Morgana de Palacios – España

Me reconozco fiera

El problema es que yo no ofrezco nada,
ni miel ni hiel ni carne de papel,
ni meta que alcanzar ni andarivel
ni siquiera una lengua amaestrada
en violencias virtuales, abocada
al más puro fracaso realista.

Si peco de algo es de fetichista
coleccionando versos asombrosos
que cambio por los míos venenosos
con quien no cree que me pasé de lista.

Me reconozco fiera. De telones
entiendo poco y nada. Boca adentro
carezco de pudor y salgo y entro
de mí sin timidez y a borbotones
sin pretender de nadie absoluciones
al pecado de serme en sinrazón.
Tú cuida, si peligra, el corazón
que conmigo te arriesgas al infarto.

Sé que acabo doliendo como un parto
y que termino siendo una adicción.

Y te estoy taladrando las neuronas
sin pose, sin teatro, sin divismo,
te estoy acompañando a ser tú mismo,
a definirte sin las bravuconas
consignas de la hombría cabalística.
Te estoy zarandeando con la mística
de una mujer que está en huelga de hombre
por motivos que no vienen al caso.

Tan rebelada estoy contra el Parnaso
como tú contra el filo de mi nombre.



El ojo de Satán

Yo ya no me apaciguo ni en mis propias pulsiones
y escribo desvaríos por encontrarme el centro,
por transmitirme absurda desde el punto de encuentro
con otros ojos libres. Por amargas razones,
ahondar en el útero de las desilusiones,
les quita la coraza, el acero, la roca.
Catártico el instinto rebelde de una boca
que desnuda tragedia para vestir consuelo.
Yo uso la palabra como el largo escalpelo
que limpia las heridas que el amor me provoca.

El verso me conduce a falsas posiciones
y dejo que me roben lo que me pertenece
pero no soy culpable si el desengaño crece
como la mala hierba sobre los corazones.
Yo camino de vuelta de avernales razones
y no hay sitar que imite la voz de mi armonía
ni llama que se prenda en la noche vacía
para paliar mi ausencia del ojo de Satán.

Mi boca se rebosa de caliente champán
cuando le miro fría, fría, fría.

En(carnadas)

Será por algo, entonces, que las mujeres sangran
cuando se caen desnudas desde el aire translúcido
sin que las apuñalen.

Será por algo
que se derraman purpúreas
y no verdes biliosas o ámbares seminales.

Será por algo, digo, que como las mareas
se van de sí, volviendo a sus adentros
con la luna regente en los instintos
y desbordan los cántaros terrestres
de neuróticas aguas escarlatas.

Será que por sus venas corre el hombre
de atávicos cuchillos afilados
para la gran venganza de su génesis
grabada en la memoria colectiva.

Será que no hay amor sin sacrificio cruento
en el altar de Cronos
ni vida sin la muerte
de sus cárdenas rosas menstruales.
Será que se suicidan gota a gota,
criaturas de sangre
para el semen de un dios
muerto de rojos.



Al fondo de los hombres

Al fondo de los hombres, yo siempre llego tarde.
A destiempo me gustan los que hubieran servido
para darle la vuelta a tanto amor fingido
y desmontar los tópicos sin excesivo alarde.
Yo no salgo de mí si inquietante no arde
la mente en una pira de surrealidad
y resulta evidente que, pasada una edad,
sin los inconvenientes que tiene la inocencia,
sólo un antiguo preso, ahíto de experiencia
puede acercarse un poco a mi exacta verdad.

En eso me distingo de cualquier hombre al uso
que sueña a los cincuenta con dos de veinticinco,
así que, siendo perra, no pego ningún brinco
por una galletita que morder, ni me excuso
por no ladrar eufórica ante el primer pituso
que me rasque la panza que muestro generosa,
con esa deferencia tan feble y cariñosa
de quien para el paseo, no te pone bozal.

Pero eso ya lo sabes. Soy esa fleur du mal
que llega siempre tarde, herida y sospechosa.

El brillo en la mirada (tercera entrega) » Por Eva Lucía Armas & Gavrí Akhenazi

Capítulo 5

Anecdotario

Por Eva Lucía Armas

Cayetana puso la tetera sobre el mantel bordado en encaje de la bandeja y sonrió.

Solamente a ella le había contado que estaba frecuentando al «señor Irala» por ese cúmulo de casualidades que terminaron transformándose en un hábito y después, para mí, en una necesidad.

Muchas cosas de mi propia naturaleza me identificaban con él y como a él parecía sucederle algo más o menos similar, encontrarnos para conversar o para no conversar y caminar en silencio —aunque yo demasiado silencio nunca pude hacer— era parte de nuestra rutina diaria.

Si algo sucedía que nos impedía encontrarnos, entraba yo en una especie de necesidad difícil de explicar que no se calmaba hasta que conseguía dar con Irala en alguna parte.
—De cualquier modo, cuídate, Luisi… No está bien visto en esta casa el señor Irala y no faltarán lenguas que traigan el rumor a los oídos de papá. Evítate un disgusto … —me recomendó suavemente Cayetana, mientras regresábamos al saloncito llevando el té.
Yo le había contado lo que me sucedía, porque mis hermanas estaban conversando sobre Genara, quien, como Irala iba seguido a cenar a su casa por asuntos de negocios con su padre, se consideraba candidata probable a ser su futura esposa, porque, todo según mis hermanas que contaba Genara, el tipo le establecía encima su negrísima mirada y no se la quitaba en toda la noche.

Hasta que ellas no me contaron eso, yo no había advertido cuanto me importaba Daniel Irala ni por qué me importaba tanto.

Me había engañado a mí misma con una amistad sin implicancia, entre dos almas gemelares que comparten su visión peculiar del mundo y sus habitantes.
De pronto, sus ojos me importaban, su voz me importaba, su vida me importaba. Lo extrañaba si no podía verlo todos los días y atribuía ésto a que él interpretaba mis sentimientos y pensamientos como nadie. Era el mejor de los amigos hasta que se transformó en la más urgente de mis necesidades. Todo gracias a Genara. Como si ella hubiese tenido la sola misión de descorrerle un velo a mis ojos.

Sin duda, a la misa del domingo concurría todo el mundo y no se podía faltar a ella a menos que la enfermedad la diera a una por tierra y estuviera transformada en un ánima cercana al sepulcro.

Yo no me sentía en tal extremo de quebranto, pero la abstinencia obligada que me impuse para que el mal no acabara derribándome con peores consecuencias que las hasta ahora experimentadas, volvía el remedio de la misma calaña que la enfermedad.
“Purga de Irala” me dije cuando Genara regresó a contarnos que había ejecutado en el piano (para el buen partido que su padre peleaba por predestinarle) todo el repertorio que una señorita que se precie debe conocer.

Ella misma había puesto sus manos de “no hacer nada” en la cocina, sólo para decírselo a él, entre melosas sonrisas y gorjeos de calandria atragantada y él había festejado su gusto culinario y musical, mientras conversaba de negocios con don Fausto y ofrecía sus ojos      “de almíbar negro” según el decir de Genara, a los ojos que lo contemplaban fascinados.

—No te vayas a quemar con ese almíbar —le dije—. Son fosos de brea más que almíbar quemado —rompí al cabo la imagen poética de la pobre Genara y mi mal humor empezó a ser más malo y más negro.

—Nuestras familias están enemistadas —terció Bernardina, mientras yo me levantaba de la mecedora del jardín, donde escuchábamos el relato de Genara y hería el pedregullo del camino de acceso.

Fue en el momento del beso, cuando decidí purga y abstinencia “y si me quieres venir a buscar, vas a tener que entrar por la puerta de mi casa, Daniel Irala, arriesgándote a que mi padre te corra a escopetazos”.

El beso en cuestión fue en la mano.

Yo no había sido merecedora de tal privilegio ninguna de las veces en que estuvimos por allí conversando y riéndonos de nuestras propias similitudes y diferencias.

Tampoco vino a buscarme a la puerta de mi casa ni en los siete días que transcurrieron desde aquel hasta el domingo en que debía enfrentar la misa, porque no había concurrido a ninguna durante la semana larga de recogimiento.

Intenté una excusa para no ir al pueblo y encontrarme con Genara del brazo de Irala, porque con la velocidad que él llevaba, ya debían andar del brazo. Por supuesto, la misa estaba por encima de cualquier cosa, como una condición para no ser acusada de hereje, plenamente. Ya tenía yo demasiadas diferencias con el señor cura que mi madre, sabiamente, intuía que se mitigaban si me arrastraba a la comunión y así hacía valer su buen juicio sobre el mío.

Misa al fin.

Genara estaba en el banco de su familia, saludándome con alegría. Irala no estaba con ella.

En realidad, Daniel Irala no asistía a misa y según me había dicho, “porque explicaciones solamente le debo a mi Señor”.

Tenía sus convicciones el hombre. Habíamos protagonizado algunos diálogos teológicos muy interesantes, en los que demostró un vasto conocimiento de La Biblia y la doctrina de la iglesia. Literalmente no comulgaba ni de hecho ni de derecho. Y no escatimaba epítetos para hablar del cura.

Esa breve sabiduría sobre Daniel Irala me permitió considerarme a salvo.

De cualquier manera, con fingida gentileza, le pregunté a Genara por qué Daniel no la acompañaba.

Ella me dijo que desde la “segunda visita” no había vuelto a verlo porque el negocio que tenía con su padre ya estaba arreglado pero que, probablemente, en el transcurso de la semana volvería a cenar a su casa, según la invitación oportunamente cursada.

—Y me cuentas… —le reclamé. Después de todo, éramos amigas antes de Irala.

Me acomodé la mantilla sobre la cabellera y dispuse mi ánimo aliviado a soportar estoicamente el sermón del cura.

Cuando salimos de soportar la ímproba retahila de monseñor para quién nunca era suficiente la limosna ni podía servir de absolución a la lujuria y desenfreno que —según él y sus sueños— acontecía en el pueblo, el sol estaba enorme sobre la plaza, pero para mí se hizo de noche.

Irala se había detenido justo frente a la puerta de la iglesia y a sus cuatro escalones.

Apenas lucía la ropa de faena, aún sucia del barro y del sudor del día, como si su presencia fuese algo casual allí y le diera lo mismo haber detenido el caballo frente a la iglesia que frente a lo del turco. Su actitud era la de quién está esperando alguna cosa que bien no sabe desde dónde debe aparecer.

Reclinado contra el palenque donde se hileraban los caballos más allá de los coches, esperaba.

Sus ojos recorrían parsimoniosamente al pueblo convocado por las campanas, sin hacer el menor caso de la conmoción que provocaba su presencia allí, porque se mostraba tan poco, poquísimo en público, que aquella actitud tan expuesta a los ojos de todos provocaba una ola de murmullos entre toda la masa que salía de la iglesia al mediodía.

Me encontró enseguida.

Sentí sus ojos adentro de los míos. Me empujaron sus ojos.

Él, por un instante me quitó de encima la mirada y la fijó en el cura, que estaba despidiendo a la feligresía y haciendo las recomendaciones necesarias para un buen convivir cristiano en el infiernillo del pueblo. Del rictus contrariado, sus labios pasaron a esa sonrisita sarcástica que bien yo le conocía.

El cura sintió los ojos que se le prendían y quedó también mirando al Irala, como si el tiempo se detuviera momentáneamente entre ellos y todos los demás que estábamos ahí, quedáramos excluídos de alguna ceremonia privada entre sus ojos.

Mi madre, que me llevaba del brazo y notó que yo me distraía en contemplar a aquel moreno mugroso que no le sacaba los ojos de encima al cura, tembló a mi costado.

Fue tan notorio su temblor, que empezó a sacudirme también a mí, que la llevaba del bracete.

—Mamá… ¿qué le pasa? —acabé por preguntarle a tanto estremecimiento.

—Es igual que Juan Luis… —balbuceó ella, como si yo debiera entender.

—Juan Luis… ¿ quién es Juan Luis? —insistí en preguntar, si aquello era lo que mantenía tan en vilo el ansia de mi madre.
Ella no respondió.

Cuando regresé mis ojos a Irala, él ya no estaba más. ◣

Capítulo 6

Afectos utilitarios

Por Gavrí Akhenazi

Venían por el camino, al galope, midiendo la energía de un caballo nuevo que él le había obsequiado, porque según decía, el de Luisina era pesado como un odre de vino. Como el suyo era veloz por encima del viento, siempre la dejaba atrás y tenía que detenerse a esperarla, cuestión que lo malhumoraba porque interrumpía sus conversaciones (cuando todavía conversaban). Entonces, un buen día, le dio la montura de recambio.

—Pruébate este… —le dijo, como si fuera un vestido y le dio las riendas.

Igualmente, también la dejó atrás. O sea que el problema era él y no los caballos de la niña.

Se había acostumbrado a ella, como quien se acostumbra a un perro noble, de esos que nos acompañan por la vida como una mudez presente y dulce a la que recurrir en los momentos de intensa soledad.

Aunque la chiquilla no llegaba ni a los veinte, era especialmente ubicada en ese mundo particular que le exigía ser de un montón al que ella parecía desesperada por no pertenecer.

Era radicalmente diferente, desde sus vestidos hasta sus pensamientos y, quizás ese y no otro, era el motivo íntimo por el cual él le permitía aquella cercanía cotidiana.

Ni siquiera podría decirse que era hermosa. Apenas alcanzaba a raspar lo bonita, cosa que suplía grandemente con la chispa de su simpatía y su predisposición a la aventura y la discusión.

Pero él se sentía proclive a la muchacha y le consentía la sencillez de una relación sin pretensiones como la que se ofrecían mutuamente.

Además, se confesaba Daniel consigo mismo, ella lo mantenía al tanto de todo lo que se cocinaba en la estrecha sociedad de Villarrica y como informadora oficial de los acontecimientos puebleros —como era tan dada a la conversación— le venía a él como anillo al dedo.

No le costaba nada cultivar raptos de paciencia, para ganar ese beneficio de saber siempre los chismes sin tener que ir a buscarlos él.

Cuando regresó sobre el camino, porque Luisina no llegaba nunca a alcanzar su caballo, la encontró detenida con la vista fija en un punto distante que oscilaba como un péndulo pesado, colgando de la rama de un árbol.

Ella estaba inmóvil, con la vista absolutamente fija, negándose a admitir que lo que estaba viendo fuera lo que estaba viendo, sino que su gesto parecía querer imaginar alguna otra cosa que se pareciera a lo que sus ojos no podían dejar de mirar.

—Daniel… —balbuceó al fin, aferrando su brazo cuando él se puso a su par, regañándola porque no le alcanzaba— Mira.

Él miró.

—Virgen Santa… —alcanzó a decir y se lanzó al galope a través del campo hacia los árboles.

Al muerto llegaron juntos.

Luisina se quedó allí, mirándolo desde abajo, colgado de la rama con una gruesa soga de enlazar, con la cara hinchada como un sapo, los ojos hacia fuera que se le saltaban de ella y la lengua morada. Si no hubiese sido un hombre, bien podría haber sido un muñeco grotesco para espantar los pájaros del sembrado.
Pero era un ahorcado.

En las ramas, se acomodaban los carroñeros, graznando.

—Vete para atrás… —le ordenó Daniel y él, desde su montura, tomó al cuerpo por las caderas y con un certero golpe del machete que llevaba siempre colgando de la silla, cortó la soga.

Eustaquio Ocaña se desarmó como una cosa, de través entre el pescuezo del caballo y Daniel, quien desmontó de un salto y le quitó la soga del cuello lacerado.

—¿ Está muerto? —preguntó Luisina, entre el espanto y la náusea.

—¿Tú que crees? —le respondió él, como su siempre tan autosuficiente acompañante, acabando de acomodar el cuerpo para que no se cayera— Habrá que avisarle a su gente… ¿Sabes quién es?

—No tiene familia. Es Eustaquio Ocaña. — respondió la muchacha— Era peón de los Ibarguren… pero ya no trabaja para ellos.

—Bueno… pero alguien tendrá para avisarle.— insistió Irala, que había atado el cadáver sobre su montura— Lo llevaremos a la policía y que ellos se encarguen.

Antes de que se complicara más la vida con el muerto, Luisina le contó la historia en dos palabras. Le dijo que su mujer se había tirado al río en la olla unos días antes y que los peones de don Huberto la habían sacado muerta. Como parecían demasiados suicidios juntos sin una explicación que los justificara, Luisina también  la dio. Le contó la costumbre de don Ferdinando Ibarguren de quedarse con las mujeres bonitas de sus peones para hacer cosas con ellas que la beata de doña Matricia no le permite hacer y “que se dice por ahí que si la mujer se le resiste, pues que es mucho peor y que seguramente eso fue lo que pasó con Eustaquio… que cuando Ibarguren se la devolvió, la pobre mujer…”

—Ya… ya… —la interrumpió Irala y de un salto se acomodó en la grupa del caballo de ella. Manoteó las riendas, quitándoselas de las manos y se fueron de ahí con el muerto a la rastra.

Daniel le cavó una fosa en sus propios campos y lo metió en ella. Luisina lo miraba cavándole una fosa al muerto sin creer casi lo que veía. Tardó buen tiempo en hacer un hoyo en el que Eustaquio cupiera cómodo mientras ella, que se había quedado con la historia en la mitad, se la completaba para entretenerle el trabajo que se estaba tomando.

Lo único que le interesó realmente es cómo era la doña Matricia esa que se la pasaba de jaculatorias con la tía de Luisina.

Las paladas de tierra caían sobre Eustaquio.

—¿Es vieja? —insistió Daniel en sus preguntas, porque Luisina se abstraía en ver el cuerpo desapareciendo. Ella dijo que sí. “Debe tener tu edad” agregó.

Él protestó porque lo consideraba viejo ya que no se consideraba así.

—Bueno… tampoco eres joven —le respondió Luisina consiguiendo fastidiarle el orgullo pero como el muerto no se enterraba nunca, Daniel dejó de discutir con ella para terminar la poco grata tarea.

—¿Es gorda? —preguntó al rato.

—Pues no. Además… ustedes los hombres, por más que tengan una mujer bonita en la casa, siempre andan poniéndole los ojos a otras —protestó la niña, según la sabiduría general.

—No es cuestión de que sea bonita. Es cuestión de que te entienda, de que se lleve contigo… —le explicó él, limpiándose las manos en la ropa, para quitarse la tierra y los restos de muerto— Alguien que sea como tú, que te comprenda como eres. Lo de bonita, bueno… si es bonita mejor… pero no es lo más importante.

Igual pasaron por el rancho donde Eustaquio vivía porque Daniel Irala no tenía mucha confianza en los dichos de Luisina sobre que no hubiera nada de familia del finado.

—Nos llevamos el perro —dijo, como excusa— porque seguro que si no estaba con su dueño, está atado.

Se llevaron el perro y él se llevó un niño lleno de mocos que lloraba de hambre, frío y mugre en un cajón.

No opinó sobre las aseveraciones de Luisina sobre que no hubiera nadie, más que con el gesto de ponerle el niño en los brazos, que olía apestosamente y como no encontró más trapos con que envolverlo, lo lió dentro de sus propios abrigos.

El niño murió a los días, a pesar de los cuidados que la nana Eleuteria le dio. Daniel anduvo de diablos una buena semana en la que ni hablarle se podía.

Luisina optó por seguir el consejo de la vieja mujer, ya que ella era quien había criado a Irala desde que nació y permanecía fiel allí, ancianamente fiel, envejeciendo con sus secretos dentro de la enorme casa de Las Sombras.

Y además, porque seguramente, la niña nunca había visto tantas tormentas juntas en los ojos de él, que se quemaban y quemaban de fogatas negras. ◣

Lumínica / In-crédula / Pequeña infinitud / Nostalgia » Por Mariví González

Lumínica

Dame un beso de agua en las pupilas
que quiero ser un llanto de dulzura
en tu boca de lluvia que murmura
un vendaval de dudas intranquilas.

Puedo hacer de tu espalda un mar de lilas
que olorosas desanden tu tortura,
transitar por detrás de la espesura
de tus sienes si tiemblas o vacilas.

Déjame ser la anchura de tus huecos,
la verdad en tus noches de extravío,
déjame disiparte lo sombrío

y ser la voz de tus oídos secos.
Como un sol que acaricia si hace frío
mi piel suavizará tus recovecos.

In-crédula

Quiero desmantelar todos los limbos,
extirparle su sílaba a la fe
y que la ingenuidad cierre sus piernas
de ninfómana virgen.

Pero me está costando
fusilar a la párvula que cree
que una mota de arena
puede agarrarse al mar como una isla.

Siempre vuelve a confiar en un mayo minúsculo,
en el hueso de un pétalo,
en verbos inconclusos y en abortos de puentes.

Y siempre la despista un sol de humo.

No comprendo por qué
no muere de una vez esta inocencia,
si tiene el cuerpo lleno de disparos.

Pequeña infinitud

No eres la mujer
que habita la pequeña infinitud
donde cabe un poema.

Tú eres mucho más
—o quizás mucho menos—
que el verso más exacto y más desnudo
sangrando sus verdades,
o que la estrofa frágil golpeando
como un látigo triste.

Tú sólo estás viviendo.

Y puedes ser
la inquietud de una roca,
la imperfección perfecta,
la muchedumbre enardecida y débil
de cualquier soledad,

la que improvisa olvidos,
la que abre la ventana del deshielo,
la que absorbe las alas de los pájaros,

la que mastica lágrimas de azúcar
o se bebe la sal de una colmena,
la que alisa los filos de la ira
o araña mansedumbres.

Una contradicción
que oscila entre la luz y la penumbra
del viaje de la vida.

Pero eres sobre todo
una efímera fecha en un tiempo continuo.

Así que no,
no ocupas su pequeña infinitud,
porque tú morirás
pero el poema queda.

Nostalgia

La nostalgia
se desliza en mis hombros sin permiso,
casi como una seda paulatina
que tiñe de colores agridulces
el uniforme gris de la cautela.

A lo lejos escucho cómo hablabas
de aquel vestido rojo
que ceñía la piel de los instintos
y que nunca llegaste a regalarme
porque entonces las horas abarcaban promesas
y el tiempo era una prórroga infinita.

Tengo un beso de lluvia en la memoria
en esta noche ocre
y poco a poco empiezan a borrarse
los suicidios del alma.

A lo lejos la arena huele a hierba.

Sacudo las cenizas del letargo
y abro por fin los ojos, imprudente,
para mirar de cerca a la añoranza.

La miro y lleva puesto aquel vestido rojo.

El que nunca llegaste a regalarme.

Eugenia Díaz Mares – México

En remisión

Se encuentra en remisión el intenso dolor
que apagaba la luz de cada nuevo día,
y sin reconocerse ve su imagen
plasmada en la ventana
tan serena y en paz.

Escucha serenatas, las charlas y las risas
y como en pasarela ve desfilar pasteles
con los ramos de flores festejando a las madres.
Y ahí, tras el balcón , cristal humedecido,
esa mujer observa cómo se va mojando su reflejo
tocando sus mejillas extrañamente secas.

Camina de regreso pisando su presente,
rozando con sus dedos los muros y tabiques
que atesoran el eco de fantasmas.

Se va dejando guiar por el fulgor
de unas manos que esperan con anhelo
logre cruzar el puente.



Las tardes en espera

Elimina temores, moviliza el presente
y asómate a la vida con actitud de reto,
toma unas pinceladas de la aurora
y tiñe tus mejillas ocultando en tu piel
ese pálido tono que apaga tu viveza.

Llénate del bullicio del gentío
y sal detrás del vidrio, de ese escaparate
en que te has refugiado.

La tarde está en pañales esperando por ti.
Ya no tragues saliva y escupe las entrañas
que se han contaminado con temores y odios,
atusa tus cabellos, levanta la barbilla,
endereza tu espalda y camina con hambre
de dar mordida al mundo.

Aunque mastiques guerras, trata de digerirlas
degusta un caramelo que te quite lo amargo
de las calamidades.

Mientras siga la vida hay tardes que te esperan.



Solo sueños

Se han quedado esperando
dos copas, con un vino de mesa, pan y queso,
música de guitarra acompañada
por el ruido constante de los grillos,
con gusanos de luz
opacando la luz del firmamento,
y embriagado el olfato de olor a hierba fresca.

Una casa de campo en las montañas
con la hoguera de leños ya en cenizas,
un papalote roto colgando del encino,
piedras enmohecidas por la falta de huellas.

Dos locos soñadores
vagando en la montaña riéndose de la vida,
sin bullicio que altere el panorama
sin cargas, sin apegos.

Siguen tras bambalinas
los dos protagonistas esperando,
el guión de esa historia inconclusa que no llega a estrenarse
por el bache en el tiempo cubierto por las hojas
de un invierno temprano.

Y si muero que no me repatrien / Anatema contra el mal versolibrismo / Hubo una vez una ciudad canalla / Décima sin nombre » Por Ricardo Fernández Esteban

Y si muero que no me repatrien

Anclado en estas islas, abandono
la búsqueda falaz del paraíso,
tantas veces perdido en esa ruta
del buscar imposibles y no ver
que ya lo has encontrado, que lo habitas.
Y luego… pues veremos si hay futuro
más allá de este mundo. Por las dudas:

Cuando muera que no me repatríen,
que me entierren desnudo en suelo griego,
en algún cementerio entre los pinos
con amplias vistas al azul del mar,
donde el cuerpo se mezcle con la tierra
y acaso vuele el alma hacia sus musas.

Así, si hay otra vida, cuando llegue
esa resurrección y abra los ojos
contemplaré mi amado mar Egeo,
y sentiré mi psique enriquecida
por los sabios consejos de los mitos
con los que ha convivido en el Parnaso.

Anatema contra el mal versolibrismo

Aquí el autor, en el comunicado,
reivindica la libertad del verso,
la métrica es muy amplia, un universo
de estructuras de armónico rimado.
Desde la que es más simple, el pareado,
a la altiva sextina todo cabe
si se etiqueta bien. Como se sabe
es básico “no dar gato por liebre”,
que el ritmo del poema nunca quiebre
y que la rima en ripio no se trabe.

Mas dije libertad,
que no libertinaje o anarquía
pues algunos le llaman poesía
a lo que es simple prosa de mala calidad.
Decidme, o no, si os digo la verdad:
El nuevo catecismo
de gente que no sabe es el versolibrismo.
Si algún pintor moderno prescindió
de su época de escuela, no creó
con alma un cuadro abstracto. Pues versando es lo mismo.

Para romper las normas
dominarlas primero es necesario,
ya que para vencer al adversario
hay que primero trabajar según sus hormas.
La métrica y sintaxis, profundas plataformas,
siempre subyacen, reinan por mucho que el poema
aparente engañarlas. Anatema
proclamo contra quienes sin entender de nada
quieren darnos lecciones de libertad errada:
¡Echarlos del Parnaso!, es mi grito y mi lema.

Hubo una vez una ciudad canalla

Hubo una vez una ciudad canalla
que mojaba la pluma en el alcohol
para escribir directamente en vena:
como todos los jóvenes yo vine
a llevarme la vida por delante;
una ciudad en la que el bardo
rechazaba el papel e improvisaba:
versos de amor nunca serán literatura
si no me dejas escribir sobre tu piel;
una ciudad en la que ella,
adivinad su nombre, unos años atrás:
abriéndose su blusa —Neno, no digas nada—
le ofreció los durísimos botones de sus pechos.

Hubo una vez una ciudad canalla
en que un tono del azul era más que un color
era un templo pagano celestial
donde un gato argentino
maullaba en clave de rumba catalana
y un cantautor galáctico
consiguió hacer salir el sol a medianoche.

Hubo una vez una ciudad canalla
donde la sexta flota, en vez de hacer la guerra,
hizo el amor en territorio chino;
izas, rabizas y colipoterras
en traje de faena les tiraban los tejos
mientras agujereaban mármoles a golpes de tacón.

Hubo una vez una ciudad canalla,
mucho antes del turismo y de los juegos,
donde la izquierda se divinizó
bebiéndose las noches en la “boite”
de rojos terciopelos, de copas infinitas,
de taburetes que aún dominan escenarios;
una ciudad que hacía equilibrios sobre sus propias luces,
mientras un pijoaparte montaba un viejo Cadillac.
Hubo una vez una ciudad canalla
con cabaret travesti como playa de Río,
con Piaf y la Carme recordando a su hombre,
con los niños terribles, con molinos sin viento,
con local de voyeurs en tacita de plata,
con el baile del Tigre entre chulos y arrugas,
con el arco kiosco en que el anís ardía,
con aquella bodega donde el arte era eterno
y una cava de Jazz que por suerte aún resiste,
porque el otro el frontón, que era pista de baile,
ya pasó a mejor vida y es un sano gimnasio.

Hubo una vez una ciudad que hoy
merece nuevo nombre: Barcelolandia eres
pasto turístico de masas, puro producto Disney.
Perdiste tus raíces, te has vendido hasta el alma,
y de canalla nada, opositas a cursi.
¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?
No sé… O es la ciudad, o es que nosotros
ya no podemos aguantar el canalleo.
Abierto queda el tema, se aceptan opiniones,
yo acabo con canción, como empecé
y disculpad que desafine:
…jóvenes…, éramos tan jóvenes…

Décima sin nombre

Hoy he encontrado un “te quiero”
y dos cariños de dama
escondidos en mi cama
que me han hecho prisionero.
No ha hecho falta usar acero,
tu recuerdo es suficiente
para atarme suavemente
en la cárcel del amor,
donde espero sin temor
que tu vuelta me alimente.

La canción: fusión de música y poesía » Por Mercedes Carrión Masip

La música está presente desde los primeros pasos de la humanidad en todas las culturas conocidas, así como la danza y el canto, aún en sus más rudimentarias expresiones.

Mucho antes de que aparecieran testimonios escritos dando fe de los primeros acontecimientos históricos relativos al hombre sobre la tierra,  ya se habían descubierto restos de instrumentos de percusión, viento y cuerda en los yacimientos prehistóricos y protohistóricos de algunas culturas orientales y mediterráneas. Hemos de suponer que también la voz humana habría protagonizado uno de los primeros intentos en armonizar y ordenar sonidos, seguramente imitando los cantos de las aves o los ritmos producidos por los elementos de la naturaleza en sus diferentes manifestaciones. Podemos pensar que los resultados evolucionarían al tiempo que las culturas más antiguas se fueron desarrollando y organizando en sociedades.

La misma evolución, con diferente cronología, se produjo en el continente americano, donde han sido muy numerosos los hallazgos de instrumentos musicales en los yacimientos de las diversas culturas precolombinas. También en la antiquísima cultura china.

La poesía nace como primera manifestación de la literatura en las sociedades estructuradas,  al menos en el Oriente Medio y Mediterráneo Oriental,  para ser cantada en ceremonias religiosas, como primera manifestación del teatro en Grecia, en las celebraciones públicas exaltando  la grandeza de sus héroes. Y, excepcionalmente en sus comienzos, en el ámbito privado.

Fue Aristóteles (384-322 a.C.) el que introdujo en el concepto de poesía escrita los elementos de armonía y ritmo junto a la exclusividad del lenguaje.

Anteriormente la palabra “Poiesis” se refería al conjunto de actividades creativas en cualquiera de sus manifestaciones.

La canción es definida, en general, como una composición en verso destinada a ser interpretada por la voz humana y susceptible de ser acompañada por música, interdependientes ambas. Esta es la definición que más se ajusta a la canción popular o moderna y solo en parte a la contemporánea  pues cada vez es más frecuente el uso de medios electrónicos en su composición, previa a la incorporación de la letra.

Pero cantar es algo más que eso. El que lo ha intentado y perseverado en el empeño lo sabe. Al cantar se experimenta como una liberación de algo que nace en el instinto y se muestra abriendo canales de expresión que no siempre se identifican tan solo con el texto interpretado sino que se acercan al fondo del sentimiento, aún más allá del placer estético. Hay algo metafísico en la experiencia, un milagro cuando sucede.

La emoción prima entonces sobre la razón y, sin embargo, hay que llevar a cabo un gran esfuerzo de estudio y concentración previos para poder cantar con un mínimo de confianza y calidad sin importar en qué especialidad se intente. En esa conjunción conectan las sensibilidades del intérprete y de quienes lo escuchan. La magia está servida en los teatros, en un tablao, en una reunión informal de amigos, en los estadios donde la multitud se entrega sin reservas a su artista favorito… Donde quiera que suceda se reconoce y se vive al instante.

Componer canciones puede llegar como algo instintivo, como lo es cantar en primera instancia. Si damos, al modo tradicional, prioridad al texto, quienes andamos metidos en verso podemos tener alguna ventaja respecto del oído, en el relativo dominio de los ritmos o acentos en que se estructuran los versos y también en las cadencias o cambios que pueden combinar distintos elementos como son las estrofas y estribillos; también algunos de los recursos poéticos como la anáfora, paralelismos o repeticiones, aquellos que inciden en la estructura sonora de los poemas.

Si se poseen conocimientos técnicos de música la tarea será más sencilla y, desde luego, más eficaz. Pero se puede jugar a la composición dejándose llevar por la memoria musical y el instinto creativo de todo artista. Y hemos de entender que los poetas lo son.

La combinación de todos estos elementos nos puede predisponer a algunos  a acometer la tarea, con resultados impredecibles. Pero siempre valdrá la pena haber hecho el intento, por lo que sin duda se aprende y por las emociones que se pueden llegar a vivir durante la experiencia y compartiendo después el resultado.

En mi caso, acometí el empeño de un cancionero poético al que di vida cuando anduve muy entretenida con las estrofas clásicas, absolutamente arrebatada por los ritmos tan integrables en la música, según así lo sentía, y echando mano de las líneas melódicas más previsibles, tan solo guiada por la intuición. Aprendí de mis limitaciones, las sufrí y luché contra ellas pudiendo acercarme al corazón y comprensión de unos cuantos poetas a quienes confié los resultados y a los que quiero aún más desde entonces.

Me respetaron y entendieron justo en la dimensión que les hace grandes también como personas, calibrando el atrevimiento y esfuerzo ajeno en lo que supone cuando la información de que el autor dispone no alcanza los mínimos razonables. Benditos sean.

Salió ganando mi voz que hube de templar y he seguido cuidando y mejorando para no dejar de cantar nunca y sentir, en cada ocasión, ese milagro que limpia el alma. ◣

¿De qué presumes, Mayo? / Desmemoria / Lorquiana / La zarza y el tendedero » Por Juliana Mediavilla

¿De qué presumes, Mayo?

De qué presumes, Mayo, con ese porte altivo
porque estalló contigo toda la primavera:
desde la más pequeña campanilla del campo
hasta la rosaleda del cuidado jardín.
En el monte se incendian las jaras y los brezos
y el amarillo loco de la humilde retama.

No es tuyo todo el mérito, por más que te engalanes,
que los hielos de enero ya hicieron su labor,
y en febrero la nieve nutricia y protectora
guardaba los milagros debajo de su falda,
sopló marzo con fuerza en su rito ancestral,
te pusiste de parto con el llanto de abril.

Desecha tu altivez, recolector de flores,
la belleza requiere su tiempo y su proceso.

Vendrá la sed de agosto, soñando con las fuentes
y tú solo serás la cruz de un calendario.

Desmemoria

El olvido, amarga enredadera
tejiendo a la memoria su mortaja.
Preludio de la muerte. Muerte en vida
de la vida archivada en cofre frágil.

Vivir con el recuerdo tan raído,
sin poder remendarlo en el ayer.
No hallar el horizonte tras el páramo
del terco pensamiento en retroceso.

Perder el patrimonio inventariado
con la tinta febril de los sentires.
Vivir con el pasado enmohecido,
en furtivo presente sin sosiego.

Las amarillas hojas de almanaque
—mariposas del tiempo disecadas—
van cayendo en el pozo del vacío.
Llora la remembranza su destierro.

Lorquiana

¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
(F. García Lorca)

¿De dónde llegó esta pena
con su mordedura amarga?
Te floreció en primavera
como una rosa enlutada,
te floreció en primavera,
de la noche a la mañana.

¿Pero por qué no se caen
esos pétalos de escarcha?
Porque tú la vas regando
con el caudal de tus lágrimas,
porque tú la vas regando
y en tu pecho se agiganta.

¿Pero es normal que en invierno
la pena-rosa no caiga?
Las penas-rosas resisten,
ni el frío las acobarda,
las penas-rosas resisten
con sus púas aceradas.

¿Cómo cortar esta pena
que ya ha arraigado en el alma?
quiero arrancar de raíz
la negra rosa enlutada,
quiero arrancar de raíz
igual que la hierba mala.

Ay, pena de oscuro origen,
pena que llevas a rastras,
laurel que te crece y crece
como a Apolo en su desgracia.

Ay, que tu pena es un pozo
sin fondo, Juli, Juliana.

La zarza y el tendedero

Hizo la madre poner
en el gran muro de piedra
un sólido tendedero
frente a la casona vieja.
Remata el muro una valla
y allí se acaba la cuesta
que suben las viejecitas
para rezar en la Iglesia,
y se toman un respiro
mientras tocan las terceras.

Desde allí el pueblo se ve:
tejados y chimeneas,
como tendidas del cielo
van y vienen las cigüeñas,
de blanco y negro vestidas
igual que si fueran prendas.

El muro del tendedero
cierra el recinto que fuera
del conjunto parroquial
el lugar de la huesera.
Lo sabíamos de niñas
que triscábamos la hierba,
por ser en aquel cercado
siempre más verde y más fresca.
Bajo nuestros pies la muerte,
tan cotidiana y eterna,
escondía tierra adentro
las tibias y calaveras.

Quedó fijo el tendedero,
la madre quedó contenta.
Ella se nos fue hace mucho.
Tres generaciones cuelgan
la ropa que ondea al viento:
toallas y camisetas
y de un blanco inmaculado
las sábanas volanderas.
Hace unos años, arriba
del corazón de la piedra,
brotó una zarza, milagro
que a la lógica desprecia.
Y fue creciendo hacia abajo
airosa y ufana y tierna.
Echa su flor y atrevida,
buscando con sus guedejas,
se acerca hasta el tendedero,
pretende arañar las prendas,
quiere, con sus uñas párvulas,
enredarse entre las cuerdas.

El hermano la recorta
justamente cuando llega
para que no nos pinchemos
con su fina enredadera,
ni clave en la ropa limpia
sus curiosas fauces nuevas.

Pero es tenaz, ella vuelve
al volver la primavera,
desciende hacia el tendedero
paso a paso, piedra a piedra.

Zarzamora, zarzamora,
que no naces en la tierra
y brotas como las fuentes
del corazón de las peñas,
¿dónde guardas tu semilla?
¿qué secreto te conserva?

La ventana de Ione » Por Idoia Laurenz

Regreso a Albi como una turista más y aunque conozco de sobra el arte que se prodiga aquí, me gusta volver porque así me permito recordar las emociones de mi pasado que se quedaron vinculadas sólo a esta tierra. Podría pensar en Pierre desde cualquier otra parte del mundo, pero no lo hago. No consiento que mi memoria pasee libremente por los cementerios del amor. Cuando mi mente necesita vengarse de esa tortura silenciosa que le impongo, se me ablanda el corazón, me subo al coche y conduzco de un tirón hasta llegar a mi plaza favorita en Albi. Una vez ahí, le doy rienda suelta a todos esos recuerdos agolpados durante años. Me permito emborracharme de ellos, y pienso que el dolor y la memoria hacen muy buena pareja. Se beben los vientos mutuamente ese par de locos, pero jamás dejé que vivieran su idilio tranquilamente en mi casa, del mismo modo que ellos tampoco me permitieron gozar del mío.

Cuando me encuentro ubicada en mi pasado, quiero decir, lo bastante ebria como para resistir y lo suficientemente sobria como para caminar, me acerco paseando hasta la que me gusta llamar, irónicamente, “La rue de l’amour”, en la que está mi viejo apartamento de alquiler. Conserva todavía las mismas ventanas por fuera y los mismos deseos intactos por dentro.

Recuerdo que Pierre vivía en Toulouse y sólo venía a verme los martes porque ése era mi único día festivo, además de algún domingo. Me llamaba por teléfono justo antes de salir de su casa y llegaba a la mía una hora después, cosa que normalmente sucedía a las siete de la tarde. No salíamos del apartamento en toda la noche. Cenábamos desnudos y hacíamos el amor durante horas. No había tiempo ni ganas de hacer ninguna otra cosa. Nos despedíamos a las ocho de la mañana del día siguiente. Dejaba que él se fuese primero porque a mí me gustaba verle marchar en su coche desde esta misma ventana que observo ahora.

Durante seis meses continuamos nuestra relación de esa forma. Pierre viajaba mucho, unas veces por causas familiares (para atender a su padre, afectado por una paraplejía debida a un accidente de tráfico) y otras por motivos de trabajo. También nos vimos algún domingo en su casa de Toulouse.

Un martes ya no volvió. Tuvimos una breve conversación telefónica en la que me dijo que no podríamos vernos como de costumbre, porque su trabajo atravesaba un momento muy crítico que requería todo su tiempo y su atención.

Tres semanas después las campanas de la catedral del pueblo tocaron a boda. Se casaba una vecina de la villa con el hijo del dueño de la antigua fábrica de chocolate. Al parecer, el padre del novio era un señor que iba en silla de ruedas. Su empresa había quebrado después del fallecimiento de la esposa, en el mismo accidente que le causó la lesión medular.

Por comentarios de los vecinos, me di cuenta de que se casaba Pierre. En ningún momento tuve deseos de entrar en la iglesia para interrumpir el evento, así como suele suceder en algunas películas. Me mantuve en silencio durante meses, humillada por mis propios sentimientos autodestructivos. Inmersa en mi supuesta incapacidad para dejarme querer o sentirme querida. Analfabeta para decir y escuchar las emociones. Inmóvil en mi ventana. Abandonada por los otros y por mí en esa angustia de acontecimientos que supuestamente le pueden pasar a cualquiera. No supe nada más de Pierre hasta que un año después volvió a sonar el teléfono.

─Allô? ─pregunté, pero sólo hubo silencio─. Allô? ─repetí─. Dis-moi! Qui est-ce? Papá, ¿eres tú? ─pasé a preguntar en castellano por si era alguien de mi familia.

─¡Ione, no cuelgues! ─oí por fin del otro lado─. Soy Pierre.

Intuí que el amor no tiene nada de ciego y siempre detecta cuando no es correspondido. Lo supe, y viví sin hacer preguntas ni pedir explicaciones. Cuando el amor es un viaje sólo de ida, se limita a esperar los acontecimientos hasta que finalmente muere de soledad. Mientras pensaba en ello Pierre continuaba hablando solo, hasta que escuché.

─¿Me comprendes, Ione?

─No tengo nada que comprender. Te voy a colgar ─le dije.

Y después colgué. ◣

Entrevista a Carmen Jiménez » Por Rosario Alonso

«Creo que la inspiración es algo
que está agitándose continuamente
dentro de nosotros»

Carmen Jiménez, manchega nacida en el Tomelloso, trabaja en la actualidad en la administración local. Le apasiona viajar sobre todo a lugares donde haya mar y disfruta hasta tal punto que ella misma  nos dice que “viajar la transforma”.

Otras de sus pasiones es la lectura, a la que últimamente ha incorporado mucha poesía, pues precisamente por estar aprendiendo, practica cada vez mejor tan noble arte.

El deporte entró un poco tarde en su vida por problemas de salud pero, una vez solucionados, al menos camina cuatro veces por semana y siempre que puede juega al padel .Ahora que se encuentra bien  lo necesita para el cuerpo y la mente, nos dice.

A Carmen le gusta cocinar y si tiene invitados se esmera todavía más. Pero no todo es cocinar, también disfruta cuando se va de vinos con los amigos, y los domingos son fijos para este menester en la pequeña tasca en la que todos se encuentran como en casa. Nos confiesa que esta actividad es casi, casi, lo mejor de la semana.

Nos asegura que es una cinéfila por genética y que le gustan las películas que curiosamente  no le gustan a la mayoría, aunque ve  todo tipo de cine, o casi todo.

Le gusta mucho hablar ,tanto como escuchar y se define a sí misma como una mujer demasiado extrovertida. Sin embargo los días lluviosos y/ o con frío no se encuentran entre sus preferidos, sobre todo, como buena friolera que es, si el frío se le cala entre los huesos.

Carmen nos dice que no sabe tocar ningún instrumento, ni hacer ningún tipo de manualidad, ni pintar bien, aunque eso sí, como a los mejores críticos, le llega hondo todo lo relacionado con el arte y sabe apreciarlo.  Con lo que disfruta, aparte de la música, es escuchando la radio los fines de semana.

1. ¿Qué es la literatura para ti?
La literatura desde el lado del lector/a siempre ha sido para mí una ventana abierta al conocimiento de lugares, personas con diferentes culturas, expresión de sentimientos del ser humano, etc. Toda una experiencia extraordinaria la que se puede vivir con un libro en las manos que nos transmita sensaciones. Una buena novela es una de las aventuras más emocionantes que te pueden suceder.
Desde la parte del escritor, nunca escribí demasiado a excepción de algún diario en la adolescencia y en etapas de cambios, en las que escribir era una forma de liberar a mis emociones, pero hasta que comencé en Ultra nunca había escrito para ser leída.

2. ¿Y la poesía?
La poesía es un descubrimiento que llegó hace unos meses. En estos momentos es una “pasión” y como tal me tiene pensando continuamente en ella. No dejo de contar con los dedos las sílabas, y a cada acción cotidiana de mi vida le encuentro algo de poesía para contar, es un enganche inexplicable.

3. ¿Desde cuándo escribes y qué motivación te impulsa a continuar?
Llevo escribiendo desde que entré en el foro de Ultraversal. Lo que me anima a seguir principalmente es que me gusta escribir, de hecho me pregunto a mí misma cómo he esperado tantos años para dar este paso. El apoyo de los compañeros del foro de Ultraversal (imprescindible) y los progresos que voy realizando, también, por supuesto.

4. ¿Cómo definirías tu poesía?
Creo que no puedo hacer aún una valoración muy acertada de mi poesía, porque estoy en un proceso inicial de aprendizaje necesario, pero en general podría decir que es una poesía melancólica, nada fantasiosa, sino todo lo contrario: llana, sencilla y con un léxico común.

5. ¿Y tu prosa?
Mi prosa está en una fase todavía más precoz que la poesía, si cabe, porque debo interiorizar que lo que escribimos será leído por otros (cosa que no había hecho anteriormente porque siempre escribía para mí) y que debemos comunicar y llegar. No sé, supongo que sucede igual que en la poesía. Pero como dije anteriormente todo es nuevo para mí.

6. ¿Qué influencias literarias han marcado tu manera de escribir?
No creo que tenga una influencia definida que me haya marcado. Mis gustos literarios fueron variando con los años y de joven leía lo que caía en mis manos, a veces literatura basura, afortunadamente vas evolucionando y descubres que ya no quieres leer cualquier libro, todo lo contrario, te vuelves exigente y le pides al autor/a que te enganche, que cuando lo estés leyendo pienses que esa es la mejor novela que vas a leer en tu vida.

7. ¿A qué público pretendes llegar?
No sé si pareceré sincera si digo que no me he planteado llegar a un público determinado, pero es la verdad. Como dije anteriormente, estoy en un proceso de aprendizaje, y mi ilusión es compartir con los compañeros del Foro esta afición.

8. ¿Cuál es tu proceso creativo? ¿Te sientas a escribir poesía o esperas que la inspiración llegue?
Me siento, creo que la inspiración es algo que está agitándose continuamente dentro de nosotros y cuando nos sentamos a escribir, es cuando llega el momento de volcarla. Otra cosa diferente es que unos días se escriba mejor que otros.

9. Para ti ¿qué condiciones debe cumplir el escritor para ser considerado como tal?
Como lectora, la única condición que le pido a un escritor es que consiga llegar a mi yo más íntimo con su texto, que me haga sentir lo que él sintió cuando escribió esa novela. También es obvio que es necesario un léxico muy rico que permita al autor poder expresarse de una forma determinada. De todas formas debemos diferenciar los diferentes géneros literarios, pues estos nos aportaran sensaciones muy diferentes. Igualmente, un escritor siempre debe buscar la interrelación con el lector.

10. ¿Qué significa para ti ser Ultraversal?
Recuerdo que en un comentario de la Comu sobre un texto que hablaba de pertenecer a algún grupo determinado, comenté que nunca había tenido la necesidad de pertenecer a ningún tipo de movimiento. Pero desde que estoy en Ultraversal no puedo opinar de la misma manera. Tampoco sé explicarlo muy bien, pero creo que el enganche se produce por el proyecto en sí; sus fundamentos son totalmente solidarios, basados en un crecimiento en conjunto entre todos los miembros del Foro. La generosidad prima en Ultraversal con la gente que se va incorporando, y hay detrás un trabajo y un tiempo dedicado de unos a otros, todo en beneficio de la escritura. Eso es más que suficiente para que uno quiera pertenecer a Ultra.

11. Piensas que hay mucho egocentrismo en el mundo poético o que, por el contrario, es un mito.
Creo que el poeta tiene una parte de personalidad algo egocéntrica, por supuesto, pero también pienso que es una condición necesaria para escribir. Otra cosa es el escritor o poeta vanidoso, que no ve más allá de sí mismo, y piensa que toda su obra es buena y se siente incomprendido porque no le leen o porque le hacen saber que su obra no gusta.

12. ¿Crees que la poesía vende?
No rotundamente, no.

13. ¿Cómo ves la poesía en la sociedad actual?
Pues mal, muy mal, la poesía es la eterna incomprendida, y sería necesario un refuerzo en la Educación Pública, donde se prestara una atención más profunda a su estudio y la importancia de esta, en nuestro crecimiento como seres humanos.

14. ¿Qué opinas del formato digital con vistas al futuro?
Lo veo algo totalmente necesario para una mayor difusión de la prosa y la poesía. En mi caso sólo puedo hablar favorablemente, pues mi afición a la poesía llegó de la mano de Internet. En estos momentos la sociedad se mueve y lee en Internet. “Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña”.

Carmen, muchas gracias por concedernos la entrevista. Ha sido muy grato charlar contigo.
Gracias a todos vosotros por el trabajo desinteresado que estáis realizando, sumado a todo el tiempo que habéis dedicado al proyecto de la edición de la revista con la única intención de promover el arte de la comunicación a través de la palabra escrita.
Un beso. ◣

Revista Ultraversal edición número 7

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Editorial » La emoción, esa gran transmisora » Por Arantza Gonzalo Mondragón

Sumario

In memoriam » Homenaje a Manuel Martínez Barcia » Por autores ultraversales
Prosa » No-es » Por Mirella Santoro
Poesía » Papelera de reciclaje I, II, III & IV » Por Joan Casafont Gaspar
Artículo » Recursos literarios (séptima entrega) » Por Enrique Ramos
Poesía »  Cuestión de sicariato / Alabando tu voz / A-par-cando / Desangelando a angélica » Por Eva Lucía Armas
Entrevista » Juliana Mediavilla » Por Rosario Alonso
Poesía » Para después del miedo / Cuando cese / Virtud de cobardía / Silencios » Por Mercedes Carrión Masip
Novela » El brillo en la mirada (segunda entrega) » Por Eva Lucía Armas & Gavrí Akhenazi
Reseña » La quinta estación: Un libro de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo » Por Alejandro Pérez
Prosa » Hemos parado la guerra / Descripción / No sirváis a nadie que se os pueda morir » Por Isabel Reyes
Poesía » Nihilismo / El día de los lúcidos / Designio / La tristeza mayor » Por Jordana Amorós
Humanidades » Sobre el buen convivir » Por Gavrí Akhenazi
Artículo » Afectos virtuales » Por Juliana Mediavilla
Poesía » Matrix / Un pasaje de ira con retorno / Un poema de ardor / Una verdad incuestionable » Por Jorge Ángel Aussel
Prosa » Introducción tardía a él / Nudo / Desenlace » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Reseña » Novelas robadas sin terminar: Un libro de Gavrí Akhenazi » Por Morgana de Palacios

Staff

EDICIÓN NRO. 7 – JULIO 2016

Dirección general
Gavrí Akhenazi

Subdirección
Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Redacción
Arantza Gonzalo Mondragón
Eva Lucía Armas

Isabel Reyes Elena
Morgana de Palacios
Rosario Alonso

Diseño & diagramación
Jorge Ángel Aussel

Ilustración de tapa
Ovidio Moré

Diosa: regalo especial para Eva Lucía Armas

Autores que aparecen en esta edición
Alejandro Pérez
Arantza Gonzalo Mondragón
Enrique Ramos
Eva Lucía Armas
Gavrí Akhenazi
Isabel Reyes
Joan Casafont Gaspar
Jordana Amorós
Jorge Ángel Aussel
Juliana Mediavilla
Mercedes Carrión Masip
Mirella Santoro
Morgana de Palacios
Rosario Alonso
Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

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Editorial de la edición número 7 de la Revista Ultraversal » Por Arantza Gonzalo Mondragón

La emoción, esa gran trasmisora

Cuando era adolescente escuchaba programas específicos de radio donde la música y la buena literatura eran los principales contenidos. Mientras mis congéneres se pirraban por Los 40 Principales, yo iba alimentando mi mundo interior con aquellos locutores y sus elecciones para despertar los sentidos.

Si me gustaba especialmente algún poema, anotaba el nombre del autor y compraba libros. Así hice una buena biblioteca. Mis momentos favoritos eran cuando llegaba a casa y los leía en voz alta, varias veces, e incluso llegaba a grabarlos en mi viejo radiocasete.

Un día escuché uno que me cambió la vida. No era especialmente emotivo, pero tenía una belleza y unas metáforas tan mágicas que se me erizó hasta el último pelo de mi cuerpo. Se titulaba Ella y era de Vicente Huidobro. Nunca imaginé que un hombre pudiera escribir algo tan hermoso a una mujer y de una forma tan diferente al romanticismo exagerado y plagado de tópicos. Ese poema me hizo absolutamente feliz.

Desde entonces es ese golpe mágico el que busco como lectora y también como poeta.

Yo soy una convencida de que para hacer sentir al otro, tienes que sentir tú. Tiene que haber una trasmisión, sea estética o puramente emocional. El que lee, como el que escucha música, observa un cuadro o ve una película va buscando sensaciones que conecten con su yo más emocional.
Todo vale excepto la indiferencia.

Yo he leído poemas de catedráticos en literatura, perfectos en la forma que no me han dicho nada y también he leído otros de gente humilde y apenas sin estudios que me han traspasado. La única explicación es que la forma se aprende, pero el talento no, por eso cualquiera con talento tiene la obligación de aprender lo formal para poder expresar las cosas con altura. Eso es lo que hacemos en Ultraversal, un taller literario donde todos aprendemos de todos y compartimos crítica sincera con el único objetivo de ayudar a mejorar al otro.

No es un trabajo fácil, requiere tiempo y esfuerzo, pero el premio del crecimiento personal y literario merece la pena.

El propio y el ajeno.

Homenaje a Manuel Martínez Barcia

Querido Manuel:

hoy no puedo llegar hasta la cumbre
si es allí donde aguardas y contemplas al fin
la bahía del lado de los sueños
donde el mar te esperaba

y para mí se oculta en la vertiente
que tan solo iluminan los crepúsculos

mi camino se cierra en la espesura
ya cerca del lugar
que ahora te contiene

prometo que mañana intentaré
romper esa distancia con mis versos

retomaré el camino hasta el dolmen sagrado
que guarda entre sus losas las ausencias

desde allí la mirada
no entiende de confines

Mercedes Carrión

Emigras con tus alas más allá de los límites
y llegas a la altura del silencio.

Desde allí seguirás con nuestra historia
porque la vida no se ha dado cuenta
que siempre prescindimos de su mundo,
que nunca hicieron falta los sentidos.

Somos dos transgresores delirantes
que no aceptan las reglas de otro juego.

Tú sigue susurrándome palabras en las noches,
sigue con tu diluvio limpiando mi guarida
y habita en mi.

Juntos nos burlaremos otra vez
del destino.

Silvana Pressaco

El río de la vida

Flota su embrujo, fuego sobre el río;
llora el Guadalquivir, está llorando,
y me duelen sus lágrimas tan puras
que tan lejos de mí hielan mis manos.
Otro poeta duerme sobre el agua,
cruza la Estiguia solo, mientras tanto,
los lirios crecen altos en la noche
y un sol yace en sus libros sin amparo.
También mi lira tañe en la ribera
versos entre los sauces solitarios.
Sonetos a la ausencia de tu verbo,
poemas que se agarran a sus brazos.

Golondrinas oscuras de Triana,
comed mi corazón sobre la tierra,
mi rostro sin color, mis ojos blancos.
Mi esqueleto se niega a estar de pie
muriendo día a día sin descanso.
Cuándo se quebrará mi ser maltrecho,
porque el río me ahoga desbordado.

Mar García Romero

Un algo

Todo ocurre de ojos para adentro.

Un algo en el azul se nos opaca,
sin saber bien por qué , con ciertas pérdidas
y un poso de tristeza indefinible
gravita sobre el aire.

Hay modos de vivir,
al menos tantos
como vivientes , y cada cual estampa
—hosca o amable— su deleble huella
según su decisión sobre el camino.

Algunos, los benditos por la suerte,
nacieron para ser los paladines
de la palabra y defender su enseña
armados de belleza y poesía.

La muerte solo es una y nos iguala:
un mismo polvo para un mismo olvido.

Hay formas de morir y de quedarse
morando un poco más entre nosotros.

Cuando muere un poeta no se apaga
ningún astro ni tiemblan conmovidos
los pilares del cosmos .

Pero suspira un ángel
y se impregnan
de paz las cuatro esquinas del silencio.

Y algunos, los lunáticos de siempre,
nos quedamos un rato pensativos.

Jordana Amorós

El cuerpo tembloroso conmutó mis sonrisas
en lágrimas furiosas que no aceptan destinos
y se rebelan ante crueldades insumisas
que no saben de amores y que siegan caminos.

No habrá ningún adiós que pueda pronunciar
pues en mi corazón ya te alojé eterno
y los versos llorando solicitan volar
fugaces a tus manos con cariño fraterno.

Declino despedidas que te nombren ausente
y el alma se emociona de este dolor consciente
que desnuda callado mis profundas flaquezas.

Un poeta sin rostro dueño de lo versátil
enraizó sin querer de manera vibrátil
mis labios a los suyos que hoy respiran tristezas.

Carmen Jimenez

Escribir un poema
más allá de las sombras
y deshacer los nudos de silencios
que invaden y nos hieren las gargantas.

Deletrear tu voz muy poco a poco
como la deletrean tantas voces
e intentar ser semilla y ser cobijo
de esa mano que escribe
y acoge todo un cosmos con sus dedos abiertos

¿Acaso el infinito es suficiente
para este firmamento de poemas?

Salir y despertar a todas las ciudades
que siguen proyectando
la rabia y la tristeza en sus paredes
y recorrer las calles nuevamente
persiguiendo algún sueño.

Joan Cassafont Gaspar

Impro uan

Qué poco te entendieron, compañero.
Qué fácil y jodido era entenderte.

Agosto se agostó. Se hizo chiquito
como todo lo que se agosta, finalmente,
y me falta ese tul de tus poemas
y esa costumbre que instauraste en mí
de devanar mis sesos intentando hacerme a tus metáforas.

Nos enojamos mucho, compañero,
y nos gritamos mucho
o yo te grité mucho y vos pusiste esa cara de mártir
tan austera
que me jodía vivo y me hacía callar y repensar
«soy verdugo de un mártir».

Pero yo sé que nada nos debemos
`porque a pesar de todo, nos quisimos.

Te quise mucho. Para qué negarlo.
Te odié y te quise y te odié y te quise
y me hiciste enojar más de mil veces que siempre perdoné.

Te quise mucho y agosto se agostó como es agosto.
Costumbre de llevarse tantas cosas
que te llevó como un ladrón difícil
que encima, por robarte, te golpea.

Te golpea. Y te golpea mal. Y te golpea.
Sin piedad te golpea. Nos golpea.

Te quise mucho e igual te quise poco
y renegué de vos y renegamos, uno del otro, una y varias veces
en que nos insultamos
y terminamos en abrazos profundos y complejos.

Ahora me faltás, hijo de puta…
Que mal tan necesario te volviste.

Gavrí Akhenazi

Todo pasa y todo queda,
porque lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.

Te fuiste sin aviso, escribiendo quizás
el último poema, con la muerte en los dedos.
Y se quedaron huérfanas de golpe las mañanas,
los versos, las metáforas y todo tu paisaje
que ya era compartido, que ya era de nosotros.
Agosto se vistió de escarcha y de carámbanos,
nos vino a helar el alma, quebrando su verano.

Todo queda, mi amigo, más allá del misterio
de la muerte implacable, del destino inseguro,
tú estás entre tus versos que contienen la vida:
poeta del presente, acaso estudiarán
en tus versos alados, esa voz encantada
de secretos matices y humano corazón.

Y a mí, ¿quién me traerá los ecos susurrados,
cerquita del oído, de mi Antonio Machado?

Juliana Mediavilla

Tu voz ya estaba en mí, sobre este barro
no engendrada mi sed bajo tu soplo.
Yo era en ti una quimera,
un espejismo azul sobre tu tiempo.

Yo aún no era nada, entre raíces
de cepas soterradas, entre el légamo
donde estaban los granos de mi trigo
tú estabas preparándome el sendero.

Tu voz ya removía por mi surco
y apuntaba maneras hacia mí.
Hacía mi esperanza tu esperanza.

Ahora, de repente, falta el limo
y el poema me sabe a siempreviva.
Alguna vez, quizás, nos besaremos
en la limpia lujuria de la nada.
Dame la libertad
de quedarme sentada en el guijarro
y agrietarme a los soles de tu lluvia.

Yo soy libre, lo sé, tú solo esperas.
Tú que fuiste mi boca para el beso
me has dejado
en la nocturnidad más absoluta.

Isabel Reyes

A tu manera vuelvo, compañero
para ver si leyéndote me creces.
Dónde han ido a parar tantas preñeces
de amores de papel y de tintero.

Paso y te quiero, vuelvo y te desquiero
porque duele quererte tantas veces,
y me callo y te oculto y apareces
y te buscó y te anhelo y te requiero.

Tristísimo de ti por mí te invoco
buscando algo que incite tu presencia
sin dejar ni un segundo de llorarte.

Porque sabes de sobra que estoy loco,
loco de loco y loco de tu ausencia
y es que jamás aprenderé a olvidarte.

Vicente Vives

yo detuve mis versos con la tonta ilusión
de ver aparecer tus contrapuntos
tus versos cotidianos en el foro
Manuel acompañando
con ese interminable caudal de poesías
fluyendo por sus venas

no sé porque de pronto sin aviso
el reloj personal se nos detiene
con rebeldía y tristeza yo tengo que aceptar
que el tuyo se ha cansado se detuvo en silencio
este silencio pesa con versos sofocados

asómate en tu cielo déjame que te cuente
cómo la vida sigue con altas y con bajas
y aunque ya estemos hartos
nuestro reloj nos lleva
con su tic tac constante como si fueran pasos
que la vida esta dando con tacones

nos pone en el camino las pesadas lecciones
con sumas y con restas
nos remueve las costras de nuestras cicatrices
nos hace que sigamos el ritmo que nos marca
hasta que se detenga

tu voz se extraña como sol en día nublado

Eugenia Díaz

Papelera de reciclaje I, II, III & IV » Por Joan Casafont Gaspar

Papelera de reciclaje

I

Si quieres que te diga la verdad
no sé cómo explicarte aquello que me pasa,
será que de repente me invaden esos miedos
que creía tener muy superados
o será que el otoño
regresa como siempre
con toda esa nostalgia de la infancia,
con la desilusión y la tristeza
que después de vivir la magia del verano
un niño va a sentir al volver al colegio.

Será que yo también tengo la obligación
de guardarme mis sueños y quimeras
en esa dimensión desconocida
que tantos arrastramos por las calles.

(A veces veo gente incapaz de cruzar ningún semáforo
de tan cargados como van de sueños).

No sé tampoco mucho
si los poemas hablan alguna vez de mí.
Creo que están callados, a veces aburridos,
jugándose a las cartas sus versos y sus rimas.
A veces se reúnen y organizan peleas.
Yo los encuentro heridos, algunos mutilados,
incompletos, sedientos de venganza.
Algunos están muertos,
otros son demasiado pretenciosos
para reconocer
que han sido abandonados, víctimas del olvido.

Entonces les dibujo una “L” con alas,
una especie de símbolo que indica libertad
y acabo planeando sobre todo el paisaje
que esos poemas libres acaban por formar.

II

A mí me gusta mucho
salir a pasear con mi calculadora.
Mirar escaparates y puestos callejeros,
sentarnos en un banco y ver pasar la gente,
compartir un helado de nata y chocolate
y regresar a casa.

Siempre me soluciona los problemas,
a veces dice doce,
otras dice quinientos diecisiete,
pero no tengo dudas
yo sé que ella me quiere, tanto como yo a ella.

A veces en el parque nos tumbamos al sol.
Es algo relajante mirar al infinito
sabiendo que un futuro pronto nos va a acoger.

A veces llegan nubes presagiando tormentas.

Qué enamoradas vienen del viento y las corrientes
y cómo se divierten pintándose los labios.

Pasan dos o tres veces, algunas hasta cinco
y quieren espejarse en la ola que sonríe,
sumergida en la acracia
a lomos de un caballo que se la lleva lejos
de la uniformidad y la mecánica
del reino de los mares.

Cantan todas las nubes:

Corre, corre caballo,
caballo de cartón.
Que nos pilla una bruja,
que nos pilla un dragón.

Y se ríen las nubes,
las nubes remendadas.

Han llegado zurcidas,
recreando un paisaje que viví en la niñez,
donde el sol era un globo
y unas manos creaban con un poco de barro
millones de universos
y de un papel salían barquitos y aviones.

Entonces sí que el mar llegaba hasta mis pies.

III

A veces me pregunto si me quieres.
Otras quiero saber cuál es la solución
para quitar las manchas de cola en el parqué.
(Sin duda ahora mismo lo que más me interesa
es lo que se refiere al tema de las manchas).

Ya sé que tú recuerdas, tal como yo recuerdo,
los días en que el mar brillaba en nuestros ojos…

Mira.
Ya empiezo a estar muy harto
de buscar una forma de expresar lo que pienso
que contenga lirismo y emoción.

Yo prefiero escribir
de llaves, engranajes y motores,
de la gente en la calle que a veces come queso,
o de las propiedades del calcio y del potasio.

Yo prefiero leerme
si escribo sobre el modo
en cómo interactúan los neurotransmisores
a nivel de membrana celular
o de cómo se estira en una asíntota
una función de equis que tiende al infinito.

Si el poema te aburre o no lo entiendes,
piensa que no lo he escrito para ti.
Y si a mí me disgusta tampoco pasa nada,
al fin y al cabo todo es susceptible
de encontrar su destino en una papelera.
Por ejemplo este texto,
quizás nosotros mismos,
tal vez esa bendita relación
que me salvó la vida.

Inspirada en un windows, hay una opción posible
que es la de reciclar aquello que tiramos
a nuestra papelera personal.

Quizás es buen momento de iniciar el proceso
con todos los poemas que quedaron en nada.
Luego, si te apetece,
podemos reciclar aquella relación
que se inició en Noviembre, hace casi tres años.

Y acabaré el poema
diciendo que esta noche
tú vas a ser un verso
dormido entre mis labios.

IV

Hoy yo quiero imitar a aquel muchacho
que quiso corregir las noches ciegas
bailando con los ojos muy abiertos.

A aquel muchacho joven que soñaba
con brújulas de sal en cada roca.
A aquel que no encontró jamás la llave,
para la casa ingrata que escondía los soles,
si no solo la llave del hacerse mayor.

Quiero recuperar a aquel que fui
y acogerte en mi hoja de papel,
llenar de ideas nuevas nuestras mentes
y escribir un poema sin fechas ni lugares.

No voy a permitir que borren tu sonrisa
e iniciaré una historia
con helados de estrella
y muchos, muchos más, dulces de horizonte,
que yo ya sé que a ti te gustan mucho.

Y, aquí, sigo instalando
algunas embajadas en mi cuerpo
de todos los países que surgen de tu voz
y un manicomio cerca de mi frente
donde poder crear nuevas locuras

que el asma, la rutina y los pronombres
nos dejaran sin aire
si seguimos buscando motivos en la nada.

Eva Lucía Armas – Argentina

Cuestión de sicariato

Mr. Smith… he visto que anda suelto
a la caza de dulces pajaritos
pródigos en amores celestiales y labios de rubí

(perdone mi obviedad liric-odiosa
pero verlo indefenso me aturulla).

Ande usted, Mr. Smith… con esa 22 de sicariato
ejecutando óperas de almíbar
y remando en el pan de la dulzura.

¿Quién lo ha visto, señor y quién lo ve
con su repento místico?

El amor es tan áspero como un papel de lija del 40
inclusive para un corazón áspero,
un corazón de hueso hecho de huesos mondos
por los viejos mordiscos del amor.

Toda una paradoja criminal
la del efebo gordo con su arco desaforado, errático y maléfico.

Ese bichito sí que es un sicario del mal, obra de Venus,
que para la malicia fue más ducha que Hera,
no me diga…

Mujeres…ayyyyyyyyyyy, mujeeeeeeeeres.

Le escribo con la premisa simple de escoltarlo
en la andadura al punto de regreso
a su centro cordial del corazón (pleonasmo adherido a la verdad).

Le guardaré la espalda en el camino,
la mirada en los ojos,
la palabra en la hondura abecedárica
y el vuelo

yo le guardaré el vuelo afuera de las jaulas
y en la parte de afuera de los muros
y en la fronda más alta donde se apoya el viento para agitar la luz

y aquí
en el sentimiento y en el amor que tengo por las alas y por los horizontes.

Coaching de libertad
sparring de la vida,

baile, Mr. Smith… encima de la tumba de Cupido.



Alabando tu voz

Esa, tu voz morena, antigua, góspel,
tan morena como un toffee de cacao y café,
sabrosa como la libertad,
ancha como las esperanzas de los enamorados
y rabiosa
como el estómago de un varón con hambre

va gritando como una tempestad
que grita loca,
como un rabo de nube que arranca una laguna,
como el rugir de un rayo que desgaja una ceiba.

Esa voz de moreno
es una voz con ojos,
es una voz con instrumentos inmortales
que repueblan las playas con cavernas
cavadas con timbales en los sueños,

un tumulto de olas y ambulancias
que corren por las calles del socorro
cruzando pentagramas y opulencias
con acordes brillantes y mayores.

Parece un huracán de la madera
tu voz interminable
que llega por el siempre
como un pentagrama atormentado
en el que canta el sol.

¡Qué voz, moreno loco, esa voz tuya
de azúcar mascabado!



A-par-cando

la paz a veces es una cosa triste
pero yo la disfruto
porque me hace sentir que estoy pulsando
los acordes del grito
aún
cuando esa dulce Átropos se acerque
seductora y lesbiana
hasta mis sexos

la miro
por venir como una sombra de amenaza de lluvia

y con el hacha en mano
parto la cruz de sal
pongo frontera
a su avance de Atila por mi sangre

ahora somos dos
o yo soy ella que se personifica
en ésta que se mira en el espejo
y sonríe
porque la vida siempre debe ser sonrisa
y nunca cobardía

la vida es un diseño para armar con futuro
con chispas y con pájaros
con vientos de jardines
y con velas
de barcos que jamás naufragarían

mi vida es mía
y la disputo con ella
—o a ella—
palmo a palmo
si le gusta mi imagen y cepillarse el pelo
o teñirse de rubia ante el combate

mi vida es mía
no la negocio fácil a su nombre difícil
de comedora compulsiva y agria

mi vida es mía
vamos a ver quién gana esta contienda



Desangelando a angélica

El domingo decae como una vedette rubia
que en un rincón de la ciudad
se acuesta en los papeles de la calle.
Se queda ahí
ecléctica y gatuna
esperando el desfile de suicidas,
de grandes solitarios que mastican ausencias
y rosas disecadas en los libros.

Yo traspaso mi sombra en el espejo
buscando el corazón que tiene ella
reservado a otro mundo.
Se escapó de mi boca cuando legró el silencio
su cáscara de vidrio.
Ella lo guarda roto por si vuelvo.

Entrevista a Juliana Mediavilla » Por Rosario Alonso

“No sé inventar, escribo siempre a través
de la observación y de mis propias vivencias»

Juliana Mediavilla, licenciada en Filología Hispánica, es profesora jubilada de lengua Castellana y Literatura. Colabora con esta revista realizando comentarios de texto de los poemas de autores Ultraversales.

Nos comenta que es muy amiga de las caminatas, preferentemente por el campo, pero también le gustan las rutas urbanas. Adora el mar como espectáculo, los paseos por la playa o mirar las puestas de sol y no tanto bañarse porque es de tierra adentro y sumergirse en el mar siempre la ha asustado. La montaña es su elemento natural pues nació en un pueblo de la comarca «Pinares Soria-Burgos» y ese paisaje, viviera donde viviera, siempre la ha acompañado.

De sus actividades como ama de casa, profesión de la que no se ha jubilado, lo que más le agrada es cocinar y, según nos explica, no solo es un acto de amor, como dice una hermana suya, sino que también es un acto creativo.

Nos comenta que, quizá porque nació en un lugar muy frío, odia el calor sobre todo el calor húmedo de los veranos de Barcelona, (donde habita en la actualidad) así pues su estación preferida es el otoño, con los días de lluvia incluidos.

Una de sus aficiones más interiorizada es leer novela y poesía y nos aclara que, aunque solo se vaya de fin de semana, viaja siempre con libros y procura hacer un hueco para la lectura. Además disfruta de las reuniones periódicas que mantiene con su grupo poético de Barcelona y también del intercambio de poemas y comentarios con los compañeros de Ultra.

Le gusta mucho el teatro, también el cine, aunque nos insiste en que no soporta las películas violentas, ni tampoco las de terror.

1. ¿Qué es la literatura para ti?

Es una actividad de tipo artístico que utiliza la escritura como medio de expresión. En su carácter creativo debe reunir unos determinados requisitos. El nombre engloba fundamentalmente tres géneros: lírica (poesía), épica (narrativa) y dramática (teatro). En la práctica estos géneros se solapan entre sí.

Para mí es muy importante, porque el escritor es testigo del tiempo que le ha tocado vivir y eso se refleja directa o indirectamente en su obra. Siempre encontramos en la literatura un sedimento histórico y humano, una forma de aprendizaje que nos enseña a comprender a los demás y a comprendernos. Leyendo El Lazarillo podemos entender la sociedad del siglo XVI. Si leemos El Quijote podemos entender la vida en general.

La Literatura es también apoyo de otras formas artísticas, como puede ser el cine, respaldado siempre por el texto literario, bien en forma de guion o de adaptación de novela o teatro.

2. ¿Y la poesía?

Algo indefinible por naturaleza que consiste en sublimar lo instantáneo, casi nada. Para mí es esa lucecita intermitente que me acompaña allá donde voy y, pese a su mala fama de ensoñadora, yo creo que es la forma de expresión que más conecta con la vida.

3. ¿Desde cuándo escribes y qué te motiva a continuar?

Desde niña, pero siempre con una dedicación limitada y hasta diría que un tanto clandestina. Priorizando siempre el trabajo: clases, exámenes, correcciones…y la casa y la familia. Mi trabajo me fomentaba la lectura y la selección de textos, pero no disponía de tiempo para mi propia creación literaria, aunque siempre llevaba, y llevo aún, una libretita en el bolso por si tenía que apuntar algún verso.

Desde mi jubilación dedico más tiempo a la poesía: participo en Ultraversal, en el grupo poético Metáfora, aquí en Barcelona, y asisto también a un club de lectura poética que dirige el poeta Jordi Virallonga en la biblioteca Merçè Rodoreda, especializada en poesía, a la que también está adscrito el grupo Metáfora.

Me motiva la propia creación, la búsqueda y todo el proceso que conlleva. Creo en la poe-sía como vehículo de crecimiento personal que me permite conocerme mejor y conocer también a los demás.

4. ¡Cómo definirías tu poesía?

Sencilla y esencial. No sé inventar, escribo siempre a través de la observación y de mis propias vivencias. Tomo distancia y dejo reposar los sentimientos, sé por experiencia que en mi caso no es bueno escribir en “caliente”. La sencillez es premeditada y no
siempre es fácil escribir sencillo.

5. ¿Y tu prosa?

Yo creo que tiene las mismas características que la poesía. Escribí un libro de relatos autobiográficos: El maletín (la luz de la memoria), en el que está muy presente la mirada poética y también esa sencillez que acompaña a mis poemas. Como género me cuesta mucho más porque requiere una mayor organización y planificación. Dentro de su dificultad para mí un poema es mucho más abarcable.

6. ¿Qué influencias literarias han marcado tu manera de escribir? 

En poesía G. Adolfo Bécquer, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez.

Cuando era joven, si decías que te gustaba Bécquer te tildaban de cursi. Mucho después supe de la gran influencia del poeta de las rimas en los otros dos. Hay sin duda otras influencias pero estas son las más notorias. Me considero muy machadiana, de ahí que me guste tanto la poesía “sencilla”, pero sé que poéticamente Juan Ramón es superior.

7. ¿A qué público pretendes llegar?

También creo que la poesía es un acto de comunicación, o de comunión. En principio estaba restringido a la familia. En Ultraversal me gusta mucho compartir con los compañeros de una manera tan rápida y gratificante. Cuando me comentan, a veces desde el otro lado del Atlántico, y se identifican con aquello que escribo me parece como un milagro. Disfruto también con el intercambio poético entre los compañeros de Metáfora. Aunque se dice que se escribe para uno mismo, no es verdad, siempre se escribe también para comunicarte con los demás. Creo que mi poesía se entiende y no requiere un público determinado. Me gusta más que la lean, en los recitales soy muy tímida y lo paso muy mal.

8. Dentro de todo el panorama, ¿con qué tipo de poesía te sientes más cómoda?

Aunque procedo de la poesía rimada, en particular de los poemas con rima asonante, ahora me siento mucho más cómoda con el verso blanco, modalidad que aprendí en Ultra, donde hay muy buenos poetas en verso blanco. Aunque me gusta volver de tanto en tanto al romance o a la rima arromanzada y también a la rigidez del soneto.

9. Para ti, ¿qué condiciones debe cumplir el escritor para ser considerado como tal?

Debe tener su propia voz, su “denominación de origen”, poder descubrirlo sin leer su nombre. Abundan los poemas anodinos, exentos del sello del autor.

10. ¿Cuál es tu proceso creativo, te sientas a escribir poesía o esperas que la inspiración llegue?

Soy bastante anárquica, aunque dentro de ese caos hay una cierta organización: el poema surge siempre de una idea que me sigue en la cocina, en el metro, durante la sesión de plancha…, eso es el embrión del poema, hasta que surge el primer verso en torno al cual aparecerán los demás que me obligarán a sentarme y darle forma.

11. ¿Piensas que hay mucho egocentrismo en el mundo poético o que, por el contrario, es un mito?

No mucho, muchísimo egocentrismo. Lo puedo decir porque ya tengo una edad y lo he visto con mucha frecuencia; a veces el ego no se corresponde con la calidad poética ni mucho menos. También hay poetas humildes. El poeta, como todo artista, es un personaje especial, un bicho raro que pretende elevarse de la mediocridad y se siente diferente. En ocasiones es soberbio y engreído, otras veces es excesivamente introvertido y muy poco sociable. Pero en esto, como en tantas otras cosas, no se puede generalizar.

12. ¿Crees que la poesía vende?

En absoluto. Nunca puede ser un objetivo para lucrase, de ahí que en la vida de muchos se relegue a un segundo plano, porque se tiene que vivir, generalmente de otros trabajos que no tienen ninguna relación con ella.

13. ¿Cómo ves la poesía en la sociedad actual?

En los últimos años he notado un incremento del interés por la poesía, particularmente en gente joven. Hay una serie de poetas jóvenes que están publicando y que empiezan a reconocerse. Hay también mucho intrusismo, mucho falso poeta que piensa que el hecho de engarzar cuatro versos ya lo hace poeta. Son los que desprecian las leyes de la poesía porque las ignoran. Yo considero que en la poe-sía confluyen la inspiración y el trabajo y que hay que dominar el oficio.

14. ¿Qué opinas del formato digital con vistas al futuro?

Pues a pesar de todas mis reticencias hacia todo lo digital, como creo que pasa a muchos de mi generación, tengo que reconocer que el formato digital contribuye mucho a la divulgación de la poesía y la acerca a los lectores, sin que estos salgan de casa. Yo soy muy “libresca” y me gusta tocar los libros, pero mis hijos, por ejemplo, están muy familiarizados con todo lo digital.

Juliana te doy la gracias por tu tiempo y amabilidad. Ha sido un placer conversar contigo
Gracias a vosotros por vuestra impagable labor en el fomento y difusión de la poesía. Encantada de poder colaborar en este proyecto.