La abuela Severiana era bajita y bien plantada. Vestía a la vieja usanza, con su chambra y su toquilla y sus interminables sayas bajeras y encimeras. Un elemento esencial en su indumentaria era el pañuelo, prenda que solo se quitaba para dormir. Atado debajo de la barbilla, caía airoso por detrás formando un pico a la altura de la espalda, con ligeras variaciones que dependían del humor de la abuela: hacia atrás cuando estaba de buen talante, descubriendo su frente ancha y la raya que separaba simétricamente las dos mitades de su pelo, pero en los días de migraña, echado hacia delante, formando una especie de visera encima de los ojos, detrás de la cual se parapetaba sin decir ni mu hasta que se le aclaraba la jaqueca.
Esta dolencia le venía a ramaladas y coincidía –según ella— con la aparición de “La Caballería” en la Campiña, unos nubarrones blancos que se encaramaban en las montañas y traían con ellos un ventarrón seco y frío de mil demonios. Así que “La Caballería”, el viento y la jaqueca de la abuela estaban en estrecha relación y aparecían y desaparecían simultáneamente. Un delantal remataba la vestimenta, atando su cintura breve y perdiéndose en lazadas en los innumerables pliegues de las sayas que llegaban hasta el suelo, descubriendo apenas unos pies diminutos.
Debajo de la chambra la abuela llevaba el justillo, que solía colgar en el cabezal de la cama cuando iba a dormir y que se colocaba laboriosamente por las mañanas, estirando las cintas una y otra vez hasta juntar los extremos de la prenda.
La abuela vestía de negro y tenía, eso sí, su ropa para los días de cutio, de un negro apimentonado y desvaído, y la ropa que se ponía las fiestas de guardar y que solía meter otra vez en el baúl cuando venía de misa.
En su cara redonda, destacaban la nariz respingona y los ojos claros salpicados de motitas negras. En la boca le blanqueaba como único superviviente un diente que había formado un surco en el labio inferior. Los otros dientes los había perdido la abuela en su juventud, siendo moza de labranza en un pueblo por detrás de La Campiña: una mula se los mandó al tragadero, esta era la expresión de la abuela cuando lo explicaba, como si aún recordara el impacto de la coz: “No sé cómo no me quedé en el surco” –decía. Pero sola y a mucha distancia del pueblo, se lavó en un cubito, se apretó la boca con el pañuelo para impedir la salida de la sangre y no perdió el jornal.
Su carácter férreo y voluntarioso permaneció incluso cuando le cogió la chochera y contrastaba con una ternura enfermiza y desmesurada que sentía por nosotros. Acobardaba a mi madre, menos enérgica por naturaleza, e incluso a mi padre que nunca se atrevió a volverle los ojos. Fue, mientras vivió, el mejor aliado que tuvimos; era como tener a alguien que siempre estaba de tu parte, incondicionalmente. Y si alguna vez a mi madre se le escapaba la mano, porque éramos todos de la piel del demonio y la volvíamos loca, salía la abuela: “¡Madrastrona, que eres una madrastrona! ¡Me valga Dios…! Parece mentira que los haigas parido” Y nosotros, parapetados tras las sayas de la abuela, cruelmente conscientes del poder de sus intervenciones, minábamos una y otra vez la paciencia de mi madre.
La abuela Severiana era miope, aunque nunca llevó gafas ni la vio un especialista, eso no encajaba con ella. Tuvo siempre una atracción irresistible por la letra impresa y leía todo lo que encontraba, acercándose a las letras hasta taparse prácticamente los ojos.
Los periódicos llegaban al pueblo con el consiguiente retraso, pero la abuela los leía y releía sin importarle la mayor o menor actualidad de las noticias. Estaba al tanto: “Hoy no ha venido el papel “ –decía- y repasaba el del día anterior o las hojas con que en la tienda nos envolvían el género, ya fueran del “ABC” o de “El diario de Burgos”.
Con lo del paralís se le acrecentó la miopía; a nosotros nos distinguía por instinto, pero cuando la sacábamos al sol en el sillón de mimbre y las mujeres se acercaban para preguntar: “¿Cómo andamos, Severiana?” solía decir cuando se iban: “Pues velay que no la hi conocido”.
Antes de lo del paralís, se rompió un brazo y desde entonces ya no hizo nada bueno. Un día llegó el Pedrito sangrando de la escuela, con un desgarrón en la oreja, de un mordisco que le había dado un muchacho del tío Vidal. A la abuela se la llevaban los demonios: “¡Rediós!” Hacerle eso al chico…”
Déjelo, cosas de muchachos –decía mi madre. Había una buena nevada y no acostumbraba a salir cuando el suelo estaba poco seguro, porque andaba ya muy torpona, pero no pudo aguantarse y bajó la cuesta del juegopelota con las manos en jarras; al final de la calzada, patinó en el hielo y no fue capaz de levantarse; la trajeron a casa entre dos hombres y estuvo enyesada el resto del invierno.
Luego vino lo del paralís: un día vistiéndose se quedó paralizada de media parte y mal que bien se fue defendiendo, aunque mi madre la tenía que peinar y vestir. Al año siguiente le repitió y ya no se movió del sillón de mimbre. Allí junto al fuego pasaba la abuela horas y horas, golpeando rítmicamente el suelo con el pie derecho, produciendo un ruido acompasado en las maderas viejas que solía acompañar con una especie de cantinela ininteligible, algo remotamente parecido a una nana. En los baldosines del fogón, frente al sillón de mimbre, dormitaba el gato hecho una bola y, cuando la abuela interrumpía el ritmo parando su pie derecho, abría los ojos como si la vigilara.
Luego, a los finales, la lengua se le empezó a entorpecer y apenas hablaba. Mi madre tenía con ella cuidados especiales (entonces para comer plátanos o pescadilla había que ponerse malo), pero la abuela, cada vez más inapetente, se guardaba los plátanos y las galletas en los bolsillos del delantal y, adosada al sillón, nos buscaba con la mirada para dárnoslos cuando escapaba del control de mi madre.
Un invierno se llevó a la abuela y, durante mucho tiempo, me dio respeto entrar en la cocina y ver su sillón vacío junto al fuego.
La abuela Severiana murió hace muchos, muchos años, y todavía desfila por los senderos del recuerdo dejando tras sus pasos diminutos un leve susurrar de enaguas.
Era como mi sombra y me miraba
oscura desde el centro a la cabeza.
Enroscándose donde el miedo empieza,
a la muerte que soy me recordaba.
Hecha de negras voces me llamaba
-arrodillado yo como el que reza-
El color de sus manos, la pobreza
-el odio de su aliento deformaba-
Detrás de mí corría y con sus brazos
encadenándome se parecía
al diablo más feroz y más hambriento.
Su cuerpo era mi cuerpo hecho pedazos
y mi sangre sobre su sangre olía
a la piel putrefacta de su aliento.
De: El último deseo
Mañana volveré para enterrarme vivo
y volveré con esa tierra nueva
con olor a humedades y a verano.
Iniciaré
ese rito de apagarme un poco
cada cinco de mayo.
Topo de mis verdades
y ciego entre mis gestos de silencio,
cavaré hasta retener las sombras
de lo que fuimos.
Mañana, ni la Luna
descubrirá mis buenas intenciones.
Será profundo el hoyo
donde seque mis lágrimas.
Y en mi caparazón de hierro
y cubierto de oscuridades
y acurrucado
descenderé a tus abismos
para poder amarte hasta las noches.
No creo en los deseos
por eso los escribo sin guardarme
los envoltorios.
Te creo sólo a ti
porque escuchas y callas
sin boca, ni nariz,
tapándote los oídos con los huesos
que te quedan.
Me creo solo a mí
porque sin conocerme
Soy lo único que reconozco.
Tú sabes que te debo…
Tú sabes que te debo
un pedazo de mí
y otro pedazo de ambos.
Yo no te pido nada
pero quiero asumir tu voz de medianoche
y quiero que lo intentes por ti aunque susurre,
otra mirada ajena a la que nos define.
Para mí sigues siendo
ese fugaz poema de diminutas alas
y una palabra a tiempo y una verdad a tientas,
vivida desde el ser que nos proscribe.
Atado a tu garganta te gritaré mil veces,
no importa dónde estés o hasta cuándo
y si la vida busca una luz en tu ombligo,
será porque en su fondo nació cualquier mañana
ese eterno rugido grabado a fuego,
entre las dos mazmorras de los ultraversales.
Naciste aquí blandiendo tus espadas
y vivirás aquí por mucho que te alejes.
De: El último deseo
Hay sangre que te hiere
y muertos a decenas en tus ojos,
y tristeza y olor a desengaño
en tus pobres caricias.
Te niegas a vivirte como un escarabajo entre desechos
y me pides que sueñe y que decida
entre tu risa imbécil y mi carne invencible.
Hoy puede que no lleguen
mis manos a tu vientre
y puede que me ría hasta de ti,
y no lo haga contigo.
Juzgarme a mí callando
resulta tan gracioso como partirte el alma
con tu acero de estúpidas certezas.
No me vengas con eso
y ríete del tiempo que te queda
perdido en el espacio de tus ojos.
Riámonos del calco de tu espejo
y de cada segundo entre segundos
y vívete y olvídame.
“Siento a la literatura como la expresión artística más completa”
A Mirella Santoro, una italiana nacida en Parma y que en la actualidad vive en Buenos Aires, le gustan las cosas sencillas. Ella sabe cómo sacarle punta a los sentidos y por ello nos comenta el placer que le supone caminar al atardecer por callecitas arboladas y solitarias, leer mientras toma un cappuccino en un café, mirar el río y la puesta de sol desde el balcón, tener largas charlas con amigos, disfrutar de los colores del otoño, escuchar música, bailar. Cosas pequeñas, tal vez, que contadas por ella, mujer de una sensibilidad muy fina, adquieren grandes proporciones.
Mirella, que adora la montaña y el mar, se remonta en el tiempo para explicarnos que en una época recogía caracolas, trozos de corales que encontraba desperdigados por la playa y piedras tipo ágatas de las montañas. Una hermosa afición, sin duda.
En cuanto a las películas le gustan todos los géneros menos el de terror.
Es una mujer inquieta, a la que le gusta aprender cosas nuevas. Nos comenta que su última afición es hacer videos, y os aseguro que están muy bien realizados. Aprendió hace poco con un programa de escasas posibilidades que le sirve para aguzar la creatividad y además le resulta muy terapéutico, nos dice.
También se dedica al dibujo, la escultura y la fotografía, pero por encima de todas sus aficiones, ella, una prosista de gran altura, nos asegura que al escribir es cuando se siente más plena.
Mirella es sincera, afable, se la percibe cercana. Por ello no me extraña descubrir que entre las cosas que le disgustan se encuentra la falta de solidaridad y la mentira.
Nos confiesa que le desagrada, al igual que el caos de la ciudad o el calor excesivo del verano, “sentirse a veces tan sapo de otro pozo”.
1. ¿Qué es para ti la literatura?
Nunca me hice esa pregunta, tal vez porque la literatura entró en mi vida desde muy pequeña, en un proceso natural como el de respirar o dar los primeros pasos. Simplemente era —y es— algo vital para mí. Siento a la literatura como la expresión artística más completa, es un modo de conocimiento, un estímulo para la reflexión. Involucra a la mente, mueve las emociones, despierta el espíritu, imagina o le busca un sentido al mundo.
2. ¿Y la poesía?
Es el género literario más elevado y complejo, que suele brotar de lo más hondo de uno mismo. Es una forma de vivir y de percibir la realidad.
3. ¿Desde cuándo escribes y qué motivación tienes para continuar?
Empecé apenas supe escribir. Pero antes vino el dibujo, mi primer gran amor. Dibujaba comics inventados por mí y les agregaba diálogos, textos aclaratorios. Con el tiempo se invirtieron los papeles: escribía historias que después ilustraba.
Cualquiera de los experimentos artísticos que exploré, el dibujo, la fotografía, la escultura, se originaron por la necesidad primordial de expresarme, de comunicar, probablemente por ser tímida y callada.
En la escritura es donde mejor pude y supe volcar mis miedos, las ansias, lo que me apasiona o lo que detesto.
Concuerdo con lo que nos decía Abelardo Castillo en su taller, que el mejor lugar donde el que escribe logra comunicarse es en sus textos y los personajes que forja son los que hablan por él.
4. ¿Cómo definirías tu prosa?
No sabría definirla. Como soy una buscadora probé distintos géneros: la ciencia ficción, el policial negro, el cuento fantástico, el relato costumbrista. Con el tiempo mi búsqueda fue cambiando, me pulí, aprendí a tener una voz menos “desafinada”.
Creo que el elemento en común que aparece en muchos de mis cuentos es el atisbo de un mundo mágico en la realidad cotidiana.
5. ¿Y tu poesía?
Casi no escribí poesía, le tengo demasiado respeto y me muevo más suelta en la prosa poética. En mis escasas experimentaciones el énfasis estuvo puesto en bucear en mis propios sentimientos y vivencias.
6. ¿Qué influencias literarias han marcado tu forma de escribir?
Inconscientemente, casi todos los autores que me impactaban y que se renovaban a medida que conocía otros. En forma consciente —y con absoluta alevosía— me acerqué al estilo narrativo de Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Italo Calvino, Hemingway, J.D. Salinger, Juan Rulfo, Clarice Lispector, Virginia Woolf, etc. etc.
Pienso que son procesos que se van dando hasta encontrar una voz propia.
7. ¿Crees que un escritor debe estar comprometido con el tiempo que le toca vivir?
Un escritor primero debe estar comprometido consigo mismo y con la vocación de escribir. Si lo está a fondo y honestamente, la consecuencia lógica y natural será el compromiso con la realidad que le toca vivir y que reflejará en sus textos.
8. ¿A qué público pretendes llegar?
Al que le interese lo que escribo, no tengo preferencias. Cuando abrí el blog lo hice con un prejuicio: si es que llegan a leerme, seguramente será alguna mujer. El primer seguidor que tuve fue un hombre y hubo un período en el que la mayoría que opinaba y dejaba comentarios eran hombres.
Ahora la balanza se ha equilibrado.
9. Para ti ¿qué condiciones debe cumplir un escritor para ser considerado como tal?
Tener algo que decir y saber decirlo. Tener la vocación, ese “ansia” o hambre, a veces voraz, que lo inciten a buscar palabras para saciarse.
Y, por supuesto, el amor por la palabra. Hace falta la dedicación, el respeto, la paciencia para extraer el término justo, el que exprese cabalmente la idea, la descripción o el sentimiento que se quiere comunicar.
10. ¿Cuál es tu proceso creativo, te sientas a escribir poesía o esperas que la inspiración llegue?
No creo en la “inspiración”, más bien en instigaciones tanto internas como externas. Si lo de afuera nos incita es porque tiene una correspondencia en nuestro interior. El impulso más fuerte lo proporciona el dolor y la necesidad de sacar lo que nos hirió.
También los sentidos me traen temas. Las imágenes, los olores o el verso suelto de una canción logran desencadenar una catarata de emociones que, en una fase posterior, intento ordenar más racionalmente.
Como me gusta arquitectar historias, el desarrollo es más largo. Debo encontrar las voces de los personajes, en qué tiempo y lugar suceden los hechos, armar la trama y sobre todo encontrar el final, lo más arduo.
11. ¿Piensas que hay mucho egocentrismo en el mundo poético o que, por el contrario, es un mito?
Conocí a pocos poetas, sí a escritores, algunos con cierto prestigio, otros apenas conocidos, también artistas plásticos y unos cuantos se creen más de lo que realmente son.
Pero considero que hay narcisismo en todas las actividades y profesiones, es una faceta del ser humano que ha ido creciendo en estos tiempos. O por lo menos se manifiesta más abiertamente, quizás por el deseo imperioso, propio de esta época, de exposición y éxito.
12. ¿Crees que la poesía vende?
En la Argentina ni prosa ni poesía venden. Los escritores suelen tener otras fuentes de ingresos: coordinan talleres, colaboran en revistas o periódicos, dan seminarios, participan como panelistas en programas culturales, en más de una oportunidad sin remuneración alguna.
13. ¿Cómo ves la literatura en la sociedad actual?
La mayoría de los lectores a la hora de comprar elige “best sellers”, libros de autoayuda, biografías de personajes famosos o supuestos análisis políticos escritos por periodistas mediáticos. Si ventilan datos escabrosos esos libros salen como pan caliente.
Los clásicos de la literatura duermen un sueño injusto en las estanterías, velados con el polvo del olvido.
14. ¿Qué opinas del formato digital con vistas al futuro?
Lo acepto, como una opción más. Hay que adaptarse a los avances tecnológicos actuales, aunque prefiero tener en mis manos el libro de papel, con su tacto y su olor particular. Lo importante es que no se pierda el hábito de la lectura.
Mirella, ha sido un placer hablar contigo. Agradezco tu amabilidad y espero que podamos repetir la experiencia.
Me despido agradeciendo el espacio que me han brindado, el interés por conocer facetas mías y desde ya estoy dispuesta para lo que necesiten o quieran saber de mí. Besos, Rosario.
Cuando se muere un año y nace otro
no cambia nada más que el calendario.
Eso de que la vida fluye como los ríos
es mucho más que una metáfora,
nunca es la misma el agua que contemplas
ni podrás alterar lo ya vivido cauce arriba.
Preocúpate, barquero, por el tramo restante
y navega caudales con tu brazo al timón.
No está lejos el mar que todo iguala,
del que nada conoces, porque nadie retorna
por mucho que te vendan paraísos
e intenten corregirte con infiernos.
Por eso, no te importe una fecha concreta,
qué más nos da que acabe en cinco en vez de en cuatro,
lo que sí cuenta es que disfrutes
de las, ojalá muchas, singladuras
que aún ruedan en el bombo donde mora el destino.
Un año más o un año menos es sólo una medida
y la felicidad, por suerte, nunca supo de métricas.
A Rogelio Oficialdegui, in memoriam
Siempre llega la muerte tras la vida,
pero a veces nos roba de repente
sin dejarnos siquiera despedida,
conjugando lo duro del presente.
Rogelio, buen amigo, quién pudiera
ponerle alas de pájaro a ese avión,
no dejar que cruzases la frontera,
volver a oír tu voz y tu razón.
Nos queda tu nobleza, tu bondad,
esa fina ironía, esa prestancia,
buscando mitigar la soledad,
queriendo hacer cercana la distancia.
Lo que nos queda es mucho, compañero,
el recuerdo de todo un caballero.
Viajar con lentitud
Hay que saber viajar con lentitud
dejar que los paisajes derroten a las prisas,
acortar singladuras, paladear lo bello
y disfrutar en paz cada rincón.
Dar pasos, no zancadas,
parar, hacer un alto en el camino,
contemplar y admirar, en vez de ver,
y no perder el tiempo en las fotografías.
Si aprendes a viajar de esta manera
el destino del viaje no será lo importante;
en cambio lo serán esas pequeñas cosas,
que sólo llegarás a descubrir
cuando camines a su mismo ritmo.
Lunático que fui
Lunático por ti, fui hombre lobo
o cordero pascual, si lo pedías,
mas constato que tú, como la luna,
te creces y descreces en pasiones.
Hoy toca que estés llena y todo vale,
hasta que pronto mengües y los celos
te lleven a la nueva discusión
que olvidarás, voluble, cuando crezcas.
Este fiel selenita, mi lunática,
deja de ser satélite de ti
cansado de tus fases, el licántropo
echa el diente a las otras del astral.
Llevas razón, la fiera ha despertado
y abandona tu cárcel. De luneo
salgo de caza en busca de una estrella
y en vez de tibia luz encuentro un sol.
Tierno cobijo en cada amanecer
que me da rienda suelta por las noches.
¿Lo entiendes, cielo? ¡Cómo no escoger
pasión con libertad y sin reproches!
La mujer, con andar tambaleante, salió al balcón y apoyó la espalda contra la pared. Hacia el oeste la ciudad se extendía igual que un cementerio, nichos y más nichos se apretujaban como una aglomeración de panteones decadentes. La muerte antes de la muerte.
Hacia el este el horizonte estaba delineado por el río: un pálido león recostado bajo las nubes. Un alivio en la grisura del paisaje urbano.
La mujer se tocó la frente, la fiebre no había cedido. La brisa de esa primavera inconstante le produjo un escalofrío, sin embargo, no se movió. He llegado a la etapa en que todo me da lo mismo. Lo que no te mata te hace más fuerte.
Un avión cruzó el cielo como un pájaro apurado. Acababa de despegar de Aeroparque, dibujó un semicírculo y fue deglutido por el celaje.
Ella estiró un brazo y con los dedos arañó el aire. En su percepción creyó que recogía nubes. Es linda la fiebre después de todo, te instala en una dimensión donde todo es posible, que este balcón se desprenda del edificio, atraviese el río y alcance otras tierras. Del otro lado puede estar el país de Nunca Jamás, basta que gire en la segunda estrella a la derecha y vuele hasta el amanecer. O mejor aún, tal vez consiga aterrizar en mi pueblo natal, a los pies de los Apeninos. Entonces estaré bien, me sacaré de encima la nostalgia de algo inexistente, que nunca viví.
Se aferró al marco de la puerta. El mundo era una girándula que chisporroteaba luces, colores y, gracias a la fiebre, la llevaba lejos de la cama demasiado grande y vacía que la esperaba del otro lado de la pared.
Cavilaciones
Te sentís envejecida y no es solamente cuestión de años. La vida te va diluyendo en matices abstractos. Te empuja hacia adelante para terminar en el mismo punto de partida: una noche de agosto que no querés recordar ni olvidar y que flota en tu memoria como un cadáver hinchado en una ciénaga. Quedó a medio hundir, aún asoma su putrefacción, siempre a medias, no se va y emerge cuando menos lo esperás.
Leíste que la rabia es un gran consuelo. Falso. Puede servir al principio, después, si se instala, te carcome como una polilla angurrienta en un canibalismo espiritual improductivo.
Como si fuera poco, ahora se le agrega lo físico, que encaraste con un tratamiento no tradicional al que resultaste alérgica: una en un millón y te tocó a vos. Las inyecciones en el abdomen embadurnan su palidez con ronchas enormes, que viran del rosa oscuro al violáceo, duelen, pican e, impertinentes, se estiran por toda la panza.
Tu destino sería la cama, un sitio del cual escapás. Tus últimos escritos se refieren exclusivamente a hechos tristes que ocurren en dormitorios. Por eso preferís apoltronarte en el sofá, ubicado junto a la puerta ventana que da al balcón. Desde allí observás la amplitud del cielo, sentada también alcanzás a ver el fragmento del río que no ha sido ocultado por la proliferación descontrolada de torres.
Te preguntás en qué devino este blog que el mes próximo cumplirá tres años. De los relatos iniciales no quedan rastros y cada vez más se asemeja a un diario ambiguo de tus estados anímicos y corporales. Tenés la necesidad de compartir virtualmente aquello que nadie sabe de vos en la realidad, salvo esa amiga de oro.
Qué pasó con la tana reservadísima, de mirada intensa y sonrisa gentil, que ahora desviste sus emociones en un striptease sin sentido, ni siquiera literario. Expone su miedo, la incertidumbre, la decepción, la melancolía que la conduce de la mano y no la abandona, el escepticismo que nunca experimentó y que ahora la envuelve en un halo amargo. Quién es esta que aparece.
No podés escribir sobre otra cosa y te estás planteando la posibilidad de no publicar más hasta que salgas de esta jaula, encuentres temas que te saquen del ensimismamiento y que tu ombligo enronchado deje de ser tu limitada visión del mundo. Hay demasiado dolor afuera como para añadirle tus egoístas gotas de hiel.
A través del vidrio comprobás que ha regresado una especie de golondrinas —de la que desconocés el nombre—, que todos los años vienen para esta época. Son pequeñas, revoltosas e incansablemente vuelan en círculos. ¡Ojalá logres escribir algo sobre ellas!
No, yo jamás me apuro tan solo voy venciendo pronto al tiempo, talando mi apellido como también mi nombre desde la pena cruda hasta la inconfesable risa rota, como se tala un árbol construido con piedras con sólo gestos mudos.
Si me digo te nombro sin querer y a conciencia, como lo hacen los solos, desprovistos de un corazón insano como manso, masticando el sonido que no habla y que sueña su canto vuelto carne.
Y si te nombro huyo del centro de mis cosas y mis juegos, como si consiguiendo dibujarte logre también callar tanto demonio gritando en mis tobillos su prisión.
No, yo jamás comulgo ni con la virgen pura ni con la puta santa ni con la tradición ni con lo nuevo, vomito -simplemente- el escándalo cruel de lo que me rebasa o que me sobra cuando me faltan manos para tocar la piel que más me falta.
Y danzo alegremente mi tristeza poblada de granates indecibles cuando siento que el límite me anuda los tendones, y apago por afuera cada uno de mis ojos cuando mi lengua lame el sabor de lo intenso fatalmente encerrado en un beso de fruta que nunca tuvo cifra.
Me pierdo del nosotros… pero es así que tiendo sobre mí el alambre de púas que escribe en mis espaldas el ritmo de la luz latiendo entre lo oscuro, es así que yo escribo sobre el muro del mundo lo posible de lo que llega y parte sin ser pleno, y es así que me triunfo del asco de los días sin llorar eso de ser carencia y todo esto de amar sin un destinatario.
Hay para qué
Hay un eco en mis manos sosteniendo tu nombre, una tristeza simple acurrucada y muda detrás de mi garganta que se calla el pasado, y una canción tranquila que te imagina cerca.
Hay una noche inquieta de calor y bichitos agolpándose fieros detrás del ventanal, un dolor reprimido que sin victimizarme me aleja un poco más de cualquier gesto burdo.
Para que así me encuentre con el balance abierto marcando los vacíos que tanto significan y que yo simbolizo desprovisto de formas.
Para que nuevamente me acompañe la luna en este juego inútil en el que siempre vences con tu voz que no llega y mi piel que zozobra.
Hay una noche inquieta de calor y bichitos agolpándose fieros detrás del ventanal, un dolor reprimido que sin victimizarme me aleja un poco más de cualquier gesto burdo. Para que así me encuentre con el balance abierto marcando los vacíos que tanto significan y que yo simbolizo desprovisto de formas.
Para que nuevamente me acompañe la luna en este juego inútil en el que siempre vences con tu voz que no llega y mi piel que zozobra.
Sigo siendo
Yo me caigo fácil y reboto sencillo.
Me rompen los dientes en un saludo mientras yo, anciano, mantengo mis ansias al límite de los almanaques.
Con un gesto, frase o mirada arranco la alfombra roja del suelo y escupo sobre el ropaje que cubre esa desnudez tranquila que alienta a mierda.
Si me compadecen o me admiran es algo que me importa mucho, tanto, como a la mayoría le importa qué siente el desconocido de siempre, —ese que tiene un rostro ignorado y un nombre que no se puede verbalizar—.
Me canso y me repongo desde la risa de correr de mí y hacia mí, me repongo y me abastezco de un sueño que tuve y te nombró, con el cuello más allá de las citas que dicen los doctos y que escupen desde el púlpito los no aptos para el fracaso programado.
Yo soy dispersión —¿recuerdas?— el grito que desafía a su posibilidad de paz porque en el ego no encuentra destrucción sino al potro más hermoso de domar sin ayuda.
Sigo siendo la sintaxis que no se persigna ante las formas que admira impunemente y sobre las que defeca sin posibilidad de lástima.
Y en esta pulsión, ridícula, inexacta y precisa siento que no necesito ni necesité nunca a nadie para desafiar a la estatura del tiempo con la poquedad infinita e inasible de mi boca en tu cintura.
Vivir de cerca
Refugiarse de todos, solo, en uno, en ese que palpita turbiamente el principio de Dios y su destino, desde el primer rugido liberado al sumar impotencias y perfidias junto con luminosas explosiones tras la dura derrota de los doctos.
Dejar atrás tejados rotos, sucios y el polvo de las calles bajo un cielo sonriente de dolor y de vacío, las canchas donde el tedio desganado nutre con descarada altanería la cruenta dualidad de los idiotas empujados a un ocio sin final mientras sienten que nada dura tanto como una tarde infecta de victoria.
Con el torso desnudo entre murallas empujar el presente hasta el pretérito con pétrea fortaleza y sin pudor, por quebrar con orgullo vanidoso el puente que sujeta las acciones al ajeno deseo de conquistas allí donde no cabe sino sed por despertenecer a lo común.
Y vivir estas cosas de más cerca palpando a los opuestos con los ojos como palpa la izquierda a su contraria en el mismo momento en que sin dudas se saben una parte del sentido que quiere gobernar aprisionando el último bastión de lo honorable, la prescindencia recia e incompartible que sostienen los solos con sus manos.
Título: Color Sepia Autor: Juliana Mediavilla Publicado: 2015 Género: Poesía Edición: Primera Editorial: Alkaid Ediciones ISBN: 978-84-942649-5-5
La magia de la infancia reside en que el niño descubre todo por primera vez, por eso los recuerdos de esa época se graban en la memoria como los surcos del arado en la tierra. Hubo un tiempo en que nos cuidaban, un tiempo donde estábamos exentos de responsabilidad y éramos pequeños dioses descubriendo el mundo.
Pero la infancia se va, no solamente por mandato biológico sino por la consciencia del primer zarpazo, el primer dolor del que ya no podemos escapar.
Juliana Mediavilla fue una niña de posguerra en un pueblo de Burgos. Su extraordinaria sensibilidad, su sencillez y su dominio de la técnica poética hacen de este libro un paseo emocionante por aquellos años perdidos en el tiempo y sin embargo, perennes en la memoria.
Sus recuerdos han despertado los míos porque todos llevamos un niño dentro que se reconoce tomando sopas de leche, mirando las estrellas en agosto o viendo coser a la madre.
Inolvidable en la voz de Juliana el primer beso que encendió el amor, las grandes nevadas de entonces que siguen abrigando el recuerdo, la escuela y su crucifijo observador, el conocimiento de lo que significaban los distintos toques de campana, las malas hierbas que borraban los caminos, las margaritas rojas, el homenaje a Edmundo.
Y la muerte, ese látigo que rompió la infancia, la deforestación de la arboleda.
Tras una fotografía en Color Sepia hay siempre una historia que contar:
Detrás está la vida y el instante: sobrevuela la sombra de la guerra que no vivimos impresa en el ambiente, en la calle, en la escuela y en las casas. un río de silencio entre los padres, una herida de ausencias sin retorno, una desmesurada cicatriz.
Juliana escribe que no ha de callar su canto porque su madre la parió mujer y la parió poeta.
“Cuando ellos se conocieron, los dos estaban solos. La de él era una soledad compuesta de soledad y de violencia. La de ella era una soledad donde acampaba un hambre que despacio se quedaba sin dientes.
Yo, por entonces, tenía una novia que era sólo mía. Él nunca me la disputó ni ocupó mi lugar porque entendió que la novia que yo me había buscado necesitaba de alguien como yo y no de alguien como él. Se lo agradezco, porque no llegó a hacerle nunca daño. A su modo, la cuidó para mí.
Luego ella murió y yo también me quedé solo y ya no me fui buscando novias que no fueran para compartir. Toda la vida compartimos todo de una manera natural aunque las mujeres siempre las proveyó él, dado que con mi primera elección (y debo decir en mi favor que era muy joven) fallé de plano. Nos divorciamos –ambos y enseguida– de una francesa hermosa que se asustó de él y sufrimos los dos, no solamente yo. Sufrimos, digo, porque él se volvió mucho más él después de aquella herida que recién ahora, luego de treinta años se ha curado en nosotros.
Esta mujer de hoy es toda suya aunque a veces ella apele a mí para que imponga la cordura en ambos”.
Tengo a esta mujer madura y rubia montada sobre mí.
Su piel entre mis dientes es la ruta de un canto que se ahoga y, su boca, su boca es una vulva y su vulva una boca, y ambas se abren con algo de flor ácida, para mi lengua que explora en la humedad. Murmullan suavemente una pasión grávida que yo he ido olvidando en este largo tiempo de no explorarla al borde del desastre.
Ella me llama “mi bestia dolorosa” cuando busca que el sexo le haga daño. Tiene algo de sadomasoquista su cintura que ya no pueblan hijos y su fuerte cadera leonina, de hembra de pradera que anda cazando a un macho por las sábanas.
Sus pechos son macizos y constantes, con un sabor ligero a grasa humana que me gusta lamer con lentitud. Lamo y lamo sus pechos como masas sudadas, manoseadas y tensas, que mis manos estiban en mi boca con juegos simples que la hacen reír.
Ella también me lame. Con su lengua y sus ojos me lame la piel y las ideas, agazapada como un devorador. Tiene ojos densos por los que asoma un clítoris mental que mis ojos provocan al orgasmo. Mucho hay de mental en nuestra química aunque parezca toda hecha de piel.
Hay más mente que piel en nuestra química, como una fantasía que podemos realizar más de una vez y siempre a nuestro gusto porque ni ella ni yo somos monógamos, aunque quizás tengamos algo de endogámicos.
Pertenecemos al mismo grupo de desajustados y nos comportamos como tales, en la cama y la vida por igual, aunque ella es más formal que yo de cara al sol. Sin embargo, cuando estamos solos, me permite que explore los espacios que la religión ha prohibido. Entonces practicamos el ver cuánto puede tener de rabia el sexo y hasta dónde somos capaces de llegar al provocar y recibir placer.
Siempre llegamos lejos, a veces demasiado porque lo nuestro es ver quién es el dominador y quién el dominado, ya independientemente de lo que uno y el otro representan en otros escenarios que no quedan aquí.
Yo soy el más fecundo si ella busca dolor. Y ella es la más sabia para ciertas torturas con las que el oficio que ejercemos nos tienta por igual.
Es buena torturando pero yo como torturado soy atroz porque el juego se transforma no ya en una puja con esa mujer que me tortura, sino conmigo mismo que resisto y así los roles cambian. Ella se frustra y yo me fortalezco una vez más.
Es raro que caigamos en lo convencional de dos amantes que se reencuentran, porque nuestra relación es laboral. Por eso me asombra cuando esa boca suya, entreabierta y acústica, vuelve a quebrar su voz sobre mi pecho con un: “Te extrañé tanto, tanto. Te amo tanto”, mientras sus ojos lloran.
Yo cierro los oídos y los labios y mastico el quejido como una implosión liberadora de todos los anclajes, allí, donde esta mujer rubia se derrumba conmigo en un derroche de cuerpos satisfechos.
Prefiero no pensar en sus palabras, ni siquiera ahora que ambos respiramos esta calma sobre la piel viciosa que va perdiendo agitación despacio, porque las palabras que esta mujer ha dicho no están en el libreto ni son parte del show de los orgasmos, de esos orgasmos que provocan que una hembra –a la cual no amamos– se abra y a pesar de nosotros, nos diga su verdad.
De: Animal de tormenta – Los diarios de Aivan Jaid
De historias para no dormir y otras «vellocidades» II
Dentro de este lugar el silencio es un inmensurable eco que se hace maquinalmente pulcro en los rincones y ambiguo y anchuroso mientras flota pegado sobre el aire.
La elección de hacer las cosas sucias me está permitida en el contexto de la desolación, como a la luz se le ha concedido volverse magia refractando en un prisma.
Se ausentaron las moscas y los peces son gotas de alabastro panza arriba, o redondeles de mercurio cósmico, enredado en el moho de un agua podrida por cadáveres.
Me lavo los pies en ese charco quieto, donde la bruma verde se ha adherido a la cárcel del vidrio y el olor a abandono trepa todos sus muertos a mi olfato.
Dejé morir los peces del demiurgo como murió la luz cuando trabé con maderas las ventanas que siempre dan al viento y abandoné las plantas a un desierto cerrado hecho todo de muebles y sin sol.
Profano los recuerdos como un bárbaro.
Dentro de la pecera caen lágrimas.
v
Sólo esta vacuidad.
Sólo este ambiguo soporte de destrezas.
Sólo la soledad.
Sólo lo que está solo en un paisaje solo en el que soy el solo que existe solamente.
Hacerme viento.
Hacerme Sinaí.
Sólo desierto
v
Después llega lo trémulo.
Tiembla la carne que tiembla en la palabra que se vuelve mordible.
Cárnica boca llena de una lengua tan húmeda como lamiblemente lujuriosa y apenas invisible en esa ocultidad de los recatos.
Asesino en silencio ese idioma que niega sus orígenes y se vuelve rebelde, reveladoramente irreversible ante la paradoja de sí mismo sin un consigo acorde ¿O un conmigo? O algún otro un que cruce, con alas inventadas, el puente derribado por la sola costumbre de aquel aislamiento en el que somos libres.
Es mejor estar solo que este ser vulnerable en compañía.
v
La luz se ha derrumbado.
Debajo de la luz, soy una sombra que escapa por un hueco.
La luz se ha derrumbado sobre mí, igual que la memoria.
Anaqueles de luz se han derrumbado con sus libros monótonos encima de mis libros y todos confundidos, somos papeles viejos.
Pero no llega el viento a hacer limpieza.
La luz no existe más.
Tampoco el aire.
v
Luego vendrá la escoba a poner orden en el sitio impedido de las manos.
Barrerá los cerebros que acumulo, el hambre de beber, la sed del daño, la impúdica y reñida mansedumbre de lo que persevera y nunca ceja.
El dolor está listo y embalado, pero se hallan de huelga los correos y bajo el brazo pesa su gratuidad, temblando.
¿En qué buzón comprado depositar la ofrenda que agoniza con su propio holocausto entre mis dientes?
La luz no vuelve más desde la aurora.
Le pertenece sólo a las estrellas.
v
Larga piel de agonía. Subluxación del alma que no se amolda al hueco en que le sobra espacio porque es poca y se retuerce, tratando de agrandarse hacia la vastedad de estar sin nadie.
¿Quién entiende de luz en estas sombras en la que el grito es una flecha opaca y mata ciervos de tela y de peluche?
Sólo ambulan dragones de Komodo en la parafernalia de esta boca con más dientes que aquellos de lo humano y una lengua infecciosa como un antro de prostituir ángeles de vidrio. Igual estoy en paz desde el retorno.
Toda sombra es aquello de lo impune.
v
Que todo sea un apagón de sangre. Un sitio de metales que rodean un latido penúltimo y disparan – fiera violencia rota – destiñendo la boca de la carne hacia un cementerio de cerámicos.
Que todo sea un apagón de sangre. Una boca deshecha que se abre con hondo estremecimiento muscular y tiembla, precipitada como alguien que corre, boqueando como alguien que gotea su último estertor amurallado y acaba, dulcemente, en un sopor de charco que coagula.
La sangre es lo más íntimo de un hombre.
Pinto en rojo tu nombre sobre el karma y luego resucito, ya vacío.
Me conoces y sabes que me duele dolerte que mis palabras duras son cobardes pues dejan la tarea difícil a mis ojos que siempre me delatan.
Nos resulta imposible apagar los incendios de todas las verdades. Nuestro círculo asfixia mientras nos convencemos que es normal que el arco iris pierda sus colores.
Ninguno admite frente a frente el desencanto que habita dentro desde que la rutina echó raíces en la tumba de los sueños.
Nuestra historia merece ser una buena historia por eso mi mirada suplicante se detiene en la puerta de salida.
Prioridades
Mi agenda es un exceso de palabras y de cruces severas sobre las ilusiones. Las horas son caudillos que cubren los paisajes mientras se multiplican mis deberes.
A veces continúo por inercia agregando renglones, manteniéndome ciega a las señales, con el asombro preso en los bolsillos para no distraerme con otras trayectorias.
Las letras de mi nombre se fugaron con la imagen que nunca pintaron los espejos, los años se escurrieron vestidos de uniforme sin conseguir aliados ni una bandera blanca.
Elegí estar detrás de la fila de hormigas para llevar el peso que las demás negaban y acopiando basura me crecieron jorobas.
Mientras el conformismo siga siendo mi escudo sobrevivo apretando las alas impacientes que anhelan el regreso de mi voz en primera persona.
Mi pecho estallará cuando suelte las aves.
Contigo es más fácil
De pronto las salidas se me esconden detrás de raros muros que crecen en las calles.
Mientras el sol burlón se muda hacia el oriente para llevarme repetidas veces a las coordenadas de tu nombre, mi compás sigue haciendo pie en la misma sentencia y el radio empequeñece acercando el infierno.
Nunca supe tomar atajos de mentiras y las alas están presas por mi condena.
Me da lo mismo
Hoy estoy triste y de nada me sirves, poesía.
Tal vez encuentre versos con metáforas claras para hablar de mi fondo más penoso que hoy presiento, fugaz y fugitivo.
Será que estoy cayendo por la garganta inmunda de la impotencia.
Mis manos acarician las paredes porque aborté las uñas.
Es algo rutinario un viaje sin boleto, y ya me da lo mismo adonde lleva.
En las coplas de pie quebrado no debe considerarse el concepto de pie como unidad de escansión (como en la poesía griega y latina) ni como en la actual castellana, que supone también una unidad menor (como, por ejemplo, cuando se habla de «pie de rima»). En la época de Jorge Manrique, el concepto de pie era asimilable al de verso, en su sentido métrico.
Así lo registra el DRAE: m. desus. Cada uno de los metros que se usan para versificar en la poesía castellana.
Entonces cabe preguntarse qué es lo que se quiebra cuando se habla de pie quebrado. Porque el ya quebrado es el verso corto, pero se ha quebrado del anterior largo.
~ quebrado. 1. m. Verso corto, de cinco sílabas a lo más, y de cuatro generalmente, que alterna con otros más largos en ciertas combinaciones métricas.
¿Y por qué cuatro o cinco? ¿Aun tratándose de estrofas octosilábicas? ¿A capricho del poeta? Propongo una explicación.
Cuando el verso largo anterior (octosílabo) es grave, el quebrado es de cuatro sílabas. Si los sumamos a ambos, tenemos un dodeca acentuado en séptima.
Ejemplifico con el más célebre poema de esta forma, poniendo en la misma línea el verso quebrado:
Recuerde el alma dormida, [8] avive el seso y despierte contemplando [12] cómo se pasa la vida, [8] cómo se viene la muerte tan callando [12]
Aquí, el verso quebrado mide exactamente la mitad del largo (cuatro sílabas), pero no pasa igual cuando el largo es verso oxítono (agudo), pues al contar realmente de siete sílabas, requiere de una más (cinco) en el quebrado. Ver:
¿Qué se fizo el rey Don Juan? [7+1=8] Los infantes de Aragón [7+1=8] ¿qué se ficieron? [5]
Que vendría a ser:
¿Qué se fizo el rey Don Juan? [8] Los infantes de Aragón ¿qué se ficieron? [12]
Cierto es que el mismo Manrique no es siempre consecuente con esta norma, pero creo que deben considerarse algunas cuestiones:
+ que las estrofas en las que no se atiene a lo señalado no suenan tan bien como las otras; + que desconocemos la exacta entonación de la época (casos de distintos recursos o licencias usuales, por ejemplo); + que en 1476 (probable año de su composición) la normativa era incipiente.
Supongo que el asunto de cuándo el quebrado es de cuatro sílabas o de cinco estará estudiado, pero no encontré nada al respecto, y por eso me he animado a proponer esta interpretación.
Si algún paciente y generoso ultraversal encuentra algo más (y mejor, preferentemente), agradeceré el dato.
Quiero desmantelar todos los limbos,
extirparle su sílaba a la fe
y que la ingenuidad cierre sus piernas
de ninfómana virgen.
Pero me está costando
fusilar a la párvula que cree
que una mota de arena
puede agarrarse al mar como una isla.
Siempre vuelve a confiar en un mayo minúsculo,
en el hueso de un pétalo,
en verbos inconclusos y en abortos de puentes.
Y siempre le despista un sol de humo.
No comprendo por qué
no muere de una vez esta inocencia,
si tiene el cuerpo lleno de disparos.
Mariví González
Poema polimétrico que consta de 15 versos distribuidos en cuatro estrofas: dos de cuatro versos y dos de tres. Entre la tercera y la cuarta aparece un verso aislado. La combinación métrica es de heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos, con un predominio de endecasílabos: 8 frente a 5 heptasílabos y solo 2 alejandrinos.
Está escrito en verso blanco, aunque podemos encontrar algunas asonancias, pero su distancia no perturba la lectura:
é (versos 2, 6, 13)
é-a (versos 3, 7)
ú-o (versos 9,12)
á-o (versos 4, 15)
La voz poética nos introduce, en primera persona, el tema de su deseada pérdida de la credulidad, ya insinuado en el título: IN-CRÉDULA y reforzado después con palabras precisas como ingenuidad o inocencia. No es un tema tópico ni en su planteamiento ni en su desarrollo.
Analizando la estructura interna, vemos que dicho tema aparece ya de forma clara en la primera estrofa, con la introducción de esa primera persona verbal:
Quiero
desmantelar todos los limbos
extirparle su sílaba a la fe
que la ingenuidad cierre sus piernas…
Una segunda parte abarcaría la segunda y la tercera estrofa y el verso que se intercala entre ambas, mediante la oración adversativa: Pero me está costando…
En esta parte se nos explicarán las dificultades para conseguir dicha pérdida. Aparece aquí la tercera persona mediante “la párvula” que no deja de ser un desdoblamiento del “yo”:
Pero
me está costando fusilar a la párvula…
siempre vuelve a confiar…
siempre la despista un sol de humo
La tercera parte que abarca la última estrofa tiene un carácter conclusivo. Encontramos una pregunta indirecta, en la que otra vez desde el yo, la poeta no llega a entender esa persistencia de la ingenuidad a pesar de su lucha por perderla: No comprendo por qué
no se muere de una vez…
La estructura es por tanto lineal y clara, podríamos decir que responde a las tres partes clásicas del texto: exposición, nudo y desenlace.
Es un texto diáfano que se entiende en primera lectura, pero es muy rico en recursos e imágenes genuinas de la autora, dándonos la clara impresión de estar ante un poema nuevo, diferente como lo es su voz.
Los recursos más destacados se encuentran dentro del campo semántico. El poema parte de la personificación de la ingenuidad, ya en la primera estrofa:
…la ingenuidad cierra sus piernas / de ninfómana virgen
Una imagen inesperada que nos introduce de lleno en el terreno sexual y que resalta aún más por esa paradoja entre los términos ninfómana- virgen.
El recurso de la personificación se consolida en la segunda estrofa en la que la ingenuidad se convierte en párvula. A partir de ahí tomará esa identidad, mediante una metáfora en la que el término imagen: ingenuidad=párvula tiene, además de la belleza poética, una relación semántica clara.
Dentro del campo metafórico destacamos ya en la primera estrofa la hermosa plasticidad de las imágenes:
desmantelar todos los limbos
extirparle su sílaba a la fe (muy acertada, dentro del concepto lingüístico).
Otra serie de metáforas girarán en torno a la personificación:
Párvula
vuelve a confiar en un en un mayo minúsculo
en el hueso de un pétalo
en verbos inconclusos
en abortos de puentes
siempre la despista un sol de humo
La siguiente imagen incluye también una hipérbole y una antítesis:
que una gota de arena / puede agarrase al mar como una isla
Al margen de la belleza de las imágenes, encontramos también abundancia de recursos morfosintácticos como los paralelismos:
en un mayo minúsculo
en el hueso de un pétalo
en verbos inconclusos
Algunos, como en estos casos, precedidos por la anáfora.
Es notable también la aparición de los verbos en el inicio de cada estrofa. Algunos formados por perífrasis y que contribuyen a estructurar el poema:
Quiero desmantelar
Pero me está costando
Siempre vuelve a confiar
y siempre la despista
No comprendo por qué
Si nos detenemos en el campo semántico veremos que si el tema era el deseo de eliminar la ingenuidad, hay una serie de palabras, abundantes para la extensión del poema, que hacen alusión a esa eliminación:
Desmantelar
Extirparle
Fusilar
Muere
Disparos.
El poema refleja esa lucha contra la permanencia de la ingenuidad a la que se combate como a un enemigo y a la que se le da una identidad mediante el recurso de la personificación.
Los recursos más notables son, como decíamos antes, los recursos semánticos que, partiendo de la personificación abarcan imágenes, metáforas y sentidos figurados. Son recursos originales y en ningún momento se recurre a los estereotipos.
La disposición formal del texto, aireada y muy fluida, así como la claridad sintáctica, contribuyen a que el poema sea atractivo no solo por su belleza estética, también por la coherencia textual y el equilibrio, que son tanto de agradecer a la hora de leer y comentar un poema.
El qué y el cómo (qué se dice y cómo se dice) tienen aquí el perfecto maridaje forma-fondo y es esa relación indisoluble de ambos aspectos la que nos habla de la calidad del poema.
Con esta palabra de origen griego, que significa transposición, se designa al tropo que consiste en trasladar el sentido recto de las voces a otro figurado, en virtud de una comparación tácita.
La metáfora implica, pues, la sustitución de un término propio por otro en virtud de la similitud de su significado o de su referente. Se aplica el nombre de un objeto a otro objeto con el cual se observa alguna analogía; el autor, utilizando su sensibilidad y su intelecto, establece entre estos objetos una comparación y designa a uno con el nombre del otro, eliminando cualquier rastro gramatical de la comparación.
Tradicionalmente se habla de A y de B como los términos real e imaginario, y como fundamento la característica que hace a A semejante a B (igual que decíamos en el caso de la comparación). De esta manera, si decimos “tus ojos son estrellas”, el término real sería “ojos” (A) y el término imaginario, “estrellas” (B); el fundamento sería el brillo de las estrellas, al que veo idéntico al de tus ojos, tanto, que identifico unas y otros.
Es fácil observar que una metáfora puede ser una comparación en la que se omite el enlace o nexo.
En cualquier caso, la metáfora es mucho más audaz que la comparación, ya que establece una identidad entre el plano real y el plano figurado. No se dice que A es como B, sino que se va más allá y se afirma que A es B. Se pueden expresar los dos planos, siempre sin partículas comparativas que los unan, pero también es posible (y muy frecuente) que se eluda el plano real y se exprese tan sólo el plano figurado.
La metáfora supone una trasgresión del orden racional de las cosas; revela una evidencia intuitiva, a veces irracional, saltándose los límites de la interpretación lógica de la realidad. La metáfora supone la afirmación de lo imposible con tanta naturalidad que parece posible. Esa es la razón por la que la metáfora, cuando está bien construida, tiene tanta fuerza expresiva.
En la metáfora, el plano figurado enriquece con sus cualidades al plano real, lo dota de matices de los que inicialmente carece, a diferencia de la comparación, que únicamente resalta la semejanza, sin añadir nada. Con la metáfora se superpone la fuerza poética del plano figurado con la fuerza poética del plano real, dando lugar a una imagen mucho más poderosa, mucho más expresiva y sorprendente que cada uno de los términos separadamente.
La metáfora supone sugerir en el término real rasgos que sólo están en el término imaginario. Según decía Ortega y Gasset, “la metáfora es un procedimiento intelectual por cuyos medios conseguimos aprehender lo que se halla más lejos de nuestra potencia conceptual. Con lo más próximo y lo que mejor dominamos, podemos alcanzar contacto mental con lo remoto y más arisco. Es la metáfora un suplemento a nuestro brazo intelectivo”.
La metáfora es un recurso de muchísima fuerza expresiva, pero debe ser utilizada con una cierta prudencia que le poeta debe saber medir. Debe huir del uso tópico de las metáforas, ya que cuando se utilizan metáforas gastadas o muertas, el lector no siente la extrañeza que se persigue con su uso, sino más bien un gran aburrimiento cercano a la náusea. No tiene ya sentido hablar de “correr un tupido velo”, de “el manto de la noche”, de “labios de coral” y lugares comunes similares.
También es cierto que el poeta debe tener una cierta prudencia con la oscuridad de las metáforas.
Cuando en un poema en el que el poeta utiliza muchas metáforas éstas son oscuras, de forma que el lector es incapaz de encontrar un plano real detrás del plano imaginario, el lector se pierde, bucea. Es cierto que una metáfora exige del lector una actitud activa, dispuesta a descubrir su sentido profundo, pero no es menos cierto que si a pesar de esa actitud activa la metáfora se resiste a ser interpretada, o bien sólo permite vislumbrar un sentido (con mil dudas) tras una ardua meditación o después de muchos razonamientos, el poema se convierte en un jeroglífico, en un ejercicio propio de filólogos más que de lectores inteligentes. En este caso, el poema fracasa, a mi entender. La responsabilidad de que la comunicación no sea eficaz no es nunca del receptor del mensaje, sino del emisor. Si a un buen lector le resulta imposible entender un poema porque está plagado de metáforas oscuras, el problema es del poeta, no del lector. Una metáfora que sólo entiende el poeta que la escribió no es una buena metáfora. Recalco aquí que estoy hablando de metáforas, tal y como se han definido al principio, no de “imágenes”, que son otro recurso poético bien distinto que responde a otras pautas y que se sustenta en otras razones, como veremos en otro apartado.
Clasificación
Existen muchas clasificaciones de las metáforas, atendiendo a diferentes criterios. Yo he elegido una (en realidad, cualquier clasificación que facilite su estudio es buena, pues todas son convencionales), que clasifica las metáforas en dos grandes grupos:
a) METÁFORAS PURAS b) METÁFORAS IMPURAS b.1) Metáfora de nombre b.1.1.) Metáfora de reclamo b.1.2) Metáfora copulativa b.1.3) Metáfora metamórfica b.1.4) Metáfora de genitivo b.2) METÁFORA DEL VERBO b.3) METÁFORA DEL ADJETIVO b.4) METÁFORA DEL ADVERBIO
A continuación, haremos un pequeño análisis de cada uno de estos tipos de metáfora:
a) METÁFORAS PURAS, entendiendo por tales aquellas en las que se omite el plano real, ofreciendo sólo el plano figurado. Suelen ser mucho más difíciles de escribir de forma que se asegure su comprensión por parte del lector. Sin embargo, son las de mayor fuerza expresiva. Su fórmula es B en lugar de A, de forma que A no se menciona. Veamos este ejemplo de Miguel Hernández, en su “Elegía”:
Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado
En el que el término real es la muerte y el término imaginario, compuesto, como se puede apreciar fácilmente.
b) METÁFORAS IMPURAS, en las que se expresan ambos planos, real y figurado, identificándolos entre sí. Admite muchas variantes, como las siguientes:
b.1) METÁFORA DEL NOMBRE:
b.1.1.) Metáfora de reclamo: el término B sustituye a un contenido A antes mencionado. Puede adoptar las formas de aposición (A y B separados por una simple coma), vocativo, por paralelismo o demostrativa. A veces se trata de una sinonimia de dos expresiones, de las cuales una es metáfora de la otra.
Por ejemplo, estos versos de Juan Ramón Jiménez, con el esquema A, B:
¡Oh, mar, azogue sin cristal; mar, espejo picado de la nada O éste de J. Guillén, con el mismo esquema:
El ruiseñor, pavo real facilísimo del pío
donde el ruiseñor (A) es un pavo real (B) que canta bien.
Sugerente la metáfora siguiente, en unos versos de «Irene», de Luis García Montero: Y la distancia, esa divinidad que medita en el agua de los puertos (…)
Bellísimos estos de Alberti, con el esquema A, B, B…
Buen marinero, hijo de los llantos del norte, limón del mediodía, bandera de la corte mosa del agua, cazador de sirenas
En éste, Borges emplea el esquema contrario, B, A:
¡Ah, si aquel otro despertar, la muerte
Y éstos de Bécquer, con el esquema B, B, B, A: dos ideas que al par brotan; dos besos que a un tiempo estallan; dos ecos que se confunden: eso son nuestras dos almas
b.1.2) Metáfora copulativa, en la que A es (parece, significa, se convierte en) B, o en la que B es A. Es la fórmula gramatical más sencilla de metáfora.
Por ejemplo, en estos versos de Miguel Hernández, intensísimos, de las «Nanas de la Cebolla», en los que A es B:
La cebolla es escarcha cerrada y pobre. Escarcha de tus días y de mis noches. Hambre y cebolla, hielo negro y escarcha grande y redonda
O en estos otros de Cernuda:
El mar es un olvido, una canción, un labio; el mar es un amante, fiel respuesta al deseo (…) Sus caricias son sueño, entreabren la muerte, son lunas accesibles, son la vida más alta
O estos versos, maravillosos, de Ana Rossetti, en “Domus Aurea”:
Es la casa perfecta y mi amor vendaval, es aguacero, alondra que no encuentra lugar donde quedarse
O ésta metáfora, muy conocida, de Antonio Machado en su “Retrato”:
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero
Guillermo León, nos dejó disfrutar en Ultraversal de hermosas metáforas de este tipo en su poema “Elegía a un no nacido”, como ésta: La vida es un ocaso que pierde su memoria
También lo hizo José Luis J. Villena con metáforas de este tipo con un esquema A es B, B, B… en su poema «El Animal»: Yo soy el animal y tú la selva húmeda la raíz que endereza el tesón de los árboles, el calor sofocante, la tormenta, la lluvia salvaje eres, aire, la comida del hambre.
María José, nuestra compañera de foro, nos obsequió esta metáfora, también con esquema A es B, B… en su poema “Mis líneas”:
Eres pájaro en el viento cantar del mañana duda que adormece la sospecha que no acaba
Famosos son los versos de Jorge Manrique en sus Coplas a la muerte de Don Rodrigo Manrique:
Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir
En estos versos se pueden distinguir dos metáforas, ambas copulativas:
Nuestras vidas son los ríos (A es B) que van a dar en la mar que es el morir (B es A)
b.1.3) Metáfora metamórfica, en la que C cambia A en B, como en estos versos de Miguel Hernández:
En su mano los fusiles leones quieren volverse
b.1.4) Metáfora de genitivo, con variantes: una, en la que el esquema es A de B, pero en la que A y B se asimilan, como en estos versos de Miguel Hernández:
Un cadáver de cera desmayada y un silencio de abeja detenida
O en estos de Antonio Colinas:
Después del sueño lento del otoño, después del largo sorbo del otoño, después del huracán de las estrellas…
Otra variante, en la que el esquema es B de A, como en este verso de Juan Ramón Jiménez:
En las paredes de mi alma abandonada
O en estos versos de F. García Lorca:
El jinete se acercaba tocando el tambor del llano
(Tambor (B) del llano (A) [= tambor]
Otra variante, en la que A es el B de C, como en estos versos de Álvarez de Cienfuegos:
Tendido allí sobre la verde alfombra de grama y trébol [=prado]
b.2) METÁFORA DEL VERBO
Se trata de un tipo de metáfora mucho más sutil que la metáfora del nombre; está en todas partes, discreta, casi sin llamar la atención, pero dotando a los poemas de una expresividad sorprendente, enriqueciendo el poema de sentidos, emociones y sensaciones que contribuyen decisivamente a generar emoción, a conmover al lector. Veamos algunos ejemplos, como éste de Aleixandre:
Aunque la sangre mienta melancólicamente (…)
O éste de Miguel Hernández:
Un muerto nubla el camino
O este otro de Luis Antonio de Villena:
ese mar que rasgan los delfines como en nosotros prende la tristeza
O éste, bellísimo, de la “Elegía”, de Miguel Hernández, poema que como vemos, está lleno de metáforas de todo tipo, como casi toda su poesía:
pajareará tu alma colmenera
b.3) METÁFORA DEL ADJETIVO
Se puede considerar la sinestesia como el tipo más importante de metáfora del adjetivo; sin embargo, hay otro tipo de metáforas que, sin ser sinestésicas, es decir, sin centrarse en las características sensibles de los objetos, contagian un sustantivo con los atributos de otro, como en este ejemplo de Juan Ramón Jiménez:
Del blando pinar umbroso; serían más hondos los céfiros, el soñar se hará más hondo…
O en este otro de Gil de Biedma, en el que la calificación de la compañía de “frondosa” la imprime de alguna manera de un carácter vegetal: Y está la compañía que formamos plena, frondosa en presencias
El efecto más común de este tipo de metáforas es la humanización de los objetos o de los animales, como en estos versos de Gerardo Diego:
A los púdicos tomates, soles les tornen granates
O como en éste de Miguel Hernández, en su ya citada “Elegía”:
a las desalentadas amapolas
b.4) METÁFORA DEL ADVERBIO
En el mismo sentido que las anteriores, pero en este caso con adverbios, como en el siguiente ejemplo con versos de Miguel Hernández:
Murcianos de dinamita frutalmente propagada
O en estos de Goytisolo: que después de quitarle el sonido al televisor saco la lengua a las autoridades naturalmente norteamericanas
Para terminar, quisiera reproducir aquí “Morticia”, un poema de Isabel Reyes, nuestra compañera, cuajado de metáforas bellísimas que pueden ejemplarizar muchos de los tipos de metáforas arriba comentados. Me resisto, espero que con el visto bueno de su autora, a no reproducirlo completo, por su hermosura:
Tiene que ser -mirándote- la muerte una mujer muy bella y muy distante. La voz, susurro cálido, y los ojos, vendimia azul e inmensa y agua verde.
Tiene que ser la muerte parecida a la hierba que en vilo te mantiene. Contemplarte mujer es admirarla en tapias de creciente enredadera.
La muerte crece en ti, llega radiante de frutas misteriosas y de enigmas maduros de fragancia. Se enamora de la vida en tus ojos, es alegre igual que una tristeza clara y dulce.
Tiene que ser la muerte como eres: compendio de milagros y sorpresa.