Solange Schiaffino – William Vanders
Negaciones
Hoy se me ocurren negaciones
de esas que se saben limitadas,
pero dramatizan el calendario
y me ponen de rival
frente al espejo.
Se me ocurre decir que no soy Solange
que no, no me conoces,
no me presientes,
ni siquiera tu voz, me toca,
que no volviste a enamorarme
que no,
no me has cambiado la mirada
y la tuya tampoco revolea como ternura de colibrí
sobre mi piel.
No, que no es posible que te la pases
desordenándome
y se haga tan apetecible mordedura
de manzana tu boca sobre mi boca.
¿Para qué admitir que culpo
a tu Play List Eterna por los besos
y que muchas veces ansío que se trabe
en mi canción favorita junto a tu lengua?
No, qué absurdo corazón en vértigo
¿Enamorarme yo?
De la nada, de la nada.
Por eso tampoco hay celos
de seres astrales ni de la tierra.
Ay, ¿que fue una tarde de septiembre?
Ya hace un mes o dieciséis años,
no sé, seguro miento
si se me escapa la palabra amor.
Diré que no es mía,
discutiremos
y no esperaré a que me creas.
Solange Schiaffino
Fugarse es negar.
Negar precisa del sol.
La luz asume el teatro
y deambula como sombra.
Negar es paroxismo,
inacción,
es sustantivo errante,
determinista
y a veces sacrílego.
Como cuando me invento
océanos
separando nuestras bocas.
William Vanders
A veces nos parece que un poema es una carta
dejada para ser leída después del desayuno,
otras, parece la copa de vino previo a la cena
y otras tantas, seguro parece un mal trago.
Pero hoy niego todas las anteriores
no es siquiera juego
ni carta o confesión inversa
No diré que sea siquiera poesía
ni límite en la acción
o un océano separando dos bocas.
Negaré sin huir,
no porque la inmovilidad no aprisione la voz
o la respiración y un ataque
paroxístico me reseñe como momento.
Niego porque este poema solo existe
por el poder de negar lo que de otro modo
aquí y ahora, no sería.
Solange Schiaffino
Henrry Di Spirito – William Vanders
L’orizzonte è una luce, mamma
A mi dios
humano lo perdono,
vive su humanidad humanamente.
Mi dios no es más colérico que el vuestro
y yo lo acepto como
cada uno el propio dios acepta.
Pero
hubo un tiempo de yoes reunidos
al que regreso dignamente
con los ojos callados y la espalda cansada
un tiempo en que mi Madre
hacía la mañana con su café con leche
y daba de comer en pleno vuelo
a pájaros y hombres con sus manos.
Me enseñó el milagro del bautismo
con un trozo de pan sumergido en el café
cada mañana construida
con manos de canela y albahaca.
Supo multiplicar los peces
cuando el océano magnánimo
de mi Padre
no pudo regalar sus dones cotidianos.
Convirtió el vinagre
en agua cuando tuve sed
y encendió todas las luciérnagas del mundo
para mis noches.
Se hizo molde para mi silueta
en cada uno
de mis regresos
de la escuela
de la universidad
de llanto roto
de espanto grave
y de voz exiliada.
Ella, tan sólo ella,
entiende plenamente
los versos que yo escribo
en los reveses de las lluvias.
Así,
a ella la declaro único
Él
del evangelio
de pomarosa y níspero
de la iglesia en el patio grande
de la casa de todos los inicios.
Henrry Di Spirito
Cuando Salvador conoció a Dios
no supo quién era ese andrógino
parlando sin mover la boca.
Era una tarde de golondrinas rasantes
y la fuente pintaba nubarrones negros.
A lo lejos ,las montañas bramaban
desde su entraña de barro y roca.
Con voz de niño adulto, Salvador, preguntó:
-Hey, porqué me hablas con labio invisible,
y porqué pareces un Modigliani asexuado.
Acaso eres un mago del río
aparecido como un rayo,
vestido con escamas de plata y oro
para mostrarme el don de la palabra sin ruido.
Entonces, el Dios disminuyó su efectismo,
achicó su estatura,
se transformó en mendigo y habló con ronquera:
– Vengo de tu mente cuando cumpliste nueve años,
de cuando perseguías libélulas
para atraparlas y ver en sus ojos
el pasado del futuro.
Vengo a devolverte la lámpara que me diste
cuando tuve hambre.
Tómala, Salvador.
Ve a multiplicar vida
donde la tierra tiemble.
También le conocí. Me bautizó Poeta
y ese día lloré como quien llora
una tragedia bárbara caída
desde y hacía la poza de las almas.
Me dijo: eres niño cometa en mano y luces
de luciérnagas marcan tu camino.
Ese día me supe un ente único
libre de mi atadura sucedánea
y empecé a vagar por los silencios
hediondo de mastrantos y puerco de moriches
a la caza de verbos y metáforas
creyente fiero de mi nueva
dimensión.
También le conocí. Me dió su mano
futura para días obligados.
Supo que inevitablemente el llanto
sería marca atávica y espina
clavada a mi costado.
También le conocí. Me bautizó Poeta
y me dió el ungüento con que curo
las llagas de mis pies y toda soledad.
También le conocí. Alejandro su nombre
y también yo le extraño.
Henrry Di Spirito
Gavrí Akhenazi – Morgana de Palacios
Transformismos
Dulce animal de miedo que me hostiga
el corazón –espinas y tormentas–
con un lazo arterial,
un rudimento de puente entre latidos,
un refresco de sangre que devuelve su sentido a la herida.
Desde esta piel lejana y sus cansancios,
abrevo en su laguna atemporal
y pongo a consideración de su elemento
la terrenalidad de mis batallas.
Apilo las derrotas y los cuerpos
de sueños que han pasado a mejor vida.
Sopla un viento de agua
que levanta de lágrimas un aire en que no llueve
como si fuera
una región perdida de aquella África mía
en las otras historias.
A veces me pregunto en cuál violencia
de todas mis violencias,
el animal de miedo se transformó en domador de furias
y me arropó en su humedad de sedas lloviznosas.
Empapo mi animal con su animal de agua.
Y el mío, soberbio y monolítico, se vuelve un raro pez,
un pez que vuela,
un pez que canta con un canto sordo,
un pez que a veces se transforma en nube
y ha aprendido a llover.
Un pez con su sangre de pez que, mar abajo,
se envuelve con lagunas los deseos.
Gavrí Akhenazi
Mnémico
Hay que ser muy valiente para encender la luz
y sentarse a escribir oscuridades
sin nadie alrededor.
Sacar los trapos sucios del arcón del enigma
y orearlos al sol,
comprobando el alcance de la propia palabra,
mientras las tripas hacen borborigmos
con venenosa bilis de autocrítica.
Hay que ser muy valiente, casi profesional,
para crear perfiles a las sombras
cuando están entonando el mea culpa
por su torpe ficción
en el húmedo abismo al que le invocan.
Cada vez que alza vuelo memorioso,
destroza la ceguera
de la costumbre.
Morgana de Palacios
Curación por la lluvia
Hembra animal de agua ha puesto lluvia encima de la mesa.
Hoy mi animal no caza. Permanece,
tenazmente sujeto a la vasija de escanciar el mundo,
y habla con los dientes de habitar desastres
hastiados a experiencias.
El animal de agua reflota las lagunas de todos los océanos
y con una mirada
las recoge y las junta en la vasija con que da de beber
a mi animal de sed.
No me pregunta lo que otros me preguntan.
Nunca pregunta lo que otros le preguntan a mi animal sin ruidos,
a la profunda bestia agazapada
al fondo de su incógnita.
El animal de agua ha lavado a ese animal de sed
casi todos los restos de derrumbe
y en la noche es un ave solícita que canta
mientras guía la sangre por un espacio entre candiles áridos.
Me pregunto,
–como un desarrapado cazador de ausencias–
qué será de mis pasos si el animal hembra de agua
un día me abandona de nuevo en este viento
desértico, oscuro e infinito.
Gavrí Akhenazi
Mnémico II
Realmente no sé, si amortajamos juntos
lo frágil de este carro de combate
o esperamos aún estrenar la palabra
que nos defina únicos
mientras rompe el silencio.
No se trata de amor
ni de dolor
ni de resignación a sus designios.
Se trata de anhelar lo perdido hasta dañarnos,
codiciar lo imposible,
soñar con lo impalpable.
De verdad que no sé
cómo es posible que mi huella de agua
resbale por tu sangre
y salga a borbotones de tu boca.
Qué inclemente ternura
acompaña a los gestos de tus manos
que acarician la piel de mi memoria,
si se apaga la luz del corazón
cuando me duermo,
y no dejo un segundo de buscarte.
Morgana de Palacios
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