El día me persigue como un gato mohíno que caza mis tormentas y me aleja del sol.
Hoy permanezco a oscuras, desahuciada del gesto y la caricia con los ecos dentados de la palabra hiriente que vino a conversar con las ganas de irme a mi caparazón de cangrejo ermitaño.
Tan solo son recuerdos que se quedaron mudos, en estado latente, sin arañar mis noches,
-aunque a veces despiertan –
Mañana volverá la calma y su latido, la lluvia sigilosa, el sol y la alegría,
porque aunque no lo sepas no soy el cuerpo gris de un invierno perpetuo.
Corpore insepulto
Todo ha muerto, repites.
Todo ha muerto y tu lengua de sombra, de tumba abierta, se vuelve una corona de difuntos para cubrir mis ojos.
Caen sobre mi aliento las flores del sepelio y me vuelvo un jardín desconsolado.
La vida como un gato enfurecido araña las heridas sobre heridas
y cuánta desazón viaja a lomos de todos tus desvelos
y cuánta soledad sustenta el ánimo, cuánta llaga de sal y cuánta sangre.
Todo ha muerto de muerte innecesaria.
Es inútil rotar esta agonía de brillos apagados, de puertas para adentro, de padecer a secas.
Es inútil buscar escaparates de un mundo diferente.
Todo ha muerto, sin más, y yo lo entierro sin cruces y sin salmos sin un adiós siquiera.
Pero a ti no te cierro los ojos de cadáver andante, todavía se esconde algún fulgor aunque el miedo lo invente con el roce del frío, o el córpore insepulto de la vida.
Van los días trenzando mi memoria en su angosto y lentísimo descenso. Se posan en el aire como indecisa pluma, arraigan en la nada y su raíz estéril estrangula el discurso de las horas. En mi cuello el pasado echa su hálito áspero como un trago de aguardiente. Las furtivas figuras que poblaban este tiempo aplazado, se desvelan y renuevan los frágiles cimientos sobre los que mi vida alzó sus muros con la vana intención de hacerse fuerte.
Saber que ya no estás es el abismo y aunque soñar no acorta la distancia -es único reducto, el único artilugio- siempre recurro al sueño como a un mapa. Porque no sé qué hacer para encontrarte y la noche se adensa y tú no estás.
No queda tiempo ya
No queda tiempo ya. Se escurre de puntillas despoblándome, halo de luz que deja huellas tenues de seda parecida a la estela nocturna de un caracol que escapa.
Se alejan los recuerdos. Un frenesí de sombras como un río agitando su propia inexistencia que adelgaza la vida lo mismo que un silbido.
Ningún camino acoge el arrastrar del paso que soporto. Retrocede el aliento hasta su génesis para intentar decir palabras sanas, pero un silencio viejo agotado de andar entre los dientes anega los sembrados de mi voz. Tropiezo al escapar con mis deseos, a tientas los descubro y son viscosas formas que al intentar asirlas como peces escapan.
Nada sé del destino, y el pasado me ofrece sólo sombras deslizándose, apresurada brisa que se convierte en tiempo, en tierra, en polvo, en humo, en nada.
Ave de paso
Nunca sé cuando llega ni cuando va a emigrar, es un ave de paso que lo mismo detiene el curso del otoño, que rasga primaveras.
Puede encontrarme oyendo esa rapsodia in blue que ciñe a los crepúsculos el malva de sus notas o dejando en mis versos todo cuanto traspasa.
Hay veces que es el alba quien me lleva hasta ti haciendo de infinito, para que sienta el peso de las alas caídas, refugio de lo oscuro.
Yo no sé si te alejas, soledad, cuando cruzas este abismo ignorado o vienes a dejarme.
Llueve, y las gotas regalan su presencia sobre el azul cobalto de la marea calma.
Se apresura el otoño a cerrarme otro ciclo con su aroma indomable de tristeza, de hojas moribundas que me buscan para su despedida.
Se apresura y me pide que lacre las compuertas de un pasado dañino y que abra la vida al asombro de siempre,
-con el olor de fondo de la tierra mojada-
Y yo sigo sentada en mi rincón de huida preparando un destino , -una plaza de piedra, un cementerio viejo, el follaje, la senda- como el ave que busca la calidez del mundo para empezar de nuevo.
El mar en ti
El mar mece su cuerpo como una danza hipnótica que induce al sosiego y la calma.
Me pierdo en su vaivén y adormecida profundizo en su arena mojándome los pies.
Camino por la orilla un rato largo y el tiempo se detiene porque sabe que vengo a descansar todas las prisas y a reposar en ti mientras contengo el mundo con el compás pausado de tu respiración.
Hoy me quedo a vivir en tus espacios de sal y de silencio.
Amanece en mí
Porque amanece en mí la vida y su revuelta pongo mi corazón a tu recaudo en este día pleno que saluda con olor a café, a corriente marina, a barcas que se alejan hacia ninguna parte.
Amanece, y sí , tu nombre y su cadencia se mece en la mañana al ritmo de tus pasos.
El sol viene muy lento y entrará sin permiso a mis rincones hondos tocando los soportes que juntos compartimos y el entorno será un manto que acaricie los planes de este día.
Huyó por la pendiente del temor. Le molestaba mí ropaje pálido manchado de recuerdos conflictivos. No intuyó sobre la bondad oculta entre la opacidad que predomina.
No revisó mi alforja para encontrar las luces que acompañaban los manchones. Se demoró en lo oscuro; el tono que la hizo infeliz, árida.
Yo no esperaba flores, sólo un espacio para sembrar frutos que agregara color a un rincón desteñido.
Nunca aprendí a camuflar mis grises. No ha valido rascarme como culebra vieja y prescindir de la coraza antigua. Pero las cicatrices delatan las lesiones como tatuajes que definen mi sino.
No quiero morir
No quiero morir sin antes ver muertos a los asesinos y a los abusadores, sin manos ni piernas.
No me juzgues. No soy un psicópata.
Si te vas primero lo sufriría. Pero no quiero irme sin ver al pederasta empalado y escuchar sus gritos.
Los únicos lamentos que conozco son los de infantes que ya son adultos y odian las iglesias aún siendo creyentes porque no saben olvidar recuerdos. -Culpa de las sotanas pervertidas-
Quiero vivir pues sólo he visto familiares en ataúdes con la impotencia dibujada en sus rostros. También las últimas miradas de hermanos, miradas que se han quedado conmigo. Son ojos que me rondan y hoy son mis fantasmas.
No quiero morir sin ver al traidor sin lengua ahogado en su sangre.
¿Crees que es demasiado odio? Es posible.
Pero no todo en mí es oscuro, nunca herí ni con palabras al inocente o al indefenso.
Un poeta judío que no conozco me dijo un día: «Uno es lo que la vida ha hecho de uno»
Llegué en busca de apoyo como un gato que sabe que encontrará refugio y solidaridad. Llevaba en mis bolsillos las quimeras que siempre me acompañan. Las ofrecí pensando en el futuro, pues el presente nos mataba a plazos.
Creí que todo estaba a mi favor viendo a mis anfitriones, hermanos de idealismos acoger los manuales de insurrectos con fervor y esperanza.
Hombres con las miradas inconclusas, mujeres en espera de las noches para contar sus vástagos y la vergüenza de aguardar los buques detrás de algún marino ansioso.
No bastaba confianza, el amor al humano y poder transgredir los terrenos del monstruo sin hacer uso de la fuerza.
El lado oscuro de la vida es débil cuando quiere alumbrar sus predios y destinos si sólo cuenta con la fe y las salvas. No fue malogro, sólo una caída.
I Hoy vuelvo a mí sobre un campo de minas. No sé si explotará en mis manos ni quién morirá primero: El poema o yo.
II Lo que con pureza es contemplado siempre es puro. La rosa me observó: se tornó mi pupila Inflorescencia.
III Soy más pequeña frente a lo pequeño. Virutas, minas, papeles arrugados, añicos, restos todos, escuchadme os estoy suplicando un infinito.
IV ¿Por qué esta luminosidad insoportable si dejé el sol por tierra, acuchillado? Yo apenas respiraba… Ahora ciega la luz.
Hoy es otra oscuridad la que destella.
El poema ya está escrito
El poema ya está escrito porque todas las palabras están en este mundo. Hay al pie de los ojos un prado de palabras. Están las de la introversión las de la afirmación perfecta. Están las palabras del canto de la noche Incluso están, tan tuyas, tus palabras. Tan solo hay que ahuyentar las que no sirven, llenar el cuentagotas depositar el líquido esperando el contraste. Palabras ligeramente radioactivas. Ir apagando en silencio las demás colocar las cortinas, ajustar bien la tapa y reducir el lenguaje a su esqueleto.
Apurar los minúsculos resquicios de la vida por los que se colaban a tus espacios íntimos esos rayos de Sol capaces de animarla y aprovechar las largas tardes de lluvia y tedio para tejer saudades.
Ahora lo que toca es adaptarse a la necesidad de gestionar lo escaso, a aceptarte viviendo con los ojos escépticos y la piel agostada mientras dentro de ti, a tu pesar, cultivas la narcótica semilla del desapego.
Es fácil, se trata solamente de entrecerrar los párpados y borrar los paisajes, ideas, sensaciones y recuerdos que anidan en su envés como quien funde en negro el fotograma final de una película…
Solo queda esa hilacha, tenaz, que constituye una especie de insólita atadura, como un cordón umbilical inverso.
Con qué fuerza me une a la luz…
Cómo cuesta cortar esta invisible, sedosa y acerada hebra fundamental de los afectos.
Sombras chinescas
Grotescos esperpentos de pájaros. Pluma en pena que escapa rumbo a un sueño de luz.
En la penumbra agoniza la tórtola cautiva. Entre las manos su cuerpo es un dolor torpe y reseco que en las atormentadas puntas de los dedos todavía aletea.
Es finito el espacio de la pared.
Y en el silencio se oye el crepitar del alma al consumirse.
Isabel Reyes – España
He de marcharme
Rodeada de cosas olvidadas con tanto agobio encima de mis hombros recojo libros, fotos, cuadros sin paisaje, mucho papel en blanco y mis pupilas sin saber dónde ir, ni cómo el alma se acostumbró a la luz de atardecer.
Toda mi casa es hoy incertidumbre, no encuentro lo esencial, en las carpetas se perdieron retratos, versos míos y aquellas primaveras. Quién me aguarda, me llama desde lejos, nada sirve de mis maletas, folios, a esta hora penúltima en que veo como si ya estuviera sin disfraces y fuese otra persona la que ocupa mi corazón, mis huesos, sólo míos los ojos esta tarde, rodeada de espejos del crepúsculo y cajas de cerillas e inútiles postales sin remite de caminos que nunca hube andado. Ha llegado la hora de partir.
Ruedan los cláxones en mi tranquilidad, en este miedo a ir cerrando ventanas. Me voy, he de marcharme de nuevo a ningún sitio, el mar no espera se mete en los dinteles, abre puertas empuja, inunda el alma y lanza mi existencia hacia las rocas.
¿Salvaréis mi equipaje de sus olas?
Indignación
Mientras el sol dispara sus espadas avanzo como un preso que huyera en los pantanos del presente: los perros del cansancio acechan por el bosque de la gran decepción. He de seguir, mi sitio está más lejos. Romperé mis cadenas con un tallo de hierba y volveré al origen, desnuda y en silencio alegre y desnortada, sin deudas, sin deberes oscura y encendida con mi verbo.
Si queréis encontrarme, no me escondo. Aunque me fugue estoy aquí, sentada y sola y triste como una gota dentro de la lluvia soportando la fiebre primitiva que me mantiene inmóvil y digna y vigilante. Encerrada en mí misma y tanta indignación por compañía.
Sergio Oncina – España
Ausencia de vida
No sé por qué ni dónde quiero irme. Este lugar me aleja de los sueños y me envuelve en tibieza; arropa y duerme, apaga los instintos, entierra voluntades y agota la impaciencia que incita a pelear contra el fracaso.
Vivo en barro que arrastra, arenas movedizas con la velocidad de la quietud y la satisfacción de mi apatía aceptadora.
Y truena y no me importa la tormenta aunque ilumine los charcos y embadurne mi rostro con resina mojada del árbol deshojado donde quise ampararme.
Es, por fin, lo distinto que acaba por hundirme en la basura de la que salir, estímulo asesino que concede una oportunidad para resucitar y sentir la alegría de un nuevo nacimiento en un edén.
No creo en paraísos ni en volver de la muerte.
Pero tampoco creo en la ausencia de vida.
En la noche de los vivos
Se dilata la noche de los vivos. Me entretengo mirando los árboles sin hojas, las farolas que lucen mortecinas y las aceras libres de nosotros.
Ahí, en la esquina próxima estuvimos los dos, entre la misma niebla, bajo el mismo silencio, en esta misma hora
y, como hoy, nada interrumpía a la ciudad que duerme sin saber que te amo, como si no importase y mañana la vida continuase impertérrita.
A nadie preocupa que no vuelvas conmigo; el furgón de reparto trae pan y pasteles, los barrenderos sueñan con dormir.
La radio sonará, a las seis y un minuto. Acabará mi insomnio. Compraré medialunas para desayunar con un tazón de leche, mantequilla, galletas y olvido.
Ángeles Hernández Cruz – España
Y pude
Enredada entre los hilos del miedo, me pesaba el recuerdo de aquel día en que el aire se hizo piedra para aplastarme el pecho; me pesaban los “no puedo” y los “quizás”, losas en el paisaje de mi terco discurso.
Pero usé tu sonrisa de bastón cuando te ofreciste a llevar mi carga para un trayecto de ida y vuelta entre la imprudencia y la victoria.
Con una palmera como único testigo, conseguimos surcar la mar escarpada de los barrancos, y los jadeos de mi corazón iban desamarrando, uno a uno, los pesados nudos del acobardamiento.
Ya sé que la alegría es transitoria como esa ciudad que siempre circunvalas en el viaje a nunca y en la que nunca te quedas a dormir.
Aromática como el dulce petricor que exhala la tierra cuando abre sus fauces al canto de las aguas.
Obscena como la sangre en el pan y el colmillo en la carne.
Inocente y estúpida como yo ante cualquier ventana abierta a temporales que he dejado de prever y me sorprenden sonriente y encueros.
Llega te besa nada contigo un rato se va y permanece escondida en la distancia con aquellas palabras que no quiero escribir.
A veces creo que no la necesito y me he coagulado de silencio.
Alegría
Morgana de Palacios
(verso blanco)
Con los libros bajo el brazo
Isabel Reyes
(verso blanco)
Llovía en el Retiro. Recuerdo escalinatas y un poema embrujado. Daba temor mirarme. También tengo yo ahora una sed infinita de que surja tu imagen.
Acaricias el frágil relente de mi pelo, sabe a limón de mármol la añoranza. No acierto a caminar, me asusto. Tus muros son muy altos. Quién me abrirá las puertas.
Casi apenas mujer te soy una exiliada que llega a la ciudad en esta noche espesa, esta cerrada lluvia. Me llamas desde hondos corredores sin aire.
Quién soy yo con los libros sujetos bajo el brazo, estudiante en la “Complu”. Me tomas de la mano y aquel parque disipa su maleficio verde. Se han secado mis lágrimas Nos vamos a encontrar.
Has llegado de lejos. El sol hace trasbordo por tu boca y empiezo a renacer. Reescribo a dos velas mi tesis doctoral, bebemos la tristeza solemne de esta ciudad a oscuras que mis ojos permiten.
Quién eres, quién soy yo. Dónde vamos tan tarde a prender ideales si no queda ni un taxi por el puerto nevado de los amaneceres. Hoy tengo enfrente ese parque de mi inútil tristeza.
Demasiados peldaños ascendiendo a mi frente.
Sangran los horizontes por los cuatro perfiles mientras en las esquinas de las bocas, y a plena luz de las pantallas, se trafica con paz impunemente.
Te ofrecen papelinas con dibujos de palomas y olivos que tan solo contienen un cóctel de moral adulterada.
Qué inútil es dormirse en el deseo de antiguas psicodelias si no existe terapia que libere el tóxico del odio que regalan en las mismas esquinas, bajo la misma luz, y tras las mismas bocas.
Caramelo de regalo
Ángeles Hernández Cruz
(verso blanco)
Me convenzo
William Vanders
(verso libre)
Esta noche me convence el insomnio. Es un instinto primitivo, un alma con mil ojos en mi retina tapada.
Soy un Cro-magnon hibernando despierto, en alerta y sigiloso, cauto para no ser cautivo, con herencias tatuadas en el muslo, de verbo herido y rumiante, enfurecido en el temor, acostumbrado a la amnesia, de mandíbula pensante, sobreviviente, libre, despabilado dentro del párpado caído:
un homínido
intrascendente,
con auroras a cuestas
para oscurecer el pecho
durante el combate.
Miro el río y, en él, miro la sombra del crepúsculo que se hunde en su musculatura acuosa.
Una sombra que no hace pie en espesuras, y derrumba minaretes de sentido por correntadas que arrastran olvido y desmemoria, como si fuese posible amalgamar sus gotas de mercurio.
Acaso sea eso lo que desteje el pampero mientras peina las trenzas de los sauces, lo que repite con su canto el zorzal zarandeando las voces dormidas, lo que insinúan los juncos con sus guitarras de mil cuerdas.
Miro el río y sus luces de atardeceres fugados: me recuerdan que esa moneda inadvertida que la tarde dejó caer en su bolsillo no es la misma que aquella segada por el filo de cierta memoria implacable.
La cordura es un don que no abunda demasiado ni conviene ejercerlo, pues los locos no quieren que nadie les disuada de que es solo ruido ese abigarramiento polifónico que suena en su cabeza.
Sin saber qué decir que aporte algo de luz a toda la vorágine de tantas y tan cáusticas babeles, qué habrá de hacer mi voz, sino asumirse lágrima en un océano de sal y quedarse callada.
Hablar de la armonía en un mundo de sordos carece de sentido mejor no exasperarse malgastando palabras.
Porque jamás la música ni la verdad necesitaron nada que no fuese el susurro del viento en la enramada y un corazón atento y sensitivo para existir.
Quién quiera puede llegar a ellas, solo tiene que dejar al instinto que descubra los rumores que pueblan los silencios.
Y escuchar con el alma ensimismada.
Jordana Amorós
Verso blanco
Miguel Urbano
Tercetos encadenados
Canto a la esperanza: A Lorca
Te busco amigo mío por doquiera… mas no puedo arrancarte de mi mente pues hiciste en mi alma enredadera.
Y a pesar de tan largo tiempo ausente tu recuerdo me sirve de alimento, pues, en mí, siempre vives tú presente
ocupándome todo el pensamiento. Jinete cabalgando te he soñado, cometa que volabas sobre el viento.
Y, ¿cuánto con tristeza te he llorado? Que lágrimas de sangre aún me vierte el corazón, del tuyo enamorado.
Con su guadaña vino a ti la muerte quedando aquella noche ensangrentada; ¿Qué hados te trajeron mala suerte?
Y, ¿dónde estaba Dios la madrugada?… Pero los hombres son con sus rencores, el odio y tanta envidia despiadada.
Yo querría llevarte algunas flores, donde tu cuerpo pueda reposar con el trinar de pájaros cantores.
La luna se quería desposar tú de negro, ella rojo su vestido y en sus manos un ramo de azahar.
Y yo pregunto ¿Dónde te han metido?… Alimentando rosas y jazmines en un hondo barranco allí perdido.
Te buscaré del mundo sus confines hasta haber tus reliquias encontrado y haremos fiesta y fondo de violines.
Tu verso compañero va a mi lado y, como perro mis entrañas muerde dejándome el sentido traspasado
soñando…verde que te quiero verde… Maldita sea siempre toda guerra. El mismo vencedor también la pierde.
Si no aprendemos del error se yerra: y esparcimos el odio de semilla sembramos de cadáveres la tierra.
¡El poeta de alma tan sencilla sea concordia entre los hermanos, fanal de amor y paz su luz nos brilla, y nos haga vencer rencores vanos!
Una fiesta de luz y de colores
Cuando me llamas Juan, Juan de mi signo, cuando me llamas Juan entro en los cielos cuando me nombras, Juan, soy tu cautivo. Cuando me dices, Juan, Juan de los muertos.
Cuando me dices Juan, Juan de mi signo se desordena el magma de mis versos. Cuando pronuncias: Juan, no hay más caminos que elegir en tu nombre de altos vuelos la majestad de levantar destinos en órbitas lejanas. Si tu verbo, si tu cantar de pan, tu son de vino me invoca: «Juan, mi Juan el marinero» a mis montes regresan los olivos, los albatros quebrando mis silencios
Cuando me dices Juan, Juan el marino, cuando me llamas Juan, regreso al templo que fundé para ti donde los hilos del tiempo hacen posible los te quiero.
Cuando me llamas Juan, soy ese tipo que levanta por ti mareas, reinos. Cuando me llamas Juan, soy tu marido en esos tentadores multiversos.
Cuando me dices, Juan, vuelvo a estar vivo, Dios protege en sus aguas el secreto; nuestro secreto, amor, donde existimos en un castillo al borde del desierto, y solo Dios conoce nuestro exilio nuestro rito desnudos contra el miedo, solo Dios reconoce tus vestidos mis sombreros Fedora, mis misterios. Solo dios sabe, Octavia, que dedico al borde de tus labios mientras vierto mi seminal victoria en tu delirios.
Cuando me llamas Juan, mi Juan el marinero, mi capitán, mi Juan el de los himnos, soy tu escritor mercante extra terreno y en tu fiesta de pájaros y trinos quiero morir de amor, morir en verso.
John Madison
Rima alterna
Orlando Estrella
Verso blanco
Mi compañera se marchó
Mi compañera se marchó de incógnito. No me explicó porqué. No se fue de mi casa, nunca vivimos juntos, nuestro hogar era el mundo, los caminos, las calles, los comedores, los hoteles chinos, -ahí no hacen preguntas-, les importa un carajo quien eres o quién no. Y esos pormenores nos definían bien.
Nos gustaba estar solos, apartados de otros. Amigos de los márgenes, algo así como antítesis, un gran contraste, pues, éramos militantes de un partido de masas que procuraba gente para lograr sus fines. No fue nada chocante que juntos renunciásemos maldiciendo los putos dirigentes de mierda que resultaron ser rateros consumados.
Una mujer brillante, cuyo sueño mayor era ser contratada como investigadora como cualquier ratón de biblioteca. -Aunque esté recluida y que además me paguen- musitaba con brillo en su verde mirada.
Pero un día se fue, se apartó sin decir, sin dar explicación. Quizás sea frecuente en la mujer independiente, libre. O tal vez cometí un disparate y no lo supe.
Si no fuese habitual mi mundo solitario, me hubiese golpeado con una mayor fuerza ese trance de vida que recuerdo como el mejor poema que se adapta a mi estilo.
Mea culpa
Resultaría fácil culpar a los demás de que haya huecos en las opacas vetas de espejismo con las que construí mi gazapera.
Afuera luce el sol y por los agujeros se cuelan alfileres que inoculan el frío de la luz.
Aunque me convirtiera en diosa de ocho brazos los dedos no serían suficientes para tapar las brechas que persisten en su afán de mostrarme mi ceguera.
Culpo a mi cobardía y su tesón en hacerme mirar hacia otra parte, mientras tarde o temprano los problemas que un día no enterré revientan para abrir otro boquete.
Ángeles Hernández Cruz
Verso blanco
Eva Lucía Armas
Romance heroico
La playa de la Pena
Érase una vez un hombre antiguo que amaneció en la playa de La Pena. Con él había un esplendor de antaño, su vieja Excalibur, cuatro quimeras, un paquete con voces que cantaban mojadas bajo el sol pero despiertas, algunos abalorios hechiceros que olían a Patchouly y hierbabuena, conjuros varios, notas, mapas, pan y un fuego que alumbraba en cualquier niebla.
Iba a pie por el mundo con sus cosas: sus viejos dinosaurios de otras eras, sus aves fabulosas e imposibles, su voz de encantador de las tormentas, su flauta de Hamelín, sus distracciones y su red cazadora de cometas.
Un día, tuvo un barco y fue pirata, un corsario en busca de una reina y anduvo por «los mares procelosos» al timón de su propio Perla Negra que del norte hasta el sur viajó la aurora buscando una esperanza aventurera.
Érase un hombre antiguo, un hombre extraño, con manos de apartar todas las piedras el que llegó a la playa dando voces como conquistador de las sirenas y levantó castillos y almanaques puso en horario el reloj de arena y se sentó a esperar tejiendo pájaros a que se enamorara de él la ausencia.
La Pena lo miraba, alucinada. Toda la isla olía a madreselvas.
Todo continuará cuando cierre los ojos definitivamente. Yo me iré y quedarán tareas inconclusas, no habré aprendido todo, me iré sin más reclamos, sin darles más respuestas. No sabré ni la fecha, ni la hora, ni el valor de mi entierro y no me importará, ya nada importará, ni siquiera que deje de dar explicaciones y nadie, ni yo misma, pueda con un regaño.
Espero que después no surja algún soldado que quiera reemplazarme en esta imaginaria hasta quedar sin resto, alguien que encuentre el norte sin agujas y ofrezca su columna como armario de errores.
Se apagará mi luz y tal vez, sólo así, de sus ojos se caigan las cortinas, entiendan que detrás de las ventanas hay golpes, frustraciones, sufrimientos y sobre todo hay un aire delicioso .
Ana Bella López Biedma – España
Cuadernario de silencio
Un golpe. Un golpe y el silencio.
Hay un hombre talado en mitad de la tierra. Sus raíces me muerden de los pies a la boca. Apenas es de día y, sin embargo, se ha derrumbado el sol sobre mi espalda.
Después solo un tic tac acuoso, inexorable y un pasillo plagado de luciérnagas con su destello triste.
Mi mundo se parece a un ajedrez lleno de damas blancas que cruzan el cansancio de mis ojos con su rictus de pájaro.
Voy tejiendo la espera con hilos de colores que destiñen mis manos, deshaciéndose en lágrimas que gotean también sobre el silencio.
Hay un beso de polvo que se durmió en tu nombre por no llamarte hogar lo suficiente.
Ángeles Hernández Cruz – España
Los de antes, los de ahora
Un pañuelo anudado detrás de la cabeza enfunda mi cabello rubio eslavo con tonos albaneses; los ojos se entrecierran para que no deserten del horror mis párpados semitas; la nariz es de indígena amerindio, pequeño promontorio que equidista los pómulos de un azul bereber; de Birmania y el Tíbet es la sal de mi cuello, y la barbilla siria se me escurre sobre la piel del rostro negra centroafricana.
Mi lengua habla el idioma de todas las mujeres, los niños y los hombres subidos a unos pies que se deshacen por el camino amargo de la huida, al vadear los ríos de esperanza, cuando escalan los muros de vergüenza, y al adherirse al suelo de los botes que llevan rumbo al fondo de los mares o al castigo de una deuda perpetua.
Envés de la cordura, cuánto llanto se vierte por mi cara. Cómo escuece el dolor entre los ojos cardo ahogado en la luna del silencio, la vida hecha ceniza destruyéndome.
Se derraman los años como un río y no tengo en mis dedos la compuerta contra ningún naufragio imprevisible y las voces no taponan la herida del futuro.
Mañana el sol no sale, y yo atónita mi breve arquitectura ante el asombro contemplo, dolorida, la oquedad que debiera rozar con estas manos.
Envés del corazón, el otro número del signo del zodiaco, el otro rostro que tiene el día 30 de este invierno escueto enero helado de la muerte que me empieza a sufrir frente a la piedra, sobre el mar nunca visto todavía, ardiendo la distancia de mis ojos al tempero salobre, siempre sola la océana nostalgia con verjas y con nieve.
Y mi cuerpo se queja de aguantar tanta ausencia en sus espaldas.
Morgana de Palacios – España
El cazador de cazadores
Te sangra el corazón y los ojos te sangran espantados.
Te sangra la conciencia como si fuera tuyo el pecado del mundo.
Toda la imperfección del hombre estalla con una impunidad paralizante, mientras se abusan niños, se torturan se gasean como si el que murieran entre espasmos fuera algo inevitable y hasta convencional en esta guerra sorda del hombre contra el hombre.
Eres un cazador de cazadores en un negro safari cazanegros, cazaesclavos sexuales cazaórganos, porque si hay demanda pervertida lloverán, fraudulentas, las ofertas, y las arañas tejerán las redes más insólitas.
No seré yo, ya sé, pero alguien tiene que mantener erguida la piedad y los ojos abiertos en la fosa común de la ignominia humana.
No, no seré yo, pero serán tus ojos repletos de cadáveres sin tumba, y tu rabia será y tu impotencia, y tu sordo dolor gritando testimonio para sacarte el asco de las tripas.
Yo no hago nada, vida, sólo impongo alguna mano fría sobre la frente ardiente de tu desolación, mientras me sobrecojo en tu palabra que no se calla nunca suavemente.
Como tiene que ser cuando elegiste por qué ojos de hombre ver el mundo.
Gavrí Akhenazi – Israel
Negociación del fuego
Hemos dejado la violencia para ratos sin armas. Negociamos el fuego y hay narcisos de nuevas floraciones comiéndose despacio el roquedal.
Abruptos y volcánicos nuestros huertos parecen construcciones de piedra con sus plantas metálicas que ascienden encima de las frutas cristalinas afanándose en su protección.
Aprendimos la invisibilidad de tanto ser visibles para feroces mangas del langostón de tierra, cuando llega famélico y masticador a devorarnos hasta el esqueleto.
El cristal, de verdad que no es lo unánime. A la sumo, un vidrio esmerilado que lo traduce todo al idioma de la opacidad.
Mar García Romero – España
Tarifa
Cierro los ojos, Cohen susurra versos a la música. Es invierno, camino por la playa, Tarifa con el agua verde y honda hiela mis pies, me muestra su terrible verdad en estos vientos.
Entre las aguas veo una luna de algas y corales, menguante, dolorida, un mundo no visible, donde flotan almas sin nombres, seres sin esquelas, que gritan sin cesar en las corrientes. -Las olas con su furia redoblan esos gritos en mi sangre.
Me vuelvo angustia y sal y carne negra como otro muerto más junto a los muertos en esta fosa anónima y azul de catorce kilómetros sin fin. A merced del vaivén, que no se acaba, mi patera se hunde una vez más frente a las dos orillas, frente a mí.
Soy un cadáver frío, con memoria, y un gemido por siempre del Estrecho.
¿ Do I have to dance all night? Se preguntaba Cohen.
Ángeles Hernández Cruz – España
Mis pies desnudos
Por mucho que me pidan que suba a unos zapatos de incómoda puntera y tacón de estilete, no quiero ser izada porque no soy bandera de nada ni de nadie, ni siquiera de mí.
Me resisto a llevar unos botines de piel de cocodrilo o costra de serpiente, con brillos suntuosos que proclamen la obscenidad del lujo en sus charcos de mugre.
Tampoco me pondré unas zapatillas hechas para el deporte de aplastar los ojos con que muchos se ven en las estrellas.
Nada va a devolverme ni la laguna rota por la luna de octubre ni la pluma de cisne para escribir el agua.
Nada va a devolverme el rizo fantasmal del espejismo sobre un camino claroscuro y árido como un hábil recuerdo del corazón que fue.
Le propongo distancia a los silencios.
Una distancia fuera de rituales, lejos de los excesos de las rosas, cercada de lavandas, ardida de romeros.
Ahí, nada puede llegar a devolverme las frecuencias del antes donde el jolgorio de las mariposas era una fe de vida o era una fe debida.
La luz dispersa la credulidad, ilumina con sombras repentinas y calmas lo que se apaga del deslumbramiento
y deja apenas un claror difuso un claror desmembrado como algún buen recuerdo que termina travestido de olvido.
En este panorama – Silvio Rodríguez Carrillo – Paraguay
Con el barro marcando su tibieza de líquido brumoso, de piedra que se amolda a cada altanería que le impone mi zurda, avanzo con las manos desprovistas del puño que habitaron.
El sol, abyecto hermano que tiñó en mis espaldas el dorado inmoral de los temibles, discute con mis ojos lo que veo mientras mi pelo sigue su propio juego oscuro en el que se entrelaza con los dedos de ella.
Los fracasos sensibles, los dolores grandiosos, se me van desprendiendo como escamas de un animal antiguo que mutando continua siendo el mismo, que sin querer se muere de no poder mentir-se.
Los aciertos brutales, los aplausos, las sábanas manchadas de carmín, de azúcar bien, igual se me derriten por el pecho, y siguiendo su ritmo, de caracol o puta, terminan en la tierra.
«en este panorama»… de penas y de glorias «de» diciembre, «de» cenas con dis_cursos pro_fundos por un rato recuerdo como un golpe difícil de entender la cara de los otros, el gesto de ser isla del gregario común cuando no se le nombra.
Quizás en la otra orilla – Isabel Reyes – España
Acuden las imágenes y se acumulan aguas en la cúpulas abiertas de mis ojos.
«Anuncias el futuro cuando mueves el aire entre tus pies, y entre tus manos, peregrinan metáforas que avivan deseos de querer eternizarte en el atardecer del arco de mi boca.
No te quedas en ti vas más allá del sol hasta lugares donde mora escondida la esperanza esa escondida tierra que nos ve germinar».
Nos llevaba la tarde de verano lo mismo que un diluvio dirigiéndose al mar por la escalera íntima de los primeros éxtasis.
Hoy vuelvo a recordarte después de tanto tiempo y al atraparte toco la azotea más honda de todas las salinas de mi sed mientras voy dando cuerda al reloj para atrás con el vértigo agraz de la nostalgia.
Quizás en la otra orilla pueda pisar de nuevo las huellas de tu paso.
En memoria de Elia – María José Quesada – España
Podía haberla sazonado de caricias, trenzarle el nido con agujas de romero, lucirla entre sus manos como un ánfora que en tiempo de escasez contiene aceite. Velar el fruto predilecto de esos padres que en acto de confianza le entregaron.
Amarla con bondad bajo las cejas.
Y no hizo más que propagar golpe y disturbio ante el terrible amerizaje de sus ojos, descolocándole del cuerpo hasta las uñas con un desprecio inabarcable.
El ritmo evolutivo habrá de darnos, por pura protección de nuestra cría, olfato preventivo, so pena de que el tiempo nos disponga en gen y sangre la no continuidad de engendrar hembras.
Será el tercer arbitrio para frenar un daño irreparable, la invocación y grito en consecuencia:
El mastín del dolor, con su hambre canina, me devora incesante royéndome los huesos. Orco fiero, imbatible, acosador de flores y alegría.
En las crines del aire, detrás de la paciencia, en el abrazo inmenso de mi padre me escondo. Es inútil, no tengo ni la pastilla mágica ni el arte de volverme invisible o madera de boj.
Zaragoza, 2007
ABRIL
Abril lleno de luz, de soles vivos, atraviesa la estepa de los brazos, cojea entre los pies, trata la lengua como un amante fiel, como si aún fuera un cuenco de luna; el ruiseñor que todavía canta en sus alcores.
Pleno de algarabía en la ventana, con suavidad él deja su presencia en la dehesa triste de los ojos, en el ocaso azul, los altozanos, sobre la voz del río y el adagio que es el cierzo callado cuando duerme.
Yo no quiero morir en primavera con el almendro en flor y los rosales, ni en la marcha triunfal de cuanto vive embriagada de aromas y de trinos.
¡Oh, Dios! Cómo me duele mi corazón de barro, mis huesos de madera, los nudos de mis dedos.
PERRA VIDA
No tengo amor ni hambre ni siquiera habito ya tu instinto o tu deseo. Temo, en esas soledades de ida y vuelta, encontrarme tus versos o mis besos, que me huyas como huyen los mirlos cuando llegan las blancas golondrinas del verano.
Solo mi perro sabe del aullido silente de una casa vacía. Mi perro que a bien tuvo adoptarme sabiendo-¡soberbio compañero!- que tal vez no le viva doce años.
Zaragoza, 2006
3
Han volcado los cielos, los alcores, el horizonte tiene dos soles y tres lunas sorprendidas, la sombra del amor tiene su sombra.
Besos de absenta dulce, adelfas en la boca y en el alma, entre sensibles campos que me cercan dibuja Frida Kahlo, la mañana.
La vida es un retorno sin fin en la memoria; los ojos de mi padre siguen vivos, cantan las golondrinas y retrocede el agua. Quizás salga del sueño y no esté el arcoíris, o ese banco de ayer de piedra entre la niebla. El amor es así, revelación, copa de sol y boca de ceniza.
4
Giralda soy y giro con el viento, ¿ de qué sirve oponerse a su gran fuerza? Me engañan las esquinas donde de rostro cambian aquellos que una vez caminaron conmigo en estas soledades sin retorno.
No existe la tragedia a los ojos del cielo, no hay misericordia en la luna encendida ni error que no se pague si pisas los confines de la niebla, este nimbus caído en pleno mayo. Me deslumbran estrellas que son tan solo rocas disfrazadas de luz o de cristales; un falso firmamento de la inocencia absurda que, a pesar de los años, no me deja crecer. -Quiero encontrar de nuevo la alegría que fui- ¡Oh, victoria, victoria, la risa de la muerte!
POEMA A VIVA VOZ
Junto al hermoso fantasma de Rimbaud, oceánico león que en la distancia clava su arañazo de luz, amo la pesadilla de mi tiempo.
Las flores de mercurio que en sus sudores queman los pétalos del alba sin dejar de llorar entre los números, relámpagos abstractos, que tercamente niegan mi cita con el heno. Esos rostros de milenaria escarcha con sus cabezas tristes dándose contra el cielo.
Persiguen la medida de mi fuerza, mi amor desesperado guardián de la locura, este manto de sal que tus delirios hiela.
La noche se rebela como un titán oscuro, condenándome todo a la muerte más fácil. Una revolución de lágrimas y dientes, estrangula y socorre mi herida eternizada: Yo soy el corazón de esta agonía.
Zaragoza, 1978
Acerca de la autora
Nació en las primeras estribaciones de la serranía de Cádiz, en Villamartín, primer pueblo de la Ruta de los pueblos blancos.
Desde el año 1966 reside en Zaragoza por motivos de trabajo de su padre.
Miembro de la tertulia del Ateneo de Zaragoza desde el año 1978.
Participación en varios libros colectivos: “Retos Poéticos”. Madrid, 2017 “La Cárcel”. ASEAPO. Madrid, 2017 “El viaje”, relato. Colección “Picapedreros”. Zaragoza, 2017 Antología a Federico G. Lorca. “Granada”. (Soneto) Córdoba Azalea. 2018. “A la hora del Café”. Amazon. Noruega. 2013. 53 Escritores a Ramón J. Sénder. Editorial Heraldo de Aragón.1980 Poemas a viva voz. C.S.I.C. Excma. Diputación de Zaragoza. 1999 Alijos Poéticos.Sdad. Coop. Librería General. Zaragoza 1989
Hoy que vuelvo a Madrid, dime quién me conoce cuando bajo hacia el metro de Diego de León y alguien lee junto a mí tu libro de murallas, mientras subo los ríos del recuerdo
El rostro de mis hijas es de color de fruta. Ellas sí que están vivas, lloran, juegan, se suben encima de la mesa. Tú me observas besándolas con tus labios distantes. Yo no soy la que era, me has divinizado, me he vuelto transparente, como cruza en los ojos un aroma inconsciente, un gesto que trasluce geografías voladas.
Los días se me escurren, son lo mismo que el agua y mi voz es reguero que se borra en el viento.
Todo ocurrió deprisa, un sueño inverosímil, como si mis poemas desnortaran relojes. ¿Adónde fue mi corazón, sus árboles?
El amor cuando nace tensa el aire y la lluvia, surgiste de ti mismo y cambiaste mis normas, me conociste frágil, hoy soy eternidad.
Pero me estoy muriendo cada vez que te nombro.
(Poema blanco polimétrico: combinatoria de verso alejandrino & heptasílabo).
Alejandro Sahoud
Menos tu nombre
cuando soy triste yo me voy al viento porque la sombra se vuelve inhabitable inhallable el camino y cuadrada la esfera
todo está de revés menos tu nombre que hace señas de niño en un andén sin trenes pero con tanto papel despedazado y tanto polvo largo que a veces es sólo un buen fantasma diletante
tu nombre sin zapatos que pisa minucioso el agua turbia me exime en la navaja y en las cruces del no miedo a sufrir mas sí a que sufras como la rozadura larga de una herida que me sangra en la frente
triste que soy a veces desleído acuarela de nieblas y lloviznas y babas que devoran eso pétreo de mí como un unto pulsátil largo musgo y ausencia inhóspita guarida de éste mi último aliento con que a veces escribo o me mojo en verde oliva rozo el viento en tu nombre con el cansancio trágico en el ala y la certeza de que el sol existe sobre lo más oscuro de su vientre
¿quién llagará tu espalda una vez que mi látigo se hiele? ¿quién llagará mi sed si se muere despacio en tu diluvio?
los dioses no se ocupan de esta tarde en que el viento y el polvo comulgan imprudentes en una niebla espesa de pañuelos
si no te importa me llevaré tu nombre en algún lado
(Poema blanco polimétrico: combinatoria de versos en ritmo endecasilábico).
Silvio Rodríguez Carrillo
Lacondición
De pronto las calles asfaltan la noche, cantando silentes el paso tranquilo que ofrezco a la nada, callando el latido que sienten apenas oculto del odio feroz anidado en los ojos del pobre que tiende su mano y descubre el vacío en el otro.
Sospecho la llama, el sabor a madera quemada arriba, en el cuarto que fue de los niños que nunca supieron de qué se compone lo lleno, que acaso temprano aprendieron a hacerse maduros y fieros, igual que los libros que escriben los altos suicidas.
Detrás de las cámaras, siempre detrás de las cámaras, me miro las manos, reviso medidas y pesas, el paso del tiempo en mi vientre, los duelos que ocultan mi risa irredenta y que juzgo imperiosos, o justos, no sé… Las canciones esperan si digo que vienes.
(Poema blanco en verso pentadecasílabo)
Jordana Amorós
Abrazo extenuante
Me fatigas, lo sabes.
Es cansado tener que perseguirte por todos los rincones de mí misma con el afán voraz de conseguir exprimir, uno a uno, todos mis sentimientos.
En cada uno vives, en cada uno estallas, en cada uno entregas, sin pudor, Poesía, la palabra desnuda la que mejor define lo que soy.
Lo que sueño.
Me consumes, quisiera poderme liberar de la querencia innata de tu abrazo extenuante, al menos mientras duermo.
Pero es que eres tú o tener que enfrentar a solas mis temores.
Eres tú o mis angustias.
Eres tú o la verdad de mi fracaso.
Eres tú o mi desdicha.
Eres tú o aprender a tragarme mis gritos.
Eres tú o existir sin que el aire se entere.
Y morir poco a poco como mueren los tristes.
Sin haberle encontrado un sentido a la vida y rumiando amargores.
Eres tú o aceptarme, derrotada anticipadamente.
Sucumbiendo, sin dar una batalla, al sepulcral abrazo del silencio.
(Poema de verso blanco polimétrico : combinatoria de versos de arte menor y arte mayor en ritmo endecasilábico).
Hacia algún lugar se va borrando el contorno esbelto de la noche y se marchan las estaciones que nos sueñan a mundos que se quedan sin luz como soles apagados de un zafiro. Tan lejos te fuiste con la oscuridad envuelta en tus pupilas a esas remotas aldeas del ayer donde yace el amplio corazón de los que amaron al lado del temblor desnudo que les arrebató el primer asombro.
Igual al solitario que arrea su embarcación destartalada por los mares atento a ese ribazo donde el azul se quiebra y susurran el más allá las caracolas, te busco con todo lo que soy y lo que espero, por si tal vez siga tu historia en esas arenas del olvido y se aferre aún el invierno a tu chamanto, al joyel y al anillo que en tu último Diciembre luciste detrás de las vidrieras para que más brillara la aurora en el negro adivino de tus ojos que sedujo jaguares en los míos,
Llueve y acaso escuche el nombre que tendrás mañana; ahora: es el peso aplastante de la ciudad sin ti, donde tú comienzas y lo demás termina, y dice Kafka que no somos más que fantasmas de tiempos pasados.
Isabel Reyes Elena
Naúfrago en tierra
¿Qué tiene dentro la paz de la palabra? Y muchas aguas diluviaron encima de mis manos sin dar con la respuesta. Estoy muy sola con unos cuantos nombres desnudando mis ojos. Han huido de mí dejándome en los dedos un perfume de armas y ceniza.
Yo soy una mujer imposible de atar que va dejando huellas por la arena, un perdido perfil en un retrato que no acierta la luz.
Y quemé mis pestañas y mis dientes en las hondas hogueras del ocaso con la misma pregunta. ¿Quizás puedo cambiar de rumbo al mundo?
Pero muchos maldicen mis palabras se juntan en las tardes, conjuran al crepúsculo, se miran buceando en los ojos y si oyen un momento mi voz levantan árboles y el mar ponen en pie. Ya no hay orillas para mí que soy náufrago de tierra.
Ahora al mediodía de mis años dejo que vengan otros a robarme lo que yo nunca tuve , que me exilien a una tierra jamás pertenecida y no sean las sombras quienes pongan mi grito en cuarentena.
Me he dado tanto cuanto me fue posible, mas ignoro si me queda en los huesos algún haz de luz por entregar. Mientras, persisto luchando por un mundo más humano con toda mi inocencia en carne viva.
Que nadie venga ahora a apedrearme la mirada pues me sobra el arrojo para quebrar sus cántaros de sombra.
Orlando Estrella
Cosas de compromiso
Nunca he sido el más rápido ni tampoco el más diestro, sólo he jugado con las cartas limpias en un campo minado de alimañas.
Me ha bastado cuidar mi espacio siempre como esos animales acosados y despreciados por el hombre y nadie ha traspasado esa personal línea al menos que lo haya permitido.
Sé que eso no es vivir de acuerdo con los tiempos donde hay que estar globalizado, público, donde nos puedan ver con su mira letal.
Así he sobrevivido no por ser más certero, quizás sí el más prudente. Y un dolor escondido, invisible, probable, de darle gusto a una pobre rata de cargarse y pisar a este tipo de hombre.
Si parezco arrogante, puede ser mi gran culpa, pero guardo recuerdos: permanecer callado y fuerte, mientras, me pedían a fuerzas las palabras.
¿Eso es orgullo? Sí. Y creo que cumplí con mi deber a proteger a mansos, también a cimarrones.
Esas fueron las cosas del compromiso.
Jordana Amorós
Feroz melancolía
Ni los ojos se inmutan, ni el corazón se duele.
Ahí fuera un insecto acaba de estrellarse contra el cristal, se agitan las hojas ya resecas al sentir el aliento de la brisa otoñal y un pájaro despide con un réquiem magnífico ese rayo de Sol, aún tibio de Octubre, que regala la tarde.
Aquí dentro, tristeza exhala cada pétalo de esa última flor que me brindó el rosal, que en un jarrón de vidrio, cortada, languidece.
¿De qué me quejo yo?
¿De tener una mente soñadora, amante de extraviarse en elucubraciones metafísicas, y una piel sensitiva hasta el espasmo?
Hoy han nacido estrellas y han llegado a su fin constelaciones.
La vida ha de seguir sin detenerse su ritual de costumbres.
El que el humus al humus deba volver, no es drama.
La tragedia es saberlo.
Y presentir que al aventar tu polvo no ha de haber quién se inmute, es lo más natural que no tiemble siquiera ni un átomo del aire
Dolor es la certeza que te infesta, feroz melancolía, igual que una carcoma mordiéndote la carne.
Ana Estepa
Laberíntica
Es comprensible que no me entiendas. Yo nunca me hallo cuando más me necesito. Estoy ausente entre mis pensamientos, perdida sobre mis huellas en un laberinto absurdo que tejí para nadie.
Tantas veces me he matado que ya no sé si soy una ilusión de mi memoria o un cuerpo vulgar y tangible.
Puedo jugar al juego de las ilusas y convertirme en una víctima de mis propios trucos, pero si el corazón se aferra a la locura debo de deslizarme entre las sombras, callada, antes de que enraicen los latidos.
Perdona mis silencios, o si mi voz te hizo daño. Si me marché de puntillas, de forma inesperada.
Solo busco la forma de huir de mí misma y de encontrar la manera de volver a estar sola.
Silvio Rodríguez Carrillo
La torre
Desde siempre la lluvia y su susurro que no perdona rabias ni asiste por lo bajo al que ajeno a lo bello se dedica al odio sin secuelas, al puño sin violencia que termina en bostezo, en una lástima.
Y por siempre los guiños atrevidos; la mirada furtiva que busca en el debajo de las faldas aquello que le empuja a encontrarse con el límite puro de su hombría, el vacío que llena con las putas y santas que escribiera el Humberto en su novela.
Los ríos
Si después de mi risa y mis lamentos, se llena tu pantalla de perfiles exactos, con errores sin faltas estudiadas, con aciertos fortuitos, regalos de Fortuna, disfrutalos a pleno, que son tuyos.
Yo sé bien acentuar que soy pasado si el futuro me muestra que me toca perder o ganar -con los años es lo mismo-, y me gusta cederte la palabra final por si acaso te preña de alegría.
Los huecos
Sin ayuda me elevo y crucifico –sobre el rojo tardío de todos los crepúsculos– el suspiro intranquilo de las niñas que en mi boca anidaron su verdad que pretende imponerse por Roma a quien no ama.
Con mi sombra y mi nombre a los costados, trepado a las rodillas que me quebré de joven, me desplazo y te aparto; nos excluyo del relato sencillo que dicen y murmuran los que lucen, sin gloria, sólo huecos.
Morgana de Palacios
Disforma
Un poeta se sienta ante el papel en blanco y dice, hoy voy a escribir un metro y medio de poesía amorfa que es lo que se lleva hoy en día pero además como soy un innovador de la disforma la voy a vender al peso.
¿Cuánto vale un kilo de poesía amorfa? ¿Y un kilo de talento, cuánto vale?
¿Cuánto pesa un metro de poesía de amor? ¿y de odio? ¿y de despecho? ¿y de libertad, oiga, cuánto pesa un metro de poesía libericída arengadora de hordas verbolálicas?
¿Y qué es lo que más pesa en la lírica por metros?
Ya lo sé la elegíaca sin duda, la mortífera, la letal, la poética del desahucio el resto, pecata minuta intrascendente.
Ya no existen las formas, así que olvídate del clásico «y pesan más dos tetas que dos carretas»
ahora, ya sabemos que del amor al porno hay 30 gramos y que el desamor pesa un poco más y un poco más el despecho y un poco más pero poco la soledad.
Yo quiero romper el oremus del ojo lector y escribir un metro de elegía sobre la muerte de lo que sea
muerte y muerte, mucha muerte pesadísima
-Ah la erótica de la muerte-
al fin y al cabo se trata de un negocio que no entra en forma alguna
¿Quién me compra un cuartito de lengua putrefacta?
Anímense que a mí me quedan tres centímetros para terminar de cagarme en la putamadredelapoesíadisforme.
Gavrí Akhenazi
Manual de uso
Esto que hago es una especie de desaprendizaje.
Un regreso a lo darc tan necesario a mi supervivencia.
Mantener en la boca las continuas deslunas del suspenso deshabitar la calma, acidular la miel de lo que nunca mutará en ceniza, cargar el repertorio con antiguos hedores y dejar que refluyan los crujidos a hueso descarnado.
Esa victoria pírrica sobre la antigüedad de tus cadáveres solo ha alojado ruina en los pasillos
y las malas arañas tejen sus leyendas de sal sobre los ojos de las perfectas fantasmagorías que insisten pegadas a los muros.
La gloria ha caducado en su oropel de miedo mientras todas las ratas que han saltado del barco de la fe están ahítas de su propia mierda en despensas vacías.
Solo hay que dejar morir lo que no sirve para prevalecer.
Y luego, renacer holgadamente oscuro y torrencial para ser destripado por tu idioma.