«Ese» silencio, la cesura versal como elemento connotativo
porGavrí Akhenazi
La llamada cesura o pausa versal (el corte que se produce entre versos de un mismo poema), representa un elemento simbólico de gran importancia en la construcción de los discursos poéticos.
La cesura o pausa, no solamente es la mera separación versal que vemos cotidianamente sino que su implementación adecuada encabeza una de las funciones simbólicas más interesantes dentro de un poema: «la función del silencio».
¿Por qué? Precisamente, porque el silencio representado a través de una cesura amplia, distanciadora entre versos que se pretenden nodificar como un peso semántico dentro del discurso, permite al lector acceder de manera más reflexiva y emocional a la experiencia que el autor le ofrece, como su propia concepción de lectura para el trabajo.
La cesura no solamente sirve para conectar a los versos entre sí o acomodar sintagmas dirigidos por la esticomitia sino que ofrece también una amplia gama de posibilidades de implementación enfática sobre determinados nodos de incidencia que hacen a las ideas que el discurso trabaja.
De ahí que la cesura amplíe sus límites hacia la experiencia emocional de una estructura melódica diferente y modificadora del molde sonoro tradicional que pueden ofrecer las estructuras clásicas, donde las cesuras están prefijadas.
La implementación discrecional de las cesuras, implica también un campo de preferencia estético/simbólica, con que el autor intenta traducir espacios determinados y determinantes por su significado particular a resaltar.
Representan un llamado de atención hacia el lector, una inducción reflexiva del porqué la cesura separa, por fuera de las convenciones, tal o cuál idea dentro del constructo general.
La ruptura cesural es, sin duda, un elemento intrínseco e importante a la transmisión efectiva de lo nodal: el banderín rojo que dice al lector «eh… lector, aquí está pasando algo». Por supuesto que me refiero a cortes cesurales bien empleados en función del discurso y no a esa arbitrariedad tan notoria que rompe sintagmas de manera azarosa sin un objetivo semántico prefijado por la incidencia del nodo poético.
La llamada «morfología poética», ha variado sustancialmente desde el molde clásico decimonónico al trabajo estructural sobre él que imponen las búsquedas poéticas de reforma del mismo, como también, la irrupción del «verso libre» en el panorama de la creación ha provisto de elementos ligeros que permiten una ampliación en el uso del silencio «conceptual».
Los silencios son componentes naturales de las partituras musicales y por tanto, su extrapolación a la melódica poética funciona casi en el mismo sentido, porque aportan la pausa necesaria entre un pensamiento y el siguiente, dentro de todas sus formas: cesura propiamente dicha, cesura de fin de idea (ya sea por punto o por esticomitia) y, por qué no incluir también a las pausas estróficas en este análisis.
La cesura impone el silencio dentro de la música poética aunque un poema no goce de demasiada armonía. El silencio poético ofrece un grado de intimidad extrarrítmico que busca crear atmósferas o climas diferentes dentro de la estructura.
El silencio no se escucha. Se percibe. Y es en base a esa percepción que el lector registra algo que el poema no explicita con palabras pero que llega con la misma intensidad de ellas.
El silencio despierta sensaciones diferentes de las lógicas porque la lógica de un silencio versal implica un significado diferencial y propio e induce a las preguntas no formuladas de ¿por qué el verso está separado del corpus aunque corresponda a una misma idea?¿Qué significa esta propuesta?
El silencio poético en todas sus formas tiene su propia dimensión dentro de la lectura e incita al lector a imaginar otras climáticas no verbales que vertebran de una manera connotativa las partes formales del discurso.
El silencio bien empleado es un símbolo, otro ámbito de lo poético, aquello que indica una intención no expresa pero no por ello menos eficiente.
Sin embargo, pese a que este movimiento cesural puede adaptarse a cualquier formato clásico, parece más patrimonio del verso libre que de alguna otra estructura estrófica o sea, el apego constriñe decididamente el trabajo que puede conseguirse en el plano de las sugerencias y en el diálogo autor/lector, relegando la importancia de los silencios y su innegable peso semántico para la imaginación y la sensibilidad del que lee.
Somos muchos dentro de las celdas esperando que vengan a visitarnos. En la mía habitamos tres: una hembra de patas cortas, color canela, hocico puntiagudo y unas largas orejas que le caen por los lados y vuelan cuando ella salta. Es nerviosa como un tic y de todos la más chic. El otro compañero es negro y robusto como el tronco de un castaño, y tan serio como un General, por eso lo llamo así. Si algo le falta es altura porque de músculo va más que sobrado. Tiene los ojos saltones y la nariz chata, no aparenta lo buenazo que es. Y luego estoy yo que, dicen mis amigos, soy algo así como un enjambre de rizos con dos aperturas para los ojos, negra como el hollín, un poco más alta que ellos y, según el General, una descocada. Reconozco que de chica rasgué dos cortinas y roí las patas de una silla pero tampoco es para tanto, ¿quién de pequeño no ha hecho trizas un juguete? En fin, que aquí nos encontramos los tres, y muchos otros más, como si fuésemos delincuentes o malhechores.
La perrita canela, a la que llamo Campanilla, entró en prisión porque sus dueños vinieron a este pueblo de vacaciones y se les olvidó llevársela de vuelta a casa. Dice que el día que se marcharon ella estaba allí también, junto al coche y al lado de las maletas, y que antes de entrar al coche se alejó un poquito para hacer un pis y cuando volvió ya no estaban. Se quedó esperando allí quietita mucho tiempo porque sabía que se darían cuenta de que ella faltaba y darían la vuelta, pero no volvieron. Afirma que aún la estarán buscando y que un día aparecerán. Yo le digo que puede ser y el general le aconseja que no se engañe más.
El General no se anda con rodeos ni fantasías. Opina que está allí porque las personas no saben lo que es la responsabilidad ni el compromiso , que somos juguetes en sus manos y no seres vivos que necesitamos un mínimo de implicación y respeto por parte de quien nos alberga en su vida. Asegura que libres podemos buscarnos la vida pero que en un hogar dependemos del dueño y lo que es peor, nos acostumbran a ello. Asegura que el suyo lo traicionó pero el General no sabe, y no se lo diré nunca, que cuando duerme emite ladriditos de alegría y mueve las patas como si corriera. Éste aún sueña con su dueño, a mí no me engaña.
En la celda de enfrente están Roco y Pergamino. Roco es un San Bernardo que no sé qué pinta aquí en el Sur. Se lo trajeron de Los Pirineos como regalo para una niña, nos contó, pero que cuando fue creciendo y creciendo, y no tenía fin, acabó siendo más grande que la casa y que entonces sus dueños empezaron con los cartelitos de «Se regala…» No funcionó. El tamaño sí importa y la última opción, y promete que con todo el dolor de corazón de sus dueños, ha sido el albergue. Que sí, que aquí nos cuidan mucho, -uffff… cuando llegan los cuidadores esto es un alboroto, pero porque hemos tenido la suerte de que nos trajeran aquí y no «al corredor de la muerte», La perrera, y no me lo invento, porque dicen los que han salido de allí, que como en un mes no te quiera alguien, te chuflan un pinchazo que te quita de en medio y te quedas listo de papeles. San Antón tenga en su gloria a tantos compañeros.
Pergamino…ay el pobre Pergamino… es un galgo maltratado. Todos lo queremos con pasión pero nos tiene terror, en verdad le tiene pavor a la vida. No quiere salir de la celda ni en esos días tan maravillosos que nos sacan de paseo grupal por el campo. Se recoge hecho un ovillo en el fondo de la celda y si quieres arroz, Catalina. Y mira que estamos todos encima de él dándole ánimos y diciéndole que todo pasó… pero no hay forma. Me da tanta pena que viva en ese cautiverio que es más cautiverio que todos los cautiverios del mundo… Lo más gordo es que fue campeón de caza. Se me ponen los rizos de punta así que no voy a contar más.
Lula es otra perrita que está puerta con puerta con la de estos dos ejemplares. Ésta es la monda lironda. En otra vida debió de ser soprano o como se diga que se dice. Ladra a todas horas, es un sinvivir. Hasta le ladra a las mariposas, ¿dónde se habrá visto semejante cosa? Está aquí por ladrina, y cuando hablamos con ella de eso… va y nos ladra.
¡Uh! Acaban de venir unas personas a vernos. Tengo que dejar de cotorrear y acicalarme un poquito que hay que mostrar buena presencia, a ver si entrando por los ojos, nos dejan llegarles al corazón.
Y no lo dije, pero yo estoy aquí porque, aparte de lo de los muebles -que fue cuando me estaban saliendo los dientes-, dejé fritas a dos cobayas – esto fue jugando- y le mordí en el culo a una persona, – ahí sí que fue a propósito porque casi no llegaba pero salté.
Pero prometo, con las patitas juntas, que ya he cambiado.
Esta tarde se han llevado a Brisca. Brisca es toda blanca exceptuando la nariz y los ojos, y tiene el pelo tan largo que cuando camina parece que flota. Es una cosa tan rara que si no lo ves no lo crees. Es, además, muy calladita. Estaba en la celda de la naranja. Es que nuestros departamentos no tienen número, tienen cada uno el dibujo de una fruta.
Brisca vivía con una mujer que un día se murió de lo vieja que era y entonces un policía la trajo aquí para que no estuviera sola en el mundo. Es muy educada y no pasa día sin que nos de los buenos días ni pasa noche sin que nos de las buenas noches. Cuando llegó estaba muy triste, normal, su dueña la crio a biberón y han vivido juntas ocho años, lo sé por Campanilla que lo oyó decir. Pero no hay nada que el cariño no arregle. La llevamos en palmitas y, esto que nadie lo sepa, El General le pone ojitos y luego disimula, pero a mí no me engaña. Pues ya está, se la ha llevado una señora que olía de bien…olía a bondad y estamos todos muy contentos, hasta Lula, que siempre está protestando, le ha movido la cola a la señora cuando pasó por delante de ella. Ay… de verdad, esto de estar a la espera no se lo deseo a nadie, muchas veces me pregunto qué algo tan malo habremos hecho; nada, divagaciones mías. Luego me da por pensar en los de La perrera y aún me pongo peor porque sé lo que hace una aguja. Dicen que los perros no pensamos pero no es cierto, pensamos en las cosas que puede pensar un perro, en la comida, en el paseo, en el dueño, y en el daño que nos puedan haber hecho pero no gestionamos los pensamientos. No planeamos ni imaginamos ni nada de eso, pero recordamos y entendemos las palabras y sobre todo nos dice mucho el tono de la voz que habla, y el olor de las personas y presentimos, aunque nunca distinguimos la mentira, ni siquiera sabemos qué es eso ni cómo se forma, por eso hacen con nosotros tantas cosas malas incluso las personas en las que hemos depositado toda nuestra confianza y por las que daríamos la vida. Yo, si digo la verdad, como tarden mucho en venir a por mi ya no me voy a querer ir.
En la celda del plátano, que no lo he contado aún, hay cuatro hermanos que tienen tres meses. Son todo pelusilla y redondos como ovillos. Se llaman Zeus, Gea, Sansón y Pan. Se pasan el día jugando, mordiendo los barrotes de la celda y haciendo la croqueta por los suelos. No les quitamos el ojo de encima y cuando vemos que el juego se les va de las patas les damos un ladrido y se ponen firmes, aunque les dura poco. Nos turnamos cada día para que uno de nosotros los vigile.
El que me preocupa es Pergamino, está muy delgadito aunque El General me dice que los galgos son así porque su naturaleza es correr, correr y correr y que por cosas de la aerodinámica (que no sé lo que es) tiene que ser y estar así de flaco y que todo el problema que tiene está en su cabeza. Yo le hago caso porque sabe mucho, pero aún así siempre olisqueo para saber si se lo ha comido todo. Por ahora come bien pero me gustaría verlo más gordito.
Mañana domingo vienen los voluntarios a echar una mano en la limpieza y esas cosas, para que no cojamos pulgas y todo esté limpito. Nos van a cortar las uñas, con la dentera que me da… pero es preferible porque una vez tenía una tan larga que se curvó y se me fue clavando en la almohadilla y duele… ayú cómo duele.
¡Quéeeee! Ays, que sí, que ya voy. Me toca vigilar a los ñacos que están haciendo escándalo con el plato de la comida. Mis dulces galletiiitaaaas… ¡no metáis la cabeza ahí… grrrrrrrrr!
Y de tanto huir le parecía pertenecer a mundos que desaparecían con solamente sacar el pie de ellos.
Había vivido en un montón de mundos que huían unos de los otros, como un complejo juego de escondidas. Mundos que se iban perdiendo en su memoria, escapando mientras se escapaba de algún otro mundo.
Alguna vez pensó que era de aire y que vivía subida en algo que no admitía la condición de enraizar más que en la valija que a veces tampoco se llevaba.
Ella terminó siendo su propia valija, que huía de la vida con los pocos recuerdos que podía meter dentro del pecho: Su abuela Catalina, que era ampulosa y feliz como una pajarera. Los sandwiches de queso cremoso de la tía Chichí, cuando en las huídas alguien se la olvidaba en esa casa como a un bulto que todos se niegan a portar. El aroma profundo del poleo y la menta en un atardecer lleno de verdes. El gesto serenísimo de la tía Elvina leyendo a Proust debajo de los sauces. La soledad recóndita. Los campos polvorientos del abuelo Bautista, tan infinitamente planetarios.
Era, al fin y al cabo, un bulto que manos apuradas iban dejando en diferentes oficinas que no lo recibían.
Hasta que apareció el Dueño del Paquete y lo reclamó como Cosa Muy Suya, a la que nadie, ni siquiera ella, podría volver a acceder, según le dijo cuando se casaron.
Pensó que se había olvidado la cara de su padre y no conseguía recordar la voz de su madre, cuando cargó a los dos hijos menores en el auto y huyó sin secarse la sangre de los golpes.
¿A qué mundo me escapo una vez más?
Como cuando escapaba con su madre de un inevitable momento político, en la valija, transportaba el miedo.
John Madison
A change is gonna come
A los siete días de separarme de mi mujer me compré una botella de tequila. Recuerdo que era sábado y que yo deambulaba por la casa en bóxer como un fantasma, un fantasma que bebía a morros mientras lloraba.
Los niños y la asistenta me veían ir de un lado a otro, pero no me decían nada porque sabían que me encontraba en un estado de depresión profunda. Mi cuerpo y mis emociones reflejaban, prácticamente, los mismos síntomas que un toxicómano siente cuando el síndrome de abstinencia lo tiene pillado por los huevos.
Lo que te convierte en adicto no es la sustancia, actividad u objeto en cuestión, sino tu comportamiento ante su ausencia, la ausencia de mi mujer.
Sí, soy un adicto al amor. Pero no supe que lo era hasta que comencé mi proceso de divorcio. Abría y cerraba el día llorando por una hija de perra que me había maltratado psicológica y físicamente tanto a mis hijos como a mí.
Quedé muy descalabrado de esa relación en todos los frentes: el emocional, el físico y el financiero. Sufría ataques de pánico, alcoholismo, depresión, ansiedad, agorafobia, impotencia, recuerdos intrusivos, pérdida del control, arrebatos de ira, aislamiento, pensamientos suicidas, trastorno del sueño y pesadillas recurrentes en esos días en los que conseguía dormir, además de transfiguración de la realidad, insensibilidad ante los estímulos vitales y una profunda dificultad para mantener la atención; hecho que afectó considerablemente a mi carrera de escritor.
¿Se puede superar la dependencia emocional? Por supuesto que sí, pero primero has de reconocer que eres codependiente.
La dependencia emocional está catalogada a día de hoy por la psiquiatría moderna como adicción. Mi cuerpo es un libro abierto que atestigua todas las humillaciones que soporté durante veintisiete años: un navajazo en una pierna, rotura del radio, una cicatriz en el cráneo, dos dientes partidos por los que pagué un ojo de la cara al dentista que los devolvió a su estado original y una larga lista de marcas invisibles.
Esas son las más difíciles de calibrar ya que los sucesos que las acompañan me salen al paso sin que yo los llame y cuando esto sucede, por regla general, la herida vuelve a sangrar profusamente.
¿Tiene alguien idea de lo que es despertar en medio de la noche con un cuchillo de sushi en la garganta?
Existen muchos tipos de maltrato: el psicológico, el financiero, el físico, el sexual…Yo los soporte todos.
El maltrato está, a menudo, se asocia con las mujeres como víctimas, aunque todas las personas que hemos pasado por situaciones similares sabemos que el asunto no tiene estatus social, bandera o género.
Socialmente se juzga y condena a un hombre que no responde a un acto de tal índole con la misma moneda. Al parecer los que nos abstenemos de golpear somos menos hombres. Pero hay que ser muy hombre para mirarse ante el espejo y hacer el obligado recuento de los daños, mucho más que para ocultarlo. El gran aliado de la violencia conyugal es el silencio del cónyuge afectado. No solo sentía vergüenza de exponer mi calvario, sino que había desarrollado una simpatía hacia mi ex mujer que me llevaba a justificar su mal comportamiento.
Podría haberle soltado dos carajazos bien dados, y aquí paz y en el cielo gloria. Pero nunca lo hice por mi educación. Mi abuelo nos grabó a martillo, tanto a mí como a mis hermanos varones, Rafa y Yeyo, que el hombre que le levantaba la mano a una mujer no era nunca más un hombre. «La violencia es un camino sin retorno», solía decirnos. Pese a ello, confieso que alguna vez la abofeteé para llamarla a capítulo.
No, no podía responder a sus ataques con un contraataque efectivo, pero tampoco era capaz de apartarla de mi vida. Mi matrimonio era peor que formar parte del reparto de actores del film A Nightmare on Elm Street en versión vida real.
La historia era siempre la misma. Ella montaba un pollo, yo la echaba de casa. Luego de unas semanas ella regresaba, me pedía perdón y yo la dejaba entrar, una vez más, en mi reino. A veces se presentaba en el colegio de los niños y les pedía envuelta en sus lágrimas de cocodrila trágica que intercedieran por ella. Entonces los niños hacían de mediadores, también envueltos en lágrimas, solo que las de los niños no eran falsas.
Tantas noches llegué a hacerme la pregunta de por qué me sentía imposibilitado de romper aquel círculo cíclico de broncas y perdones que la vida me trajo de vuelta la respuesta: «Apriétate el cinturón, guaperas. Dependes emocionalmente de una psicópata».
Los psicópatas tienen un comportamiento similar al de un pitbull. Una vez pillan a la presa se resisten a abrir las fauces y como suele ocurrir con las perras suelen ser más agresivas y territoriales que los machos, y es una realidad clínicamente probada que los dependientes emocionales respondemos a una jerarquía de mando. El alfa es quien gobierna y yo no he sido jamás alfa de nada. Yo representaba en aquel guirigay monumental el papel de perro, también. Aunque mi fuerza física era superior mi cerebro interpretaba que la cadena de mando era inviolable.
Como dependiente emocional tenía auténticos problemas para lidiar con los espacios vacíos. Vivir sin mi ración diaria de sexo era un infierno. Ni siquiera era capaz ya de masturbarme porque me hacía sentir más terriblemente solo aún. Me tiraba todo el día colocado en una especie de trance provocado por el hachís la marihuana y el alcohol que anestesiaba por completo mi sensibilidad.
No me divorcié por voluntad propia, pero todo círculo se cierra cuando Dios le asigna a uno escuderos poderosos. Marie, nuestra Marie, nos sentó en la cocina de casa una mañana y le pidió a su madre que se marchara a Londres. Tanto mis hijos como mi asistenta estaban hasta el moño de las manipulaciones y de las malas pulgas de la señora.
Me llevó tres años divorciarme, fue laborioso. Cada vez que mi abogada presentaba el preacuerdo mi mujer se declaraba en desacuerdo y vuelta a empezar. A excepción de la casa familiar a mi nombre le permití quedarse con todo lo que me exigía con tal que me dejara en paz, cuenta bancaria incluida.
Aun así, no era suficiente para ella. Chapeadora profesional al fin, intentó quedarse con la custodia total del niño. No por amor de madre, sino porque vivir con el niño le permitiría mantenerse en contacto conmigo.
Por supuesto que peleé por quedármelo con uñas y dientes. A mí había que matarme para que lo entregara a cambio de mi libertad. Pero no estaba en mis planes permitir tal cosa, ya ni siquiera porque el niño me hubiera suplicado quedarse conmigo. Sé perfectamente que mi hijo y yo tenemos el mismo monstruo del armario: nuestras madres.
Como suele ocurrir en las tragedias familiares irresueltas, Dios solo cambia el escenario y el atrezzo, los personajes y el trasfondo de la escena a interpretar son los mismos: el maltrato.
Silvio Rodríguez Carrillo
16 – 50
Detrás de una de las cabeceras de la cancha de vóley, estaba el edificio con las aulas y, detrás de la otra cabecera, la cantina. Con la cantina de frente, podías ver, a la derecha un muro que iba hasta llegar a la escalera por la que subíamos a las aulas. A la izquierda, algo del patio de recreo, por el que se accedía a las escaleras que llevaban al vestuario. Sabíamos que no debíamos ir a los vestuarios salvo en los días de fútbol, cuando nos juntábamos por lo menos dos o tres cursos para jugar algún partido del calendario.
Nunca fui un rebelde sin causa, conviene decirlo, pero sí, siempre me gustó experimentar cosas, probar distintas maneras de hacer algo, aunque jamás tuve en mí el menor deseo de violar reglas sólo por joder. Por ejemplo, primero logré cambiar la misa de las 13:30 para las 17:00 porque se hacía más soportable al evitar la hora de más calor de la siesta, y luego pude eliminar su obligatoriedad al reemplazarla por charlas vocacionales que venían a darnos algunos profesionales. Ahí tenías a un abogado, o a un ingeniero contándonos de qué se trataba su trabajo, como para que supiéramos algo.
Por otro lado, debo confesar que siempre tuve problemas con mis superiores si estos no me despertaban admiración. Y digo admiración y no respeto, sabiendo bien qué estoy diciendo. Creo que nunca he respetado a nadie, aunque sí he valorado en todo lo posible a cualquier ser humano que se me cruzó enfrente. Ahora, si un superior no es gigantescamente superior no lo puedo tratar como tal y entonces, en lugar de admirable, me parece despreciable, y al ladito del desprecio, me nacen, incontenibles, las ganas de burlarme, de joderlo adrede para que sepa quién es el guacho de la manada.
Supongo que acabé de joder al padre Brítez cuando logré que –no bien terminado el segundo mes lectivo– me exoneraran de las tediosas clases de religión. Yo venía jugadísimo desde el primer curso, cuando el padre Venancio me escogió como a su favorito y me entrenó en la biografía de los santos, en la simbología oculta de los textos bíblicos y en los misterios del sacerdocio. Yo era un animal de misa y comunión diaria y mi único pecado era, quizás, decir palabrotas. Me fascinaba ser cristiano y me imagino que el padre Venancio esperaba que yo llegue a ser sacerdote.
Cinco años después, con el padre Venancio en Roma, Brítez era el que mandaba. Yo ya sabía, entonces, que nada como un profesor imbécil para domesticar el carácter de un alumno como yo. Sin embargo, en la otra mano, había profesores que darían pena si analizáramos su erudición, pero que tenían una humanidad, un don de gentes severo y gentil, que me desarmaban. El de sicología era tan flojo, el pobre, que si no fuese por mí, no hubiera podido dar. Algo similar ocurría con la profe de Sociales. A Brítez le dolía que yo dominase ciertos quilombos, estaba muy claro.
De repente fue por eso, justamente, que intuitivamente pillé que me tenía rabia y decidí cagarlo. Las notas iban del uno al cinco, uno: aplazado; dos: aceptable; tres: bueno; cuatro: muy bueno; cinco: excelente. Mi nota más baja era 4, en inglés. En todas las demás, religión entre ellas, a puros 5. Yo sabía –como se saben esas cosas que no pueden demostrarse– que Brítez iba a hacer lo que tuviese que hacer para que yo no alcance el 5 en religión. Fue por eso, ahora que lo empiezo a ver, por vanidad y por odiador de injusticias que lo cagué.
Le comencé a estropear las clases de religión mostrándole que su Biblia, la de Reina Valera, era una patada en los huevos, y que con la de Jerusalén el discurso sería más fácil de entender, aunque mucho más difícil de explicar. El golpe de gracia se lo dí después, cuando me burlé de Pablo, tratándolo de posible homosexual al que le faltaron huevos para declararse un puto cualquiera, o por lo menos un misógino al uso, y que me demuestre lo contrario, «si podés, hermano en Cristo». En el consejo de profesores decidieron ya no tenía que pasar clases de religión.
Como sea, yo sabía que no debía bajar por las escaleras hasta el vestuario, al tiempo que sentía que debía hacerlo. La gente como yo sabe que muchas veces las cosas están decididas desde mucho antes, de lo contrario, ¿cómo explicar a Vivaldi y a Richter, a Tolstói y a Cortázar? Así que pasé por el costado de la cantina y bajé la primera y la segunda escalera hasta dar con el vestuario. Estaba vacío, olía a azulejos con lavandina, a humedad limitada, a frescor deportivo. Y escuché, como un rumor, el sonido del agua corriendo por uno de los mingitorios.
Apenas me acerqué para cerrar la llave sentí la tenaza en mi nuca que estrelló mi frente contra la pared de azulejos blancos y una mano hábil, hijoputezca, tomando mi muñeca izquierda para llevarla hasta mi espalda. Un dolor físico, puro, que no conocía, se instaló en mi hombro izquierdo, mientras mi frente primero, mis pómulos después, le aceptaban su realidad de muro a los azulejos. Quien me sometía no era otro que Britez. El aroma a menta que salía de su boca jadeante lo delataba y me encumbraba, porque en mi aliento había tabaco, como oposición necesaria, quizás hasta justa.
Apalanqué mi empeine zurdo detrás del talón de su pierna izquierda y me tiré hacia atrás. Entonces él, desparramado y medio mareado –puede que al golpearse la cabeza por no soltarme– se quedó debajo, con el día boca arriba y mis ojos mirando por una milésima de segundo el terror que le ganaba la mirada. Estrellé mi puño derecho en un gancho debajo de su oreja izquierda y mi puño izquierdo contra el lado derecho de su quijada, por comenzar racionalmente. Golpeé su cráneo con mis puños muchas veces, desde el rencor hasta la calma. Desde el ruido hasta mi nombre.
Ahí está mi boca desbocada mezcla de ira ansiosa y de ternura cegada por la luz de la alborada y vidente de noche como un búho insomne por la presa deseada.
Mi amor sin nombre, está, mi voz sin grito mi corazón, mi esencia silenciada mi muerte protectora, mi estrategia para enfrentar la guerra programada. Ahí está mi cuerpo imperturbable su carne de cañón esclavizada, ahí mi libertad de pensamiento mi letra de cristal, mi llamarada.
Ahí está mi espera, mi renuncia. Nada más afilado que su espada.
Morgana de Palacios
Vaya por tu emoción mi furia trunca, mi visión sin amor, desabrigada, esta garganta al sol y este silencio, estas letras en rosa tan rosáceas en las que han muerto pájaros y árboles al son vibrante de sus asonadas.
Impotente de todo y vuelta furia la vida se ha ensañado en nuestras alas y ha dejado su sino el guerrerismo que tu ira y la mía acostumbraban.
Vamos de los cansancios a las flores, de la cocina suculenta al arma, de la quimioterapia a los escándalos del juzgado de turno a nuestra casa y nos quedamos como un jazmín seco guardadas en el libro de las causas.
Perdidas en las guerras de los otros nos volteamos furiosas y agraviadas, con estas manos que nacieron pródigas de abrigar el vacío y la nostalgia mientras la letra se nos va alejando hacia un futuro que no diga nada.
Vos con tu rebelión, yo con mi mundo. Nuestras almas gemelas. La distancia.
Y que nadie se meta en esta historia. Hagan silencio. Dos mujeres hablan.
Eva Lucía Armas
Jamás una palabra más alta que la otra ni aún cuando el poema dejara de ser arte y transmutado en losa nos crispara los nervios por no poder callarnos unas cuantas verdades.
No sé si hemos perdido los tiempos del amor o hemos ganado juntas tantas guerras brutales que se nos acabaron las razones profundas para fundar de nuevo bulliciosas ciudades.
Todo nos pasa cuenta mientras pasa la vida, los hombres y los hijos, los nietos, los pesares que siempre pesan más que aquellas alegrías que alguna vez tuvieron visos de realidades.
Fuiste para tu padre un escudo de luz y para mí una igual de mi raza y mi sangre, y no ha habido mujer más lúcida y leal renunciando al sosiego por seguir adelante.
Llegaste acostumbrada a jugarte la vida de palabra y de obra. No tuve que enseñarte.
Lejos de mí la muerte si te miro a esos ojos que la vencieron antes de mis oscuridades, porque no por más niña fuiste menos valiente para pisar descalza su senda de cristales.
Hablemos cuanto quieras, tú eliges el idioma que hay un mundo infinito de posibilidades para dos que se entienden más allá de los versos y pueden cerrar juntas los más siniestros bares.
Morgana de Palacios
En una macetita hoy he plantado incienso, un esqueje arrancado que me encontré en la calle mientras iba hacia el super con el bolso vacío y los ojos gastados por el mismo paisaje con que la vida ajusta esta ciudad cerrada a los dolores varios que atesora mi carne.
Porque yo soy de carne desde dentro hacia fuera y es de dentro hacia fuera que los dolores laten si fisuras de lluvia ocultan mis jardines bajo esta arquitectura de pagoda y cristales en la que se refugian los ecos trasegados con sus mendigos húmedos de tristeza insaciable.
Tanto romance heroico suena a marcha profana, a propaganda persa, a contínuos timbales con que marcan el paso los días de la angustia y se quedan callados los de festividades, porque solo una misma, amiga mía y larga, sabe hasta donde lucha la vocación de madre.
Nosotras guerrilleras del acto libertario convocamos a veces a todo el aquelarre por mantener intacta la esperanza baldía y sostener el día sobre los estandartes.
Porque si cabe pena en todos los caminos nosotras somos duras y fuertes caminantes.
En la mar todo era lejano. Y él había olvidado, temporalmente y por su bien, los mapas de retorno hacia su isla.
En la calma chicha de las noches serenas las leguas se le antojaban eternas, insalvables, mientras el galeón se mecía solitario como un crío huérfano indefenso ante lo imprevisible de las aguas.
El capitán de aquel vaixell era el espíritu del mar. Un verdadero corsario de acero que nunca había conocido en sus carnes el miedo a la soledad de las aguas. Tal vez porque en el fondo él también se sentía tan solitario e impío como el océano. Un renegado que jamás lamentó tanto su condición de marinero errante hasta encontrar a su «ella».
No se conocían personalmente. Aunque él presumía de tener en su camarote una imagen del perfil de su mademoiselle brillando sobre el blanco de las elegantes perlas que rodeaban su cuello de cisne.
Sí. Mademoiselle lo hacía feliz desde su exótico paraíso en el hemisferio Sur del mundo. Desde su lejanía cercana en la correspondencia. Lo hacía feliz aunque él no pudiera desnudarla en su santuario marino y amarla a plenitud como le gustaría. Como un hombre.
Pensaba mucho en «ella», a diario. La pensaba como esa pieza imprescindible que completaba el puzzle de su hombría. Algo valioso que ya había tenido con anterioridad en otro estado físico y que perdió, bien sabía el universo por qué, en algún tramo del camino.
Si existía en el mundo una versión de los sueños que lo haciera sentir mágico era la de fabular despierto: la verticalidad de su cabello castaño sobre su espalda desnuda camino de la ducha. Su dulzor tímido y callado estallando en hecatombe, solamente, cuando ella quería y necesitaba gritar junto a ese otro hombre que él había sido en el pasado su placer. Sus grávidos y sensuales pies de geisha (siempre imaginaba a aquella mujer pragmática de cabellera alegre sin los rituales mágicos femeninos del maquillaje, con el rostro lavado y puro avanzando descalza por las viejas calles de su espalda curtida por las largas travesías) El camarote desordenado en suspiros. Sus armas y cortafuegos de mujer derribados, dispuestos a matar su soledad transoceánica.
Lo cierto es que entregaría al destino el contenido al completo del botín atesorado en sus bodegas si eso le permitiera formar parte de su olor a hembra asilvestrada, a mate, en el camarote, mientras ella escribía novelas de navegación en la noche. Todo, por quebrantar en mil nocturnos su atractiva soledad.
Ella sin él.
Fantaseaba con lo mucho que debió haberla amado en alguna de sus anteriores vidas. O quizás en todas.
«Que el destino y los dioses le concedan nuevamente tan alto privilegio a mi próxima piel marinera. Y un galeón español para perdernos mar (cuerpo y verso) adentro».
Pensó mientras volcaba su pasión en verso encerrado en su cripta de cristal, el camarote, rumbo a Tombuctú:
«Detén los tiempos, mademoiselle.
Detenlos.
Detenlos y desnudate conmigo sobre tu cama roja y solitaria pensando en mis insomnios sin tu risa.
Detén los mundos, vida de mi muerte, que yo desataré todos los nudos ciegos de esos amantes que no supieron nunca que el amor vive en tu boca de poeta.
Que dios vuela en tu boca tan lejana»
Los versos.
Fue de esa manera tan antigua y almática que ambos volvieron a retomar el tren de la vida.
El libro de los sueños (Eva Lucía Armas)
Mientras esperaba que el bicicletero terminara de aplicar un parche a la cámara de la rueda trasera que había pinchado durante la vuelta a casa, a través de la vidriera atiborrada de cuadros y accesorios, Mara observaba el suave trajín del mar.
El pueblo costero que había elegido para vivir era breve. Pocas casas sobre calles de arena talcosa que se pegaba a todo como harina integral; muchos árboles que sostenían a la tierra en su sitio; médanos calmos como cuerpos que se desagregaban al pisarlos y nada de turistas, por ahora.
Con las monedas que heredara al morir su padre –un hombre rico en experiencias pero desapegado de lo material– había concretado aquella mudanza, soñada prácticamente desde la niñez.
La casa era como ella: hecha a medida con las cosas imprescindibles. Eso sí, de madera, una madera embreada y fuerte, como un casco de barcaza antigua, no de las modernas. Una casa como una cáscara de nuez muy grande y con un corazón de pulpa dulzona situado en la cocina que olía siempre a especias, a azúcar quemada y a plantas aromáticas.
Legéndero era un pueblo con mar, como el de la canción de Sabina, en el que no había un banco pero sí una taberna en la que Mara había conseguido trabajo recreando recetas extraídas del libro en que su abuela había escrito las que inventara. Legéndero era, sin ir más lejos, el pueblo de su abuela y a eso se debía el regreso de Mara a aquel lugar.
En el libro de recetas de su abuela había encontrado historias sobre Legéndero que, al igual que las recetas, Mara supuso inventadas por su abuela. Ella tenía la misma vocación: inventaba comidas y cuentos.
En el pueblo, a su abuela la llamaban Mara I y por eso a ella la apodaron Mara II. Mara I, porque ese había sido el nombre que un hombre navegante pintó en su barco. Un hombre que no fue su abuelo y que llegó a Legéndero en ese barco que tripulaba solo, como un «Solo en mi balsa».
Contaban los más viejos, casi como una leyenda urbana, que, hasta llegar a Legéndero, aquel barco no había tenido nombre de botadura. Lo contaban con alarma supersticiosa, porque todo barco debe tener un nombre para moverse entre los fantasmas del mar y no ser confundido con alguno de ellos, como le sucedió al Holandés Errante. Pero el de aquel hombre no lo tenía. Para referirse a ellos, al barco le decían «el barco» y al hombre le decían «el capitán del barco» y todos sabían de quién hablaban porque en el pueblo eran pocos y se conocían por sus nombres y por los nombres de sus barcos.
En el libro de recetas de su abuela los cuentos se relacionaban con las comidas. Todas las comidas tenían su historia y todas las historias tenían su comida, así que de ese modo aparecían en la carta de la taberna.
Los martes, esos en los que no te cases ni te embarques, se servían Cuentini d’il capitano.
Así figuraba en el libro de la abuela de Mara II el primer plato que le sirvió un martes al capitán del barco sin nombre de botadura, para que saboreara la hospitalidad de Legéndero.
1.- Solitario escorpión de amarillo purísimo con erecciones que delatan la guerra
Bajo las puras rosas las palabras más áridas resisten. Bermellones y negras fulguran casuarinas languidecientes brotes y viento atribulado. Atadas están al carruaje del sol y a la desolación del mundo. Acompañan postales con dinamita y gritos de locura. Pronto desaparecen todos los ruidos del amor mezclados con amuletos, consumaciones y presagios. Amor que se complace con herejías y reniega del hombre. Piratas como dioses sellan la última puerta como mudos sonámbulos de otro lagar oscuro.
De otro violín de infortunada melodía.
Texturas para un cielo que contrasta el furor. Doble corona de infaustas mariposas. Paneles que se cierran por adentro. Huestes que ardieron antes y yacen apagadas recubiertas de sal. En cautiverio
Solamente nube rizada de pólvora y ángel desvelado. Oh aldeas enterradas y lábiles como el fino temblor. Espacios de inocencia. Nieve de la tristeza que encanece jardines. Llamador insistente en la desierta alcoba abandonada. Aquietad remolinos. Tened piedad en esta angustia larga. Resistid el escombro de inauditos recuerdos porque en Ruanda aún se abren blanquísimos capullos y en Ruanda todavía los espejos resplandecen.
2.- Las banderas de orfandad enrojecen la lluvia
La partición de las estrellas descubre oscuridad sobre los mismos cuerpos que luminosos nos herían. Agotados estaban de escandalosos sueños sin conocer del llanto, esa orla de pies inertes. Su filo de flamencos que van minando las profundas sedas, las mordidas de besos, las diminutas lunas de la mano.
Deseo por deseo el borde de mis labios amaneció vacío. Adormideras del mar retengo a mi costado. Escalofrío de extremaunción convocan las campanas de norte a sur. Su oficio de follaje y negra sed se instala en las murallas.
La palabra cabeza funda banderas lejos de su templo en ingle alucinada en rojo ardiendo.
En gotas de atormentados niños cayendo a sobresalto, aullando a flor de vientre desde una comisura de relojes. Busco el secreto manuscrito de Ruanda, su memoria discriminada al cielo polvoriento y el pobre Dios cruzaba la frontera esparciendo como al acaso pétalos.
Naturalmente la víspera caían abriendo al mundo de par en par sus ritos para que entrara el mago de la suerte. Y pagar su rescate de azucenas desnudo hasta el cabello prendido de una nube como si fuera un ángel.
3.- Y el valle violento es como un matuasto al sol galopado de turbulencias
Volvía del castigo y recordé los tártagos donde enredaba música la luciérnaga triste con instrumentos traídos de la guerra. La huída a contraluz .
Los corredores que sepulta la tierra gris y el viaje de la aurora cuidan mi corazón, mi vino pálido que noche a noche sorbe la metralla. Yo he intentado morir y no he podido.
Desciende el viento pero nunca muero. Quema lágrima heroica en carne que supura tanta impiedad tanta neblina ansiosa. Dios proteja esta herida dulcemente
Y entorne las ventanas del espejo.
4.- Como una caracola la muerte estará en otro ruido Como un higo de luto en otros dientes de tímido conocimiento blanco
Oscuros umbrales de revelación sostienen temerarios la edad impura o el cuchillo de plata a la intemperie o la caravana que alisa arenas y castiga a los pájaros heridos
(Cuando aparece el huésped persignarse)
La inocente descubre ceremonias en los huesos de un niño. Voraz, una cascada de nieve derretida lava de olvido su alma, red luminosa fluye en el coro de renacuajos del diluvio Y plegaria comulgante en el oído sordo de tristeza sobre tristeza Ruanda inventa un corazón para olvidar.
Suelta lujurias en los ojos velados que encienden la imaginación.
Aquí en su piel existe una rosa cautiva perversamente lastimada.
Es la rosa esclava de secretas voces.
La casa desprovista de manjares y paciencia
Los fantasmas del ancestro que convocan animales,
libidinosos ruidos
y grifos de voces permanentes.
Dioses sorprendidos en el Kivú, apostados entre mariposas salvajes. Oscuros umbrales de revelación. Cuerpos destruidos de tanto vagabundeo sin brújula con su joroba verdinegra que asoma en la claraboya de la luna.
Deseo comparecer a tu lado Ruanda de incestuosas lágrimas efímera como tu pulso de felicidad invisible.
12.-Se oyen lejanos gritos de hombre y de mujer y el fuego que devora un monte en la dinastía de los pétalos
La enemiga cruzaba la frontera. Iba dormida la inocente abeja. La matriz de su ala sangraba hilo delgado de oro fino. Y el sacerdote pescador hilaba perlas negras cama de erizos para la novia tímida, apresurada amante de la muerte. Su noche errática. Su posada de palmeras y tigres.
Gritan los pájaros gemelos en su pareja celestial. Aldea virgen, Ruanda. Heridas respirantes la convocan. Fulgores que salvan la oscuridad, verbenas machucadas con olor a alcanfor.
Las manos los pulmones y la sombra son el humo de un pez. Encima de la fuente agonizan los capullos del iris. La creación abre sin luna al mirto.
Tatuada selva maldecida.
Muertos de Ruanda descorren los visillos de sangre. Miran pueblos llenos de excusas, renegados sacramentales del azar y palpitantes sexos en la hoguera quieren medir el peso de los huesos (que aquel que te acompaña te derrumba) mientras el alacrán del lago cuida su prole hambrienta bajo las hojas amarillas.
La enemiga cargaba su fusil. Iba dormida la inocente abeja.
14.-Papeles amarillos húmedos de oscuridad destiñen de a poco las galas del reino
En remolino de menguados ojos entro en el laberinto de la guerra El delirio flamea junto a una nube extraña con una agorería de gallo bataraz, de ave gloriosa incursionando en causes de zozobra. Bajo un aura salvaje donada por las flores más lujosas atraigo mi deriva de ser en el lago Kivú. En los fértiles sueños jubilosos rodeados de azahares que junio resucita.
La dimensión del luto es hálito inocente. Como un padrillo en celo descarrila sus ángeles en cavidad de piedra desollada. Nadie le salva el corazón a nadie
Nadie le salva el beso, la herencia la memoria el trino.
Que de olvido y de brasa son los pueblos que entregan sus ovejas y corolas. En duelo desesperan a los ríos ocultos
Madres rituales que desgranan fábulas en un recodo de aquietada guerra Lagrima mía. Efigie de medalla oxidada reconocidamente muerta, desgajada en la rama.
Ya nadie cuida el oro fuera de la tierra Ya nadie nombra el llanto
Ediciones ibuK – 2013
Acerca de la autora
Nacida en Valle de San Javier, Córdoba, Argentina en 1921 y fallecida en Portezuelo, Maldonado, Uruguay en 2010, Meleck Vivanco publicó siete libros –número cabalístico- y dejó inéditos otro tanto desde 1956, cuando escribió su libro inicial «Taitacha temblores» hasta la publicación en 2009 de su Antología poética. Sus otros libros publicados son: Hemisferio de la rosa (1973), Rostros que nadie toca (1978), Los infiernos solares (1988), Balanza de ceremonias (1992) y Canciones para Ruanda (1999); mientras que en la lista de inéditos figuran: Plaza prohibida, La moneda animal, Balanza de memorias, Bañados de sereno, Mi primitiva cruza, Los regalos de la locura y Mar de Mármara.
Hoy que vuelvo a Madrid, dime quién me conoce cuando bajo hacia el metro de Diego de León y alguien lee junto a mí tu libro de murallas, mientras subo los ríos del recuerdo
El rostro de mis hijas es de color de fruta. Ellas sí que están vivas, lloran, juegan, se suben encima de la mesa. Tú me observas besándolas con tus labios distantes. Yo no soy la que era, me has divinizado, me he vuelto transparente, como cruza en los ojos un aroma inconsciente, un gesto que trasluce geografías voladas.
Los días se me escurren, son lo mismo que el agua y mi voz es reguero que se borra en el viento.
Todo ocurrió deprisa, un sueño inverosímil, como si mis poemas desnortaran relojes. ¿Adónde fue mi corazón, sus árboles?
El amor cuando nace tensa el aire y la lluvia, surgiste de ti mismo y cambiaste mis normas, me conociste frágil, hoy soy eternidad.
Pero me estoy muriendo cada vez que te nombro.
(Poema blanco polimétrico: combinatoria de verso alejandrino & heptasílabo).
Alejandro Sahoud
Menos tu nombre
cuando soy triste yo me voy al viento porque la sombra se vuelve inhabitable inhallable el camino y cuadrada la esfera
todo está de revés menos tu nombre que hace señas de niño en un andén sin trenes pero con tanto papel despedazado y tanto polvo largo que a veces es sólo un buen fantasma diletante
tu nombre sin zapatos que pisa minucioso el agua turbia me exime en la navaja y en las cruces del no miedo a sufrir mas sí a que sufras como la rozadura larga de una herida que me sangra en la frente
triste que soy a veces desleído acuarela de nieblas y lloviznas y babas que devoran eso pétreo de mí como un unto pulsátil largo musgo y ausencia inhóspita guarida de éste mi último aliento con que a veces escribo o me mojo en verde oliva rozo el viento en tu nombre con el cansancio trágico en el ala y la certeza de que el sol existe sobre lo más oscuro de su vientre
¿quién llagará tu espalda una vez que mi látigo se hiele? ¿quién llagará mi sed si se muere despacio en tu diluvio?
los dioses no se ocupan de esta tarde en que el viento y el polvo comulgan imprudentes en una niebla espesa de pañuelos
si no te importa me llevaré tu nombre en algún lado
(Poema blanco polimétrico: combinatoria de versos en ritmo endecasilábico).
Silvio Rodríguez Carrillo
Lacondición
De pronto las calles asfaltan la noche, cantando silentes el paso tranquilo que ofrezco a la nada, callando el latido que sienten apenas oculto del odio feroz anidado en los ojos del pobre que tiende su mano y descubre el vacío en el otro.
Sospecho la llama, el sabor a madera quemada arriba, en el cuarto que fue de los niños que nunca supieron de qué se compone lo lleno, que acaso temprano aprendieron a hacerse maduros y fieros, igual que los libros que escriben los altos suicidas.
Detrás de las cámaras, siempre detrás de las cámaras, me miro las manos, reviso medidas y pesas, el paso del tiempo en mi vientre, los duelos que ocultan mi risa irredenta y que juzgo imperiosos, o justos, no sé… Las canciones esperan si digo que vienes.
(Poema blanco en verso pentadecasílabo)
Jordana Amorós
Abrazo extenuante
Me fatigas, lo sabes.
Es cansado tener que perseguirte por todos los rincones de mí misma con el afán voraz de conseguir exprimir, uno a uno, todos mis sentimientos.
En cada uno vives, en cada uno estallas, en cada uno entregas, sin pudor, Poesía, la palabra desnuda la que mejor define lo que soy.
Lo que sueño.
Me consumes, quisiera poderme liberar de la querencia innata de tu abrazo extenuante, al menos mientras duermo.
Pero es que eres tú o tener que enfrentar a solas mis temores.
Eres tú o mis angustias.
Eres tú o la verdad de mi fracaso.
Eres tú o mi desdicha.
Eres tú o aprender a tragarme mis gritos.
Eres tú o existir sin que el aire se entere.
Y morir poco a poco como mueren los tristes.
Sin haberle encontrado un sentido a la vida y rumiando amargores.
Eres tú o aceptarme, derrotada anticipadamente.
Sucumbiendo, sin dar una batalla, al sepulcral abrazo del silencio.
(Poema de verso blanco polimétrico : combinatoria de versos de arte menor y arte mayor en ritmo endecasilábico).
No me quedan más pájaros en la imaginación, huyeron de la quema en este Agosto ardido. Se han llevado mi rostro, mi nombre, mi apellido, las ganas de latir del corazón.
Ya no reparto pájaros para la rebelión de todas las razones que matan el olvido. Se me resiste el aire al vuelo desabrido y el alma se resiste a la emoción.
Estoy pagando caro el íntimo arrebato por no leer la letra pequeña del contrato que firmé este verano cuando me volví loca.
Jamás decir te amo, en serio, al contrincante, no te hará más feliz, pero es más elegante que amanecer sin pájaros que beban de tu boca.
José Luis Villena
Plenilunio
Tan callada la hora, tan dormida, tan ayer el olvido y el recuerdo, casi tibia la albura en la que pierdo el escaso relieve de mi vida.
Soy la sombra que encuentra la salida por el lado contrario, por lo izquierdo, y en la noche que vuelve loco al cuerdo busco la magia negra, la prohibida.
El aire lleva tinta y me supura el aliento de voces nocturnales, que silabeo con mi lengua oscura.
La luna con sus nombres desiguales me murmura en la boca y la blancura se ahonda en mis penumbras abisales.
Manuel Martínez Barcia
Negro e impar
También a ti tendrá que sucederte lo que nos precipita contra el muro anunciando el latir de lo inseguro con manso corazón sobreviviente
y esa lidia constante de la suerte, enigma en la ruleta del venturo, su interminable azar, y de lo oscuro, mañana en la intención con rumbo inerte.
Y también te dirán que es utopía hollar el porvenir con tirafuera por ver si la fortuna es doblegable.
Las puertas del destino, llave un día, cerrarán para siempre su frontera contigo al contraluz más insalvable.
Jordana Amorós
Extenuación
Esta gravosa cruz que llevo a cuestas es a ojos de todos invisible y el que no tenga el cuerpo para fiestas a muchos les resulta incomprensible.
No debo sucumbir bajo su peso, lo sé , ni analizar si en el camino agreste que recorro, cada beso de sus piedras resulta más mezquino.
¿Pero quién no cuestiona a cada paso si no es mejor que acabe la agonía cuando el dolor rebosa de su vaso?
Yo agoté ya ese cupo de energía que te exige el vivir viendo tu ocaso y seguir siendo fiel a la alegría.
La sabiduría popular dice: «Por la plata baila el mono».
Observo y traspolo: «Por la promoción de su obra baila el escritor» y, lo mismo que el mono, con tal de ser promocionado –al menos en este mundo de habitantes que son solo virtuales– a demasiados no les importa dentro de qué bolsa de gatos son incluidos.
Están ahí y no precisamente para valorar su propia obra sino para proyectarse en el espacio de la inclusión, rodeados de otros que pretenden lo mismo, independientemente de las calidades de cada uno, generalmente desparejas y descuidadas si el editor lo es.
En eso, siempre he sido un exquisito.
Pese a ser yo el que selecciona el material y ser, además, un exigente obsesivo para con lo que publico, la Revista tiene un fin determinado y no es la promoción, sino que, los que participan son muestra de que puede hacerse buena literatura, aún en internet, premisa fundamental del proyecto Ultraversal al que la Revista pertenece. Como la falsa humildad no es lo mío, no soy un editor descuidado con el material que le llega. Debe reunir calidad en fondo y forma. Eso, es innegociable. O sea, no publico cualquier cosa con tal de llenar las hojas de esta Revista. No publico bultos. Publico autores que puedan llamarse tales.
Por eso, debo decir que me defrauda profundamente la forma entusiasta en que tipos que escriben muy bien se prostituyen a la caza de un poco de espacio en cualquier publicación que ni siquiera define los mínimos límites del buen hacer y donde todo se da por bueno, solamente para llenar páginas.
¿Quién puede promocionarse dentro de una bolsa de gatos o un cajón de sastre? Más aún, si los que dirigen ese lugar saben todavía menos que los que escriben dentro y por lo tanto, son incapaces de hacer las correcciones necesarias para que el material no salga cojo, mal entrazado o directamente, mal escrito.
Antes, en mis épocas épicas, hablaba de estas cosas con aquellos que las hacían. Intentaba que comprendieran que se trasciende por la calidad y no por la cantidad de publicaciones de medio pelo en las que nos incluyan.
Ahora, ni siquiera me lo planteo.
Es una época donde la calidad no importa como no importa tampoco la mezcolanza si eso sirve para que alguien nos lea, allí entremetidos entre toda clase de calidades que no respetan la nuestra y que, por bajas, terminan también por bajarnos el precio.
Lo que siento es este desengaño profundo que me producen los autores que estimo y veo que se venden por un minuto de fama, mientras promocionan con desafuero entusiasta el folletín que los ha bendecido concediéndoles una carilla a su aparición pública.
Ese sentimiento nos asalta a los que estamos de vuelta.
Es piedad. Piedad por la literatura, quiero decir. Pura y dura piedad por la literatura que se ha transformado en una bestia en vías de extinción por la que nadie hace nada para repararle las heridas exigiendo al menos un mínimo de calidad en las publicaciones.
Los desaforados de la promoción son los primeros que se prenden, aunque sea de una teta seca o, lo que es peor, de una teta atrapada en la mastitis de su propia prostitución.
Mi hija menor, mientras me ve teclear, quiere saber qué me pasa. Le digo que siempre hay un peldaño más para el desengaño. Nunca el desengaño es suficiente. Tiene la reservada capacidad de darte una sorpresa.
Ser, en jaurías de gritos, casi a solas, en la sombra de nadie.
El vacío en oleadas sin límite.
Frío, otra vez, otoño en la nada.
El exilio del fuego
Si hubiera en mí un tsunami capaz de otro destino sin nadie a quien ahogar, sin abismos de sed que me silencien…
Pero no, sus corrientes, apenas la existencia de otro clima, la sanación errónea de mi piel,
instantes de quietud, algo de libertad,
pulsiones de esplendor que justifican el exilio del fuego.
Fábulas de nieve
Mantengo en cuarentena mi amor por Blancanieves y a todos los enanos,
excepto al gruñón,
por su eterno reproche, porque le dan lo mismo las mujeres los príncipes y espejos y la eterna obsesión de alguna canciller, (quizá fuese la bruja)
saber si la más bella se ha teñido de rubio o es esa morena del peine envenenado que dio a un pretendiente corazón a destiempo. Y para su extravío también una manzana y zapatos de hierro que luego fue cristal recalentado.
Ya sé que mi versión no corresponde al cuento (fielmente).
En ciertas ocasiones disfrazan a los niños de dóciles enanos y los juntan de a siete, un coro entre paréntesis cantando diálogos de falsa realidad azotada por esbirros del silencio.
Tan sólo aquel gruñón es un rojo desorden, el grito de un esclavo que no acepta la cruel tiranía de un reino rebosante de plebeyos
que roban y proclaman con fábulas de nieve sus mentiras
… o una prima de riesgo?
José Luis Villena
De rodillas
Mientras me inclino calla en mí la ira, se amansa el griterío y la desesperanza y no me queda más lugar que el recogimiento, más medida que este cuenco de carne, ni estar que no sea mi propia vida postrada bajo el haz de la vidriera que me brinda el amparo de su espejismo.
Sólo al rendirme al miedo inevitable se sosiega la furia como algo ajeno y el esperpento transforma la gramática de todo lo que temo en todo lo que digo, mientras mascullo el puro disparate y los nombres del pánico en un murmullo impensable y subyugado.
Arde la hez del silencio en los cirios, arde como un tiempo de cera y humo imposible de entender si no es ardiendo como una vela dúctil, como una llama desprovista entre las sombras.
La vida aquí no es eterna, pero es de piedra fría y susurrada, de piedra esculpida por el vaho de las oraciones nacidas de la fe de un sindiós que pende de la angustia de estar vivo,
mientras alza sus rezos sin consuelo, mientras vacía la boca de temores, mientras llora su muerte de rodillas.
Message in the bottle
De la muerte de hace un rato vengo, improbable y redivivo, de la mirada sin párpado que todo lo sabe y que todo lo ignora; vengo del don del azar, y de mi propia costilla, de la apuesta al sin par mecanismo que sostiene mi luz y mi historia, toda ella, en el aire.
Lo más exquisito, la voz más lejana, en el aire, como si del humo fuera cuanto digo y se me escurriera el tiempo en mantenerme sobre un equilibrio que no existe.
Aun así, hoy es veintitrés de Abril en este lado del mundo y es el año dos mil cinco. Para quien lo lea. Queda escrito.
El azar reparte inicios
Si estalla la exactitud de la sabiduría y el fiel de la justeza es como un traspiés en el abismo,
si amanece poco sol y es de piedra, bajo, mineral,
si el tiempo reza el viejo artificio de los segundos y la noche aún no viene,
si jura en vano significados la palabra y el silencio llega a las puertas de la nada y es nada su pálpito y es nada su sombra y nadie de nadie es,
entonces el azar reparte inicios y lo muerto muere de nuevo y en el vientre del mar estalla el agua.
Así el azar, así el milagro, así el orden sucesivo del misterio.
Entre la pléyade de amigas y amigos en estos ocho años se han casado y divorciado casi todos. En mi pared, una ventana va contigo en tus pasos y en tu insomnio. ¿Sabes cuantos eclipses parpadean en mi silencio? Este calendario rota y rota sobre sí mismo.
Entre tu jaula y la mía aun cae el rocío.
CINEMASCOPE
Si. Es verdad que no duermo, pero da igual. Mirando las imperfecciones del cielo raso repaso las arrugas que asoman en tus mejillas. Si. Es verdad, el techo este es un cine de fantasías desde el que me sonríes y me pregunto por qué aun sueño contigo.
MUJER QUE MIRA COLORES EN UNA PARED
Si llegas hecha verso y metáfora desenredando tu ADN de maga, balanceando tu existencia de penumbras o mirando de revés la tómbola de tus años, quedarán tus huellas en mi pared. Si llegases -octosílaba, silente- danzando y alumbrando el último adjetivo, masticando una calle de favelas, tiñendo de sangre tu luna menstrual, dejarías tu alma descansando en esta ventana.
DOBLEZ
Camíname después de las orillas, en otras ramas, dibujando en la periferia estos ángulos que matan.
Cada esquina un vórtice que nos mira.
Un vals de ballenas en el ajedrez planetario.
Esta fuente gorgotea sangre de unicornios, tan mal está nuestra sociedad. Las muchachas se pintarrajean como si con eso acunaran horizontes. Las manos líquidas de labiales trasvestidos inoculan falsos pentagramas, no hay año bisiesto en una uña que maquilla, en un labio que se pudre en una tumba. Esta fuente se deshace y arroja pelucas al viento. ¿Quién caminó sobre sus pecados a medio confesar? Desvistieron cada muñeca y ocultaron sus lágrimas entre tanto reloj sin cuerda. ¿Dónde estuvo la señora muerte en sus zapatos blancos? ¿Dónde quedó el verde que te quiero verde si solo hay humo en la memoria? La densidad misma, tarjetas de crédito y plástico en todos los océanos.
Esta fuente, esta fuente… Esta fuente gorgotea sangre de unicornios, tan mal está nuestra soledad.
Prosa
UNA MANO MUERTA SALUDA MI NAUFRAGIO
Todos los puertos están clausurados. Canta mi canción, leva tus anclas, estruja mi sombra. La tarde cae y caen tus lágrimas, así, de soledad inmune.
EN TRÁNSITO SIN MÁS ADICCIONES NI FALSAS EXPECTATIVAS.
Dejar que la noche se devore a sí misma en algún oscuro rincón del alma, deshabitar aquellos hilos que alguna vez fueron puentes luminosos apretando ese destino hacia una calle sin salida, intentando resolver, a golpes cotidianos, una ecuación desde el inicio mal planteada, una esperanza inocente que se diluye ya en pasos perdidos tras la luna.
Abandonar caminos de fantasía y espejos, triturarse los ojos, las manos, las rodillas; arrancarse los sueños dejándolos ir hacia cualquier cementerio, solo rosas negras serán pasaporte hacia el olvido, una larga cadena de amaneceres y lluvia que ya no me revivirán, negras rosas de silencio, rosas de vacío implacable, horizonte preso en nunca más voltear la vista. Huérfano, ahora, de vino y tabaco, madrugando sin norte, voz perdida en la arboleda. Tanto ir solo a estrellarme, a repensarme solitario escudriñando viejas huellas en arena, un triste canto de gaviotas sobre un mar embravecido, una gran circunferencia que abandonó su centro, inútil reloj durmiendo sin horas, estrella muriendo lejos de cualquier constelación.
Unos resabios amargos de voces me aguijonean a la distancia. Se ha ido la luz, el multiverso no amanecerá en mi desayuno; ninguna plaza volverá a triangular esa distancia, la pandemia será apenas una anécdota, un paréntesis de temor y mascarillas, la hora final en un juego de abalorios diluidos, un punto aparte en sonrisas que no veré, una lámpara sin combustible mirando por última vez al infinito.
Es la hora de tatuarse un sol muerto, de clavarse las uñas en la garganta, arrancarse uno a uno todos los versos que, atragantados, esperaban la vida. Esta es la hora, la de caer al pozo ciego, inmisericorde, en la contraportada de un libro que no se volverá a transitar, palabras sin sentido, gramática esquizoide en un silabario de hojas marchitas.
Aquella hora en ese huerto donde el todo nos abandona, cuando el silencio nos golpea a gritos en los huesos y la noche nos besa los ojos.
La última cruz, sin salvoconducto, directa a la muerte segunda, un remolino ciego blandiendo su estocada final, sin despedidas, ningún obituario; un corte perfecto y limpio llevándose los dedos del espíritu. La última cruz, trazada en el aire con lágrimas de sangre que no se recordarán.
Llueve ahora. De medias hojas, de medias lunas, llueve. Rojos hilillos me atraviesan.
Es la hora de tatuarme todos los soles muertos.
TODO CRÉDITO TIENE VENCIMIENTO
En este callejón sin salida, la muerte me arrincona, me ofrece un año más de vida a cambio de mis manos. Sin emoción alguna advierte que mi tiempo se ha terminado, que nada puedo hacer sin saltarme esta larga cadena de aspiraciones y remordimientos, solo me apunta y exige: mis manos por más vida.
Le respondo: tu cabeza por un año de lluvia en un calendario bisiesto.
No se lo esperaba, baja su capucha y saca de entre los jirones de su capa, una baraja que me ofrece. Naipes cotidianos, todas las postales aún no dibujadas, una colección de sermones y batucadas, inútiles timones en barcos olvidados, llaveros inservibles en noches de eclipse, ruidos apenas audibles para una carabela que flota en una nube de luciérnagas; me entusiasma con viajes a diestra y siniestra. Siniestros, más bien.
Yo también insisto: tu guadaña y un volcán boca abajo.
La muerte no renuncia, nunca lo ha hecho, por lo que sé.
Extiende frente a mí un tablero de cementerios fugaces y rotos, una cierta amalgama de ofrendas amarillas y oscuras, una total muestra tipo feria transuniversal, una tempestad de algoritmos en un cuaderno de agua, pasos lentos en tres dimensiones; intenta ganar su partida, es decir, mi partida…, pero yo tampoco renunciaré, no ahora.
Negociando con la muerte pasaron estos años. Sí. Y tuve hijos, huertos, amantes, amores que no fueron pero que igual fueron y dejaron otros caminos en medio de agujeros negros y enanas blancas.
No toqué sus cartas a pesar de su asombro, me negué a sostener su violín o a caminar sobre sus ojos. Truqué y retruqué cada astilla de su tiempo, enarbolé toda raíz que brotó en mis sienes, no dejé piedra lunar sobre venus y trepé, trapecista sin vértigo, hasta el último cuadrante.
No sé si fue una tregua. Alzó su diestra y me mostró la torre Eiffel. Orgullo, dijo, solo una vez.
Es lo último que recuerdo en este quirófano en el que me arrancan el corazón.
Acerca del autor
Jorge Alejandro Neira Rozas nació en Chile; es antropólogo de profesión, poeta y cuentista. Escribe desde su juventud apareciendo su primera publicación en 1975, como integrante de un poemario junto a otros dos destacados poetas nacionales: José María Memet y Gustavo Becerra.
Fue luchador social contra la dictadura de Augusto Pinochet y debió exiliarse. Retomando la escritura en 2013, en 2018 ve la luz su primer libro «De nostalgias y caminos».
Al día de hoy, Neira Rozas cuenta ya con seis libros terminados, de los cuales «Mujeres de luz y sombras» está en proceso editorial y «Peldanne» siendo prologado.
El autor es miembro de número de la SECH (Sociedad de Escritores de Chile)
Sentada frente al mar bajo la calma de las olas rompiendo, con sus voces de piedra es muy fácil pensar que el mundo es bello.
Mientras mis hijas juegan en la playa la espuma de algún dios de pacotilla posa suave en mis ojos el extraño sabor de la armonía.
Aquel barco pesquero que regresa perseguido por miles de gaviotas Esta brisa, esta luz, este poema…
Sentada frente al mar sería fácil volar también con ellas y subirse al alto del paisaje, pensar a voz en grito que la paz es posible.
El mundo se desangra en mi mirada por un cuerpo de niña de Kabul y es difícil sentarse frente al mar sin separar el agua de las lágrimas.
Puedo oír las sirenas convertidas de pronto en ambulancias aparcando el horror frente a la entrada de una escuela hospital, aquí tan cerca.
Ese cuerpo me sigue a todas lados cojea en mi retina, en mi cabeza en la terca cojera de mis manos arrastrando palabras, sin saber bien del todo, si este frío en la punta de los labios es la pierna amputada de una niña o la sangre de alguna de mis hijas alcanzadas de pronto por las balas.
(Esta vieja obsesión que me persigue de sufrir por los hijos que no sufren, de llorar de repente en cualquier parte…)
Pero el mar sigue ahí, y ellas persisten levantando castillos en la arena y es difícil negarles si me miran la sonrisa más cálida y más tierna.
Esta brisa, esta luz, este poema aquel barco pesquero regresando perseguido por miles de gaviotas…
Esta mujer que ríe amargamente porque el mar sigue ahí… también sus olas.
Morgana de Palacios
Peligrosa
Pervivo en una especie de desierto en que los hombres son un campo abierto a las contradicciones y soy como una oscura profetisa que a la hora de amar siempre divisa sus circunvalaciones.
Voy más allá de mí cuando adivino quién dejará su instinto en mi camino de malherida rosa por decir una flor que hermosa rime con una realidad que legitime ser peligrosa.
Porque lo soy, sin darme apenas cuenta. Lo soy porque mi letra es una afrenta cuando un hombre me miente, y me han mentido siempre, tanto y tanto, que voy curada de cualquier espanto, creciéndome en el diente.
No me escondo ante ti. No soy perfecta ni sublime mujer ni loba abyecta. Sé objetivo conmigo. Necesito creer que hay algo cierto y me escribes a pecho descubierto. El mundo por testigo.
Alejandro Sahoud
Pájaro félido
¿Quién gritará tu nombre con la tarde en la boca?
Desde tu pelo sube un pájaro a mi pecho vegetal y brumático. Sube un pájaro terso con frente de pantera y aletear de mar calmo encima de mis vientos.
Cierra la puerta al aire que te roba esos besos celestes . Enciéndeme con ellos tus inciensos de angustia. Vuélvete barcarola en éstas las manos de mi sangre. Vuélvete unicidad sedosamente pausa de lo eterno e invulnerable al día de los vivos.
Y que nadie te llame. Vuélvete a su palabra un espejismo cuando habitas mis cosas.
Quizás, muchos consideren al acto creativo como el hecho de trasladarse a un mundo irreal o que, al menos, dista del real general.
Ya, que algunos se dediquen a escribir pensamientos o reflexiones provoca curiosidad en aquellos que no lo hacen. Entonces, aparecerá un buen cúmulo de detractores que impondrán sus dudas acerca de la capacidad de decir o su repudio por hacerlo, al considerar a la literatura una pérdida de tiempo abocada exclusivamente a desfogar la emocionalidad de quien escribe.El mundo comunicativo de la tecnología impone actualmente otros parámetros comunicacionales.
Sin embargo, no hay nada extraño en esa necesidad de escribir conclusiones personales o, simplemente vivencias personales, como germen original de lo que puede –a veces– convertirse en una historia desde todo punto universalizable.
La escritura representada por sus escritores más allá de tratarse de una manifestación cultural es una imagen de la verdad –léase realidad, vida, humanidad, hombre– que se expresa a través de un intérprete que obra de manera mediumnica al plasmar o reinterpretar los hechos del hacer humano, independientemente del escenario en que los radique, aunque en general el mundo vea al hacer literario como un pasatiempo asequible a todos, más aún en estos tiempos de internet.
Esta forma de ver al hecho literario como algo sin importancia ya que «redactar» –no escribir– está al alcance de cualquier persona mínimamente alfabetizada e incluso analfabeta y capaz de hilar un frondoso relato oral, hace que, por su masividad actual, no se le preste la debida atención y menos aún, el necesario crédito a una expresión de calidad.
Esa especie de minusvalía en que ha sumido a la literatura el exceso de oferta, atenta contra la calidad de la elaboración ya que la ausencia casi total de enfrentamiento al despiadado ojo del buen lector, ha conseguido la aceptación de cosas indefectibles de leer sin experimentar una irrefrenable «vergüenza ajena».
Diría que es este cúmulo inefable de descuidos literarios el que me produce rabia al comprobar la ceguera y la falta de pensamiento crítico presente en el actual mundo lector que sería disculpable si en el actual «mundo escritor» existiera, aunque fuera mínimamente, la condición autocrítica.
Para que una expresión alcance todo su potencial y pueda convertir el sentimiento original en fuerza expresiva, desenmascarando y desmembrando sus ribetes y sus consecuencias, la forma a la que se apele para construirlo es fundamental.
La forma literaria implica el equilibrio, la justeza en el adecuado balanceo de cómo se propone una situación e incluso, en muchas ocasiones, para que un producto literario sea efectivo en su comunicación particular, puede apelar a la subversión o sea, a los riesgos que se aceptan por fuera de los modelos convencionales y exponerlos sin miramientos, casi como una especie de escándalo que busque remover resortes en el lector.
La subversión o la transgresión está en la elección de los temas, en develar mediante una forma ajustada al fin propuesto, las anécdotas y lograr comunicarlas con efectividad y contundencia.
Las búsquedas reales y efectivas, según entiendo, deben ejercerse sobre la mirada que el autor proyecte sobre las cosas a plasmar y en cómo será capaz de edificar esa visión para conseguir compartirla con el potencial lector.
La escritura que le impondremos a cada frase para darle forma elocuente al producto literario es el elemento decisivo.
Una mala forma, una elección equivocada en la construcción de un mensaje, arruinan cualquier buena idea y le impiden lucir su natural intensidad.
El medio que elegimos, o sea, la forma y su escritura, constituyen una parte insoslayable de la verosimilitud literaria y son, desde el comienzo, aquello que acabará por definir el resultado.Por eso, creo que encontrar la forma justa para cada producción que encaremos, es parte esencial de nuestra propia verdad planteada en el actocreativo.
La poesía del arrebato (corriente literaria en que se basó el proyecto Ultraversal) debe su nombre a la propuesta de improvisación en que dos autores se desafían en tiempo real a responderse con poemas. Es un ejercicio de agilidad y coherencia que permite demostrar el dominio de la técnica tanto poética como de discurso.
Cárceles y causas (improvisaciones en tiempo real)
(soneto – arte mayor – pareados – rimado)
Yo no te mentí nunca. Te dije que no soy más que el rescoldo oculto en la ceniza vieja, el humo que se expande inasible y no deja ni la más leve huella de los pasos que doy.
Lázaro imprevisible, resucito si estoy absorta con un rostro que la luna refleja mas cuando llega el día, la tumba que no ceja me requiere a su sombra y hacia su sombra voy.
Todo me es cárcel, todo, salvo mi pensamiento, larga la pena larga en el penal del viento que no precisa rejas para echar sus cerrojos.
No me quieras querer, no soy la primavera, sólo ceniza y humo en tránsito y entera toda la muerte, toda, se florece en mis ojos.
Morgana de Palacios
Todo me es cárcel, todo, menos la libertad el cerrojo que ciñe mi puta humanidad y el látigo en mi boca.
Carcelera del precio de la roca carcelera tenaz sobre la soledad que descoloca, sobre todas mis fugas va tu instinto, asesino y procaz
Si me muriera ayer desde la muerte, si no fuera este grito, ni tus cadenas unieran a mi suerte su recurso maldito, toda mi voluntad sería inerte.
Toda esta furia sorda en que me hundo valdría acaso la ira en que te irrito desde lo demencial que hace a mi mundo.
Gavrí Akhenazi
Todo es circunstancial cuando tiras los dados de la furia fugaz. Alma sobrecogida en el intento gris de acaparar la vida trascendiendo sin pausa, versos accidentados.
En la frontera fértil de tus acantilados columpio mil vocablos con sabor a manzana y nadie encontrará la pasión de morgana porque en el lado oscuro mantiene sus reales.
No es la razón de ser de los hombres cabales que no han de traspasar su cerrada ventana.
Por si quieres hablar del rumor del pecado de la desolación que nos marca la vida, de por qué mi canción suena a causa perdida, recuerda, por favor, que no tengo pasado ni creo en los futuros de terciopelo ajado, ni finjo algarabía si hablo con verdad.
Me someto al decreto de la banalidad sólo por hacer dedos desde cualquier teclado. Si miras lo profundo de mi verso acerado verás que no comulgo con la casualidad.
Morgana de Palacios
Una causa perdida ya no tiene remedio ni en tu boca que canta ni en tu boca de tedio. Una causa perdida es un rincón oscuro una ansiedad a medias, un parto prematuro.
Una causa perdida es también una meta una propuesta al viento que rompe una veleta para que ya no existan los puntos cardinales ni las mediocridades ni las banalidades.
Una causa perdida es la luz de un proyecto que se mantiene siempre altanero y erecto. Una causa perdida es un sueño a futuro. Para soñar tal causa, hay que nacer impuro.