Ya sé que la alegría es transitoria como esa ciudad que siempre circunvalas en el viaje a nunca y en la que nunca te quedas a dormir.
Aromática como el dulce petricor que exhala la tierra cuando abre sus fauces al canto de las aguas.
Obscena como la sangre en el pan y el colmillo en la carne.
Inocente y estúpida como yo ante cualquier ventana abierta a temporales que he dejado de prever y me sorprenden sonriente y encueros.
Llega te besa nada contigo un rato se va y permanece escondida en la distancia con aquellas palabras que no quiero escribir.
A veces creo que no la necesito y me he coagulado de silencio.
Alegría
Morgana de Palacios
(verso blanco)
Con los libros bajo el brazo
Isabel Reyes
(verso blanco)
Llovía en el Retiro. Recuerdo escalinatas y un poema embrujado. Daba temor mirarme. También tengo yo ahora una sed infinita de que surja tu imagen.
Acaricias el frágil relente de mi pelo, sabe a limón de mármol la añoranza. No acierto a caminar, me asusto. Tus muros son muy altos. Quién me abrirá las puertas.
Casi apenas mujer te soy una exiliada que llega a la ciudad en esta noche espesa, esta cerrada lluvia. Me llamas desde hondos corredores sin aire.
Quién soy yo con los libros sujetos bajo el brazo, estudiante en la “Complu”. Me tomas de la mano y aquel parque disipa su maleficio verde. Se han secado mis lágrimas Nos vamos a encontrar.
Has llegado de lejos. El sol hace trasbordo por tu boca y empiezo a renacer. Reescribo a dos velas mi tesis doctoral, bebemos la tristeza solemne de esta ciudad a oscuras que mis ojos permiten.
Quién eres, quién soy yo. Dónde vamos tan tarde a prender ideales si no queda ni un taxi por el puerto nevado de los amaneceres. Hoy tengo enfrente ese parque de mi inútil tristeza.
Demasiados peldaños ascendiendo a mi frente.
Sangran los horizontes por los cuatro perfiles mientras en las esquinas de las bocas, y a plena luz de las pantallas, se trafica con paz impunemente.
Te ofrecen papelinas con dibujos de palomas y olivos que tan solo contienen un cóctel de moral adulterada.
Qué inútil es dormirse en el deseo de antiguas psicodelias si no existe terapia que libere el tóxico del odio que regalan en las mismas esquinas, bajo la misma luz, y tras las mismas bocas.
Caramelo de regalo
Ángeles Hernández Cruz
(verso blanco)
Me convenzo
William Vanders
(verso libre)
Esta noche me convence el insomnio. Es un instinto primitivo, un alma con mil ojos en mi retina tapada.
Soy un Cro-magnon hibernando despierto, en alerta y sigiloso, cauto para no ser cautivo, con herencias tatuadas en el muslo, de verbo herido y rumiante, enfurecido en el temor, acostumbrado a la amnesia, de mandíbula pensante, sobreviviente, libre, despabilado dentro del párpado caído:
un homínido
intrascendente,
con auroras a cuestas
para oscurecer el pecho
durante el combate.
Miro el río y, en él, miro la sombra del crepúsculo que se hunde en su musculatura acuosa.
Una sombra que no hace pie en espesuras, y derrumba minaretes de sentido por correntadas que arrastran olvido y desmemoria, como si fuese posible amalgamar sus gotas de mercurio.
Acaso sea eso lo que desteje el pampero mientras peina las trenzas de los sauces, lo que repite con su canto el zorzal zarandeando las voces dormidas, lo que insinúan los juncos con sus guitarras de mil cuerdas.
Miro el río y sus luces de atardeceres fugados: me recuerdan que esa moneda inadvertida que la tarde dejó caer en su bolsillo no es la misma que aquella segada por el filo de cierta memoria implacable.
María García Romero no es una poeta para leer de paso. Es una voz poética intensa en su delicadeza, en la que el lector debe sumergir su vocación lectora para abstraerse y así sensibilizarse con el mundo que la autora propone. La voz de María es una voz de altura, de esas voces frente a las que voces como la mía se detienen y se quedan allí, disfrutando.
Lo real, lo imaginario, lo que dicta la memoria, lo que calla (o no) la historia, lo común, lo extraordinario, lo mismísimo y contrario tan igual y tan distinto, lo sabido por instinto, las creencias heredadas… todo minuciosas nadas al salir del Laberinto.
El propósito del viaje no es marcarme, yo, la ruta: Luz y Sombra, en su disputa por dominar el lenguaje de este onírico paisaje, van mostrándome caminos en los de otros peregrinos, y mi paso se restringe, inconsciente, hacia La Esfinge de los aciertos divinos.
No es mi rumbo y es mi huella, y, al pisarla, escucho en ella ecos del saber futuro (equívoco, ambiguo, impuro) que a mi alrededor resuella y me empuja en el declive hacia aquello que me encuentre, a tropiezos, en el vientre de la gruta donde vive la voz que se desinhibe.
Y ya abajo, vacilante, me asomo al borde del charco que a mi imagen da su marco y conozco, en ese instante, a La Esfinge, en mí, delante: mi rostro, en su doble anexo, se ve, en el agua, inconexo; mi sonrisa, enajenada; mis ojos, no mi mirada; y mi cuerpo, en otro sexo.
Y La Esfinge canta: «Quien halla respuestas conmigo, olvida lo que le digo. Vienes sin recelos, y en- tre miedos te irás. Si hay cien- tos de intentos cruentos (reco- vecos, sueños presos) sé co- mo un mal sol y un buen planeta: si la luna ves completa, has vaciado tú su hueco».
Aturdido, le pregunto qué conocimiento esconde su mensaje, y me responde: «Comprenderlo no es tu asunto. Solo escucha, olvida, y punto». Su mirada aún embruja desde el agua, en fuerte puja mientras que la superficie va dejando que se vicie esa faz que desdibuja.
Y vuelve a verse mi cara solamente mía, todo yo, solo yo y, de ese modo medio yo, partido para siempre en la mitad más rara. Y entonces, en la experiencia de lo vacuo, en mi dolencia, fuera de la gruta encuentro que he sacrificado, dentro, lo mejor de mi inconsciencia.
Ni dormido, ni despierto, retrocedo en el abismo de mi viaje, con el mismo ingenioso desconcierto que me guía en el desierto y me deja más perdido, inseguro y decidido, desnortado, firme, lento, vigoroso y soñoliento, ni despierto, ni dormido.
Es el estado inconcluso entre las contradicciones, esta ley de oposiciones, lo que da sentido incluso al sendero más confuso: adelanto en el atraso, alegría en el fracaso, indulgencia y voluntad; pues la ilógica verdad se discierne paso a paso.
Paradójicos vecinos y ya perpetuos soportes en su baile de consortes, atento a mis desatinos y a sus efectos perversos, yo los sigo: dos caminos paralelos pero adversos que son uno, en mí enlazados: Sombra y Luz, a los dos lados y, delante, el universo.
Alma que se esparce y se eleva cuando quiero bajar al rio.
Piel y hueso ardiendo: quisiera huir de esta tierra en desolación.
Conciencia sostenida a bocanadas, aliento repelente que grita dejando atrás el tuétano vacío.
Me pregunto si soy cuerpo, tierra, deseos.
No soy metáfora de nada. Me veo tan real que me duele. Tan niño ya, tan moribundo, que la vida se me pasa pensando; que los dias se me escriben en prosa, en cencelladas, en aire, en nata.
Cuerpo mojado, alma en mojama, ceniza profunda.
Jesús M. Palomo
Te has dado cuenta que la luna tiene dados en que los números son historia rotando para ser marea sobre la arena que pisamos.
El tiempo juega con las copas sin morir… …corre aunque deseemos contenerlo. La tierra sigue mudando en su historia, nuevos números y una celda de espantos con otras cenizas y con masas entre soles.
Todo lo que pedimos es una pieza del río… …Y el llanto está secando nuestros ojos.
Leonardo Zambrano
Andar por esta mente troceada recogiendo jirones de mí misma es como practicar mi propia autopsia.
Bisturíes de luz arrancan del recuerdo las entrañas.
Todo me devora. Cuando tengo los ojos cerrados, es por mi vientre por el que soy devorada, es en mi vientre donde me ahogo. Cuando tengo los ojos abiertos, es a través de lo que veo por lo que soy devorada, es en el vientre de lo que veo donde me asfixio. Soy devorada por el río demasiado grande, por el cielo demasiado alto, por las flores demasiado frágiles, por las mariposas demasiado tímidas, por el rostro demasiado bello de mi madre. El rostro de mi madre es bello sin más. Si fuese feo, sería feo sin más. Los rostros, bellos o feos, no sirven para nada más. Miramos un rostro, una mariposa, una flor, y eso nos transforma, después nos irrita. Si nos dejamos llevar, nos desespera. No debería haber ni rostros, ni mariposas, ni flores. Tenga los ojos abiertos o cerrados, estoy contenida en un todo: de repente, ya no hay suficiente aire, el corazón me aprieta, el miedo se adueña de mí.
En verano, los árboles están vestidos. En invierno, los árboles están desnudos como los gusanos. Dicen de los que están criando malvas que se comen los dientes de león por la raíz. El jardinero encontró dos toneles viejos en su desván. ¿Sabéis qué hizo con ellos? Los serró por la mitad para sacar cuatro barreños. Puso uno en la playa y tres en el campo. Cuando llueve, la lluvia queda recogida dentro. Cuando tienen sed, los pájaros detienen el vuelo y vienen a beber. Estoy sola y tengo miedo. Cuando tengo hambre, como dientes de león por la raíz y se me pasa. Cuando tengo sed, sumerjo la cara en uno de los barreños y sorbo. Mis cabellos caen al agua. Sorbo y se me pasa: ya no tengo sed, es como si nunca hubiera tenido sed. Nos gustaría tener tanta sed como agua lleva el río. Pero bebemos un vaso de agua y ya no tenemos sed. En invierno, cuando tengo frío, vuelvo a casa y me pongo un grueso jersey azul. Vuelvo a salir, comienzo de nuevo a jugar en la nieve y se me quita el frío. En verano, cuando tengo calor, me quito el vestido. El vestido ya no se pega a mi piel, me encuentro a gusto y me pongo a correr. Corremos por la arena. Corremos y corremos. Después tenemos menos ganas de correr. Nos aburrimos de correr. Nos paramos, nos sentamos y enterramos nuestras piernas. Nos tendemos y nos enterramos de cuerpo entero. Después nos cansamos de jugar en la arena. Ya no sabemos qué hacer. Miramos, por todas partes, como si escudriñáramos. Miramos y miramos. No vemos nada de interés. Si prestamos atención cuando miramos de ese modo, nos daremos cuenta de que mirar así nos hace daño, de que estamos solos y de que tenemos miedo. Nada se puede hacer contra la soledad y el miedo. Nada nos puede ayudar. El hambre y la sed tienen sus dientes de león y su agua de lluvia. La soledad y el miedo no tienen nada. Cuanto más intentamos calmarlos, más se desviven, más gritan, más arden en deseos. El cielo se desploma, los continentes se hunden en un abismo: te quedas en el vacío, solo. Estoy sola. Solo tengo que cerrar mis ojos para darme cuenta de ello. […]
3.-
El olmo, él es mi navío. Cuando ya no sé qué hacer, me embarco. He anudado un banderín amarillo en la copa. La vieja lata de conservas completamente oxidada que cuelga del extremo de un cordel, es mi ancla. Largad los continentes. Izad los horizontes. Ahora, partamos. He puesto rumbo hacia unas riberas más escarpadas y más volcánicas que las de este país. Voy a caballo sobre la rama más alta, por ver si unos arrecifes se desprenden de la bruma. De repente, mi pie resbala, pierdo el equilibrio. Me voy a pique. Al caer, mi cara golpea en una piedra y me desmayo, me deslizo hasta el fondo del océano sordo y oscuro. Me veo ahogada. El olmo navega a la deriva, la quilla por encima del puente. Me recupero en la cama de un hospital. Al recobrar el conocimiento, noto que algo me falta en la boca. Con razón. Me faltan los cuatro dientes de delante. No puedo parar de meterme la lengua en la herida. La Sra Einberg está en mi cabecera. Se apresura a calmarme. ¡Tus dientes van a volver a crecer! Cuando se es una niñita como tú, todo vuelve a crecer, todo se recupera, todo se cura. Tengo nueve años. Christian tiene once. Einberg y la Sra. Einberg son tan viejos como mi ancla. Van cuesta abajo, del otro lado de la colina. […]
19.-
Bajo un túmulo desmoronado del que se alza un poste de creta, en el que se retuerce una llama negra, los huesos de Iseo se pulverizan y se confunden con la tierra para hacer crecer las flores. En el salón de baile del palacio, las baronesas gordinflonas bailan con las baronesas en flor. De repente, una araña de cristal tan grande como un árbol se descuelga del artesonado, se estrella contra las baronesas que bailan con baronesas, y, deslizándose, desmembrándose y dispersándose a toda velocidad por el enlosado de azabache, hace repicar los frisos de acero con sus mil piedras saltarinas. Veo un navío cubrir una distancia de más de cien acres de océano. Estoy sentada encima, con las piernas colgando, casi en la punta de un promontorio. Es un abrupto malecón, un malecón de cristal compacto, un rompeolas monumental tallado en una canica transparente y multicolor. Lo que me arrastra en su loca deriva es un vitral tan macizo como un acantilado. Sentada entre el cielo y la tierra, sentada entre el día y la noche, instalada en una vagoneta de la noria de la cantera, sueño cosas imposibles. Soy el ombligo del mundo y, mientras que las tinieblas se concentran en derredor para crear una vez más la noche, sueño con cosas que nunca existirán. Hay un sauce llorón al otro lado del canal, justo frente al banco de piedra donde, cabizbaja, Chamomor está sentada. Miro como es debido al sauce llorón llorar, dejar arrastrar sus mustias ramas como cabellos por la corriente. Miro al sauce, desemboco en el sauce. Cuando un ombligo del mundo se vierte en un sauce, el sauce se convierte en ombligo del mundo. El sauce me mira, se vierte en mí, me traga y el ombligo del mundo se convierte en sauce. Un mar es un enorme vaso de agua. Una tempestad en el mar solo es una tempestad en un vaso de agua. Los primos permanecen escondidos entre la maleza con todas las antorchas apagadas, esperando a que oscurezca del todo. Es el cumpleaños de Chamomor. […]
41.-
La luz ha tomado forma, está fuera del océano de aire que le daba el aspecto inmaterial de la sombra. El sol tiene rayos de hierro. La luna tiene rayos de madera, como una rueda de carreta. Estoy tranquila. Nunca más gritaré. Lo he entendido todo. Lo sé. Cuando sabes donde estás y quien eres, puedes, como el gato, abalanzarte sobre la canica que rueda por el suelo e imaginar que eres un dragón. Cuando te has comprendido, puedes correr por la inmensa esfera armilar e imaginarte que, al igual que la ardilla en su jaula, uno juega, se divierte. El único medio de pertenecerse es comprender. Las únicas manos capaces de agarrar la vida están en el interior de tu cabeza, en el cerebro.
No soy responsable de mí ni puedo llegar a serlo. Como todo lo que ha sido fabricado, como la silla y el radiador, no tengo que responder de nada. La bala que hiere al animal en el corazón no es delictiva. Fue lanzada y no podía escapar a su dirección. Un impulso me ha sido otorgado y no puedo escapar de él. Más avispada que una granizada de perdigones, puedo contrariar el impulso, aspirar a otros blancos, pero mi sangre y mis carnes están encaminados en una dirección y yo ya no puedo cambiarla al igual que una botella no puede cambiar de contenido. En otras palabras, he sido configurada como Bérénice tal como el radiador ha sido configurado como radiador. Puedo resistirme a Bérénice e intentar ser otra, pero, al igual que un radiador no puede convertirse en boa, yo no podría convertirme en Constance Chlore. Cuando has sido configurado como indiferente, mezquino y áspero, no puedes ser sensible, caritativo y dulce. ¡Cómo pueden haceros daño las cosas si no contáis para ellas! Puedes oponerte a tu mezquindad pero sigues siendo mezquino. Puede tender a lo suave pero la piedra permanece dura. A quien le gusta el vino no puede no gustarle el vino. Al que no le gusta el vino no puede gustarle el vino. Uno está configurado. Y punto. Se es radiador. No se puede cambiar nada. Los seres humanos son los únicos radiadores que pueden dar cornadas al aire contra su configuración. […]
Acerca del autor
Réjean Ducharme, hijo de Omer Ducharme, jornalero, y de Nina Lavallée, nació en Quebec en 1941 y murió en 2017. Tras la publicación de de su primera novela L’Avalée des avalés en 1966 por Gallimard, Radio-Canadá habló con sus padres, Omer Ducharme y Nina Lavallée. Tras esta entrevista, Réjean Ducharme pedirá a sus allegados que «no contacten con los medios» . Réjean Ducharme siempre ha rechazado cualquier solicitud de entrevista y no ha aparecido en público. Apenas existen dos fotos de él, y solo unas pocas cartas raras a los diarios se publicaron al comienzo de su carrera. Vivía en Montreal . Como el escritor estadounidense Thomas Pynchon , vivió en el anonimato.
La repercusión en 1966 de su novela L’Avalée des avalés, lo estableció instantáneamente como uno de los grandes escritores quebequenses de su generación. En 1992 , Jean-Claude Lauzon dirigió Léolo , una película inspirada en el espíritu de la novela de Réjean Ducharme y en la que el personaje principal lee L’Avalée des avalés . En 2005 , la revista Time incluyó a Léolo en su lista de las «100 mejores películas de todos los tiempos» .
Particularidades de pronunciación en el verso hispano
Por Antonio Alcoholado
Se distinguen tres tipos de variantes del habla, a grandes rasgos: diatópica (geográfica, esos “acentos” de lugares que podemos diferenciar), diafásica (relacionada con el contexto social en el que se habla) y diacrónica (diferencias por época). Todos notamos rápidamente las diferencias de pronunciación y entonación de otros hablantes, con respecto a las nuestras, por su acento de una región concreta; también notamos diferencias entre hablantes de un mismo acento pero con distinto aprendizaje de la lengua, o distinto uso según las convenciones sociales de los ambientes en que se desenvuelve como hablante. El lingüista Juan Manuel Lope Blanch estudió que hay mayor distancia entre hablantes de distintas variantes diafásicas, dentro de una misma ciudad, que entre hablantes de distintos países pero con un grado alto de instrucción lingüística.
Es natural que, al leer versos, cada uno los oiga con su pronunciación propia, según la variante diatópica, y la diafásica que se le suponga a la voz poética.
Esto lleva a inevitables “choques” de pronunciación cuando, especialmente en las rimas, reconocemos rasgos de pronunciación de otras variedades, como comúnmente sucede a los apenas cuarenta millones de hispanohablantes que en nuestra habla cotidiana distinguimos dos sonidos diferenciados para las letras ese /s/, por un lado, y ce y zeta /θ/ por otro, que no encontramos rima consonante entre palabras como fresa y cereza, que sí riman en consonancia para la inmensa mayoría de los hispanohablantes.
La riqueza de variantes (no solo geográficas, sino también sociales e históricas) de la lengua que compartimos se refleja en la enorme producción poética a la que tenemos acceso.
Sin embargo, existe en nuestros días una batalla en torno a las particularidades de pronunciación, por parte de dos perspectivas diferentes: el panhispanismo, y frente a este, la idea de un español internacional o neutro que todos los hispanohablantes deberíamos adoptar para comunicarnos entre usuarios de variantes distintas.
La postura panhispánica, adoptada por la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE, compuesta por Real Academia Española y las veintidós establecidas en los distintos estados hispanohablantes), en este siglo XXI, es integradora: en la variedad está la fuerza. No es una postura nueva en el caso de España, pese a la visión purista y anquilosada que popularmente se atribuye a la Academia: a lo largo de su historia se esforzó por tener académicos americanos, y de hecho trató, en el siglo XIX, de adoptar la reforma ortográfica de Bello que funcionó durante algún tiempo en Chile; no pudieron porque desde las instituciones del Estado se interpretó como una traición (las independencias americanas estaban recientes y dolían), y cabe imaginar que el pueblo se les hubiera lanzado a la yugular (recuerdo las innumerables peroratas de conocidos y allegados que no dan una en el clavo en lo que a tildes respecta, en redes sociales allá en 2010 y 2011, renegando con incontables faltas de la decisión de quitar la tilde del adverbio solo, de guion, y de los pronombres demostrativos, cuando solamente se trataba de una simplificación ortográfica en su propio beneficio).
Por otro lado, y aprovechando la simpatía de los muchos hablantes que conciben a las Academias como instituciones retrógradas, hay manipulaciones ideológicas como la del español internacional que habría de imponerse sobre las variantes, a cuyo defensor académico, Raúl Ávila, he tenido la oportunidad de escuchar en dos congresos y debatir con él directamente en el segundo de ellos.
Según este profesor e investigador adscrito al Colegio de México, hay una variante que denomina «español alfa» y es esa entonación y pronunciación que se utiliza en los doblajes mexicanos de películas extranjeras y en los medios de comunicación mexicanos.
Los locutores y actores de doblaje no hablan así en realidad; se trata de unas normas de estilo que deben aplicar al discurso público.
Reconoce una variante “alfa 2”, correspondiente con el habla de los medios de comunicación colombianos; sin embargo, alega que, dado que México con al menos 120 millones de hablantes de español es el estado mayoritario en número de hispanohablantes nativos, el “español alfa” de los medios de comunicación mexicanos es el más representativo de los dos.
Después admite tres españoles denominados «beta 1, 2 y 3», uno de las cuales agruparía a Venezuela y el Caribe (pese a las diferencias notables), otro al Río de la Plata y el resto de Argentina hacia el sur (pese a lo mismo), y el último a Chile. Por último, habría un español «gamma» que es el europeo (como si no tuviéramos dialectos, y tan diferenciados, en España) y que desdeña por su escaso número de hablantes, en comparación con los de los españoles alfa y beta. Por criterio numérico, el “alfa” de los medios de comunicación mexicanos habría de ser reglamentario para todos los hispanohablantes en nuestra comunicación internacional.
Esto ha dado lugar al doblaje de series de televisión chilenas al supuesto español neutro o “alfa” para su emisión en otros países: doblar de un español real, hablado cotidianamente en una región concreta por sus hablantes, a un formato de estilo oral televisivo de otro país, en el que los televidentes hablan el mismo idioma, solo que con un acento diferente al original de la serie (y diferente también, en la realidad diaria, de ese formato de estilo que emplean en sus canales de televisión).
Creo sinceramente que se trata de un aparatoso acto de exclusión que empobrece nuestro entendimiento de la lengua y el respeto a su diversidad.
Dejando aparte el disparate de asumir que como se habla en los medios de comunicación anula la realidad de las incontables variantes regionales y sociales, la verdad es que Raúl Ávila está acertado en lo referente a porcentajes. No porque 120 millones de mexicanos hablen igual, que es imposible según de qué parte de México procedan y qué instrucción hayan recibido y cómo hayan decidido o no asimilarla, pero sí porque el número de hispanohablantes que diferenciamos /s/ y /θ/ es ridículo. Pero no desdeñable, dado que forma parte de nuestra habla, y por tanto de nuestro espíritu vivo.
El rehilamiento yeísta asociado a las letras ye y al dígrafo ‘ll’, pronunciando el sonido [ʃ], se da en un área extensa, y tampoco de manera uniforme (se da una variante [ʒ]), por un número de hablantes determinado. No es desdeñable en absoluto, por las mismas razones.
La diferencia entre ye /ʝ/ y el dígrafo ‘ll’ como /ʎ/ está restringida a un número ínfimo de hablantes con respecto del total, pero no es para nada desdeñable, por las mismas exactas razones.
Centrándome ahora de nuevo en la lectura de versos, y desde una posición panhispánica, si leo a poetas rimar «paso» con «trazo», tengo que hacer el esfuerzo consciente de que para la grandísima mayoría de hispanohablantes se trata de una rima consonante. Yo ahí soy la minoría, y tengo que aceptarlo, del mismo modo que tengo que aceptar que Garcilaso pronunciaba una consonante en sustitución de ‘f’ inicial latina que lleva a escandir como octosílabos «… que hablar a todos diste, / que un milagro que heciste…», aunque otros poetas en su tiempo ya no lo hicieran.
Lo que no puedo hacer es como algunos colegas en la enseñanza de español, que alegando que en su región de procedencia no se usa el pretérito perfecto, se niegan a enseñarlo. O difundir prejuicios sobre qué español es bueno o no, cuando el estudio de la lengua presenta tanta riqueza y variedad dentro de cada país. En materia de lengua, creo que nuestra diversidad nos hace fuertes.
Un latido insistente atropella las puertas del silencio en busca de una luz, un trozo de aire, una dosis de algo que perfore mi adentro y consuma la nada.
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Ya cansa este paseo sigiloso por la orilla que encierra el sueño de mis sueños mientras el mar arrasa el horizonte y se adueña de todo.
Leonardo Zambrano – USA
¿Cómo romper el verso para ser otro hombre? Sin contener más tú risa idónea e irrevocable y llenar la última gota que bebas de mi copa. No trato por eso ser la cara que no pintaste… …Aún siendo el payaso sin llantos en el espejo.
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Ya amasé los pedazos y mis memorias el llanto y la herida no entraron en la gota la copa y el espejo, rotos por el impacto… …ella, mi hija se quedó con sus ojos tristes.
¡Ay… de los reflejos!
Isabel Reyes – España
Haikus
Cae la tarde zurean las palomas en mi terraza. …… Secas las lágrimas simulan las ojeras a los balcones.
……
Requiem nocturno remolinos de incienso de llanto y humo.
William Vanders – Venezuela
Me golpearon las sombras de mis sobras.
Me gritaron: Mastica, come y agradece…
porque hay un sol amagando con incendiar tu alma.
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Si el hambre duele en la entraña de uno, duele más verla en el rostro de un niño.
Duele el dolor de los hijos del mundo, duele en mi su angustia, su muerte lenta, me duele esta impotencia infinita, el no poder sembrar pan donde hay abismo.
Quizás la magia existe. No lo sé. Pero muchas veces, el acto de escribir se transforma en un acto de magia que devela ante los ojos atónitos del lector, todo un universo ideal hecho con propuestas sanadoras, con ímpetus heroicos, con penas restañadas y, por sobre todo, como en una ensoñación, un universo en que hay «amor del bueno».
Eva Lucía Armas y John Madison existen y escriben en ese plano que transforma lo real en un caleidoscopio de sensaciones armoniosas.
Han hecho del verso y la palabra, un arma de combate para enfrentar la vida cotidiana y llevarla al plano de los sueños.
Ambos coinciden en el don. Y ambos poseen un don poderoso para hacer de la expresión escrita un ancho mundo sano a través del cual los lectores pueden encontrar la ruta de la sanación siguiendo el rastro de las emociones en su estado más puro.
Dos autores con poder de fuego que viajan por todos los mundos que sus voces fabrican con esmero y latido.
Leerlos vivifica y remodela el día. Como si fuera magia.
A grandes rasgos, la utilización de las personas gramaticales en la narrativa está directamente relacionada a cómo se plantea el discurso desde el ámbito de la «voz narradora».
Para el planteo de sus discursos, la «voz narradora» adopta, podría decirse, dos posiciones básicas, que pueden a su vez estar imbricadas o perfectamente distanciadas entre sí.
En la primera posición, se produce una invasión del que refiere el discurso sobre su discurso referido. En la segunda, el discurso de la voz primaria –discurso del que refiere– opta por separarse de la voz secundaria –la que lleva adelante el discurso referido–.
Esta posición ocurre en ausencia de un narrador introductor del discurso de personaje. El narrador deja que solo hable el personaje y no asume en ningún momento la palabra desde un plano de ajenidad a lo dicho o a lo sucedido.
Cuando se presentan dos registros diferentes y claramente diferenciables en el distanciamiento de la voz narrativa con respecto a la voz del personaje, se marcan claramente las fronteras entre ambos discursos.
Esta separación se enfatiza cuando se utiliza notablemente el sello atributivo y se insiste en dar protagonismo a los verba dicendi: dijo/comentó/contestó/repitió. Indica clara o implícitamente la separación de dos voces y cuál es el nivel en que se desarrolla el discurso de una y otra.
Existe una posición especial en la cual el narrador hace suyos los dichos, pensamientos y sentimientos del personaje y los expone, de modo que no hay coexistencia de dos instancias discursivas en un mismo nivel.
Esta variedad aparece cuando la figura del narrador presenta algún grado de contaminación o mimesis con el discurso del personaje.
Podríamos explicar esta variante como un narrador de acciones verbales ajenas o propias que adhiere estrechamente al texto de esa acción verbal sin cederle la palabra al sujeto que la ha ejecutado.
Manteniéndonos dentro del ámbito de la «voz narradora», la distancia o cercanía con lo narrado se manifiesta en el uso que se hace de las personas gramaticales. Originalmente, se configuraba el uso de la 1ª persona para la narración «autobiográfica» y la 3ª se suponía para toda narración «no autobiográfica».
En realidad, lo que se le plantea al autor no se cimenta en este tipo de paradigmas, sino que sus narradores pueden estar fuera de la historia o presentes en la historia y para estas «presencias» puede incluso apelar a personajes secundarios y no necesariamente protagónicos.
Frente a esta perspectiva, observamos diferentes categorías:
a) El narrador se refiere a sus personajes con pronombres de 3ª persona o por sus nombres Ejemplo:
«Marcos estaba junto a la ventana, pensativo. Ellos había arribado temprano a la estación […]
b) El narrador opta por el yo. Esto remite a que todo lo dicho es propio a ese narrador en su calidad de tal y solamente cede su posición discursiva frente a otro personaje en uso de la palabra mientras éste se refiere a sí mismo.
Ejemplo:
Me había detenido junto a la ventana y observaba las vías. (yo) -Todavía es temprano -dijo Marcos- Iré por allí a ver qué está pasando. Debería haber traído abrigo -repitió mientras pensaba «Ya lo dije varias veces durante el camino hacia aquí. Es que el frío me aprieta el esqueleto». (él)
En este caso, Marcos habla de cosas que le competen y el narrador de primera se sitúa en la escena y sitúa al lector también en ella.
Asimismo, en este apartado, encontramos los narradores múltiples que corresponden por separado a diferentes visiones de un mismo hecho y que funcionan como narradores independientes en diferentes secuencias o capítulos, dentro de la misma estructura textual. En un capítulo habla Juan y en el que sigue habla María, pero ambos relatan a su modo la trama general de la historia, desde sus propios puntos de vista y con sus propias vivencias.
c) Una subcategoría de lo anterior es cuando el narrador habla de sí mismo o «se autoapela», utilizando la 2ª persona. Este caso se aplica a los llamados «discursos interiores» que corresponden a diálogos con el consigo o en «flujo de conciencia».
La diferencia con el narrador anterior radica en que el narrador de 1ª se habla a sí mismo como si fuera otra persona o le habla al lector. Un ejemplo práctico de esa apelación al tú es la escritura de una carta en la que el narrador de 1ª relata todas sus peripecias «contándoselas a alguien».
Ejemplos:
A su consigo: «Al final, imbécil, estamos aquí atrapados otra vez y es tu maldita culpa que yo me sienta como se siento ahora». Mientras hablaba, mis ojos en el espejo frente a mi imagen, iban deteriorando su expresión. «Te lo dije. Te lo dije», agregué y me señalé ahí, en esa imagen escuálida en la que me veía. Me repetí: «Te lo dije, idiota, pero nunca me haces caso» y me fui de espejo para dejar de verme.
Epistolar: «¿Sabes? Por aquí está empezando a hacer calor y el viento se ha suavizado. Me gustaría verte, si eso fuera posible».
Al lector: «Como bien habrás advertido, mi querido lector, el narrador de segunda se usa poco porque ya estás viendo que sus posibilidades son complejas y restringidas. Iremos contigo paso a paso y así comprenderás».
d) El narrador se refiere a sí mismo en 3ª persona para luego alternar esta distancia discursiva con la 1ª.
Ejemplo de esto, sería algo como la letra de este tango:
Uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias. Sabe que la lucha es cruel y es mucha pero lucha y se desangra por la fe que lo empecina… Uno va arrastrándose entre espinas Y en su afán de dar su amor, […] Si yo tuviera el corazón… (El corazón que di…) Si yo pudiera como ayer querer sin presentir…
Las personas gramaticales ofrecen una amplia y rica gama de posibilidades narrativas que alejan a los discursos de los elementos convencionales que les supone la ortodoxia.
Ofrecen un interesante juego de movimiento textual y ayudan a cubrir una paleta de expresividades no convencionales que amenizan y recrean desde diferentes ángulos lo puramente narrativo.
Sin embargo, para que no se produzcan desbalances o quiebres interpretativos, el juego entre las personas gramaticales y los discursos que les competen dentro del entramado de voces generales, debe ser construido con delicadeza, coherencia y eficiencia, para que el resultado no acabe en un galimatías en que los roles discursivos se superponen y confunden con la consecuente dificultad para el lector.
Nunca había tenido tantos libros nuevos. Aunque sería justo decir que cuando llegaron los últimos ya había leído el primero: Berta Isla. Que no era el primero que había pensado leer, sino Tomás Nevinson, también de Marías. Pero al mirar la contraportada y leer que Nevinson era el marido de Isla, y siendo que Javier Marías es uno de mis escritores favoritos –aunque tenía algunos años sin leerlo (tres quizá)–, sabía que Berta Isla era el nombre de ese otro libro suyo. Así que para poder leer a Tomás y disfrutarlo sin peros, debía antes leer a Berta, y claro, ir por el libro primero, que no llegó solo, sino con uno de Saramago (el segundo de mis escritores favoritos junto con Marías) para poder recibir un descuento de cien pesos por la compra previa del de Nevinson y los que lo acompañaron.
Ese primer libro, Tomás Nevinson, vino junto con otros cuatro como el regalo navideño de mi madre, que no pensaba regalarme libros, sino unos tenis, que le dije no necesitar. Claro que tampoco necesito libros en sentido estricto, pero es un lujo que en ese momento me podía patrocinar mi madre.
Como ya mencioné, llegó luego ese par de dos de mis favoritos (el otro es Gavrí Akhenazi), y todo el asunto de adquirir material de lectura parecía cerrado. Pero por mi cumpleaños Gil me regaló dos libros de Mario Vargas Llosa, entre ellos Conversación en La Catedral, libro que anhelaba leer pero que no había encontrado, y que pude leer ya.
También por mi cumpleaños mi hermana me obsequió una tarjeta de regalo de esa misma librería. Y podía escoger otra cosa que no fueran libros pero libros fueron. Mi madre me dio dinero y dijo como para que no me queje de que no me conoce, como cuando olvida luego de más de cuarenta años que no me gusta la cebolla cruda, entre otras cosas; «para que te compres un libro».
No es que sea demasiado obediente, pero tenía pendiente una visita a la librería para hacer válida mi tarjeta de regalo, así que fui tan pronto como pude. Hay hábitos consumistas que todavía me dominan. Aunque del dinero de mi madre sólo pensaba gastar la mitad en libros, y así había sido, hasta que estaba por pagarlos. Voltee a ver paquetes de libros por mera curiosidad y me encontré con un envuelto de seis libros de Xavier Velasco. Y por la misma lastimosa curiosidad, tomé el paquete y miré el precio, que debí mirar dos veces tras no creerlo la primera vez, y soltar una obscena exclamación de felicidad: $410.
No había leído cuatro de los seis libros de Xavier pero ya no llevaba dinero suficiente. Y mi paranoia me hizo pensar que si no regresaba al día siguiente alguien más se llevaría la grandiosa oferta, dejándome con un palmo de narices y tantos «si hubiera» en la cabeza, como tantas veces. Era tanta mi emoción paranóica que no había notado que podía obtener otro certificado de $100 de descuento por esta compra al volver al día siguiente. Lo noté a tiempo.
Sólo había que buscar algo barato para completar los $500 pesos de compra que piden como mínimo para descontarte los $100 de la compra anterior, y en la mesa de rebajas encontré dos ediciones baratas de Stevenson y Dostoyevski para completar mi compra. Me dispongo a pagar y el cajero me dice que no puedo hacer válido el descuento, pienso que al estar tan rebajados los libros de Velasco es imposible que me descuenten más, en mi cabeza lo acepto, no importa, me los llevo. En principio no comprendo cuando el chico de la caja dice que me hace falta llevar más libros porque para hacer válido el cupón debo comprar $500.
Sigo sin entender, hasta que dice que el paquete de libros sólo cuesta $249. Supongo que mi cara mostraba una felicidad inmensa e incomprensible, y le digo que espere, que voy a buscar algo más para completar la compra, todavía con esa sensación de alegría extrema que a veces ante estos chispazos llega y nos sorprende. Salí con diez libros por poco más de $400 (unos 20 dolares). Demasiado feliz.
Supongo que tengo para unos tres años de lectura, no leo tan aprisa y la tercera parte del año el futbol americano secuestra mi atención tres noches a la semana. Y como casi todos los que disfrutamos leer también tengo algunos libros sin abrir que deben estar algo celosos.
La civilización es lo último que se pierde. La esperanza puede morir en una sociedad desquiciada cuando el odio se convierte en costumbre, por eso nadie cruza estas montañas, no al menos en la dirección de la que venía Kalani.
Kalani no era su nombre, por supuesto, pero ni recordaba el que le habían dado ni recordaba apenas nada de quiénes podían haber sido. No es que cuando se detuviera ante esos pensamientos no le invadiera una tristeza llena de preguntas, pero había decidido utilizar su rabia para darse un nombre a sí misma. Kalani, un nombre extranjero en aquel pedazo de tierra vencida por el viento y el frío, un nombre que no se sentía de ningún lugar. Un nombre apropiado.
Era apenas una adolescente, demasiado delgada, obviamente desnutrida en su infancia, con cabellos de ceniza y unos ojos azules en los que nadie debería asomarse demasiado tiempo.
Aunque se divisaba un edificio de tierra de antes de la era de las guerras, la madera y la chatarra daban forma a las casas del pueblo.
El sol se colaba entre las nubes como ella se colaba entre la gente.
Se detuvo ante los carteles de se busca a la entrada de la ciudad.
—¿Has perdido a alguien o buscas a alguien? —le preguntó un anciano que jugaba al ajedrez con un perro en un tablero desvencijado y al que muy posiblemente le faltaban piezas.
—No, sólo me aseguro de no estar yo entre ellos.
—No pareces una caza recompensas, desde luego —se rió el anciano, que tal vez no la había entendido bien.
Kalani se acercó al perro, un pastor catalán, dejó que le oliera la mano, y le acarició. Se sentó junto a él y estuvo un buen rato abrazándole, lo cual incomodó al anciano.
Alguien se acercó a Kalani. Una mujer de aspecto triste.
—Louis ha muerto —le susurró—. A sido Philippe, un accidente. Te está buscando. ¿Sirve como pago por salvarme la vida?
—Nunca quise nada a cambio, pero por supuesto que sí —dijo levantándose de un salto, animada.
Kalani, que andaba distraída y sonriente, recibió un puñetazo en la boca, uno muy fuerte de ésos que te arrancan un diente de cuajo.
En consecuencia escupió uno de sus incisivos inferiores y cayó al suelo.
—Tus amigos tienen miedo —le dijo ella a su atacante desde ahí abajo, sin ocultar su dolor, mientras comenzaba a comprender dónde estaba: un callejón con Philippe, todo un hombre pegando a una cría, y su séquito de cretinos, que habían arrojado un arma al suelo y que ya se estaban yendo de allí a toda prisa.
Lo cierto era que ella también tenía miedo, no mucho, porque en aquel asentamiento todo era un peligro de segunda en comparación con el desierto al otro lado de las montañas, pero un poco.
Aparte de sentir un moratón naciendo sobre su barbilla, comenzó a sangrar por la nariz. Esperaba no tener una migraña a causa de eso, era un gran inconveniente.
Sin embargo lo más importante era que Philippe, que no entendía por qué sus amigos habían huido, también comenzaba a tener miedo aunque no sabía del todo por qué.
Recientemente Kalani había tenido una revelación: si su propio movimiento mental adquiría una forma concreta –el temor, por ejemplo– era más fácil dibujar esa misma forma en las mentes de otros. Y eso es lo que estaba haciendo al infiltrarse en la muy poco estimulante mente de aquél imbécil.
Y aunque era algo más difícil manipular una mente alerta, era bastante fácil desestabilizar la del que no comprende.
En contraste con sus dimensiones corporales menudas, los ojos azules de Kalani resultaban ahora amenazantes, más de lo que una cría de su edad debería poder intimidar, que era absolutamente nada. Y sin embargo eran la extraña advertencia de un peligro sin nombre. El hombre retrocedió a pesar de que simplemente estaba encarando a una chica a la que sacaba más de dos cabezas.
—¿No te gustó el revólver, Philippe? —él dio unos pasos atrás, desconcertado—. No es fácil traficar con armas, ¿no crees? Esto es Europa no esa tierra de locos al otro lado del mar ni el desierto de ahí abajo. Y te expliqué muy bien que tenía el percutor un poco suelto. Te expliqué muy bien que no debías cargarlo con seis balas. Te expliqué muy bien que por eso mismo te lo vendía un poco más barato, ¿recuerdas? ¡Joder, te lo expliqué todo de putísima madre! Incluso te regalé unas cuantas balas a pesar de que no me caes nada bien, a eso se llama fidelización del cliente o algo así pero, ¿qué clase de gilipollas apunta a su novio con un arma? Es una pregunta retórica, eso significa que no hace falta que contestes —le aclaró ella, a Kalani le encantaba utilizar todas las palabras que había aprendido—. Dame mi puto revólver, pringao, el que me han quitado esos —le indicó paciente—, el otro es tuyo y un trato es un trato —él le dio la pistola con una expresión dubitativa en el rostro, expresión de la que no se infería más inteligencia que la de un tiesto de gladiolos particularmente emprendedor.
—Me van a desterrar —se rindió él.
—Si tienes suerte —le recordó ella, súbitamente sus ojos se iluminaron con un destello decidido—. No diré nada de esto si me devuelves el otro revólver, ¿qué te parece? Y podría hacerlo porque en realidad ese revólver no es de contrabando, era mío, pero es que quería hacerme la interesante —le explicó—. Bueno, espera… supongo que todas las armas de fuego son de contrabando, así que…
Ante tan insensible discurso, Philippe comenzó a llorar y Kalani, sintiendo una riada repentina de empatía y tras hacer unos amagos de abrazarle, decidió darle unos toquecitos en la cabeza.
—He estado en tu lugar en varias ocasiones… Me refiero a perseguida por la justicia, no ha… —Kalani se detuvo, no había forma de que aquella frase pudiera desembocar en nada positivo—. En fin, si todavía no te han detenido, yo me marcharía por mi propio pie —se aventuró ella. Seguramente era uno de esos momentos de escuchar en lugar de buscar soluciones, pero tal y como lo veía, las autoridades no iban a ser tan comprensivas.
Y no lo fueron, al siguiente atardecer Philippe tenía una soga al cuello y toda la aldea parecía haberse congregado alrededor para disfrutar de la ejecución. Los familiares de su novio exigían con una furia comprensible la pena capital.
Kalani a pesar de no entender cómo ese hombre no había aprovechado para escapar, sabía ya que todas las muchedumbres ante el ahorcado eran la misma y sabía ya que a todas les parecía bien el asesinato, al menos mientras fuera a este lado de la tapia y de la ley. Una medida algo ineficaz, si se le preguntaba a ella, pero nadie le preguntaba.
Así que ella se lanzaba a hablar.
—¡¿Es así como tratáis a quienes necesitan comprender?! —inquirió tras abrirse paso hasta la primera fila. —¡¿La justicia no es reparación sino retribución?!
En consecuencia los presentes empezaron a insultarla e intentaron agarrarla, aunque ella consiguió escabullirse.
—¡No, no, pueblo de Ur! —exclamó un hombre de aspecto autoritario, poniendo orden—. Aquí incluso los extranjeros pueden hablar y Kalani salvó a Victorine. Merece que la escuchemos.
A juzgar por el griterío y los insultos el pueblo de Ur no parecía estar muy de acuerdo, sin embargo el hombre, posiblemente el juez de la aldea, se dirigió a Kalani:
—Cuando un hombre arrebata una vida, debe morir. Así se da ejemplo a los demás para que sigan por el buen camino —declaró él con esa seguridad condescendiente que concede la autoridad.
—Y es una política infalible, porque seguís teniendo crímenes —respondió Kalani.
—Es la mejor alternativa —sentenció el juez, intentando ocultar su desagrado—. Lo explicaré, porque también deseo que Ur lo recuerde: la justicia es orden. Si los familiares de la víctima simplemente le mataran sin un juicio, sin escuchar a testigos, sin la presencia de un juez imparcial. Entonces estaríamos hablando de otro asesinato, ojo por ojo, como se dice y tendríamos a más personas a las cuales juzgar. Sin embargo si le damos a este hombre justo castigo tras habernos asegurado de que efectivamente fue él quien cometió el asesinato, tras haber sopesado sus razones y haber considerado que tenía armas ilegales en este pueblo, lo cual podría haber puesto en peligro la vida de todos, entonces estamos hablando de consenso y de comunidad, de la restauración del orden.
—El problema de encontrar una buena respuesta es que intentamos que las preguntas encajen en ella y no al revés —dijo Kalani, como aquello le había quedado bastante bien, trató recordar algo que leyó en un libro—. No cambia el asesinato del emperador porque fueran muchas las manos que… llevaran los cuchillos, ni son menos asesinos según quien juzgue sus intenciones. Da igual que sea una aldea entera la que vaya matando por ahí.. ¿no? —terminó, sintiéndose entre torpe e incómoda.
—¿Y qué alternativa sugieres, niña?
Kalani sonrió satisfecha, con un diente de menos y un moratón.
—El exilio: podrá aprender a ser una mejor versión de sí mismo y vosotros defenderéis que el asesinato está mal dando ejemplo. —por supuesto el juez, que tenía mucha verdad a cuestas, no accedería a ello. Pero era todo cuanto Kalani necesitaba para que su espectáculo de titiritera mental fuese creíble por el tiempo suficiente.
Se preparó.
Sintió un latigazo de dolor, se llevó las manos a las sienes, sangraba por la nariz mientras tanto el verdugo como el juez se convertían en sus marionetas.
El juez asentía y el verdugo liberaba al prisionero.
Y Kalani le gritaba a Philippe en un susurro que corriera mientras ella se marchaba de allí, tratando de no apretar demasiado el paso.
Pronto habría un cartel pidiendo una recompensa con su nombre pobremente deletreado y tal vez la palabra bruja escrita entre un numero de exclamaciones a todas luces excesivo.
Rescatar a idiotas de su propia estupidez, pensaba, era muy poco gratificante. Eran demasiado ingeniosos a la hora de tenderse trampas a sí mismos y sólo sabían ir en una dirección.
Además, ante la horca la estupidez les hacía creerse jueces y no verdugos. Ahorcado incluido.
III Podría suceder que el mar fuese devorado por las dunas . Que abra sus compuertas y mis pasos atraviesen el desfiladero hasta desenrollar el ovillo de resplandor encantado con médula de miel. Es tan clara mi voz desde este lado de la ilusión . Tan suficiente para hipnotizar a la cascabel de siete cabezas tatuada en mi espalda. Instante, canta tu bossa nova. Cómo imaginarte? Inmortal, pese a que sos fuego? O, apenas y a penas, infinito mientras dures.
IV Igual que yo, esta bahía y su calendario se han desprendido de los inviernos. Aquí un sol atemporal desliza brillos sobre cuerpos inmersos en gradaciones de aguamarina. Una gaviota inmóvil despliega su fuselaje. Un cardumen quiebra iridiscencias en juegos sin guión previo. Hay un batir de oleajes que vienen, van y regresan a la misma playa. Ecos de risas que erizan la dermis con escalas de garganta salobre. Sobra tanta placidez bajo estas hojambres de redondez imperfectible. Vibra una energía expansiva en la atmósfera: desmesura que desborda la palabra y rebasa los contornos. Es mi corazón acurrucado en tu palma. Descalzo, el tiempo se detuvo en mi portal. No sabe adónde ir.
William Vanders – Venezuela
Parco
Narrar con sombra el fantasma de la sangre.
Fugarme del otro cuando la mente se asusta.
Caminar descalzo sobre los cardos de una lágrima.
Sospechar de la violencia dormida en la derrota.
Ser ángel descosido en la raíz del árbol.
Entrar en el ojo de Dios y extraer origamis de fuego.
Palpar la ceniza oculta en el archivo de la piedra.
Reconocerme.
Saberme.
Hablarme.
Evocar a la muerte que me aviva.
Transcribir mi naufragio.
Volver.
Mudar este silencio a la pausa habladora.
Transferir mi alma a un pez milenario.
Quedarme quieto en la parquedad de su espíritu.
En fin:
Volcar la aurora en mi frente.
Desplazar el infinito a mi nariz oceánica.
Colocar azúcar sobre la sal derramada.
Arrojar esqueletos maniatados por la memoria.
Cincelar.
Olvidar.
Desmarcar.
Partirse desde adentro.
Reunirse.
Beber.
Zigzaguear.
Habitar la locura del sol tragamundos.
Andar.
Mirar.
Callar.
Reconocer al magma en la lengua.
A las anclas incrustadas en la espalda.
Al barco hundido en el pecho.
Dormir.
No despertar.
Descansar.
Lamer la dulzura salobre del destino.
Viajar siempre viajar adonde habita mi ternura.
Jesús M. Palomo – España
Poema de amor
Note escribo poemas de amor. Y te podría decir que tengo las palabras rotas, pero sería como ladrar en una comisaría.
No te escribo poemas de amor porque al amor no lo entiendo. Te llegué con batallas de más y dejé los adjetivos grandes esparcidos por los campos, los tequieros desterrados, al sol.
No te escribo poemas de amor. Desisto de usar las manos para aplaudir a mi propio ego. He dejado aquello atrás también.
Prefiero callar, escuchar la vida mecido en tu regazo y dejar que sea el silencio quien marque el compás de este corazón adormeciente.
Rosario Vecino – Uruguay
A pesar, quizás, aún
castradora de aguas santas mis fluidos mi llanto
la sagrada humedad de dos cuerpos trenzados amándose
cadena de mis manos impidiéndome el tacto la caricia
traidora de mi esencia has congelado mi lengua junto con mi corazón
pero no recordaste -rosarito- que yo respiro por el estómago me escondo en el estómago me muestro en el estómago