Ven aquí lucero hermoso, dame tus manitas tiernas, voy a contarte los dedos como si contara estrellas:
Diez dedos tiene este niño como diez luces pequeñas y en los pies, diez diminutos cordeles de una cometa. Cuando tu aprendas a andar se irán soltando los hilos con la justa longitud que hay de los padres al hijo.
A la par que vas creciendo se hará más largo tu paso, y cuando seas ya un hombre que no cabe entre mis brazos, si la vida me da tiempo, me sostendrás como un arco.
Vuela niño cuanto puedas con nobleza y desenfado.
Dos cometas en los pies y una estrella en cada mano.
Los dedos de la mano
Cada dedo de la mano tiene un nombre personal, el primero es el más bajo y le llamamos Pulgar. Al pequeño regordete lo usamos para agarrar.
Al siguiente de la fila le gusta más señalar, Índice es largo y delgado, más que su hermano Pulgar y cuando cumples un año ¡a todos se lo dirá!
El tercero de la fila es el dedo Corazón está en el centro de todos y es alto como un señor, queda en medio de la mano, a su lado hay dos y dos.
Ya casi estamos llegando, con los dedos, al final, pero antes de que acabemos hay que nombrar a dos más; uno que es muy presumido, y que se llama Anular porque se pone el anillo de los novios y papás.
Por último un chiquitín, pequeño como un penique, más flaquito que el Pulgar ¿Cómo se llama? ¡Meñique!
Y ya que los conocemos, ¡vamos todos a jugar! Pero antes diré un secreto: a los dedos de las manos ¡les encanta dibujar!
La bruja Lombarda se ha puesto perdida: haciendo un brebaje le saltó una chispa, le cayó en la falda, se ha vuelto amarilla.
Su búho, asustado, no quiere mirarla, le dice muy serio y hablando de espaldas: ¡Estás horrorosa! ¡Límpiala con agua!
La bruja Lombarda no viste colores, siempre va de negro, de día y de noche, y el color del sol le alegra la cara igual que el limón alegra la rama.
Se han puesto a bailar por toda la casa, el búho la sigue, -qué cosa más rara- y es que la brujita le ha echado en las alas gotas del brebaje que tiñó su falda.
Venían de lejos y todas en una, sus pieles las horas distintas del sueño, sus voces las luces detrás de la bruma.
Venían del tiempo de entonces y nunca, de allende la noche y sitios sin dónde.
Traían palabras y canto, su son para hijos sin suerte, los mismos muchachos descalzos por esos rincones de siempre.
Cantaban de un árbol secreto en su selva durmiente, un árbol cargado de hojas guardianas de sombra:
«El viento en las ramas, sin nadie que mire… Las hojas al viento, sin nadie que escuche… El viento y las hojas, quietud y silencio terribles de quienes aguardan tu lumbre…»
Y nadie percibe ni nadie descubre al pobre muchacho que pierde los ojos en este paisaje sin fondo
y encuentra el amor de la madre, y entiende su herencia de niño: la sombra que abrigan guardianes de pecho encendido
y sigue creciendo en los márgenes de tanta hojarasca que intuye el camino.
Me quedo ensimismado como si me encontrara en otro mundo, no reconozco nada, solo a mí yo iracundo que busca la respuesta a esa pregunta que nadie ha formulado… Me abstraigo en lo profundo de lo que ha provocado en mi persona el giro en la manera en que despunta la inmensa soledad con que esta realidad se posa en el abismo de mi encierro. Preparo la bañera, que el agua limpie el mal de este pecado, aunque solo por fuera pues dentro está todo contaminado – que allá, en el otro lado, al cruzar la frontera, al menos me reciban aseado. Con mis mejores galas – vestido elegante y afeitado – entorno el alma antes que el gatillo dispare el arma que en mi mano apunta, justo en este momento al que solo me enfrento, para acabar con todo y hundirme así en el lodo del que he salido a flote en cada intento que no tuve valor. Apuro hasta el final un cigarrillo, me deja un sinsabor, fugaz, amargo; anoto sin detalle un gris lo siento en un papel que saco del bolsillo; evito despertarme del letargo para no arrepentirme… me invento una sonrisa y rezo porque todo sea deprisa.
Diario de un suicida
Santiago Vázquez
Isabel Reyes
Malabaristas
Aquí o allá, todo es lo mismo, Todo sucumbe y gira alrededor del miedo, en el centro del vértigo. Todo busca caer. Somos malabaristas sobre un centro de gravedad que busca el extravío, seres encaramados en el aguijón-vértice de este tiempo cambiante, brevísimas catástrofes que están balanceándose y evitan la caída con cortos equilibrios inestables, ingenuos trapecistas que no saben que hacen sus aspavientos en una cuerda floja.
La abuelita duerme al gato encima de sus rodillas, enroscado ronronea mientras ella lo acaricia. De paso le cuenta un cuento sentada en el balancín, que es su lugar favorito para tejer y dormir. Dice así:
Un gato quiso ser tigre y correr entre la selva y soñar bajo la Luna encima de una palmera. Él quería ser grandote, con el pelo todo a rayas, como lo tienen las cebras y los tigres de Bengala.
Era muy chiquirritujo, con el manto color gris y los ojos verdes verdes, ¡más que las hojas de vid!
El minino no fue tigre ni la jungla conoció, pero tiene una abuelita que lo duerme con primor.
El pirata Roquefort
El pirata Roquefort no tiene pata de palo parche en el ojo garfio en la mano. Ni le ha salido la barba ni lleva un loro en el hombro. El pirata Roquefort… shhh ni está tuerto ni está cojo.
Disfruta haciendo diabluras; en el barco donde habita ayer mismo, al Capitán, le dibujó en la barriga una rana con orejas mientras el hombre dormía. Otras veces se hace el muerto -respirando muy flojillo- y al que se acerca a tocarlo abre un ojo y le da un grito
El pirata Roquefort tiene un cofre donde guarda sus tesoros más queridos: cocos, piñas, chocolate y un diente de cocodrilo.
La tripulación discute porque no se porta bien, porque da muchos problemas y no sabe obedecer. ¿Lo dejamos en la isla? -dice serio el timonel- ¿o lo atamos en la proa castigado hasta las diez?
Pero en el fondo lo quieren, ¡no pueden vivir sin él! aunque se esconda y dé sustos y aunque le huelan los pies.
Alma que se esparce y se eleva cuando quiero bajar al rio.
Piel y hueso ardiendo: quisiera huir de esta tierra en desolación.
Conciencia sostenida a bocanadas, aliento repelente que grita dejando atrás el tuétano vacío.
Me pregunto si soy cuerpo, tierra, deseos.
No soy metáfora de nada. Me veo tan real que me duele. Tan niño ya, tan moribundo, que la vida se me pasa pensando; que los dias se me escriben en prosa, en cencelladas, en aire, en nata.
Cuerpo mojado, alma en mojama, ceniza profunda.
Jesús M. Palomo
Te has dado cuenta que la luna tiene dados en que los números son historia rotando para ser marea sobre la arena que pisamos.
El tiempo juega con las copas sin morir… …corre aunque deseemos contenerlo. La tierra sigue mudando en su historia, nuevos números y una celda de espantos con otras cenizas y con masas entre soles.
Todo lo que pedimos es una pieza del río… …Y el llanto está secando nuestros ojos.
Leonardo Zambrano
Andar por esta mente troceada recogiendo jirones de mí misma es como practicar mi propia autopsia.
Bisturíes de luz arrancan del recuerdo las entrañas.
La cordura es un don que no abunda demasiado ni conviene ejercerlo, pues los locos no quieren que nadie les disuada de que es solo ruido ese abigarramiento polifónico que suena en su cabeza.
Sin saber qué decir que aporte algo de luz a toda la vorágine de tantas y tan cáusticas babeles, qué habrá de hacer mi voz, sino asumirse lágrima en un océano de sal y quedarse callada.
Hablar de la armonía en un mundo de sordos carece de sentido mejor no exasperarse malgastando palabras.
Porque jamás la música ni la verdad necesitaron nada que no fuese el susurro del viento en la enramada y un corazón atento y sensitivo para existir.
Quién quiera puede llegar a ellas, solo tiene que dejar al instinto que descubra los rumores que pueblan los silencios.
Y escuchar con el alma ensimismada.
Jordana Amorós
Verso blanco
Miguel Urbano
Tercetos encadenados
Canto a la esperanza: A Lorca
Te busco amigo mío por doquiera… mas no puedo arrancarte de mi mente pues hiciste en mi alma enredadera.
Y a pesar de tan largo tiempo ausente tu recuerdo me sirve de alimento, pues, en mí, siempre vives tú presente
ocupándome todo el pensamiento. Jinete cabalgando te he soñado, cometa que volabas sobre el viento.
Y, ¿cuánto con tristeza te he llorado? Que lágrimas de sangre aún me vierte el corazón, del tuyo enamorado.
Con su guadaña vino a ti la muerte quedando aquella noche ensangrentada; ¿Qué hados te trajeron mala suerte?
Y, ¿dónde estaba Dios la madrugada?… Pero los hombres son con sus rencores, el odio y tanta envidia despiadada.
Yo querría llevarte algunas flores, donde tu cuerpo pueda reposar con el trinar de pájaros cantores.
La luna se quería desposar tú de negro, ella rojo su vestido y en sus manos un ramo de azahar.
Y yo pregunto ¿Dónde te han metido?… Alimentando rosas y jazmines en un hondo barranco allí perdido.
Te buscaré del mundo sus confines hasta haber tus reliquias encontrado y haremos fiesta y fondo de violines.
Tu verso compañero va a mi lado y, como perro mis entrañas muerde dejándome el sentido traspasado
soñando…verde que te quiero verde… Maldita sea siempre toda guerra. El mismo vencedor también la pierde.
Si no aprendemos del error se yerra: y esparcimos el odio de semilla sembramos de cadáveres la tierra.
¡El poeta de alma tan sencilla sea concordia entre los hermanos, fanal de amor y paz su luz nos brilla, y nos haga vencer rencores vanos!
Una fiesta de luz y de colores
Cuando me llamas Juan, Juan de mi signo, cuando me llamas Juan entro en los cielos cuando me nombras, Juan, soy tu cautivo. Cuando me dices, Juan, Juan de los muertos.
Cuando me dices Juan, Juan de mi signo se desordena el magma de mis versos. Cuando pronuncias: Juan, no hay más caminos que elegir en tu nombre de altos vuelos la majestad de levantar destinos en órbitas lejanas. Si tu verbo, si tu cantar de pan, tu son de vino me invoca: «Juan, mi Juan el marinero» a mis montes regresan los olivos, los albatros quebrando mis silencios
Cuando me dices Juan, Juan el marino, cuando me llamas Juan, regreso al templo que fundé para ti donde los hilos del tiempo hacen posible los te quiero.
Cuando me llamas Juan, soy ese tipo que levanta por ti mareas, reinos. Cuando me llamas Juan, soy tu marido en esos tentadores multiversos.
Cuando me dices, Juan, vuelvo a estar vivo, Dios protege en sus aguas el secreto; nuestro secreto, amor, donde existimos en un castillo al borde del desierto, y solo Dios conoce nuestro exilio nuestro rito desnudos contra el miedo, solo Dios reconoce tus vestidos mis sombreros Fedora, mis misterios. Solo dios sabe, Octavia, que dedico al borde de tus labios mientras vierto mi seminal victoria en tu delirios.
Cuando me llamas Juan, mi Juan el marinero, mi capitán, mi Juan el de los himnos, soy tu escritor mercante extra terreno y en tu fiesta de pájaros y trinos quiero morir de amor, morir en verso.
John Madison
Rima alterna
Orlando Estrella
Verso blanco
Mi compañera se marchó
Mi compañera se marchó de incógnito. No me explicó porqué. No se fue de mi casa, nunca vivimos juntos, nuestro hogar era el mundo, los caminos, las calles, los comedores, los hoteles chinos, -ahí no hacen preguntas-, les importa un carajo quien eres o quién no. Y esos pormenores nos definían bien.
Nos gustaba estar solos, apartados de otros. Amigos de los márgenes, algo así como antítesis, un gran contraste, pues, éramos militantes de un partido de masas que procuraba gente para lograr sus fines. No fue nada chocante que juntos renunciásemos maldiciendo los putos dirigentes de mierda que resultaron ser rateros consumados.
Una mujer brillante, cuyo sueño mayor era ser contratada como investigadora como cualquier ratón de biblioteca. -Aunque esté recluida y que además me paguen- musitaba con brillo en su verde mirada.
Pero un día se fue, se apartó sin decir, sin dar explicación. Quizás sea frecuente en la mujer independiente, libre. O tal vez cometí un disparate y no lo supe.
Si no fuese habitual mi mundo solitario, me hubiese golpeado con una mayor fuerza ese trance de vida que recuerdo como el mejor poema que se adapta a mi estilo.
Mea culpa
Resultaría fácil culpar a los demás de que haya huecos en las opacas vetas de espejismo con las que construí mi gazapera.
Afuera luce el sol y por los agujeros se cuelan alfileres que inoculan el frío de la luz.
Aunque me convirtiera en diosa de ocho brazos los dedos no serían suficientes para tapar las brechas que persisten en su afán de mostrarme mi ceguera.
Culpo a mi cobardía y su tesón en hacerme mirar hacia otra parte, mientras tarde o temprano los problemas que un día no enterré revientan para abrir otro boquete.
Ángeles Hernández Cruz
Verso blanco
Eva Lucía Armas
Romance heroico
La playa de la Pena
Érase una vez un hombre antiguo que amaneció en la playa de La Pena. Con él había un esplendor de antaño, su vieja Excalibur, cuatro quimeras, un paquete con voces que cantaban mojadas bajo el sol pero despiertas, algunos abalorios hechiceros que olían a Patchouly y hierbabuena, conjuros varios, notas, mapas, pan y un fuego que alumbraba en cualquier niebla.
Iba a pie por el mundo con sus cosas: sus viejos dinosaurios de otras eras, sus aves fabulosas e imposibles, su voz de encantador de las tormentas, su flauta de Hamelín, sus distracciones y su red cazadora de cometas.
Un día, tuvo un barco y fue pirata, un corsario en busca de una reina y anduvo por «los mares procelosos» al timón de su propio Perla Negra que del norte hasta el sur viajó la aurora buscando una esperanza aventurera.
Érase un hombre antiguo, un hombre extraño, con manos de apartar todas las piedras el que llegó a la playa dando voces como conquistador de las sirenas y levantó castillos y almanaques puso en horario el reloj de arena y se sentó a esperar tejiendo pájaros a que se enamorara de él la ausencia.
La Pena lo miraba, alucinada. Toda la isla olía a madreselvas.
Bahía de Qorna, ciudad predilecta de ilustres familias, un año impreciso. Un hombre encumbrado que todo lo quiso y le parecía rutina perfecta: pujante, el negocio; la casa, lujosa; la hija, muy guapa (también presumida); modélica esposa de buen apellido (también negligida); sus viajes constantes marchándose lejos, dejándolas solas, trayendo consigo de allende las olas el mismo regalo siempre: más espejos.
Sinfín de diseños, orígenes, modas, su gran colección de espejos, de todas hechuras, tamaños y formas pensables, tapaba paredes, cubría hasta el techo y abría, de hecho, la vista hacia espacios inconmensurables… La gente llamaba “Mansión de Cristal” a aquel palacete por cuyos salones y alcobas sin fondo flotaban visiones y, oculto entre ellas, un extraño mal.
La casa se llena de espejos, la casa se llena de sombra, la casa se llena de viejos demonios, y nadie los nombra.
La niña tenía, por toda afición empeño de verse, y en su laberinto de joven belleza, con todo su instinto devoto y absorto por esa obsesión, vivía sus días, soñaba sus noches, por las galerías detrás de sí misma, su mero reflejo, su copia en la luz, los ojos curiosos en busca de todos sus rasgos hermosos ya tan aprendidos, un juego complejo de incógnitas reglas y efectos extraños: de tanto mirarse, su inmensa guapura hacía aumentar en número, en años, cual si una pintura cobrase textura del lienzo incompleto, la imagen sumisa, la pose segura de amada figura salida de un sueño, con esa sonrisa que augura desastre… signos de locura.
El día relata una historia, la noche susurra un secreto. La luz recupera memoria y la oscuridad su alfabeto.
La madre quedaba detrás, sin lugar ni asunto ni voz ni apenas palabras. Y sola, en penumbra, se daba a alumbrar ideas macabras. Veía en la niña su propia belleza copiada, usurpada por una criatura que trajo a su vida tan solo amargura, dolor y tristeza, rencor y aspereza. Y, al verse en los mismos, distintos espejos, veía a la niña con rasgos ya viejos. Y no distinguía ya más que una altiva presencia encarnada en dos, y que oscura, corrupta en su esencia, furtiva, abusiva, venía a imponerle violencia lasciva: romperla en el vientre, quebrar su cintura, cubrirla de arrugas, ahogarla en saliva, llevársela viva, rapto ponzoñoso y a la sepultura.
La obscena presencia que allí se ocultaba, por arte de sombra, se hizo alimento: un tósigo gris, insípido ungüento que, en cada comida, la madre mezclaba. La hija sufría dolores y llanto durante la noche; de día, el impulso de verse, en penoso gemido convulso, delante de aquellos retratos de espanto. La contemplación de tal deterioro creaba en la madre placeres impúdicos, temblores de gozo perversos y lúdicos que, igual que un tesoro de nueva, tardía, vital experiencia, propósito pleno le daba al suplicio, gloriosa dolencia, justo sacrificio.
Me muero, y me muero de miedo, el miedo de ser un delirio por siempre, en silencio, y no puedo salir de este horrendo martirio.
El médico obraba con sus soluciones de friegas, purgantes, jarabes, punciones… Tras cinco semanas de intensa agonía (un largo suspiro), la niña acabó. Y aquel mismo día, la madre esta historia de nuevo empezó: oculto el ultraje detrás del lamento de las plañideras, la hija en la tumba y el padre de viaje, ajeno a su luto y ajena, de veras, la causa fatal de aquel maleficio al propio servicio, la madre tenía la casa al completo dispuesta a guardarle por siempre el secreto…
… y a solas, de noche, se ve en cada espejo un vago reflejo, y un tenue murmullo de queja y reproche la acecha detrás de la espalda, le tira, sutil, de la falda, le palpa y eriza la piel… y en tal arrebato, se lanza a la mesa, tantea el mantel, vomita en el plato la blanca simiente de un horror demente.
Perduro en el aire que pasa y el aire repite, con creces, en cada rincón de esta casa, repite mi imagen mil veces.
Privada de sueño, que no de dolor ni miedo en el lecho, mayor pesadilla perturba su pecho y llena sus horas de horror: exhausta y enferma, hambrienta, vampírica, yerma, consume sus fuerzas… ¡y cada mañana la muestra el espejo más bella y lozana!
Bahía de Qorna, ciudad predilecta de augustas familias; por fin ese día que vuelve del viaje, rutina perfecta, el hombre encumbrado que todo quería: pujante, el negocio; la casa, endiablada; la hija, difunta (que no lo sabía); y, cada jornada mucho más hermosa, esa noble esposa…
Un cactus floreciente es toda ella para mi corazón, otoño en trance, y solo el verbo Sol de mi sistema planetario da voz a su elegante poética manera de abrazarme.
Un cactus floreciente, una rareza, acuática es su risa de muchacha. Cactácea verde mar que a mí asexuada espiritualidad ha conquistado.
El Ra de mi nocturno round terráqueo: El amor verdadero es mi cactácea.
Aguacero astronáutico en mi nave, sambando va su lluvia por mi casa,
2
Te espero en la otra vida, allí te espero con mis deudas saldadas, bajo el signo de otra era animal, amor, te espero. Con mi voz de poeta volcánico te espero.
En la ladera oculta de la luna, en los campos de Orión, allí te espero para poblar de flores tu canción, de renovados besos tu vivero.
Encontrarás mi savia en otra piel, pero sabrás que es Juan, el de los versos.
John Madison
La vida y sus problemas nos envuelven con espinas peores que las mías. Yo suelo ser aloe curativa o tunita de azúcar si me quieren.
Espinitas por fuera, miel por dentro, me defiendo a mi modo de las cosas pero tu corazón me desemboza con su boca que vuela a contraviento.
Algo de mi dulzor se ha despertado como un loto fugaz por tu palabra y, rosa del desierto, aquí te habla mi pétalo de agua, desflecando una razón de estrellas singulares.
Juan de los versos, Juan que siempre añades un fondo universal a mis espacios.
Eva Lucía Armas
“Mi corazón es tuyo”, dije un día hace ya algunos años, flor de loto. Mi corazón que entonces era un frágil misal que no encontraba su acomodo.
Mi corazón que escribe sin reposo en el norte caudal de su obra pía la fecha en que tu amor de Cataleya, dio muerte con su voz a mi perfidia.
Tu amor sin condición, tu amor de altares tu amor es mi oración, tu amor mi salve,
tu amor me llevo yo, mi Eva Lucía junto a la luz de Dios cuando él me llame.
John Madison
A veces, ya sabés, amortiguo la espina y me vuelvo una grosella verde para esa boca tuya, dorsal y masculina.
Una grosella ácida que arde por dentro de tus ganas y ambarina se licúa en sus rojos fiel al mordisco oculto de tus ojos.
Un talle milenario que se inclina en alas de tus vientos sin canceles y aparca los enojos en un grito de luz, alada harina para el pan de este Juan
y sus antojos.
Eva Lucía Armas
Animal de platea, vivo siempre en tu sueño irreal que me descorcha. Como un moet chandon soy en tu boca, el banquete en tu mesa de los viernes.
Tu harina de moldear tu permanente festejo literario, soy tu pronta máquina de inventar. Yo soy tu honda bahía espiritual, el hombre en ciernes
que juró lealtad hacia tus versos. Es tuyo mi monólogo despierto, mi ópera visceral y sus semillas,
mi poniente y mi luz. Tuyo mi arpegio de pajarero atlante, tuyo el fuego hacedor de mi tierra prometida.
John Madison
Algohay en vos de superhéroe Marvel, algo de extraño ídolo pagano, de niño del tambor, de árbol de antaño henchido de crepúsculos que arden.
Un espíritu errático que implora por sed al agua que su mano junta, y un mineral recrudecido en jungla, una anfibología que me nombra.
Te escucho en las ausencias más presentes, como una oximorante receptiva escucha las respuestas que no entiende.
Y te percibo al pie de mi silencio, figura universal que se alza en vuelo si coincide su alma con la mía.
Sentada frente al mar bajo la calma de las olas rompiendo, con sus voces de piedra es muy fácil pensar que el mundo es bello.
Mientras mis hijas juegan en la playa la espuma de algún dios de pacotilla posa suave en mis ojos el extraño sabor de la armonía.
Aquel barco pesquero que regresa perseguido por miles de gaviotas Esta brisa, esta luz, este poema…
Sentada frente al mar sería fácil volar también con ellas y subirse al alto del paisaje, pensar a voz en grito que la paz es posible.
El mundo se desangra en mi mirada por un cuerpo de niña de Kabul y es difícil sentarse frente al mar sin separar el agua de las lágrimas.
Puedo oír las sirenas convertidas de pronto en ambulancias aparcando el horror frente a la entrada de una escuela hospital, aquí tan cerca.
Ese cuerpo me sigue a todas lados cojea en mi retina, en mi cabeza en la terca cojera de mis manos arrastrando palabras, sin saber bien del todo, si este frío en la punta de los labios es la pierna amputada de una niña o la sangre de alguna de mis hijas alcanzadas de pronto por las balas.
(Esta vieja obsesión que me persigue de sufrir por los hijos que no sufren, de llorar de repente en cualquier parte…)
Pero el mar sigue ahí, y ellas persisten levantando castillos en la arena y es difícil negarles si me miran la sonrisa más cálida y más tierna.
Esta brisa, esta luz, este poema aquel barco pesquero regresando perseguido por miles de gaviotas…
Esta mujer que ríe amargamente porque el mar sigue ahí… también sus olas.
Morgana de Palacios
Peligrosa
Pervivo en una especie de desierto en que los hombres son un campo abierto a las contradicciones y soy como una oscura profetisa que a la hora de amar siempre divisa sus circunvalaciones.
Voy más allá de mí cuando adivino quién dejará su instinto en mi camino de malherida rosa por decir una flor que hermosa rime con una realidad que legitime ser peligrosa.
Porque lo soy, sin darme apenas cuenta. Lo soy porque mi letra es una afrenta cuando un hombre me miente, y me han mentido siempre, tanto y tanto, que voy curada de cualquier espanto, creciéndome en el diente.
No me escondo ante ti. No soy perfecta ni sublime mujer ni loba abyecta. Sé objetivo conmigo. Necesito creer que hay algo cierto y me escribes a pecho descubierto. El mundo por testigo.
Alejandro Sahoud
Pájaro félido
¿Quién gritará tu nombre con la tarde en la boca?
Desde tu pelo sube un pájaro a mi pecho vegetal y brumático. Sube un pájaro terso con frente de pantera y aletear de mar calmo encima de mis vientos.
Cierra la puerta al aire que te roba esos besos celestes . Enciéndeme con ellos tus inciensos de angustia. Vuélvete barcarola en éstas las manos de mi sangre. Vuélvete unicidad sedosamente pausa de lo eterno e invulnerable al día de los vivos.
Y que nadie te llame. Vuélvete a su palabra un espejismo cuando habitas mis cosas.
La poesía del arrebato (corriente literaria en que se basó el proyecto Ultraversal) debe su nombre a la propuesta de improvisación en que dos autores se desafían en tiempo real a responderse con poemas. Es un ejercicio de agilidad y coherencia que permite demostrar el dominio de la técnica tanto poética como de discurso.
Cárceles y causas (improvisaciones en tiempo real)
(soneto – arte mayor – pareados – rimado)
Yo no te mentí nunca. Te dije que no soy más que el rescoldo oculto en la ceniza vieja, el humo que se expande inasible y no deja ni la más leve huella de los pasos que doy.
Lázaro imprevisible, resucito si estoy absorta con un rostro que la luna refleja mas cuando llega el día, la tumba que no ceja me requiere a su sombra y hacia su sombra voy.
Todo me es cárcel, todo, salvo mi pensamiento, larga la pena larga en el penal del viento que no precisa rejas para echar sus cerrojos.
No me quieras querer, no soy la primavera, sólo ceniza y humo en tránsito y entera toda la muerte, toda, se florece en mis ojos.
Morgana de Palacios
Todo me es cárcel, todo, menos la libertad el cerrojo que ciñe mi puta humanidad y el látigo en mi boca.
Carcelera del precio de la roca carcelera tenaz sobre la soledad que descoloca, sobre todas mis fugas va tu instinto, asesino y procaz
Si me muriera ayer desde la muerte, si no fuera este grito, ni tus cadenas unieran a mi suerte su recurso maldito, toda mi voluntad sería inerte.
Toda esta furia sorda en que me hundo valdría acaso la ira en que te irrito desde lo demencial que hace a mi mundo.
Gavrí Akhenazi
Todo es circunstancial cuando tiras los dados de la furia fugaz. Alma sobrecogida en el intento gris de acaparar la vida trascendiendo sin pausa, versos accidentados.
En la frontera fértil de tus acantilados columpio mil vocablos con sabor a manzana y nadie encontrará la pasión de morgana porque en el lado oscuro mantiene sus reales.
No es la razón de ser de los hombres cabales que no han de traspasar su cerrada ventana.
Por si quieres hablar del rumor del pecado de la desolación que nos marca la vida, de por qué mi canción suena a causa perdida, recuerda, por favor, que no tengo pasado ni creo en los futuros de terciopelo ajado, ni finjo algarabía si hablo con verdad.
Me someto al decreto de la banalidad sólo por hacer dedos desde cualquier teclado. Si miras lo profundo de mi verso acerado verás que no comulgo con la casualidad.
Morgana de Palacios
Una causa perdida ya no tiene remedio ni en tu boca que canta ni en tu boca de tedio. Una causa perdida es un rincón oscuro una ansiedad a medias, un parto prematuro.
Una causa perdida es también una meta una propuesta al viento que rompe una veleta para que ya no existan los puntos cardinales ni las mediocridades ni las banalidades.
Una causa perdida es la luz de un proyecto que se mantiene siempre altanero y erecto. Una causa perdida es un sueño a futuro. Para soñar tal causa, hay que nacer impuro.
Crecí escuchando sobre su poder, imaginaba lo majestuoso de su regencia y una luz de blancuras que temía manchar.
¿Quién no soñó rondar por los paisajes místicos que nos vendían en libritos blancos? ¿Quién no se impresionó al entrar a los templos? Eran ambientes para no olvidar.
Pero nunca faltó un temor escondido en escenas de fuego y un ser que no entendí porque se interponía entre tanta belleza. También logré ver ángeles guardianes armados con espadas y así pude indagar que eran los buenos frente a los malos y lo creí.
En verdad lo pensé, guardaba estampas. Me gustaba Gabriel, un ángel héroe y la imaginación siguió su curso.
Pero el orbe de grandes echó al suelo ese mundo de Dios que de niño soñé. Nadie me lo contó, las fantasías se esfumaron, ahora son historias.
Si me hubiesen pintado a ese Dios menos grande, más frágil, con defectos, más cerca de los hombres quizás lo hubiese visto como más verdadero.
El suceso de Cristo fue una revelación de un mundo más cercano.
Ríe, payaso
Me río del payaso que aparento -o quizás eso soy- tratando de atraer miradas con mis versos.
No ando detrás de las sonrisas blancas de los prójimos lentos que se pierden en rutas de soledad y muerte.
Fracaso en el motivo y no convenzo, me quedo solo y turbio, un idiota que ríe sobre su propio estiércol.
Les pinto el enemigo que los hiere, desnudo su bosquejo y en los versos finales, dibujo su currículo.
Pero no captan al poeta necio y su labia incendiaria que sólo busca leña para alumbrar sus predios.
Mi máscara no llega, luce tosca, antifaz obsoleto, un arlequín que gime a carcajadas mudas.
Así, Ruggero tiene su remedo con ausencia de público, un títere que llora y ríe su lamento.
El poeta jardinero
Recuperemos las musas del hueco donde quedó entrampado el poeta que cultivaba las rosas del huerto cuyo terreno lucía sin vida.
Nadie creyó que pudiese con versos dar vida al hoyo podrido, marchito. Surgieron brotes hermosos, serenos que dieron paz y alegría a la grieta.
Pero en la casa del pobre el anhelo es letra muerta en la boca del vate si sólo tiene palabras con metros y rimas muertas, por más efectivos y contundentes resulten sus vuelos. Serán tristezas con alas torradas y volverá la sequía, el lamento.
Hay que ir blindado, no sé con qué armas y rescatar al juglar jardinero y prevenir que la infamia lo entierre en el edén que forjó con ingenio.
Quiero asirme de tu mano, ser el eco de tu risa, cobijarme en tu regazo hasta sonrojar al día. Formar parte del misterio que en tu esencia resplandece, tomar aire de tus besos y nadar contracorriente.
Y después, qué se me daba morirme con tu recuerdo en la celda sin ventana de un castillo de silencio, si colgada de tu brazo, aunque solo sea un momento, si en tu fondo de ojos claros, ya he sentido el Universo.
Canción interna
Yo canto por las canciones solapadas de alegría y canto por las raíces que no ven la luz del día. Canto por esas entrañas que retumban de agonía, y canto por el pasado, fruto de melancolía.
Las palabras son lúdicas, celebran estallando en metáforas lo pura que hoy se muestra la luz, la desmesura de espléndidos colores que la afiebran.
Las palabra son frágiles, se quiebran por cualquier nimiedad, por la fractura en el tacto del aire, que aventura sollozos que escondidos lo atenebran.
Las palabas son duras y resguardan pasiones sin cuartel en su apogeo debajo de una túnica de amianto.
Las palabras son música y aguardan que un corazón escuche un tintineo de inspiración y las transforme en canto.
Todas tienen su encanto, todas merecen una poesía…. Sin ellas, nuestra vida, poetas, ¿qué sería?
Soneto escrito con una mano atada a la espalda
Componer un soneto resulta entretenido aunque nunca consiga dejarte satisfecho: sobra o falta una coma, este acento jodido, esa rima imposible, aquel ripio al acecho….
Belicosos, de amor, de alabanza o despecho, los del verso melifluo, los del verbo encendido, polimétricos, blancos, del revés, del derecho, todos guardan la chispa de un secreto escondido.
Los que hacen que digas : “ Oye…, que yo no he sido…”. Los que firmas ,por eso de que “a lo hecho, pecho…”, los que escribes y olvidas como lluvia en barbecho…
Palpando lo pulsátil, lo que está dolorido por si salta la liebre, por si quiere el latido el que más y el que menos siempre saca provecho
Con la excusa de un día mortalmente aburrido y una mano a la espalda , este fue concebido. Para mí que ha salido un pelín contrahecho.
Goteo de miserias
¿Cuántos versos harían falta, dime, para comprar un sitio de honor en el Parnaso? ¿Diez haikus, cuatro décimas, unas odas o acaso unas estrofas libres en que rimar no prime?
Sus reversos apreciarán que anime echando en la amargura creciente de su vaso una pizca de almíbar, aunque no venga al caso, si con ello un carácter más amable le imprime.
Poeta no es quien quiere, por mucho que sublime pretenda su palabra, vistiéndola de raso y el brillo de su acento en nada le escatime.
Poeta es el que muere, verso a verso y se exprime un corazón ya exhausto, sabiendo que ese escaso goteo de miserias lo esquilma y lo redime.
Por mucho que al ocaso nadie habrá que recuerde su nombre y legitime que su ensueño poético no ha sido un gran fracaso.
A veces el pasado es el destino del humo de la vida, de la farsa del amor que, sin serlo, nunca fragua, como nunca es el agua un espejismo.
Dejaré en la tristeza un verso escrito, desamor, esperanza huera o vana e igual que su sentencia el reo acata yo quiero que después cunda el olvido.
Huya el tiempo también y su premura por caminos o vientos muy lejanos, que yo quiero de nuevo la dulzura
de tener el amor entre mis labios como el sediento que abre dulces frutas y se come la pulpa muy despacio.
El espejo
Tras el frío bruñido del espejo de alinde en que te miro, en el eco del silencio estás llorando y lloras lágrimas de cristal molido y lloras penas que son de hielo seco y lloras como un desterrado en el espejismo de tu dolor secreto.
Vives en una ciudad de vidrio y viento que tintinea en mi cabeza, casi rompiéndose cada día, pero yo no sé quién eres tú y tú no sabes por qué lloras.
Y yo que venía desarrimado a averiguarte la esencia del alma, héroe efímero de los escaparates… y yo que deseaba beber el aliento de cristal envenenado de tus labios, amor cercano e intocable…
y yo que quería preguntarte mi nombre…
La mujer del secreto
La mujer que me lleva a la otra orilla es un puente de sombras deshiladas, un atajo a la gloria o al infierno de un querer que me quiere a vida o muerte.
La mujer que me mata y me desea es la maga que embruja mis sentidos, la razón que se pierde con ungüentos aplicados de noche y a escondidas.
La mujer que me guarda y que me aleja trae un río de ayeres altaneros, desaguando en las dudas del ahora lo cierto y lo seguido de su estirpe, y es un brote de piedra en el futuro.
La mujer del secreto que ella sabe, lo desvela en las noches del instinto y fía ciegamente a mi vigilia su vida, que hace tiempo que es la mía.
Hay dos firmas de amor al pie de un trato avalando la sangre y su bullicio en los frágiles días que nos sueñan.
Nocturno
La noche se abre en una flor de brea que naciera del tallo de lo oscuro y derrama su efluvio misterioso bajo una lluvia de marfil eléctrico, de una luz que quizás sea de luna.
Camino en la quietud de las aceras buscando una guarida que me ampare y un bar es un lugar donde esconderse para encontrar sosiego en una copa y suponer tu cara entre las caras que me miran mirando lo que miro.
No sabe nadie que te busco a tientas, que me parece verte en algún rostro o en el cristal narcótico de un beso que me devuelve a ti, a la derrota absurda de quererte en unos labios de carmín postizo.
No estás y a la intemperie, cuando las putas vuelven del infierno, en esa hora turbia en que el delirio tiene un aroma de flor del trasmundo, sin aliento ni ruido vuela un ángel que desangra en palabras su agonía y un poeta se bebe los silencios del amargo licor de los crepúsculos.
Nunca hubo un amor tan imposible.
In the road
Dejé que el coche fuera despacio y sin destino hacia la noche albada del neón y el desvelo, igual que un ángel roto volando al ras del suelo la gloria me pillaba muy lejos del camino.
Por las calles oscuras, por las sombras opacas, la gente de la noche peleaba su esquina con la sed insaciable del vicio y la ruina que, al hervir de la niebla, bullía en las cloacas.
Yo, que buscaba el rastro y el perdón del olvido, devoraba kilómetros huyendo de lo inmundo y drogado de pánico, conduciendo errabundo, maldecía la suerte que tiene el forajido.
Repartía el semáforo en tres luces el mundo y en la duda del ámbar me quedé detenido.
en una flor cortada se ha resumido un hombre que es todos y ninguno
porque nombra la flor la flor existe para adornar el pelo de mi ausencia
puede con la palabra derrocar el gobierno de los tiempos de estío y convencerme de que el sol no brilla más que para mis ojos si los abro
puede inventar ciudades donde perderse un día por calles peligrosas y como Dios resucitar los muertos de sus tumbas de olvido
puede traer la muerte de la mano de tanto no quererme y tanto amarme con la contradicción del desencanto enganchada en los labios de la infancia y en un torneo antiguo cubrirme de tarántulas por creer que me gustan sus cosquillas morbosas
puede decir amor y hacer que bulla el avispero de sus desazones y que se abran los muslos con la palabra sexo conduciendo la mano de la mas-turbación
tan lejos y tan cerca
inexplicablemente
en su palabra se resume el hombre y es todo cuanto ha escrito porque nada le obliga a pronunciarse ni a salir de sus fueros más allá de que sea otra palabra la manipuladora de su instinto concentrada y procaz como una puta ciega sobre los genitales del futuro
el aire es una Biblia con su nombre temblando en la portada
soy un acto de fe inquebrantable con la palabra ausencia en la mirada
El límite de lo real
Uno es lo que escribe y crea realidad al hacerlo.
La clave está en sentir.
Entonces es real y en el instante que digo mano, creo la caricia, y donde digo amor, estoy amando y donde digo ausencia me faltas en la nuca y te falto en el pecho que no tocan los dedos.
Seas quien seas, me haces y te haces en la onomatopeya de una carcajada en la dilatación de la pupila ante la luz del monitor en un reflejo simpático en cualquier lugar del cuerpo.
Qué otra cosa soy que la palabra con que me pones rostro y das la vida, qué otra cosa eres que el deseo oscilante de todos los vocablos con que arraso a tu ausente.
Bah ¿De qué cuento has sacado que necesito un príncipe que me sostenga el cetro y la corona? De qué dignidades me hablas si en esta violencia admonitoria soy sólo una mujer allende el miedo que tiembla ante las ganas que tienes de morirte.
No hay nada que entender. Alguna vez quiero cerrar los ojos y descansar de tanta despedida.
Sólo me tienta el arco de tu boca, y será porque aún me sabes a milagro.
Guerra civil
Olvida lo siniestro del presente como lo olvido yo cuando me miras. Sólo has de detenerte, mientras matas, un segundo en la piel de mi suicida.
Hay tanta muerte suelta por las calles que quejarme de ausencia es egoísta, pero lo cierto es que me da vergüenza apiadarme de mí con preceptiva, si no te apiadas tú. Tú que sí puedes alzarme de este suelo con ortigas, sujetarme en el aire contra ti y soltarme las trenzas de la risa.
Hoy me duelen las sienes de pensarte y no sé convivir conmigo misma.
Esta guerra civil del alma adentro me está volviendo dulce y asesina.
Desangramiento de los días
Mientras tu voz me pisa los talones, tu mano que escabulle ternura me perfuma de ausencia la memoria de lo que pudo ser pero no fue.
Debo cortarme el pelo que ha crecido contigo en el desangramiento de los días y se me ha vuelto agreste y desmadrado como un nido de cuervos en disputa por una presa muerta.
La muerte nunca llega en estas estaciones dolorosas que no terminan de acabarse nunca, donde la carcajada es el prozac que evita los suicidios.
Te apuesto lo que quieras a que me moriré cuando el disturbio vomitando indolencia baje todas sus armas y tu mano por fin haya aprendido la caricia que nunca te enseñé.
¿Y qué?
Nadie dirá te amo con tantos alfileres clavados en el llanto.
Yo tampoco
Canto fúnebre
Siempre es ayer para algunos dolores porque no existe placebo piadoso para el agudo dolor luminoso que prende el cirio de sus amargores.
No pasa el tiempo ni crecen violetas sobre la tumba del prístino duelo, ni se apaciguan sus ojos de hielo cuando disparan impías saetas.
Siempre es ayer, aunque pasen los años sobre el dolor que no sube peldaños de la escalera que lleva al olvido.
Que siempre es hoy, y es aquí, y es ahora, en el dolor que me ataca a deshora por la tragedia de haberte perdido.