La prosa, esa otra música
por Gavrí Akhenazi
Es una opinión instalada esa de que la prosa no posee ritmo a diferencia del poema, del que también se acota que un poema es casi una composición musical.
¡Cuán errado está en realidad ese concepto acerca de la prosa! Es de verdaderos ignorantes aferrarse a tal premisa porque justamente lo que hace fluente y seductora una prosa es, además de su contenido, la forma plástica que se imprime a ese contenido o sea, el ritmo, la cadencia, la singularidad sonora de los componentes del fraseo.
La elasticidad o plasticidad de una prosa depende exclusivamente del dominio idiomático del escritor ya que para construir sustancia armoniosa que atrape con su discurrir ágil al lector, es necesario concebir un ensamble sonoro elocuente, ajustado a los tempos necesarios y curvos que posee el idioma, o sea, aplicar un ritmo interno, un ritmo propio, que modifique con curvaturas la rigidez propia del fraseo.
Frente a la poesía con sus reglas y su técnica que cualquiera puede aprender si se esmera –aunque tenga que escandir con los dedos para dar con el cómputo silábico que cuadre con el metro elegido– en la prosa hace falta una percepción artística notablemente más inaprensible, más delicada.
Un escritor trabaja en prosa con variantes invisibles y las aplica para virar, en cualquier momento, de acuerdo a aquello que esté intentando reflejar.
La prosa no posee convenciones como sí podemos ver en un poema con métrica y con rima construido en base a ajustarse a ellas.
En la prosa, el sonido y su movimiento, el flujo de fraseo y su color se modifican en estilos variopìntos según aquello que el narrador esté intentando transmitir a su lector.
De ahí que para un escritor que se precie de serlo es imprescindible conocer el peso exacto de las palabras que emplea en el armado de cada una de las ideas, ya que cada palabra es o representa un matiz, algo específico y único que, en realidad, no admite sinónimos si uno decide emplear el potencial de cada vocablo en el espacio justo en el que ese vocablo y no otro, cabe.
Entonces, cuando se sabe mensurar el justo peso de cada palabra según cómo ésta se coloque en el puzzle de la armonía contextual, se consigue centrar todo el interés de la idea.
Basándonos en la elección y en la posición en la que ajustamos los términos, podemos impactar en el lector tan solo con una palabra que, colocada estratégicamente y persiguiendo su único y exclusivo matiz, logre asombrar o conmover.
Aunque en la actualidad todos escriben y cualquiera se llama a sí mismo escritor porque consigue redactar decorosamente (y a veces ni eso) dentro de los cánones primarios de la escritura, la prosa narrativa (y por qué no las otras) requiere muchísima más elaboración que el poema para alcanzar calidad pero por sobre todo, requiere dominio, léxico, conciencia sonora, estilo estético, sutileza, minuciosidad y búsqueda.
Narrar no es soplar y hacer botellas como piensa la mayoría.
Narrar es proponerse construir una verdadera catedral solo con el idioma en que se narra.