Un escritor que se precie debe tener su estilo propio, o sea, un sello distintivo que no resulte una copia del estilo de otro autor. Es lógico que en los comienzos se produzca cierto mimetismo con los autores de referencia y, por esta razón, los trabajos presenten ese aire a “esto ya lo leí”, pero eso forma parte del proceso de aprendizaje donde paulatinamente, al afianzar conocimientos, se irá logrando una voz con mayor identidad. Esto suele ocurrir hasta tal punto que incluso si el escrito no apareciera firmado podríamos reconocer a su autor por los rasgos inherentes a su forma de expresión.
Pero no caigamos en la trampa de pensar que logrado este estilo único e inconfundible los trabajos tienen necesariamente que ser buenos; aquí el talento tiene mucho que decir pues también se puede reconocer a un autor por la mala calidad de su obra. En este punto muchas veces el cine ha contribuido a elevar el nivel de una pésima obra literaria que, trascurridos años y años, sigue ocupando un buen puesto en las estanterías de cualquier librería.
En cuanto a la poesía, surge una corriente que avanza cada vez con más fuerza por las redes sociales, y que, cargada de snobismo, apunta en la dirección del “todo vale”, anclada en la creencia de que innovar consiste en componer obras llenas de palabras malsonantes, en cortar los versos aleatoriamente, o en apelar a construcciones sintácticas que pecan mucho más de desconocimiento que de novedad. Estos autores, normalmente, carentes de autocrítica, ignoran que para romper las reglas hay que conocerlas y que es necesario labrarse un criterio sobre lo que es gato y lo que es liebre porque en caso contrario quedarán anclados en ese estilo de tercera.
En Ultraversal pretendemos que cada autor logre expresarse con voz propia, o al menos que alcance su techo para desenvolverse de una manera digna, tanto a nivel teórico como práctico. Unas veces el proceso de consolidación es rápido y otras más lento, pero siempre edificante. Pensando en ellos, en los que empiezan, resultan muy útiles las lecciones de preceptiva que vamos incluyendo número tras número.
En esta ocasión, igual que en las ediciones precedentes, ofrecemos una amplia diversidad de voces.
El día que me sangre la boca por tu nombre llegará el fin del mundo llegará como llegan las cosas presentidas con una carta, un rito, un último hundimiento.
Se hará, quizás, de sangre mi saliva y sangre correrá despacio hecha sudor o lágrima o esperma quizás también insulto por todo lo sangrado anteriormente.
Pero no importa el borde de las cosas. Solamente ese fondo a corazón abierto es capaz de cavar la tumba con sus uñas y liberar un pájaro que no quiere vivir en este mundo absoluto y ridículo.
Que me lleguen las venas a la boca el día que me corte los labios con tu nombre y la lengua y el alma y los testículos. Y me castre por fin las ganas de estar vivo donde no sirvo a nadie.
Si me muero en tu sangre algún crepúsculo … odio los crisantemos.
Gavrí Akhenazi
Y ahora ¿qué me queda? Vagar entre tus cosas como un fantasma blando que arrastra su sollozo entre tus versos tus libros, tus canciones, tus nostalgias y la mía, de vos, eternamente.
Qué me queda del día de las risas más que este gesto amargo pintado con cenizas y con niebla de pájaros que huyen hacia nadie.
Otra vez amputada luciendo este muñón de carne viva que espera en un alarde de estoicismo por otra cicatriz que no se forma.
Al final, soy toda cicatrices. ¿No te das cuenta que es terriblemente idiota morirse sin cumplir cincuenta años? Pa…maldita tu ocurrencia.
Eva Lucía Armas
Quién hará del desierto un vergel de vocablos ahora que negándote a tí mismo me adelantas un mar de soledades. Quién, que no seas tú, mi Señor de los Tristes, me gritará en los ojos, mientras calla la eternidad entera.
Me vas a seguir dando aunque sea un suspiro, una arcada, un ahogo, la apertura del ojo a la mañana herida, un pensamiento lúcido, un instante de rebeldía endógena que entronque con la médula del aire que te une a nosotros en la ausencia final.
Ya lo ves, porque sé que lo ves, me guardo las promesas, las lealtades todas, tu boca de cristal que lleva tantos días jugando al escondite con la muerte con tal de seducirla, como a mí, como a tantas, que cruzaron tu vida hipnotizadas por esa voz caliente de tragedia.
(Pobre muerte, ma vie, no sabe con quién juega).
Yo sigo en Vendavalia y no tuerzas el gesto que no pienso ejercer de plañidera
(siempre te dieron asco las lloronas que no ponen remedio a sus desdichas).
Hoy no ha salido el sol y se me agrisa el alma pero oyendo tus pájaros, te siento, así que ya lo sabes, queridísimo loco —esta vez no te sales con la tuya— para mí no te has muerto.
Morgana de Palacios
Eterno Requiem.
Ahora mismo quisiera recitarte poemas como entonces. Ver caer sobre el mar aquella lluvia que calaba tan hondo en nuestros cuerpos. Poder tomar tu nombre entre mis manos y grabarlo sin prisas en mi piel cuando duele el poniente de febrero.
Ahora mismo que pronuncio tu nombre como un salmo la creación entera se pone de rodillas para abrirte el hueco que merece tu universo.
Mis manos balbucean y siento que el amigo es un requiem eterno que me llora por dentro. Y me quedo callada mientras sigo buscando los porqués a esta nueva manera de perderme contigo en el recuerdo.
Pero sigo buscando el rayito de sol —como decías— con palabras que nacen de lo hondo y edifican por dentro el corazón.
Vivirás siempre en mí por llevarme la mano en el camino. Jamás estarás muerto.
Firmado y rubricado por tuamigadelalma de los ojos azules
Isabel Reyes
Horacio, Salvador, dos veces Alejandro, y Aragón, y Sahoud, y Ángel de la Niebla, y Zugzwang, cuántos nombres, cuántas formas distintas de nombrar al amigo, de llamar al poeta.
La tinta gris del chat, la tinta azul del foro, el avatar heráldico que le regaló ella; el escueto discurso de las charlas nocturnas y la prodigación en sus mejores letras.
Registros, los registros en tus discos a salvo, registros en la Red -al pulsar de una tecla- de la alta poesía, de la prosa sangrada, de la flagrante crítica que derriba y enseña.
Me llevo otro registro (y yo soy el soporte), el registro más hondo y el que más me consuela: la huella memoriosa que al pasar por la vida algunos pocos hombres en el alma nos dejan.
Gerardo Campani
Muerdo túnicas en el silencio al extirpar una palabra de todas tus sombras, bajo pliegos de auras sobre lunas y soledades. Enlazo en las estrellas su letargo a tu ausencia, para colgar al hombro esa luz sin tus ojos, esas semillas de alientos y esas raíces de tus dedos. Ahora con lágrimas de ríos, abro los caminos del alma entre el lodo y las huellas, quizás pintando un embrión de tus versos en un poema, quizás para llegar a mis labios y dejarme mudo de asombros.
Leo Fabián Zambrano
Comienza aquí tu luz. Aquí comienza el eco de tu voz en los paisajes como un grito sin fin en el recuerdo.
Comienza aquí la historia no contada, el final nunca escrito en los andenes donde alzaron sus vuelos los pañuelos.
Tuvo que ser así, con tanta magia demoledoramente redimida labrando sin cesar en las llanuras los últimos ocasos de febrero.
Tuvo que ser así, como fue siempre que inventaste en un verso las estampas que se quiebran al bies de los cristales, mientras pasan los trenes del invierno.
Enrico Espino
Es duro ser escéptico cantas tu dolor en un violín que sangra de las cuerdas
que lo engrandecen.
Héctor Michivalka
A golpes de badajo que al luto nos congrega va la tarde morada y las palabras secas y los ojos mojados mas el alma serena y el corazón alegre porque te siente cerca, que no nos has dejado que eres polvo de estrellas que se posa en nosotros y en nosotros se queda. Yo no quiero llorarte, hacer de plañidera; trascendiendo la vida vuelves tu vida eterna y poco a poco, amigo —será corta tu espera—, a golpes de campana con las puertas abiertas nos irás recibiendo cuando llegue la fecha que habrá de reunirnos para escribir poemas o todas esa prosas que nuestras vidas cuentan. ¿Qué más puedo decir para burlar mi pena, para que no se note que todo esto es tristeza?
Idella Estevez
A retazos. Sólo con la palabra. Con un nombre quizá envolviendo la música. Con un cuchillo hondo, plenamente clavado más allá de la sangre. Con los ojos del hijo que le arañan donde crece la vida, camina en el perfil de las horas. No hay tiempo cuando Alejandro viene y va y aún vuelve y gira entre verbos y espacios consagrados y entre amaneceres totalmente dispersos como su voz ahora, como su mano ahora; al igual que sus labios, que ya son nuestro enigma y son nuestro silencio y nuestro son y el canto que nos mostró en la sombra. Y con él nuestros pies, dibujando su arena, y nuestro lloro, un río, donde se lava entero de esa muerte maldita que le muerde; y así, con nuestras flores, se dibuja parterres en la carne y le brotan olivas de los ojos y un madrigal de pájaros le anida entre las cejas.
A retazos, partiéndose, donándose de nuevo como hizo en la vida, y siendo nuestro amigo hasta el fin de los mapas y las leyes.
Dolors Alberola
Contemplo las espigas del alba: el viento las mece sin ti, ágil canto ido en la prisa de las horas; haces que germinen lirios en mis ojos, me vistes de madreselvas y corales, me alistas de armaduras y de guerra.
De espaldas al cielo que me ignora siembro flores en tu lecho, mis brazos buscan tu soledad inagotable. Te faltaban por contar tantas estrellas…
Pesadas piedras de mi mente: molino que rueda en un ayer de memorias circulares. Busco, en su doliente girasol, el dulce timbre de tu voz de bronce, la liviana herramienta de tu abrazo.
Bello ingenio —antifaz del tiempo—, mueres, y aún así vence tu ausencia.
Humedad terrosa y fértil, guardiana de sueños duraderos, muéstrame hacia dónde se marchó en silencio.
Ando tras la huella de sus pasos mortales.
Antonio Rojas
Dónde estarás ahora? Cómo encontrarte si la luz que iluminó esa ruta siempre fue tu mano extendida? Nos ha embargado tu frío al reunir tus recuerdos. Dónde estará tu voz? El silencio, que reclama tu nombre, al acercarse a nosotros se nos ha ahojado en la mirada. Es irreal la noche, pero parece buscarte. Hacia atrás hemos mirado. Es que tal vez, tan sólo, te has detenido un momento viendo sonriente cómo nosotros verificábamos si nuestros pasos, alguna vez, serían tan grandes como tus huellas. Ven, amigo, ha de quedarte algún poco de tiempo sobre los hombros. Continuemos juntos el viaje.
Edwin Solano Reyes
Escribo poquito a poco cuando la risa se espera cuando se aleja la pena cuando del alma las voces hacen nacer el poema.
Escribo desde la sombra de un álamo en la pradera de una nostalgia en la hierba de alguna una luz temblorosa si las lágrimas se espesan.
Si muere la primavera si el amor ya no está cerca si mirando hacia mi izquierda el tuntún de unas esquinas vienen y me traen fuerza.
Más quisiera morirme escribiendo un poema como escriben los buenos, los valientes, los poetas.
Como Alejandro y Villena yo quisiera morirme… como muere un poeta.
Gloria Forasté Giravent
Ojalá (Silvio Rodríguez)
Ojalá que las hojas resbalen por tu cuerpo cuando caigan para que así las puedas convertir en cristal. Ojalá que la lluvia regrese a ser milagro que baja por tu cuerpo. Ojalá que la luna vaya pronto a por ti. Ojalá que la tierra te devuelva los pasos.
Ojalá que retorne tu mirada constante, tu palabra precisa, tu sonrisa perfecta. Ojalá pase algo que te traiga de pronto: una luz cegadora, un disparo de nieve.
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte, para no verte tanto, para no verte siempre en todos los segundos, en todas las visiones: ojalá si pudieran tocarte mis canciones
Ojalá que la aurora no dé gritos que caigan en mi espalda. Ojalá que tu nombre no la olvide mi voz Ojalá las paredes retengan tu sonido de camino cansado. Ojalá mi deseo se vaya tras de ti, a tu nuevo gobierno de difuntos y flores.
Teresa Vento
No sé por qué te cuento si tú lo sabes todo sobre estas cosas, pero de vez en vez, de tarde en tarde, me dan ganas de venir pausadamente —como una insidia— para dejarte un fárrago que ya conoces. Quizás, te contaría, que aquí vuelven las voces extranjeras para llenar mis playas de bellas sombrillas de colores, de pieles blancas en los bares, de expuestas damas entre las dunas o te diría, aunque lo sabes, que alguna vez [subrepticiamente] regreso a tus lugares y sin pensarlo te escribo en los cristales algunos fárragos por si fuera que fuese que no estés haciendo nada y te distraes.
J. Azimut
Torrenteras sin cauce bañan hoy los cristales más profundos, los espejos que aún traduce el alma porque la pena rueda más allá del hueco de tu ausencia, cuando paseo por tus versos y, sin alzar la vista, me muerde la impotencia del tiempo adormilado, punzante sentimiento que buscando las huellas del silencio te nombra y al hacerlo me dice:
no esperes más palabras, están todas aquí.
Leo, leo y te leo…
Y al levantar la vista, presiento la gran fiesta que han de tener ahí,
al otro lado.
Alcya Miguele
Ahora me pasa que no hallo palabras que no estén significadas en algún extremo loco de geografía literaria que contenga tus pasos y los de esta música.
Va dejando una estela en tu perfume —adviertes— como encargándote de que no exista el nunca en que te olvide.
¿Acaso puede un corazón desoír ese pálpito de folcklore, sonata o jazz que le ha respirado más allá del infinito nombre en que te quedas amigo, hermano, padre, poeta amado? porque para mí no habrá suficiente música con que interpretarme en un ¡Gracias! y ser tu farfallina sul fiore di sangue.
Solange Schiaffino
Llora el bandoneón y llega un rumor de tango dulce y lastimero como un poema de amor inmortal, hermoso y frágil como un recipiente de alargado cuello celeste… Infinitas cosas lo evocan y él evoca infinitas cosas. Y llora el bandoneón por el guerrero que duerme. Y era de barro y era de viento y la palabra sangraba belleza en su pluma eterna. Sacó oro del estiércol, amor del odio y nobleza de la inquina. Era sobre todo, un levantador de almas. Se han quedado solos todos los pájaros. Se han quedado más solos Los Solos.
No creí
que volvería a estar enfrente de ti
dibujando historias en mi mente,
colgado de un planteo imaginario,
dudoso, pero tan real en mi sangre,
mientras tú abrazada a tu guitarra,
vibrando las cuerdas en antiguas melodías,
me devuelves a un pasado
del que nunca salí del todo ileso.
Es así
que miro a través de mis temores,
de mis heridas secretas que no adivinas
ni en tus sueños más lúcidos,
de mis ansias por alcanzar
un pedazo de lo que a ti te roza
en esta desavenencias de destinos
que marcan el ritmo de nuestros pasos,
en donde ya no sé si eres tú la que se aleja
o soy yo el que se marcha.
No bastan
No bastan las cosas que crees suficientes,
cuando lo que haces no roza
el precipicio de lo imposible.
No bastan los momentos vividos,
cuando lo que el corazón reclama
es morder el polvo con violencia,
a fuerza de insistir y agotar las posibilidades.
No alcanza con decir un nombre que te incluya,
cuando estás imposibilitado
de encontrar el tuyo propio
en la maraña de ecos que te perturban,
ni bastan los adjetivos,
los pronombres, los verbos,
si el predicado pierde conexión
con el sujeto de tu llama eterna.
Tampoco bastan las heridas de una emoción pasajera,
desde que eres incapaz de sangrar por dentro,
y aun así, recomenzar otra vez,
ni romperte en mil pedazos,
si no puedes reconstruirte en el día a día
de tu constante caminar.
No basta el hastío de las lamentaciones,
si no te decides a marcharte para permanecer,
ni ganar soledad para generar compañía.
No basta la torpeza de perder para caer,
cuando desconoces que la derrota
la podrías convertir en victoria.
No bastan.
Distancia
Al fijar en un punto mi mirada
puedo ver la distancia que divide
el dolor masticado en soledad,
de lo que se desprende de esas cosas
tan nuestras, que aunque extrañas
entre sí, se parecen.
Siento lo inalcanzable
y el anhelo interior de seguir,
aun al precio cruel de abandonar
uno por uno todos mis arraigos
en el altar de cada huella sobre la arena.
Y a mitad de camino
entre lo que fue y lo que no será,
sabiendo que transito un viaje interminable,
percibo el brutal ritmo, el que ha sido forjado
por nuestros prisioneros, que amos de nuestras penas
necesitan mostrarnos lo que aún no alcanzamos,
que con lejano grito impulsan a cruzar
el desierto y la noche más oscura,
el frío y el calor,
el cansancio y la sed,
para dejar de ser tan sólo sensaciones
y erigirse inmutables en partes de la puerta
por la que pasaremos desnudos ya de heridas.
Esas marcas
Esas marcas que llevas en las manos
y que muy pocos sabrían leer,
no fueron consecuencias de andar por ahí
cazando vientos en tardes de lluvia.
Más que nada, más que todo,
ellos se plegaron a ti porque eres
más que un simple recuerdo que se autoalimenta.
De ser, polvareda que se levanta,
espinas que se clavan y tiempo
como eterno devenir.
Nadie lo ve, todos lo sienten,
el azul de un crepúsculo cuyo sol
ha perdido su pigmento,
para cedértelo a ti,
a tu espejo de plata incorruptible
que refleja el oro de tus mil pétalos solitarios.
Me rompe,
me despierta de este sueño imposible,
de esta soledad que bebe de una lejanía de frío
que desmaya su alma de tumba y silencio.
Muero hasta que me ves y me tiendes
esas manos, esas marcas, ese tiempo,
esa forma definida por contornos
de geometría antiquísima,
y entonces no sé lo que en mí nace.
La abuela Severiana era bajita y bien plantada. Vestía a la vieja usanza, con su chambra y su toquilla y sus interminables sayas bajeras y encimeras. Un elemento esencial en su indumentaria era el pañuelo, prenda que solo se quitaba para dormir. Atado debajo de la barbilla, caía airoso por detrás formando un pico a la altura de la espalda, con ligeras variaciones que dependían del humor de la abuela: hacia atrás cuando estaba de buen talante, descubriendo su frente ancha y la raya que separaba simétricamente las dos mitades de su pelo, pero en los días de migraña, echado hacia delante, formando una especie de visera encima de los ojos, detrás de la cual se parapetaba sin decir ni mu hasta que se le aclaraba la jaqueca.
Esta dolencia le venía a ramaladas y coincidía –según ella— con la aparición de “La Caballería” en la Campiña, unos nubarrones blancos que se encaramaban en las montañas y traían con ellos un ventarrón seco y frío de mil demonios. Así que “La Caballería”, el viento y la jaqueca de la abuela estaban en estrecha relación y aparecían y desaparecían simultáneamente. Un delantal remataba la vestimenta, atando su cintura breve y perdiéndose en lazadas en los innumerables pliegues de las sayas que llegaban hasta el suelo, descubriendo apenas unos pies diminutos.
Debajo de la chambra la abuela llevaba el justillo, que solía colgar en el cabezal de la cama cuando iba a dormir y que se colocaba laboriosamente por las mañanas, estirando las cintas una y otra vez hasta juntar los extremos de la prenda.
La abuela vestía de negro y tenía, eso sí, su ropa para los días de cutio, de un negro apimentonado y desvaído, y la ropa que se ponía las fiestas de guardar y que solía meter otra vez en el baúl cuando venía de misa.
En su cara redonda, destacaban la nariz respingona y los ojos claros salpicados de motitas negras. En la boca le blanqueaba como único superviviente un diente que había formado un surco en el labio inferior. Los otros dientes los había perdido la abuela en su juventud, siendo moza de labranza en un pueblo por detrás de La Campiña: una mula se los mandó al tragadero, esta era la expresión de la abuela cuando lo explicaba, como si aún recordara el impacto de la coz: “No sé cómo no me quedé en el surco” –decía. Pero sola y a mucha distancia del pueblo, se lavó en un cubito, se apretó la boca con el pañuelo para impedir la salida de la sangre y no perdió el jornal.
Su carácter férreo y voluntarioso permaneció incluso cuando le cogió la chochera y contrastaba con una ternura enfermiza y desmesurada que sentía por nosotros. Acobardaba a mi madre, menos enérgica por naturaleza, e incluso a mi padre que nunca se atrevió a volverle los ojos. Fue, mientras vivió, el mejor aliado que tuvimos; era como tener a alguien que siempre estaba de tu parte, incondicionalmente. Y si alguna vez a mi madre se le escapaba la mano, porque éramos todos de la piel del demonio y la volvíamos loca, salía la abuela: “¡Madrastrona, que eres una madrastrona! ¡Me valga Dios…! Parece mentira que los haigas parido” Y nosotros, parapetados tras las sayas de la abuela, cruelmente conscientes del poder de sus intervenciones, minábamos una y otra vez la paciencia de mi madre.
La abuela Severiana era miope, aunque nunca llevó gafas ni la vio un especialista, eso no encajaba con ella. Tuvo siempre una atracción irresistible por la letra impresa y leía todo lo que encontraba, acercándose a las letras hasta taparse prácticamente los ojos.
Los periódicos llegaban al pueblo con el consiguiente retraso, pero la abuela los leía y releía sin importarle la mayor o menor actualidad de las noticias. Estaba al tanto: “Hoy no ha venido el papel “ –decía- y repasaba el del día anterior o las hojas con que en la tienda nos envolvían el género, ya fueran del “ABC” o de “El diario de Burgos”.
Con lo del paralís se le acrecentó la miopía; a nosotros nos distinguía por instinto, pero cuando la sacábamos al sol en el sillón de mimbre y las mujeres se acercaban para preguntar: “¿Cómo andamos, Severiana?” solía decir cuando se iban: “Pues velay que no la hi conocido”.
Antes de lo del paralís, se rompió un brazo y desde entonces ya no hizo nada bueno. Un día llegó el Pedrito sangrando de la escuela, con un desgarrón en la oreja, de un mordisco que le había dado un muchacho del tío Vidal. A la abuela se la llevaban los demonios: “¡Rediós!” Hacerle eso al chico…”
Déjelo, cosas de muchachos –decía mi madre. Había una buena nevada y no acostumbraba a salir cuando el suelo estaba poco seguro, porque andaba ya muy torpona, pero no pudo aguantarse y bajó la cuesta del juegopelota con las manos en jarras; al final de la calzada, patinó en el hielo y no fue capaz de levantarse; la trajeron a casa entre dos hombres y estuvo enyesada el resto del invierno.
Luego vino lo del paralís: un día vistiéndose se quedó paralizada de media parte y mal que bien se fue defendiendo, aunque mi madre la tenía que peinar y vestir. Al año siguiente le repitió y ya no se movió del sillón de mimbre. Allí junto al fuego pasaba la abuela horas y horas, golpeando rítmicamente el suelo con el pie derecho, produciendo un ruido acompasado en las maderas viejas que solía acompañar con una especie de cantinela ininteligible, algo remotamente parecido a una nana. En los baldosines del fogón, frente al sillón de mimbre, dormitaba el gato hecho una bola y, cuando la abuela interrumpía el ritmo parando su pie derecho, abría los ojos como si la vigilara.
Luego, a los finales, la lengua se le empezó a entorpecer y apenas hablaba. Mi madre tenía con ella cuidados especiales (entonces para comer plátanos o pescadilla había que ponerse malo), pero la abuela, cada vez más inapetente, se guardaba los plátanos y las galletas en los bolsillos del delantal y, adosada al sillón, nos buscaba con la mirada para dárnoslos cuando escapaba del control de mi madre.
Un invierno se llevó a la abuela y, durante mucho tiempo, me dio respeto entrar en la cocina y ver su sillón vacío junto al fuego.
La abuela Severiana murió hace muchos, muchos años, y todavía desfila por los senderos del recuerdo dejando tras sus pasos diminutos un leve susurrar de enaguas.
Era como mi sombra y me miraba
oscura desde el centro a la cabeza.
Enroscándose donde el miedo empieza,
a la muerte que soy me recordaba.
Hecha de negras voces me llamaba
-arrodillado yo como el que reza-
El color de sus manos, la pobreza
-el odio de su aliento deformaba-
Detrás de mí corría y con sus brazos
encadenándome se parecía
al diablo más feroz y más hambriento.
Su cuerpo era mi cuerpo hecho pedazos
y mi sangre sobre su sangre olía
a la piel putrefacta de su aliento.
De: El último deseo
Mañana volveré para enterrarme vivo
y volveré con esa tierra nueva
con olor a humedades y a verano.
Iniciaré
ese rito de apagarme un poco
cada cinco de mayo.
Topo de mis verdades
y ciego entre mis gestos de silencio,
cavaré hasta retener las sombras
de lo que fuimos.
Mañana, ni la Luna
descubrirá mis buenas intenciones.
Será profundo el hoyo
donde seque mis lágrimas.
Y en mi caparazón de hierro
y cubierto de oscuridades
y acurrucado
descenderé a tus abismos
para poder amarte hasta las noches.
No creo en los deseos
por eso los escribo sin guardarme
los envoltorios.
Te creo sólo a ti
porque escuchas y callas
sin boca, ni nariz,
tapándote los oídos con los huesos
que te quedan.
Me creo solo a mí
porque sin conocerme
Soy lo único que reconozco.
Tú sabes que te debo…
Tú sabes que te debo
un pedazo de mí
y otro pedazo de ambos.
Yo no te pido nada
pero quiero asumir tu voz de medianoche
y quiero que lo intentes por ti aunque susurre,
otra mirada ajena a la que nos define.
Para mí sigues siendo
ese fugaz poema de diminutas alas
y una palabra a tiempo y una verdad a tientas,
vivida desde el ser que nos proscribe.
Atado a tu garganta te gritaré mil veces,
no importa dónde estés o hasta cuándo
y si la vida busca una luz en tu ombligo,
será porque en su fondo nació cualquier mañana
ese eterno rugido grabado a fuego,
entre las dos mazmorras de los ultraversales.
Naciste aquí blandiendo tus espadas
y vivirás aquí por mucho que te alejes.
De: El último deseo
Hay sangre que te hiere
y muertos a decenas en tus ojos,
y tristeza y olor a desengaño
en tus pobres caricias.
Te niegas a vivirte como un escarabajo entre desechos
y me pides que sueñe y que decida
entre tu risa imbécil y mi carne invencible.
Hoy puede que no lleguen
mis manos a tu vientre
y puede que me ría hasta de ti,
y no lo haga contigo.
Juzgarme a mí callando
resulta tan gracioso como partirte el alma
con tu acero de estúpidas certezas.
No me vengas con eso
y ríete del tiempo que te queda
perdido en el espacio de tus ojos.
Riámonos del calco de tu espejo
y de cada segundo entre segundos
y vívete y olvídame.
Cuando se muere un año y nace otro
no cambia nada más que el calendario.
Eso de que la vida fluye como los ríos
es mucho más que una metáfora,
nunca es la misma el agua que contemplas
ni podrás alterar lo ya vivido cauce arriba.
Preocúpate, barquero, por el tramo restante
y navega caudales con tu brazo al timón.
No está lejos el mar que todo iguala,
del que nada conoces, porque nadie retorna
por mucho que te vendan paraísos
e intenten corregirte con infiernos.
Por eso, no te importe una fecha concreta,
qué más nos da que acabe en cinco en vez de en cuatro,
lo que sí cuenta es que disfrutes
de las, ojalá muchas, singladuras
que aún ruedan en el bombo donde mora el destino.
Un año más o un año menos es sólo una medida
y la felicidad, por suerte, nunca supo de métricas.
A Rogelio Oficialdegui, in memoriam
Siempre llega la muerte tras la vida,
pero a veces nos roba de repente
sin dejarnos siquiera despedida,
conjugando lo duro del presente.
Rogelio, buen amigo, quién pudiera
ponerle alas de pájaro a ese avión,
no dejar que cruzases la frontera,
volver a oír tu voz y tu razón.
Nos queda tu nobleza, tu bondad,
esa fina ironía, esa prestancia,
buscando mitigar la soledad,
queriendo hacer cercana la distancia.
Lo que nos queda es mucho, compañero,
el recuerdo de todo un caballero.
Viajar con lentitud
Hay que saber viajar con lentitud
dejar que los paisajes derroten a las prisas,
acortar singladuras, paladear lo bello
y disfrutar en paz cada rincón.
Dar pasos, no zancadas,
parar, hacer un alto en el camino,
contemplar y admirar, en vez de ver,
y no perder el tiempo en las fotografías.
Si aprendes a viajar de esta manera
el destino del viaje no será lo importante;
en cambio lo serán esas pequeñas cosas,
que sólo llegarás a descubrir
cuando camines a su mismo ritmo.
Lunático que fui
Lunático por ti, fui hombre lobo
o cordero pascual, si lo pedías,
mas constato que tú, como la luna,
te creces y descreces en pasiones.
Hoy toca que estés llena y todo vale,
hasta que pronto mengües y los celos
te lleven a la nueva discusión
que olvidarás, voluble, cuando crezcas.
Este fiel selenita, mi lunática,
deja de ser satélite de ti
cansado de tus fases, el licántropo
echa el diente a las otras del astral.
Llevas razón, la fiera ha despertado
y abandona tu cárcel. De luneo
salgo de caza en busca de una estrella
y en vez de tibia luz encuentro un sol.
Tierno cobijo en cada amanecer
que me da rienda suelta por las noches.
¿Lo entiendes, cielo? ¡Cómo no escoger
pasión con libertad y sin reproches!
No, yo jamás me apuro tan solo voy venciendo pronto al tiempo, talando mi apellido como también mi nombre desde la pena cruda hasta la inconfesable risa rota, como se tala un árbol construido con piedras con sólo gestos mudos.
Si me digo te nombro sin querer y a conciencia, como lo hacen los solos, desprovistos de un corazón insano como manso, masticando el sonido que no habla y que sueña su canto vuelto carne.
Y si te nombro huyo del centro de mis cosas y mis juegos, como si consiguiendo dibujarte logre también callar tanto demonio gritando en mis tobillos su prisión.
No, yo jamás comulgo ni con la virgen pura ni con la puta santa ni con la tradición ni con lo nuevo, vomito -simplemente- el escándalo cruel de lo que me rebasa o que me sobra cuando me faltan manos para tocar la piel que más me falta.
Y danzo alegremente mi tristeza poblada de granates indecibles cuando siento que el límite me anuda los tendones, y apago por afuera cada uno de mis ojos cuando mi lengua lame el sabor de lo intenso fatalmente encerrado en un beso de fruta que nunca tuvo cifra.
Me pierdo del nosotros… pero es así que tiendo sobre mí el alambre de púas que escribe en mis espaldas el ritmo de la luz latiendo entre lo oscuro, es así que yo escribo sobre el muro del mundo lo posible de lo que llega y parte sin ser pleno, y es así que me triunfo del asco de los días sin llorar eso de ser carencia y todo esto de amar sin un destinatario.
Hay para qué
Hay un eco en mis manos sosteniendo tu nombre, una tristeza simple acurrucada y muda detrás de mi garganta que se calla el pasado, y una canción tranquila que te imagina cerca.
Hay una noche inquieta de calor y bichitos agolpándose fieros detrás del ventanal, un dolor reprimido que sin victimizarme me aleja un poco más de cualquier gesto burdo.
Para que así me encuentre con el balance abierto marcando los vacíos que tanto significan y que yo simbolizo desprovisto de formas.
Para que nuevamente me acompañe la luna en este juego inútil en el que siempre vences con tu voz que no llega y mi piel que zozobra.
Hay una noche inquieta de calor y bichitos agolpándose fieros detrás del ventanal, un dolor reprimido que sin victimizarme me aleja un poco más de cualquier gesto burdo. Para que así me encuentre con el balance abierto marcando los vacíos que tanto significan y que yo simbolizo desprovisto de formas.
Para que nuevamente me acompañe la luna en este juego inútil en el que siempre vences con tu voz que no llega y mi piel que zozobra.
Sigo siendo
Yo me caigo fácil y reboto sencillo.
Me rompen los dientes en un saludo mientras yo, anciano, mantengo mis ansias al límite de los almanaques.
Con un gesto, frase o mirada arranco la alfombra roja del suelo y escupo sobre el ropaje que cubre esa desnudez tranquila que alienta a mierda.
Si me compadecen o me admiran es algo que me importa mucho, tanto, como a la mayoría le importa qué siente el desconocido de siempre, —ese que tiene un rostro ignorado y un nombre que no se puede verbalizar—.
Me canso y me repongo desde la risa de correr de mí y hacia mí, me repongo y me abastezco de un sueño que tuve y te nombró, con el cuello más allá de las citas que dicen los doctos y que escupen desde el púlpito los no aptos para el fracaso programado.
Yo soy dispersión —¿recuerdas?— el grito que desafía a su posibilidad de paz porque en el ego no encuentra destrucción sino al potro más hermoso de domar sin ayuda.
Sigo siendo la sintaxis que no se persigna ante las formas que admira impunemente y sobre las que defeca sin posibilidad de lástima.
Y en esta pulsión, ridícula, inexacta y precisa siento que no necesito ni necesité nunca a nadie para desafiar a la estatura del tiempo con la poquedad infinita e inasible de mi boca en tu cintura.
Vivir de cerca
Refugiarse de todos, solo, en uno, en ese que palpita turbiamente el principio de Dios y su destino, desde el primer rugido liberado al sumar impotencias y perfidias junto con luminosas explosiones tras la dura derrota de los doctos.
Dejar atrás tejados rotos, sucios y el polvo de las calles bajo un cielo sonriente de dolor y de vacío, las canchas donde el tedio desganado nutre con descarada altanería la cruenta dualidad de los idiotas empujados a un ocio sin final mientras sienten que nada dura tanto como una tarde infecta de victoria.
Con el torso desnudo entre murallas empujar el presente hasta el pretérito con pétrea fortaleza y sin pudor, por quebrar con orgullo vanidoso el puente que sujeta las acciones al ajeno deseo de conquistas allí donde no cabe sino sed por despertenecer a lo común.
Y vivir estas cosas de más cerca palpando a los opuestos con los ojos como palpa la izquierda a su contraria en el mismo momento en que sin dudas se saben una parte del sentido que quiere gobernar aprisionando el último bastión de lo honorable, la prescindencia recia e incompartible que sostienen los solos con sus manos.
Título: Color Sepia Autor: Juliana Mediavilla Publicado: 2015 Género: Poesía Edición: Primera Editorial: Alkaid Ediciones ISBN: 978-84-942649-5-5
La magia de la infancia reside en que el niño descubre todo por primera vez, por eso los recuerdos de esa época se graban en la memoria como los surcos del arado en la tierra. Hubo un tiempo en que nos cuidaban, un tiempo donde estábamos exentos de responsabilidad y éramos pequeños dioses descubriendo el mundo.
Pero la infancia se va, no solamente por mandato biológico sino por la consciencia del primer zarpazo, el primer dolor del que ya no podemos escapar.
Juliana Mediavilla fue una niña de posguerra en un pueblo de Burgos. Su extraordinaria sensibilidad, su sencillez y su dominio de la técnica poética hacen de este libro un paseo emocionante por aquellos años perdidos en el tiempo y sin embargo, perennes en la memoria.
Sus recuerdos han despertado los míos porque todos llevamos un niño dentro que se reconoce tomando sopas de leche, mirando las estrellas en agosto o viendo coser a la madre.
Inolvidable en la voz de Juliana el primer beso que encendió el amor, las grandes nevadas de entonces que siguen abrigando el recuerdo, la escuela y su crucifijo observador, el conocimiento de lo que significaban los distintos toques de campana, las malas hierbas que borraban los caminos, las margaritas rojas, el homenaje a Edmundo.
Y la muerte, ese látigo que rompió la infancia, la deforestación de la arboleda.
Tras una fotografía en Color Sepia hay siempre una historia que contar:
Detrás está la vida y el instante: sobrevuela la sombra de la guerra que no vivimos impresa en el ambiente, en la calle, en la escuela y en las casas. un río de silencio entre los padres, una herida de ausencias sin retorno, una desmesurada cicatriz.
Juliana escribe que no ha de callar su canto porque su madre la parió mujer y la parió poeta.
Me conoces y sabes que me duele dolerte que mis palabras duras son cobardes pues dejan la tarea difícil a mis ojos que siempre me delatan.
Nos resulta imposible apagar los incendios de todas las verdades. Nuestro círculo asfixia mientras nos convencemos que es normal que el arco iris pierda sus colores.
Ninguno admite frente a frente el desencanto que habita dentro desde que la rutina echó raíces en la tumba de los sueños.
Nuestra historia merece ser una buena historia por eso mi mirada suplicante se detiene en la puerta de salida.
Prioridades
Mi agenda es un exceso de palabras y de cruces severas sobre las ilusiones. Las horas son caudillos que cubren los paisajes mientras se multiplican mis deberes.
A veces continúo por inercia agregando renglones, manteniéndome ciega a las señales, con el asombro preso en los bolsillos para no distraerme con otras trayectorias.
Las letras de mi nombre se fugaron con la imagen que nunca pintaron los espejos, los años se escurrieron vestidos de uniforme sin conseguir aliados ni una bandera blanca.
Elegí estar detrás de la fila de hormigas para llevar el peso que las demás negaban y acopiando basura me crecieron jorobas.
Mientras el conformismo siga siendo mi escudo sobrevivo apretando las alas impacientes que anhelan el regreso de mi voz en primera persona.
Mi pecho estallará cuando suelte las aves.
Contigo es más fácil
De pronto las salidas se me esconden detrás de raros muros que crecen en las calles.
Mientras el sol burlón se muda hacia el oriente para llevarme repetidas veces a las coordenadas de tu nombre, mi compás sigue haciendo pie en la misma sentencia y el radio empequeñece acercando el infierno.
Nunca supe tomar atajos de mentiras y las alas están presas por mi condena.
Me da lo mismo
Hoy estoy triste y de nada me sirves, poesía.
Tal vez encuentre versos con metáforas claras para hablar de mi fondo más penoso que hoy presiento, fugaz y fugitivo.
Será que estoy cayendo por la garganta inmunda de la impotencia.
Mis manos acarician las paredes porque aborté las uñas.
Es algo rutinario un viaje sin boleto, y ya me da lo mismo adonde lleva.
Quiero desmantelar todos los limbos,
extirparle su sílaba a la fe
y que la ingenuidad cierre sus piernas
de ninfómana virgen.
Pero me está costando
fusilar a la párvula que cree
que una mota de arena
puede agarrarse al mar como una isla.
Siempre vuelve a confiar en un mayo minúsculo,
en el hueso de un pétalo,
en verbos inconclusos y en abortos de puentes.
Y siempre le despista un sol de humo.
No comprendo por qué
no muere de una vez esta inocencia,
si tiene el cuerpo lleno de disparos.
Mariví González
Poema polimétrico que consta de 15 versos distribuidos en cuatro estrofas: dos de cuatro versos y dos de tres. Entre la tercera y la cuarta aparece un verso aislado. La combinación métrica es de heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos, con un predominio de endecasílabos: 8 frente a 5 heptasílabos y solo 2 alejandrinos.
Está escrito en verso blanco, aunque podemos encontrar algunas asonancias, pero su distancia no perturba la lectura:
é (versos 2, 6, 13)
é-a (versos 3, 7)
ú-o (versos 9,12)
á-o (versos 4, 15)
La voz poética nos introduce, en primera persona, el tema de su deseada pérdida de la credulidad, ya insinuado en el título: IN-CRÉDULA y reforzado después con palabras precisas como ingenuidad o inocencia. No es un tema tópico ni en su planteamiento ni en su desarrollo.
Analizando la estructura interna, vemos que dicho tema aparece ya de forma clara en la primera estrofa, con la introducción de esa primera persona verbal:
Quiero
desmantelar todos los limbos
extirparle su sílaba a la fe
que la ingenuidad cierre sus piernas…
Una segunda parte abarcaría la segunda y la tercera estrofa y el verso que se intercala entre ambas, mediante la oración adversativa: Pero me está costando…
En esta parte se nos explicarán las dificultades para conseguir dicha pérdida. Aparece aquí la tercera persona mediante “la párvula” que no deja de ser un desdoblamiento del “yo”:
Pero
me está costando fusilar a la párvula…
siempre vuelve a confiar…
siempre la despista un sol de humo
La tercera parte que abarca la última estrofa tiene un carácter conclusivo. Encontramos una pregunta indirecta, en la que otra vez desde el yo, la poeta no llega a entender esa persistencia de la ingenuidad a pesar de su lucha por perderla: No comprendo por qué
no se muere de una vez…
La estructura es por tanto lineal y clara, podríamos decir que responde a las tres partes clásicas del texto: exposición, nudo y desenlace.
Es un texto diáfano que se entiende en primera lectura, pero es muy rico en recursos e imágenes genuinas de la autora, dándonos la clara impresión de estar ante un poema nuevo, diferente como lo es su voz.
Los recursos más destacados se encuentran dentro del campo semántico. El poema parte de la personificación de la ingenuidad, ya en la primera estrofa:
…la ingenuidad cierra sus piernas / de ninfómana virgen
Una imagen inesperada que nos introduce de lleno en el terreno sexual y que resalta aún más por esa paradoja entre los términos ninfómana- virgen.
El recurso de la personificación se consolida en la segunda estrofa en la que la ingenuidad se convierte en párvula. A partir de ahí tomará esa identidad, mediante una metáfora en la que el término imagen: ingenuidad=párvula tiene, además de la belleza poética, una relación semántica clara.
Dentro del campo metafórico destacamos ya en la primera estrofa la hermosa plasticidad de las imágenes:
desmantelar todos los limbos
extirparle su sílaba a la fe (muy acertada, dentro del concepto lingüístico).
Otra serie de metáforas girarán en torno a la personificación:
Párvula
vuelve a confiar en un en un mayo minúsculo
en el hueso de un pétalo
en verbos inconclusos
en abortos de puentes
siempre la despista un sol de humo
La siguiente imagen incluye también una hipérbole y una antítesis:
que una gota de arena / puede agarrase al mar como una isla
Al margen de la belleza de las imágenes, encontramos también abundancia de recursos morfosintácticos como los paralelismos:
en un mayo minúsculo
en el hueso de un pétalo
en verbos inconclusos
Algunos, como en estos casos, precedidos por la anáfora.
Es notable también la aparición de los verbos en el inicio de cada estrofa. Algunos formados por perífrasis y que contribuyen a estructurar el poema:
Quiero desmantelar
Pero me está costando
Siempre vuelve a confiar
y siempre la despista
No comprendo por qué
Si nos detenemos en el campo semántico veremos que si el tema era el deseo de eliminar la ingenuidad, hay una serie de palabras, abundantes para la extensión del poema, que hacen alusión a esa eliminación:
Desmantelar
Extirparle
Fusilar
Muere
Disparos.
El poema refleja esa lucha contra la permanencia de la ingenuidad a la que se combate como a un enemigo y a la que se le da una identidad mediante el recurso de la personificación.
Los recursos más notables son, como decíamos antes, los recursos semánticos que, partiendo de la personificación abarcan imágenes, metáforas y sentidos figurados. Son recursos originales y en ningún momento se recurre a los estereotipos.
La disposición formal del texto, aireada y muy fluida, así como la claridad sintáctica, contribuyen a que el poema sea atractivo no solo por su belleza estética, también por la coherencia textual y el equilibrio, que son tanto de agradecer a la hora de leer y comentar un poema.
El qué y el cómo (qué se dice y cómo se dice) tienen aquí el perfecto maridaje forma-fondo y es esa relación indisoluble de ambos aspectos la que nos habla de la calidad del poema.
Entre los cargos que pretenden imputarnos nuestros detractores, se encuentran los de tener “malos modales” para decir nuestra verdad, ser “criticones”, “insensibles”, “crueles”, “rígidos” y hasta “despóticos”, lo cual es erróneo en todas las acepciones de la palabra, por un lado porque el único “poder” del que hacemos uso y “abuso” los ultraversales, es el del conocimiento puesto al servicio de quien lo corresponda en reciprocidad, y, por otro, porque siempre actuamos en consecuencia al Ideario que es Nuestra Ley Suprema, al que nos atenemos en todo momento y bajo toda circunstancia, y al que cualquiera que esté interesado en leer puede acceder desde el enlace que destinamos para dicho fin en el menú principal de la cabecera de Ultraversal.com.
Podría continuar con la vasta enumeración de agravios, ya que son múltiples los descalificativos que nos propinan ciertos individuos que caen en nuestros territorios como paracaidistas, pasándose nuestras normas de convivencia por donde no les da el sol y, encima, ofendiéndose como si les insultáramos a la madre que los parió cuando les impedimos hacer en nuestra casa lo que les nace de sus partes pudendas, pero todas las injurias habidas y por haber tienen su eje en la que, a mi entender, es la cualidad más valiosa e inherente a todo ultraversal, nunca entendida por los detractores ni mencionada por su nombre de pila: honestidad.
En un mundo donde el doblez es el plato principal de cada día, no es de extrañar que se nos acuse por ser honestos, con calumnias de todas las calañas y una procacidad capaz de poner a prueba la tolerancia del más tolerante entre los tolerantes, puesto que es de la única forma que saben hacerlo los mediocres, para colmo de males, cobardes. Mas nótese que digo “saben” y no “pueden”, ya que por mucho que quieran, con esa pertinacia que en ocasiones rebasa los límites del enseñamiento, no pudieron, no pueden ni podrán arremeter contra la transparencia de nuestras acciones. Sus desbocadas tentativas de descrédito hacia nuestro proceder no hacen otra cosa que atrincherarnos cada vez más en nuestro Ideario, que entre otras peculiaridades trata de compromiso y generosidad en la práctica continua, único modo en que entendemos que cobran sentido estos conceptos, hoy más que nunca opacados por sus antónimos imperantes, pero que, sin embargo, al hacerlos verbo desde el rincón en que nos toca desempeñarnos, posibilitan la supervivencia de nuestra civilización sobre la Tierra. Y dirán que exagero, pero ya Goethe, en uno de sus más célebres aforismos, dijo que si cada uno limpia su vereda, la calle estará limpia, y nosotros creemos desde lo más profundo que la labor por el bien común puede llevarse a cabo en cualquier ámbito de la vida, e Internet no deja de ser parte de la misma, ya que lo que hacemos en la virtualidad repercute de manera directa en la realidad y viceversa, hasta ese punto donde la línea que divide ambos mundos se difumina y tanto lo “virtual” como lo “real” dejan de ser compartimentos estancos en nuestras mentes.
El problema surge cuando lo que para nosotros es hacer el bien común, como compartir nuestros conocimientos en defensa de la correcta ejecución del arte que amamos, para otros es poco más que un oprobio, porque ¿cómo podemos tener el tupé de señalar siquiera un fallo en el gato que venden por liebre como obra maestra inmaculada? ¡Qué desconsiderados! Con lo que les habrá costado escribir esas sin-cuenta sobras…
Para cualquier aspirante a ser un buen escritor o poeta o ambos, el poco o mucho talento que posea y la perseverancia, no son suficientes. Se precisa, además, de una buena dosis de humildad para aceptar la crítica de aquellos que ya han hecho carrera en el oficio literario; escritores que actúen como espejos de los ojos incapaces de verse a sí mismos si no es a través de… Y de estos, está lleno Ultraversal. Y como aprendiz que soy, me excluyo de esa lista.
Pero la honestidad de los ultraversales a la hora de transmitir lo que sabemos a través de la crítica constructiva, tras tomarnos el minucioso trabajo de leer una obra, desmenuzarla y analizarla por partes con todas las herramientas del saber con las que contamos, no sirve de mucho, por no decir de nada, si además no entran en juego la sensatez del autor para afrontar nuestra opinión y la honestidad para consigo mismo, así como su voluntad de ampliar el criterio literario y aplicarlo en la mejora de la obra en cuestión y las que le sucederán a partir de ese punto de inflexión que significa contar con la ayuda de personas idóneas que nos guíen en el campo de la literatura.
Un escritor siempre debe saber “desprenderse” de su obra y estar dispuesto a editarla ante eventuales fallos estructurales o de cualquier otra índole, e incluso tener el valor de deshacerse de ella cuando esta sea insalvable. Porque un texto en prosa o en verso no es la canalización de un mensaje extraterrestre vomitada sobre una hoja, como para negarse a tocarle una vocal. Y aunque lo sea, seres de otros mundos no pondrán la cara por nosotros cuando haya que rendir cuentas sobre el mamarracho que escribimos, así que más vale atenernos a las normas terrícolas que pasar vergüenza delante de toda la clase. Que un texto nazca de nuestros corazones no nos imposibilita a depurarlo hasta obtener un fruto digno de degustación. Poner en un altar lo que escribimos y negarnos a corregirlo porque “así salió de nuestras almas y así se quedará”, es de una comodidad y una pedantería calamitosas.
El autor incapaz de desdoblarse para verse y ver su obra con la mayor objetividad posible, se ve limitado en su capacidad de crecimiento por el continente al cual se halla ceñido, como un árbol que no puede seguir echando raíces si permanece plantado en la diminuta maceta donde germinó, y, por tanto, no desarrollará toda su capacidad de crecer en altura. La diferencia fundamental radica en que los seres humanos, la mayoría de las veces, podemos elegir entre permanecer circunscriptos a la mediocridad o expandir nuestros horizontes a través de la adquisición de nuevos conocimientos.
Lamentablemente, por lo general, no es lo que eligen aquellos que nos difaman, cuyas obras, en casi la totalidad de los casos, fueron puestas en evidencia en comentarios que les realizamos, en contraposición a las alabanzas inmerecidas de incalculables aduladores que van por la red repartiendo quélindos a trabajos impresentables, como también a los que no lo son, devaluando así a estos últimos y enalteciendo aquellos dignos de la hoguera.
No obstante, desde Ultraversal, nuestro hogar poético y literario, llámese Foro, Comunidad y/o Revista, estamos dispuestos a resistir, como lo hemos hecho hasta ahora, sin traicionarnos.
Aunque borren con un dedo lo que escriben con sus manos y censuren los comentarios que realizamos con tanta dedicación y buena voluntad; aunque intenten afrentarnos en vez de enfrentarnos con la hidalguía que parece que no tienen; aunque vayamos contracorriente y las olas de la desidia amenacen con arrasarnos, seguiremos combatiendo el egoísmo e individualismo con altruismo y generosidad, y desempeñando la labor docente de llevar a cabo un taller literario como el que llevamos, totalmente gratuito y abierto a todo aquél que esté dispuesto a trabajar uniendo sus manos con las nuestras, con la decencia que nos caracteriza y en pos de aportar al desarrollo conjunto, por la firme, y mucho más que firme, inquebrantable convicción de que cuando crece el otro, también lo hacemos nosotros.