prosa sangrada,
de la flagrante crítica que derriba y enseña.

Me llevo otro registro (y yo soy el soporte),
el registro más hondo y el que más me consuela:
la huella memoriosa que al pasar por la vida
algunos pocos hombres en el alma nos dejan.

Gerardo Campani


Muerdo túnicas en el silencio
al extirpar una palabra
de todas tus sombras,
bajo pliegos de auras
sobre lunas y soledades.
Enlazo en las estrellas
su letargo a tu ausencia,
para colgar al hombro
esa luz sin tus ojos,
esas semillas de alientos
y esas raíces de tus dedos.
Ahora con lágrimas de ríos,
abro los caminos del alma
entre el lodo y las huellas,
quizás pintando un embrión
de tus versos en un poema,
quizás para llegar a mis labios
y dejarme mudo de asombros.

Leo Fabián Zambrano


Comienza aquí tu luz. Aquí comienza
el eco de tu voz en los paisajes
como un grito sin fin en el recuerdo.

Comienza aquí la historia no contada,
el final nunca escrito en los andenes
donde alzaron sus vuelos los pañuelos.

Tuvo que ser así, con tanta magia
demoledoramente redimida
labrando sin cesar en las llanuras
los últimos ocasos de febrero.

Tuvo que ser así, como fue siempre
que inventaste en un verso las estampas
que se quiebran al bies de los cristales,
mientras pasan los trenes del invierno.

Enrico Espino


Es duro ser escéptico
cantas tu dolor
en un violín
que sangra
de las cuerdas

que lo engrandecen.

Héctor Michivalka


A golpes de badajo
que al luto nos congrega
va la tarde morada
y las palabras secas
y los ojos mojados
mas el alma serena
y el corazón alegre
porque te siente cerca,
que no nos has dejado
que eres polvo de estrellas
que se posa en nosotros
y en nosotros se queda.
Yo no quiero llorarte,
hacer de plañidera;
trascendiendo la vida
vuelves tu vida eterna
y poco a poco, amigo
—será corta tu espera—,
a golpes de campana
con las puertas abiertas
nos irás recibiendo
cuando llegue la fecha
que habrá de reunirnos
para escribir poemas
o todas esa prosas
que nuestras vidas cuentan.
¿Qué más puedo decir
para burlar mi pena,
para que no se note
que todo esto es tristeza?

Idella Estevez


A retazos. Sólo con la palabra.
Con un nombre quizá envolviendo la música.
Con un cuchillo hondo, plenamente clavado
más allá de la sangre.
Con los ojos del hijo que le arañan
donde crece la vida, camina en el perfil
de las horas. No hay tiempo
cuando Alejandro viene y va y aún vuelve y gira
entre verbos y espacios consagrados
y entre amaneceres totalmente dispersos
como su voz ahora, como su mano ahora;
al igual que sus labios, que ya son nuestro enigma
y son nuestro silencio y nuestro son y el canto
que nos mostró en la sombra.
Y con él nuestros pies, dibujando su arena,
y nuestro lloro, un río, donde se lava entero
de esa muerte maldita que le muerde;
y así, con nuestras flores, se dibuja parterres en la carne
y le brotan olivas de los ojos
y un madrigal de pájaros le anida entre las cejas.

A retazos, partiéndose, donándose de nuevo
como hizo en la vida,
y siendo nuestro amigo
hasta el fin de los mapas y las leyes.

Dolors Alberola


Contemplo las espigas del alba:
el viento las mece sin ti,
ágil canto ido en la prisa de las horas;
haces que germinen lirios en mis ojos,
me vistes de madreselvas y corales,
me alistas de armaduras y de guerra.

De espaldas al cielo que me ignora
siembro flores en tu lecho,
mis brazos buscan tu soledad inagotable.
Te faltaban por contar tantas estrellas…

Pesadas piedras de mi mente:
molino que rueda en un ayer
de memorias circulares.
Busco,
en su doliente girasol,
el dulce timbre de tu voz de bronce,
la liviana herramienta de tu abrazo.

Bello ingenio
—antifaz del tiempo—,
mueres, y aún así vence tu ausencia.

Humedad terrosa y fértil,
guardiana de sueños duraderos,
muéstrame hacia dónde
se marchó en silencio.

Ando tras la huella de sus pasos mortales.

Antonio Rojas


Dónde estarás ahora? Cómo encontrarte
si la luz que iluminó esa ruta
siempre fue tu mano extendida?
Nos ha embargado tu frío al reunir tus recuerdos.
Dónde estará tu voz?
El silencio, que reclama tu nombre,
al acercarse a nosotros
se nos ha ahojado en la mirada.
Es irreal la noche, pero parece buscarte.
Hacia atrás hemos mirado. Es que tal vez,
tan sólo, te has detenido un momento
viendo sonriente cómo nosotros
verificábamos si nuestros pasos, alguna vez,
serían tan grandes como tus huellas.
Ven, amigo, ha de quedarte algún poco
de tiempo sobre los hombros.
Continuemos juntos el viaje.

Edwin Solano Reyes


Escribo poquito a poco
cuando la risa se espera
cuando se aleja la pena
cuando del alma las voces
hacen nacer el poema.

Escribo desde la sombra
de un álamo en la pradera
de una nostalgia en la hierba
de alguna una luz temblorosa
si las lágrimas se espesan.

Si muere la primavera
si el amor ya no está cerca
si mirando hacia mi izquierda
el tuntún de unas esquinas
vienen y me traen fuerza.

Más quisiera morirme escribiendo un poema
como escriben los buenos,
los valientes, los poetas.

Como Alejandro y Villena
yo quisiera morirme…
como muere un poeta.

Gloria Forasté Giravent


Ojalá (Silvio Rodríguez)

Ojalá que las hojas resbalen por tu cuerpo cuando caigan
para que así las puedas convertir en cristal.
Ojalá que la lluvia regrese a ser milagro que baja por tu cuerpo.
Ojalá que la luna vaya pronto a por ti.
Ojalá que la tierra te devuelva los pasos.

Ojalá que retorne tu mirada constante,
tu palabra precisa, tu sonrisa perfecta.
Ojalá pase algo que te traiga de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve.

Ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones:
ojalá si pudieran tocarte mis canciones

Ojalá que la aurora no dé gritos que caigan en mi espalda.
Ojalá que tu nombre no la olvide mi voz
Ojalá las paredes retengan tu sonido de camino cansado.
Ojalá mi deseo se vaya tras de ti,
a tu nuevo gobierno de difuntos y flores.

Teresa Vento


No sé por qué te cuento
si tú lo sabes todo sobre estas cosas,
pero de vez en vez, de tarde en tarde,
me dan ganas de venir pausadamente
—como una insidia—
para dejarte un fárrago
que ya conoces. Quizás, te contaría,
que aquí vuelven las voces extranjeras
para llenar mis playas
de bellas sombrillas de colores,
de pieles blancas en los bares,
de expuestas damas entre las dunas
o te diría,
aunque lo sabes,
que alguna vez [subrepticiamente]
regreso a tus lugares
y sin pensarlo
te escribo en los cristales
algunos fárragos
por si fuera que fuese
que no estés haciendo nada
y te distraes.

J. Azimut


Torrenteras sin cauce
bañan hoy los cristales más profundos,
los espejos que aún traduce el alma
porque la pena rueda más allá
del hueco de tu ausencia,
cuando paseo por tus versos
y, sin alzar la vista,
me muerde la impotencia del tiempo adormilado,
punzante sentimiento
que buscando las huellas del silencio te nombra
y al hacerlo me dice:

no esperes más palabras,
están todas aquí.

Leo, leo y te leo…

Y al levantar la vista,
presiento la gran fiesta
que han de tener ahí,

al otro lado.

Alcya Miguele


Ahora me pasa que no hallo palabras
que no estén significadas
en algún extremo loco de geografía literaria
que contenga tus pasos
y los de esta música.

Va dejando una estela en tu perfume
—adviertes—
como encargándote de que no exista el nunca
en que te olvide.

¿Acaso puede un corazón desoír
ese pálpito de folcklore, sonata o jazz
que le ha respirado
más allá del infinito nombre
en que te quedas
amigo, hermano, padre, poeta amado?
porque para mí no habrá suficiente música
con que interpretarme en un ¡Gracias!
y ser tu farfallina sul fiore di sangue.

Solange Schiaffino


Llora el bandoneón
y llega un rumor de tango dulce y lastimero
como un poema de amor inmortal,
hermoso y frágil
como un recipiente de alargado cuello celeste…
Infinitas cosas lo evocan y él evoca infinitas cosas.
Y llora el bandoneón
por el guerrero que duerme.
Y era de barro
y era de viento
y la palabra sangraba belleza en su pluma eterna.
Sacó oro del estiércol, amor del odio y nobleza de la inquina.
Era sobre todo, un levantador de almas.
Se han quedado solos todos los pájaros.
Se han quedado más solos Los Solos.

Arantza Gonzalo Mondragón

Tinta China, un libro de Héctor Reyes

por Roberto Quesada

Consíguelo en: www.lulu.com

Ficha del libro

Título: Tinta China
Autor: Héctor Reyes
Publicado: 6 de enero de 2014
Género: Poesía
Edición: Primera
Editor: Héctor Reyes
Editorial: Lulu
Páginas: 77
Encuadernado: Libro en rústica con encuadernación americana
Tinta interior: Blanco y negro
Peso: 0.36 lb
Dimensiones en pulgadas: 6 de ancho x 9 de alto
ISBN: 9781304867414

Poemas breves, de vida, filosofía, esperanza, etc.
Sarcásticos, irónicos, profundos y humorísticos;
aforismos, frases cortas, reflexiones que se leen
de un suspiro y causan suspiros en cadena.
Un bosque de bonsáis.

A fuerza de Tinta China

No me gustan las sorpresas, pero existen. Y una de ellas es el descubrimiento de un nuevo escritor, poeta sin duda, Héctor Reyes, quien me tatuó con su Tinta China, y eso que tampoco me gustan los tatuajes.

Su libro Tinta China, divisado desde mi perspectiva, lo sepa él o no, sin duda que se desprende de los breves y fulminantes Haikú, esa «bonsaica» (si se me permite inventar palabras) poesía japonesa.
El lector se prende ante la Tinta China de Hector Reyes, y después no importa si es tinta verde, azul, blanca o roja, sino lo certero de sus dardos, ya sea cuando aborda la desilusión, por ejemplo:

No creo 
En la mala suerte
Ella insiste
En creer en mí

O en el amor, a veces confundiéndose con sutil humor:

Amor…
En tu piel aprendí el Braille.

Y lo que es una constante, la reflexión, la búsqueda en sí mismo que a la vez somos todos, toda esa especie humana, la que utiliza el cerebro aunque no lo vea, en el constante desafío no de preguntarse sino el difícil reto de encontrar a veces respuestas y asumirlas sin flagelarse por andar buscando lo que no debía. Tampoco escapa esa clase ya estigmatizada, sobre todo en nuestros países tercermundistas, la política, que no hacen política sino que ˜polisaquean» a nuestros pueblos y así los presenta Reyes:

No le hables con señas a un político
Porque creerá que ya lo descubrieron.

Y aunque no creo, ni me gustan las monarquías, no me queda sino quitarme el sombrero ante este libro Tinta China de este que no salió singular sino plural, Reyes, Héctor Reyes.

Roberto Quesada
Ozone Park, Nueva York,
26 de febrero de 2014

Volver a sentir / No bastan / Distancia / Esas marcas, por Ruffo Jara

Volver a sentir

No creí
que volvería a estar enfrente de ti
dibujando historias en mi mente,
colgado de un planteo imaginario,
dudoso, pero tan real en mi sangre,
mientras tú abrazada a tu guitarra,
vibrando las cuerdas en antiguas melodías,
me devuelves a un pasado
del que nunca salí del todo ileso.

Es así
que miro a través de mis temores,
de mis heridas secretas que no adivinas
ni en tus sueños más lúcidos,
de mis ansias por alcanzar
un pedazo de lo que a ti te roza
en esta desavenencias de destinos
que marcan el ritmo de nuestros pasos,
en donde ya no sé si eres tú la que se aleja
o soy yo el que se marcha.

No bastan

No bastan las cosas que crees suficientes,
cuando lo que haces no roza
el precipicio de lo imposible.

No bastan los momentos vividos,
cuando lo que el corazón reclama
es morder el polvo con violencia,
a fuerza de insistir y agotar las posibilidades.

No alcanza con decir un nombre que te incluya,
cuando estás imposibilitado
de encontrar el tuyo propio
en la maraña de ecos que te perturban,
ni bastan los adjetivos,
los pronombres, los verbos,
si el predicado pierde conexión
con el sujeto de tu llama eterna.

Tampoco bastan las heridas de una emoción pasajera,
desde que eres incapaz de sangrar por dentro,
y aun así, recomenzar otra vez,
ni romperte en mil pedazos,
si no puedes reconstruirte en el día a día
de tu constante caminar.

No basta el hastío de las lamentaciones,
si no te decides a marcharte para permanecer,
ni ganar soledad para generar compañía.

No basta la torpeza de perder para caer,
cuando desconoces que la derrota
la podrías convertir en victoria.

No bastan.

Distancia

Al fijar en un punto mi mirada
puedo ver la distancia que divide
el dolor masticado en soledad,
de lo que se desprende de esas cosas
tan nuestras, que aunque extrañas
entre sí, se parecen.

Siento lo inalcanzable
y el anhelo interior de seguir,
aun al precio cruel de abandonar
uno por uno todos mis arraigos
en el altar de cada huella sobre la arena.

Y a mitad de camino
entre lo que fue y lo que no será,
sabiendo que transito un viaje interminable,
percibo el brutal ritmo, el que ha sido forjado
por nuestros prisioneros, que amos de nuestras penas
necesitan mostrarnos lo que aún no alcanzamos,
que con lejano grito impulsan a cruzar
el desierto y la noche más oscura,
el frío y el calor,
el cansancio y la sed,
para dejar de ser tan sólo sensaciones
y erigirse inmutables en partes de la puerta
por la que pasaremos desnudos ya de heridas.

Esas marcas

Esas marcas que llevas en las manos
y que muy pocos sabrían leer,
no fueron consecuencias de andar por ahí
cazando vientos en tardes de lluvia.

Más que nada, más que todo,
ellos se plegaron a ti porque eres
más que un simple recuerdo que se autoalimenta.
De ser, polvareda que se levanta,
espinas que se clavan y tiempo
como eterno devenir.

Nadie lo ve, todos lo sienten,
el azul de un crepúsculo cuyo sol
ha perdido su pigmento,
para cedértelo a ti,
a tu espejo de plata incorruptible
que refleja el oro de tus mil pétalos solitarios.

Me rompe,
me despierta de este sueño imposible,
de esta soledad que bebe de una lejanía de frío
que desmaya su alma de tumba y silencio.

Muero hasta que me ves y me tiendes
esas manos, esas marcas, ese tiempo,
esa forma definida por contornos
de geometría antiquísima,
y entonces no sé lo que en mí nace.

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