Y si muero que no me repatrien / Anatema contra el mal versolibrismo / Hubo una vez una ciudad canalla / Décima sin nombre » Por Ricardo Fernández Esteban

Y si muero que no me repatrien

Anclado en estas islas, abandono
la búsqueda falaz del paraíso,
tantas veces perdido en esa ruta
del buscar imposibles y no ver
que ya lo has encontrado, que lo habitas.
Y luego… pues veremos si hay futuro
más allá de este mundo. Por las dudas:

Cuando muera que no me repatríen,
que me entierren desnudo en suelo griego,
en algún cementerio entre los pinos
con amplias vistas al azul del mar,
donde el cuerpo se mezcle con la tierra
y acaso vuele el alma hacia sus musas.

Así, si hay otra vida, cuando llegue
esa resurrección y abra los ojos
contemplaré mi amado mar Egeo,
y sentiré mi psique enriquecida
por los sabios consejos de los mitos
con los que ha convivido en el Parnaso.

Anatema contra el mal versolibrismo

Aquí el autor, en el comunicado,
reivindica la libertad del verso,
la métrica es muy amplia, un universo
de estructuras de armónico rimado.
Desde la que es más simple, el pareado,
a la altiva sextina todo cabe
si se etiqueta bien. Como se sabe
es básico “no dar gato por liebre”,
que el ritmo del poema nunca quiebre
y que la rima en ripio no se trabe.

Mas dije libertad,
que no libertinaje o anarquía
pues algunos le llaman poesía
a lo que es simple prosa de mala calidad.
Decidme, o no, si os digo la verdad:
El nuevo catecismo
de gente que no sabe es el versolibrismo.
Si algún pintor moderno prescindió
de su época de escuela, no creó
con alma un cuadro abstracto. Pues versando es lo mismo.

Para romper las normas
dominarlas primero es necesario,
ya que para vencer al adversario
hay que primero trabajar según sus hormas.
La métrica y sintaxis, profundas plataformas,
siempre subyacen, reinan por mucho que el poema
aparente engañarlas. Anatema
proclamo contra quienes sin entender de nada
quieren darnos lecciones de libertad errada:
¡Echarlos del Parnaso!, es mi grito y mi lema.

Hubo una vez una ciudad canalla

Hubo una vez una ciudad canalla
que mojaba la pluma en el alcohol
para escribir directamente en vena:
como todos los jóvenes yo vine
a llevarme la vida por delante;
una ciudad en la que el bardo
rechazaba el papel e improvisaba:
versos de amor nunca serán literatura
si no me dejas escribir sobre tu piel;
una ciudad en la que ella,
adivinad su nombre, unos años atrás:
abriéndose su blusa —Neno, no digas nada—
le ofreció los durísimos botones de sus pechos.

Hubo una vez una ciudad canalla
en que un tono del azul era más que un color
era un templo pagano celestial
donde un gato argentino
maullaba en clave de rumba catalana
y un cantautor galáctico
consiguió hacer salir el sol a medianoche.

Hubo una vez una ciudad canalla
donde la sexta flota, en vez de hacer la guerra,
hizo el amor en territorio chino;
izas, rabizas y colipoterras
en traje de faena les tiraban los tejos
mientras agujereaban mármoles a golpes de tacón.

Hubo una vez una ciudad canalla,
mucho antes del turismo y de los juegos,
donde la izquierda se divinizó
bebiéndose las noches en la “boite”
de rojos terciopelos, de copas infinitas,
de taburetes que aún dominan escenarios;
una ciudad que hacía equilibrios sobre sus propias luces,
mientras un pijoaparte montaba un viejo Cadillac.
Hubo una vez una ciudad canalla
con cabaret travesti como playa de Río,
con Piaf y la Carme recordando a su hombre,
con los niños terribles, con molinos sin viento,
con local de voyeurs en tacita de plata,
con el baile del Tigre entre chulos y arrugas,
con el arco kiosco en que el anís ardía,
con aquella bodega donde el arte era eterno
y una cava de Jazz que por suerte aún resiste,
porque el otro el frontón, que era pista de baile,
ya pasó a mejor vida y es un sano gimnasio.

Hubo una vez una ciudad que hoy
merece nuevo nombre: Barcelolandia eres
pasto turístico de masas, puro producto Disney.
Perdiste tus raíces, te has vendido hasta el alma,
y de canalla nada, opositas a cursi.
¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?
No sé… O es la ciudad, o es que nosotros
ya no podemos aguantar el canalleo.
Abierto queda el tema, se aceptan opiniones,
yo acabo con canción, como empecé
y disculpad que desafine:
…jóvenes…, éramos tan jóvenes…

Décima sin nombre

Hoy he encontrado un “te quiero”
y dos cariños de dama
escondidos en mi cama
que me han hecho prisionero.
No ha hecho falta usar acero,
tu recuerdo es suficiente
para atarme suavemente
en la cárcel del amor,
donde espero sin temor
que tu vuelta me alimente.

La canción: fusión de música y poesía » Por Mercedes Carrión Masip

La música está presente desde los primeros pasos de la humanidad en todas las culturas conocidas, así como la danza y el canto, aún en sus más rudimentarias expresiones.

Mucho antes de que aparecieran testimonios escritos dando fe de los primeros acontecimientos históricos relativos al hombre sobre la tierra,  ya se habían descubierto restos de instrumentos de percusión, viento y cuerda en los yacimientos prehistóricos y protohistóricos de algunas culturas orientales y mediterráneas. Hemos de suponer que también la voz humana habría protagonizado uno de los primeros intentos en armonizar y ordenar sonidos, seguramente imitando los cantos de las aves o los ritmos producidos por los elementos de la naturaleza en sus diferentes manifestaciones. Podemos pensar que los resultados evolucionarían al tiempo que las culturas más antiguas se fueron desarrollando y organizando en sociedades.

La misma evolución, con diferente cronología, se produjo en el continente americano, donde han sido muy numerosos los hallazgos de instrumentos musicales en los yacimientos de las diversas culturas precolombinas. También en la antiquísima cultura china.

La poesía nace como primera manifestación de la literatura en las sociedades estructuradas,  al menos en el Oriente Medio y Mediterráneo Oriental,  para ser cantada en ceremonias religiosas, como primera manifestación del teatro en Grecia, en las celebraciones públicas exaltando  la grandeza de sus héroes. Y, excepcionalmente en sus comienzos, en el ámbito privado.

Fue Aristóteles (384-322 a.C.) el que introdujo en el concepto de poesía escrita los elementos de armonía y ritmo junto a la exclusividad del lenguaje.

Anteriormente la palabra “Poiesis” se refería al conjunto de actividades creativas en cualquiera de sus manifestaciones.

La canción es definida, en general, como una composición en verso destinada a ser interpretada por la voz humana y susceptible de ser acompañada por música, interdependientes ambas. Esta es la definición que más se ajusta a la canción popular o moderna y solo en parte a la contemporánea  pues cada vez es más frecuente el uso de medios electrónicos en su composición, previa a la incorporación de la letra.

Pero cantar es algo más que eso. El que lo ha intentado y perseverado en el empeño lo sabe. Al cantar se experimenta como una liberación de algo que nace en el instinto y se muestra abriendo canales de expresión que no siempre se identifican tan solo con el texto interpretado sino que se acercan al fondo del sentimiento, aún más allá del placer estético. Hay algo metafísico en la experiencia, un milagro cuando sucede.

La emoción prima entonces sobre la razón y, sin embargo, hay que llevar a cabo un gran esfuerzo de estudio y concentración previos para poder cantar con un mínimo de confianza y calidad sin importar en qué especialidad se intente. En esa conjunción conectan las sensibilidades del intérprete y de quienes lo escuchan. La magia está servida en los teatros, en un tablao, en una reunión informal de amigos, en los estadios donde la multitud se entrega sin reservas a su artista favorito… Donde quiera que suceda se reconoce y se vive al instante.

Componer canciones puede llegar como algo instintivo, como lo es cantar en primera instancia. Si damos, al modo tradicional, prioridad al texto, quienes andamos metidos en verso podemos tener alguna ventaja respecto del oído, en el relativo dominio de los ritmos o acentos en que se estructuran los versos y también en las cadencias o cambios que pueden combinar distintos elementos como son las estrofas y estribillos; también algunos de los recursos poéticos como la anáfora, paralelismos o repeticiones, aquellos que inciden en la estructura sonora de los poemas.

Si se poseen conocimientos técnicos de música la tarea será más sencilla y, desde luego, más eficaz. Pero se puede jugar a la composición dejándose llevar por la memoria musical y el instinto creativo de todo artista. Y hemos de entender que los poetas lo son.

La combinación de todos estos elementos nos puede predisponer a algunos  a acometer la tarea, con resultados impredecibles. Pero siempre valdrá la pena haber hecho el intento, por lo que sin duda se aprende y por las emociones que se pueden llegar a vivir durante la experiencia y compartiendo después el resultado.

En mi caso, acometí el empeño de un cancionero poético al que di vida cuando anduve muy entretenida con las estrofas clásicas, absolutamente arrebatada por los ritmos tan integrables en la música, según así lo sentía, y echando mano de las líneas melódicas más previsibles, tan solo guiada por la intuición. Aprendí de mis limitaciones, las sufrí y luché contra ellas pudiendo acercarme al corazón y comprensión de unos cuantos poetas a quienes confié los resultados y a los que quiero aún más desde entonces.

Me respetaron y entendieron justo en la dimensión que les hace grandes también como personas, calibrando el atrevimiento y esfuerzo ajeno en lo que supone cuando la información de que el autor dispone no alcanza los mínimos razonables. Benditos sean.

Salió ganando mi voz que hube de templar y he seguido cuidando y mejorando para no dejar de cantar nunca y sentir, en cada ocasión, ese milagro que limpia el alma. ◣

¿De qué presumes, Mayo? / Desmemoria / Lorquiana / La zarza y el tendedero » Por Juliana Mediavilla

¿De qué presumes, Mayo?

De qué presumes, Mayo, con ese porte altivo
porque estalló contigo toda la primavera:
desde la más pequeña campanilla del campo
hasta la rosaleda del cuidado jardín.
En el monte se incendian las jaras y los brezos
y el amarillo loco de la humilde retama.

No es tuyo todo el mérito, por más que te engalanes,
que los hielos de enero ya hicieron su labor,
y en febrero la nieve nutricia y protectora
guardaba los milagros debajo de su falda,
sopló marzo con fuerza en su rito ancestral,
te pusiste de parto con el llanto de abril.

Desecha tu altivez, recolector de flores,
la belleza requiere su tiempo y su proceso.

Vendrá la sed de agosto, soñando con las fuentes
y tú solo serás la cruz de un calendario.

Desmemoria

El olvido, amarga enredadera
tejiendo a la memoria su mortaja.
Preludio de la muerte. Muerte en vida
de la vida archivada en cofre frágil.

Vivir con el recuerdo tan raído,
sin poder remendarlo en el ayer.
No hallar el horizonte tras el páramo
del terco pensamiento en retroceso.

Perder el patrimonio inventariado
con la tinta febril de los sentires.
Vivir con el pasado enmohecido,
en furtivo presente sin sosiego.

Las amarillas hojas de almanaque
—mariposas del tiempo disecadas—
van cayendo en el pozo del vacío.
Llora la remembranza su destierro.

Lorquiana

¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
(F. García Lorca)

¿De dónde llegó esta pena
con su mordedura amarga?
Te floreció en primavera
como una rosa enlutada,
te floreció en primavera,
de la noche a la mañana.

¿Pero por qué no se caen
esos pétalos de escarcha?
Porque tú la vas regando
con el caudal de tus lágrimas,
porque tú la vas regando
y en tu pecho se agiganta.

¿Pero es normal que en invierno
la pena-rosa no caiga?
Las penas-rosas resisten,
ni el frío las acobarda,
las penas-rosas resisten
con sus púas aceradas.

¿Cómo cortar esta pena
que ya ha arraigado en el alma?
quiero arrancar de raíz
la negra rosa enlutada,
quiero arrancar de raíz
igual que la hierba mala.

Ay, pena de oscuro origen,
pena que llevas a rastras,
laurel que te crece y crece
como a Apolo en su desgracia.

Ay, que tu pena es un pozo
sin fondo, Juli, Juliana.

La zarza y el tendedero

Hizo la madre poner
en el gran muro de piedra
un sólido tendedero
frente a la casona vieja.
Remata el muro una valla
y allí se acaba la cuesta
que suben las viejecitas
para rezar en la Iglesia,
y se toman un respiro
mientras tocan las terceras.

Desde allí el pueblo se ve:
tejados y chimeneas,
como tendidas del cielo
van y vienen las cigüeñas,
de blanco y negro vestidas
igual que si fueran prendas.

El muro del tendedero
cierra el recinto que fuera
del conjunto parroquial
el lugar de la huesera.
Lo sabíamos de niñas
que triscábamos la hierba,
por ser en aquel cercado
siempre más verde y más fresca.
Bajo nuestros pies la muerte,
tan cotidiana y eterna,
escondía tierra adentro
las tibias y calaveras.

Quedó fijo el tendedero,
la madre quedó contenta.
Ella se nos fue hace mucho.
Tres generaciones cuelgan
la ropa que ondea al viento:
toallas y camisetas
y de un blanco inmaculado
las sábanas volanderas.
Hace unos años, arriba
del corazón de la piedra,
brotó una zarza, milagro
que a la lógica desprecia.
Y fue creciendo hacia abajo
airosa y ufana y tierna.
Echa su flor y atrevida,
buscando con sus guedejas,
se acerca hasta el tendedero,
pretende arañar las prendas,
quiere, con sus uñas párvulas,
enredarse entre las cuerdas.

El hermano la recorta
justamente cuando llega
para que no nos pinchemos
con su fina enredadera,
ni clave en la ropa limpia
sus curiosas fauces nuevas.

Pero es tenaz, ella vuelve
al volver la primavera,
desciende hacia el tendedero
paso a paso, piedra a piedra.

Zarzamora, zarzamora,
que no naces en la tierra
y brotas como las fuentes
del corazón de las peñas,
¿dónde guardas tu semilla?
¿qué secreto te conserva?

La ventana de Ione » Por Idoia Laurenz

Regreso a Albi como una turista más y aunque conozco de sobra el arte que se prodiga aquí, me gusta volver porque así me permito recordar las emociones de mi pasado que se quedaron vinculadas sólo a esta tierra. Podría pensar en Pierre desde cualquier otra parte del mundo, pero no lo hago. No consiento que mi memoria pasee libremente por los cementerios del amor. Cuando mi mente necesita vengarse de esa tortura silenciosa que le impongo, se me ablanda el corazón, me subo al coche y conduzco de un tirón hasta llegar a mi plaza favorita en Albi. Una vez ahí, le doy rienda suelta a todos esos recuerdos agolpados durante años. Me permito emborracharme de ellos, y pienso que el dolor y la memoria hacen muy buena pareja. Se beben los vientos mutuamente ese par de locos, pero jamás dejé que vivieran su idilio tranquilamente en mi casa, del mismo modo que ellos tampoco me permitieron gozar del mío.

Cuando me encuentro ubicada en mi pasado, quiero decir, lo bastante ebria como para resistir y lo suficientemente sobria como para caminar, me acerco paseando hasta la que me gusta llamar, irónicamente, “La rue de l’amour”, en la que está mi viejo apartamento de alquiler. Conserva todavía las mismas ventanas por fuera y los mismos deseos intactos por dentro.

Recuerdo que Pierre vivía en Toulouse y sólo venía a verme los martes porque ése era mi único día festivo, además de algún domingo. Me llamaba por teléfono justo antes de salir de su casa y llegaba a la mía una hora después, cosa que normalmente sucedía a las siete de la tarde. No salíamos del apartamento en toda la noche. Cenábamos desnudos y hacíamos el amor durante horas. No había tiempo ni ganas de hacer ninguna otra cosa. Nos despedíamos a las ocho de la mañana del día siguiente. Dejaba que él se fuese primero porque a mí me gustaba verle marchar en su coche desde esta misma ventana que observo ahora.

Durante seis meses continuamos nuestra relación de esa forma. Pierre viajaba mucho, unas veces por causas familiares (para atender a su padre, afectado por una paraplejía debida a un accidente de tráfico) y otras por motivos de trabajo. También nos vimos algún domingo en su casa de Toulouse.

Un martes ya no volvió. Tuvimos una breve conversación telefónica en la que me dijo que no podríamos vernos como de costumbre, porque su trabajo atravesaba un momento muy crítico que requería todo su tiempo y su atención.

Tres semanas después las campanas de la catedral del pueblo tocaron a boda. Se casaba una vecina de la villa con el hijo del dueño de la antigua fábrica de chocolate. Al parecer, el padre del novio era un señor que iba en silla de ruedas. Su empresa había quebrado después del fallecimiento de la esposa, en el mismo accidente que le causó la lesión medular.

Por comentarios de los vecinos, me di cuenta de que se casaba Pierre. En ningún momento tuve deseos de entrar en la iglesia para interrumpir el evento, así como suele suceder en algunas películas. Me mantuve en silencio durante meses, humillada por mis propios sentimientos autodestructivos. Inmersa en mi supuesta incapacidad para dejarme querer o sentirme querida. Analfabeta para decir y escuchar las emociones. Inmóvil en mi ventana. Abandonada por los otros y por mí en esa angustia de acontecimientos que supuestamente le pueden pasar a cualquiera. No supe nada más de Pierre hasta que un año después volvió a sonar el teléfono.

─Allô? ─pregunté, pero sólo hubo silencio─. Allô? ─repetí─. Dis-moi! Qui est-ce? Papá, ¿eres tú? ─pasé a preguntar en castellano por si era alguien de mi familia.

─¡Ione, no cuelgues! ─oí por fin del otro lado─. Soy Pierre.

Intuí que el amor no tiene nada de ciego y siempre detecta cuando no es correspondido. Lo supe, y viví sin hacer preguntas ni pedir explicaciones. Cuando el amor es un viaje sólo de ida, se limita a esperar los acontecimientos hasta que finalmente muere de soledad. Mientras pensaba en ello Pierre continuaba hablando solo, hasta que escuché.

─¿Me comprendes, Ione?

─No tengo nada que comprender. Te voy a colgar ─le dije.

Y después colgué. ◣

Entrevista a Carmen Jiménez » Por Rosario Alonso

«Creo que la inspiración es algo
que está agitándose continuamente
dentro de nosotros»

Carmen Jiménez, manchega nacida en el Tomelloso, trabaja en la actualidad en la administración local. Le apasiona viajar sobre todo a lugares donde haya mar y disfruta hasta tal punto que ella misma  nos dice que “viajar la transforma”.

Otras de sus pasiones es la lectura, a la que últimamente ha incorporado mucha poesía, pues precisamente por estar aprendiendo, practica cada vez mejor tan noble arte.

El deporte entró un poco tarde en su vida por problemas de salud pero, una vez solucionados, al menos camina cuatro veces por semana y siempre que puede juega al padel .Ahora que se encuentra bien  lo necesita para el cuerpo y la mente, nos dice.

A Carmen le gusta cocinar y si tiene invitados se esmera todavía más. Pero no todo es cocinar, también disfruta cuando se va de vinos con los amigos, y los domingos son fijos para este menester en la pequeña tasca en la que todos se encuentran como en casa. Nos confiesa que esta actividad es casi, casi, lo mejor de la semana.

Nos asegura que es una cinéfila por genética y que le gustan las películas que curiosamente  no le gustan a la mayoría, aunque ve  todo tipo de cine, o casi todo.

Le gusta mucho hablar ,tanto como escuchar y se define a sí misma como una mujer demasiado extrovertida. Sin embargo los días lluviosos y/ o con frío no se encuentran entre sus preferidos, sobre todo, como buena friolera que es, si el frío se le cala entre los huesos.

Carmen nos dice que no sabe tocar ningún instrumento, ni hacer ningún tipo de manualidad, ni pintar bien, aunque eso sí, como a los mejores críticos, le llega hondo todo lo relacionado con el arte y sabe apreciarlo.  Con lo que disfruta, aparte de la música, es escuchando la radio los fines de semana.

1. ¿Qué es la literatura para ti?
La literatura desde el lado del lector/a siempre ha sido para mí una ventana abierta al conocimiento de lugares, personas con diferentes culturas, expresión de sentimientos del ser humano, etc. Toda una experiencia extraordinaria la que se puede vivir con un libro en las manos que nos transmita sensaciones. Una buena novela es una de las aventuras más emocionantes que te pueden suceder.
Desde la parte del escritor, nunca escribí demasiado a excepción de algún diario en la adolescencia y en etapas de cambios, en las que escribir era una forma de liberar a mis emociones, pero hasta que comencé en Ultra nunca había escrito para ser leída.

2. ¿Y la poesía?
La poesía es un descubrimiento que llegó hace unos meses. En estos momentos es una “pasión” y como tal me tiene pensando continuamente en ella. No dejo de contar con los dedos las sílabas, y a cada acción cotidiana de mi vida le encuentro algo de poesía para contar, es un enganche inexplicable.

3. ¿Desde cuándo escribes y qué motivación te impulsa a continuar?
Llevo escribiendo desde que entré en el foro de Ultraversal. Lo que me anima a seguir principalmente es que me gusta escribir, de hecho me pregunto a mí misma cómo he esperado tantos años para dar este paso. El apoyo de los compañeros del foro de Ultraversal (imprescindible) y los progresos que voy realizando, también, por supuesto.

4. ¿Cómo definirías tu poesía?
Creo que no puedo hacer aún una valoración muy acertada de mi poesía, porque estoy en un proceso inicial de aprendizaje necesario, pero en general podría decir que es una poesía melancólica, nada fantasiosa, sino todo lo contrario: llana, sencilla y con un léxico común.

5. ¿Y tu prosa?
Mi prosa está en una fase todavía más precoz que la poesía, si cabe, porque debo interiorizar que lo que escribimos será leído por otros (cosa que no había hecho anteriormente porque siempre escribía para mí) y que debemos comunicar y llegar. No sé, supongo que sucede igual que en la poesía. Pero como dije anteriormente todo es nuevo para mí.

6. ¿Qué influencias literarias han marcado tu manera de escribir?
No creo que tenga una influencia definida que me haya marcado. Mis gustos literarios fueron variando con los años y de joven leía lo que caía en mis manos, a veces literatura basura, afortunadamente vas evolucionando y descubres que ya no quieres leer cualquier libro, todo lo contrario, te vuelves exigente y le pides al autor/a que te enganche, que cuando lo estés leyendo pienses que esa es la mejor novela que vas a leer en tu vida.

7. ¿A qué público pretendes llegar?
No sé si pareceré sincera si digo que no me he planteado llegar a un público determinado, pero es la verdad. Como dije anteriormente, estoy en un proceso de aprendizaje, y mi ilusión es compartir con los compañeros del Foro esta afición.

8. ¿Cuál es tu proceso creativo? ¿Te sientas a escribir poesía o esperas que la inspiración llegue?
Me siento, creo que la inspiración es algo que está agitándose continuamente dentro de nosotros y cuando nos sentamos a escribir, es cuando llega el momento de volcarla. Otra cosa diferente es que unos días se escriba mejor que otros.

9. Para ti ¿qué condiciones debe cumplir el escritor para ser considerado como tal?
Como lectora, la única condición que le pido a un escritor es que consiga llegar a mi yo más íntimo con su texto, que me haga sentir lo que él sintió cuando escribió esa novela. También es obvio que es necesario un léxico muy rico que permita al autor poder expresarse de una forma determinada. De todas formas debemos diferenciar los diferentes géneros literarios, pues estos nos aportaran sensaciones muy diferentes. Igualmente, un escritor siempre debe buscar la interrelación con el lector.

10. ¿Qué significa para ti ser Ultraversal?
Recuerdo que en un comentario de la Comu sobre un texto que hablaba de pertenecer a algún grupo determinado, comenté que nunca había tenido la necesidad de pertenecer a ningún tipo de movimiento. Pero desde que estoy en Ultraversal no puedo opinar de la misma manera. Tampoco sé explicarlo muy bien, pero creo que el enganche se produce por el proyecto en sí; sus fundamentos son totalmente solidarios, basados en un crecimiento en conjunto entre todos los miembros del Foro. La generosidad prima en Ultraversal con la gente que se va incorporando, y hay detrás un trabajo y un tiempo dedicado de unos a otros, todo en beneficio de la escritura. Eso es más que suficiente para que uno quiera pertenecer a Ultra.

11. Piensas que hay mucho egocentrismo en el mundo poético o que, por el contrario, es un mito.
Creo que el poeta tiene una parte de personalidad algo egocéntrica, por supuesto, pero también pienso que es una condición necesaria para escribir. Otra cosa es el escritor o poeta vanidoso, que no ve más allá de sí mismo, y piensa que toda su obra es buena y se siente incomprendido porque no le leen o porque le hacen saber que su obra no gusta.

12. ¿Crees que la poesía vende?
No rotundamente, no.

13. ¿Cómo ves la poesía en la sociedad actual?
Pues mal, muy mal, la poesía es la eterna incomprendida, y sería necesario un refuerzo en la Educación Pública, donde se prestara una atención más profunda a su estudio y la importancia de esta, en nuestro crecimiento como seres humanos.

14. ¿Qué opinas del formato digital con vistas al futuro?
Lo veo algo totalmente necesario para una mayor difusión de la prosa y la poesía. En mi caso sólo puedo hablar favorablemente, pues mi afición a la poesía llegó de la mano de Internet. En estos momentos la sociedad se mueve y lee en Internet. “Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña”.

Carmen, muchas gracias por concedernos la entrevista. Ha sido muy grato charlar contigo.
Gracias a todos vosotros por el trabajo desinteresado que estáis realizando, sumado a todo el tiempo que habéis dedicado al proyecto de la edición de la revista con la única intención de promover el arte de la comunicación a través de la palabra escrita.
Un beso. ◣

Revista Ultraversal edición número 7

Versión PDF

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Editorial » La emoción, esa gran transmisora » Por Arantza Gonzalo Mondragón

Sumario

In memoriam » Homenaje a Manuel Martínez Barcia » Por autores ultraversales
Prosa » No-es » Por Mirella Santoro
Poesía » Papelera de reciclaje I, II, III & IV » Por Joan Casafont Gaspar
Artículo » Recursos literarios (séptima entrega) » Por Enrique Ramos
Poesía »  Cuestión de sicariato / Alabando tu voz / A-par-cando / Desangelando a angélica » Por Eva Lucía Armas
Entrevista » Juliana Mediavilla » Por Rosario Alonso
Poesía » Para después del miedo / Cuando cese / Virtud de cobardía / Silencios » Por Mercedes Carrión Masip
Novela » El brillo en la mirada (segunda entrega) » Por Eva Lucía Armas & Gavrí Akhenazi
Reseña » La quinta estación: Un libro de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo » Por Alejandro Pérez
Prosa » Hemos parado la guerra / Descripción / No sirváis a nadie que se os pueda morir » Por Isabel Reyes
Poesía » Nihilismo / El día de los lúcidos / Designio / La tristeza mayor » Por Jordana Amorós
Humanidades » Sobre el buen convivir » Por Gavrí Akhenazi
Artículo » Afectos virtuales » Por Juliana Mediavilla
Poesía » Matrix / Un pasaje de ira con retorno / Un poema de ardor / Una verdad incuestionable » Por Jorge Ángel Aussel
Prosa » Introducción tardía a él / Nudo / Desenlace » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Reseña » Novelas robadas sin terminar: Un libro de Gavrí Akhenazi » Por Morgana de Palacios

Staff

EDICIÓN NRO. 7 – JULIO 2016

Dirección general
Gavrí Akhenazi

Subdirección
Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Redacción
Arantza Gonzalo Mondragón
Eva Lucía Armas

Isabel Reyes Elena
Morgana de Palacios
Rosario Alonso

Diseño & diagramación
Jorge Ángel Aussel

Ilustración de tapa
Ovidio Moré

Diosa: regalo especial para Eva Lucía Armas

Autores que aparecen en esta edición
Alejandro Pérez
Arantza Gonzalo Mondragón
Enrique Ramos
Eva Lucía Armas
Gavrí Akhenazi
Isabel Reyes
Joan Casafont Gaspar
Jordana Amorós
Jorge Ángel Aussel
Juliana Mediavilla
Mercedes Carrión Masip
Mirella Santoro
Morgana de Palacios
Rosario Alonso
Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

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La emoción, esa gran trasmisora

Cuando era adolescente escuchaba programas específicos de radio donde la música y la buena literatura eran los principales contenidos. Mientras mis congéneres se pirraban por Los 40 Principales, yo iba alimentando mi mundo interior con aquellos locutores y sus elecciones para despertar los sentidos.

Si me gustaba especialmente algún poema, anotaba el nombre del autor y compraba libros. Así hice una buena biblioteca. Mis momentos favoritos eran cuando llegaba a casa y los leía en voz alta, varias veces, e incluso llegaba a grabarlos en mi viejo radiocasete.

Un día escuché uno que me cambió la vida. No era especialmente emotivo, pero tenía una belleza y unas metáforas tan mágicas que se me erizó hasta el último pelo de mi cuerpo. Se titulaba Ella y era de Vicente Huidobro. Nunca imaginé que un hombre pudiera escribir algo tan hermoso a una mujer y de una forma tan diferente al romanticismo exagerado y plagado de tópicos. Ese poema me hizo absolutamente feliz.

Desde entonces es ese golpe mágico el que busco como lectora y también como poeta.

Yo soy una convencida de que para hacer sentir al otro, tienes que sentir tú. Tiene que haber una trasmisión, sea estética o puramente emocional. El que lee, como el que escucha música, observa un cuadro o ve una película va buscando sensaciones que conecten con su yo más emocional.
Todo vale excepto la indiferencia.

Yo he leído poemas de catedráticos en literatura, perfectos en la forma que no me han dicho nada y también he leído otros de gente humilde y apenas sin estudios que me han traspasado. La única explicación es que la forma se aprende, pero el talento no, por eso cualquiera con talento tiene la obligación de aprender lo formal para poder expresar las cosas con altura. Eso es lo que hacemos en Ultraversal, un taller literario donde todos aprendemos de todos y compartimos crítica sincera con el único objetivo de ayudar a mejorar al otro.

No es un trabajo fácil, requiere tiempo y esfuerzo, pero el premio del crecimiento personal y literario merece la pena.

El propio y el ajeno.

Homenaje a Manuel Martínez Barcia

Querido Manuel:

hoy no puedo llegar hasta la cumbre
si es allí donde aguardas y contemplas al fin
la bahía del lado de los sueños
donde el mar te esperaba

y para mí se oculta en la vertiente
que tan solo iluminan los crepúsculos

mi camino se cierra en la espesura
ya cerca del lugar
que ahora te contiene

prometo que mañana intentaré
romper esa distancia con mis versos

retomaré el camino hasta el dolmen sagrado
que guarda entre sus losas las ausencias

desde allí la mirada
no entiende de confines

Mercedes Carrión

Emigras con tus alas más allá de los límites
y llegas a la altura del silencio.

Desde allí seguirás con nuestra historia
porque la vida no se ha dado cuenta
que siempre prescindimos de su mundo,
que nunca hicieron falta los sentidos.

Somos dos transgresores delirantes
que no aceptan las reglas de otro juego.

Tú sigue susurrándome palabras en las noches,
sigue con tu diluvio limpiando mi guarida
y habita en mi.

Juntos nos burlaremos otra vez
del destino.

Silvana Pressaco

El río de la vida

Flota su embrujo, fuego sobre el río;
llora el Guadalquivir, está llorando,
y me duelen sus lágrimas tan puras
que tan lejos de mí hielan mis manos.
Otro poeta duerme sobre el agua,
cruza la Estiguia solo, mientras tanto,
los lirios crecen altos en la noche
y un sol yace en sus libros sin amparo.
También mi lira tañe en la ribera
versos entre los sauces solitarios.
Sonetos a la ausencia de tu verbo,
poemas que se agarran a sus brazos.

Golondrinas oscuras de Triana,
comed mi corazón sobre la tierra,
mi rostro sin color, mis ojos blancos.
Mi esqueleto se niega a estar de pie
muriendo día a día sin descanso.
Cuándo se quebrará mi ser maltrecho,
porque el río me ahoga desbordado.

Mar García Romero

Un algo

Todo ocurre de ojos para adentro.

Un algo en el azul se nos opaca,
sin saber bien por qué , con ciertas pérdidas
y un poso de tristeza indefinible
gravita sobre el aire.

Hay modos de vivir,
al menos tantos
como vivientes , y cada cual estampa
—hosca o amable— su deleble huella
según su decisión sobre el camino.

Algunos, los benditos por la suerte,
nacieron para ser los paladines
de la palabra y defender su enseña
armados de belleza y poesía.

La muerte solo es una y nos iguala:
un mismo polvo para un mismo olvido.

Hay formas de morir y de quedarse
morando un poco más entre nosotros.

Cuando muere un poeta no se apaga
ningún astro ni tiemblan conmovidos
los pilares del cosmos .

Pero suspira un ángel
y se impregnan
de paz las cuatro esquinas del silencio.

Y algunos, los lunáticos de siempre,
nos quedamos un rato pensativos.

Jordana Amorós

El cuerpo tembloroso conmutó mis sonrisas
en lágrimas furiosas que no aceptan destinos
y se rebelan ante crueldades insumisas
que no saben de amores y que siegan caminos.

No habrá ningún adiós que pueda pronunciar
pues en mi corazón ya te alojé eterno
y los versos llorando solicitan volar
fugaces a tus manos con cariño fraterno.

Declino despedidas que te nombren ausente
y el alma se emociona de este dolor consciente
que desnuda callado mis profundas flaquezas.

Un poeta sin rostro dueño de lo versátil
enraizó sin querer de manera vibrátil
mis labios a los suyos que hoy respiran tristezas.

Carmen Jimenez

Escribir un poema
más allá de las sombras
y deshacer los nudos de silencios
que invaden y nos hieren las gargantas.

Deletrear tu voz muy poco a poco
como la deletrean tantas voces
e intentar ser semilla y ser cobijo
de esa mano que escribe
y acoge todo un cosmos con sus dedos abiertos

¿Acaso el infinito es suficiente
para este firmamento de poemas?

Salir y despertar a todas las ciudades
que siguen proyectando
la rabia y la tristeza en sus paredes
y recorrer las calles nuevamente
persiguiendo algún sueño.

Joan Cassafont Gaspar

Impro uan

Qué poco te entendieron, compañero.
Qué fácil y jodido era entenderte.

Agosto se agostó. Se hizo chiquito
como todo lo que se agosta, finalmente,
y me falta ese tul de tus poemas
y esa costumbre que instauraste en mí
de devanar mis sesos intentando hacerme a tus metáforas.

Nos enojamos mucho, compañero,
y nos gritamos mucho
o yo te grité mucho y vos pusiste esa cara de mártir
tan austera
que me jodía vivo y me hacía callar y repensar
«soy verdugo de un mártir».

Pero yo sé que nada nos debemos
`porque a pesar de todo, nos quisimos.

Te quise mucho. Para qué negarlo.
Te odié y te quise y te odié y te quise
y me hiciste enojar más de mil veces que siempre perdoné.

Te quise mucho y agosto se agostó como es agosto.
Costumbre de llevarse tantas cosas
que te llevó como un ladrón difícil
que encima, por robarte, te golpea.

Te golpea. Y te golpea mal. Y te golpea.
Sin piedad te golpea. Nos golpea.

Te quise mucho e igual te quise poco
y renegué de vos y renegamos, uno del otro, una y varias veces
en que nos insultamos
y terminamos en abrazos profundos y complejos.

Ahora me faltás, hijo de puta…
Que mal tan necesario te volviste.

Gavrí Akhenazi

Todo pasa y todo queda,
porque lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.

Te fuiste sin aviso, escribiendo quizás
el último poema, con la muerte en los dedos.
Y se quedaron huérfanas de golpe las mañanas,
los versos, las metáforas y todo tu paisaje
que ya era compartido, que ya era de nosotros.
Agosto se vistió de escarcha y de carámbanos,
nos vino a helar el alma, quebrando su verano.

Todo queda, mi amigo, más allá del misterio
de la muerte implacable, del destino inseguro,
tú estás entre tus versos que contienen la vida:
poeta del presente, acaso estudiarán
en tus versos alados, esa voz encantada
de secretos matices y humano corazón.

Y a mí, ¿quién me traerá los ecos susurrados,
cerquita del oído, de mi Antonio Machado?

Juliana Mediavilla

Tu voz ya estaba en mí, sobre este barro
no engendrada mi sed bajo tu soplo.
Yo era en ti una quimera,
un espejismo azul sobre tu tiempo.

Yo aún no era nada, entre raíces
de cepas soterradas, entre el légamo
donde estaban los granos de mi trigo
tú estabas preparándome el sendero.

Tu voz ya removía por mi surco
y apuntaba maneras hacia mí.
Hacía mi esperanza tu esperanza.

Ahora, de repente, falta el limo
y el poema me sabe a siempreviva.
Alguna vez, quizás, nos besaremos
en la limpia lujuria de la nada.
Dame la libertad
de quedarme sentada en el guijarro
y agrietarme a los soles de tu lluvia.

Yo soy libre, lo sé, tú solo esperas.
Tú que fuiste mi boca para el beso
me has dejado
en la nocturnidad más absoluta.

Isabel Reyes

A tu manera vuelvo, compañero
para ver si leyéndote me creces.
Dónde han ido a parar tantas preñeces
de amores de papel y de tintero.

Paso y te quiero, vuelvo y te desquiero
porque duele quererte tantas veces,
y me callo y te oculto y apareces
y te buscó y te anhelo y te requiero.

Tristísimo de ti por mí te invoco
buscando algo que incite tu presencia
sin dejar ni un segundo de llorarte.

Porque sabes de sobra que estoy loco,
loco de loco y loco de tu ausencia
y es que jamás aprenderé a olvidarte.

Vicente Vives

yo detuve mis versos con la tonta ilusión
de ver aparecer tus contrapuntos
tus versos cotidianos en el foro
Manuel acompañando
con ese interminable caudal de poesías
fluyendo por sus venas

no sé porque de pronto sin aviso
el reloj personal se nos detiene
con rebeldía y tristeza yo tengo que aceptar
que el tuyo se ha cansado se detuvo en silencio
este silencio pesa con versos sofocados

asómate en tu cielo déjame que te cuente
cómo la vida sigue con altas y con bajas
y aunque ya estemos hartos
nuestro reloj nos lleva
con su tic tac constante como si fueran pasos
que la vida esta dando con tacones

nos pone en el camino las pesadas lecciones
con sumas y con restas
nos remueve las costras de nuestras cicatrices
nos hace que sigamos el ritmo que nos marca
hasta que se detenga

tu voz se extraña como sol en día nublado

Eugenia Díaz

Papelera de reciclaje I, II, III & IV » Por Joan Casafont Gaspar

Papelera de reciclaje

I

Si quieres que te diga la verdad
no sé cómo explicarte aquello que me pasa,
será que de repente me invaden esos miedos
que creía tener muy superados
o será que el otoño
regresa como siempre
con toda esa nostalgia de la infancia,
con la desilusión y la tristeza
que después de vivir la magia del verano
un niño va a sentir al volver al colegio.

Será que yo también tengo la obligación
de guardarme mis sueños y quimeras
en esa dimensión desconocida
que tantos arrastramos por las calles.

(A veces veo gente incapaz de cruzar ningún semáforo
de tan cargados como van de sueños).

No sé tampoco mucho
si los poemas hablan alguna vez de mí.
Creo que están callados, a veces aburridos,
jugándose a las cartas sus versos y sus rimas.
A veces se reúnen y organizan peleas.
Yo los encuentro heridos, algunos mutilados,
incompletos, sedientos de venganza.
Algunos están muertos,
otros son demasiado pretenciosos
para reconocer
que han sido abandonados, víctimas del olvido.

Entonces les dibujo una “L” con alas,
una especie de símbolo que indica libertad
y acabo planeando sobre todo el paisaje
que esos poemas libres acaban por formar.

II

A mí me gusta mucho
salir a pasear con mi calculadora.
Mirar escaparates y puestos callejeros,
sentarnos en un banco y ver pasar la gente,
compartir un helado de nata y chocolate
y regresar a casa.

Siempre me soluciona los problemas,
a veces dice doce,
otras dice quinientos diecisiete,
pero no tengo dudas
yo sé que ella me quiere, tanto como yo a ella.

A veces en el parque nos tumbamos al sol.
Es algo relajante mirar al infinito
sabiendo que un futuro pronto nos va a acoger.

A veces llegan nubes presagiando tormentas.

Qué enamoradas vienen del viento y las corrientes
y cómo se divierten pintándose los labios.

Pasan dos o tres veces, algunas hasta cinco
y quieren espejarse en la ola que sonríe,
sumergida en la acracia
a lomos de un caballo que se la lleva lejos
de la uniformidad y la mecánica
del reino de los mares.

Cantan todas las nubes:

Corre, corre caballo,
caballo de cartón.
Que nos pilla una bruja,
que nos pilla un dragón.

Y se ríen las nubes,
las nubes remendadas.

Han llegado zurcidas,
recreando un paisaje que viví en la niñez,
donde el sol era un globo
y unas manos creaban con un poco de barro
millones de universos
y de un papel salían barquitos y aviones.

Entonces sí que el mar llegaba hasta mis pies.

III

A veces me pregunto si me quieres.
Otras quiero saber cuál es la solución
para quitar las manchas de cola en el parqué.
(Sin duda ahora mismo lo que más me interesa
es lo que se refiere al tema de las manchas).

Ya sé que tú recuerdas, tal como yo recuerdo,
los días en que el mar brillaba en nuestros ojos…

Mira.
Ya empiezo a estar muy harto
de buscar una forma de expresar lo que pienso
que contenga lirismo y emoción.

Yo prefiero escribir
de llaves, engranajes y motores,
de la gente en la calle que a veces come queso,
o de las propiedades del calcio y del potasio.

Yo prefiero leerme
si escribo sobre el modo
en cómo interactúan los neurotransmisores
a nivel de membrana celular
o de cómo se estira en una asíntota
una función de equis que tiende al infinito.

Si el poema te aburre o no lo entiendes,
piensa que no lo he escrito para ti.
Y si a mí me disgusta tampoco pasa nada,
al fin y al cabo todo es susceptible
de encontrar su destino en una papelera.
Por ejemplo este texto,
quizás nosotros mismos,
tal vez esa bendita relación
que me salvó la vida.

Inspirada en un windows, hay una opción posible
que es la de reciclar aquello que tiramos
a nuestra papelera personal.

Quizás es buen momento de iniciar el proceso
con todos los poemas que quedaron en nada.
Luego, si te apetece,
podemos reciclar aquella relación
que se inició en Noviembre, hace casi tres años.

Y acabaré el poema
diciendo que esta noche
tú vas a ser un verso
dormido entre mis labios.

IV

Hoy yo quiero imitar a aquel muchacho
que quiso corregir las noches ciegas
bailando con los ojos muy abiertos.

A aquel muchacho joven que soñaba
con brújulas de sal en cada roca.
A aquel que no encontró jamás la llave,
para la casa ingrata que escondía los soles,
si no solo la llave del hacerse mayor.

Quiero recuperar a aquel que fui
y acogerte en mi hoja de papel,
llenar de ideas nuevas nuestras mentes
y escribir un poema sin fechas ni lugares.

No voy a permitir que borren tu sonrisa
e iniciaré una historia
con helados de estrella
y muchos, muchos más, dulces de horizonte,
que yo ya sé que a ti te gustan mucho.

Y, aquí, sigo instalando
algunas embajadas en mi cuerpo
de todos los países que surgen de tu voz
y un manicomio cerca de mi frente
donde poder crear nuevas locuras

que el asma, la rutina y los pronombres
nos dejaran sin aire
si seguimos buscando motivos en la nada.

Eva Lucía Armas – Argentina

Cuestión de sicariato

Mr. Smith… he visto que anda suelto
a la caza de dulces pajaritos
pródigos en amores celestiales y labios de rubí

(perdone mi obviedad liric-odiosa
pero verlo indefenso me aturulla).

Ande usted, Mr. Smith… con esa 22 de sicariato
ejecutando óperas de almíbar
y remando en el pan de la dulzura.

¿Quién lo ha visto, señor y quién lo ve
con su repento místico?

El amor es tan áspero como un papel de lija del 40
inclusive para un corazón áspero,
un corazón de hueso hecho de huesos mondos
por los viejos mordiscos del amor.

Toda una paradoja criminal
la del efebo gordo con su arco desaforado, errático y maléfico.

Ese bichito sí que es un sicario del mal, obra de Venus,
que para la malicia fue más ducha que Hera,
no me diga…

Mujeres…ayyyyyyyyyyy, mujeeeeeeeeres.

Le escribo con la premisa simple de escoltarlo
en la andadura al punto de regreso
a su centro cordial del corazón (pleonasmo adherido a la verdad).

Le guardaré la espalda en el camino,
la mirada en los ojos,
la palabra en la hondura abecedárica
y el vuelo

yo le guardaré el vuelo afuera de las jaulas
y en la parte de afuera de los muros
y en la fronda más alta donde se apoya el viento para agitar la luz

y aquí
en el sentimiento y en el amor que tengo por las alas y por los horizontes.

Coaching de libertad
sparring de la vida,

baile, Mr. Smith… encima de la tumba de Cupido.



Alabando tu voz

Esa, tu voz morena, antigua, góspel,
tan morena como un toffee de cacao y café,
sabrosa como la libertad,
ancha como las esperanzas de los enamorados
y rabiosa
como el estómago de un varón con hambre

va gritando como una tempestad
que grita loca,
como un rabo de nube que arranca una laguna,
como el rugir de un rayo que desgaja una ceiba.

Esa voz de moreno
es una voz con ojos,
es una voz con instrumentos inmortales
que repueblan las playas con cavernas
cavadas con timbales en los sueños,

un tumulto de olas y ambulancias
que corren por las calles del socorro
cruzando pentagramas y opulencias
con acordes brillantes y mayores.

Parece un huracán de la madera
tu voz interminable
que llega por el siempre
como un pentagrama atormentado
en el que canta el sol.

¡Qué voz, moreno loco, esa voz tuya
de azúcar mascabado!



A-par-cando

la paz a veces es una cosa triste
pero yo la disfruto
porque me hace sentir que estoy pulsando
los acordes del grito
aún
cuando esa dulce Átropos se acerque
seductora y lesbiana
hasta mis sexos

la miro
por venir como una sombra de amenaza de lluvia

y con el hacha en mano
parto la cruz de sal
pongo frontera
a su avance de Atila por mi sangre

ahora somos dos
o yo soy ella que se personifica
en ésta que se mira en el espejo
y sonríe
porque la vida siempre debe ser sonrisa
y nunca cobardía

la vida es un diseño para armar con futuro
con chispas y con pájaros
con vientos de jardines
y con velas
de barcos que jamás naufragarían

mi vida es mía
y la disputo con ella
—o a ella—
palmo a palmo
si le gusta mi imagen y cepillarse el pelo
o teñirse de rubia ante el combate

mi vida es mía
no la negocio fácil a su nombre difícil
de comedora compulsiva y agria

mi vida es mía
vamos a ver quién gana esta contienda



Desangelando a angélica

El domingo decae como una vedette rubia
que en un rincón de la ciudad
se acuesta en los papeles de la calle.
Se queda ahí
ecléctica y gatuna
esperando el desfile de suicidas,
de grandes solitarios que mastican ausencias
y rosas disecadas en los libros.

Yo traspaso mi sombra en el espejo
buscando el corazón que tiene ella
reservado a otro mundo.
Se escapó de mi boca cuando legró el silencio
su cáscara de vidrio.
Ella lo guarda roto por si vuelvo.

Entrevista a Juliana Mediavilla » Por Rosario Alonso

“No sé inventar, escribo siempre a través
de la observación y de mis propias vivencias»

Juliana Mediavilla, licenciada en Filología Hispánica, es profesora jubilada de lengua Castellana y Literatura. Colabora con esta revista realizando comentarios de texto de los poemas de autores Ultraversales.

Nos comenta que es muy amiga de las caminatas, preferentemente por el campo, pero también le gustan las rutas urbanas. Adora el mar como espectáculo, los paseos por la playa o mirar las puestas de sol y no tanto bañarse porque es de tierra adentro y sumergirse en el mar siempre la ha asustado. La montaña es su elemento natural pues nació en un pueblo de la comarca «Pinares Soria-Burgos» y ese paisaje, viviera donde viviera, siempre la ha acompañado.

De sus actividades como ama de casa, profesión de la que no se ha jubilado, lo que más le agrada es cocinar y, según nos explica, no solo es un acto de amor, como dice una hermana suya, sino que también es un acto creativo.

Nos comenta que, quizá porque nació en un lugar muy frío, odia el calor sobre todo el calor húmedo de los veranos de Barcelona, (donde habita en la actualidad) así pues su estación preferida es el otoño, con los días de lluvia incluidos.

Una de sus aficiones más interiorizada es leer novela y poesía y nos aclara que, aunque solo se vaya de fin de semana, viaja siempre con libros y procura hacer un hueco para la lectura. Además disfruta de las reuniones periódicas que mantiene con su grupo poético de Barcelona y también del intercambio de poemas y comentarios con los compañeros de Ultra.

Le gusta mucho el teatro, también el cine, aunque nos insiste en que no soporta las películas violentas, ni tampoco las de terror.

1. ¿Qué es la literatura para ti?

Es una actividad de tipo artístico que utiliza la escritura como medio de expresión. En su carácter creativo debe reunir unos determinados requisitos. El nombre engloba fundamentalmente tres géneros: lírica (poesía), épica (narrativa) y dramática (teatro). En la práctica estos géneros se solapan entre sí.

Para mí es muy importante, porque el escritor es testigo del tiempo que le ha tocado vivir y eso se refleja directa o indirectamente en su obra. Siempre encontramos en la literatura un sedimento histórico y humano, una forma de aprendizaje que nos enseña a comprender a los demás y a comprendernos. Leyendo El Lazarillo podemos entender la sociedad del siglo XVI. Si leemos El Quijote podemos entender la vida en general.

La Literatura es también apoyo de otras formas artísticas, como puede ser el cine, respaldado siempre por el texto literario, bien en forma de guion o de adaptación de novela o teatro.

2. ¿Y la poesía?

Algo indefinible por naturaleza que consiste en sublimar lo instantáneo, casi nada. Para mí es esa lucecita intermitente que me acompaña allá donde voy y, pese a su mala fama de ensoñadora, yo creo que es la forma de expresión que más conecta con la vida.

3. ¿Desde cuándo escribes y qué te motiva a continuar?

Desde niña, pero siempre con una dedicación limitada y hasta diría que un tanto clandestina. Priorizando siempre el trabajo: clases, exámenes, correcciones…y la casa y la familia. Mi trabajo me fomentaba la lectura y la selección de textos, pero no disponía de tiempo para mi propia creación literaria, aunque siempre llevaba, y llevo aún, una libretita en el bolso por si tenía que apuntar algún verso.

Desde mi jubilación dedico más tiempo a la poesía: participo en Ultraversal, en el grupo poético Metáfora, aquí en Barcelona, y asisto también a un club de lectura poética que dirige el poeta Jordi Virallonga en la biblioteca Merçè Rodoreda, especializada en poesía, a la que también está adscrito el grupo Metáfora.

Me motiva la propia creación, la búsqueda y todo el proceso que conlleva. Creo en la poe-sía como vehículo de crecimiento personal que me permite conocerme mejor y conocer también a los demás.

4. ¡Cómo definirías tu poesía?

Sencilla y esencial. No sé inventar, escribo siempre a través de la observación y de mis propias vivencias. Tomo distancia y dejo reposar los sentimientos, sé por experiencia que en mi caso no es bueno escribir en “caliente”. La sencillez es premeditada y no
siempre es fácil escribir sencillo.

5. ¿Y tu prosa?

Yo creo que tiene las mismas características que la poesía. Escribí un libro de relatos autobiográficos: El maletín (la luz de la memoria), en el que está muy presente la mirada poética y también esa sencillez que acompaña a mis poemas. Como género me cuesta mucho más porque requiere una mayor organización y planificación. Dentro de su dificultad para mí un poema es mucho más abarcable.

6. ¿Qué influencias literarias han marcado tu manera de escribir? 

En poesía G. Adolfo Bécquer, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez.

Cuando era joven, si decías que te gustaba Bécquer te tildaban de cursi. Mucho después supe de la gran influencia del poeta de las rimas en los otros dos. Hay sin duda otras influencias pero estas son las más notorias. Me considero muy machadiana, de ahí que me guste tanto la poesía “sencilla”, pero sé que poéticamente Juan Ramón es superior.

7. ¿A qué público pretendes llegar?

También creo que la poesía es un acto de comunicación, o de comunión. En principio estaba restringido a la familia. En Ultraversal me gusta mucho compartir con los compañeros de una manera tan rápida y gratificante. Cuando me comentan, a veces desde el otro lado del Atlántico, y se identifican con aquello que escribo me parece como un milagro. Disfruto también con el intercambio poético entre los compañeros de Metáfora. Aunque se dice que se escribe para uno mismo, no es verdad, siempre se escribe también para comunicarte con los demás. Creo que mi poesía se entiende y no requiere un público determinado. Me gusta más que la lean, en los recitales soy muy tímida y lo paso muy mal.

8. Dentro de todo el panorama, ¿con qué tipo de poesía te sientes más cómoda?

Aunque procedo de la poesía rimada, en particular de los poemas con rima asonante, ahora me siento mucho más cómoda con el verso blanco, modalidad que aprendí en Ultra, donde hay muy buenos poetas en verso blanco. Aunque me gusta volver de tanto en tanto al romance o a la rima arromanzada y también a la rigidez del soneto.

9. Para ti, ¿qué condiciones debe cumplir el escritor para ser considerado como tal?

Debe tener su propia voz, su “denominación de origen”, poder descubrirlo sin leer su nombre. Abundan los poemas anodinos, exentos del sello del autor.

10. ¿Cuál es tu proceso creativo, te sientas a escribir poesía o esperas que la inspiración llegue?

Soy bastante anárquica, aunque dentro de ese caos hay una cierta organización: el poema surge siempre de una idea que me sigue en la cocina, en el metro, durante la sesión de plancha…, eso es el embrión del poema, hasta que surge el primer verso en torno al cual aparecerán los demás que me obligarán a sentarme y darle forma.

11. ¿Piensas que hay mucho egocentrismo en el mundo poético o que, por el contrario, es un mito?

No mucho, muchísimo egocentrismo. Lo puedo decir porque ya tengo una edad y lo he visto con mucha frecuencia; a veces el ego no se corresponde con la calidad poética ni mucho menos. También hay poetas humildes. El poeta, como todo artista, es un personaje especial, un bicho raro que pretende elevarse de la mediocridad y se siente diferente. En ocasiones es soberbio y engreído, otras veces es excesivamente introvertido y muy poco sociable. Pero en esto, como en tantas otras cosas, no se puede generalizar.

12. ¿Crees que la poesía vende?

En absoluto. Nunca puede ser un objetivo para lucrase, de ahí que en la vida de muchos se relegue a un segundo plano, porque se tiene que vivir, generalmente de otros trabajos que no tienen ninguna relación con ella.

13. ¿Cómo ves la poesía en la sociedad actual?

En los últimos años he notado un incremento del interés por la poesía, particularmente en gente joven. Hay una serie de poetas jóvenes que están publicando y que empiezan a reconocerse. Hay también mucho intrusismo, mucho falso poeta que piensa que el hecho de engarzar cuatro versos ya lo hace poeta. Son los que desprecian las leyes de la poesía porque las ignoran. Yo considero que en la poe-sía confluyen la inspiración y el trabajo y que hay que dominar el oficio.

14. ¿Qué opinas del formato digital con vistas al futuro?

Pues a pesar de todas mis reticencias hacia todo lo digital, como creo que pasa a muchos de mi generación, tengo que reconocer que el formato digital contribuye mucho a la divulgación de la poesía y la acerca a los lectores, sin que estos salgan de casa. Yo soy muy “libresca” y me gusta tocar los libros, pero mis hijos, por ejemplo, están muy familiarizados con todo lo digital.

Juliana te doy la gracias por tu tiempo y amabilidad. Ha sido un placer conversar contigo
Gracias a vosotros por vuestra impagable labor en el fomento y difusión de la poesía. Encantada de poder colaborar en este proyecto.

Para después del miedo / Cuando cese / Virtud de cobardía / Silencios » Por Mercedes Carrión Masip

Para después del miedo

postergado
del edén del diseño y los caprichos
por no llegar a ser
ni suficientemente hermoso ni rentable

llegó hasta mi portal como llegan los viejos
al final de un exilio tumultuoso
sintiendo que la historia los desplaza
perdidas sus raíces
para después del miedo
del dolor del camino
acabar su existencia en un solar sin nombre

presentía la muerte y se entregó a la espera
sin paisaje ni vientos en que reconocerse
con la memoria de su pulso herida

solo ahora
despierta muy despacio sobre el ancla
del gen que lo hace fuerte
sobre la edad incierta de su piel
marcada por el paso de los siglos

sobre la tierra virgen dadivosa
de asilo y alimento que jamás albergó
sino hierba de pasto entre la huella
perenne del ovino

ha vuelto a florecer y está pariendo
pequeñas aceitunas

todavía no quiero preguntarle
de cuántas guerras habrá salido indemne
ni de cuántas sequías pudo salvar la sed
o si ayudó a algún hombre a morir solitario
bajo el amparo mudo de sus ramas

aún no nos hablamos
pero es cuestión de tiempo

Cuando cese

parece que al llegar se desintegre
la voz del cátaro mistral
en la veleta ronca

ha alisado los restos de las nubes
cicateras ayer lagrimeando
sobre la boca seca del plantío
sobre la seca digestión
de los barbechos

desmenuza los cantos de las guerras
va sembrando a voleo la venganza
en la terca memoria de los hombres
y aborta las promesas del almendro
sin que el polen aún
las fertilice

cuando cese en su paso
recupere el romero la fragancia
los tilos la entereza y a los pájaros
regresen su tesón y arboladura

cuando calle de nuevo la veleta
habré de recoserme las heridas
que esta noche despierta

su grito en mi memoria

Virtud de cobardía

hoy hace mucho frío y sin embargo
sobreviviendo erguidas
persisten sin temor algunas rosas
alentando serenas frente al viento
en mi jardín de olvidos

sus rostros ya improbables
escrutan mi mirada
igual que haría un gato
que sabe que estás mal y lo deplora

me muerdo la impotencia

la guerra ha madrugado un día más
dejándome sus muertos a pedazos
con su carga de horror
ante mi puerta

no sé qué hacer con ellos
y llorarlos no basta

cayendo entre las manos ateridas
los versos se me anudan y emborronan
igual que escritos viejos

letrillas cuneiformes
apenas entendibles
sobre el papel deleble
de la escarcha

recurriré al altar de mis propósitos

voy a encender las velas

anémica virtud de cobardía
que siempre sustituye por defecto

a mi inútil plegaria

Silencios

No quiero ser la fuerza encadenada
oculta en el trastero de la vida,
ave desdibujada que, cohibida,
malvive compañera de la nada.

No quiero ser la lágrima callada
doliente en la vereda de subida,
sintiendo haber perdido en la partida
sueños que siempre oculto en la almohada.

Renuncio a ser la voz queda y oscura
que recorre sumisa su destino
doméstico, servil, y a todo asiente.

Tornaré mis silencios en bravura,
tomará mi palabra su camino
cantando contumaz, limpia y valiente.

El brillo en la mirada (segunda entrega) » Por Eva Lucía Armas & Gavrí Akhenazi

Capítulo 3

Historias de cocina

Por Eva Lucía Armas

Alguien dijo de mí que estaba muy salidora últimamente, mientras se preparaba el almuerzo.

Con eso de “salidora” no se referían a que me estaba dedicando a hacer visitas a parientes o amigas ni que una arrasadora fe me había poseído como para llevarme varias veces al día hasta la iglesia.

Pensé que eso no se notaba. Que mis ausencias no eran suficientemente percibidas como para hacer algún comentario sobre su frecuencia. Ser la cuarta de una buena lista te provee de cierto anonimato, pensaba yo y ejercía la exclusión de estar satélite a la mirada general, siempre más obsesiva con las mayores que ya andaban de pretendiente o tenían algunas obligaciones más que yo.

Acerca de eso de las obligaciones, en mi concordaban, no sólo el número en la lista, sino además, mi fama de “propio criterio” que podía tornar “dificultosa” una negociación simple o “muy simple” algo dificultoso. Como nadie podía predecir el resultado al que lo llevaría tenerme por partícipe, preferían encargarme lo no aleatorio, en lo que ya pudieran predecir un resultado sin contarme como factor de riesgo, a saber: tender la mesa, levantar la ropa de cama… y no creo que hubiera más situaciones en las que pudiera intervenir sin complicar.

Preparar una comida era una aventura culinaria, por ende, entre los ingredientes de una carne asada de domingo, podían aparecer castañas, chocolates, picantes, mentas… que los ortodoxos paladares familiares no estaban en condiciones mentales de comprender, lo que transformaba mis manjares en insaboreables.

Además, mi veleidosa cocina ponía en riesgo la cocina rutinaria de mis hermanas mayores, porque sus pretendientes solían ser los primeros en ponderarla.
Mi padre decía entonces a mi madre que hiciese algo conmigo, ya que no iba a casarme nunca si continuaba cocinando y pensando como yo lo hacía. “No hay un hombre en toda la Tierra que acepte casarse con alguien como Luisina, ni aunque la dote con el doble que a sus hermanas. Van a devolvérmela enseguida y me exigirán un resarcimiento por los perjuicios ocasionados”.

Mi hermana Josefina lo decía con otras palabras: Vas a ser una solterona que ni el cura va a querer para que le vista los santos.

A pesar de tanto mal augurio familiar yo tenía buen éxito con el sexo opuesto. Era ocurrente, inquieta, padecía de distracción, testaruda en mis convicciones, impredecible, un elemento francamente dinámico en la estanca sociedad femenina del pueblo.

Eso no escapaba al dominio del entorno, así que Josefina se puso al frente de la curiosidad general y elaboró su propia hipótesis. Según mi hermana, yo tenía algún oculto festejante del que debían preservarme, porque, según daba la cuenta, era imposible que yo fuera considerada seriamente para fines matrimoniales. “Hasta ella lo sabe… por eso mantiene todo en secreto”.

Me sorprendió la agudeza en la observación. Y como de mí podía esperarse todo, hasta eso entraba en la probabilidad.

A pesar de ser una especulación sin asidero, no escapaba a la realidad de lo que estaba ocurriendo.

Nos habíamos encontrado una vez por esas cosas de la casualidad. Luego, la casualidad de los hechos empezó a reproducirse poco casualmente pero ya estábamos convencidos de que no importaba el porqué, sino que lo verdaderamente importante era que sucedía.

De la primer mirada aquella tarde, él pasó sin trámite en el segundo encuentro a echar pie a tierra, acercarse hasta mí sin el menor titubeo y decirme: “Hola… ¿cómo está usted?

Yo dije “bien… gracias… ¿Y usted?», pero mis ojos debían decirle otro cúmulo de cosas como: “me gusta lo atrevido de este señor… que linda sonrisa franca tiene debajo de esos ojos burlones… le queda muy bien la cabellera entrecana… de lejos me lo había imaginado más maduro y resulta que es más joven… será por el cabello casi plateado… no es guapo pero es atrevido y eso me gusta más que si fuera un buen mozo enorme como el pretendiente de Cayetana…”

Pero por sobre todo me preguntaba “¿cómo es posible que quién no conversa probadamente con nadie, me elija tan decididamente como interlocutor?”
—Conociéndola… hasta podría andar de amores con Irala.

El aire en la cocina se detuvo por arte de encantamiento y todas las miradas cayeron sobre Bernardina, como si en vez de una suposición que podría tomarse hasta como jocosa, hubiera lanzado sobre todas nosotras la peor de las maldiciones.

–La boca se le haga a un lado, mi niña Bernardina –musitó persignándose Magnolia, la cocinera– Eso no se ha de decir ni en broma en esta casa… Y menos así… tan livianito… hablar de ese Irala sin persignarse para que la Virgen la libre de todo mal.

Yo ya sabía que Daniel era el séptimo hijo, porque él me lo había contado cuando andábamos por ahí entre los pastizales y los bosquecillos y a la vera del río, con esa libertad despreocupada con la que caminábamos el uno junto al otro, llevando los caballos de la rienda y a los perros detrás en un retozo.

–¿Por qué, Magnolia? –pregunté– ¿Se convertirá en hombre lobo el vecino?

–Yo sé que cuando era niño, un buen día su padre lo llevó a la ciudad de repente. El patrón Irala se lo llevó y lo hizo encerrar… porque decía que era peligroso… –contó la cocinera, mientras nosotras nos reuníamos como cuando éramos niñas y ella nos relataba cuentos fabulosos.

–Y… ¿es porque se convertía en hombre lobo? –insistí.

–Y después… un buen día… toditos se fueron como si huyeran de algo… Tan así que dejaron semejante propiedad sola, abandonada a la buena de Dios. Y si la casa no se derrumbó con el tiempo, fue porque adentro quedó Eleuteria que no se habrán llevado porque se la olvidaron con el apuro. Y de repente… vuelve este… el séptimo… Yo sé que su familia no le quería, que era malo y que se la pasaban de castigo con él. Eso lo sé por Eleuteria.

Cara de malo tiene, pensé yo. Y de su familia no habla.

–Un pretendiente a la medida de Luisina. –se rió Josefina– Los descastados se unen entre sí.

–No digas esas cosas. –se molestó Cayetana– A misa no va. Debería ir. Las buenas gentes necesitan de Dios.
–Es ateo.

Todas me miraron por la convicción con que dije esas palabras.

–Es la explicación de por qué no va a misa… –suavicé tal dicho– Y si es un hombre lobo, pertenece a las fuerzas infernales como dice el cura. Haría hervir el agua bendita.

Todas al unísono reprocharon tan heréticos comentarios, pero, como provenían de mí les restaron importancia.

Daniel no hablaba de su familia, como si tuviera de todos ellos un vago recuerdo que su memoria no alcanzaba a clarificar.

Había heredado “Las Sombras” como se llamaba su inmensa propiedad, a la muerte de su padre y por expresa voluntad testamentaria. La única voluntad testamentaria que de-bía cumplirse a rajatabla. “Para mi séptimo hijo, Daniel, dejo “Las Sombras”, en mi firme decisión de conservar la armonía y unión familiar, sabiendo que si mantengo al díscolo, indisciplinado y conflictivo hermano fuera del patrimonio general, estaré contribuyendo a la felicidad de mis demás herederos.”

Daniel lo recitaba de memoria. Y agregaba, sonriendo burlón: “Le estaré eternamente agradecido por esta bendición”.

Yo pensaba que aquel comentario tan lapidario de su padre, debió causarle dolor. No lo estaba bendiciendo. Lo excluía como a lo indeseable, a lo que no debe ser, a lo maldito. Pero no le dije lo que pensaba. Solamente lo escuché.

Era bastante mayor que yo. Aunque era un hombre joven, ya no era un muchacho, como decía mi abuela. Tenía treinta y cuatro años o sea que me llevaba dieciséis, lo que marcaba entre nosotros una considerable diferencia que saneamos enseguida suprimiendo el riguroso usted, como medida de acercamiento.
En una oportunidad le pregunté si estaba o había estado casado. Me costaba imaginármelo treinta y cuatro años soltero.

Me miró con sus ojos burlones y respondió sin titubear: “Es que soy de genio complejo”. “O sea que ninguna mujer te aguanta…” ironicé yo y él se puso a reír. “Yo soy el que no las aguanta” contestó. “Gracias por lo que me toca… En cualquier momento me vas a echar al demonio…” dije. “¿Por qué?… ¿Está en tus planes mudarte conmigo?” dijo él, fingiendo un asombro pueril que no sentía y una sorpresa que lo desconcertaba. Yo no dudé: “De eso se trata esto, Daniel… ¿recuerdas?”.

Él soltó una carcajada.

Esa faceta de conflictividad, sí se manifestaba en el trato con sus peones. Era excesivamente severo, casi despótico. Demasiado exigente para la masa de poca levadura con la que estaba condenado a hacer el pan. Los peones le tenían miedo, un miedo silencioso y carnívoro, que los enmudecía y corroía.

Había tenido hasta entonces pocas oportunidades de observar el fenómeno, porque tratábamos de vernos sin testigos, pero a veces, quizás por mi poco sentido de lo oportuno o por mi inclinación innata hacia lo trasgresor, había ido yo a buscar el oso a su madriguera.

Con aire casual había pasado a la vera de sus faenas rurales para contemplarlo de lejos en el trabajo rutinario, sin intercambiar saludos ( miradas siempre) y había podido notar yo la tremenda influencia que tenía él sobre sus gentes.

Los dominaba sin hablar, apenas con una mirada, con un gesto, con un ademán, en un ritual de silencio que confirma lo que es inapelable.
“Hazte la fama y échate a la cama” dice el dicho.

–¿Por qué están peleadas nuestras familias? –pregunté a mis hermanas y a Magnolia.

También le había hecho a Daniel esa pregunta y él me había contestado: “No sé… ¿Te importa acaso?”

Magnolia, legendaria de tan vieja, rememoró alguna oscura historia pasada, con todo tipo de condimentos pueblerinos que la enrare-cían más que clarificarla.

En realidad, el verdadero porqué no lo sabía, pero había escuchado que cierto Irala tuvo amoríos con alguna pariente mía, aunque no podían darse por ciertos como todos los rumores en los pueblos, cuando vienen de lejos.

—Cuídate entonces, Luisina, porque contigo seguro que no se casaría ni siquiera un hombre lobo. –me dijo Josefina.

Capítulo 4

Hechos y costumbres

Por Gavrí Akhenazi

A Daniel Irala no le había costado absolutamente ningún esfuerzo hacerse las composiciones de lugar necesarias como para comprender las anfractuosidades en el paisaje social de Villarrica.

Así, había estudiado en silencio todo, porque estaba acostumbrado a sentarse en el tiempo como en un sillón, mientras el mundo discurría en sus ojos atentos.

De la familia de León tenía sus propios apuntes, ya que le tocaban como de rigurosa vecindad.

Sabía por ello que don Huberto de León te-nía todas hijas mujeres, de las cuales cuatro estaban en edad de merecer.

Sabía además que Luisina, la cuarta y la cercana, nunca había tenido cómplices entre sus hermanas. Sí, se llevaba con unas mejor que con otras y con Josefina, la mayor, no se llevaba.

Cayetana, de la que siempre ponderaba la posición de moderadora como una actitud de vida, había sido la primera en alzarse con pretendiente.

Josefina, para no ser menos que Cayetana, había dado un veloz consentimiento a un galancete cuyo nombre era Faustino, que la rondaba como una mosca y al que ella había hecho blanco de todos sus desprecios hasta que de la noche a la mañana optó por él, como si no quedaran más hombres en la tierra.

Hasta fecha de boda fijaron en un apresuramiento asombroso.

Luego Josefina se encargó de dilatar aquel tiempo tan escaso.

Cayetana, en cambio, ya sea por su temperamento observador, dulce y apacible o por arte de magia, había cosechado la envidia de todas las casaderas del pueblo cuando Félix se presentó formalmente a sus padres, pretendiendo visitarla.

La sorpresa mayor se la llevó la misma Cayetana que le quería en secreto pero no esperaba reciprocidad de tan codiciado soltero.

Bernardina, la tercera, tejía novelas de amores fabulosos y esperaba por algún príncipe azul que, estaba visto, no vivía en el pueblo.

Daniel, desde ya, se había dado a sí mismo por descartado, porque, según Luisina, aquel príncipe azul debía cumplir a rajatabla varios requisitos indispensables para oficiar de tal: alto (Daniel sin ser bajo no era alto), rubio (Daniel era entrecano), de ojos azules ( los de Daniel eran negros) y blanco ( Daniel era bien morenito).

Luego de Luisina, continuaban dos hermanas más, Guillermina y Benjamina que aún no participaban del reparto.

Por el otro lado de Las Sombras, se extendía la propiedad de los Otaisa.

María Rosa Otaisa era la representante primaria de su enjundiosa familia, ya que su padre no estaba ya para cuestiones de ese tenor y prefería delegar en su hija (a falta de un hijo varón) el férreo manejo de la fortuna familiar.

Todos la llamaban «La Dueña». Inclusive en el pueblo, su fama de ser poderoso la ungía de un extravagante halo de poderío, que sumado a la fortuna capaz de adquirir todo lo comprable –conciencias y morales incluidas– la volvían temible y dictatorial.

La de Villarrica era una sociedad convencional y estrecha.

Cuatro o cinco apellidos poderosos, dirigiendo un rebaño de ovejas y obsecuentes, cuando no, temerosos de perder los escasos flacos favores que cualquiera de aquellas familias concedía más próximos a una compra de voluntad que a una limosna.

Por muchas razones Daniel Irala se mante-nía apartado del núcleo y si accedía a negociaciones, las llevaba a cabo directamente con don Fausto Mirándola, que hacía las veces de banquero, prestamista, corredor inmobiliario y facilitador de enjuagues diversos que beneficiaran a los que debían beneficiar.

Como en la mesa del rico Dios tiene siempre un plato caliente, el cura usufructuaba las bondades del confesionario para codirigir los destinos de la comunidad desde un razonable sitio de poder sin que se le notara demasiado a su piedad cristiana.

La atención de Irala, entonces, se había centrado especialmente en la de la «niña Otaisa», porque, en realidad, la atención de ella se había centrado en él, que no participaba de su pequeña sociedad de ganancia y poder y parecía decididamente obstinado en arruinarles gratificaciones que ellos se consideraban con derecho a recibir.

Menos Huberto de León, que parecía el más periférico de los adinerados y al que se le veía en general una cuota de mayor humanidad, los demás estaban tan nerviosos como expectantes frente a la irrupción en la estática escena pueblera, de este Irala venido de la nada, ya que de la familia Irala no quedaba ni el banco de la iglesia que les correspondió en sus épocas de esplendor.

Había llegado con un testamento y unas escrituras que debieron los interesados en repartirse Las Sombras, dar por buenas, ya que se notaba claramente su legitimidad.

Todos habían esperado que jamás aparecieran de nuevo los antiguos dueños, así que lentamente habían comenzado a avanzar sobre las tierras, un poco cada día.
Los Otaisa fueron los más perjudicados con la aparición casi fantasmagórica de aquel personaje tan hosco como misterioso.

Como no se andaba con vueltas de ninguna clase, lo que les había tomado su tiempo paciente invadir, debió ser desalojado a toda velocidad.
María Rosa, sin embargo, pensó que la mejor estrategia era la que ella mejor sabía usar.

Así como era de cruel, era de hermosa.

Tenía una cabellera rubia, voluptuosa como si la envolviera una espesa luz de sol y ojos grandes, azules y rasgados, además de una figura que alborotaba mal a los varones. Se le habían conocido muchos. Se entretenía una temporada y luego los despachaba.

Dos se suicidaron cuando ella los abandonó como a un pelecho de fruta. A otros les sacó el jugo como hacen las arañas, hasta que se quedaron secos.
Con todas sus artes, comenzó la campaña para atraer al díscolo al redil.

La primera vez que lo vio, no pudo creer que ese moreno tan mal entrazado fuera el extraño Irala del que hablaban todas las lenguas.

María Rosa no pudo con su asombro.

Se había imaginado de cualquier modo al Irala, menos como en realidad era.

Se quejó con Nieves “que un hombre de su poder y fortuna no puede andar hecho un estropicio por el mundo, como si fuera el último de sus criados”. “Que un hombre con su poder y su fortuna no puede andar arreglando él mismo sus asuntos a cuchillo, como si no se pudiera pagar un secretario que se los arreglara”.
Nieves, su criada personal, le preguntó si era guapo.

–Ni siquiera me saludó cuando nos encontramos en lo del Licenciado Alamandós –se quejaba ella recordando la escena.

«¿Sabes quién soy?» lo había enfrentado ella.

«No me interesa» le había respondido él.

Esa noche, María Rosa no durmió.

Estaba enfurecida y desconcertada.

No le parecía posible que el Irala, con la animalidad que ella podía intuir que lo habitaba, no se detuviera un instante a considerarla como todo el resto de los mortales masculinos la consideraba.

Mandó a averiguar si era casado, si vivía con alguna mujer, si le interesaba alguna mujer o “si era así de raro, nomás”. Porque ella sabía el estrago que hacía en los machos mejor plantados y éste, no la consideraba ni siquiera para preguntarle el nombre.

“Maldito orgulloso” mascullaba en la intimidad, mientras Nieves le cepillaba su espléndido cabello “¿Juegas, eh? … Ya te veré venir como un perrito a que rasque tu cabecita…”

La respuesta de Bravo, su capataz, que anduvo de averiguaciones hasta que ya no le asistieron dudas fue: “es de raro , nomás”. Y le contó lo que el pueblo decía y que ella ya ha-bía oído. “Una gran cantidad de fábulas inútiles, en las que no cabe la mirada de los ojos del Irala” lo cortó María Rosa, porque la fastidiaban los inventos de las comadres.

Fabricó toda clase de excusas y reuniones. Cursó todo tipo de invitaciones a fiestas y convites. Reunió cien veces a la más rancia sociedad de Villarrica, intentando unir el agua y el aceite.

El nunca llegó.

Apostó vigías que le avisaron si aparecía por el pueblo. Pero cuando ella llegaba, él ya no estaba.

La cacería se volvió una obsesión para Ma-ría Rosa, que no hallaba resignación. Para ella era absolutamente imposible no poseer lo que se le antojaba. Y más imposible aún le resultaba entender que lo que se le antoja no tuviera interés en ser de ella, que era el objeto de deseo de todos los hombres de Villarrica.

Cuando uno de los hombres de Bravo llegó diciéndole “que al caballo del Irala se le aflojó una herradura y está en lo de don Berto, esperando que se la compongan”, María Rosa salió corriendo.

Desde la boca de la calle lo vio.

Estaba sentado en unos maderos, distraído en quién sabe que pensamientos, jugando a arrojarle piedritas a las gallinas que comían granos esparcidos y aburrido de esperar que llegara el herrero.

María Rosa avanzó por la calle, fingiendo una casualidad.

Pasó frente al Irala y dudó si detenerse a saludarlo o jugar su juego de indiferencia.

–¿Andas de apuro , doña?… –escuchó ella que le decía él, mientras iba pasando y sintió de repente el tirón firme en su brazo, que la atrajo violentamente.
Casi la arrastró al interior del galpón, donde se agolpaban piensos y caballos y caía un sol a monedas sobre el aire brillante en el que danzaban partículas de polvo.

–¿Estás detrás de mi … o me parece? –le preguntó el Irala, mirándola con una sonrisa maliciosa.

–¿Cómo se te ocurre? –protestó María Rosa, intentando desasirse de las manos que la sujetaban con fuerza contra el cuerpo moreno, sin permitirle muchos movimientos– Suéltame, bruto… ¿Qué te está sucediendo?

–Lo mismo que a ti –le respondió el Irala y la acorraló contra los fardos de pienso.

Se le apoderó de la boca, de los pechos erguidos que temblaban, de las nalgas bajo las faldas y los calzones, como si ella no tuviera voluntad.

María Rosa lo sentía adherirse a ella, pegarse frotándose. Su olor a animal, a jugo verde, a limón y gramilla, se fundía con sus perfumes caros, mientras se mezclaban sudores y ja-deos calientes encima de las bocas y salivas y lenguas.

–¡Suéltame! –exigió, porque le pareció que le estaba regalando demasiado territorio al invasor y permitiéndole un avance desorbitado sobre ella, que deseaba el privilegio de avanzar sobre él y conquistarlo.

Irala la tomó por el cabello con una mano y por el mentón con la otra. María Rosa sintió los dedos hundiéndosele en las mejillas y los ojos quemándose en los suyos. Peleó.

Nunca la habían maltratado. Nunca la ha-bían sacudido por el cabello como ella remecía a sus sirvientas. Nunca la habían sujetado hasta casi ahogarla por el cuello, como ella había visto que Bravo le hacía a los díscolos. Y nunca la habían sometido por la fuerza.

Se arqueó, con un gemido largo de animal malherido, ya sin forcejear contra el cuerpo violento que se hundía en el suyo.

Le diría luego a Nieves, mientras se quitaba los restos de polvo y pienso de la piel, queriendo arrancarse el olor a hierba y a limón, que “definitivamente ese es el varón que quiero”.

Cuando la soltó, María Rosa todavía temblaba.

El placer le estremecía las entrañas y los labios y le agitaba de gemidos la respiración. Se recompuso, acomodándose las faldas y el cabello y volviendo a ajustar a sus formas el corpiño.

Sentía los labios hinchados y mojados de besos. Le ardían los pezones erguidos y entre las piernas le palpitaba el sexo un estremecimiento que le chorreaba jugo por los muslos.

El ni siquiera se ocupó de ella.

Se fue hasta el barril de agua y metió la cabeza para empaparse los cabellos, levantándolos después con una sacudida, mojados. Se le adhirieron a la nuca y al rostro.

María Rosa no supo que decir.

Salió casi corriendo del galpón, llevándose como una estela el olor a limón y la brujería de los ojos.

–Oye María Rosa…Cuando quieras… –escuchó que le decía él, riéndose, mientras le arrojaba una piedrecilla brillante, como a las gallinas del herrero.
María Rosa se detuvo.

Iba a responderle alguna cosa. A jurarle venganza o a mirarse otra vez en sus ojos.

No pudo hacer ninguna de esas cosas.

La furia se le quedó atragantada cuando el caballo gris pasó al galope a su lado, develando que las reglas del juego eran distintas.

El detuvo el caballo varios metros adelante y la miró subir desde arriba la callecita empinada y terrosa.

Cuando la tuvo cerca, empezó a darle vueltas alrededor, en un alarde de rienda, obstaculizándole los pasos y el avance.

–¡Basta , maldito seas!  –le gritó María Rosa, deteniéndose al fin, atrapada en el círculo del caballo que le daba vueltas y vueltas encerrándola.
–Sube…te llevo… –le dijo él y la arrancó del suelo en la curva de su brazo, para acomodarla de través en la montura, como si la raptara. Ella aceptó el brazo fuerte alrededor de su cintura y se acomodó contra el pecho caliente.

–¿Te regresaron los modales, animal? –le preguntó.

Los ojos de negros la miraron.

No le respondió.

El caballo entró al pueblo bajo la resolana del fin del mediodía y se detuvo ante el amplio portal de la casa, que en el centro del parque se veía enorme y magnífica.

Como la había subido a la montura, igualmente la depositó en tierra.

Ella quiso decirle “quédate, no te vayas” pero solamente lo miró, alejándose al galope por el mismo camino.

Jordana Amorós – España

Nihilismo

Aovillarme
es todo lo que hoy me pide el cuerpo.
Sumirme en el placer del nihilismo.

Vivir…
Vivir sin más,
sin molestarme
en buscarle un por qué al hado absurdo
de existir masticando la congoja
de ser burda materia que suspira
por trascender,
por ser iridiscente
aleteo en el aire, que trastoca
universos perdidos y es pálpito que crea
el caos necesario.

Entregarme a la plácida desidia
de respirar,
gozando del instante
lo mismo que la hierba, que se esponja
bajo la carantoña de la lluvia
y agradece cualquier deleite mínimo
que sin querer la vida le regala.

Ser solamente
un ser elemental, emancipado
de sus mil soliloquios, que rumian
soledades y agravan
el silencio con ecos de derrota.

Regresar al estado venturoso
que tenía en el vientre de mi madre
donde un don de quietud era infalible.

Y dejar de pensar…
Y dejar de sentir, si se pudiera.



El día de los lúcidos

Alguna vez
tenía que llegar a reclamarme
el día de los lúcidos.

Hoy sí
voy a mirar de frente,
por fin voy a atreverme a vislumbrar
lo que vale la pena,
a dejarme
tentar por el peligro
de la vida exultante que deflagra
ante mis ojos secos.

A subvertir la historia y a lograr
que campen a sus anchas en tropeles
las mariposas blancas sobre mis prevenciones.

Porque yo sí que sé
qué color tiene el miedo, pues lo he visto
enturbiarme el fulgor de la mirada.

Astillarme en los labios la sonrisa,
asaltarme el latido, hasta volverlo
una insana cadencia que acongoja
y abruma el corazón.

Porque yo sí que sé
cuánto puede pesar sobre los párpados
un tenue velo de desesperanza.

Voy a mirar de frente,
a buscar
la verdad,
esa que dicen todos,
que siempre duele y que nos hace libres.
Valdrá la pena desangrarse a cántaros,
llorar sobre las ruinas que contemplas
y redimirte en tus contradicciones.

Y ver cómo amanece
más luminosa y clara la mañana.



Designio

No se entretiene el viento en la cintura
del sauce, ni se enreda en su ramaje,
los acaricia, en breve travesura,
con sus dedos de brisa y sigue el viaje.

No se ensimisma el río en el celaje
de su orilla bucólica, procura
discurrir, susurrándole al paisaje,
hacia la mar, buscando otra aventura.

Los astros, suspendidos en el cielo,
no saben de quietud, son un revuelo
de azares enfrentándose a su suerte.

¿Y quieres tú, espíritu inaudito,
contrariar el designio de este rito
del cambio universal y detenerte?

Sabido es que lo inerte
lleva sobre la frente un nombre escrito
con escarcha y es muerte, muerte, muerte.

Sobre el buen convivir » Por Gavrí Akhenazi

¿Qué sabemos acerca de Leonardo Da Vinci? Que fue un gran genio, que pintó La Gioconda y La última cena. Pero no sólo fue un pintor, también fue ingeniero, arquitecto y anatomista.

Lo imaginamos un hombre con una personalidad absorta, abstraído, meditando acerca de sus complicados experimentos. Pero no era esa su personalidad, en realidad, Leonardo, era un hombre con los pies sobre la tierra, lleno de sentido común y consciente del entorno que lo rodeaba, como del tiempo en que le tocaba vivir. No por nada fue la “gran” figura del Renacimiento, período que marca el nacimiento del mundo moderno.

Tanto fue así, que mientras trabajaba, como Maestro de Banquetes (una de sus más queridas profesiones), para Ludovico Sforza, Gobernador de Milán, observó el comportamiento del Gobernador y de sus invitados en la mesa. Leonardo redacto uno de los primeros catálogos de “Modales y usos en la mesa”, donde aconsejaba y reflexionaba:

“… me parece indigna de los tiempos presentes la costumbre de Mi Señor de limpiar su cuchillo en la ropa de sus compañeros de mesa. ¿Por qué no lo hace, como el resto de los miembros de la corte… en el mantel?”

Catálogo de “Modales y usos en la mesa” de Leonardo Da Vinci

“…Hay ciertos procederes indecorosos que debe evitar todo invitado, y para esto me baso en las observaciones que realicé a lo largo de los últimos años:…”

  • Ningún invitado ha de sentarse sobre la mesa, ni de espaldas a la mesa, ni sobre el regazo de cualquier otro invitado.
  • Tampoco ha de poner la pierna sobre la mesa.
  • Tampoco ha de sentarse bajo la mesa en ningún momento.
  • No debe poner la cabeza sobre el plato para comer.
  • No ha de poner trozos de su propia comida de aspecto desagradable o a medio masticar sobre el plato de sus vecinos sin antes preguntárselo.
  • No ha de enjugar su cuchillo en las vestiduras de su vecino de mesa.
  • No ha de limpiar su armadura en la mesa.
  • No ha de morder la fruta de la fuente de frutas y después retornar la fruta mordida a esa misma fuente.
  • No ha de escupir sobre la mesa.
  • Ni tampoco de lado.
  • No ha de pellizcar ni golpear a su vecino de mesa.
  • No ha de hacer ruidos de bufidos ni se permitirá dar codazos.
  • No ha de poner los ojos en blanco ni poner caras horribles.
  • No ha de poner el dedo en la nariz o en la oreja mientras está comiendo.
  • No ha de hacer figuras modeladas, ni prender fuegos, ni adiestrarse en hacer nudos en la mesa (a menos que mi señor así se lo pida).
  • No ha de dejar sueltas sus aves en la mesa.
  • Ni tampoco serpientes ni escarabajos.
  • No ha de tocar el laúd o cualquier otro instrumento que pueda ir en perjuicio de su vecino de mesa (a menos que mi señor así se lo requiera).
  • No ha de cantar, ni hacer discursos, ni vociferar improperios ni tampoco proponer acertijos obscenos si está sentado junto a una dama.
  • No ha de hacer insinuaciones impúdicas a los pajes de mi señor ni juguetear con sus cuerpos.
  • Tampoco ha de prender fuego a su compañero mientras permanezca en la mesa.
  • No ha de golpear a los sirvientes (a menos que sea en defensa propia).
  • Y si ha de vomitar, entonces debe abandonar la mesa.

Extracto del Protocolo de Ceremonial redactado para Ludovico Sforza por Leonardo Da Vinci