El día que me sangre la boca por tu nombre
llegará el fin del mundo
llegará como llegan las cosas presentidas
con una carta, un rito, un último hundimiento.
Se hará, quizás, de sangre mi saliva
y sangre correrá despacio hecha sudor
o lágrima
o esperma
quizás también insulto
por todo lo sangrado anteriormente.
Pero no importa el borde de las cosas.
Solamente ese fondo a corazón abierto
es capaz de cavar la tumba con sus uñas
y liberar un pájaro
que no quiere vivir en este mundo
absoluto y ridículo.
Que me lleguen las venas a la boca
el día que me corte los labios con tu nombre
y la lengua
y el alma
y los testículos.
Y me castre
por fin
las ganas de estar vivo donde no sirvo a nadie.
Si me muero en tu sangre algún crepúsculo
…
odio los crisantemos.
Gavrí Akhenazi
Y ahora ¿qué me queda?
Vagar entre tus cosas como un fantasma blando
que arrastra su sollozo entre tus versos
tus libros, tus canciones, tus nostalgias
y la mía, de vos, eternamente.
Qué me queda del día de las risas
más que este gesto amargo
pintado con cenizas y con niebla
de pájaros que huyen hacia nadie.
Otra vez amputada
luciendo este muñón de carne viva
que espera en un alarde de estoicismo
por otra cicatriz que no se forma.
Al final, soy toda cicatrices.
¿No te das cuenta que es terriblemente idiota
morirse sin cumplir cincuenta años?
Pa…maldita tu ocurrencia.
Eva Lucía Armas
Quién hará del desierto un vergel de vocablos
ahora que negándote a tí mismo
me adelantas un mar de soledades.
Quién, que no seas tú, mi Señor de los Tristes,
me gritará en los ojos, mientras calla
la eternidad entera.
Me vas a seguir dando
aunque sea un suspiro, una arcada, un ahogo,
la apertura del ojo a la mañana herida,
un pensamiento lúcido, un instante
de rebeldía endógena
que entronque con la médula del aire
que te une a nosotros en la ausencia final.
Ya lo ves,
porque sé que lo ves,
me guardo las promesas, las lealtades todas,
tu boca de cristal que lleva tantos días
jugando al escondite con la muerte
con tal de seducirla, como a mí,
como a tantas, que cruzaron tu vida
hipnotizadas
por esa voz caliente de tragedia.
(Pobre muerte, ma vie,
no sabe con quién juega).
Yo sigo en Vendavalia
y no tuerzas el gesto
que no pienso ejercer de plañidera
(siempre te dieron asco las lloronas
que no ponen remedio a sus desdichas).
Hoy no ha salido el sol y se me agrisa el alma
pero oyendo tus pájaros, te siento,
así que ya lo sabes,
queridísimo loco
—esta vez no te sales con la tuya—
para mí no te has muerto.
Morgana de Palacios
Eterno Requiem.
Ahora mismo quisiera recitarte
poemas como entonces.
Ver caer sobre el mar aquella lluvia
que calaba tan hondo en nuestros cuerpos.
Poder tomar tu nombre entre mis manos
y grabarlo sin prisas en mi piel
cuando duele el poniente de febrero.
Ahora mismo
que pronuncio tu nombre como un salmo
la creación entera
se pone de rodillas para abrirte
el hueco que merece tu universo.
Mis manos balbucean y siento que el amigo
es un requiem eterno que me llora por dentro.
Y me quedo callada
mientras sigo buscando los porqués
a esta nueva manera de perderme
contigo en el recuerdo.
Pero sigo buscando
el rayito de sol —como decías—
con palabras que nacen de lo hondo
y edifican por dentro el corazón.
Vivirás siempre en mí
por llevarme la mano en el camino.
Jamás estarás muerto.
Firmado y rubricado
por tuamigadelalma de los ojos azules
Isabel Reyes
Horacio, Salvador, dos veces Alejandro,
y Aragón, y Sahoud, y Ángel de la Niebla,
y Zugzwang, cuántos nombres, cuántas formas distintas
de nombrar al amigo, de llamar al poeta.
La tinta gris del chat, la tinta azul del foro,
el avatar heráldico que le regaló ella;
el escueto discurso de las charlas nocturnas
y la prodigación en sus mejores letras.
Registros, los registros en tus discos a salvo,
registros en la Red -al pulsar de una tecla-
de la alta poesía, de la prosa sangrada,
de la flagrante crítica que derriba y enseña.
Me llevo otro registro (y yo soy el soporte),
el registro más hondo y el que más me consuela:
la huella memoriosa que al pasar por la vida
algunos pocos hombres en el alma nos dejan.
Gerardo Campani
Muerdo túnicas en el silencio
al extirpar una palabra
de todas tus sombras,
bajo pliegos de auras
sobre lunas y soledades.
Enlazo en las estrellas
su letargo a tu ausencia,
para colgar al hombro
esa luz sin tus ojos,
esas semillas de alientos
y esas raíces de tus dedos.
Ahora con lágrimas de ríos,
abro los caminos del alma
entre el lodo y las huellas,
quizás pintando un embrión
de tus versos en un poema,
quizás para llegar a mis labios
y dejarme mudo de asombros.
Leo Fabián Zambrano
Comienza aquí tu luz. Aquí comienza
el eco de tu voz en los paisajes
como un grito sin fin en el recuerdo.
Comienza aquí la historia no contada,
el final nunca escrito en los andenes
donde alzaron sus vuelos los pañuelos.
Tuvo que ser así, con tanta magia
demoledoramente redimida
labrando sin cesar en las llanuras
los últimos ocasos de febrero.
Tuvo que ser así, como fue siempre
que inventaste en un verso las estampas
que se quiebran al bies de los cristales,
mientras pasan los trenes del invierno.
Enrico Espino
Es duro ser escéptico
cantas tu dolor
en un violín
que sangra
de las cuerdas
que lo engrandecen.
Héctor Michivalka
A golpes de badajo
que al luto nos congrega
va la tarde morada
y las palabras secas
y los ojos mojados
mas el alma serena
y el corazón alegre
porque te siente cerca,
que no nos has dejado
que eres polvo de estrellas
que se posa en nosotros
y en nosotros se queda.
Yo no quiero llorarte,
hacer de plañidera;
trascendiendo la vida
vuelves tu vida eterna
y poco a poco, amigo
—será corta tu espera—,
a golpes de campana
con las puertas abiertas
nos irás recibiendo
cuando llegue la fecha
que habrá de reunirnos
para escribir poemas
o todas esa prosas
que nuestras vidas cuentan.
¿Qué más puedo decir
para burlar mi pena,
para que no se note
que todo esto es tristeza?
Idella Estevez
A retazos. Sólo con la palabra.
Con un nombre quizá envolviendo la música.
Con un cuchillo hondo, plenamente clavado
más allá de la sangre.
Con los ojos del hijo que le arañan
donde crece la vida, camina en el perfil
de las horas. No hay tiempo
cuando Alejandro viene y va y aún vuelve y gira
entre verbos y espacios consagrados
y entre amaneceres totalmente dispersos
como su voz ahora, como su mano ahora;
al igual que sus labios, que ya son nuestro enigma
y son nuestro silencio y nuestro son y el canto
que nos mostró en la sombra.
Y con él nuestros pies, dibujando su arena,
y nuestro lloro, un río, donde se lava entero
de esa muerte maldita que le muerde;
y así, con nuestras flores, se dibuja parterres en la carne
y le brotan olivas de los ojos
y un madrigal de pájaros le anida entre las cejas.
A retazos, partiéndose, donándose de nuevo
como hizo en la vida,
y siendo nuestro amigo
hasta el fin de los mapas y las leyes.
Dolors Alberola
Contemplo las espigas del alba:
el viento las mece sin ti,
ágil canto ido en la prisa de las horas;
haces que germinen lirios en mis ojos,
me vistes de madreselvas y corales,
me alistas de armaduras y de guerra.
De espaldas al cielo que me ignora
siembro flores en tu lecho,
mis brazos buscan tu soledad inagotable.
Te faltaban por contar tantas estrellas…
Pesadas piedras de mi mente:
molino que rueda en un ayer
de memorias circulares.
Busco,
en su doliente girasol,
el dulce timbre de tu voz de bronce,
la liviana herramienta de tu abrazo.
Bello ingenio
—antifaz del tiempo—,
mueres, y aún así vence tu ausencia.
Humedad terrosa y fértil,
guardiana de sueños duraderos,
muéstrame hacia dónde
se marchó en silencio.
Ando tras la huella de sus pasos mortales.
Antonio Rojas
Dónde estarás ahora? Cómo encontrarte
si la luz que iluminó esa ruta
siempre fue tu mano extendida?
Nos ha embargado tu frío al reunir tus recuerdos.
Dónde estará tu voz?
El silencio, que reclama tu nombre,
al acercarse a nosotros
se nos ha ahojado en la mirada.
Es irreal la noche, pero parece buscarte.
Hacia atrás hemos mirado. Es que tal vez,
tan sólo, te has detenido un momento
viendo sonriente cómo nosotros
verificábamos si nuestros pasos, alguna vez,
serían tan grandes como tus huellas.
Ven, amigo, ha de quedarte algún poco
de tiempo sobre los hombros.
Continuemos juntos el viaje.
Edwin Solano Reyes
Escribo poquito a poco
cuando la risa se espera
cuando se aleja la pena
cuando del alma las voces
hacen nacer el poema.
Escribo desde la sombra
de un álamo en la pradera
de una nostalgia en la hierba
de alguna una luz temblorosa
si las lágrimas se espesan.
Si muere la primavera
si el amor ya no está cerca
si mirando hacia mi izquierda
el tuntún de unas esquinas
vienen y me traen fuerza.
Más quisiera morirme escribiendo un poema
como escriben los buenos,
los valientes, los poetas.
Como Alejandro y Villena
yo quisiera morirme…
como muere un poeta.
Gloria Forasté Giravent
Ojalá (Silvio Rodríguez)
Ojalá que las hojas resbalen por tu cuerpo cuando caigan
para que así las puedas convertir en cristal.
Ojalá que la lluvia regrese a ser milagro que baja por tu cuerpo.
Ojalá que la luna vaya pronto a por ti.
Ojalá que la tierra te devuelva los pasos.
Ojalá que retorne tu mirada constante,
tu palabra precisa, tu sonrisa perfecta.
Ojalá pase algo que te traiga de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve.
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones:
ojalá si pudieran tocarte mis canciones
Ojalá que la aurora no dé gritos que caigan en mi espalda.
Ojalá que tu nombre no la olvide mi voz
Ojalá las paredes retengan tu sonido de camino cansado.
Ojalá mi deseo se vaya tras de ti,
a tu nuevo gobierno de difuntos y flores.
Teresa Vento
No sé por qué te cuento
si tú lo sabes todo sobre estas cosas,
pero de vez en vez, de tarde en tarde,
me dan ganas de venir pausadamente
—como una insidia—
para dejarte un fárrago
que ya conoces. Quizás, te contaría,
que aquí vuelven las voces extranjeras
para llenar mis playas
de bellas sombrillas de colores,
de pieles blancas en los bares,
de expuestas damas entre las dunas
o te diría,
aunque lo sabes,
que alguna vez [subrepticiamente]
regreso a tus lugares
y sin pensarlo
te escribo en los cristales
algunos fárragos
por si fuera que fuese
que no estés haciendo nada
y te distraes.
J. Azimut
Torrenteras sin cauce
bañan hoy los cristales más profundos,
los espejos que aún traduce el alma
porque la pena rueda más allá
del hueco de tu ausencia,
cuando paseo por tus versos
y, sin alzar la vista,
me muerde la impotencia del tiempo adormilado,
punzante sentimiento
que buscando las huellas del silencio te nombra
y al hacerlo me dice:
no esperes más palabras,
están todas aquí.
Leo, leo y te leo…
Y al levantar la vista,
presiento la gran fiesta
que han de tener ahí,
al otro lado.
Alcya Miguele
Ahora me pasa que no hallo palabras
que no estén significadas
en algún extremo loco de geografía literaria
que contenga tus pasos
y los de esta música.
Va dejando una estela en tu perfume
—adviertes—
como encargándote de que no exista el nunca
en que te olvide.
¿Acaso puede un corazón desoír
ese pálpito de folcklore, sonata o jazz
que le ha respirado
más allá del infinito nombre
en que te quedas
amigo, hermano, padre, poeta amado?
porque para mí no habrá suficiente música
con que interpretarme en un ¡Gracias!
y ser tu farfallina sul fiore di sangue.
Solange Schiaffino
Llora el bandoneón
y llega un rumor de tango dulce y lastimero
como un poema de amor inmortal,
hermoso y frágil
como un recipiente de alargado cuello celeste…
Infinitas cosas lo evocan y él evoca infinitas cosas.
Y llora el bandoneón
por el guerrero que duerme.
Y era de barro
y era de viento
y la palabra sangraba belleza en su pluma eterna.
Sacó oro del estiércol, amor del odio y nobleza de la inquina.
Era sobre todo, un levantador de almas.
Se han quedado solos todos los pájaros.
Se han quedado más solos Los Solos.
Arantza Gonzalo Mondragón