No, yo jamás me apuro tan solo voy venciendo pronto al tiempo, talando mi apellido como también mi nombre desde la pena cruda hasta la inconfesable risa rota, como se tala un árbol construido con piedras con sólo gestos mudos.
Si me digo te nombro sin querer y a conciencia, como lo hacen los solos, desprovistos de un corazón insano como manso, masticando el sonido que no habla y que sueña su canto vuelto carne.
Y si te nombro huyo del centro de mis cosas y mis juegos, como si consiguiendo dibujarte logre también callar tanto demonio gritando en mis tobillos su prisión.
No, yo jamás comulgo ni con la virgen pura ni con la puta santa ni con la tradición ni con lo nuevo, vomito -simplemente- el escándalo cruel de lo que me rebasa o que me sobra cuando me faltan manos para tocar la piel que más me falta.
Y danzo alegremente mi tristeza poblada de granates indecibles cuando siento que el límite me anuda los tendones, y apago por afuera cada uno de mis ojos cuando mi lengua lame el sabor de lo intenso fatalmente encerrado en un beso de fruta que nunca tuvo cifra.
Me pierdo del nosotros… pero es así que tiendo sobre mí el alambre de púas que escribe en mis espaldas el ritmo de la luz latiendo entre lo oscuro, es así que yo escribo sobre el muro del mundo lo posible de lo que llega y parte sin ser pleno, y es así que me triunfo del asco de los días sin llorar eso de ser carencia y todo esto de amar sin un destinatario.
Hay para qué
Hay un eco en mis manos sosteniendo tu nombre, una tristeza simple acurrucada y muda detrás de mi garganta que se calla el pasado, y una canción tranquila que te imagina cerca.
Hay una noche inquieta de calor y bichitos agolpándose fieros detrás del ventanal, un dolor reprimido que sin victimizarme me aleja un poco más de cualquier gesto burdo.
Para que así me encuentre con el balance abierto marcando los vacíos que tanto significan y que yo simbolizo desprovisto de formas.
Para que nuevamente me acompañe la luna en este juego inútil en el que siempre vences con tu voz que no llega y mi piel que zozobra.
Hay una noche inquieta de calor y bichitos agolpándose fieros detrás del ventanal, un dolor reprimido que sin victimizarme me aleja un poco más de cualquier gesto burdo. Para que así me encuentre con el balance abierto marcando los vacíos que tanto significan y que yo simbolizo desprovisto de formas.
Para que nuevamente me acompañe la luna en este juego inútil en el que siempre vences con tu voz que no llega y mi piel que zozobra.
Sigo siendo
Yo me caigo fácil y reboto sencillo.
Me rompen los dientes en un saludo mientras yo, anciano, mantengo mis ansias al límite de los almanaques.
Con un gesto, frase o mirada arranco la alfombra roja del suelo y escupo sobre el ropaje que cubre esa desnudez tranquila que alienta a mierda.
Si me compadecen o me admiran es algo que me importa mucho, tanto, como a la mayoría le importa qué siente el desconocido de siempre, —ese que tiene un rostro ignorado y un nombre que no se puede verbalizar—.
Me canso y me repongo desde la risa de correr de mí y hacia mí, me repongo y me abastezco de un sueño que tuve y te nombró, con el cuello más allá de las citas que dicen los doctos y que escupen desde el púlpito los no aptos para el fracaso programado.
Yo soy dispersión —¿recuerdas?— el grito que desafía a su posibilidad de paz porque en el ego no encuentra destrucción sino al potro más hermoso de domar sin ayuda.
Sigo siendo la sintaxis que no se persigna ante las formas que admira impunemente y sobre las que defeca sin posibilidad de lástima.
Y en esta pulsión, ridícula, inexacta y precisa siento que no necesito ni necesité nunca a nadie para desafiar a la estatura del tiempo con la poquedad infinita e inasible de mi boca en tu cintura.
Vivir de cerca
Refugiarse de todos, solo, en uno, en ese que palpita turbiamente el principio de Dios y su destino, desde el primer rugido liberado al sumar impotencias y perfidias junto con luminosas explosiones tras la dura derrota de los doctos.
Dejar atrás tejados rotos, sucios y el polvo de las calles bajo un cielo sonriente de dolor y de vacío, las canchas donde el tedio desganado nutre con descarada altanería la cruenta dualidad de los idiotas empujados a un ocio sin final mientras sienten que nada dura tanto como una tarde infecta de victoria.
Con el torso desnudo entre murallas empujar el presente hasta el pretérito con pétrea fortaleza y sin pudor, por quebrar con orgullo vanidoso el puente que sujeta las acciones al ajeno deseo de conquistas allí donde no cabe sino sed por despertenecer a lo común.
Y vivir estas cosas de más cerca palpando a los opuestos con los ojos como palpa la izquierda a su contraria en el mismo momento en que sin dudas se saben una parte del sentido que quiere gobernar aprisionando el último bastión de lo honorable, la prescindencia recia e incompartible que sostienen los solos con sus manos.
Título: Color Sepia Autor: Juliana Mediavilla Publicado: 2015 Género: Poesía Edición: Primera Editorial: Alkaid Ediciones ISBN: 978-84-942649-5-5
La magia de la infancia reside en que el niño descubre todo por primera vez, por eso los recuerdos de esa época se graban en la memoria como los surcos del arado en la tierra. Hubo un tiempo en que nos cuidaban, un tiempo donde estábamos exentos de responsabilidad y éramos pequeños dioses descubriendo el mundo.
Pero la infancia se va, no solamente por mandato biológico sino por la consciencia del primer zarpazo, el primer dolor del que ya no podemos escapar.
Juliana Mediavilla fue una niña de posguerra en un pueblo de Burgos. Su extraordinaria sensibilidad, su sencillez y su dominio de la técnica poética hacen de este libro un paseo emocionante por aquellos años perdidos en el tiempo y sin embargo, perennes en la memoria.
Sus recuerdos han despertado los míos porque todos llevamos un niño dentro que se reconoce tomando sopas de leche, mirando las estrellas en agosto o viendo coser a la madre.
Inolvidable en la voz de Juliana el primer beso que encendió el amor, las grandes nevadas de entonces que siguen abrigando el recuerdo, la escuela y su crucifijo observador, el conocimiento de lo que significaban los distintos toques de campana, las malas hierbas que borraban los caminos, las margaritas rojas, el homenaje a Edmundo.
Y la muerte, ese látigo que rompió la infancia, la deforestación de la arboleda.
Tras una fotografía en Color Sepia hay siempre una historia que contar:
Detrás está la vida y el instante: sobrevuela la sombra de la guerra que no vivimos impresa en el ambiente, en la calle, en la escuela y en las casas. un río de silencio entre los padres, una herida de ausencias sin retorno, una desmesurada cicatriz.
Juliana escribe que no ha de callar su canto porque su madre la parió mujer y la parió poeta.
“Cuando ellos se conocieron, los dos estaban solos. La de él era una soledad compuesta de soledad y de violencia. La de ella era una soledad donde acampaba un hambre que despacio se quedaba sin dientes.
Yo, por entonces, tenía una novia que era sólo mía. Él nunca me la disputó ni ocupó mi lugar porque entendió que la novia que yo me había buscado necesitaba de alguien como yo y no de alguien como él. Se lo agradezco, porque no llegó a hacerle nunca daño. A su modo, la cuidó para mí.
Luego ella murió y yo también me quedé solo y ya no me fui buscando novias que no fueran para compartir. Toda la vida compartimos todo de una manera natural aunque las mujeres siempre las proveyó él, dado que con mi primera elección (y debo decir en mi favor que era muy joven) fallé de plano. Nos divorciamos –ambos y enseguida– de una francesa hermosa que se asustó de él y sufrimos los dos, no solamente yo. Sufrimos, digo, porque él se volvió mucho más él después de aquella herida que recién ahora, luego de treinta años se ha curado en nosotros.
Esta mujer de hoy es toda suya aunque a veces ella apele a mí para que imponga la cordura en ambos”.
Tengo a esta mujer madura y rubia montada sobre mí.
Su piel entre mis dientes es la ruta de un canto que se ahoga y, su boca, su boca es una vulva y su vulva una boca, y ambas se abren con algo de flor ácida, para mi lengua que explora en la humedad. Murmullan suavemente una pasión grávida que yo he ido olvidando en este largo tiempo de no explorarla al borde del desastre.
Ella me llama “mi bestia dolorosa” cuando busca que el sexo le haga daño. Tiene algo de sadomasoquista su cintura que ya no pueblan hijos y su fuerte cadera leonina, de hembra de pradera que anda cazando a un macho por las sábanas.
Sus pechos son macizos y constantes, con un sabor ligero a grasa humana que me gusta lamer con lentitud. Lamo y lamo sus pechos como masas sudadas, manoseadas y tensas, que mis manos estiban en mi boca con juegos simples que la hacen reír.
Ella también me lame. Con su lengua y sus ojos me lame la piel y las ideas, agazapada como un devorador. Tiene ojos densos por los que asoma un clítoris mental que mis ojos provocan al orgasmo. Mucho hay de mental en nuestra química aunque parezca toda hecha de piel.
Hay más mente que piel en nuestra química, como una fantasía que podemos realizar más de una vez y siempre a nuestro gusto porque ni ella ni yo somos monógamos, aunque quizás tengamos algo de endogámicos.
Pertenecemos al mismo grupo de desajustados y nos comportamos como tales, en la cama y la vida por igual, aunque ella es más formal que yo de cara al sol. Sin embargo, cuando estamos solos, me permite que explore los espacios que la religión ha prohibido. Entonces practicamos el ver cuánto puede tener de rabia el sexo y hasta dónde somos capaces de llegar al provocar y recibir placer.
Siempre llegamos lejos, a veces demasiado porque lo nuestro es ver quién es el dominador y quién el dominado, ya independientemente de lo que uno y el otro representan en otros escenarios que no quedan aquí.
Yo soy el más fecundo si ella busca dolor. Y ella es la más sabia para ciertas torturas con las que el oficio que ejercemos nos tienta por igual.
Es buena torturando pero yo como torturado soy atroz porque el juego se transforma no ya en una puja con esa mujer que me tortura, sino conmigo mismo que resisto y así los roles cambian. Ella se frustra y yo me fortalezco una vez más.
Es raro que caigamos en lo convencional de dos amantes que se reencuentran, porque nuestra relación es laboral. Por eso me asombra cuando esa boca suya, entreabierta y acústica, vuelve a quebrar su voz sobre mi pecho con un: “Te extrañé tanto, tanto. Te amo tanto”, mientras sus ojos lloran.
Yo cierro los oídos y los labios y mastico el quejido como una implosión liberadora de todos los anclajes, allí, donde esta mujer rubia se derrumba conmigo en un derroche de cuerpos satisfechos.
Prefiero no pensar en sus palabras, ni siquiera ahora que ambos respiramos esta calma sobre la piel viciosa que va perdiendo agitación despacio, porque las palabras que esta mujer ha dicho no están en el libreto ni son parte del show de los orgasmos, de esos orgasmos que provocan que una hembra –a la cual no amamos– se abra y a pesar de nosotros, nos diga su verdad.
De: Animal de tormenta – Los diarios de Aivan Jaid
De historias para no dormir y otras «vellocidades» II
Dentro de este lugar el silencio es un inmensurable eco que se hace maquinalmente pulcro en los rincones y ambiguo y anchuroso mientras flota pegado sobre el aire.
La elección de hacer las cosas sucias me está permitida en el contexto de la desolación, como a la luz se le ha concedido volverse magia refractando en un prisma.
Se ausentaron las moscas y los peces son gotas de alabastro panza arriba, o redondeles de mercurio cósmico, enredado en el moho de un agua podrida por cadáveres.
Me lavo los pies en ese charco quieto, donde la bruma verde se ha adherido a la cárcel del vidrio y el olor a abandono trepa todos sus muertos a mi olfato.
Dejé morir los peces del demiurgo como murió la luz cuando trabé con maderas las ventanas que siempre dan al viento y abandoné las plantas a un desierto cerrado hecho todo de muebles y sin sol.
Profano los recuerdos como un bárbaro.
Dentro de la pecera caen lágrimas.
v
Sólo esta vacuidad.
Sólo este ambiguo soporte de destrezas.
Sólo la soledad.
Sólo lo que está solo en un paisaje solo en el que soy el solo que existe solamente.
Hacerme viento.
Hacerme Sinaí.
Sólo desierto
v
Después llega lo trémulo.
Tiembla la carne que tiembla en la palabra que se vuelve mordible.
Cárnica boca llena de una lengua tan húmeda como lamiblemente lujuriosa y apenas invisible en esa ocultidad de los recatos.
Asesino en silencio ese idioma que niega sus orígenes y se vuelve rebelde, reveladoramente irreversible ante la paradoja de sí mismo sin un consigo acorde ¿O un conmigo? O algún otro un que cruce, con alas inventadas, el puente derribado por la sola costumbre de aquel aislamiento en el que somos libres.
Es mejor estar solo que este ser vulnerable en compañía.
v
La luz se ha derrumbado.
Debajo de la luz, soy una sombra que escapa por un hueco.
La luz se ha derrumbado sobre mí, igual que la memoria.
Anaqueles de luz se han derrumbado con sus libros monótonos encima de mis libros y todos confundidos, somos papeles viejos.
Pero no llega el viento a hacer limpieza.
La luz no existe más.
Tampoco el aire.
v
Luego vendrá la escoba a poner orden en el sitio impedido de las manos.
Barrerá los cerebros que acumulo, el hambre de beber, la sed del daño, la impúdica y reñida mansedumbre de lo que persevera y nunca ceja.
El dolor está listo y embalado, pero se hallan de huelga los correos y bajo el brazo pesa su gratuidad, temblando.
¿En qué buzón comprado depositar la ofrenda que agoniza con su propio holocausto entre mis dientes?
La luz no vuelve más desde la aurora.
Le pertenece sólo a las estrellas.
v
Larga piel de agonía. Subluxación del alma que no se amolda al hueco en que le sobra espacio porque es poca y se retuerce, tratando de agrandarse hacia la vastedad de estar sin nadie.
¿Quién entiende de luz en estas sombras en la que el grito es una flecha opaca y mata ciervos de tela y de peluche?
Sólo ambulan dragones de Komodo en la parafernalia de esta boca con más dientes que aquellos de lo humano y una lengua infecciosa como un antro de prostituir ángeles de vidrio. Igual estoy en paz desde el retorno.
Toda sombra es aquello de lo impune.
v
Que todo sea un apagón de sangre. Un sitio de metales que rodean un latido penúltimo y disparan – fiera violencia rota – destiñendo la boca de la carne hacia un cementerio de cerámicos.
Que todo sea un apagón de sangre. Una boca deshecha que se abre con hondo estremecimiento muscular y tiembla, precipitada como alguien que corre, boqueando como alguien que gotea su último estertor amurallado y acaba, dulcemente, en un sopor de charco que coagula.
La sangre es lo más íntimo de un hombre.
Pinto en rojo tu nombre sobre el karma y luego resucito, ya vacío.
Me conoces y sabes que me duele dolerte que mis palabras duras son cobardes pues dejan la tarea difícil a mis ojos que siempre me delatan.
Nos resulta imposible apagar los incendios de todas las verdades. Nuestro círculo asfixia mientras nos convencemos que es normal que el arco iris pierda sus colores.
Ninguno admite frente a frente el desencanto que habita dentro desde que la rutina echó raíces en la tumba de los sueños.
Nuestra historia merece ser una buena historia por eso mi mirada suplicante se detiene en la puerta de salida.
Prioridades
Mi agenda es un exceso de palabras y de cruces severas sobre las ilusiones. Las horas son caudillos que cubren los paisajes mientras se multiplican mis deberes.
A veces continúo por inercia agregando renglones, manteniéndome ciega a las señales, con el asombro preso en los bolsillos para no distraerme con otras trayectorias.
Las letras de mi nombre se fugaron con la imagen que nunca pintaron los espejos, los años se escurrieron vestidos de uniforme sin conseguir aliados ni una bandera blanca.
Elegí estar detrás de la fila de hormigas para llevar el peso que las demás negaban y acopiando basura me crecieron jorobas.
Mientras el conformismo siga siendo mi escudo sobrevivo apretando las alas impacientes que anhelan el regreso de mi voz en primera persona.
Mi pecho estallará cuando suelte las aves.
Contigo es más fácil
De pronto las salidas se me esconden detrás de raros muros que crecen en las calles.
Mientras el sol burlón se muda hacia el oriente para llevarme repetidas veces a las coordenadas de tu nombre, mi compás sigue haciendo pie en la misma sentencia y el radio empequeñece acercando el infierno.
Nunca supe tomar atajos de mentiras y las alas están presas por mi condena.
Me da lo mismo
Hoy estoy triste y de nada me sirves, poesía.
Tal vez encuentre versos con metáforas claras para hablar de mi fondo más penoso que hoy presiento, fugaz y fugitivo.
Será que estoy cayendo por la garganta inmunda de la impotencia.
Mis manos acarician las paredes porque aborté las uñas.
Es algo rutinario un viaje sin boleto, y ya me da lo mismo adonde lleva.
En las coplas de pie quebrado no debe considerarse el concepto de pie como unidad de escansión (como en la poesía griega y latina) ni como en la actual castellana, que supone también una unidad menor (como, por ejemplo, cuando se habla de «pie de rima»). En la época de Jorge Manrique, el concepto de pie era asimilable al de verso, en su sentido métrico.
Así lo registra el DRAE: m. desus. Cada uno de los metros que se usan para versificar en la poesía castellana.
Entonces cabe preguntarse qué es lo que se quiebra cuando se habla de pie quebrado. Porque el ya quebrado es el verso corto, pero se ha quebrado del anterior largo.
~ quebrado. 1. m. Verso corto, de cinco sílabas a lo más, y de cuatro generalmente, que alterna con otros más largos en ciertas combinaciones métricas.
¿Y por qué cuatro o cinco? ¿Aun tratándose de estrofas octosilábicas? ¿A capricho del poeta? Propongo una explicación.
Cuando el verso largo anterior (octosílabo) es grave, el quebrado es de cuatro sílabas. Si los sumamos a ambos, tenemos un dodeca acentuado en séptima.
Ejemplifico con el más célebre poema de esta forma, poniendo en la misma línea el verso quebrado:
Recuerde el alma dormida, [8] avive el seso y despierte contemplando [12] cómo se pasa la vida, [8] cómo se viene la muerte tan callando [12]
Aquí, el verso quebrado mide exactamente la mitad del largo (cuatro sílabas), pero no pasa igual cuando el largo es verso oxítono (agudo), pues al contar realmente de siete sílabas, requiere de una más (cinco) en el quebrado. Ver:
¿Qué se fizo el rey Don Juan? [7+1=8] Los infantes de Aragón [7+1=8] ¿qué se ficieron? [5]
Que vendría a ser:
¿Qué se fizo el rey Don Juan? [8] Los infantes de Aragón ¿qué se ficieron? [12]
Cierto es que el mismo Manrique no es siempre consecuente con esta norma, pero creo que deben considerarse algunas cuestiones:
+ que las estrofas en las que no se atiene a lo señalado no suenan tan bien como las otras; + que desconocemos la exacta entonación de la época (casos de distintos recursos o licencias usuales, por ejemplo); + que en 1476 (probable año de su composición) la normativa era incipiente.
Supongo que el asunto de cuándo el quebrado es de cuatro sílabas o de cinco estará estudiado, pero no encontré nada al respecto, y por eso me he animado a proponer esta interpretación.
Si algún paciente y generoso ultraversal encuentra algo más (y mejor, preferentemente), agradeceré el dato.
Quiero desmantelar todos los limbos,
extirparle su sílaba a la fe
y que la ingenuidad cierre sus piernas
de ninfómana virgen.
Pero me está costando
fusilar a la párvula que cree
que una mota de arena
puede agarrarse al mar como una isla.
Siempre vuelve a confiar en un mayo minúsculo,
en el hueso de un pétalo,
en verbos inconclusos y en abortos de puentes.
Y siempre le despista un sol de humo.
No comprendo por qué
no muere de una vez esta inocencia,
si tiene el cuerpo lleno de disparos.
Mariví González
Poema polimétrico que consta de 15 versos distribuidos en cuatro estrofas: dos de cuatro versos y dos de tres. Entre la tercera y la cuarta aparece un verso aislado. La combinación métrica es de heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos, con un predominio de endecasílabos: 8 frente a 5 heptasílabos y solo 2 alejandrinos.
Está escrito en verso blanco, aunque podemos encontrar algunas asonancias, pero su distancia no perturba la lectura:
é (versos 2, 6, 13)
é-a (versos 3, 7)
ú-o (versos 9,12)
á-o (versos 4, 15)
La voz poética nos introduce, en primera persona, el tema de su deseada pérdida de la credulidad, ya insinuado en el título: IN-CRÉDULA y reforzado después con palabras precisas como ingenuidad o inocencia. No es un tema tópico ni en su planteamiento ni en su desarrollo.
Analizando la estructura interna, vemos que dicho tema aparece ya de forma clara en la primera estrofa, con la introducción de esa primera persona verbal:
Quiero
desmantelar todos los limbos
extirparle su sílaba a la fe
que la ingenuidad cierre sus piernas…
Una segunda parte abarcaría la segunda y la tercera estrofa y el verso que se intercala entre ambas, mediante la oración adversativa: Pero me está costando…
En esta parte se nos explicarán las dificultades para conseguir dicha pérdida. Aparece aquí la tercera persona mediante “la párvula” que no deja de ser un desdoblamiento del “yo”:
Pero
me está costando fusilar a la párvula…
siempre vuelve a confiar…
siempre la despista un sol de humo
La tercera parte que abarca la última estrofa tiene un carácter conclusivo. Encontramos una pregunta indirecta, en la que otra vez desde el yo, la poeta no llega a entender esa persistencia de la ingenuidad a pesar de su lucha por perderla: No comprendo por qué
no se muere de una vez…
La estructura es por tanto lineal y clara, podríamos decir que responde a las tres partes clásicas del texto: exposición, nudo y desenlace.
Es un texto diáfano que se entiende en primera lectura, pero es muy rico en recursos e imágenes genuinas de la autora, dándonos la clara impresión de estar ante un poema nuevo, diferente como lo es su voz.
Los recursos más destacados se encuentran dentro del campo semántico. El poema parte de la personificación de la ingenuidad, ya en la primera estrofa:
…la ingenuidad cierra sus piernas / de ninfómana virgen
Una imagen inesperada que nos introduce de lleno en el terreno sexual y que resalta aún más por esa paradoja entre los términos ninfómana- virgen.
El recurso de la personificación se consolida en la segunda estrofa en la que la ingenuidad se convierte en párvula. A partir de ahí tomará esa identidad, mediante una metáfora en la que el término imagen: ingenuidad=párvula tiene, además de la belleza poética, una relación semántica clara.
Dentro del campo metafórico destacamos ya en la primera estrofa la hermosa plasticidad de las imágenes:
desmantelar todos los limbos
extirparle su sílaba a la fe (muy acertada, dentro del concepto lingüístico).
Otra serie de metáforas girarán en torno a la personificación:
Párvula
vuelve a confiar en un en un mayo minúsculo
en el hueso de un pétalo
en verbos inconclusos
en abortos de puentes
siempre la despista un sol de humo
La siguiente imagen incluye también una hipérbole y una antítesis:
que una gota de arena / puede agarrase al mar como una isla
Al margen de la belleza de las imágenes, encontramos también abundancia de recursos morfosintácticos como los paralelismos:
en un mayo minúsculo
en el hueso de un pétalo
en verbos inconclusos
Algunos, como en estos casos, precedidos por la anáfora.
Es notable también la aparición de los verbos en el inicio de cada estrofa. Algunos formados por perífrasis y que contribuyen a estructurar el poema:
Quiero desmantelar
Pero me está costando
Siempre vuelve a confiar
y siempre la despista
No comprendo por qué
Si nos detenemos en el campo semántico veremos que si el tema era el deseo de eliminar la ingenuidad, hay una serie de palabras, abundantes para la extensión del poema, que hacen alusión a esa eliminación:
Desmantelar
Extirparle
Fusilar
Muere
Disparos.
El poema refleja esa lucha contra la permanencia de la ingenuidad a la que se combate como a un enemigo y a la que se le da una identidad mediante el recurso de la personificación.
Los recursos más notables son, como decíamos antes, los recursos semánticos que, partiendo de la personificación abarcan imágenes, metáforas y sentidos figurados. Son recursos originales y en ningún momento se recurre a los estereotipos.
La disposición formal del texto, aireada y muy fluida, así como la claridad sintáctica, contribuyen a que el poema sea atractivo no solo por su belleza estética, también por la coherencia textual y el equilibrio, que son tanto de agradecer a la hora de leer y comentar un poema.
El qué y el cómo (qué se dice y cómo se dice) tienen aquí el perfecto maridaje forma-fondo y es esa relación indisoluble de ambos aspectos la que nos habla de la calidad del poema.
Con esta palabra de origen griego, que significa transposición, se designa al tropo que consiste en trasladar el sentido recto de las voces a otro figurado, en virtud de una comparación tácita.
La metáfora implica, pues, la sustitución de un término propio por otro en virtud de la similitud de su significado o de su referente. Se aplica el nombre de un objeto a otro objeto con el cual se observa alguna analogía; el autor, utilizando su sensibilidad y su intelecto, establece entre estos objetos una comparación y designa a uno con el nombre del otro, eliminando cualquier rastro gramatical de la comparación.
Tradicionalmente se habla de A y de B como los términos real e imaginario, y como fundamento la característica que hace a A semejante a B (igual que decíamos en el caso de la comparación). De esta manera, si decimos “tus ojos son estrellas”, el término real sería “ojos” (A) y el término imaginario, “estrellas” (B); el fundamento sería el brillo de las estrellas, al que veo idéntico al de tus ojos, tanto, que identifico unas y otros.
Es fácil observar que una metáfora puede ser una comparación en la que se omite el enlace o nexo.
En cualquier caso, la metáfora es mucho más audaz que la comparación, ya que establece una identidad entre el plano real y el plano figurado. No se dice que A es como B, sino que se va más allá y se afirma que A es B. Se pueden expresar los dos planos, siempre sin partículas comparativas que los unan, pero también es posible (y muy frecuente) que se eluda el plano real y se exprese tan sólo el plano figurado.
La metáfora supone una trasgresión del orden racional de las cosas; revela una evidencia intuitiva, a veces irracional, saltándose los límites de la interpretación lógica de la realidad. La metáfora supone la afirmación de lo imposible con tanta naturalidad que parece posible. Esa es la razón por la que la metáfora, cuando está bien construida, tiene tanta fuerza expresiva.
En la metáfora, el plano figurado enriquece con sus cualidades al plano real, lo dota de matices de los que inicialmente carece, a diferencia de la comparación, que únicamente resalta la semejanza, sin añadir nada. Con la metáfora se superpone la fuerza poética del plano figurado con la fuerza poética del plano real, dando lugar a una imagen mucho más poderosa, mucho más expresiva y sorprendente que cada uno de los términos separadamente.
La metáfora supone sugerir en el término real rasgos que sólo están en el término imaginario. Según decía Ortega y Gasset, “la metáfora es un procedimiento intelectual por cuyos medios conseguimos aprehender lo que se halla más lejos de nuestra potencia conceptual. Con lo más próximo y lo que mejor dominamos, podemos alcanzar contacto mental con lo remoto y más arisco. Es la metáfora un suplemento a nuestro brazo intelectivo”.
La metáfora es un recurso de muchísima fuerza expresiva, pero debe ser utilizada con una cierta prudencia que le poeta debe saber medir. Debe huir del uso tópico de las metáforas, ya que cuando se utilizan metáforas gastadas o muertas, el lector no siente la extrañeza que se persigue con su uso, sino más bien un gran aburrimiento cercano a la náusea. No tiene ya sentido hablar de “correr un tupido velo”, de “el manto de la noche”, de “labios de coral” y lugares comunes similares.
También es cierto que el poeta debe tener una cierta prudencia con la oscuridad de las metáforas.
Cuando en un poema en el que el poeta utiliza muchas metáforas éstas son oscuras, de forma que el lector es incapaz de encontrar un plano real detrás del plano imaginario, el lector se pierde, bucea. Es cierto que una metáfora exige del lector una actitud activa, dispuesta a descubrir su sentido profundo, pero no es menos cierto que si a pesar de esa actitud activa la metáfora se resiste a ser interpretada, o bien sólo permite vislumbrar un sentido (con mil dudas) tras una ardua meditación o después de muchos razonamientos, el poema se convierte en un jeroglífico, en un ejercicio propio de filólogos más que de lectores inteligentes. En este caso, el poema fracasa, a mi entender. La responsabilidad de que la comunicación no sea eficaz no es nunca del receptor del mensaje, sino del emisor. Si a un buen lector le resulta imposible entender un poema porque está plagado de metáforas oscuras, el problema es del poeta, no del lector. Una metáfora que sólo entiende el poeta que la escribió no es una buena metáfora. Recalco aquí que estoy hablando de metáforas, tal y como se han definido al principio, no de “imágenes”, que son otro recurso poético bien distinto que responde a otras pautas y que se sustenta en otras razones, como veremos en otro apartado.
Clasificación
Existen muchas clasificaciones de las metáforas, atendiendo a diferentes criterios. Yo he elegido una (en realidad, cualquier clasificación que facilite su estudio es buena, pues todas son convencionales), que clasifica las metáforas en dos grandes grupos:
a) METÁFORAS PURAS b) METÁFORAS IMPURAS b.1) Metáfora de nombre b.1.1.) Metáfora de reclamo b.1.2) Metáfora copulativa b.1.3) Metáfora metamórfica b.1.4) Metáfora de genitivo b.2) METÁFORA DEL VERBO b.3) METÁFORA DEL ADJETIVO b.4) METÁFORA DEL ADVERBIO
A continuación, haremos un pequeño análisis de cada uno de estos tipos de metáfora:
a) METÁFORAS PURAS, entendiendo por tales aquellas en las que se omite el plano real, ofreciendo sólo el plano figurado. Suelen ser mucho más difíciles de escribir de forma que se asegure su comprensión por parte del lector. Sin embargo, son las de mayor fuerza expresiva. Su fórmula es B en lugar de A, de forma que A no se menciona. Veamos este ejemplo de Miguel Hernández, en su “Elegía”:
Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado
En el que el término real es la muerte y el término imaginario, compuesto, como se puede apreciar fácilmente.
b) METÁFORAS IMPURAS, en las que se expresan ambos planos, real y figurado, identificándolos entre sí. Admite muchas variantes, como las siguientes:
b.1) METÁFORA DEL NOMBRE:
b.1.1.) Metáfora de reclamo: el término B sustituye a un contenido A antes mencionado. Puede adoptar las formas de aposición (A y B separados por una simple coma), vocativo, por paralelismo o demostrativa. A veces se trata de una sinonimia de dos expresiones, de las cuales una es metáfora de la otra.
Por ejemplo, estos versos de Juan Ramón Jiménez, con el esquema A, B:
¡Oh, mar, azogue sin cristal; mar, espejo picado de la nada O éste de J. Guillén, con el mismo esquema:
El ruiseñor, pavo real facilísimo del pío
donde el ruiseñor (A) es un pavo real (B) que canta bien.
Sugerente la metáfora siguiente, en unos versos de «Irene», de Luis García Montero: Y la distancia, esa divinidad que medita en el agua de los puertos (…)
Bellísimos estos de Alberti, con el esquema A, B, B…
Buen marinero, hijo de los llantos del norte, limón del mediodía, bandera de la corte mosa del agua, cazador de sirenas
En éste, Borges emplea el esquema contrario, B, A:
¡Ah, si aquel otro despertar, la muerte
Y éstos de Bécquer, con el esquema B, B, B, A: dos ideas que al par brotan; dos besos que a un tiempo estallan; dos ecos que se confunden: eso son nuestras dos almas
b.1.2) Metáfora copulativa, en la que A es (parece, significa, se convierte en) B, o en la que B es A. Es la fórmula gramatical más sencilla de metáfora.
Por ejemplo, en estos versos de Miguel Hernández, intensísimos, de las «Nanas de la Cebolla», en los que A es B:
La cebolla es escarcha cerrada y pobre. Escarcha de tus días y de mis noches. Hambre y cebolla, hielo negro y escarcha grande y redonda
O en estos otros de Cernuda:
El mar es un olvido, una canción, un labio; el mar es un amante, fiel respuesta al deseo (…) Sus caricias son sueño, entreabren la muerte, son lunas accesibles, son la vida más alta
O estos versos, maravillosos, de Ana Rossetti, en “Domus Aurea”:
Es la casa perfecta y mi amor vendaval, es aguacero, alondra que no encuentra lugar donde quedarse
O ésta metáfora, muy conocida, de Antonio Machado en su “Retrato”:
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero
Guillermo León, nos dejó disfrutar en Ultraversal de hermosas metáforas de este tipo en su poema “Elegía a un no nacido”, como ésta: La vida es un ocaso que pierde su memoria
También lo hizo José Luis J. Villena con metáforas de este tipo con un esquema A es B, B, B… en su poema «El Animal»: Yo soy el animal y tú la selva húmeda la raíz que endereza el tesón de los árboles, el calor sofocante, la tormenta, la lluvia salvaje eres, aire, la comida del hambre.
María José, nuestra compañera de foro, nos obsequió esta metáfora, también con esquema A es B, B… en su poema “Mis líneas”:
Eres pájaro en el viento cantar del mañana duda que adormece la sospecha que no acaba
Famosos son los versos de Jorge Manrique en sus Coplas a la muerte de Don Rodrigo Manrique:
Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir
En estos versos se pueden distinguir dos metáforas, ambas copulativas:
Nuestras vidas son los ríos (A es B) que van a dar en la mar que es el morir (B es A)
b.1.3) Metáfora metamórfica, en la que C cambia A en B, como en estos versos de Miguel Hernández:
En su mano los fusiles leones quieren volverse
b.1.4) Metáfora de genitivo, con variantes: una, en la que el esquema es A de B, pero en la que A y B se asimilan, como en estos versos de Miguel Hernández:
Un cadáver de cera desmayada y un silencio de abeja detenida
O en estos de Antonio Colinas:
Después del sueño lento del otoño, después del largo sorbo del otoño, después del huracán de las estrellas…
Otra variante, en la que el esquema es B de A, como en este verso de Juan Ramón Jiménez:
En las paredes de mi alma abandonada
O en estos versos de F. García Lorca:
El jinete se acercaba tocando el tambor del llano
(Tambor (B) del llano (A) [= tambor]
Otra variante, en la que A es el B de C, como en estos versos de Álvarez de Cienfuegos:
Tendido allí sobre la verde alfombra de grama y trébol [=prado]
b.2) METÁFORA DEL VERBO
Se trata de un tipo de metáfora mucho más sutil que la metáfora del nombre; está en todas partes, discreta, casi sin llamar la atención, pero dotando a los poemas de una expresividad sorprendente, enriqueciendo el poema de sentidos, emociones y sensaciones que contribuyen decisivamente a generar emoción, a conmover al lector. Veamos algunos ejemplos, como éste de Aleixandre:
Aunque la sangre mienta melancólicamente (…)
O éste de Miguel Hernández:
Un muerto nubla el camino
O este otro de Luis Antonio de Villena:
ese mar que rasgan los delfines como en nosotros prende la tristeza
O éste, bellísimo, de la “Elegía”, de Miguel Hernández, poema que como vemos, está lleno de metáforas de todo tipo, como casi toda su poesía:
pajareará tu alma colmenera
b.3) METÁFORA DEL ADJETIVO
Se puede considerar la sinestesia como el tipo más importante de metáfora del adjetivo; sin embargo, hay otro tipo de metáforas que, sin ser sinestésicas, es decir, sin centrarse en las características sensibles de los objetos, contagian un sustantivo con los atributos de otro, como en este ejemplo de Juan Ramón Jiménez:
Del blando pinar umbroso; serían más hondos los céfiros, el soñar se hará más hondo…
O en este otro de Gil de Biedma, en el que la calificación de la compañía de “frondosa” la imprime de alguna manera de un carácter vegetal: Y está la compañía que formamos plena, frondosa en presencias
El efecto más común de este tipo de metáforas es la humanización de los objetos o de los animales, como en estos versos de Gerardo Diego:
A los púdicos tomates, soles les tornen granates
O como en éste de Miguel Hernández, en su ya citada “Elegía”:
a las desalentadas amapolas
b.4) METÁFORA DEL ADVERBIO
En el mismo sentido que las anteriores, pero en este caso con adverbios, como en el siguiente ejemplo con versos de Miguel Hernández:
Murcianos de dinamita frutalmente propagada
O en estos de Goytisolo: que después de quitarle el sonido al televisor saco la lengua a las autoridades naturalmente norteamericanas
Para terminar, quisiera reproducir aquí “Morticia”, un poema de Isabel Reyes, nuestra compañera, cuajado de metáforas bellísimas que pueden ejemplarizar muchos de los tipos de metáforas arriba comentados. Me resisto, espero que con el visto bueno de su autora, a no reproducirlo completo, por su hermosura:
Tiene que ser -mirándote- la muerte una mujer muy bella y muy distante. La voz, susurro cálido, y los ojos, vendimia azul e inmensa y agua verde.
Tiene que ser la muerte parecida a la hierba que en vilo te mantiene. Contemplarte mujer es admirarla en tapias de creciente enredadera.
La muerte crece en ti, llega radiante de frutas misteriosas y de enigmas maduros de fragancia. Se enamora de la vida en tus ojos, es alegre igual que una tristeza clara y dulce.
Tiene que ser la muerte como eres: compendio de milagros y sorpresa.
Entre los cargos que pretenden imputarnos nuestros detractores, se encuentran los de tener “malos modales” para decir nuestra verdad, ser “criticones”, “insensibles”, “crueles”, “rígidos” y hasta “despóticos”, lo cual es erróneo en todas las acepciones de la palabra, por un lado porque el único “poder” del que hacemos uso y “abuso” los ultraversales, es el del conocimiento puesto al servicio de quien lo corresponda en reciprocidad, y, por otro, porque siempre actuamos en consecuencia al Ideario que es Nuestra Ley Suprema, al que nos atenemos en todo momento y bajo toda circunstancia, y al que cualquiera que esté interesado en leer puede acceder desde el enlace que destinamos para dicho fin en el menú principal de la cabecera de Ultraversal.com.
Podría continuar con la vasta enumeración de agravios, ya que son múltiples los descalificativos que nos propinan ciertos individuos que caen en nuestros territorios como paracaidistas, pasándose nuestras normas de convivencia por donde no les da el sol y, encima, ofendiéndose como si les insultáramos a la madre que los parió cuando les impedimos hacer en nuestra casa lo que les nace de sus partes pudendas, pero todas las injurias habidas y por haber tienen su eje en la que, a mi entender, es la cualidad más valiosa e inherente a todo ultraversal, nunca entendida por los detractores ni mencionada por su nombre de pila: honestidad.
En un mundo donde el doblez es el plato principal de cada día, no es de extrañar que se nos acuse por ser honestos, con calumnias de todas las calañas y una procacidad capaz de poner a prueba la tolerancia del más tolerante entre los tolerantes, puesto que es de la única forma que saben hacerlo los mediocres, para colmo de males, cobardes. Mas nótese que digo “saben” y no “pueden”, ya que por mucho que quieran, con esa pertinacia que en ocasiones rebasa los límites del enseñamiento, no pudieron, no pueden ni podrán arremeter contra la transparencia de nuestras acciones. Sus desbocadas tentativas de descrédito hacia nuestro proceder no hacen otra cosa que atrincherarnos cada vez más en nuestro Ideario, que entre otras peculiaridades trata de compromiso y generosidad en la práctica continua, único modo en que entendemos que cobran sentido estos conceptos, hoy más que nunca opacados por sus antónimos imperantes, pero que, sin embargo, al hacerlos verbo desde el rincón en que nos toca desempeñarnos, posibilitan la supervivencia de nuestra civilización sobre la Tierra. Y dirán que exagero, pero ya Goethe, en uno de sus más célebres aforismos, dijo que si cada uno limpia su vereda, la calle estará limpia, y nosotros creemos desde lo más profundo que la labor por el bien común puede llevarse a cabo en cualquier ámbito de la vida, e Internet no deja de ser parte de la misma, ya que lo que hacemos en la virtualidad repercute de manera directa en la realidad y viceversa, hasta ese punto donde la línea que divide ambos mundos se difumina y tanto lo “virtual” como lo “real” dejan de ser compartimentos estancos en nuestras mentes.
El problema surge cuando lo que para nosotros es hacer el bien común, como compartir nuestros conocimientos en defensa de la correcta ejecución del arte que amamos, para otros es poco más que un oprobio, porque ¿cómo podemos tener el tupé de señalar siquiera un fallo en el gato que venden por liebre como obra maestra inmaculada? ¡Qué desconsiderados! Con lo que les habrá costado escribir esas sin-cuenta sobras…
Para cualquier aspirante a ser un buen escritor o poeta o ambos, el poco o mucho talento que posea y la perseverancia, no son suficientes. Se precisa, además, de una buena dosis de humildad para aceptar la crítica de aquellos que ya han hecho carrera en el oficio literario; escritores que actúen como espejos de los ojos incapaces de verse a sí mismos si no es a través de… Y de estos, está lleno Ultraversal. Y como aprendiz que soy, me excluyo de esa lista.
Pero la honestidad de los ultraversales a la hora de transmitir lo que sabemos a través de la crítica constructiva, tras tomarnos el minucioso trabajo de leer una obra, desmenuzarla y analizarla por partes con todas las herramientas del saber con las que contamos, no sirve de mucho, por no decir de nada, si además no entran en juego la sensatez del autor para afrontar nuestra opinión y la honestidad para consigo mismo, así como su voluntad de ampliar el criterio literario y aplicarlo en la mejora de la obra en cuestión y las que le sucederán a partir de ese punto de inflexión que significa contar con la ayuda de personas idóneas que nos guíen en el campo de la literatura.
Un escritor siempre debe saber “desprenderse” de su obra y estar dispuesto a editarla ante eventuales fallos estructurales o de cualquier otra índole, e incluso tener el valor de deshacerse de ella cuando esta sea insalvable. Porque un texto en prosa o en verso no es la canalización de un mensaje extraterrestre vomitada sobre una hoja, como para negarse a tocarle una vocal. Y aunque lo sea, seres de otros mundos no pondrán la cara por nosotros cuando haya que rendir cuentas sobre el mamarracho que escribimos, así que más vale atenernos a las normas terrícolas que pasar vergüenza delante de toda la clase. Que un texto nazca de nuestros corazones no nos imposibilita a depurarlo hasta obtener un fruto digno de degustación. Poner en un altar lo que escribimos y negarnos a corregirlo porque “así salió de nuestras almas y así se quedará”, es de una comodidad y una pedantería calamitosas.
El autor incapaz de desdoblarse para verse y ver su obra con la mayor objetividad posible, se ve limitado en su capacidad de crecimiento por el continente al cual se halla ceñido, como un árbol que no puede seguir echando raíces si permanece plantado en la diminuta maceta donde germinó, y, por tanto, no desarrollará toda su capacidad de crecer en altura. La diferencia fundamental radica en que los seres humanos, la mayoría de las veces, podemos elegir entre permanecer circunscriptos a la mediocridad o expandir nuestros horizontes a través de la adquisición de nuevos conocimientos.
Lamentablemente, por lo general, no es lo que eligen aquellos que nos difaman, cuyas obras, en casi la totalidad de los casos, fueron puestas en evidencia en comentarios que les realizamos, en contraposición a las alabanzas inmerecidas de incalculables aduladores que van por la red repartiendo quélindos a trabajos impresentables, como también a los que no lo son, devaluando así a estos últimos y enalteciendo aquellos dignos de la hoguera.
No obstante, desde Ultraversal, nuestro hogar poético y literario, llámese Foro, Comunidad y/o Revista, estamos dispuestos a resistir, como lo hemos hecho hasta ahora, sin traicionarnos.
Aunque borren con un dedo lo que escriben con sus manos y censuren los comentarios que realizamos con tanta dedicación y buena voluntad; aunque intenten afrentarnos en vez de enfrentarnos con la hidalguía que parece que no tienen; aunque vayamos contracorriente y las olas de la desidia amenacen con arrasarnos, seguiremos combatiendo el egoísmo e individualismo con altruismo y generosidad, y desempeñando la labor docente de llevar a cabo un taller literario como el que llevamos, totalmente gratuito y abierto a todo aquél que esté dispuesto a trabajar uniendo sus manos con las nuestras, con la decencia que nos caracteriza y en pos de aportar al desarrollo conjunto, por la firme, y mucho más que firme, inquebrantable convicción de que cuando crece el otro, también lo hacemos nosotros.
El árbol del embrujo de fuego: ilustración de Ovidio Moré en homenaje a Manuel Martínez Barcia
Se nos han ido el hombre y el poeta. Y una estela de amor y verso mantendrá por siempre su luz en esta casa.
Manuel Martínez Barcia nos ha mostrado su alma con excelente calidad poética, desde la pausa y la pasión, en una aparente calma que tensa su discurso embelleciéndolo, igual que lo sujeta a una somera estructura entre el espacio y el lenguaje, de una plasticidad perfeccionista que roza en ocasiones la abstracción, especialmente en verso blanco, confiando no solo en la sensibilidad del lector sino también en su inteligencia.
Hay en la poesía de Manuel una emoción latente, un amor incontenido, un ansia de hablar no satisfecha que le impele a escribir en tantas ocasiones de forma compulsiva, movido de una necesidad extrema que en estas tristes circunstancias parece revestir carácter premonitorio.
No era muy dado a confidencias pero desde su actividad continua en el foro nos fue dejando ver su gran calidad humana, un talante sentimental, cercano, y aquella facilidad casi angustiosa para pedir perdón ante quien fuere si creía haber cruzado alguna puerta sin permiso.
Amable y cariñoso para los veteranos como para quienes acudían al foro con la ilusión del principiante, no dejaba de mostrar su voz airada si pensaba que la ocasión lo requería. Entonces el color de su palabra se tornaba marea expresionista, espátula y pincel de trazo recio, dejándonos también sentir su fuerza.
Su empatía, generosidad y afecto por Ultraversal, por todos nosotros, se ha mostrado en lo cotidiano de su participación, en sus comentarios acompañados tantas veces de exquisitos poemas, y en su entrega desde los contrapuntos que tanto provocó y llegó a disfrutar.
Nos deja como herederos de su voz y su pasión poética sin límites. Algunos de nosotros, además, hemos ido recibiendo a título personal generosos legados de su arte, valiosísimos, que seguirán fructificando, irrenunciables ya, en memoria suya.
Manuel amaba la vida en las personas y solicitaba abiertamente ser correspondido. Nos queda el consuelo de que sin duda se supo muy querido y admirado en este foro. Nunca le faltaron pruebas.
Para Manuel éramos y para él seguiremos siendo, gozosamente, su familia poética, la madre Ultraversal.
Mercedes Carrión Masip
Septiembre de 2015
Homenaje a Manuel M. Barcia
Selección de poemas
El 30 de Noviembre de 2013 Manuel Martínez Barcia escribió en el Foro:
Nunca he sido renglón de ningún libro, mi tiempo en poesía se limita al espacio de mi blog y, desde que descubrí el espacio Ultraversal, a compartir aquí vivencias y palabras con ánimo de ser encuentro en compañía.
No aspiran estos versos que ahora escribo a dejar unos surcos profundos, ni a ser del día a día, deseo o frustración, ni del dolor infiel, futuro o despedida.
Tan sólo en su interior, traspasar las fronteras de la luz, un viento del exilio que libere al lector de pesos y cadenas, acaso un desandar entre la gente, un bosque inesperado, una nueva galaxia o el brote de una estrella en éxtasis de dos… infinito su amor bajo palabra.
Mi signo, sin embargo, es su eco, mi voz en el cristal y tras mis reflexiones un perfil.
Bastaría un oasis oculto en mis quimeras, si no hubiese un mar de sensaciones que extiende su oleaje en la quietud, acariciando mis huellas en la arena…
Ahora, con vuestro permiso, que no celosa complacencia, quisiera dejar aquí, estos trozos de alma que algún día sembré surcando con mi lápiz los papeles, como un tragaluz de mi memoria convertido en deseo.
Acá de lo versal
Ha vuelto a suceder.
Me idean en la sombra unas voces que omiten la ilusión. Guiones de lo absurdo y páginas en blanco de otra edad que nunca leeré, mi pasado imperfecto. No tengo más historia que narrar, ni mitos, ni leyendas. Pero el amor no sabe de pedazos, sólo mi alma se mantiene a golpe de anhelos, sin culpa, sin plegarias.
Aunque nadie comprenda que no es mía, que sangra la locura de un poeta, acá de lo versal, luz de otoño que aviva la nostalgia en las huellas del viento y aurora boreal de lo que nace tendido en las quimeras.
Hay nubes con silueta de alimaña y buitres que carroñan la paz del creador, dejadme abrir la puerta hacia un mundo volátil, las órbitas del bien cuando despierte y devorad mis sueños, la noche os pertenece.
De todo corazón
Mientras son desnudez las iras aparentes que hicieron desabrigo en el amor, la querencia en el mal del yo más verdadero en alguien que no fui.
Mientras, a media noche, me despierto con culpa, sin discernir apenas la antigua vocación de amanecer tan libre de pecado, la presencia de un dios entre mis sueños llevándome a la luz de los mundos nacientes…
Mientras soy en la niebla testigo de mudez que se finge invisible para esquivar miradas al frente del espejo, para ser corazón que supo alguna vez tener amante con el alma versal, tan palpable su espíritu en mí mismo, tan inútiles justas que hicieron miserables
mis ansias de virtud.
Acaso regalé sin pretenderlo al manso más pueril para que fueran otros causantes de la guerra.
Tan inútil costumbre
Es tiempo de elegir, una vida pendiente, suicidio en lo que fui, o la profanación del interior saqueando del miedo la memoria. Pero cómo olvidar la esclavitud, esta luz del otoño contigo en su lamento.
Me hiere todavía tu impostura en brazos del amor.
Aquellos paraísos alcanzables que dejamos caer en profundos abismos de la noche, como un temblor de cielo sin fronteras.
No es preciso saber quién te convoca.
Atravieso la esfera del reloj, tus huellas envejecen y escribo una historia sin recuerdos:
Tan inútil costumbre fingir que soy poeta.
Evocaciones
La escucho conversar en un siseo, entrecortado y leve, como los pensamientos que rehúyen las razones de algún significado.
Y sigilosamente abre mi corazón y se agiganta, expande la mandíbula hasta mí y ansía devorarme con signos de tarot entre mis sueños.
Apenas soy del tiempo escaramuza, lugar donde expiar lo que no existe, para sobrevivir, para que su tesón no venza mi memoria, ni me aprisione Brecht volteando los pájaros de luz como si fueran dudas.
Acaso sea yo aquel Narciso que habita en el espejo.
Responde, criatura: ¿Hablas tú con mi mente?
Mujer de barro y furia
Había en las palabras retazos de la noche con huellas de cristal delirando la luz de mis pisadas.
(De mí mismo) robótica también y abstracta, fantasía e intuición según sea el cristal donde se mire.
No hay en su destino fijaciones, salvo el grito del mar, allí la voz es suya,
—porque se siente libre—
navegando espejismos del amor que avista horizontes con un verso cercado.
No es fácil definir la resiliencia, pero ella lo sabe, para ser amazona sin espuelas, caminito del alma si hay hombre que le fuerce a ser guerrera.
Y podría seguir difundiendo toda su antología mientras Tauro enrojece la sed de mis pupilas.
Pero hubiere de robar su talento, ser letra de Morgana y yo sólo soy luz cuando me asombra, ardiendo entre mis ojos ese barro…
Los otros poetas
Ya sé que tú conoces el alma de un poeta, su desnudo sutil y esa pretensión de libertades que buscan sobresalto si seducen lo que la mente quiera,
—no hablo de recuerdos, ni de oír esa lenta llamada sin voz al otro lado—
hablo de conversar en memorias de nadie, dormir las estaciones y viajarlas, a veces en lo cómplice del frío mientras la luna cae silencios de una noche rutinaria y otras con el fuego bajo piel, las súplicas a un dios que asombra y nunca llega.
Es posible que tú, si eres juglar, conozcas en los signos del dolor a los otros poetas, a los que cada día el hambre sufren, secuelas de la guerra, el envejecimiento en la mirada, la desesperación, a los que el mundo da por excluidos en cárceles sin sol mientras ellos vislumbran abundancias de amor por compañía,
esas etnias extrañas donde palabra y luz son único deseo.
Nadie suple tu luz
He cubierto la etapa, cada paso insalvable durante el recorrido que transita la pena por espacios de amor y las huellas de arena marcadas por relojes allá de lo insondable.
Crepúsculos de ti me hacen vulnerable al sentir todavía esa piel tan morena tupiéndome de sol la noche que la estrena con la ilusión de ser apetito insaciable.
Todo es silencio ahora, nadie suple tu luz, apenas los recuerdos asoman la testuz para dar apariencia de tristeza y olvido,
la urgencia de latir el último reproche y la amortización de todo aquel derroche, inútil terminal del tiempo que se ha ido.
Amor, digo sin más
Abril se ha encarnizado por tu boca, más caníbal que nunca, predador original del fuego, fingidor restañando la herida de la roca.
De tu labio extensión que nos embroca, inútil el vacío de su ardor, generar en su instinto poblador ofrendas beatíficas si toca.
Sólo resucitamos en la luz inframundos cubiertos por la espera, no existe muerte allí, ni laberinto.
Mis brazos y tus piernas forman cruz, apasionadamente sementera, surcos nuevos de amor en tu recinto.
A pluma rota
Porque tú eres la piedra donde yo soy tropiezo metafóricamente, diríase caer, a paso cambiado, sin riesgo a fracasar el límite absoluto, lo que repta el amor sin huella en las alturas.
Porque ambos fingimos ser pálpito de luz mientras sueñan los cuervos el tiempo de un poema, porque yo soy guión y te conozco actriz, sobreactuando siempre,
veraz a tu manera.
Por estas tan inútiles razones hoy pretendo extravíos, la búsqueda de mí sin que sangren palomas los aires de mi vuelo.
Inútil mi presente
Los únicos demonios en este mundo son los que
corren por nuestros propios corazones. Es allí donde se tiene que librar la batalla.
Mahatma Gandhi
Imposible volver a los tiempos en calma, abrir el corazón en lo contaminado sin que sangre la herida puñaladas recientes en sonetos que nunca se atreven a callar.
Hay una voz oscura transitando los versos, en sus huellas el frío desnuda la testuz fingiéndose verano, le arde la impaciencia con que ha de irruir poemas humillados. Yo soy en esta guerra destino de finales, causa de la pasión que grita desde adentro cuando sufre un amigo sin que nadie le atienda, como rinde blancura la paz en las batallas, como si fuera olvido,
inútil mi presente.
Poema final
Diles que mi vida fue maravillosa Ludwig Wittgensten Antes de mí, tan sólo inspiraciones copulando quietud, palabras de papel con que burlar el asedio veloz de lo imaginario.
Mas no podré saber quiénes fueron sembrando plantaciones de abril mientras la sombra finge medialuna y un verso en lejanía. Soy margen desvalido en el final, un apartado punto sin reseñas de musas que otorgar ni cárceles de piel que me cautiven. En esta ingravidez, en su calma sin noche, ecos del escritor que fue leyenda de lo que cumple luz por tiempo hereditario
y me nombra, como un instante en ti, sonora libertad si enmudecieras la risa, el vientre
Hubo un tiempo en que la astenia profesional pudo conmigo y la idea de un año sabático se fue abriendo camino entre otras menos apetecibles hasta que llegó a serme más necesaria que el beneficio económico que dejaría de percibir. Cuando me decidí, mi mayor ambición después de tantos años de trabajo incesante, era disfrutar una buena temporada actuando de florero, aunque tuviera que hacer un curso acelerado de mujer objeto por correspondencia, que siempre sería preferible a seguir actuando como hermafrodita funcional, sin ver las ventajas por ningún lado. Todavía me asombro de lo que se considera en nuestra sociedad, una mujer realizada.
Internet se abrió ante mí como el cofre del tesoro que todo pirata sueña y, aunque posteriormente el cofre mutó en caja de Pandora, su atracción sigue en pie.
Me costó caro llegar a puerto.
Pagué un precio desmesurado a nivel personal por ser libre de palabra y obra en un lugar sin vasallajes ni estereotipos y comprobé que no es cierto que por tener derecho a la libertad ésta sea gratuita.
Yo me gané la mía en una lucha que todavía continúa y me temo que no termine nunca aunque sé que valdrá la pena porque puedo ofrecérsela a los demás como me hubiera gustado recibirla a mí, cuando la necesité para poder expresarme.
La mayoría de los sometidos en ciberlandia, lo son por decisión propia. Se pueden seguir quejando eternamente de su infortunio, victimizándose en busca de la piedad del prójimo de quien chupan energía como vampiros, porque, en definitiva, es mucho más cómodo que te lo den todo masticado. A pesar de mis sueños de florero minimalista, aún no he aprendido a ser cómoda.
La lectura pasó de ser un vicio solitario a un diálogo con otros lectores y otras inquietudes, por lo que desemboqué en la poesía sin ser realmente consciente de lo que se me venía encima.
Escribir era algo que de no ser por Internet, no me hubiera planteado jamás.
Me gusta abrir la puerta del cielo o del infierno alternativamente y sentarme concentrada como una médium esperando una posesión espiritual que siempre llega en forma de palabras. Santas o diabólicas, palabras finalmente sagradas.
Aprendí a darme desde la hondura y a recibir, gozosa, de otros la misma profundidad y me hubiera encantado reírme a carcajadas en la cara de Saramago cuando afirmó que es imposible llorar sobre un teclado, como si la emoción o el sufrimiento sólo pudieran manifestarse en lugares predeterminados por convencionalismos emocionales absurdos.
—Está claro que los sabios tienen también sus momentos idiotas y los considerados grandes son, a menudo, patéticos en su enanismo—.
El pensamiento del hombre avanza a lomos de un caballo interactivo al que nadie puede embridar. Hoy soy consciente del milagro y tengo un ente vivo entre los dedos, tan exigente y satisfactorio como un amante en celo.
Somos muchos y hambrientos.
Algunos crearon la leyenda que acabé asumiendo como propia.
Nunca he sido «la gata» pero esa, es otra historia que alguien contará por mí.
Guardar.
Breves
Quedarán los poemas cuando todo se acabe.
Poemas en el aire como cartas absurdas que no esperan respuesta.
O no, porque si tengo un resto de lucidez cuando llegue el momento, voy a quemarlo todo, hasta el recuerdo de la sangre con que le di la espalda a la que pude haber sido, de no empecinarme en la palabra.
Nadie me va a heredar las noches de penumbra y párpados cosidos, la boca sin mordaza.
Sólo el silencio es realmente mío y es humo inútil en el cristal del tiempo.
Nadie va a pelear por él. Se me echó la palabra encima.
Me cortó su ambigüedad con un filo mellado y corrosivo.
Me aplastó el sueño contra la cama.
Pocas veces he tenido menos ganas de levantarme y mirar.
Por puta inercia me levanté y miré.
Ella, desnuda en verso blanco, como si fuera yo, me levantó el alma.
Nunca lo hubiera dicho mejor.
v
Será porque ha pasado por demasiadas pérdidas, que no pasa por mí como algo inefable, como algo líquido y fluyente que arrastra la miseria de la memoria y alguna que otra brizna de esperanza.
Se ha vuelto consistente y necesario como un desayuno cotidiano para un estómago repleto de vacío.
Podría prescindir de él hasta el almuerzo con sólo una molestia controlable, mas a la hora de la cena ya tendría un motivo imperioso para llevármelo a la boca de la desmotivación.
Qué belleza letal la de su desnudez devolviéndole el ansia a mis papilas, desperezándose en blanco y negro sobre mi lengua.
Qué extraño estar tan cerca con tan sólo el asombro de por medio para paliar el hambre.
v
No hay en la muerte magia.
Su sombra no proyecta más que abulia porque uno se aburre de sentirla rondar, semidesnuda, y termina tratándola de tú, con la confianza de un amante astragado.
No hay en las penas magia ni metálicos peces de escamas fluorescentes que inciten a inmersiones deslenguadas y encandilen los marítimos ojos del silencio.
La magia no está cerca ni se apoya en el hombro del miedo.
He oído decir que cuando surge, se desdibujan todas las fronteras y caen estrellas rubias desde el cosmos, bellas desamparadas que exigen pleitesía, aunque nunca se mueran por un hombre.
¿Qué es lo que hacía yo en las trincheras de un agosto siniestro, que no sentí su rayo atravesar mi médula? Seguramente me sobremoría, con las letras heladas y la magia perdida en casa ajena, mientras el sol jugaba al escondite.
v
Mi voz es solamente mía aunque yo la regale a borbotones.
Mi voz de salamandra en la pared del tiempo.
Mi voz de ventanales sin cortinas, de herida abierta en el muro de las lamentaciones.
Qué desierto mi voz, soñando lluvia, mientras sangra arenales.
Me gustan mis errores, no quiero renunciar a la libertad deliciosa de equivocarme.
Charles Chaplin
Me equivoco a conciencia muchas veces, no me importa mostrarme equivocado, no nací siendo un ente iluminado: fui borrego en rebaño de mil reses.
Me arrepiento de algunas idioteces, porque vi que quedé bien retratado como el tonto del bote y esquilmado por meter la nariz en otras mieses.
El consejo de Chaplin yo lo asumo, a mí también me gustan mis errores porque aprendo de ellos y me crezco.
Me la suda el pastiche con su grumo, me han tirado otras cosas aun peores y aquí sigo, tan pancho y más que fresco.
Quinteto sin nombre
v Avatares del destino se enredan en nuestros pasos y todos son como ocasos de soles en el camino. El hombre es un inquilino en esta tierra marcada por la desidia y la espada de la inconsciencia de otrora. Si queremos nueva aurora hay que empezar de la nada.
vv
Es cierto, la estrella está, aunque el cielo nuble todo, pero siempre encuentra el modo de eclipsarse más allá. Ya nunca me alumbrará con los ojos del amor, porque sembrado el temor Ha quedado en mi mirada. Siento que no valgo nada, que sólo fui un soñador.
vvv
En este cielo trascribo con letra de nube clara que si en la lluvia bajara la montaña yo derribo. Con el pie sobre el estribo galopo en veloz caballo; gritando voy y no callo porque callar me hace vil. Atrás quedó lo servil, ya nunca seré un vasallo.
vvvv
Espero la eternidad como espero una palabra, que surja al verso y se abra tras cualquier adversidad. Las espero en la oscuridad De los rincones vacíos Y la espero en los navíos Del corazón si zozobra. La espero aunque sé que cobra por todos los extravíos.
vvvvv
Hablé del horror un día y tanto hablé que sentí el horror dentro de mí dejando el alma vacía. Lo recuerdo todavía bajando como un dolor, y a cada paso un temblor sacudía mis entrañas, como si miles de arañas Crecieran en mi interior.
Los adultos que «se dicen a sí mismos» que «escriben» en la Red se comportan ante un comentario desfavorable, generalmente, como niños literarios.
Anteponen la validez de la emoción (como si los escritores de oficio no supiéramos que es eso y el patrimonio emocional fuera un gen ligado al bodrio) y arman berrinches más o menos pueriles frente a una observación negativa.
Me recuerdan, en la mayoría de los casos, a aquello de cuando los padres levantamos la voz para reprender a nuestros hijos porque están haciendo algo mal y el niño empieza con pucheros y termina llorando. Es su forma de defenderse de la corrección. Si no somos enérgicos, probablemente incurrirá muchísimas veces en el mismo error hasta que un día nos preguntemos ¿pero qué hice mal yo para que haya metido los dedos en el tomacorriente?
Otros, como los adolescentes, prefieren el insulto ausente de argumento, porque al no saber claramente cómo escribir, menos aún pueden hacer la defensa argumentativa de lo escrito. No tienen idea de los porqués íntimos de su obra, parida a la que te criaste en medio de un charco de amnios emocional.
Un adulto que escribe (ya sea de emociones o de vampiros) es esencialmente un adulto y como un adulto debe razonar y no dejarse llevar por la conmoción que pueda producirle una palabra u otra que la crítica esgrima hacia él y aferrarse a esa odiable palabra como a la excusa válida para no reflexionar sobre sus falencias literarias.
Herirse por el modo en que las cosas nos son dichas es no ver lo que se nos está diciendo cuando se nos está diciendo algo, porque el objetivo «docente» de la cosa es llegar a poder dar la explicación de por qué se dice tal o cuál cosa sobre un texto expuesto a la lectura pública. Y eso queda automáticamente invalidado por la reacción violenta del «autor» cuestionado.
Cuando un trabajo literario no es bueno, no lo es, así el autor suponga que con su emoción desbordada alcanza para que lo sea y por consiguiente, todos comulgaremos con ella. La literatura «también» es un arte y como tal, merece un respeto necesario que tanto «pseudo» le resta diariamente.
La Red, tan democrática como anárquica, tiende a emparejar todo hacia abajo.
Los lectores no diferencian lo bueno de lo horrible y los autores son incapaces de la más mínima autocrítica, amparándose en un «todo vale» que ha transformado al hecho literario en un charco para cerdos donde todos chapotean con placer volviendose indistintos e indistinguibles.
Dar lo regular por bueno y lo malo por bueno ¿ayuda? ¿aporta algo? ¿estimula qué? Abunda lo mediocre por la Red como la maleza crece ahogando lo noble de un cultivar. Sin embargo, la tendencia es a abonar la maleza siendo que convendría no fomentarla ya que, al tiempo de la cosecha, veremos que está deshaciendo la literatura que a los escritores nos cuesta tanto en este momento mantener erguida y digna.
El grupo de gatos pardos que se autotitulan «escritores y poetas» en internet (excepciones hay como en todo y se destacan por sí mismas), en realidad no conciben a la escritura como una disciplina sino como «algo fácil de hacer» ya que, para ellos, alcanza con saber el alfabeto y tener emociones, como si eso fuera, lisa y llanamente, el oficio de escribir. El descuido no sólo en los contenidos sino en la exposición de esos contenidos parece, a ojos vista, supeditado a la exigencia de que exista una emoción escrita, no importa cómo. Alcanza con que sea una emoción y que (supuestamente para su autor) esté escrita, para que todo este grupo de terroristas literarios piensen que han alcanzado el culmen de la obra impoluta y guay con que venga alguno de los demás a decirles que no es así o que el hecho literario es un poco más complejo que soplar y hacer botellas deformes.
La literatura es amplísima y todas sus vertientes son válidas. Todos los autores tenemos un lector. Por lo tanto se puede hacer todo tipo de literatura. Lo que no se puede ni se debe es hacerla mal. No hay nada más soberbio que la ignorancia y en las comunidades literarias de internet este es el fenómeno palpable y constante ya que no se apunta a sostener la literatura como el enorme arte que es sino a fomentar el amiguismo mediante la prostitución del arte.
La literatura es el arte reflexivo por excelencia aunque tanta marea roja en sus costas impida hasta la más insignificante creación de pensamiento en pos del «todo está permitido y avalado por ser una emoción». Nada nuevo en el mundo que nos toca, por otro lado. ¿Para qué complicarse la vida pensando y haciendo las cosas bien si es el mundo de lo más o menos y del tododalomismo?
Ódienme con enjundia aquellos a los que este artículo refiere porque nunca llegarán a sentir por mí la honda repulsa que yo siento por lo que acabo de describir que sucede con la disciplina artística que amo.