TÉCNICA POÉTICA

Lenguaje metafórico y discurso simbólico

por Gavrí Akhenazi

Se ha afirmado con frecuencia que la composición poética es una «gran metáfora», una «alegoría» o un «símbolo».

De ahí que esté igualmente extendido el uso de términos como «connotativo», para caracterizar o definir el «lenguaje poético» en contraposición a lo que se reconocería como «lenguaje normal», entendiéndose el segundo por aquello que encuentra su significado en un diccionario.

Estas definiciones nos explican, por tanto, que un texto poético no se agota sencillamente en su literalidad o puede ser interpretado apenas superficialmente en base al sentido restringido que nos ofrece, sino que el sentido literal primario nos propone un tránsito o un pasaje hacia un sentido que ya no es literal.

Ya que la metáfora funciona como un fenómeno contextual o sea, se constituye por algunas palabras que se apartan de la literalidad dentro de un enunciado en que el resto de ellas la conserva, podríamos hablar de «construcciones metafóricas» donde algunas expresiones constituyentes de la frase producen un efecto se sorpresa por la tensión generada entre el significado que poseen y el que, apartado de la literalidad, se le impone para construir otros valores de discurso.

La metáfora, para cobrar vigencia real dentro de un texto, debe liberar una imagen que aparezca como ajena al texto que la contiene.

En este caso, lo que orienta al lector hacia el significado profundo de la construcción disruptiva o sea, hacia la reinterpretación no literal, es la incompatibilidad semántica que percibe y que le indica la selección de elementos incompatibles con su contexto para lograr la no identificación del significado literal previsible.

Cuando todos los elementos de una frase cambian su sentido literal por el sentido no literal, estamos en presencia de una «alegoría» ya que la «metáfora» propiamente dicha se circunscribe solo a algunos elementos de la frase, mientras que podríamos considerar a la alegoría una metáfora continua.

La alegoría, entonces, podría enmarcarse como «discurso simbólico», en el cual todos los elementos que lo constituyen exigen una traspolación desde su sentido literal a un sentido no literal y este sentido no literal está concebido de manera explícita en el texto.

Hay que diferenciar esta construcción de lo que se podría denominar como «símbolos literarios» y que ofrecen en el contexto en que son incluidos un sentido no literal apenas sugerido.

Los símbolos literarios fijan sus relaciones no literales de manera diferente de acuerdo a si son empíricamente comprensibles o dependen de rasgos culturales, ya que no todo puede ser reinterpretado de la misma manera dentro de una construcción simbólica.

La forma en que se trabaja este tipo de construcción nunca es la misma, porque tampoco los autores son los mismos.

La metáfora y el símbolo requieren siempre de una decodificación externa que reinterprete lo expuesto y que puede ser, incluso, diferente a la que el autor ha intentado con su base simbólica, de modo que los símbolos resultan traducidos depende por quien y aparecen, en base a esa dependencia interpretativa, como oscuros o claros.

Porque el discurso simbólico padece de esta arbitrariedad interpretativa, los símbolos concretos suelen ser más estables semánticamente que los abstractos, siendo los segundos más plausibles de reinterpretación diversa y por lo tanto, mucho más aptos para su utilización metafórica que pasa a depender del ámbito de las experiencias más que del de las convenciones literarias.

Las expectativas generadas en el potencial lector frente a la aparición de elementos disruptivos depende de la potencia connotativa que estos posean.

Suele suceder que algunos discursos que se pretenden alegóricos o simbólicos carecen de inteligibilidad y resultan de mecanismos que restan coherencia a la reinterpretación, de modo que aunque el discurso esté liberado del constreñimiento impuesto por la literalidad cotidiana, a su vez carece de cohesión y también de conectividad ya que toda frase o secuencia se reinterpreta por su relación con el resto y por eso, la no literalidad –que se reconoce casi de manera intuitiva– en este tipo de casos excede la ligazón con lo comprensible y pierde su efecto comunicativo.

Toda información simbólica como la metáfora se integra dentro de otra información ya conocida de manera literal porque es en este tipo de constitución donde radica el requisito de identidad referencial que validará la diferencia o el cambio propuesto por la información disruptiva.

La metáfora dentro de un texto debe ser considerada y reinterpretada como un elemento natural a él y no como una «incrustación» carente de sentido. Es una construcción incidental y enriquecedora que amplía el plano sensorial en el que es percibida y para ello, esa incrustación debe percibirse como una transición asegurada por señales claras más allá de la reinterpretación semántica que provoque.

El discurso simbólico bien empleado asegura que ya sea desde lo plenamente connotativo o desde sus mixturas, la poesía sea poesía y  hable y referencie al mundo en el que el lector habita, con todos sus nombres y todas sus máscaras.

TÉCNICA NARRATIVA

«Creerse el personaje» por Gavrí Akhenazi

Para crear efectivamente un personaje se debe creer en él. Un personaje no es un artificio sino una creencia, una certeza. No es una fabricación, un invento, sino una existencia.

Los personajes están vivos y se comportan como están: de forma viva y no como muñequitos de papel que el autor acomoda según le parece a la funcionalidad que quiere darles.


No se le tuerce el brazo a un personaje. El personaje le tuerce el brazo –o la idea– al autor, cuando logra manifestarse en toda su magnitud y expresarse según él mismo a través de un narrador que lo interpreta, lo secunda, lo avala o lo cuestiona como a alguien –no algo– que se puede tocar y que está ahí, con su propia idiosincrasia y sus propios elementos psicológicos que van apareciendo conforme el personaje se revela al tiempo que se rebela contra las imposiciones que el autor quiere que asuma.


Un personaje realmente creíble empieza por un autor que lo acepta sin condicionarlo, sin imponerle restricciones que son suyas y no del personaje: ese «pudor» que refieren muchos autores a la hora de que su personaje diga realmente lo que debe decir para ser un elemento fidedigno dentro de la narración.


Ya sea que el tipo sea un pobre anodino que no puede quebrar con su estoico anonimato o que sea un héroe inverosímil, el lector creerá en él porque ambos aspectos están desarrollados con la eficacia de la realidad. Lo más increíble se vuelve real si se ha trabajado de tal forma que así lo perciba el receptor del texto. La exageración de rasgos nunca es buena si no está trabajada en un contexto de otros rasgos normales que también adornan la misma psicología como elementos propios de la universalidad.

El lector siempre busca un grado de identificación independientemente de que el personaje con el que intenta eso sea un oficinista o un elfo. Es el personaje y sus características naturales las que consiguen la empatía necesaria que lo vuelva un villano o un campeón en la cabeza del lector.

Depende de la pericia narrativa del autor obtener un buen resultado del poder de sus personajes y para ello, el rango de credibilidad depende del equilibrio que se ponga en la construcción del rasgo. Por eso, para construir un rasgo creíble, debe creerse en él y estar convencido de que ese rasgo puede ser develado de manera efectiva en el desarrollo del plano psicológico más allá de las filias y las fobias del propio autor.


El error común es que el autor ve un personaje, una «creatura», cuando la cosa es justo al revés. El personaje es el narrador que habla sobre ese «creador» de sí mismo que es el personaje.


Muchos autores bisoños aplican a sus personajes características que condigan con la personalidad que le presuponen a su personaje. Si es un tipo valeroso, heroico, será alto, bien puesto y con una nobleza a prueba de tentaciones, porque no hay nada más fácil que estereotipar al personaje sin permitirle su propia humanidad. Es lo que el autor presupone que debe ser y no lo que el personaje «humano» es realmente. Por eso, la deshumanización de los personajes resulta tan notoria y se ve (generalmente en muchas películas) que el compañero del protagónico es un gordito simpaticón y miedoso o un travieso simplón sobre el que el protagónico ejerce un insustancial paternalismo, aunque el autor del libro no los haya descripto de esa manera.

La deshumanización del personaje para transformarlo en una suposición de estereotipo indica que la obra está «escrita» de manera efectista y no efectiva: un entretenimiento que no pasa de eso, pero que no ha requerido de un trabajo autoral real que cree en su personaje con sus propias características imperfectas, las que, al cabo, son las que darán verosimilitud a lo narrado.


Creer en las imperfecciones, en las dudas, en las negligencias y en los egoísmos del personaje es crear un ser humano que represente lo real de una psicología accesible y propia de toda la humanidad.



MINIMALISMOS

Héctor Michivalka – Honduras

Mi vida fue buscar
siempre buscar

Busqué la luz en vano
como un ciego

Cayendo como río
que se condiciona
por la fuerza de la inercia

así voy

Ahora que me encontré
doy fe

de que estoy perdido


A pesar de todo
la vida ha sido un hotel

barato pero acogedor

Me agradó aprender viajar
soñar equivocarme…

Vine a vivir
y morí varias veces

La muerte ha sido mi lazarillo


Letrero de neón
tartamudeas en clave Morse

pasajes
del callejón sin salida

donde la nostalgia
cerró sus puertas

Heme aquí con el tintineo
de un manojo de llaves


Aunque
me tocó bailar con la más fea
hasta el amanecer

no perdí el estilo

Si la suerte
persiste en ser la misma

me encapricharé
en maquillarla


Se ríe el destino de mí
porque
según él
impera su última palabra

Mientras
yo lo moldeo en el barro
como hizo el demiurgo

que dudaba de mí


Me gusta ser yo
porque no tengo otra alternativa

Si me retracto de ser el mismo
perdería mi esencia

La bestia del dolor
se divierte con sus rémoras de colores

EDITORIAL

por Gavrí Akhenazi

Cuando la Red te enreda

Cuando estoy solo me gusta leer. Leo o escribo. Generalmente leo. Es un vicio insoslayable. Por el mundo, voy y vuelvo con libros. Eso del tacto sobre papel y el olor a página en el bulbo olfatorio es un hecho inefable. Hay una cierta ebriedad en lo de estar sumerso en ese combo que es, también, parte esencial de la literatura.

Cuando ando por ahí y no puedo llevar demasiados libros o no tengo librerías cerca en las cuales surtirme, suelo leer en la Red.  Algunas veces lo hago con fruición y la mayoría, con espanto.

Las editoriales sostienen que «la poesía» o sea, editar libros de poemas, ya no reporta ningún tipo de beneficio económico porque nadie lee poesía y las poesía actual es un sujeto extraño, un sujeto social que pinta a un hombre momentáneo, que ha perdido su trascendencia y se limita a una satisfacción mezquina y primitiva. «Teta, concha, culo, sufro»[1], suele decir uno de mis amigos, filósofo y escritor paraguayo.

En realidad, todavía quedan ghettos en la Red de buena poesía a los que las plataformas sociales no han terminado de avasallar con sus tsunamis de hobistas poéticos.

Si las editoriales en las que los escritores no pagan para ser publicados debieran apoyarse en los criterios de la Red, la poesía sería la primera literatura en el ranking de ventas, luego de las frases de autoayuda sobre estampas de paisajes en un compossé sentimental, por aquello de que la imagen vale más que la palabra. Hay más poetas que variedades de hongos. Los hongos por lo menos no se dicen hongos a sí mismos. Los poetas sí y los que los rodean, también. Eso es lo peor. Cualquiera es poeta según la Red.

Con ese criterio estadístico, las editoriales tendrían material para recuperar viejos esplendores  temáticos, inundando el mercado de libelos espeluznantes que seguramente venderían tanto como «Cincuenta sombras…» y sucedáneos y competirían de igual a igual con horrísonas sagas de vampiros, zombies y otros espantos que harían huir a Mary Shelley con los cabellos en llamas y a Lovecraft revolcarse en su tumba.

¿De qué modo la poesía escrita no vendería si cuatro azarosas palabras copy paste de miles de igual tenor, cosechan likes por carradas?

Todos esos fervientes y dispuestos seguidores del poeta en cuestión, deberían correr a comprar sus libros, dada la inconmensurable cantidad de alabanzas que sus aportes a los muros de las redes sociales reciben como maná virtual. Pero las editoriales no comen vidrio. Dejan que otros lo coman, ya que en la actualidad los lectores se han perdido y las editoriales han terminado publicando libros para personas que «no leen», a ver si consiguen vender algo y hacerlas leer.

Alguna vez leí que que es como si los fabricantes de vino fabricaran vinos para aquellos que no toman vino, hechos a base de té y chocolate.

He descubierto, estupefacto y hasta risueño cuando se me pasó lo estupefacto, que «alguien» se tomó el trabajo de hacer e-books con varios de mis libros de poemas en español, entre ellos Asesinando a mi madre y con alguna de las novelas, también en español. No me consultó porque parece ser que aunque tengas todos los derechos de copyrigth a su nombre, ya que el material esté en la Red lo habilita como «habeas data» o «de dominio público», pero ahí andan los libros, dando vueltas, graciosamente descargables de cincuenta plataformas de cuya existencia me enteré al mismo tiempo que me enteré de los e-books. Por casualidad. Eso sí, buscando qué leer.

En favor de quien lo hizo, diré que respetó la autoría o sea, a esta altura del asunto me conformo con que digan que soy el autor y no, como algunos, que habiendo leído mis libros extraen frases de corte «aforístico» y las decoran a su gusto con paisajes y marquitos, pero obvian decir que son de mi puño y letra.

Así es como ellos cosechan los likes en base a la agudeza o estupidez ajena. Estoy en la duda sobre cuál de las dos…


[1] Frase que el escritor paraguayo Silvio Manuel Rodríguez Carrillo usa para definir la poesía que se lee en internet. (N.delE.)

LOS FAVORITOS DEL EDITOR

Salim Barakat

Dylana y Diram

Una cabra montés en una colina
y una quietud que levanta sus cuernos alto como una cabra montés.
¡No te acerques un paso más, oh guía!
No des un paso más.
Tu lugar es el lugar desde donde las raíces miran raíces
y la tierra mira su heredad.

Una cabra montés en una colina
y una quietud obstinada levantando sus cuernos alto como la cabra.

1. 

Mírala, un montón de canastas rubias bajo el destello de tu sangre, Diram. Mira cómo duerme sobre tu brazo, sus alientos caen estrella tras estrella en la inmensidad de tu virilidad. . . . ¿Recuerdas, Diram, la vez que llegaste a ella, tímido, envuelto en campos, tus pasos los pasos del día, y tu clamor el clamor de los tallos de trigo? ¿Recuerdas la tarde que brillaba en tus ojos, aquella primera tarde en que ambos saqueasteis a besos los tesoros del ser y descubristeis un extraño arroyo bajo el lecho rocoso del alma? ¡Tranquilo, Diram! Que sea lento, tu encantamiento de las cámaras de su corazón: el corazón de Dylana, que cuelga como un latido, lleno de vida.

2. 

Míralo. Una flecha rubia bajo el destello de tu sangre, Dylana. Mira cómo adorna la velada con el sonajero de su virilidad. Él sube a ti en una escalera de jadeos, como si todo el lujo fuera suyo, como si fueras las palabras con las que canta la canción del hombre. Cantadle lo que la nube le canta a su hija. ¿Bajar de tu dulzura empalagosa y revelar la seducción de las alturas, para que tomes el campo de su corazón con el trigo de tu canción? Ven, Dylana, se inclina más cerca, narrando frutas. 

3.

Mírala, mira cómo adorna tu pecho con un rayo de labios y dedos. Mírala, Diram, y verás veinte corazones debajo de su corazón. Cada corazón alucina otros veinte de su sueño. Ella es la boca del río para todo hombre ungido con el estruendo de las raíces. Ella es la filtración de horas y argumentos, el drenaje final de toda valentía o miedo. ¡No te acerques ni un paso más, Diram! ¡No des un paso más! Tu lugar es el lugar desde donde la dulzura se espía dormida en canastos rubios y de sangre. 

4. 

Levántate, Dylana, y aprieta tu suave cerco. Eres el bosque donde su linaje florecerá y las entrañas se mezclarán con las aves. Eres su ruido entre ruidos. Tú eres su alabanza, en la que todo rey ve su reino y todo camina un camino hacia el trono. Por eso, cuando se incline sobre ti, levántale el vaso de la mujer y a su pecho tembloroso levanta el escudo de tu seno, ensangrentado con las nubes y con las edades.

5.

¡Levántate, Diram! Levántate para ver desde los picos de la alegría la pendiente de la mujer que se extiende desde las máscaras deslumbrantes hasta la canción. Eres la espada de sus resortes. Contigo golpea las mañanas y se abren en anhelos y alces. Eres su aliento entre alientos y su alabanza en que el aire sumerge las flechas perdidas de los dioses. Así que cuando ella se incline sobre ti, levanta a su boca tu boca, tachonada con el canto del hombre, y a su seno tembloroso levanta el escudo de tu seno, salpicado de agua y elogios.

6.

¡Míralo, Dylana! Mira cómo recoge rayos y esparce vientos sobre tu lecho. Mira cómo cuelga de tus jadeos como una fruta. Él pone trampas para las plantas como si se jactara de ti ante la penetración del agua. Mira cómo rodea el agua como la tierra, para asediar el latido de tu corazón que se eleva, como la espuma y los barcos, del agua. . . . Cuando abra su red al final del día, esparciendo planetas y lucios, que duerma en sus profecías. Déjalo ser, Dylana. Todo lo que agarra de la tierra es un puñado de ladrillos, y todo lo que ve es la pendiente de tu pecho extendiendo sobre la tierra una sombra de noche y virilidad.

7.

¡Mírala, Diram! Mira cómo junta bandadas de gansos ante tu corazón y teje las nubes. Mira cómo se balancea hacia ti, manada a manada desde la ladera más lejana, mano a mano con el horizonte creciente. Cuando salta los arroyos, su vestido revela raíces que no tocan la tierra pero rozan las alabanzas con que se cubren todas las raíces. Si decides tomar su mano entre las tuyas, también tomas el horizonte. Si decides abrazarla, deja que las raíces te sostenga; que la fruta sorba la fruta de tu aliento; que la tierra se precipite hacia ti, desenvainando su torrente de leche y de formas.

8.

¡Despiértalo, Dylana! Despiértalo de un sueño bordado con la dulzura de mil corazones ebrios. Despierta la mañana con él para que juntos partan hacia ti, empolvados de lujuria, de opulencia, de júbilo. Porque es el último al que verás alucinando, soplando cuernos ilusorios, llenando, como un sirviente, las copas de los ahogados con heroísmo. Ahí está él, en su propio vendaval, en el antiguo ráfaga de raíces y el regocijo de lo salvaje en lo salvaje. Él es el último que verás acercarse como la señal que envía una tormenta antes de que use una armadura ensangrentada y arranque el mantel, rompiendo los platos contra el mármol del alma. Despiértalo. Despiértalo, Dylana.

9.

¡Despiértala, Diram! Despierta la mariposa de lo invisible y su libélula dorada. . . Despierta a Dylana y, con ella, despierta la casa, piedra por piedra, y luego el cuadrado alrededor de la casa y luego la valla. Y cuando termine con eso, despierte la mañana que duerme junto a la cerca. Di: Ven, Dylana, ven, seamos testigos del brillo vacilante de la tierra mientras arroja hierro y esplendor a nuestro escudo humano. Ven, descubramos nuestros pechos a los campos, temblando con la dulzura de una punta de lanza hundida donde fluyen el sésamo y el azafrán. Como si, juntos, lucháramos por ser heridas más allá de las cuales no hay heridas. Ven, despiértala, Diram.

10

¡Despiértalo, Dylana! Despierta al niño, su pecho desnudo inquieto bajo un rayo torrencial. Despiértalo, despierta el día y los panes. Llena tu balde, aquello de lo que riegas a los animales invisibles de la mañana, llénalo con capullos de seda y bayas que caen de la alabanza. Teje con seda y bayas la dulzura que cubre a Diram. Despiértalo. Despiértalo, Dylana.

11

¡Despiértala, Diram! Despierta el sueño de debajo de sus pestañas. Tírale un guijarro de tiempo, que se estremezca como el rostro de un manantial; que ella se ensanche anillo por anillo, cada uno un carruaje que lleva hierbas y senderos. Vamos, por dios, el mensajero de los valles está recogiendo ramos de niebla para los dos y esparciendo lavanda infancia sobre la cerca de la casa. Despiértala. Despiértala, Diram.

12

¡Despiértalo, Dylana! Despierta el rostro de la farsa, ese niño rodeado por las guadañas de los dioses. Despiértalo para que seas testigo del veloz rocío matinal y sus jocosas seducciones. Que sepas que el rocío relincha en la hierba y tiene cuernos que declaran herejía bonachona en suelo bonachón.

13

¡Despiértala, Diram! Despierta la pompa celestial de Dylana. Esparce sobre ella gotas de mañana y arrogancia. Si ella se extiende ante ti, despierta, obsérvala como una planta estudia a una planta. Siéntense juntos a la sombra de los besos y déjense seducir por canciones de canciones. Despiértala, Diram. ¡Despertarla!

14

¡Despiértalo, Dylana! Despierta al rayo humano, Diram, mientras desciende ebrio del esplendor del hombre. No cubras tus manos o tu jadeo sobre él. Que se extienda, claro y lucent; brotes y racimos que asoman dentro de él. Entonces lo poseerás a él y todo lo que se cierne dentro de él. Puedes elegir ser el hogar humano de plantas, nubes y alas. Dylana, ¡despiértalo!

15.

¡Despiértala, Diram! Despierta la sangre viva y sus formas amigas. Corónate para el despertar de Dylana con un suave tamborileo. Es el despertar de un trono por cuyo poder brotan las fuentes y corren los arroyos. Ella es tu arco. Con ella te lanzas -cuando te lanzas- a ti mismo en un canto final. ¡Despiértala, Diram, despiértala!

16

¡Despiértalo, Dylana! Despierta la opulencia y sus formas amables. Sé testigo de la apertura de sus pestañas sueltas pájaros. Es una vigilia que sólo la mañana conoce, captando el sonido del agua. Él es tu arco. Con él disparas -cuando disparas- tu totalidad en una canción final. ¡Despiértalo, Dylana, despiértalo!

17

¡Despiértala, Diram! Despierta Dylana, un océano de espuma. Extiende tus velas cuando se tuerce bajo el barrido de tu sangre matutina. Carga su sangre con nubes desnudas. ¡Despiértala, Diram, despiértala!

Despiértala,
Despiértala,
No quise despertar la tierra esa mañana.
La tierra tampoco quiso despertarme.

Todo pasa cuando las señales están completas, y el que se aferra al gemido partirá con la mañana. Así partieron, Dylana y Diram, y yo no quise despertar a la tierra esa mañana y ella no quiso despertarme a mí.

. . .

Regresaban y la tierra también regresaba de su cosecha diaria de mil espigas de trigo, mil llamaradas, mil intrusiones donde los valientes han abandonado sus destinos bajo una ola invisible, mil escudos resquebrajados, mil rayos mojados de besos; mil hombres dispararon a Dylana y Diram con flechas de ceniza; se inclinaron ante el silencio que esparce aguas a su paso y devasta flores.

Así partieron: un niño y una mujer.

Y yo soy un guía que condujo a dos amantes a nada más que a la dulce futilidad. Supe cuando el corazón hereda la desembocadura del río, se revela, como un secreto los cobertizos delirantes. Pero sin embargo los llevé conmigo, envueltos en relámpagos que florecen en aureolas amargas, los llevé hacia un esplendor no heredado, y allí dije: Despliega tus velas como una estrella naciente con la que la tierra escucha el golpear del agua sobre el escudo del agua. . 

. . .

Por dios, por dios, no me pidas, después de todo esto, no me pidas que narre la tierra, dirección por dirección, y el cielo, tornillo a tornillo. Soy la perpetuación de la historia, y si hablo, hablo mi corazón esparciéndose en la tormenta como urogallos de arena de cobre. ¡No! No me pidas, después de todo esto, que narre la muerte con la muerte, y que pise esta dulzura como el hueco de la pezuña de un mulo. Mire, mientras se sienta allí en una valla puesta del sol, mire y verá veinte hombres que cubren a Diram y Dylana con sus capas. Luego, una sola línea de sangre escurre descaradamente entre guijarros y paja y desaparece al borde de la desolación.

Acerca del autor

Salim Barakat es un poeta y novelista kurdo-sirio. Nació en 1951 en Qamishli, una ciudad étnica, religiosa y lingüísticamente diversa en el norte de Siria. Se mudó a Damasco a principios de la década de 1970 y luego a Beirut. En 1982, las crecientes tensiones políticas y sectarias en la ciudad devastada por la guerra lo obligaron a partir hacia Chipre, donde permaneció más de quince años. Reside en Estocolmo, Suecia, desde 1999. Ha publicado más de cuarenta y seis obras de poesía y prosa, incluidas tres autobiografías.

INNOVACIÓN RIMÁTICA Y SUPUESTO TEÓRICO

por Morgana de Palacios

Me cuesta entender el para qué de ciertas cosas, no de que se debatan y de que los estudiosos teóricos busquen los entresijos fonológicos del idioma, pero si no es para mejorarlo o ampliarlo sino que cada vez va a quedar más sucinto y enredoso a los ojos del creativo, que además de todo lo que hay para analizar en un verso, va a tener que perderse entre las muchas posibilidades que ofrecen algunos supuestos teóricos acerca de cómo debe leerse o «escucharse» una rima, aunque su oído disienta, para establecer si está bien o mal escrito, es como para negarse, de entrada, a su aceptación.

¿Para qué voy a cambiar yo el sonido de una esdrújula que además de encantarme en un verso porque aporta justamente el punto de diferencia que le resta monotonía al sonido, pronuncio perfectamente sin que mi voz derive a agudizar su tono?

¿Que a veces cuesta trabajo encontrar la rima consonante perfecta porque no hay tantas como llanas o agudas? Pues para eso está el talento del autor que tendrá que hacer lo oportuno para encontrar la perfección que se le exige al verso rimado en cualquier estructura, y no tirar por la calle de enmedio de cualquier hecho teórico del que no está comprobada su eficacia y, que termina por parecer más una falta de oficio que otra cosa.

Eso no tiene nada que ver con la transgresión de las normas ni con las vanguardias estructurales.

Transgredir es mejorar, liberar, ampliar y por supuesto donde más hay que innovar es en los fondos.

Es ahí que el poeta o prosista de vanguardia tiene que arriesgar en el idioma cuyas normas tienen siglos de existencia y siguen funcionando como un reloj en cuestiones poéticas. Es ahí donde ha de perseguir la innovación como una forma de alcanzar a tener una voz propia por la que ser reconocido.

Cuando las décimas se hacían solamente en octosílabos, yo las escribí hasta en pentadecasílabos, por hablar de un metro poco usual y muchos siguieron mi ejemplo, así que nadie se extraña ahora de verlas en todos los tamaños. Nadie dice «eso no es una décima», ni siquiera cuando las creaba polimétricas. Para mí eso es ampliar el abanico de posibilidades estructurales sin tener que cambiar las rítmicas que me parecen perfectas.


Lo ideal al construir un soneto es que parezca que fluye con absoluta libertad, aunque esté dentro de esa faja que nos hemos impuesto, que los blancos parezcan rimados y los rimados canten sin forzamientos y sin monotonías decimonónicas porque hayamos aprendido a mezclar todo tipo de acentos manteniendo el mismo ritmo.


Con la polimetría ocurre lo mismo. Para que el soneto resulte eufónico hay que guardar las distancias entre los diferentes metros, sin ponerlos a ojo de buen cubero. Es decir, si en un cuarteto utilizas dos endecas, un alejandrino y un heptasílabo, por ponerte un ejemplo, en el siguiente deberás hacer exactamente lo mismo.

¿Que es añadir dificultad a lo ya dificultoso de por sí? Pues claro, pero en eso consiste el reto. Para hacer lo que otros han hecho mil veces antes, lo que habría que estudiar es la Ley de la Mímesis absoluta (ríome) y yo, no estoy por esa labor.

Todo en poesía es una cuestión de armonía, aunque estés escribiendo sobre coprofagia.

DESPUÉS DE JOYCE

por Gavrí Akhenazi

Existen dos formas primarias de construir una narración. Hay más, por supuesto, muchas más, pero las dos más básicas, digamos, desde el punto de vista del escritor, son la intelectual y la emocional.

Cuando un escritor encara la intelectual crea una ficción documental, que puede ser como el escritor quiera: filosófica, literaria, histórica, periodística.

Es una ficción investigativa que requiere de un conocimiento profundo sobre aquello de lo que se hablará, aunque sea novelada. Si no, es una chapucería.

Suele suceder con las novelas o las crónicas mal documentadas. Son una chapucería. Compiten con la historia de manera espúrea. O sea, se pueden agregar datos, pero no se pueden falsear los básicos, porque son los que constituyen el fundamento. Hablando de la Toma de la Bastilla, se puede decir que en ese momento había más prisioneros que los cuatro que registra la Historia y que el alcaide Launay tenía puesto un calzoncillo rojo que le zurció la negra Emerenciana y que Necker se torció el pie por el apuro el día en que lo sustituyeron, pero no se puede argumentar que la revuelta fue el 21 de noviembre de 1908.

Por supuesto que si el autor se inclina por una ucronía, el asunto cambia porque en eso se basa el trabajo ucrónico: cambiar la Historia por una historia o sea, hacer ficción por aquello que podría haber pasado pero que nunca ocurrió y sí ocurrió lo que la Historia registra.

La ficción emocional, en cambio, es la narración simple, de historias comunes que no precisan años de bibliotecas y documentos sino de conocimiento humano, comportamiento humano, aplicado a historias humanas de todos los días. Por supuesto que estas segundas pueden tener un marco real, dentro de una época determinada. Pero no son históricas. Están «en contexto».

A veces se puede contar la historia sin hacer Historia.

Antes se decía que una de las premisas básicas de una novela es que tuviera un marco histórico que discurriera a través de un tiempo determinado. Y si bien ya no es exactamente así, el marco histórico resulta en mayor o menor medida, siempre un escenario sobre el que trabajar lo emocional y ya no importa si es o no ficcional ese marco, porque se circunscribe a la descripción de una realidad contextual.

La práctica narrativa ha determinado que los paradigmas se demuelen mediante la creación de otros paradigmas, por eso, la línea histórica propiamente dicha ya no es una premisa fundamental de la novela sino que se ha transformado en un testimonio sociotemporal del momento en el que un autor enmarca lo narrativo emocional.

Repetiré entonces eso que a esta altura es casi un mantra: «Hubo un antes y un después de Joyce».

NOVEDADES EDITORIALES

Sobre «Cicatrices» de Ovidio Moré, reseña de Gildardo López Reyes

Tengo al menos siete años en contacto con la obra de Ovidio Moré. Tiempo suficiente para poder apreciarla y disfrutarla por igual, para constatar que Ovidio tiene el talento suficiente para compartir su obra con el mundo. Pero lo último de sus creaciones con lo que tuve contacto fue con su prosa –la que ahora me ha permitido volver a disfrutarlo–, igualmente rica, consistente y fluida como su poesía, de la que tanto había disfrutado hasta ese momento, y que por supuesto he seguido haciendo; tan disfrutable y única como sus dibujos y pinturas, dueños de una estética propia que los hace ahora reconocibles y destacables entre la oferta actual.

Cicatrices, su primer colección de relatos, y espero, el primero de más libros, es un mosaico polifacético que nos muestra la habilidad de narrador de Ovidio, en el que despliega sus dotes narrativos para llevarnos por donde él desea, que nos deja ver que puede manejar distintos tonos en su discurso manteniendo siempre el interés del lector, ya sea en un relato más, digamos costumbrista, o en alguno de los breves juegos que se permite en sus Enanos dobles de jardín.

Me parece que la herencia latinoamericana del realismo mágico se posa sin reparo sobre muchas de las palabras que tejen las historias que nos cuenta Ovidio. Es el aire que respiran muchos de sus personajes, cubanos casi todos, y que los hace andar, con el ritmo cadencioso de la isla por las venas, y que nos permite a los lectores ser parte de las historias, a pesar de que estemos en contacto por vez primera con algunas palabras cubanas que aderezan las historias. Somos cómplices atrapados por un contexto que fluye y que nos vuelve innecesario un intérprete mientras Ovidio nos guía hábil por su mundo.

Cicatrices es un libro para disfrutar, para dejarse llevar y deleitarse con la muy buena prosa de un gran artista.

La verdad es que me alegra mucho ver y haber leído el libro de mi buen amigo. Luego de años de compartir y leer nuestras cosas, de jugar con poesía, de ver crecer una amistad sincera.

Ovidio Moré – Cuba
Gildardo López Reyes – México

SINÉRESIS, FONÉTICA Y NORMA GRAMATICAL

por Antonio Alcoholado Feltstrom

Escala de sonoridad y estructura de la sílaba:

Los sonidos emitidos por humanos, según sus características articulatorias, se distribuyen en una escala de perceptibilidad/sonoridad. La posición más alta de dicha escala la ocupa la vocal /a/, y la última las consonantes oclusivas (/t/, /p/, /k/…) El grado de abertura en la articulación del sonido es lo que determina su sonoridad.

En una sílaba compleja (en la que se agrupa más de un sonido), el orden en que se presentan los distintos sonidos no es arbitrario. El impulso silábico obedece a un movimiento de abertura y posterior cierre. La posición culminante en este proceso, denominada núcleo silábico, la ocupa el más sonoro de los sonidos implicados. Contiguos al núcleo se sitúan los más sonoros entre los restantes, y gradualmente se separan del núcleo según su sonoridad decreciente.

Por ejemplo, en una sílaba como ‘trans’, /a/ es el culmen sonoro (el sonido que se articula con mayor abertura), mientras que la líquida /r/ y la nasal /n/ son consonantes más sonoras que la fricativa /s/ y la oclusiva /t/, de ahí que se distribuyan en ese orden de menos sonora en ascenso sonoro hasta el culmen y a partir de ahí en descenso de sonoridad (/trans/). No serían posibles las sílabas *rtasn, o *antsr, por simple impedimento articulatorio.

Escala de sonoridad entre las vocales:

Lógicamente, la de articulación más abierta /a/ es la más sonora, seguida de las medias /e/, /o/, y las menos sonoras son las cerradas /i/, /u/.

A efectos de estructura silábica, si se dan dos o más vocales en un mismo impulso silábico, la más abierta ocupa el culmen sonoro (núcleo) y la(s) menos abierta(s) son movimiento de apertura hacia el núcleo o cierre tras él.

Función estructural de las vocales:

Toda vocal puede constituir núcleo silábico en español, si es el sonido más abierto entre los que se agrupen en el impulso silábico.

La norma gramatical acepta que las vocales cerradas /i/, /u/, en diptongos, cumplen función marginal, es decir, de transición ascendente o descendente hacia el núcleo silábico, que ocupa otra vocal más sonora.

La norma gramatical se resiste (de momento) a aceptar que las vocales medias /e/, /o/, entre sí o con abierta, cumplen función marginal ascendente o descendente hacia un núcleo silábico constituido por otra vocal más sonora. A pesar de que la realidad del habla, y el precepto literario, indican lo contrario.

Así, la voz línea se considera trisílaba, y esdrújula a efectos ortográficos, aunque se articule bisílaba y llana (uso este ejemplo concreto porque lo emplea Gómez Torrego [2007: 35], lingüista normativo de tendencia más conservadora aún que las Academias de la Lengua, que ya es decir).

Sin embargo, tanto desde el punto de vista estructural como desde la escala de sonoridad, nada parece impedir que las vocales medias funcionen como marginales.

Fotos, fotos (dicen que una imagen vale más que mil palabras, aunque yo sostengo que esa apreciación es relativa):
Espectrograma de las vocales [é.a] en impulsos silábicos distintos:


https://drive.google.com/file/d/1tbT32M … sp=sharing


Se ven dos líneas de sombra: formante 1 (inferior, que se corresponde con la abertura de la boca) y formante 2 (superior, que se corresponde con la posición de la lengua). Se ve una estabilidad en forma de líneas paralelas en la primera vocal y en la segunda, separadas por una transición abrupta en forma de escalón en el segundo formante (el superior).

Sucede lo mismo en el hiato [í.a] (en «tenía»):


https://drive.google.com/file/d/1OKC4s_ … sp=sharing

Sin embargo, en las combinaciones de vocales en un mismo impulso silábico, la vocal marginal presenta inestabilidad y transición suave en el segundo formante (el superior, el que se corresponde con el movimiento de la lengua), en la forma de un deslizamiento hacia la vocal nuclear, que sí se presenta estable (líneas paralelas). Ejemplo de [ia], diptongo, en «tenia»:


https://drive.google.com/file/d/1kGhYVQ … sp=sharing

Ahora, ejemplo de [ea], sinéresis, en «línea»:


https://drive.google.com/file/d/1otYVVn … sp=sharing

El comportamiento de /e/ como margen silábico en casos de sinéresis es el mismo que el de /i/ en casos de diptongo. Comprensible, dado que el núcleo silábico lo constituye una vocal de mayor sonoridad.

La norma, de momento (atestiguo una batalla que ya sé que está perdida), rechaza el comportamiento marginal de /e/ sin más razón que un argumento gramatical según el que /e/ es un sonido «fuerte».

El habla, el análisis fonético, la versificación y el testimonio de los prosodistas, desde antiguo, testifican en contra.


Acerca del autor

Antonio Alcoholado Feltstrom es Doctor en Filología por la Universidad de Jaume, integrando actualmente el Seminario Permanente de Innovación en la Enseñanza de Español como Lengua Extranjera.

Entre sus publicaciones encontramos:
– Fenómenos métricos y antihiatismo en hablantes cultos de español. Enfoques histórico, preceptivo y empírico. Vindicación gramatical y normativa. Tesis doctoral dirigida por Mercedes Sanz Gil. Universitat Jaume I, 2017. DOI: http://dx.doi.org/10.6035/14011.2017.450627
– M. Anglada y A. Alcoholado: Panorama histórico-cultural de España. Shanghai Foreign Language Education Press, 2012. ISBN: 978-7-5446-2799-3. Libro de texto oficial del currículo universitario chino para estudios superiores de español.
– Vocales en contacto en la expresión oral del español. Planteamientos teóricos y perspectivas de trabajo con estudiantes universitarios chinos de español como lengua extranjera. SinoELE Suplementos, nº 8, 5/2013.

Artículos:
«Problemas métricos en «Lo fatal» de Rubén Darío: escansión y estructura estrófica». Anales de Literatura Hispanoamericana [en imprenta].
«Antihiatismo en español: un problema fonológico entre la preceptiva literaria y la normativa gramatical». Lexis, 44(1), 2020.
«En torno al antihiatismo hispanohablante: norma gramatical frente a precepto literario, norma culta y estándar». Revista de Investigación Lingüística, 22, 2020.
«Canon y transgresión métricos como tema en dos composiciones de Prosas profanas». Cultura, Lenguaje y Representación, 21, 2019.
«Reflejo en un estudio de corpus de la evolución y frecuencia de la dialefa en la versificación española». Lectura y Signo, 13, 2018.
«La oralidad del latín en las letras hispánicas: proporción y jerarquía de los fenómenos métricos en la poesía española e hispanoamericana». Actas IX Congreso Intnal. de la Asociación Asiática de Hispanistas. SinoELE Monográficos 17, 2018.
«Conciencia fonológica y expresión oral en ELE: el caso de las combinaciones vocálicas». Actas del XIV Simposio sobre Didáctica, Cultura y Traducción del español. Taipéi: Universidad de Tamkang. ISBN: 978-957-8736-05-4. 2018.
«Fonética, fonología y normativa gramatical: la función marginal de las vocales medias en español». En Marrero Aguiar, Vª y Estebas Vilaplana, Eva (eds): Tendencias actuales en fonética experimental: cruce de disciplinas en el centenario del Manual de pronunciación española (Tomás Navarro Tomás). ISBN: 978-84-697-7855-5. 2017.
«La enseñanza de literatura española e hispanoamericana en universidades de la R. P. China». SinoELE 14, 2016.
«Tres problemas básicos para el profesor en la expresión oral en ELE: fundamentos técnicos para su solución». RedELE, 2015.
«Necesidades en el desarrollo de la expresión oral en español como lengua extranjera». Actas VIII Congreso Intnal. de la Asociación Asiática de Hispanistas. Shanghai Foreign Language Education Press, 2015. ISBN 978-7-5446-3989-7.


CONTRATAPA

Sonidos de la estática

Tanto a mis alumnos de la universidad como a aquellos que se acercan a Ultraversal.com con el fin de adquirir mejores herramientas para el desarrollo de su oficio de escritor, suelo explicarles que el exitismo es un pésimo consejero en todos los ámbitos y que un autor debe estar primordialmente preparado para aceptar la crítica y masticar el fracaso.

Es casi inverosímil, en el ámbito literario ajeno al merchandising, dar el batacazo (expresión esta en sus acepciones latinoamericanas: 3ª y 4ª del DRAE) con la primera obra que sale a la luz. Más aún, si la obra es un producto propio de la inmadurez autoral y no ha encontrado en su camino un buen guía que ponga en su preciso lugar la cosa mediante el altruismo de la sinceridad, cosa poco probable en la actualidad porque como todo, la literatura también es un negocio.

Creo firmemente que la condescendencia para con una obra poco madura no ayuda a ningún autor, porque lo que realmente ayuda a un autor es la verdad. Posición, por supuesto, resistida y vituperada por el ejército de egos populosos que abundan en el mundillo de la medianía literaria en este peculiar territorio de la virtualidad en el que se ampara el éxito en interesados comentarios halagüeños, en general, carentes de fundamentos anclados en el conocimiento o, también por lo general, obedientes a intereses que nadie confesaría.

Que muchos sean capaces de lucrar con la condescendencia hacia obras mediocres o directamente dignas de la hoguera, va en relación proporcional a lo que cobran por sus servicios de asistencia al autor, ya se trate de aquellos que imparten «clases de escritura» –y si uno analiza realmente sus textos (incluso los propagandísticos) los halla acuciados por errores garrafales– o, peor aún, de aquellos que van por allí dejándose llamar «maestro» y enseñando lo que ni siquiera han aprendido decentemente. En román paladino: «los que tocan de oído».

Otros –y los casos abundan–, son «hijos de la cita». Sin haber llegado por ellos mismos a ninguna conclusión de esas a las que el propio oficio bien ejercido te lleva, han memorizado como verdaderos papagayos una larga ristra de «citas» que ponen en juego cada vez que abren la boca, como si solo citar lo que dijo tal o lo que dijo cual, fuera aval suficiente de su pericia en el ramo, cuando en realidad, esto solo refleja que por ellos mismos no han llegado a ninguna conclusión de relevancia si no es a través de ampararse en las conclusiones ajenas.

Por eso, me animaría a decir que casi para una amplia mayoría que como mayoría suele resultar acrítica, la elaboración de conclusiones propias no es válida per sé y solamente la cita es válida si tiene una rúbrica en bronce debajo.

Luego, alguien que decida trasladar su conocimiento del oficio a un escritor en ciernes, debe ser, primordialmente, además de un buen docente que haya conseguido desarrollar libertad en el criterio propio, un buen lector y con «buen lector» me refiero a la capacidad de penetrar en los entresijos, encontrar los metamensajes, comprender la arquitectura natural de la voz que enfrenta y bucear en ese mundo, consciente de que no está en el propio sino en otro universo con el que quizás tenga más diferencias que concordancias pero que, aún así, debe ser comprendido en sus diferencias.

Es un error muy común que quien transmite conocimiento se lleve las cosas a su territorio y en vez de trabajar sobre la voz ajena, le imposte la suya con sus propios vicios y manías. Eso, solo demuestra que aún el guía no es un buen lector y menos aún un buen docente, así pueda recitar completa y de memoria la Biblioteca de Alejandría.

Volviendo al origen de esta charla, y siendo egotistamente autorreferencial, creo que un autor en ejercicio pleno de su oficio, termina concluyendo las mismas cosas y casi bajo los mismos parámetros que el resto de autores que andan por allí siendo citados –para el caso de internet ya que es el que nos ocupa– en innumerables frasecitas, generalmente sacadas del contexto en el que fueron dichas y ajenas al fin para el que fueron expresadas. Una expresión en contexto pertenece al contexto que la incluye porque un contexto es la trama de las expresiones que contiene para fundamentar o expresar las ideas que se intentan sostener con él.

Sin embargo, para muchos, la elaboración de conclusiones no es válida per sé y solamente la cita es válida.

La falta de conclusiones propias que poner en juego a la hora de transmitir el conocimiento es directamente proporcional a la inseguridad que se tiene sobre ese conocimiento y que, por lo tanto, no podrá ser transmitido con la eficacia que requieren las explicaciones al estar internalizadas y ya formar parte de la concepción propia de la cosa. O sea, aquello de «como dijo tal o como dijo cual» siempre será una conclusión «ajena» que se repite sin tener la certeza de su exacta validez porque no es uno el que ha llegado a ella de motu proprio y luego convalidado al leerla también en otros. La experiencia siempre abre mundos que la teoría desconoce.

Los que ponen en tela de juicio conocimientos que valen por su propio peso, son los mismos que le exigen a uno que para opinar en disidencia a la masa acrítica tan afecta a la memorización/repetición de conceptos, debería ostentar un Nobel y para cuestionar a un autor fallecido, debería haberse batido a duelo con él en su misma época.

Esa es la concepción que para muchos se define como el ejercicio de la autoridad literaria, sin tener en cuenta que a un autor lo avala su obra, independientemente de cómo se llame y que, por eso, el conocimiento no es directamente proporcional al nombre sino que vale por cómo ese autor trabaja y logra sus niveles de expresión. Prueba de esta inopia malsana registra la historia de la literatura con autores que renunciaron a su nombre taquillero e intentaron, con el mismo oficio, escribir bajo otro pseudónimo, sin siquiera conseguir ser reconocidos por su buen hacer. «Cosas veredes, Sancho».

Luego, dentro del variado universo de los lazarillos literarios, encontramos tanto a serios como a oportunistas y dentro de los serios  no todos sirven para acompañar o, al menos, para transmitir certeramente sus conocimientos aunque cobren su buen dinero por hacerlo. El pensamiento generalizado es «mejor tener contenta a la gente a que se acabe el negocito rentable». La frustración del autor en ciernes frente al escaso éxito de su obra siempre pertenecerá pura y exclusivamente al autor y al mundo ilusorio del promisorio éxito.

En otro orden, tantísimos nombres de esos que rubrican las citas no han conseguido siquiera un buen discípulo del que enorgullecerse por la calidad de su vuelo ya que en general, un autor suele estar más ocupado consigo mismo que aceptando bajo su ala a otro autor al que donar legado. Y con legado no me refiero al producto sino a las herramientas para construir el producto, porque cada autor que se precie de serlo, es único en el uso de las herramientas y es una premisa fundamental que el guía comprenda eso.

Es imposible «enseñar a escribir» concebido en modo plantilla. Lo que realmente se puede enseñar es cómo utilizar la batería de herramientas con las que «se consigue escribir», siempre y cuando haya un mínimo sustrato de talento sobre el que roturar con ellas.

De ahí que hacerlo gratuitamente y solo con un fin altruista diría que más orientado a rescatar a la literatura que al autor en sí–, resulta en una especie de delirio místico al que todos pueden vituperar sin el menor empacho, porque como dije en un comienzo, la literatura ha dejado de ser un arte para transformarse en un negocio caza bobos. Entre los que se dedican al vituperio, podríamos (aborrezco la poca implicación en un tema que nos permite el potencial) contabilizar a los que se han servido holgadamente de esta actitud altruista, beneficiándose para luego exhibir el conocimiento como mérito propio obtenido casi por ciencia infusa.

Enseñar o transmitir conocimiento requiere, sin lugar a dudas, un plus vocacional que la mayoría no posee por temor a que le surja competencia o si se ejercita la sinceridad natural, cargarse el negocio en el que se ha embarcado, incluso en el singular y variopinto mundillo de internet y creo que es por eso que lo que campa por sus fueros en este territorio es de una insólita y aplastante medianía de la que nadie quiere ni intenta hacerse cargo.

Ya diría Joan Manuel Serrat: «Nunca es triste la verdad. Lo que no tiene es remedio».

גברי אכנזי

EDITORIAL

por Gavrí Akhenazi

Imagen by Ronald Wittek

Ilustres desconocidos

A poem is a city

a poem is a city filled with streets and sewers
filled with saints, heroes, beggars, madmen,
filled with banality and booze,
filled with rain and thunder and periods of
drought, a poem is a city at war,
a poem is a city asking a clock why,
a poem is a city burning,
a poem is a city under guns
its barbershops filled with cynical drunks,
a poem is a city where God rides naked
through the streets like Lady Godiva,
where dogs bark at night, and chase away
the flag; a poem is a city of poets,
most of them quite similar
and envious and bitter …
a poem is this city now,
50 miles from nowhere,
9:09 in the morning,
the taste of liquor and cigarettes,
no police, no lovers, walking the streets,
this poem, this city, closing its doors,
barricaded, almost empty,
mournful without tears, aging without pity,
the hardrock mountains,
the ocean like a lavender flame,
a moon destitute of greatness,
a small music from broken windows …

a poem is a city, a poem is a nation,
a poem is the world …

and now I stick this under glass
for the mad editor’s scrutiny,
and night is elsewhere
and faint gray ladies stand in line,
dog follows dog to estuary,
the trumpets bring on gallows
as small men rant at things
they cannot do.

Charles Bukowski


Cuando los lectores la liberen de la mediocridad que le imponen la falta de un mínimo buen gusto, la chatura de las copias al carbón repetidas hasta la persuasión, la ausencia de una voz definida por su creatividad y no por su simpleza (que no es lo mismo que sencillez) la literatura volverá a ser literatura y por ende, la poesía, poesía.

Debería evitarse el patético fenómeno de defender ciertos poemas porque sus  autores están bendecidos con el don de las empatías generales en su grupo de amigos/seguidores que, con tanto aplauso de favor, no hacen más que mantener con un respirador artificial  una ilusión que yace muerta en la tumba de la falta de sustento (léase talento, incluso talento para aprender el arte y obetener un producto si no creativo, al menos decoroso).

El camino es complejo y todo el que se interna por él debería saber que solo algunos pocos poemas trascienden la vida de un autor. De la mayoría de los que ese autor ha escrito, la gente no recuerda una palabra siquiera al terminar de leerlos. Y aunque pareciera una blasfemia, también sucede eso con los nombres que a nadie se le caen de la boca.

La misión natural es liberarse, si se quiere ser poeta o escritor, de las influencias en las que originalmente nos cimentamos. Liberarnos del peso costumbrista de mencionar a Borges, a Cortázar, a Neruda, a la Pizarnik y al resto de los que se nombran como si se tratara de una tribu de brujos y como si nadie más que ellos pudiera –luego de ellos– encontrar dentro de sí su voz creadora y expandirla sin tener que rendirles pleitesía.

Con algunos colegas no se puede siquiera decir media palabra de las figuras institucionalizadas a fuerza de que tanta repetición las ha instaurado como modelo literario único del que es imposible abjurar para dejar de obedecer sus sombras. Incluso autores con voz reconocida y propia, mantran con esos nombres y aspirarían a ser sus reencarnaciones en vez de ser ellos mismos, bendecidos con su propio don.

Entonces, ¿qué podemos esperar de todos los otros autores jóvenes y no tanto, que van escribiendo «sus sentimientos» por aquí y por allí, confundidos por la ausencia de un lector crítico y repantigados en la comodidad del amiguismo ineficiente?

Volviendo al comienzo de esta reflexión, lo que estos supuestos «autores» deberían tener claro primordialmente es que la poesía (y la literatura en general) va mucho más allá de una redacción de palabras más o menos bonitas engarzadas dentro de un ritmo más o menos agradable, expuestas al desconocimiento de un auditorio de lisonjeros que dan todo por bueno.

El problema aparece cuando esos «poetas/escritores» –que aunque nombran a la musa todo el rato no han conseguido una cita con ella– realmente se convencen  –y mucha culpa de esto la tienen los lectores acríticos–  de haber arribado a la profundidad de la escritura generando ruido y, en la mayoría de los casos, no han pasado —con más pena que gloria, a pesar de su esforzada campaña marketinera — del círculo viscoso que los rodea y los festeja.

Ni siquiera, en la mayoría de los casos,  consiguen dejar apenas, como caminito de su hacer recorrido, algunas páginas triviales que ni para sí rescataría el olvido.

HAY PALABRAS

por Gildardo López Reyes – México

Hay palabras que son mal pronunciadas, la costumbre dejó que nadie advirtiera que así no se decía el nombre de esa cosa. Seguro estarán enojadas, molestas cada vez que no se les usa correctamente. Incluso la ignorancia colectiva hace que se corrija a quien sí conoce la verdadera palabra: «¡no se dice magullado!»

Hay palabras recluidas porque a alguien se le ocurrió decir que eran malas, palabras que aparecen en ocasiones especiales como cuando hay alcohol recorriendo las gargantas. Aunque en algunas personas como yo conviven codo a codo con las que carecen de maldad. Son palabras que se divierten en la boca de niños y adolescentes que se sienten importantes mientras más de estos vocablos saquen del encierro.

También, hay palabras que han perdido su valor, palabras que fueron despojadas de su identidad y viven en una crisis en la que ya no saben qué significaban. «¿Entonces, qué es un amigo?», pregunta una. «¿Qué es el amor, qué, amar a alguien?», se escucha decir a otra totalmente desgastada. «¿Y paz?», no recuerdo ya lo que significaba.

Los diccionarios siempre llegan tarde a la fiesta, nunca se les dice la hora exacta o será que son impuntuales de cuna; la cosa es que nunca están presentes en los momentos precisos.

En México todos cantinfleábamos y catafixiábamos sin importar si el diccionario y su real academia nos daban o no permiso.

ARTE Y DISCAPACIDAD

Imagen de Stefan Keller en Pixabay

por Orlando Estrella – Rep. Dominicana

El arte, por su propia esencia y naturaleza, juega un papel muy diverso en el ser humano. Desde el inicio del hombre sobre la tierra, esta actividad demostró su influencia en la psiquis humana al grado de considerarse un misterio.

Hombres que aún no habían aprendido a caminar erguidos ya plasmaban con trazos y colores su entorno en todo objeto a su alcance.

En cada ser humano existe un espacio mental relacionado con la actividad artística, no importa la condición o nivel de intelecto que posea. Lo que se necesita es comprender ese nivel y adaptarlo a la condición particular de cada cual.

En las personas especiales se pueden apreciar estas consideraciones, no es de extrañar que en el mundo del autismo por ejemplo, se manifiesten destellos de genialidad fundamentalmente en esta actividad humana.

Un aspecto de primer orden que ejerce el arte sobre personas especiales es la cuestión de integración a la sociedad. El resultado de una obra de arte no es sólo para consumo propio, es para ser mostrada al exterior y esto conlleva una interacción y un sentido de importancia que el sujeto comprueba al ver espectadores alrededor de su obra. Para una persona con discapacidad esto juega un dato de sumo interés dadas las características y tabues de la sociedad en general.

En experiencias propias como profesor de personas con ciertos tipos de discapacidad he podido comprender de cerca la influencia del arte
y la ayuda que les brinda.

Recuerdo el caso de un joven que era evaluado en un Centro de Rehabilitación (en el que yo dirigía un taller de Artes y Alfarería) a fin de determinar a cual actividad de los diferentes talleres existentes iba a ser enviado. Él no calificaba para ser ubicado en ningún taller y estaba a punto de ser rechazado y enviado a su casa.

Los evaluadores (por sugerencia de alguien) decidieron enviarlo a mi taller. La evaluación que hice al inicio fue frustratoria, pero se me ocurrió entregarle algunas piezas de cerámica y colores para que practicara.
El joven comenzó a trabajar y lo noté con una alegría y dedicación que no había mostrado antes.
Al poco tiempo ya había decorado las piezas con un nivel de calidad sorprendente. Él se convirtió, no sólo en el decorador oficial del taller sino que su arte era usado en otras actividades del centro educativo.
Con él sucedió lo que decía antes, sólo hay que determinar su nivel de intelecto y adaptarlo a su condición particular.

Otro caso lo fue el de un alumno que en ocasiones era suspendido y retirado a su casa por diferentes razones. Un día me pidió un pedazo de barro y comenzó a diseñar figuras, me repitió el pedido varias veces y al final había realizado esculturas de cada tipo de dinosaurio con lujo de detalles. Él tenía todas estas figuras en su memoria, que veía en revistas que sus padres le facilitaban. Nunca antes se había notado este talento en el joven el cual tenía cierto grado de autismo. Todo consistía en darle el tiempo prudente para sacar todo el arte que poseía.

Estos ejemplos son más elocuentes que toda la teoría que se pueda manifestar en este mundo de la discapacidad.
Uno de los obstáculos que impiden el desarrollo de personas especiales son los propios padres, estos (en su mayoría) no creen en las posibilidades de avance de sus hijos, y su preocupación hacia ellos es mínima y sus esperanzas casi nulas.

En una ocasión, un alumno con el síndrome de Down realizó un trabajo sobre arcilla, un rostro con rasgos africanos que sorprendió por su calidad tanto anatómica como colorista. Era su regalo de madre como él decía. El trabajo expuesto el día de esa celebración llamó la atención de todos los presentes incluyendo a la prensa.
En un momento la madre del joven se me acercó para oír mi opinión sobre la obra diciéndome que: «la encuentro horrorosa». No encontré palabras para responderle.


LOS FAVORITOS DEL EDITOR

José Sbarra

El mal amor (selección)

Te informo sobre la situación en casa, por si te interesa.
La persiana de nuestro dormitorio se trabó arriba y se niega a
bajar.
Las puertas del armario bostezan de noche y de día.
La parte de tu lado de la cama se muere de aburrimiento.
Una banda de polillas insensatas se comió la cortina azul.
Cuelgan de todos los cajones lenguas de trapo sedientas.
Las toallas que olvidaste en el suelo envejecieron
precipitadamente.
Los lirios de plástico que habías puesto sobre el calefactor
se marchitaron.
No quiero exagerar, pero alguno de los Rolling Stones
humedeció con sus lágrimas la pared donde pegaste el póster.
El cielorraso se descascara pidiendo que vuelvas.

(Y de mi corazón mejor no hablemos)


Alguien habrá acercado su mejilla
a una almohada usada por mí para recordar
el roce de mi piel?
Alguien habrá permanecido despierto
hasta la alta noche
para seguir amando con su mirada
mi egoísmo dormido?
Alguien habrá caminado por una calle desierta
de un país lejano murmurando mi nombre
llamándome?
Alguien habrá serenado su corazón
apretando contra su rostro
pequeñas ropas mías?
Alguien habrá preferido mi muerte
antes que verme
en brazos de otra persona?
Alguien habrá gozado
entrando al baño después de mí,
con el vapor,
la temperatura y los perfumes
de mi intimidad?
Alguien habrá deseado caer en el sueño
con mi sexo anclado en su
cuerpo?
O solamente yo
amé de esa manera?


No dejes que te impresionen las estrellas
que quizás estén todas muertas.
No te dejes corroer por las canciones añejas
Duerme y nada más.
Esta noche, duerme
Mañana una muchedumbre de arcoiris
con lo que haya quedado vivo, ya conoces el mecanismo
te fabricarán una sonrisa nueva.
Ahora duerme y nada más,
esta noche, duerme.
No te castigues con la luna,
ese transatlántico indiferente,
este silencio pasará
volverán las palabras como pájaros,
como veranos, como soles
volverán las palabras
y alguien dirá tu nombre.
Esta noche, duerme,
echa el ancla y duerme,
duerme.
Que por unas horas oscuras nada te hiera.
No llores, no implores, respira y duerme
concéntrate en la respiración
y acaríciate un hombro,
amate un poco y duerme
esta noche duerme.
Mañana tendrás la oportunidad,
flamante y renovada de volverte a equivocar.


Alaridos en el ventrículo de las torturas.
El amor desollado pide a gritos que le devuelvan las epidemias.
La memoria decapita los nombres de los fracasos.
Alaridos en el ventrículo de las torturas.
Se arrastra la tristeza por los túneles de las arterias.
Los errores que cometí flotan en el pantano de mis pensamientos.
Aúlla la traición en la bruma de mis ilusiones.
Alaridos en el ventrículo de las torturas.
En mi cuerpo, donde se celebraron los ritos del placer,
monjes funerarios ofician la misa del adiós.


No te llevaste solamente
tu paraguas, tus ropas
y el cepillo de dientes.
Te llevaste también
la música
el telón de las noches
y la escenografía de los días
arrasaste con todo.


Mientes.
Nada de lo que respondes es verdad.
Nada es cierto.
Lo único cierto es que te anudarías a sus pies,
que le besarías en todo momento hasta fastidiarlo,
hasta perderlo.
Haces estrategias.
Haces estrategias para que alguien no se vaya de tu lado.
Mientes para que no te abandonen.
Tienes la certeza de que tu espontaneidad ahuyenta.
Nunca más un gesto sincero.


Estaba en una fiesta.
Sabía que existían personas interesadas en hacer el amor con él,
del mismo modo que él
intentaba hacer el amor con otras.
Entonces visualizo un círculo de seres humanos,
cada uno intentando seducir a otra persona
que no era la que tenían delante,
y así hasta el infinito.


Es sábado
y es de noche
vos estás sola
yo estoy solo
abracémonos desnudos
digamos palabras excitantes
y llamémoslo amor.


No.
No conocí el amor.
Solo conocí
el exasperante deseo de que el amor existiese.


Alguien pronuncia mi nombre
la grúa detiene su acción devastadora
alguien pronuncia mi nombre
los obreros se quitan los cascos y abandonan su tarea
alguien pronuncia mi nombre
soy una demolición en suspenso.


Cuando veo mis pies
allá tan lejos de donde suceden las ceremonias,
las tomas de decisiones y los bacanales,
no puedo evitar un sentimiento de angustia por ellos.
Me pregunto si podría acercarlos
anotándome en un curso de contorsionismo y acrobacia.
Pero no creo que el resto de mi cuerpo,
tan habituado al desorden,
soporte el método y los esfuerzos.
Cuando yo muera
sé que ellos se enfriarán primero,
tendrán sus minutos de muerte solitaria
hasta que reciban la compañía final
de todo el andamiaje de mi esperpento.
Pobres pies estos pies, tuvieron peor suerte aún que mi corazón.
Lo cual no es decir poco.
Recuerdo los tiempos felices que pasé a tu lado.
Nunca olvidaré lo dichoso que fue en esos tiempos en los que,
por lo menos,
te tomabas la molestia de mentirme.


Ando por la casa buscando tus olores como cuando rastraba tus engaños.
Busco aromas. Durante la primera semana encontré un par de medias y varias ropas que dejaste tiradas. Las huelo. Las beso.
Al principio lo hacía con vergüenza. Después empecé a hacerlo con naturalidad.
Ahora
lo hago con
desesperación.
Las aplasto en mi boca y en mi nariz para extraerles
algo de lo que amé.
Sigo encontrando ropas tuyas, pero ya no huelen
Contienen apenas el recuerdo
del olor.
Con el tiempo, menos el deseo, todo se diluye.
¿Por qué no construí una jaula? ¿Por qué no tejí una red para
que dependieras
solo de mí?
Odio las teorías sobre el amor y la libertad.
Debería haberte construído una sólida jaula.
Y llevarte ahí el plato de comida, el agua y el sexo.
Serte imprescidible.
Ahora me he quedado sin tus olores
Y para colmo en el prostíbulo de mi corazón
están reclamando aumentos desmesurados.

Acerca del autor

José Sbarra (15 de julio de 1950 – 23 de agosto de 1996) es el poeta del under democrático que hizo del amor la estructura narrativa de su obra poética.

Dramaturgo, performance, autor de libros infantiles, conductor de ciclos de lectura de poesía en la ciudad, la figura de Sbarra se proyecta como el nexo cultural que une el destape tierno de la poesía posdictadura con las experiencias poéticas de la década del 90.

Sus obras de teatro plagadas de humor negro y poesía, su experiencia psicodélica y testimonial en Informe sobre Moscú (1996) y su obra póstuma El mal amor (2017) lo consagran a través del tiempo como una de las principales voces poéticas de nuestro país.

«No hay orfandad cósmica», como dice Sbarra, porque él mismo se inscribe con su poesía en una lectura del amor que atraviesa tiempos y edades.

PENSAR EL TEATRO

por Edilio Peña – Venezuela

Pensar  el teatro, es más que pensar la representación de una ilusión o un acontecimiento, un sueño o una pesadilla. Es pensar lo fantástico o lo inimaginable como una ciega certeza que nos rebasa. Por eso en el teatro no puede existir la realidad. La realidad es demasiado estrecha para la imaginación y la propia vida. Quienes intentan este desatino de ser fiel a la realidad de la idea y de los principios atávicos de cualquier pensamiento,  desprecian la representación teatral que descarna la honda mentira en que se está sumergido por los espejismos. Pero eso no quiere decir que el teatro sea un defensor absoluto de la verdad.  Porque la verdad a veces puede ser una coartada de una imposición. Quizás es un expositor de la resbaladiza  certeza. Además, el teatro es demasiado ambiguo para ser  evangelista.  Su falsedad es su virtud.  Moliere la glorificó con su comedias.

Un teatro oscuro es más verdadero que un teatro explícito. Llámese este último, social o psicológico. Los personajes de los  verdaderos dramaturgos no  deben decirlo todo;  y de hecho, no lo dicen. El diálogo es el arte supremo de la conversación que vertebra la ausencia.  El teatro se habla para develarse y revelar al otro. No por la estrategia consciente de la voluntad.  Eso crea una paradoja: La representación  de la historia no se convierte en un catálogo de imágenes. Es más, la imagen como destino final de la representación puede ser sacrificada oponiéndole la nada. Solo una mano, un objeto o un haz de luz puede ser suficiente. El ego de la representación es desterrado de la ambición promiscua del barroco teatral a que se nos tiene acostumbrado. Se  debe dramatizar en otra dimensión escénica para que el espectador abandone la razón de ser testigo y se convierta en un poseso que activa la remoción de su triada, física, psíquica y espiritual.

El verbo desencadenado es un gran peligro en estos tiempos  de incontinencia verbal.  Hablar mucho conduce al sin sentido de la reiteración. A veces hay que contraer las riendas del verbo; otras, ahogarlo en el silencio. Dejarlo sin respiración hasta que aparezca la máscara desconocida del pantano o del océano.  Y eso no lo puede lograr el naturalismo ni el realismo tradicional. El teatro sinfónico terminó con William Shakespeare. Chejov e Ibsen fatigan.  El pasado es un fardo que pesa  en la existencia de sus personajes. Cada vez que uno de ellos entra a escena,  tiene que relatar de donde viene; y en ese relato minucioso que convoca el detalle, descubrimos las motivaciones veladas o explicitas de los personajes. Leemos las obras de  William Shakespeare para enterarnos cómo son las tácticas y las estrategias de las intenciones de los personajes que luchan por lograr su magno objetivo.

Macbeth mata al rey Duncan, y al hacerlo, se percata con ello, que  ha asesinado el sueño. Desde entonces, el insomnio lo atormentará.  Ricardo  III,  el único personaje de  literatura dramática que parece no padecer de culpa, asesina  amigos y familiares  en una trepidante y macabra ascensión por entre la escalera de sus víctimas,  con el solo fin de coronarse rey con  su ostentosa ambición y  fealdad; pero en el último acto,  inesperadamente, grita lleno de terror al saberse perdido en la última batalla: “¡ Mi reino, mi renio por un caballo!”. No obstante, en siglo XX, el dramaturgo Irlandés, Samuel Beckett, escribió una pieza llamada Esperando a Godot, donde el pasado ( la motivación), la intención y  el objetivo dramático de sus personajes, no era la premisa estructural para concluir la obra como  expresión de la intriga que  tienen las  piezas teatrales tradicionales.  Beckett había descubierto el absurdo de la vida en el teatro.  Quizá porque una obra teatral cuando culmina en representación,  es para crear una gran insatisfacción en los espectadores, un desasosiego que se puede celebrar o despreciar. Los espectadores  deben marcharse   del teatro,  como si estuvieran a punto de partir de la vida, sin haberlo dicho todo. Aquí la banalidad no calza, pero tampoco la épica.

 Los personajes de la ficción teatral,  están condenados al destino de morir en cada representación, en el sentido de que nunca serán idénticos sus actos en cada nueva representación que se haga de ellos. Sin embargo,  tienen  la posibilidad de resucitar con posturas, gestos y movimientos distintos, así la representación siguiente no sea idéntica a la primera. Hay momentos en que los personajes  teatrales  son como Lázaro burlándose de la muerte. El tiempo existencial es tan breve, que no  permite al personaje  teatral eternizarse en el espacio ni en el tiempo.  Están condenados a existir  en  el fugaz  ahora, ese presente  que los desvanece, y que alguna memoria que se resiste a olvidarlos, eventualmente, los recordará en su última agonía. Ni  la persona ni  los personajes podrán escapar a esta sentencia.  A veces silente, otra brusca o cruenta. El dolor  nos lo recuerda. Nos marchamos de este mundo  sin terminar de hacer y ser completamente lo que quisimos, deseamos o soñamos ser. Algunos descendemos a la tumba,  petrificados por  aquellos secretos inconfesables. Ese es el gran misterio de la vida, que intenta reproducir el buen teatro. Quizá por ello, escribir teatro, no resulte fácil. Porque no es lo que dicen los personajes lo que importa, sino, lo que dejan de decir en la situación dramática límite que los confronta. Ese abismo que los coloca  en el vértigo que produce el vacío.