Un escritor que se precie debe tener su estilo propio, o sea, un sello distintivo que no resulte una copia del estilo de otro autor. Es lógico que en los comienzos se produzca cierto mimetismo con los autores de referencia y, por esta razón, los trabajos presenten ese aire a “esto ya lo leí”, pero eso forma parte del proceso de aprendizaje donde paulatinamente, al afianzar conocimientos, se irá logrando una voz con mayor identidad. Esto suele ocurrir hasta tal punto que incluso si el escrito no apareciera firmado podríamos reconocer a su autor por los rasgos inherentes a su forma de expresión.
Pero no caigamos en la trampa de pensar que logrado este estilo único e inconfundible los trabajos tienen necesariamente que ser buenos; aquí el talento tiene mucho que decir pues también se puede reconocer a un autor por la mala calidad de su obra. En este punto muchas veces el cine ha contribuido a elevar el nivel de una pésima obra literaria que, trascurridos años y años, sigue ocupando un buen puesto en las estanterías de cualquier librería.
En cuanto a la poesía, surge una corriente que avanza cada vez con más fuerza por las redes sociales, y que, cargada de snobismo, apunta en la dirección del “todo vale”, anclada en la creencia de que innovar consiste en componer obras llenas de palabras malsonantes, en cortar los versos aleatoriamente, o en apelar a construcciones sintácticas que pecan mucho más de desconocimiento que de novedad. Estos autores, normalmente, carentes de autocrítica, ignoran que para romper las reglas hay que conocerlas y que es necesario labrarse un criterio sobre lo que es gato y lo que es liebre porque en caso contrario quedarán anclados en ese estilo de tercera.
En Ultraversal pretendemos que cada autor logre expresarse con voz propia, o al menos que alcance su techo para desenvolverse de una manera digna, tanto a nivel teórico como práctico. Unas veces el proceso de consolidación es rápido y otras más lento, pero siempre edificante. Pensando en ellos, en los que empiezan, resultan muy útiles las lecciones de preceptiva que vamos incluyendo número tras número.
En esta ocasión, igual que en las ediciones precedentes, ofrecemos una amplia diversidad de voces.
El día que me sangre la boca por tu nombre llegará el fin del mundo llegará como llegan las cosas presentidas con una carta, un rito, un último hundimiento.
Se hará, quizás, de sangre mi saliva y sangre correrá despacio hecha sudor o lágrima o esperma quizás también insulto por todo lo sangrado anteriormente.
Pero no importa el borde de las cosas. Solamente ese fondo a corazón abierto es capaz de cavar la tumba con sus uñas y liberar un pájaro que no quiere vivir en este mundo absoluto y ridículo.
Que me lleguen las venas a la boca el día que me corte los labios con tu nombre y la lengua y el alma y los testículos. Y me castre por fin las ganas de estar vivo donde no sirvo a nadie.
Si me muero en tu sangre algún crepúsculo … odio los crisantemos.
Gavrí Akhenazi
Y ahora ¿qué me queda? Vagar entre tus cosas como un fantasma blando que arrastra su sollozo entre tus versos tus libros, tus canciones, tus nostalgias y la mía, de vos, eternamente.
Qué me queda del día de las risas más que este gesto amargo pintado con cenizas y con niebla de pájaros que huyen hacia nadie.
Otra vez amputada luciendo este muñón de carne viva que espera en un alarde de estoicismo por otra cicatriz que no se forma.
Al final, soy toda cicatrices. ¿No te das cuenta que es terriblemente idiota morirse sin cumplir cincuenta años? Pa…maldita tu ocurrencia.
Eva Lucía Armas
Quién hará del desierto un vergel de vocablos ahora que negándote a tí mismo me adelantas un mar de soledades. Quién, que no seas tú, mi Señor de los Tristes, me gritará en los ojos, mientras calla la eternidad entera.
Me vas a seguir dando aunque sea un suspiro, una arcada, un ahogo, la apertura del ojo a la mañana herida, un pensamiento lúcido, un instante de rebeldía endógena que entronque con la médula del aire que te une a nosotros en la ausencia final.
Ya lo ves, porque sé que lo ves, me guardo las promesas, las lealtades todas, tu boca de cristal que lleva tantos días jugando al escondite con la muerte con tal de seducirla, como a mí, como a tantas, que cruzaron tu vida hipnotizadas por esa voz caliente de tragedia.
(Pobre muerte, ma vie, no sabe con quién juega).
Yo sigo en Vendavalia y no tuerzas el gesto que no pienso ejercer de plañidera
(siempre te dieron asco las lloronas que no ponen remedio a sus desdichas).
Hoy no ha salido el sol y se me agrisa el alma pero oyendo tus pájaros, te siento, así que ya lo sabes, queridísimo loco —esta vez no te sales con la tuya— para mí no te has muerto.
Morgana de Palacios
Eterno Requiem.
Ahora mismo quisiera recitarte poemas como entonces. Ver caer sobre el mar aquella lluvia que calaba tan hondo en nuestros cuerpos. Poder tomar tu nombre entre mis manos y grabarlo sin prisas en mi piel cuando duele el poniente de febrero.
Ahora mismo que pronuncio tu nombre como un salmo la creación entera se pone de rodillas para abrirte el hueco que merece tu universo.
Mis manos balbucean y siento que el amigo es un requiem eterno que me llora por dentro. Y me quedo callada mientras sigo buscando los porqués a esta nueva manera de perderme contigo en el recuerdo.
Pero sigo buscando el rayito de sol —como decías— con palabras que nacen de lo hondo y edifican por dentro el corazón.
Vivirás siempre en mí por llevarme la mano en el camino. Jamás estarás muerto.
Firmado y rubricado por tuamigadelalma de los ojos azules
Isabel Reyes
Horacio, Salvador, dos veces Alejandro, y Aragón, y Sahoud, y Ángel de la Niebla, y Zugzwang, cuántos nombres, cuántas formas distintas de nombrar al amigo, de llamar al poeta.
La tinta gris del chat, la tinta azul del foro, el avatar heráldico que le regaló ella; el escueto discurso de las charlas nocturnas y la prodigación en sus mejores letras.
Registros, los registros en tus discos a salvo, registros en la Red -al pulsar de una tecla- de la alta poesía, de la prosa sangrada, de la flagrante crítica que derriba y enseña.
Me llevo otro registro (y yo soy el soporte), el registro más hondo y el que más me consuela: la huella memoriosa que al pasar por la vida algunos pocos hombres en el alma nos dejan.
Gerardo Campani
Muerdo túnicas en el silencio al extirpar una palabra de todas tus sombras, bajo pliegos de auras sobre lunas y soledades. Enlazo en las estrellas su letargo a tu ausencia, para colgar al hombro esa luz sin tus ojos, esas semillas de alientos y esas raíces de tus dedos. Ahora con lágrimas de ríos, abro los caminos del alma entre el lodo y las huellas, quizás pintando un embrión de tus versos en un poema, quizás para llegar a mis labios y dejarme mudo de asombros.
Leo Fabián Zambrano
Comienza aquí tu luz. Aquí comienza el eco de tu voz en los paisajes como un grito sin fin en el recuerdo.
Comienza aquí la historia no contada, el final nunca escrito en los andenes donde alzaron sus vuelos los pañuelos.
Tuvo que ser así, con tanta magia demoledoramente redimida labrando sin cesar en las llanuras los últimos ocasos de febrero.
Tuvo que ser así, como fue siempre que inventaste en un verso las estampas que se quiebran al bies de los cristales, mientras pasan los trenes del invierno.
Enrico Espino
Es duro ser escéptico cantas tu dolor en un violín que sangra de las cuerdas
que lo engrandecen.
Héctor Michivalka
A golpes de badajo que al luto nos congrega va la tarde morada y las palabras secas y los ojos mojados mas el alma serena y el corazón alegre porque te siente cerca, que no nos has dejado que eres polvo de estrellas que se posa en nosotros y en nosotros se queda. Yo no quiero llorarte, hacer de plañidera; trascendiendo la vida vuelves tu vida eterna y poco a poco, amigo —será corta tu espera—, a golpes de campana con las puertas abiertas nos irás recibiendo cuando llegue la fecha que habrá de reunirnos para escribir poemas o todas esa prosas que nuestras vidas cuentan. ¿Qué más puedo decir para burlar mi pena, para que no se note que todo esto es tristeza?
Idella Estevez
A retazos. Sólo con la palabra. Con un nombre quizá envolviendo la música. Con un cuchillo hondo, plenamente clavado más allá de la sangre. Con los ojos del hijo que le arañan donde crece la vida, camina en el perfil de las horas. No hay tiempo cuando Alejandro viene y va y aún vuelve y gira entre verbos y espacios consagrados y entre amaneceres totalmente dispersos como su voz ahora, como su mano ahora; al igual que sus labios, que ya son nuestro enigma y son nuestro silencio y nuestro son y el canto que nos mostró en la sombra. Y con él nuestros pies, dibujando su arena, y nuestro lloro, un río, donde se lava entero de esa muerte maldita que le muerde; y así, con nuestras flores, se dibuja parterres en la carne y le brotan olivas de los ojos y un madrigal de pájaros le anida entre las cejas.
A retazos, partiéndose, donándose de nuevo como hizo en la vida, y siendo nuestro amigo hasta el fin de los mapas y las leyes.
Dolors Alberola
Contemplo las espigas del alba: el viento las mece sin ti, ágil canto ido en la prisa de las horas; haces que germinen lirios en mis ojos, me vistes de madreselvas y corales, me alistas de armaduras y de guerra.
De espaldas al cielo que me ignora siembro flores en tu lecho, mis brazos buscan tu soledad inagotable. Te faltaban por contar tantas estrellas…
Pesadas piedras de mi mente: molino que rueda en un ayer de memorias circulares. Busco, en su doliente girasol, el dulce timbre de tu voz de bronce, la liviana herramienta de tu abrazo.
Bello ingenio —antifaz del tiempo—, mueres, y aún así vence tu ausencia.
Humedad terrosa y fértil, guardiana de sueños duraderos, muéstrame hacia dónde se marchó en silencio.
Ando tras la huella de sus pasos mortales.
Antonio Rojas
Dónde estarás ahora? Cómo encontrarte si la luz que iluminó esa ruta siempre fue tu mano extendida? Nos ha embargado tu frío al reunir tus recuerdos. Dónde estará tu voz? El silencio, que reclama tu nombre, al acercarse a nosotros se nos ha ahojado en la mirada. Es irreal la noche, pero parece buscarte. Hacia atrás hemos mirado. Es que tal vez, tan sólo, te has detenido un momento viendo sonriente cómo nosotros verificábamos si nuestros pasos, alguna vez, serían tan grandes como tus huellas. Ven, amigo, ha de quedarte algún poco de tiempo sobre los hombros. Continuemos juntos el viaje.
Edwin Solano Reyes
Escribo poquito a poco cuando la risa se espera cuando se aleja la pena cuando del alma las voces hacen nacer el poema.
Escribo desde la sombra de un álamo en la pradera de una nostalgia en la hierba de alguna una luz temblorosa si las lágrimas se espesan.
Si muere la primavera si el amor ya no está cerca si mirando hacia mi izquierda el tuntún de unas esquinas vienen y me traen fuerza.
Más quisiera morirme escribiendo un poema como escriben los buenos, los valientes, los poetas.
Como Alejandro y Villena yo quisiera morirme… como muere un poeta.
Gloria Forasté Giravent
Ojalá (Silvio Rodríguez)
Ojalá que las hojas resbalen por tu cuerpo cuando caigan para que así las puedas convertir en cristal. Ojalá que la lluvia regrese a ser milagro que baja por tu cuerpo. Ojalá que la luna vaya pronto a por ti. Ojalá que la tierra te devuelva los pasos.
Ojalá que retorne tu mirada constante, tu palabra precisa, tu sonrisa perfecta. Ojalá pase algo que te traiga de pronto: una luz cegadora, un disparo de nieve.
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte, para no verte tanto, para no verte siempre en todos los segundos, en todas las visiones: ojalá si pudieran tocarte mis canciones
Ojalá que la aurora no dé gritos que caigan en mi espalda. Ojalá que tu nombre no la olvide mi voz Ojalá las paredes retengan tu sonido de camino cansado. Ojalá mi deseo se vaya tras de ti, a tu nuevo gobierno de difuntos y flores.
Teresa Vento
No sé por qué te cuento si tú lo sabes todo sobre estas cosas, pero de vez en vez, de tarde en tarde, me dan ganas de venir pausadamente —como una insidia— para dejarte un fárrago que ya conoces. Quizás, te contaría, que aquí vuelven las voces extranjeras para llenar mis playas de bellas sombrillas de colores, de pieles blancas en los bares, de expuestas damas entre las dunas o te diría, aunque lo sabes, que alguna vez [subrepticiamente] regreso a tus lugares y sin pensarlo te escribo en los cristales algunos fárragos por si fuera que fuese que no estés haciendo nada y te distraes.
J. Azimut
Torrenteras sin cauce bañan hoy los cristales más profundos, los espejos que aún traduce el alma porque la pena rueda más allá del hueco de tu ausencia, cuando paseo por tus versos y, sin alzar la vista, me muerde la impotencia del tiempo adormilado, punzante sentimiento que buscando las huellas del silencio te nombra y al hacerlo me dice:
no esperes más palabras, están todas aquí.
Leo, leo y te leo…
Y al levantar la vista, presiento la gran fiesta que han de tener ahí,
al otro lado.
Alcya Miguele
Ahora me pasa que no hallo palabras que no estén significadas en algún extremo loco de geografía literaria que contenga tus pasos y los de esta música.
Va dejando una estela en tu perfume —adviertes— como encargándote de que no exista el nunca en que te olvide.
¿Acaso puede un corazón desoír ese pálpito de folcklore, sonata o jazz que le ha respirado más allá del infinito nombre en que te quedas amigo, hermano, padre, poeta amado? porque para mí no habrá suficiente música con que interpretarme en un ¡Gracias! y ser tu farfallina sul fiore di sangue.
Solange Schiaffino
Llora el bandoneón y llega un rumor de tango dulce y lastimero como un poema de amor inmortal, hermoso y frágil como un recipiente de alargado cuello celeste… Infinitas cosas lo evocan y él evoca infinitas cosas. Y llora el bandoneón por el guerrero que duerme. Y era de barro y era de viento y la palabra sangraba belleza en su pluma eterna. Sacó oro del estiércol, amor del odio y nobleza de la inquina. Era sobre todo, un levantador de almas. Se han quedado solos todos los pájaros. Se han quedado más solos Los Solos.
Título: Tinta China Autor: Héctor Reyes Publicado: 6 de enero de 2014 Género: Poesía Edición: Primera Editor: Héctor Reyes Editorial: Lulu Páginas: 77 Encuadernado: Libro en rústica con encuadernación americana Tinta interior: Blanco y negro Peso: 0.36 lb Dimensiones en pulgadas: 6 de ancho x 9 de alto ISBN: 9781304867414
Poemas breves, de vida, filosofía, esperanza, etc.
Sarcásticos, irónicos, profundos y humorísticos;
aforismos, frases cortas, reflexiones que se leen
de un suspiro y causan suspiros en cadena.
Un bosque de bonsáis.
A fuerza de Tinta China
No me gustan las sorpresas, pero existen. Y una de ellas es el descubrimiento de un nuevo escritor, poeta sin duda, Héctor Reyes, quien me tatuó con su Tinta China, y eso que tampoco me gustan los tatuajes.
Su libro Tinta China, divisado desde mi perspectiva, lo sepa él o no, sin duda que se desprende de los breves y fulminantes Haikú, esa «bonsaica» (si se me permite inventar palabras) poesía japonesa. El lector se prende ante la Tinta China de Hector Reyes, y después no importa si es tinta verde, azul, blanca o roja, sino lo certero de sus dardos, ya sea cuando aborda la desilusión, por ejemplo:
No creo En la mala suerte Ella insiste En creer en mí
O en el amor, a veces confundiéndose con sutil humor:
Amor… En tu piel aprendí el Braille.
Y lo que es una constante, la reflexión, la búsqueda en sí mismo que a la vez somos todos, toda esa especie humana, la que utiliza el cerebro aunque no lo vea, en el constante desafío no de preguntarse sino el difícil reto de encontrar a veces respuestas y asumirlas sin flagelarse por andar buscando lo que no debía. Tampoco escapa esa clase ya estigmatizada, sobre todo en nuestros países tercermundistas, la política, que no hacen política sino que ˜polisaquean» a nuestros pueblos y así los presenta Reyes: No le hables con señas a un político Porque creerá que ya lo descubrieron.
Y aunque no creo, ni me gustan las monarquías, no me queda sino quitarme el sombrero ante este libro Tinta China de este que no salió singular sino plural, Reyes, Héctor Reyes.
No creí
que volvería a estar enfrente de ti
dibujando historias en mi mente,
colgado de un planteo imaginario,
dudoso, pero tan real en mi sangre,
mientras tú abrazada a tu guitarra,
vibrando las cuerdas en antiguas melodías,
me devuelves a un pasado
del que nunca salí del todo ileso.
Es así
que miro a través de mis temores,
de mis heridas secretas que no adivinas
ni en tus sueños más lúcidos,
de mis ansias por alcanzar
un pedazo de lo que a ti te roza
en esta desavenencias de destinos
que marcan el ritmo de nuestros pasos,
en donde ya no sé si eres tú la que se aleja
o soy yo el que se marcha.
No bastan
No bastan las cosas que crees suficientes,
cuando lo que haces no roza
el precipicio de lo imposible.
No bastan los momentos vividos,
cuando lo que el corazón reclama
es morder el polvo con violencia,
a fuerza de insistir y agotar las posibilidades.
No alcanza con decir un nombre que te incluya,
cuando estás imposibilitado
de encontrar el tuyo propio
en la maraña de ecos que te perturban,
ni bastan los adjetivos,
los pronombres, los verbos,
si el predicado pierde conexión
con el sujeto de tu llama eterna.
Tampoco bastan las heridas de una emoción pasajera,
desde que eres incapaz de sangrar por dentro,
y aun así, recomenzar otra vez,
ni romperte en mil pedazos,
si no puedes reconstruirte en el día a día
de tu constante caminar.
No basta el hastío de las lamentaciones,
si no te decides a marcharte para permanecer,
ni ganar soledad para generar compañía.
No basta la torpeza de perder para caer,
cuando desconoces que la derrota
la podrías convertir en victoria.
No bastan.
Distancia
Al fijar en un punto mi mirada
puedo ver la distancia que divide
el dolor masticado en soledad,
de lo que se desprende de esas cosas
tan nuestras, que aunque extrañas
entre sí, se parecen.
Siento lo inalcanzable
y el anhelo interior de seguir,
aun al precio cruel de abandonar
uno por uno todos mis arraigos
en el altar de cada huella sobre la arena.
Y a mitad de camino
entre lo que fue y lo que no será,
sabiendo que transito un viaje interminable,
percibo el brutal ritmo, el que ha sido forjado
por nuestros prisioneros, que amos de nuestras penas
necesitan mostrarnos lo que aún no alcanzamos,
que con lejano grito impulsan a cruzar
el desierto y la noche más oscura,
el frío y el calor,
el cansancio y la sed,
para dejar de ser tan sólo sensaciones
y erigirse inmutables en partes de la puerta
por la que pasaremos desnudos ya de heridas.
Esas marcas
Esas marcas que llevas en las manos
y que muy pocos sabrían leer,
no fueron consecuencias de andar por ahí
cazando vientos en tardes de lluvia.
Más que nada, más que todo,
ellos se plegaron a ti porque eres
más que un simple recuerdo que se autoalimenta.
De ser, polvareda que se levanta,
espinas que se clavan y tiempo
como eterno devenir.
Nadie lo ve, todos lo sienten,
el azul de un crepúsculo cuyo sol
ha perdido su pigmento,
para cedértelo a ti,
a tu espejo de plata incorruptible
que refleja el oro de tus mil pétalos solitarios.
Me rompe,
me despierta de este sueño imposible,
de esta soledad que bebe de una lejanía de frío
que desmaya su alma de tumba y silencio.
Muero hasta que me ves y me tiendes
esas manos, esas marcas, ese tiempo,
esa forma definida por contornos
de geometría antiquísima,
y entonces no sé lo que en mí nace.
La abuela Severiana era bajita y bien plantada. Vestía a la vieja usanza, con su chambra y su toquilla y sus interminables sayas bajeras y encimeras. Un elemento esencial en su indumentaria era el pañuelo, prenda que solo se quitaba para dormir. Atado debajo de la barbilla, caía airoso por detrás formando un pico a la altura de la espalda, con ligeras variaciones que dependían del humor de la abuela: hacia atrás cuando estaba de buen talante, descubriendo su frente ancha y la raya que separaba simétricamente las dos mitades de su pelo, pero en los días de migraña, echado hacia delante, formando una especie de visera encima de los ojos, detrás de la cual se parapetaba sin decir ni mu hasta que se le aclaraba la jaqueca.
Esta dolencia le venía a ramaladas y coincidía –según ella— con la aparición de “La Caballería” en la Campiña, unos nubarrones blancos que se encaramaban en las montañas y traían con ellos un ventarrón seco y frío de mil demonios. Así que “La Caballería”, el viento y la jaqueca de la abuela estaban en estrecha relación y aparecían y desaparecían simultáneamente. Un delantal remataba la vestimenta, atando su cintura breve y perdiéndose en lazadas en los innumerables pliegues de las sayas que llegaban hasta el suelo, descubriendo apenas unos pies diminutos.
Debajo de la chambra la abuela llevaba el justillo, que solía colgar en el cabezal de la cama cuando iba a dormir y que se colocaba laboriosamente por las mañanas, estirando las cintas una y otra vez hasta juntar los extremos de la prenda.
La abuela vestía de negro y tenía, eso sí, su ropa para los días de cutio, de un negro apimentonado y desvaído, y la ropa que se ponía las fiestas de guardar y que solía meter otra vez en el baúl cuando venía de misa.
En su cara redonda, destacaban la nariz respingona y los ojos claros salpicados de motitas negras. En la boca le blanqueaba como único superviviente un diente que había formado un surco en el labio inferior. Los otros dientes los había perdido la abuela en su juventud, siendo moza de labranza en un pueblo por detrás de La Campiña: una mula se los mandó al tragadero, esta era la expresión de la abuela cuando lo explicaba, como si aún recordara el impacto de la coz: “No sé cómo no me quedé en el surco” –decía. Pero sola y a mucha distancia del pueblo, se lavó en un cubito, se apretó la boca con el pañuelo para impedir la salida de la sangre y no perdió el jornal.
Su carácter férreo y voluntarioso permaneció incluso cuando le cogió la chochera y contrastaba con una ternura enfermiza y desmesurada que sentía por nosotros. Acobardaba a mi madre, menos enérgica por naturaleza, e incluso a mi padre que nunca se atrevió a volverle los ojos. Fue, mientras vivió, el mejor aliado que tuvimos; era como tener a alguien que siempre estaba de tu parte, incondicionalmente. Y si alguna vez a mi madre se le escapaba la mano, porque éramos todos de la piel del demonio y la volvíamos loca, salía la abuela: “¡Madrastrona, que eres una madrastrona! ¡Me valga Dios…! Parece mentira que los haigas parido” Y nosotros, parapetados tras las sayas de la abuela, cruelmente conscientes del poder de sus intervenciones, minábamos una y otra vez la paciencia de mi madre.
La abuela Severiana era miope, aunque nunca llevó gafas ni la vio un especialista, eso no encajaba con ella. Tuvo siempre una atracción irresistible por la letra impresa y leía todo lo que encontraba, acercándose a las letras hasta taparse prácticamente los ojos.
Los periódicos llegaban al pueblo con el consiguiente retraso, pero la abuela los leía y releía sin importarle la mayor o menor actualidad de las noticias. Estaba al tanto: “Hoy no ha venido el papel “ –decía- y repasaba el del día anterior o las hojas con que en la tienda nos envolvían el género, ya fueran del “ABC” o de “El diario de Burgos”.
Con lo del paralís se le acrecentó la miopía; a nosotros nos distinguía por instinto, pero cuando la sacábamos al sol en el sillón de mimbre y las mujeres se acercaban para preguntar: “¿Cómo andamos, Severiana?” solía decir cuando se iban: “Pues velay que no la hi conocido”.
Antes de lo del paralís, se rompió un brazo y desde entonces ya no hizo nada bueno. Un día llegó el Pedrito sangrando de la escuela, con un desgarrón en la oreja, de un mordisco que le había dado un muchacho del tío Vidal. A la abuela se la llevaban los demonios: “¡Rediós!” Hacerle eso al chico…”
Déjelo, cosas de muchachos –decía mi madre. Había una buena nevada y no acostumbraba a salir cuando el suelo estaba poco seguro, porque andaba ya muy torpona, pero no pudo aguantarse y bajó la cuesta del juegopelota con las manos en jarras; al final de la calzada, patinó en el hielo y no fue capaz de levantarse; la trajeron a casa entre dos hombres y estuvo enyesada el resto del invierno.
Luego vino lo del paralís: un día vistiéndose se quedó paralizada de media parte y mal que bien se fue defendiendo, aunque mi madre la tenía que peinar y vestir. Al año siguiente le repitió y ya no se movió del sillón de mimbre. Allí junto al fuego pasaba la abuela horas y horas, golpeando rítmicamente el suelo con el pie derecho, produciendo un ruido acompasado en las maderas viejas que solía acompañar con una especie de cantinela ininteligible, algo remotamente parecido a una nana. En los baldosines del fogón, frente al sillón de mimbre, dormitaba el gato hecho una bola y, cuando la abuela interrumpía el ritmo parando su pie derecho, abría los ojos como si la vigilara.
Luego, a los finales, la lengua se le empezó a entorpecer y apenas hablaba. Mi madre tenía con ella cuidados especiales (entonces para comer plátanos o pescadilla había que ponerse malo), pero la abuela, cada vez más inapetente, se guardaba los plátanos y las galletas en los bolsillos del delantal y, adosada al sillón, nos buscaba con la mirada para dárnoslos cuando escapaba del control de mi madre.
Un invierno se llevó a la abuela y, durante mucho tiempo, me dio respeto entrar en la cocina y ver su sillón vacío junto al fuego.
La abuela Severiana murió hace muchos, muchos años, y todavía desfila por los senderos del recuerdo dejando tras sus pasos diminutos un leve susurrar de enaguas.
Era como mi sombra y me miraba
oscura desde el centro a la cabeza.
Enroscándose donde el miedo empieza,
a la muerte que soy me recordaba.
Hecha de negras voces me llamaba
-arrodillado yo como el que reza-
El color de sus manos, la pobreza
-el odio de su aliento deformaba-
Detrás de mí corría y con sus brazos
encadenándome se parecía
al diablo más feroz y más hambriento.
Su cuerpo era mi cuerpo hecho pedazos
y mi sangre sobre su sangre olía
a la piel putrefacta de su aliento.
De: El último deseo
Mañana volveré para enterrarme vivo
y volveré con esa tierra nueva
con olor a humedades y a verano.
Iniciaré
ese rito de apagarme un poco
cada cinco de mayo.
Topo de mis verdades
y ciego entre mis gestos de silencio,
cavaré hasta retener las sombras
de lo que fuimos.
Mañana, ni la Luna
descubrirá mis buenas intenciones.
Será profundo el hoyo
donde seque mis lágrimas.
Y en mi caparazón de hierro
y cubierto de oscuridades
y acurrucado
descenderé a tus abismos
para poder amarte hasta las noches.
No creo en los deseos
por eso los escribo sin guardarme
los envoltorios.
Te creo sólo a ti
porque escuchas y callas
sin boca, ni nariz,
tapándote los oídos con los huesos
que te quedan.
Me creo solo a mí
porque sin conocerme
Soy lo único que reconozco.
Tú sabes que te debo…
Tú sabes que te debo
un pedazo de mí
y otro pedazo de ambos.
Yo no te pido nada
pero quiero asumir tu voz de medianoche
y quiero que lo intentes por ti aunque susurre,
otra mirada ajena a la que nos define.
Para mí sigues siendo
ese fugaz poema de diminutas alas
y una palabra a tiempo y una verdad a tientas,
vivida desde el ser que nos proscribe.
Atado a tu garganta te gritaré mil veces,
no importa dónde estés o hasta cuándo
y si la vida busca una luz en tu ombligo,
será porque en su fondo nació cualquier mañana
ese eterno rugido grabado a fuego,
entre las dos mazmorras de los ultraversales.
Naciste aquí blandiendo tus espadas
y vivirás aquí por mucho que te alejes.
De: El último deseo
Hay sangre que te hiere
y muertos a decenas en tus ojos,
y tristeza y olor a desengaño
en tus pobres caricias.
Te niegas a vivirte como un escarabajo entre desechos
y me pides que sueñe y que decida
entre tu risa imbécil y mi carne invencible.
Hoy puede que no lleguen
mis manos a tu vientre
y puede que me ría hasta de ti,
y no lo haga contigo.
Juzgarme a mí callando
resulta tan gracioso como partirte el alma
con tu acero de estúpidas certezas.
No me vengas con eso
y ríete del tiempo que te queda
perdido en el espacio de tus ojos.
Riámonos del calco de tu espejo
y de cada segundo entre segundos
y vívete y olvídame.
“Siento a la literatura como la expresión artística más completa”
A Mirella Santoro, una italiana nacida en Parma y que en la actualidad vive en Buenos Aires, le gustan las cosas sencillas. Ella sabe cómo sacarle punta a los sentidos y por ello nos comenta el placer que le supone caminar al atardecer por callecitas arboladas y solitarias, leer mientras toma un cappuccino en un café, mirar el río y la puesta de sol desde el balcón, tener largas charlas con amigos, disfrutar de los colores del otoño, escuchar música, bailar. Cosas pequeñas, tal vez, que contadas por ella, mujer de una sensibilidad muy fina, adquieren grandes proporciones.
Mirella, que adora la montaña y el mar, se remonta en el tiempo para explicarnos que en una época recogía caracolas, trozos de corales que encontraba desperdigados por la playa y piedras tipo ágatas de las montañas. Una hermosa afición, sin duda.
En cuanto a las películas le gustan todos los géneros menos el de terror.
Es una mujer inquieta, a la que le gusta aprender cosas nuevas. Nos comenta que su última afición es hacer videos, y os aseguro que están muy bien realizados. Aprendió hace poco con un programa de escasas posibilidades que le sirve para aguzar la creatividad y además le resulta muy terapéutico, nos dice.
También se dedica al dibujo, la escultura y la fotografía, pero por encima de todas sus aficiones, ella, una prosista de gran altura, nos asegura que al escribir es cuando se siente más plena.
Mirella es sincera, afable, se la percibe cercana. Por ello no me extraña descubrir que entre las cosas que le disgustan se encuentra la falta de solidaridad y la mentira.
Nos confiesa que le desagrada, al igual que el caos de la ciudad o el calor excesivo del verano, “sentirse a veces tan sapo de otro pozo”.
1. ¿Qué es para ti la literatura?
Nunca me hice esa pregunta, tal vez porque la literatura entró en mi vida desde muy pequeña, en un proceso natural como el de respirar o dar los primeros pasos. Simplemente era —y es— algo vital para mí. Siento a la literatura como la expresión artística más completa, es un modo de conocimiento, un estímulo para la reflexión. Involucra a la mente, mueve las emociones, despierta el espíritu, imagina o le busca un sentido al mundo.
2. ¿Y la poesía?
Es el género literario más elevado y complejo, que suele brotar de lo más hondo de uno mismo. Es una forma de vivir y de percibir la realidad.
3. ¿Desde cuándo escribes y qué motivación tienes para continuar?
Empecé apenas supe escribir. Pero antes vino el dibujo, mi primer gran amor. Dibujaba comics inventados por mí y les agregaba diálogos, textos aclaratorios. Con el tiempo se invirtieron los papeles: escribía historias que después ilustraba.
Cualquiera de los experimentos artísticos que exploré, el dibujo, la fotografía, la escultura, se originaron por la necesidad primordial de expresarme, de comunicar, probablemente por ser tímida y callada.
En la escritura es donde mejor pude y supe volcar mis miedos, las ansias, lo que me apasiona o lo que detesto.
Concuerdo con lo que nos decía Abelardo Castillo en su taller, que el mejor lugar donde el que escribe logra comunicarse es en sus textos y los personajes que forja son los que hablan por él.
4. ¿Cómo definirías tu prosa?
No sabría definirla. Como soy una buscadora probé distintos géneros: la ciencia ficción, el policial negro, el cuento fantástico, el relato costumbrista. Con el tiempo mi búsqueda fue cambiando, me pulí, aprendí a tener una voz menos “desafinada”.
Creo que el elemento en común que aparece en muchos de mis cuentos es el atisbo de un mundo mágico en la realidad cotidiana.
5. ¿Y tu poesía?
Casi no escribí poesía, le tengo demasiado respeto y me muevo más suelta en la prosa poética. En mis escasas experimentaciones el énfasis estuvo puesto en bucear en mis propios sentimientos y vivencias.
6. ¿Qué influencias literarias han marcado tu forma de escribir?
Inconscientemente, casi todos los autores que me impactaban y que se renovaban a medida que conocía otros. En forma consciente —y con absoluta alevosía— me acerqué al estilo narrativo de Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Italo Calvino, Hemingway, J.D. Salinger, Juan Rulfo, Clarice Lispector, Virginia Woolf, etc. etc.
Pienso que son procesos que se van dando hasta encontrar una voz propia.
7. ¿Crees que un escritor debe estar comprometido con el tiempo que le toca vivir?
Un escritor primero debe estar comprometido consigo mismo y con la vocación de escribir. Si lo está a fondo y honestamente, la consecuencia lógica y natural será el compromiso con la realidad que le toca vivir y que reflejará en sus textos.
8. ¿A qué público pretendes llegar?
Al que le interese lo que escribo, no tengo preferencias. Cuando abrí el blog lo hice con un prejuicio: si es que llegan a leerme, seguramente será alguna mujer. El primer seguidor que tuve fue un hombre y hubo un período en el que la mayoría que opinaba y dejaba comentarios eran hombres.
Ahora la balanza se ha equilibrado.
9. Para ti ¿qué condiciones debe cumplir un escritor para ser considerado como tal?
Tener algo que decir y saber decirlo. Tener la vocación, ese “ansia” o hambre, a veces voraz, que lo inciten a buscar palabras para saciarse.
Y, por supuesto, el amor por la palabra. Hace falta la dedicación, el respeto, la paciencia para extraer el término justo, el que exprese cabalmente la idea, la descripción o el sentimiento que se quiere comunicar.
10. ¿Cuál es tu proceso creativo, te sientas a escribir poesía o esperas que la inspiración llegue?
No creo en la “inspiración”, más bien en instigaciones tanto internas como externas. Si lo de afuera nos incita es porque tiene una correspondencia en nuestro interior. El impulso más fuerte lo proporciona el dolor y la necesidad de sacar lo que nos hirió.
También los sentidos me traen temas. Las imágenes, los olores o el verso suelto de una canción logran desencadenar una catarata de emociones que, en una fase posterior, intento ordenar más racionalmente.
Como me gusta arquitectar historias, el desarrollo es más largo. Debo encontrar las voces de los personajes, en qué tiempo y lugar suceden los hechos, armar la trama y sobre todo encontrar el final, lo más arduo.
11. ¿Piensas que hay mucho egocentrismo en el mundo poético o que, por el contrario, es un mito?
Conocí a pocos poetas, sí a escritores, algunos con cierto prestigio, otros apenas conocidos, también artistas plásticos y unos cuantos se creen más de lo que realmente son.
Pero considero que hay narcisismo en todas las actividades y profesiones, es una faceta del ser humano que ha ido creciendo en estos tiempos. O por lo menos se manifiesta más abiertamente, quizás por el deseo imperioso, propio de esta época, de exposición y éxito.
12. ¿Crees que la poesía vende?
En la Argentina ni prosa ni poesía venden. Los escritores suelen tener otras fuentes de ingresos: coordinan talleres, colaboran en revistas o periódicos, dan seminarios, participan como panelistas en programas culturales, en más de una oportunidad sin remuneración alguna.
13. ¿Cómo ves la literatura en la sociedad actual?
La mayoría de los lectores a la hora de comprar elige “best sellers”, libros de autoayuda, biografías de personajes famosos o supuestos análisis políticos escritos por periodistas mediáticos. Si ventilan datos escabrosos esos libros salen como pan caliente.
Los clásicos de la literatura duermen un sueño injusto en las estanterías, velados con el polvo del olvido.
14. ¿Qué opinas del formato digital con vistas al futuro?
Lo acepto, como una opción más. Hay que adaptarse a los avances tecnológicos actuales, aunque prefiero tener en mis manos el libro de papel, con su tacto y su olor particular. Lo importante es que no se pierda el hábito de la lectura.
Mirella, ha sido un placer hablar contigo. Agradezco tu amabilidad y espero que podamos repetir la experiencia.
Me despido agradeciendo el espacio que me han brindado, el interés por conocer facetas mías y desde ya estoy dispuesta para lo que necesiten o quieran saber de mí. Besos, Rosario.
Cuando se muere un año y nace otro
no cambia nada más que el calendario.
Eso de que la vida fluye como los ríos
es mucho más que una metáfora,
nunca es la misma el agua que contemplas
ni podrás alterar lo ya vivido cauce arriba.
Preocúpate, barquero, por el tramo restante
y navega caudales con tu brazo al timón.
No está lejos el mar que todo iguala,
del que nada conoces, porque nadie retorna
por mucho que te vendan paraísos
e intenten corregirte con infiernos.
Por eso, no te importe una fecha concreta,
qué más nos da que acabe en cinco en vez de en cuatro,
lo que sí cuenta es que disfrutes
de las, ojalá muchas, singladuras
que aún ruedan en el bombo donde mora el destino.
Un año más o un año menos es sólo una medida
y la felicidad, por suerte, nunca supo de métricas.
A Rogelio Oficialdegui, in memoriam
Siempre llega la muerte tras la vida,
pero a veces nos roba de repente
sin dejarnos siquiera despedida,
conjugando lo duro del presente.
Rogelio, buen amigo, quién pudiera
ponerle alas de pájaro a ese avión,
no dejar que cruzases la frontera,
volver a oír tu voz y tu razón.
Nos queda tu nobleza, tu bondad,
esa fina ironía, esa prestancia,
buscando mitigar la soledad,
queriendo hacer cercana la distancia.
Lo que nos queda es mucho, compañero,
el recuerdo de todo un caballero.
Viajar con lentitud
Hay que saber viajar con lentitud
dejar que los paisajes derroten a las prisas,
acortar singladuras, paladear lo bello
y disfrutar en paz cada rincón.
Dar pasos, no zancadas,
parar, hacer un alto en el camino,
contemplar y admirar, en vez de ver,
y no perder el tiempo en las fotografías.
Si aprendes a viajar de esta manera
el destino del viaje no será lo importante;
en cambio lo serán esas pequeñas cosas,
que sólo llegarás a descubrir
cuando camines a su mismo ritmo.
Lunático que fui
Lunático por ti, fui hombre lobo
o cordero pascual, si lo pedías,
mas constato que tú, como la luna,
te creces y descreces en pasiones.
Hoy toca que estés llena y todo vale,
hasta que pronto mengües y los celos
te lleven a la nueva discusión
que olvidarás, voluble, cuando crezcas.
Este fiel selenita, mi lunática,
deja de ser satélite de ti
cansado de tus fases, el licántropo
echa el diente a las otras del astral.
Llevas razón, la fiera ha despertado
y abandona tu cárcel. De luneo
salgo de caza en busca de una estrella
y en vez de tibia luz encuentro un sol.
Tierno cobijo en cada amanecer
que me da rienda suelta por las noches.
¿Lo entiendes, cielo? ¡Cómo no escoger
pasión con libertad y sin reproches!
La mujer, con andar tambaleante, salió al balcón y apoyó la espalda contra la pared. Hacia el oeste la ciudad se extendía igual que un cementerio, nichos y más nichos se apretujaban como una aglomeración de panteones decadentes. La muerte antes de la muerte.
Hacia el este el horizonte estaba delineado por el río: un pálido león recostado bajo las nubes. Un alivio en la grisura del paisaje urbano.
La mujer se tocó la frente, la fiebre no había cedido. La brisa de esa primavera inconstante le produjo un escalofrío, sin embargo, no se movió. He llegado a la etapa en que todo me da lo mismo. Lo que no te mata te hace más fuerte.
Un avión cruzó el cielo como un pájaro apurado. Acababa de despegar de Aeroparque, dibujó un semicírculo y fue deglutido por el celaje.
Ella estiró un brazo y con los dedos arañó el aire. En su percepción creyó que recogía nubes. Es linda la fiebre después de todo, te instala en una dimensión donde todo es posible, que este balcón se desprenda del edificio, atraviese el río y alcance otras tierras. Del otro lado puede estar el país de Nunca Jamás, basta que gire en la segunda estrella a la derecha y vuele hasta el amanecer. O mejor aún, tal vez consiga aterrizar en mi pueblo natal, a los pies de los Apeninos. Entonces estaré bien, me sacaré de encima la nostalgia de algo inexistente, que nunca viví.
Se aferró al marco de la puerta. El mundo era una girándula que chisporroteaba luces, colores y, gracias a la fiebre, la llevaba lejos de la cama demasiado grande y vacía que la esperaba del otro lado de la pared.
Cavilaciones
Te sentís envejecida y no es solamente cuestión de años. La vida te va diluyendo en matices abstractos. Te empuja hacia adelante para terminar en el mismo punto de partida: una noche de agosto que no querés recordar ni olvidar y que flota en tu memoria como un cadáver hinchado en una ciénaga. Quedó a medio hundir, aún asoma su putrefacción, siempre a medias, no se va y emerge cuando menos lo esperás.
Leíste que la rabia es un gran consuelo. Falso. Puede servir al principio, después, si se instala, te carcome como una polilla angurrienta en un canibalismo espiritual improductivo.
Como si fuera poco, ahora se le agrega lo físico, que encaraste con un tratamiento no tradicional al que resultaste alérgica: una en un millón y te tocó a vos. Las inyecciones en el abdomen embadurnan su palidez con ronchas enormes, que viran del rosa oscuro al violáceo, duelen, pican e, impertinentes, se estiran por toda la panza.
Tu destino sería la cama, un sitio del cual escapás. Tus últimos escritos se refieren exclusivamente a hechos tristes que ocurren en dormitorios. Por eso preferís apoltronarte en el sofá, ubicado junto a la puerta ventana que da al balcón. Desde allí observás la amplitud del cielo, sentada también alcanzás a ver el fragmento del río que no ha sido ocultado por la proliferación descontrolada de torres.
Te preguntás en qué devino este blog que el mes próximo cumplirá tres años. De los relatos iniciales no quedan rastros y cada vez más se asemeja a un diario ambiguo de tus estados anímicos y corporales. Tenés la necesidad de compartir virtualmente aquello que nadie sabe de vos en la realidad, salvo esa amiga de oro.
Qué pasó con la tana reservadísima, de mirada intensa y sonrisa gentil, que ahora desviste sus emociones en un striptease sin sentido, ni siquiera literario. Expone su miedo, la incertidumbre, la decepción, la melancolía que la conduce de la mano y no la abandona, el escepticismo que nunca experimentó y que ahora la envuelve en un halo amargo. Quién es esta que aparece.
No podés escribir sobre otra cosa y te estás planteando la posibilidad de no publicar más hasta que salgas de esta jaula, encuentres temas que te saquen del ensimismamiento y que tu ombligo enronchado deje de ser tu limitada visión del mundo. Hay demasiado dolor afuera como para añadirle tus egoístas gotas de hiel.
A través del vidrio comprobás que ha regresado una especie de golondrinas —de la que desconocés el nombre—, que todos los años vienen para esta época. Son pequeñas, revoltosas e incansablemente vuelan en círculos. ¡Ojalá logres escribir algo sobre ellas!
No, yo jamás me apuro tan solo voy venciendo pronto al tiempo, talando mi apellido como también mi nombre desde la pena cruda hasta la inconfesable risa rota, como se tala un árbol construido con piedras con sólo gestos mudos.
Si me digo te nombro sin querer y a conciencia, como lo hacen los solos, desprovistos de un corazón insano como manso, masticando el sonido que no habla y que sueña su canto vuelto carne.
Y si te nombro huyo del centro de mis cosas y mis juegos, como si consiguiendo dibujarte logre también callar tanto demonio gritando en mis tobillos su prisión.
No, yo jamás comulgo ni con la virgen pura ni con la puta santa ni con la tradición ni con lo nuevo, vomito -simplemente- el escándalo cruel de lo que me rebasa o que me sobra cuando me faltan manos para tocar la piel que más me falta.
Y danzo alegremente mi tristeza poblada de granates indecibles cuando siento que el límite me anuda los tendones, y apago por afuera cada uno de mis ojos cuando mi lengua lame el sabor de lo intenso fatalmente encerrado en un beso de fruta que nunca tuvo cifra.
Me pierdo del nosotros… pero es así que tiendo sobre mí el alambre de púas que escribe en mis espaldas el ritmo de la luz latiendo entre lo oscuro, es así que yo escribo sobre el muro del mundo lo posible de lo que llega y parte sin ser pleno, y es así que me triunfo del asco de los días sin llorar eso de ser carencia y todo esto de amar sin un destinatario.
Hay para qué
Hay un eco en mis manos sosteniendo tu nombre, una tristeza simple acurrucada y muda detrás de mi garganta que se calla el pasado, y una canción tranquila que te imagina cerca.
Hay una noche inquieta de calor y bichitos agolpándose fieros detrás del ventanal, un dolor reprimido que sin victimizarme me aleja un poco más de cualquier gesto burdo.
Para que así me encuentre con el balance abierto marcando los vacíos que tanto significan y que yo simbolizo desprovisto de formas.
Para que nuevamente me acompañe la luna en este juego inútil en el que siempre vences con tu voz que no llega y mi piel que zozobra.
Hay una noche inquieta de calor y bichitos agolpándose fieros detrás del ventanal, un dolor reprimido que sin victimizarme me aleja un poco más de cualquier gesto burdo. Para que así me encuentre con el balance abierto marcando los vacíos que tanto significan y que yo simbolizo desprovisto de formas.
Para que nuevamente me acompañe la luna en este juego inútil en el que siempre vences con tu voz que no llega y mi piel que zozobra.
Sigo siendo
Yo me caigo fácil y reboto sencillo.
Me rompen los dientes en un saludo mientras yo, anciano, mantengo mis ansias al límite de los almanaques.
Con un gesto, frase o mirada arranco la alfombra roja del suelo y escupo sobre el ropaje que cubre esa desnudez tranquila que alienta a mierda.
Si me compadecen o me admiran es algo que me importa mucho, tanto, como a la mayoría le importa qué siente el desconocido de siempre, —ese que tiene un rostro ignorado y un nombre que no se puede verbalizar—.
Me canso y me repongo desde la risa de correr de mí y hacia mí, me repongo y me abastezco de un sueño que tuve y te nombró, con el cuello más allá de las citas que dicen los doctos y que escupen desde el púlpito los no aptos para el fracaso programado.
Yo soy dispersión —¿recuerdas?— el grito que desafía a su posibilidad de paz porque en el ego no encuentra destrucción sino al potro más hermoso de domar sin ayuda.
Sigo siendo la sintaxis que no se persigna ante las formas que admira impunemente y sobre las que defeca sin posibilidad de lástima.
Y en esta pulsión, ridícula, inexacta y precisa siento que no necesito ni necesité nunca a nadie para desafiar a la estatura del tiempo con la poquedad infinita e inasible de mi boca en tu cintura.
Vivir de cerca
Refugiarse de todos, solo, en uno, en ese que palpita turbiamente el principio de Dios y su destino, desde el primer rugido liberado al sumar impotencias y perfidias junto con luminosas explosiones tras la dura derrota de los doctos.
Dejar atrás tejados rotos, sucios y el polvo de las calles bajo un cielo sonriente de dolor y de vacío, las canchas donde el tedio desganado nutre con descarada altanería la cruenta dualidad de los idiotas empujados a un ocio sin final mientras sienten que nada dura tanto como una tarde infecta de victoria.
Con el torso desnudo entre murallas empujar el presente hasta el pretérito con pétrea fortaleza y sin pudor, por quebrar con orgullo vanidoso el puente que sujeta las acciones al ajeno deseo de conquistas allí donde no cabe sino sed por despertenecer a lo común.
Y vivir estas cosas de más cerca palpando a los opuestos con los ojos como palpa la izquierda a su contraria en el mismo momento en que sin dudas se saben una parte del sentido que quiere gobernar aprisionando el último bastión de lo honorable, la prescindencia recia e incompartible que sostienen los solos con sus manos.
Título: Color Sepia Autor: Juliana Mediavilla Publicado: 2015 Género: Poesía Edición: Primera Editorial: Alkaid Ediciones ISBN: 978-84-942649-5-5
La magia de la infancia reside en que el niño descubre todo por primera vez, por eso los recuerdos de esa época se graban en la memoria como los surcos del arado en la tierra. Hubo un tiempo en que nos cuidaban, un tiempo donde estábamos exentos de responsabilidad y éramos pequeños dioses descubriendo el mundo.
Pero la infancia se va, no solamente por mandato biológico sino por la consciencia del primer zarpazo, el primer dolor del que ya no podemos escapar.
Juliana Mediavilla fue una niña de posguerra en un pueblo de Burgos. Su extraordinaria sensibilidad, su sencillez y su dominio de la técnica poética hacen de este libro un paseo emocionante por aquellos años perdidos en el tiempo y sin embargo, perennes en la memoria.
Sus recuerdos han despertado los míos porque todos llevamos un niño dentro que se reconoce tomando sopas de leche, mirando las estrellas en agosto o viendo coser a la madre.
Inolvidable en la voz de Juliana el primer beso que encendió el amor, las grandes nevadas de entonces que siguen abrigando el recuerdo, la escuela y su crucifijo observador, el conocimiento de lo que significaban los distintos toques de campana, las malas hierbas que borraban los caminos, las margaritas rojas, el homenaje a Edmundo.
Y la muerte, ese látigo que rompió la infancia, la deforestación de la arboleda.
Tras una fotografía en Color Sepia hay siempre una historia que contar:
Detrás está la vida y el instante: sobrevuela la sombra de la guerra que no vivimos impresa en el ambiente, en la calle, en la escuela y en las casas. un río de silencio entre los padres, una herida de ausencias sin retorno, una desmesurada cicatriz.
Juliana escribe que no ha de callar su canto porque su madre la parió mujer y la parió poeta.
“Cuando ellos se conocieron, los dos estaban solos. La de él era una soledad compuesta de soledad y de violencia. La de ella era una soledad donde acampaba un hambre que despacio se quedaba sin dientes.
Yo, por entonces, tenía una novia que era sólo mía. Él nunca me la disputó ni ocupó mi lugar porque entendió que la novia que yo me había buscado necesitaba de alguien como yo y no de alguien como él. Se lo agradezco, porque no llegó a hacerle nunca daño. A su modo, la cuidó para mí.
Luego ella murió y yo también me quedé solo y ya no me fui buscando novias que no fueran para compartir. Toda la vida compartimos todo de una manera natural aunque las mujeres siempre las proveyó él, dado que con mi primera elección (y debo decir en mi favor que era muy joven) fallé de plano. Nos divorciamos –ambos y enseguida– de una francesa hermosa que se asustó de él y sufrimos los dos, no solamente yo. Sufrimos, digo, porque él se volvió mucho más él después de aquella herida que recién ahora, luego de treinta años se ha curado en nosotros.
Esta mujer de hoy es toda suya aunque a veces ella apele a mí para que imponga la cordura en ambos”.
Tengo a esta mujer madura y rubia montada sobre mí.
Su piel entre mis dientes es la ruta de un canto que se ahoga y, su boca, su boca es una vulva y su vulva una boca, y ambas se abren con algo de flor ácida, para mi lengua que explora en la humedad. Murmullan suavemente una pasión grávida que yo he ido olvidando en este largo tiempo de no explorarla al borde del desastre.
Ella me llama “mi bestia dolorosa” cuando busca que el sexo le haga daño. Tiene algo de sadomasoquista su cintura que ya no pueblan hijos y su fuerte cadera leonina, de hembra de pradera que anda cazando a un macho por las sábanas.
Sus pechos son macizos y constantes, con un sabor ligero a grasa humana que me gusta lamer con lentitud. Lamo y lamo sus pechos como masas sudadas, manoseadas y tensas, que mis manos estiban en mi boca con juegos simples que la hacen reír.
Ella también me lame. Con su lengua y sus ojos me lame la piel y las ideas, agazapada como un devorador. Tiene ojos densos por los que asoma un clítoris mental que mis ojos provocan al orgasmo. Mucho hay de mental en nuestra química aunque parezca toda hecha de piel.
Hay más mente que piel en nuestra química, como una fantasía que podemos realizar más de una vez y siempre a nuestro gusto porque ni ella ni yo somos monógamos, aunque quizás tengamos algo de endogámicos.
Pertenecemos al mismo grupo de desajustados y nos comportamos como tales, en la cama y la vida por igual, aunque ella es más formal que yo de cara al sol. Sin embargo, cuando estamos solos, me permite que explore los espacios que la religión ha prohibido. Entonces practicamos el ver cuánto puede tener de rabia el sexo y hasta dónde somos capaces de llegar al provocar y recibir placer.
Siempre llegamos lejos, a veces demasiado porque lo nuestro es ver quién es el dominador y quién el dominado, ya independientemente de lo que uno y el otro representan en otros escenarios que no quedan aquí.
Yo soy el más fecundo si ella busca dolor. Y ella es la más sabia para ciertas torturas con las que el oficio que ejercemos nos tienta por igual.
Es buena torturando pero yo como torturado soy atroz porque el juego se transforma no ya en una puja con esa mujer que me tortura, sino conmigo mismo que resisto y así los roles cambian. Ella se frustra y yo me fortalezco una vez más.
Es raro que caigamos en lo convencional de dos amantes que se reencuentran, porque nuestra relación es laboral. Por eso me asombra cuando esa boca suya, entreabierta y acústica, vuelve a quebrar su voz sobre mi pecho con un: “Te extrañé tanto, tanto. Te amo tanto”, mientras sus ojos lloran.
Yo cierro los oídos y los labios y mastico el quejido como una implosión liberadora de todos los anclajes, allí, donde esta mujer rubia se derrumba conmigo en un derroche de cuerpos satisfechos.
Prefiero no pensar en sus palabras, ni siquiera ahora que ambos respiramos esta calma sobre la piel viciosa que va perdiendo agitación despacio, porque las palabras que esta mujer ha dicho no están en el libreto ni son parte del show de los orgasmos, de esos orgasmos que provocan que una hembra –a la cual no amamos– se abra y a pesar de nosotros, nos diga su verdad.
De: Animal de tormenta – Los diarios de Aivan Jaid
De historias para no dormir y otras «vellocidades» II
Dentro de este lugar el silencio es un inmensurable eco que se hace maquinalmente pulcro en los rincones y ambiguo y anchuroso mientras flota pegado sobre el aire.
La elección de hacer las cosas sucias me está permitida en el contexto de la desolación, como a la luz se le ha concedido volverse magia refractando en un prisma.
Se ausentaron las moscas y los peces son gotas de alabastro panza arriba, o redondeles de mercurio cósmico, enredado en el moho de un agua podrida por cadáveres.
Me lavo los pies en ese charco quieto, donde la bruma verde se ha adherido a la cárcel del vidrio y el olor a abandono trepa todos sus muertos a mi olfato.
Dejé morir los peces del demiurgo como murió la luz cuando trabé con maderas las ventanas que siempre dan al viento y abandoné las plantas a un desierto cerrado hecho todo de muebles y sin sol.
Profano los recuerdos como un bárbaro.
Dentro de la pecera caen lágrimas.
v
Sólo esta vacuidad.
Sólo este ambiguo soporte de destrezas.
Sólo la soledad.
Sólo lo que está solo en un paisaje solo en el que soy el solo que existe solamente.
Hacerme viento.
Hacerme Sinaí.
Sólo desierto
v
Después llega lo trémulo.
Tiembla la carne que tiembla en la palabra que se vuelve mordible.
Cárnica boca llena de una lengua tan húmeda como lamiblemente lujuriosa y apenas invisible en esa ocultidad de los recatos.
Asesino en silencio ese idioma que niega sus orígenes y se vuelve rebelde, reveladoramente irreversible ante la paradoja de sí mismo sin un consigo acorde ¿O un conmigo? O algún otro un que cruce, con alas inventadas, el puente derribado por la sola costumbre de aquel aislamiento en el que somos libres.
Es mejor estar solo que este ser vulnerable en compañía.
v
La luz se ha derrumbado.
Debajo de la luz, soy una sombra que escapa por un hueco.
La luz se ha derrumbado sobre mí, igual que la memoria.
Anaqueles de luz se han derrumbado con sus libros monótonos encima de mis libros y todos confundidos, somos papeles viejos.
Pero no llega el viento a hacer limpieza.
La luz no existe más.
Tampoco el aire.
v
Luego vendrá la escoba a poner orden en el sitio impedido de las manos.
Barrerá los cerebros que acumulo, el hambre de beber, la sed del daño, la impúdica y reñida mansedumbre de lo que persevera y nunca ceja.
El dolor está listo y embalado, pero se hallan de huelga los correos y bajo el brazo pesa su gratuidad, temblando.
¿En qué buzón comprado depositar la ofrenda que agoniza con su propio holocausto entre mis dientes?
La luz no vuelve más desde la aurora.
Le pertenece sólo a las estrellas.
v
Larga piel de agonía. Subluxación del alma que no se amolda al hueco en que le sobra espacio porque es poca y se retuerce, tratando de agrandarse hacia la vastedad de estar sin nadie.
¿Quién entiende de luz en estas sombras en la que el grito es una flecha opaca y mata ciervos de tela y de peluche?
Sólo ambulan dragones de Komodo en la parafernalia de esta boca con más dientes que aquellos de lo humano y una lengua infecciosa como un antro de prostituir ángeles de vidrio. Igual estoy en paz desde el retorno.
Toda sombra es aquello de lo impune.
v
Que todo sea un apagón de sangre. Un sitio de metales que rodean un latido penúltimo y disparan – fiera violencia rota – destiñendo la boca de la carne hacia un cementerio de cerámicos.
Que todo sea un apagón de sangre. Una boca deshecha que se abre con hondo estremecimiento muscular y tiembla, precipitada como alguien que corre, boqueando como alguien que gotea su último estertor amurallado y acaba, dulcemente, en un sopor de charco que coagula.
La sangre es lo más íntimo de un hombre.
Pinto en rojo tu nombre sobre el karma y luego resucito, ya vacío.
Me conoces y sabes que me duele dolerte que mis palabras duras son cobardes pues dejan la tarea difícil a mis ojos que siempre me delatan.
Nos resulta imposible apagar los incendios de todas las verdades. Nuestro círculo asfixia mientras nos convencemos que es normal que el arco iris pierda sus colores.
Ninguno admite frente a frente el desencanto que habita dentro desde que la rutina echó raíces en la tumba de los sueños.
Nuestra historia merece ser una buena historia por eso mi mirada suplicante se detiene en la puerta de salida.
Prioridades
Mi agenda es un exceso de palabras y de cruces severas sobre las ilusiones. Las horas son caudillos que cubren los paisajes mientras se multiplican mis deberes.
A veces continúo por inercia agregando renglones, manteniéndome ciega a las señales, con el asombro preso en los bolsillos para no distraerme con otras trayectorias.
Las letras de mi nombre se fugaron con la imagen que nunca pintaron los espejos, los años se escurrieron vestidos de uniforme sin conseguir aliados ni una bandera blanca.
Elegí estar detrás de la fila de hormigas para llevar el peso que las demás negaban y acopiando basura me crecieron jorobas.
Mientras el conformismo siga siendo mi escudo sobrevivo apretando las alas impacientes que anhelan el regreso de mi voz en primera persona.
Mi pecho estallará cuando suelte las aves.
Contigo es más fácil
De pronto las salidas se me esconden detrás de raros muros que crecen en las calles.
Mientras el sol burlón se muda hacia el oriente para llevarme repetidas veces a las coordenadas de tu nombre, mi compás sigue haciendo pie en la misma sentencia y el radio empequeñece acercando el infierno.
Nunca supe tomar atajos de mentiras y las alas están presas por mi condena.
Me da lo mismo
Hoy estoy triste y de nada me sirves, poesía.
Tal vez encuentre versos con metáforas claras para hablar de mi fondo más penoso que hoy presiento, fugaz y fugitivo.
Será que estoy cayendo por la garganta inmunda de la impotencia.
Mis manos acarician las paredes porque aborté las uñas.
Es algo rutinario un viaje sin boleto, y ya me da lo mismo adonde lleva.
En las coplas de pie quebrado no debe considerarse el concepto de pie como unidad de escansión (como en la poesía griega y latina) ni como en la actual castellana, que supone también una unidad menor (como, por ejemplo, cuando se habla de «pie de rima»). En la época de Jorge Manrique, el concepto de pie era asimilable al de verso, en su sentido métrico.
Así lo registra el DRAE: m. desus. Cada uno de los metros que se usan para versificar en la poesía castellana.
Entonces cabe preguntarse qué es lo que se quiebra cuando se habla de pie quebrado. Porque el ya quebrado es el verso corto, pero se ha quebrado del anterior largo.
~ quebrado. 1. m. Verso corto, de cinco sílabas a lo más, y de cuatro generalmente, que alterna con otros más largos en ciertas combinaciones métricas.
¿Y por qué cuatro o cinco? ¿Aun tratándose de estrofas octosilábicas? ¿A capricho del poeta? Propongo una explicación.
Cuando el verso largo anterior (octosílabo) es grave, el quebrado es de cuatro sílabas. Si los sumamos a ambos, tenemos un dodeca acentuado en séptima.
Ejemplifico con el más célebre poema de esta forma, poniendo en la misma línea el verso quebrado:
Recuerde el alma dormida, [8] avive el seso y despierte contemplando [12] cómo se pasa la vida, [8] cómo se viene la muerte tan callando [12]
Aquí, el verso quebrado mide exactamente la mitad del largo (cuatro sílabas), pero no pasa igual cuando el largo es verso oxítono (agudo), pues al contar realmente de siete sílabas, requiere de una más (cinco) en el quebrado. Ver:
¿Qué se fizo el rey Don Juan? [7+1=8] Los infantes de Aragón [7+1=8] ¿qué se ficieron? [5]
Que vendría a ser:
¿Qué se fizo el rey Don Juan? [8] Los infantes de Aragón ¿qué se ficieron? [12]
Cierto es que el mismo Manrique no es siempre consecuente con esta norma, pero creo que deben considerarse algunas cuestiones:
+ que las estrofas en las que no se atiene a lo señalado no suenan tan bien como las otras; + que desconocemos la exacta entonación de la época (casos de distintos recursos o licencias usuales, por ejemplo); + que en 1476 (probable año de su composición) la normativa era incipiente.
Supongo que el asunto de cuándo el quebrado es de cuatro sílabas o de cinco estará estudiado, pero no encontré nada al respecto, y por eso me he animado a proponer esta interpretación.
Si algún paciente y generoso ultraversal encuentra algo más (y mejor, preferentemente), agradeceré el dato.